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Danza Húngara por Nasuada

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Notas del capitulo:

Hola!

 

Me fui demasiado tiempo, lo sé.

No, no abandoné la historia (ni lo haré) :D 

 

Una disculpa enorme. Son los problemas de siempre (falta de tiempo, de inspiración, de ganas y un largo etcétera). 

Gracias a quienes están ahí C:

 

XXIX

Componiendo las razones

 

El día del regreso a la universidad llegó demasiado rápido. Liam se había desvelado— o más bien no había dormido prácticamente nada— por pensar en ello. Se sentía crudo moralmente. Ni Emma ni William se habían despertado todavía, y Leonor preparaba el desayuno con su alegría habitual. Era un día precioso. Como pocos en Nueva York, el sol resplandecía realmente y el azul del cielo era casi puro. Alguien se burlaba de él. Un día radiante para la mierda de día que le esperaba solo a él.

—Hola, Liam— dijo Leonor al verlo entrar a la cocina. Tenía cara de pocos amigos y sus ojeras tan características y notorias de los insomnios y tics nerviosos por aquí y por allá. Se sentó en la barra americana y le sonrió sin muchas ganas a modo de respuesta. Leonor le dio una vuelta a los hot cakes que preparaba—. Ya casi está el desayuno, ¿quieres jugo de naranja?

—Yo me lo sirvo, Leonor. Gracias— dijo con voz ronca y apagada.

— ¿Estás emocionado por tu primer día?

“Primer día” Aquella frase la decía desde que estaba en el kínder. Y cada vez le parecía menos apropiada.

—Supongo— respondió, para volver a sentarse, esta vez con un vaso bien lleno de leche fría. Leonor puso frente a él un par de hot cakes rebosantes de mantequilla y Liam sintió ganas de vomitar. El nudo en su estomago era insoportable. En lo que menos podía pensar, era en comida, pero igualmente los comió pretendiendo tener mucha hambre. Nadie podía despreciar los desayunos de Leonor. Era casi un pecado.

 

Tomó del llavero del vestíbulo las llaves de su auto, con manos temblorosas y la respiración agitada. Su frente estaba embadurnada de una ligera capa de sudor frío; se sentía patético y melodramático y todo su cuerpo reaccionaba con lentitud.

Olvídate de ellos. Olvídate de ellos.

—Que te vaya bonito, Liam— dijo Leonor. Su voz se escuchaba preocupada. Ella, como un miembro importante de esa familia, también estaba al tanto de lo que pasaba—. Que te vaya bonito...— repitió en un susurro cuando Liam, después de dedicarle una sonrisa de agradecimiento, desapareciera tras la puerta de entrada.

 

Por primera vez agradeció el tráfico de hora pico. De hecho, le pareció una buena idea faltar a la primera clase. Tan solo perdería una clase y no tendría que lidiar con la marea de alumnos que llegaban temprano y se amontonaban en los pasillos de todos los edificios. Incluso se maldijo por no haberlo pensado antes y salir unos minutos después de su casa, cuando el tráfico estuviese aun más imposible. A la hora precisa en la que todo el mundo llevaba con prisas a sus pobres hijos a la escuela o partía para el trabajo entre estrés y cafeína.

Deseó tener un automóvil más discreto. Todo el mundo lo reconocería cuando llegara. Pensó en estacionarse por un minuto en algún otro lugar, pero en seguida lo rechazó con una bofetada mental. Eran ideas extremistas y estúpidas. ¿Por qué no podía solo llegar y ya? Afrontarlo de una buena vez era la mejor solución a las cosas, y lo sabía. Pero no podía hacerlo.

Bajó la velocidad para llegar más tarde; lo que dio como consecuencia varias maldiciones de conductores histéricos que lo rebasaban con ademanes enfadados. Le produjo una culpable sensación de felicidad el hacer que otras personas se enfadaran dentro del anonimato de una ciudad tan grande. Poco después pasó cinco minutos preguntándose si no se había convertido en un psicópata.

A pesar de todos sus esfuerzos desesperados por llegar tarde, y del tráfico que era tan sofocado como siempre, divisó el estacionamiento de la universidad cuando apenas faltaban cinco minutos para su hora de entrada. Pensó en dar muchas vueltas a la manzana hasta que el caos pre clases hubiera disminuido un poco; pero después, en un extraño y único momento de valentía, decidió que era mejor acabar de una vez por todas con aquel tormento.

Cuando entró en las filas amarillas del estacionamiento, se arrepintió completamente.

Su corazón latía aun más fuerte que antes. Encontró un cajón vacío en la primera fila, en el tercer puesto más cercano a la entrada principal. No divisaba ninguno más alejado, así que condujo hasta allí con lentitud, con mucha lentitud. Buscó con la mirada, casi sin pretenderlo, el coche azul de Ellen Bradbury. Y lo encontró. Justo dos lugares más adelante de donde se estacionaría él.

Casi suelta una carcajada llena de ironía e irritación.

Se preguntó si Lawrence ya habría llegado. No supo exactamente cuantos minutos permaneció sentado, mirando a la gente que pasaba por el espejo retrovisor. Nadie lo miraba, eso le pareció fantástico. Pero había miles de personas en la facultad, era obvio que no todos lo mirarían.

Colocó sus manos en las rodillas y bajó la mirada. Respiró hondo. Abrió la puerta del automóvil tan rápido que casi ni se pudo creer que en una milésima de segundo ya se encontraba de pie en el mundo exterior. Se sintió expuesto, desnudo, incomodo.

Comenzó a caminar hacia la entrada principal. No reconoció a ninguno de sus compañeros, ni algún otro estudiante cercano que se viera envuelto en aquel asunto. Sus ojos estaban en el suelo y sus manos firmemente agarradas al estuche de su saxofón. Las sentía húmedas y pegajosas. Estaba transpirando a mares. Pero no miraba a nadie. ¿Eso estaba bien? ¿Miraría al suelo toda su vida? No se avergonzaba de lo que era, sino del hecho de cómo se había enterado la gente y lo que supondrían a partir de ello. En pocas resumen, si le importaba, y mucho, lo que los demás pensaran de él. Había usado a su mejor amiga Sandra como tapadera, mientras tenía una aventura con Lawrence Pullman. Los más razonables verían esto desde el punto de vista empático y torcerían la boca ante la situación nada fácil en la que Liam, seguramente, se encontraba; acerca de los prejuicios de la sociedad y demás dramas. Pero la mayoría frunciría el ceño en su lugar y lo llamaría cobarde. Un cobarde que, viéndose acorralado e indispuesto a ser él mismo, utilizaría a una pobre y tonta chica (porque Sandra tampoco se salvaba. Ella sería la tonta, la débil, la arrastrada por el suelo) para luego botarla cuando se sintiese lo suficientemente listo para salir del armario.

Se le revolvió el estomago.

Le importaba demasiado lo que ese puñado de universitarios pensaba.

Después de todo, y aunque parte de él seguía sin admitirlo del todo, era verdad lo de Sandra. Por otra parte, él realmente quiso sentir algo por ella. Pero ¡había aprendido la lección! Ahora se daba cuenta de que el deseo no era suficiente y que el amor le ganaba con creces, sin importar la fortaleza del sentimiento.

Avanzó por los caminos que llevaban a las diferentes facultades. Por un instante olvidó completamente qué estaba haciendo allí. Después llegó a su mente la imagen del tablón de anuncios. Allí estaría publicado su nuevo horario. Levantó la mirada e intentó relajarse. Él no se daba cuenta, pero se había empequeñecido de una manera que otros verían exagerada: con la espalda encorvada y la cabeza baja, como si quisiera hacerse invisible.

Y lo miraron. Pasó a su lado un grupo de alumnos de su aula. Pareció más lento en su mente, como si lo viera en cámara lenta. Podía ver que lo creían equivocado, lo creían mal. Llegaron otros de su grupo, del grupo de Ellen Bradbury, personas que Liam conocía, personas con las que solía juntarse. Echaban la vista por encima del hombro mientras caminaban delante de él, y lo miraban entre comentarios. ¿Estaban siendo muy obvios? ¿O quizás discretos para lo que podrían hacer?

Liam se quedó petrificado frente al gran bullicio que se acercaba al pasillo donde estaban los cinco tablones de anuncios con horarios escolares.

Olvídate de ellos. Olvídate de ellos.

— ¡Liam! — a su lado le llamó alguien. Una voz femenina, aguda y nasal. Y le tocó el hombro—. Liam.

Era Sandra. Volteó a verla. Parecía ajena a todo lo que era él en esos momentos. Al principio sonreía un poco, radiante y con ese toque de arrogancia que poseía su personalidad. Pero esa sonrisa se convirtió en preocupación al echarle un vistazo a su amigo.

Liam la miró y sintió unas ganas enormes de disculparse con ella, porque también la miraban.

—Esto es horrible— dijo. Su voz sonó tan angustiada que Sandra, si era posible, se preocupó aun más—. Todos nos miran. ¿Siempre va a ser así? ¿No lo ves? A ti también te están mirando.

Sandra miró a su alrededor con descaro. Era medianamente cierto. Algunos grupos de personas se acercaban a mirarlos, con curiosidad. No comprendían como era posible que esos dos siguieran siendo amigos, porque no comprendían nada de nada.

—Solo… que nos deje de importar lo que los demás piensan de nosotros, Liam— respondió Sandra con una sonrisa que distaba mucho de ser auténtica. Y Liam sabía la razón. Ese consejo era increíblemente bueno, pero Sandra era la persona equivocada para darlo. Ambos sabían que no lo podían evitar: eran un par de personas que, irremediablemente, vivían del juicio ajeno.

Comenzaron a caminar. Sandra ya sabía el horario. Liam se sintió mal porque sabía que Sandra estaba incomodada por su culpa. Ahora veía con la misma cautela que él a todos los estudiantes, esperando que alguno se volteara para verlos. Habían llegado a un pasillo relativamente vacío. Ambos relajaron los hombros, y Liam levantó la mirada.

Entonces, Liam apreció como una cabellera anaranjada doblaba la esquina, con un grupo de amigos. Sonrientes, despreocupados. Caminaban en su dirección, fingiendo que no se habían incomodado un poco por su presencia.

Sus miradas se encontraron. Ellen Bradbury borró su sonrisa, pero caminó a su lado y lo esquivo con la cabeza alta. Liam hubiera pensado que lo había ignorado, pero no era así. Simplemente quería hacerle saber que su presencia no era lo suficientemente importante como para voltearse.

Liam reunió toda la fuerza de su dignidad para fulminarlo con la mirada, erguir la espalda y subir la cabeza. Y Sandra lo miró con igual repulsión e igual postura, siguiéndole la pista hasta que se perdió por la esquina siguiente.

Se quedó de pie, inmovil, durante un momento. Sandra lo miraba. Escuchó un “Liam, ¿estás bien?”, lejanamente, como ecualizado. Liam sintió un impulso repentino, horrible. Le dolió la cabeza, comenzó a salivar. Volvió a caminar nuevamente con rapidez, mientras Sandra lo seguía a su ritmo, llamándole de vez en cuando sin saber porqué la prisa.

Entró en el baño más cercano, agradeciéndole al mundo porque estuviera vacío, y devolvió todo el desayuno que Leonor, con mucho cariño, le había preparado.

 

 

Lawrence buscó a Liam desesperadamente. Aun no había llegado al aula donde se suponía que tenía su primera clase. No tenía la más mínima idea de donde podría estar. Estaba seguro de haber visto su deportivo rojo estacionado en el aparcamiento, pero ni rastro de él y no contestaba su teléfono. Maldijo en voz alta después del quinto buzón de voz y el tercer mensaje sin respuesta.

Vio la cabellera de Courtney y la de Evan en la cafetería. Se unió a ellos en busca de ayuda.

—Oigan— dijo, haciendo que ambos voltearan la mirada y centraran su atención en él. Lo suyo no era un encuentro amistoso dramático de inicio de clases. Se habían visto prácticamente todas las vacaciones— ¿Han visto a Liam?

—No, pero…— Courtney miraba con pena a su alrededor—. Lamentablemente sigue dando de qué hablar, ¿verdad?

Evan asintió con la cabeza.

—Muchos idiotas no saben meter la nariz en sus propios asuntos— replicó Evan en voz alta, sin importarle quien le oyera—. Escuchamos a algunos de ellos juzgando como si fueran el maldito Jesucristo.

Lawrence soltó una risa fugaz ante aquel comentario. El hecho de que Evan fuera presbiteriano no importaba cuando quería insultar irreverentemente.

—Muy morales ellos— alentó Cortney poniendo los ojos en blanco.

Lawrence desvió la mirada y, por un instante, los odió a todos.

—Yo creo que está con Sandra— siguió Court, chasqueando los dedos y sacando su celular del bolsillo—. Si quieres, le llamo.

—Por favor— respondió Law, que no le había pasado por la cabeza aquella idea.

 

 

Salió del cubículo sintiéndose muchísimo mejor. Por lo menos, físicamente. Ahora que no tenía nada en el estomago, las nauseas habían desaparecido. Pero sintió asco. Perdió la cuenta de cuantas veces enjuagó su boca con chorros de agua. Se lavó la cara, las manos, hizo gárgaras. Repitió el proceso una y otra vez. Después sacó de su portafolios un frasco de tictacs y los masticó de uno en uno, desesperado. Casi obsesivamente. Entre menta y menta enjuagaba su boca.

— ¡Liam! ¿¡Qué pasó!? — escuchaba a Sandra gritándole desde afuera, pero no le respondía. Se sentía sucio.

Cuando las pastillas de menta se acabaron, enjuagó su boca unas tres veces más, lavó su cara, su cuello y sus manos y se miró al espejo. Respiraba con dificultad, pero trataba de controlarse. ¿De verdad había vomitado? ¿Qué se supone que significaba eso?

Peinó su cabello hacia atrás y tapó su boca con la palma de la mano.

Olvídate de él. Olvídate de Ellen Bradbury.

—Liam— Sandra abrió la puerta del baño con cautela y se internó en él con lentitud. Liam se apoyó en el respaldo de los lavabos y la miró a través del espejo, con la cara mojada y el cabello goteando.

—Me sentí un poco mareado— dijo Liam, manteniendo la compostura.

—Liam— Sandra se acercó y negó con la cabeza. Parecía estar a punto de llorar, sin embargo en el último momento levantó la mirada y le observó, casi con reproche—. No le des tanta importancia, Liam. Te está afectando demasiado y eso es malo.

—Ya sé— dijo Liam frustrado, golpeando con su palma la superficie del lavavo. Lo odiaba tanto—. Mierda, ya lo sé.

Sandra estuvo a punto de decir algo, pero se detuvo al escuchar dentro de su bolso la melodía que se activaba al recibir una llamada. Buscó el aparato con ansiedad y miró en la pantalla para ver quien la llamaba en aquellas circunstancias. Presionó la tecla de respuesta y lo apoyó en su oreja con rapidez.

— ¿Qué pasó?

Liam quiso aprovechar para escapar, pero Sandra se colocó en frente de la puerta y lo miró severa, haciéndole con la mano una seña para que esperara.

—Sí, estamos en el baño de hombres de la planta baja… en oficinas. Muy bien— colgó el teléfono—. Era Courtney. Lawrence quería saber dónde estás.

—No le hubieras dicho— dijo Liam, y él mismo se sorprendió de su comentario. No quería que lo vieran así.

— ¿Por qué? — preguntó Sandra con curiosidad, pero Liam ya no le contestó y ella no se molestó en preguntar de nuevo.

Esperaron en silencio hasta que la puerta del baño se abrió con cierta brusquedad. Sandra se sobresaltó y Liam volteó la mirada. Allí estaban los tres inseparables: Evan, Court y Lawrence.

—Liam...— dijo Lawrence, mirando su aspecto con extrañeza. Pero no dijo nada más.

Liam maldijo en su mente muchas veces. Quería que todos dejaran de mirarlo así: le tenían lástima.

— ¡Por dios! ¿¡Qué pasa!? — exclamó Liam irritado—. Estoy bien, ¿sí?, esto no es el fin del mundo— los observó de uno en uno. Ellos, todos ellos, sabían que ni él mismo se creía esas palabras; y los odió por saberlo—. Solo dejen de mirarme.

—Es que esto es una mierda— exclamó Courtney de pronto, alzando los brazos y dejándolos caer—. Alguien tiene que golpear a ese idiota de Ellen. Por favor. Apuesto a que todos aquí queremos hacerlo.

—No. — dijo Lawrence cortante. No dejaba de mirar a Liam—. Lo que Ellen quería era ser el centro de atención. No hay que darle tanta importancia.

—Pues yo, si lo veo rondar a mi dirección otra vez, si que le doy una buena bofetada— Sandra se apoyó en el respaldo de los lavabos—. No lo soporto.

Se quedaron en silencio unos momentos.

— ¿Qué procede? — preguntó de pronto Evan, logrando que todos se giraran para mirarlo—. Digo, ya nos perdimos la primera clase.

—Eso era justo lo que no quería— dijo Liam, demasiado enfadado como para guardarse sus irritados pensamientos para sí—. ¿Sería mucho pedirles que se fueran?

—Sí— respondió Sandra enseguida, con un tono igual o más irritado que el de su amigo—. No pretendas ser el héroe solitario, Liam.

Liam bajó la mirada, dio un suspiro de fastidio y se unió al silencio sepulcral que habían formado todos los demás.

—Bueno, ¿qué hacemos?— Evan por fin rompió el silencio, en un tono tan fuerte y despreocupado que hizo a todos sobresaltarse un poco y levantar la vista—. Digo, no sé ustedes, pero a mí me parece que si nos encuentran a todos reunidos en el baño sería una escena un tanto ridícula. Falta mucho para que podamos irnos a la segunda hora de clase. No hay porque darle tanta importancia a este asunto. Vayamos a la cafetería y que los demás piensen lo que les salga por el culo.

Se miraron el uno al otro lentamente y, como en un acuerdo tácito, soltaron una carcajada ante la falta de tacto pero excelente consejo de las palabras de Evan.

—Estoy de acuerdo. Lo que quería Ellen era incomodar a Liam. No dejemos que tenga la satistacción— accedió Sandra, sonriendo por primera vez en todo el rato.

 

La cafetería estaba casi vacía, a excepción de algunos alumnos quienes, vencidos por la pereza consecuente del primer día, decidieron saltarse la primera clase. Algunos jugaban con sus telefonos celulares, charlaban con una taza de café en la mano o, simplemente, procrastinaban creyendo que estar ahí pensando en la inmortalidad del cangrejo era infinitamente mejor que escuchar las voces de sus profesores a las ocho de la mañana.

Liam realmente pensaba que todo sería muchísimo peor. Su mente melodramática había estado jugando con él, obligandolo a sentirse nervioso durante toda la noche cuando en verdad no sabía exactamente qué era lo que esperaba. Muchos lo miraban por encima del hombro, sí; y algunos otros cuchicheaban a sus espaldas por aquél chisme siempre tan inexplicablemente interesante de un homosexual recién salido del armario. Pero eso era todo, y había que admitir que era en cierta forma un alivio. Se percató por fin de que estaba sobreestimando la importancia de su persona en una sociedad universitaria tan grande como lo era aquella.

Además, quizás le importaba un poco menos, solo un poco, lo que sus compañeros dijeran sobre él porque el lío en su cabeza era mayormente provocado por desconocer el paradero de Daniel. Era el único a quien le debía una verdadera explicación.

Aunque no quisiera admitirlo en voz alta, sentía que Sandra, Courtney, Evan y Lawrence le daban fuerzas. Todo sería mucho más difícil si lo hubiese afrontado solo.

—¿Has visto a Daniel?— le preguntó Liam a Sandra mientras se sentaban en una de las muchas mesas de la cafetería principal.

—No, ¿quieres hablar con él?

—No pude contactarlo en todas las vacaciones. ¿Tu lo viste?

—Intercambiamos mensajes en Navidad, pero... es todo— respondió Sandra encogiendose de hombros y mirándolo fijamente.

Lawrence escuchaba aquella conversación atentamente. Daniel nunca había sido alguien que le agradara especialmente ni mucho menos, y hasta ese momento no se había percatado de lo mucho que significaba para Liam aquella amistad. Y, aunque a él no le pareciera del todo, era una relación tan importante para Liam como para él lo era la de Courtney y Evan. Se preguntó de pronto el pasado de ambos y cómo es que su amistad había llegado hasta ese punto.

A veces olvidaba que las personas, incluso de las que no se esperaba nada, eran más profundas de lo que mostraban.

Courtney y Evan habían ido a comprar café. Lawrence no sabía muy bien qué hacer en momentos como ese. Liam ya no parecía tan preocupado como hace unos minutos, pero sabía muy bien lo bueno que era ocultando sus sentimientos.

—Voy con Courtney— dijo de pronto Sandra al echar a Lawrence una mirada de reojo y comprender que lo único que quería en esos momentos eran cinco minutos solo con Liam.

Ambos la observaron marcharse con miradas idénticas, aunque por diferentes motivos, de agradecimiento.

—¿Cómo estás?— preguntó Lawrence después de un momento de contemplarse mutuamente.

Liam reposó su codo sobre la mesa y apoyó la cabeza en la palma de su mano.

—Fantástico— respondió. Había pretendido que fuese una broma, sin embargo el sarcástico tono de su voz logró toda reacción en Lawrence menos una carcajada.

—Lamento que tengas que pasar por esto— Law se escuchaba bastante preocupado. No comprendía exactamente los sentimientos de Liam, puesto que nunca pasó por una situación semejante. Su salida del armario no fue un camino de rosas, sin embargo nunca le importó demasiado. Y ese era el gran paso que los separaba. Que a Liam si que le importaba. Y mucho.

—No es tan malo como pensé— se sinceró Liam desviando la mirada y sonriendo fugazmente—. Tenía que pasar. Y ya está pasando. Y terminará de pasar ¿no?

Lawrence miró a su alrededor, sin saber muy bien si a continuación tenía que pronunciar más palabras de consuelo o simplemente sonreír y darle la razón a la pesimista pero verdadera opinión de Liam. Al final se decidió por la segunda opción. Se sentía como una mala persona, porque todo lo que quería hacer era abrazarlo y besarlo a sabiendas de que Liam no lo consentiría en aquéllas circunstancias. Ni siquiera estaba seguro de que algún día podrían mostrar su amor descaradamente a todo el mundo. Liam no era así, ni siquiera cuando estaba con Sandra— que era una relación relativamente aceptada por la gente— parecía sentirse cómodo mostrando señales de afecto en público.

Decidió intentarlo.

Levantó sus dedos y los llevó hasta el frío pómulo de Liam, acariciando su piel tan solo un instante tan fugaz que, al siguiente parpadeo, Liam ya lo había apartado con un manotazo dándose el lujo incluso de mirar hacia todas direcciones, buscando miradas indiscretas.

—Lawrence, ¿qué haces?— dijo volviéndolo a mirar con un suspiro de alivio al estar seguro de que ese pequeño ademán no había sido visto por nadie indeseado. Y Lawrence también suspiró y sonrió levemente. Por lo menos lo había intentado.

—Te amo— dijo de pronto Law, como un vómito verbal y lo miró cautivado. Liam bajó la mirada rapidamente y sonrió como un idiota.

—Yo también.

...

 

Catherine estaba furiosa. No había olvidado la desastrosa función que dieron en el recital de navidad. Su calificación ese parcial sería mucho más baja que su promedio casi perfecto en cuanto a esa materia se trataba, pero no le importaba. Si pudiera retroceder el tiempo, estaba seguro de que habría hecho lo mismo. Probablemente el público no tenía la culpa, pero tampoco se permitiría fingir sentir algo que no sentía.

—No eres bueno trabajando en equipo— dijo Catherine, severa. Lo miraba como nunca antes lo había mirado. Realmente había perdido una buena oportunidad de conocer contactos. Si quería ser serio en la música su talento no sería suficiente. No en esa época, en sus circunstancias. Necesitaba personas que le ayudaran, personas importantes—. Ya no estoy segura de querer trabajar de nuevo contigo en alguna presentación.

—No tienes ni idea de lo mucho que lo siento.

—Pero no te arrepientes.

Law no pudo replicar a tan obvio comentario. Catherine suspiró irritada y posó la mirada un momento en sus papeles.

—Mira— continuó, haciendo uso de una paciencia que no sabía que tenía—. Afortunadamente para ti, solo los músicos presentes en la sala se dieron cuenta de que fue un desastre. Sin embargo, tu comportamiento en la sala solo influyó a que se hicieran una mala opinión de ti. Piensan que eres arrogante. El típico músico aprendiz entendido que se cree el nuevo Beethoven.

Lawrence le dedicó una mirada de fastidio.

—Pero, como siempre, están juzgándome sin saber nada. No es mi culpa que sus mentes no puedan ver detrás de un mal momento.

—¡Tampoco es su culpa tu comportamiento!— Catherine no podía creer lo profunda que era la terquedad de Lawrence. Era exasperante—. Eres bueno, Law. Eres talentoso. De verdad quiero que pase algo contigo, sería un desperdicio total si te marginaramos. Yo sé que necesitas una segunda oportunidad, y estoy dispuesta a dártela. Pero, por el amor del cielo, ayúdame— lo fulminó con la mirada al darse cuenta que Law estaba a punto de replicar—. Cierra la boca y escucha. El mundo en el que te desenvolverás no te querrá por tus raíces humildes o tu talento innato. Ellos quieren verte como un ser perfecto: educado, bueno en el piano... atractivo. Lamentablemente hoy en día todo eso se necesita para ser famoso, no solo ser bueno.

—¿Me estás diciendo todo esto por haber hecho una mala actuación en un recital académico navideño? ¿Por una pieza de Tchaikovsky?

—Por lo que sea— Catherine acomodó sus papeles y lo miró de nuevo de reojo—. Ahora, quiero una explicación razonable a tu comportamiento. La merezco, ¿o no?

—No te va a gustar lo que te diga— Catherine solo esperó, y Lawrence se sintió de pronto ridículo—. ¿Has escuchado de... algo? ¿Algún rumor?

—¿Que tu amigo es gay y está contigo? Sí. En la sala de maestros todos son un poco más cotillas de lo que parecen— dio un sorbo a su termo de café.

—Pues es cierto, y Ellen fue quien inició con todo, lo descubrí justo el día del recital.

Catherine lo miró estupefacta.

—¿Es todo?

—No lo entiendes. Significaba demasiado para Liam... seguía siendo un secreto. Y Ellen y yo tenemos nuestra historia y...

Le sorprendió que Catherine soltara una carcajada.

—Ay, los universitarios...— susurró de pronto, sintiéndose muy ajena a aquellos problemas—. Ya entendí, Lawrence. No tienes que darme explicaciones personales. Pero te daré un consejo: manten en lados separados la escuela y lo que sea que tengas con cualquiera de los dos.

—Con Liam— se apresuró a aclarar.

—Con Liam— repitió Catherine—. Hacen una bonita pareja.

 

...

 

Encontró a Daniel en una de las muchas bancas de las áreas verdes. Estaba leyendo unas partituras distraídamente. Liam, al verlo, sintió como su pulso se aceleraba. Se sintió tonto; nunca antes había tenido, ni había necesitado, ese comportamiento con Daniel.

—Dan— le llamó. Liam vio, incluso a través del grueso abrigo que llevaba puesto, como los hombros del aludido se tensaban. Tragó saliva, y fue cuándo se empezó a sentir incomodo.

Daniel no le respondió. No sabía cómo hacerlo, qué decirle. Permaneció sentado, observando de reojo como su amigo se sentaba a su lado y lo miraba fijamente. Se volteó lentamente, con ojos aun dudosos de verlo de frente. Liam iba a explicarle algo, así que simplemente le dejaría hablar.

—Daniel— continuó Liam en un intento de ganar tiempo. No sabía cómo empezar—. Perdóname.

Daniel lo miró tan solo unos segundos antes de volver a bajar la mirada. A Liam lo estaba matando el silencio, así que no pudo evitar preguntarle aquello que lo había tenido en el limbo durante todas las vacaciones:

—¿Estás molesto porque no te lo dije o porque así es?

—¿Que si estoy molesto?— exclamó Daniel, mirándolo por fin a los ojos. Y Liam se sobresaltó por lo enfadado de su tono— ¡No sé ni qué decirte, Liam! Todas las vacaciones me estuve preguntando si era verdad o no, aunque ya supiera la respuesta. No me lo creo, Liam. No lo entiendo.

Liam desvió la mirada con los ojos muy abiertos.

—¿Qué es lo que no entiendes?

—No comprendo cómo pasó. Cuándo. Quiero decir, hemos sido amigos durante años y de pronto me entero de que todo este tiempo has guardado un secreto de esas dimensiones. ¿Y Sandra se lo cree? Ella era la que te conocía mejor que nadie...— se detuvo un poco para respirar y encender un cigarrillo—. ¿Lo estabas ocultando en serio? ¿O simplemente no lo sabías ni tú?

Liam abrió la boca para responderle, pero no salió ningún sonido porque se percató de que ni siquiera él sabía la respuesta. Cuando estuvo con Cameron realmente pensó que había sido un error. O por lo menos se esforzó tanto por pensarlo que se convirtió en verdad hasta en su propia mente. Sin embargo, no fue hasta que sucedió todo con Lawrence que comenzó a plantearse realmente qué sucedía con sus sentimientos. Quizás el negarlo tanto con Cameron le hizo caer a sí mismo en un shock enajenado del que no había salido hasta que se enamoró de Lawrence. O quizás simplemente tener una novia para él había sido tan insignificante hasta ahora que nunca se puso a analizarlo.

—Tal vez soy bisexual— susurró. Y después se sorprendió él mismo por haberlo dicho en voz alta.

Daniel, que hasta ahora solo lo había mirado con el ceño fruncido, apartó la vista y la enfocó en algún punto particular del suelo, pensativo.

—Quizás todos somos bisexuales y no lo sabemos hasta que nos descubrimos enamorados de alguien con nuestros mismos genitales— dijo Daniel sin pensarlo demasiado y dando una distraída calada a su cigarrillo.

Silencio otra vez. Un silencio en el que, de pronto, ambos se encontraron fumando juntos, pensando y restándole importancia a un asunto que, después de todo, no tenía que ser tan importante. La sexualidad entre jóvenes adultos con futuro debía de ser lo que menos importara entre sus características.

—Si te interesa saberlo— comentó Dan de pronto, las palabras acompañadas por un humo de color grisáceo—. Estaba enfadado contigo porque sentía que no confiabas en mí... Pero ahora me doy cuenta de que tu cabeza está tan jodidamente revuelta como la de todos nosotros que dábamos totalmente por hecho que tener sexo con hombres no estaba en tu lista de gustos personales. Así que te perdono.

Liam bajó la mirada y dio otra calada a su cigarrillo. Se sentía tan feliz que incluso podría abrazarlo, pero decidió seguir con aquella atmósfera tranquila y relajada que siempre existía cuando estaba con Dan.

—Gracias.

 

...

 

Lawrence desvió su camino unos segundos para ganar tiempo. Aunque fuera el primer día de clases, tenía pocas o nada de ganas de escuchar a los profesores preguntarles qué tal les fue en las fiestas navideñas o qué bonito país visitaron en esa ocasión. Parecía que ese tipo de preguntas nunca desaparecían, ni siquiera a un nivel academico tan alto como era la universidad.

Así que decidió tomarse un día libre más. Solo uno. Quizás entraría a la clase de instrumentos orquestales, o a la de contrapunto en la que el profesor no tenía piedad ni siquiera en una clase tan trivial como la del primer día después de las vacaciones.

Avanzó un poco más, hasta que llegó a la cafetería de la zona oeste de la universidad. Estaba distraído, pensando en qué tal le estaría yendo a Liam con Daniel, o si por lo menos lo había encontrado. Le preocupaba que pasara algo negativo y Liam tuviera más razones para deprimirse.

Le vendría bien comer algo de comida chatarra para pasar el rato. Al abrir la puerta de la cafetería, sintió como un remolino de cuatro o cinco universitarios invadía su espacio personal. Y lo hubiera pasado totalmente por alto si no fuese porque, aun entre su sorpresa por la inesperada estampida y su aire distraído, distinguió entre aquella multitud una familiar y muy llamativa cabellera naranja...

Fueron sus impulsos, puesto que fue tan automático que casi ni lo notó, los que le hicieron voltearse rápidamente y antes de que Ellen lo ignorara rotundamente— que parecía lo que estaba dispuesto a hacer— le tomó de la muñeca, obligándolo a detenerse.

Todos voltearon a verlo. Ellen volteó su rostro, que parecía algo incomodo y sorprendido y no sabía si mirar el rostro de Lawrence o a la mano que presionaba con fuerza contenida su muñeca. Se notaba que no esperaba aquello. Ni siquiera Law se lo esperaba.

—Necesito hablar contigo— dijo Lawrence. Era una frase tan cliché, tan obvia; pero no se detuvo a pensar en ello. Había pretendido que su voz se escuchara seca, serena y con leves toques de indiferencia. Pero no lo logró. Sonaba enfadado. Sonaba exactamente como se sentía en esos momentos, y detestó no haber podido ocultarlo; porque lo que menos quería era que Ellen supiera lo mucho que lo había afectado, la mucha importancia que le daba.

Ellen lo miró durante unos segundos, expectante y sin decir palabra. Su grupo de amigos lo miraba igual, quizás un poco menos intimidados.

—Dime— dijo por fin Ellen mirándolo finalmente a los ojos. Había requerido cierto valor para hacer eso. Los ojos de Lawrence podían ser, en ocasiones, muy dominantes. Y ya reconocía aquella mirada. La reconoció de inmediato porque no la había olvidado. Era la misma que aquel momento en el recital de navidad.

 

Lawrence miró a su alrededor, pasando sus penetrantes ojos por encima de los chicos que acompañaban a a Ellen. No había planeado ese momento. De hecho, había sido algo tan repentino que le sorprendió tenerlo así de claro en su cabeza.

Aun así, sabía que quería hablarlo en privado. Pero al parecer Ellen no estaba dispuesto a quedarse a solas con él. Lawrence se dijo en su cabeza que no iba a cortarse porque estuviese resguardado por sus amigos. Si quería hacer público lo que pensaba sobre él allí, en frente de las puertas de una cafetería para nada escondida, con sus amigos que seguro no eran mejores que los de Liam, de acuerdo. Mejor.

Posó su mirada de nuevo en aquel chico de pelo anaranjado y suspiró.

—Dame una razón para lo que hiciste— dijo posando bien sus pies en el suelo y sin importarle su tono de voz—. Solo una.

—Vamos, Lawrence— dijo Ellen ocultando su nerviosismo bajo aquel cínico mecanismo de defensa—. Por fin el secreto está disuelto. No finjas que no te sientes ni siquiera un poquito aliviado.

Lawrence soltó una carcajada por lo bajo sin nada de humor.

—No era un secreto.

Ellen dejó de sonreír.

—¿Ah, no?— estaba seguro de que nadie en la universidad lo sabía. Que había sido un chisme que muchos alumnos se habían saboreado como quien lee morbosamente una revista de farándula. Pero Lawrence lo decía demasiado convencido y demasiado serio.

—No. No niego que lo era hasta hace muy poco, pero hay una gran diferencia entre un secreto y una revelación pública, inútil y morbosa. ¿Para qué mierda quieren saberlo? ¿para qué gritarlo al mundo, Ellen?

Ellen ya no supo que contestar. Era algo en las palabras de Lawrence que no lo dejaba hablar.

—No hay razones— dijo por fin. Su mente estaba en blanco y se sentía estúpido.

Lawrence levantó la mirada al cielo. Él tampoco dijo nada, pero no por ausencia de palabras en su mente, sino por una avalancha que no podía dejar salir sin causar un desastre.

—Pues qué triste, Ellen— exclamó después de unos instantes.

El ambiente se había tornado tenso e incomodo puesto que los personajes sobrantes, que en vez de ganarle peso a la presencia de Ellen no habían hecho más que estorbar en toda la conversación, habían decidido mirar en otras direcciones, arrepentidos de no haberse ido cuando tuvieron la oportunidad. Por fin Ellen habló. Más por romper el silencio que por ganas:

—¿Por qué no gritarlo al mundo? Te olvidas de la hipocresía, de los malentendidos y...

—Sólo déjame decirte una cosa— interrumpió Lawrence, sintiendo toda la crueldad de su ser (que no era poca) mezclarse en una sola frase. Ya no le importaban las razones de Ellen, ni aun sabiendo que detrás de su cinismo se escondía un pobre chico acorralado:— El besarte en tu fiesta ha sido una de las cosas de las que más me arrepiento. Pero no fue tu culpa. Incluso intenté defenderte alguna vez, y no era por ti. Era lo que significaba— sabía que no se estaba explicando bien, pero no le importaba. Solo quería llegar a la conclusión que, de pronto, tuvo mucho sentido en su cabeza—. Y ahora no solo me arrepiento por haber besado a alguien que no es Liam. Me arrepiento de haberte besado a Ti. Me arrepiento de haberte tocado, de haber hablado contigo y de esa simpatía que te tuve alguna vez.

Se fue de ahí, olvidando completamente que su idea era entrar a la cafetería. Sentía que un peso se había evaporado de su espalda. Todo ese tiempo había traído consigo aquello que lo torturaba y hacía enojar. Y ahora se había desahogado, no sabía si de la mejor manera posible. Pero a su manera.

 

Ahora tenía que buscar a Liam. Porque había un peso más que, de pronto, había aparecido de nuevo en sus hombros después de mucho tiempo.

 

 

Notas finales:

hola de nuevo! Tanto tiempo sin pasar por aquí... De verdad les pido una disculpa. Pero mi historia no ha estado arrumbada por ahí, en serio que le he dedicado tiempo y nunca de los nuncas me he olvidado de ella.

Ahora sí. Espero que hayan disfrutado el capítulo... Si ven alguna falta de ortografía por ahí, díganme por favor. Porque tuve que revisarlo todo a ojo (no tengo office de momento :C)

Denme sus opiniones, que saben que es lo que más me gusta ;)

Les doy las gracias a quienes siguen ahí, esperando mi actualización. Y a todos quienes me leen. Como siempre, los quiero mucho C:

BESOS. 

PD. No sé cuando actualizaré. Ya no les prometeré nada, porque de verdad no lo sé. Discúlpenme :C Pero es que en estos momentos hay demasiadas cosas en mi cabeza. 

 

Besos otra vez.


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