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Danza Húngara por Nasuada

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Notas del capitulo:

Para aquellos lectores que quieren saber más sobre Michael...

VII                                                                

  Viejas remembranzas         

 

    La noche era una recopilación de momentos frágiles y lluvias torrenciales. En medio de un callejón bastante iluminado se podía observar levemente el contorno de los diferentes edificios, varios de ellos, iluminados por su propio anuncio publicitario que gritaba a los cuatro vientos el nombre del establecimiento.

    Todos eran bares, o discotecas. La mayoría adornada por un collar de personas que deseaban entrar. Otras eran menos sofisticadas y lo único que pedían era una credencial que anunciara tu mayoría de edad.     

    Había una discoteca en especial llamada Psychosis. Era un edificio moderno, con letras de neón en colores fríos, y las anfitrionas que daban la cálida bienvenida a los clientes eran chicas con sugerentes minifaldas plateadas y pelucas de color azul eléctrico y maquillaje a juego.

    Lawrence, como siempre, entraba por la puerta de atrás. Ayudado por uno de los encargados: un viejo que aun no lograba entender porque ese muchacho le agradaba tanto.

    —Dijiste que ibas a traer aquella identificación esta vez— dijo el encargado, viendo a todos lados por si alguien pasaba por allí y veía aquella sospechosa escena.

    —Lo olvidé— respondió Law. Había conseguido una credencial falsa bastante convincente—. La traeré la próxima vez.

    Entró por una bodega llena de cajas repletas de botellas y bolsas con cacahuates. Pasó por una portezuela que indicaba ser una de las salidas de emergencia y, al abrirla, sus oídos se inundaron de la música pegajosa que emitía el DJ.

    La noche a Lawrence se le antojaba discreta. No era como otras. Parecía que los gays habían decidido pasar la fiesta en el Violet Rain, Sun & María, o en algún otro barecillo para homosexuales. Esa noche se presentaba el Dj que más le gustaba, porque no solo tocaba basura electrónica que lo ponía de nervios a los cinco minutos. Combinaba incluso, clásicos ochenteros con música Indie o electrónica, incluso country; lo que le daba un ritmo—porque no había otra forma de describirlo— disparatado; pero bastante original.

    —Un vodka con soda de toronja.

    Fue a sentarse en la barra y esperó, como siempre, a que algún chico bueno se le acercara. Comenzó a jugar con sus dedos al ritmo de la música mientras le servían la bebida que había pedido.

    — ¿No eres un poco menor para estar aquí?

    Una voz delante de él interrumpió sus banales pensamientos. En la barra de cristal habían puesto ya su bebida y un barman que Lawrence nunca había visto lo miraba intensamente. Era muy atractivo pero demasiado rubio para su gusto. Su cabello parecía cuarzo amarillento entre las luces que ponía el DJ por todo alrededor para animar la música; y tenía unos espectaculares ojos rasgados que a Law le parecieron grises, aunque bien podían ser azules.

    Lawrence, al meditar aquel comentario, frunció el seño y lo miró con sarcasmo.

    — ¿Te importaría no meterte en mis asuntos?

    Lawrence se preguntó como había descubierto el barman que era menor de edad. Después de todo, no se le notaba; siempre le decían que parecía unos años mayor que su edad autentica. Tomó un sorbo a su bebida mirando al chico de ojos grises con burla.

    —Déjalo tranquilo, Michael. Es un buen cliente— dijo el viejo encargado mientras pasaba por allí, dándole una palmada al barman.

    Lawrence sonrió complacido, y antes de que pudiera ver la reacción del barman al que el viejo encargado llamó Michael, alguien a su lado captó de inmediato su atención. Era un joven de unos veinticinco años, delgado y de cabello oscuro con la “sonrisa clave”.

    Se llamaba Brian. Fue lo único que supo Lawrence antes de que desaparecieran entre la multitud de gente para ir a un lugar más privado.

   A veces Lawrence se hartaba de lo aburrido que la pasaba cuando trataban de apoderarse de él. Las manos de Brian habían acorralado sus muñecas y las habían puesto arriba de su cabeza mientras pasaba sus calientes y húmedos labios por su cuello.

    No recordaba ni siquiera cuando habían llegado a aquel motel más o menos decente (en comparación a otros que había visitado). Las sabanas parecían con suciedad permanente y se notaba a leguas que era de paso. Para aquellas parejas que necesitaban un rato a solas y ya no se aguantaban las ganas de follar. En una mesita de piedra fría mal construida que simulaba escasamente al mármol había un catalogo con lo que ofrecían: Condones de sabores que provocaban una ligera carcajada al oír de ellos, ropa interior comestible, licores baratos, vibradores y ciertos productos de chocolate. La habitación estaba repleta de espejos; a cada lado de la cama, enfrente de ella y uno en el techo. Lawrence no le prestaba atención a ninguno en particular, aunque parecía que a su acompañante le excitaba mucho verse de vez en cuando.

    Lawrence se desató de la prisión de manos y, de un rápido movimiento, tomó el control, colocándose encima del joven llamado Brian.

    — ¿Pero qué haces? — preguntó Brian bastante desconcertado.

    — ¿Qué crees que hago? — dijo Lawrence en un susurro comenzando a lamer su cuello. Brian lo alejó de un pequeño tirón en su cabello.

    — ¿Crees que voy a dejar que me la monte un chaval? — De nuevo trató de dominar a Lawrence, pero éste no se lo permitió— Tengo reglas…

    Lawrence soltó una risita burlona por la cantidad de preguntas utilizadas en una banal conversación y miró a Brian intensamente. Otro con “reglas”. Brian desvió la mirada cegado ante la intensidad de los brillantes ojos de su acompañante. Law tomó su barbilla casi cariñosamente y le obligó a mirarlo.

    —Las reglas están para romperse ¿No lo crees?

    Y como siempre, como todos, accedió al final de una sesión de besos que lo dejaron sin aliento.

    Como era un motel de paso, bastante desagradable, por cierto, al terminar las cuatro horas de estancia, Lawrence comenzó a vestirse. Sentía la mirada de Brian en su espalda, quemándolo con lujuria desde la cama. Al ponerse de pie para acomodar sus pantalones volteó su cuerpo y le sonrió. Brian le devolvió la sonrisa.

    — ¿Cuántos años tienes? —preguntó a Lawrence mirándolo intensamente. Por más que intentaba adivinarlo, no estaba seguro de poder calcular correctamente.

    Lawrence se pensó si debía responderle con la verdad. Se puso su camisa y lo observó de arriba  abajo.

    —Dieciséis.

    Le dio la espalda mirando tan solo unos segundos la mirada atónita de su acompañante. Cogió su chaqueta y abrió la puerta dejando en la mesita de piedra su parte de la cuenta.

    — ¡Espera! — Al voltearse se encontró con un Brian vestido ya con la ropa interior— ¿Quieres repetirlo algún día?

    Lawrence sonrió, repentinamente nervioso, y volteó su mirada. Nunca se acostumbraba a ese tipo de situaciones en las que desconocidos compañeros de polvo le pedían una segunda vez.

    —Preferiría que no— respondió.

    Brian lo miró tratando de imitar sus intensos ojos.

    —Las reglas son para romperse ¿No crees?

    Lawrence tomó su celular del piso y lo guardó en el bolsillo del pantalón abriendo con rapidez la puerta de entrada.

    —No son reglas.

 

    Su casillero siempre había sido un desastre, desde la secundaria. Todos los cuadernos estaban revueltos y había comida por todas partes. Pero sabía que “ese” desastre, no era suyo. Alguien lo había desordenado a propósito y habían arrancado varias hojas de su carpeta de apuntes más importante. Lawrence maldijo en silencio y tomó su cuaderno de matemáticas.

    Cerró su casillero de un portazo y al hacerlo, se encontró con el rostro de Courtney apoyado en una de las taquillas del lado, provocándole un ligero sobresalto.

    — ¡Joder, Courtney! Que susto— exclamó mordazmente.

    —Uy, ¿A qué se debe tu amable comportamiento tan temprano? —preguntó comenzando a seguirle el paso.

    —Otra gilipollez de los idiotas de esta escuela— dijo, levantando la voz en la última frase para que todo quien pasara a su lado le oyera.

    Courtney acomodó su cabello detrás de la oreja y caminaron en silencio hasta el aula de matemáticas. El maestro era un hombre cuarentón bien conservado. Con una barba de algunos días castaña con algunos remolinos blancos; y cabello impecable y engominado, con una que otra cana asomada en sus patillas. A todos les caía bien. No porque fuera particularmente simpático, pero era un muy buen profesor y su aura seria, aunque algo friki, era agradable.

    Courtney le pasó a Lawrence los apuntes de la clase anterior al darse cuenta éste de que habían sido unas de las páginas arrancadas. Los terminó justo a tiempo de que la  clase comenzara y, al terminar, se mantuvieron las dos horas libres que tenían traspasando de otras materias.

    —Cuando descubra quien lo hizo, le arrancó los huevos— dijo Law muy de malas.

    —Pero normalmente esto a ti no te afecta. No le des tanta importancia, hombre.

    Lawrence le dedicó una sonrisa medio burlona.

    —Pero que no se metan con algo que decida mi calificación del semestre.

    Courtney sonrió, más tranquila al descubrir la razón del comportamiento de su amigo. Hacía pocos meses que había salido oficialmente del closet y no dejaba de preocuparse de lo bien que su amigo lo estaba tomando. Aun esperaba el día en el que comenzara a llorar en sus brazos preguntándose porque la vida era tan injusta con él, o algo así.

    Aunque por otra parte, sabía que Lawrence nunca se comportaría así. Ni se tiraría a llorar en el suelo por nadie.

    —Oye, no me digas que el sábado también fuiste al bar ese. Llamé a tu casa y me dijo Alex que te habías ido a “tus clases de piano extracurriculares” — dijo Courtney con expresión de sospecha—. Menuda mierda.

    Lawrence sonrió recordando.

    —Pues adivinaste.

    —No inventes… ¿Y ahora cómo estaba el tipo al que te follaste?

    —Estaba bien. Deja de chismosear.

    — ¿Supiste su nombre esta vez?

    —Brandon… ¡No!, Brian.

    Courtney hizo mueca de desaprobación en todo el rostro.

    —Deja de ser tan suelto de culo, que alguna vez te van a pegar algo.

    Lawrence soltó una sonora carcajada ante el adjetivo que le había dado su mejor amiga. Siempre se le ocurrían oraciones que para nada pintaban en las situaciones que conversaban. Sobre todo cuando de algo serio se trataba.

    —Por eso voy a bares refinados.

    —No me jodas…

 

    Casi por arte de magia, llegó el viernes.

    Como siempre, Lawrence le comentó a Alexandra sobre sus falsas clases de piano y salió del departamento tan rápido que no dio tiempo a su hermana de reclamarle nada. Agradecía a quien fuere que tuviese que agradecer por hacer que su madre cogiera ese trabajo nocturno en una cafetería que no había pasado de los años cincuentas. Por ello, ahora tenía toda la noche para ir a divertirse un rato.

    Siempre iba al mismo bar, a no ser que la ocasión no se lo permitiera. En ocasiones Leo, el encargado, negaba con su cabeza desde la entrada dándole a entender que había alguna autoridad dentro, revisando que las normas se cumplían correctamente. Higiene, libre de drogas y libre de menores de edad con copas llenas de alcohol en las manos.

    Lawrence tocó, como siempre, la puerta posterior; siendo recibido por el hombre de siempre. Entró disimuladamente y escuchó con pesar al Dj de los segundos viernes de cada mes: Un principiante monótono que no tenía idea de lo que significaba música entretenida.

    Volvió a sentarse en la barra.

    —Un vodka con…oh— levantó su vista y se encontró de nuevo con los grises ojos del barman llamado Michael. Frunció el seño. El trabajador anterior le caía bien. No era como si hablaran mucho pero, precisamente, por eso le caía bien.

    — ¿Qué cosa? —preguntó Michael sonriéndole con burla.

    —Un vodka con…

    — ¿Soda de toronja?

    Lawrence se sintió ligeramente idiota y asintió volteando la mirada hacia la pista.

    —Eres una persona predecible.

    Se irritó. El barman habló más de la cuenta otra vez.

    — ¿Perdón? —preguntó dándole la oportunidad de dejar de meter su puta nariz donde no le llamaban.

    —No me agrada mucho repetir lo que digo.

    Law rodó los ojos y frunció el seño, tomando de su bebida que Michael había puesto en la mesa amablemente.

    —Parece que vienes mucho por aquí. Verás, yo soy nuevo y no sé exactamente cómo comportarme con los clientes privilegiados. Parece que tú eres uno de ellos.

    —Sí, y ¿Sabes cómo debes comportarte? —Dijo con falsa amabilidad—: Callado como una roca y totalmente indiferente a lo que haga o deje de hacer— dio otro trago a su vodka, que de repente le sabía horrible.

    El barman se encogió de hombros.

    —Disculpa… pero es que no deberías hacer lo que haces.

    Lawrence se levantó tratando de irse ¿Qué mierda le picaba a ese sujeto?

    — ¡Espera! — Michael casi se sube a la barra para tomarlo por la muñeca. Lawrence se volteó sin entender nada—. Me llamó Michael— Law no dijo nada—. ¿C-cómo te llamas?

    —Lawrence.

    Michael sacó un papel del mandil de cuero negro que llevaba puesto.

    —Escucha, Lawrence… si quieres tener un encuentro, una cita, de más de cinco palabras… puedes llamarme.

    Michael había soltado su muñeca desde hacía rato, pero seguía de pie. Como petrificado. Lawrence le arrancó el papel de la mano y lo guardó en el bolsillo de su chaqueta. Varias personas los veían, así que se apresuró a salir del bar.

    Qué extraña manera de echar a perder una noche de viernes.

 

    — ¿¡Otra vez!? —Exclamó Courtney cerrando con fuerza su taquilla— Lawrence, comienza a fastidiarme tu irresponsabilidad.

    —Courtney, no te ofendas. Pero no estoy de humor para tus sermones.

    La discusión había comenzado a consecuencia de un ligero despiste por parte de Law en la clase de literatura. Se había quedado profundamente dormido en las lecciones de uno de los profesores más estrictos de toda la escuela, el cual le bajó dos puntos de su nota final por tan semejante descaro y Law le había dicho a su mejor amiga que, ese fin de semana, no había estado exento de fiestas nocturnas.

    —Law, no te ofendas ¡Pero me importa una mierda que no estés de humor! — dijo Court mientras caminaban hacia la cafetería. Ella con una mueca de total enfado, y él, desviando la mirada suspirando con fastidio— Alguien tendrá que reprocharte lo que haces, ya que las dos mujeres de tu familia están engañadas por completo con esa estupidez de que vas a clases de piano.

    — ¡Si voy a clases de piano!

    — ¡Pero no a esas horas! Joder, sabes a lo que me refiero.

    Ambos intentaron tranquilizarse poniendo entre ellos una barrera de silencio total.

    Se sentaron en una mesa hasta el fondo y a la esquina, como siempre. Por alguna razón casi nadie se sentaba con ellos. Y Courtney sabía que tampoco era porque Lawrence fuera gay, porque aquel rechazo venía de mucho antes.

    —Hola…— Saludó una chica con gruesos lentes de pasta, sentándose al lado de Lawrence lentamente.

    Solamente esa persona los acompañaba de vez en cuando: Trinna. Era una muchacha bastante inteligente y con el estereotipo de niña estudiosa a más no poder. Casi nunca hablaba, aunque Courtney intentaba con todas sus fuerzas cambiar eso. Ambos, Law y Courtney, le platicaban cosas que les habían sucedido, anécdotas de sus clases en la orquesta comunitaria o, simplemente, exclamaban en voz alta críticas hacia otros compañeros, preguntas. Trinna nunca contestaba. Pero ellos, de alguna manera, se sentían escuchados por aquella chica que miraba, atentamente, sus apuntes en la cafetería. Contestando los deberes que les habían dejado en la mañana.

    A veces, incluso contestaba los ejercicios de matemáticas de Law o Courtney sin que ellos se lo pidieran o si alguno de los dos tenía alguna duda ella la aclaraba con señas en su cuaderno y frases excesivamente cortas.

    Lawrence refunfuñó y se levantó de su asiento para ir a las barras por algo de comer. Courtney le pidió secamente que le comprara una hamburguesa. El no le dijo nada, pero su mejor amiga sabía que siempre le compraba lo que quería, aunque estuvieran sumamente enojados.

    —Pff, míralo— le dijo Court a Trinna soltando un resoplido, mientras comía unas gomitas de gusano que había comprado en la máquina expendedora, y le ofrecía a la chica que no dejaba de mirar su cuaderno— Alguna vez va a coger una enfermedad de transmisión sexual y veamos cómo le va.

    —Trinna tomó una gomita y rascó su cabeza con la pluma. Courney y Law siempre le decían sus intimidades, aunque ella no opinara nada sobre ellas.

   …Y si, por supuesto que lo apoyaré ¿Pero lo enfermo quién se lo quita, eh? Vamos, tú debes estar de acuerdo conmigo ¿Verdad? ¿Están buenas las gomitas?

    Courtney siempre era así. Le hacía preguntas aunque nunca esperaba una respuesta.

    Law llegó  casi diez minutos después extendiéndole a Courtney la hamburguesa que le había pedido. Después tomó asiento al lado de Trinna y, cuando iba a darle un mordisco a su emparedado, un estudiante paso a sus espaldas y lo empujó. Law casi se ahoga con su desayuno y el muchacho huyó como si nada.

    — ¡Ay! —replicó Law buscando con la mirada a quien lo atacó.

    — ¡Gilipollas! — gritó Courtney. Aquel estudiante se volteó a verla y, con una sonrisa burlona, levantó su dedo corazón hacia ellos.

     —Hijo de puta— Lawrence se levantó y corrió hasta aquel sujeto. Había llegado a refugiarse con su grupo de amigos que miraban expectantes pero Law los ignoró a todos y, dando un fuerte suspiro antes de todo, golpeó el estomago de quien lo había empujado.

    Y Courtney intervino colocándose en medio antes de que los amigos del sujeto, que en ese momento se revolcaba en el suelo como gusano, intervinieran.

    Lawrence y Court se alejaron con sonrisas triunfadoras al darse cuenta de que ningún profesor había observado la escena o, si es que la vieron, no querían intervenir.

    — ¡Cobarde! —exclamó Courtney caminando de espaldas.

    Y después de aquella fastidiosa escena, ambos decidieron faltar a las demás clases. Solo esa vez.

    — ¿Estás bien, Law? —preguntó Courtney.

    Habían llegado hasta la parte sur de Central Park y veían fijamente los arboles que absorbían mayormente el paisaje. Se sentaron en la sombra de un árbol y terminaron de comerse su almuerzo que se había visto interrumpido por semejante escena. Muchas personas caminaban alrededor de las zonas verdes por los caminos empedrados que daban al parque una amena sensación de unión entre la sociedad. Aunque solo fuese un encantamiento por los grandes árboles, el cielo azul adornado por  nubes blancas y delgadas y el olor a césped recién cortado y a la humedad del los siete lagos que se acomodaban en diferentes partes del enorme terreno.

    Estaban en una zona muy cerca de la laguna The Pond. La humedad del agua se sentía en la brisa.

    —Si ¿Por qué? — respondió Lawrence distraído ante una parvada de palomas que se arremolinaban entre una pareja de ancianos sentados en una banca, compartiendo con las aves migajas de sus emparedados.

    Courtney no le contestó. Se dedicó a observarlo para comprobar que la respuesta de su amigo había sido sincera. Parecía que si, sin embargo, Courtney siempre estaba preocupada por él. Siempre le hacían malas pasadas en la escuela y parecía que a Lawrence le importaba una mierda. Court se sintió débil. Quizás a ella era a la que le importaba demasiado.

    — ¿Has conocido a alguien agradable en los antros?

    Lawrence se volteó hacia su amiga ignorando a los viejitos que ahora caminaban de la mano a seguir paseándose. Se sorprendió de aquella pregunta. A Courtney nunca le habían interesado sus detalles de las fiestas a las que asistía porque no eran su ambiente.

    — ¿A qué viene eso? —preguntó riendo por lo bajo.

    Court suspiró.

    —Solo es una pregunta inocente—respondió con una sonrisa angelical que no engañaba a nadie.

    —Sí, como no.

    — ¿Sabes algo? La próxima vez que vayas, avísame para ser tu pareja.

    Lawrence soltó una carcajada medio nerviosa.

    —Courtney, yo no voy a esas fiestas precisamente a bailar.

    — ¡Pues a eso es a lo que deberías ir! —Respondió Courtney— Apuesto a que te sientas en la barra a esperar que un chico se te acerque para ir a coger a algún lado…

    Eso era absolutamente cierto. Pero no lo iba a admitir a Courtney, aunque sabía que ella lo daba por hecho. No se lo preguntaba.

    Aun así la conversación quedó allí. Lawrence sabía que su amiga no era para ir a ese tipo de lugares. Ella no bailaba, y sabía que a los quince minutos de escuchar música electrónica en tan alto volumen comenzaría a asesinar al Dj y a cualquiera que intentara detenerla. Siempre había ido solo.

    Y aquella noche no fue la excepción.

    Iba de camino al bar. Llevaba puesta la capucha de su sudadera azul porque una ligera llovizna en forma de lluvia había logrado refrescar el clima de la Gran Manzana al punto de que el vaho salía de los alientos de todos. Se estaba congelando, y se arrepentía de no haberse puesto algo más abrigador, aunque nada le restaba el buen humor. Ni los pies congelados ni las manos entumecidas.

    Había metido sus manos al cálido refugio de los bolsillos de su sudadera forrada de peluche sintético. Y tocaba ansiosamente con sus dedos la credencial falsa que, por fin, había recordado llevar, a petición del viejo dueño del lugar.

     Como siempre llegó a un callejón en donde estaban los patios de todos los negocios de aquella zona. Y aunque era una calle con negocios relativamente decentes, no faltaba el drogadicto perdido y acostado ajeno al frío y a todo lo que le rodeaba. Lawrence al principio les tenía miedo, aunque después simplemente se acostumbró al hecho de tenerles lastima.

    Saludó cordialmente a una mujer gorda, que siempre pensó que era un travesti aunque no estaba seguro; que vendía discos piratas de porno homosexual en un puestucho bastante recargado de gente a partir de las diez de la noche. Lawrence le había comprado unos cuantos videos, y siempre le sacaba conversación.

    Tocó tres veces la cortina mecánica del bar. Se le estaban congelando las pelotas y nadie le abría, lo que le extrañó. El viejo siempre lo hacía a los cinco segundos de haber tocado.

    Entonces un ruido le alertó, pues por fin alguien levantaba la cortina, aunque no era el viejo.

    Era Michael.

    Lawrence se quedó inmóvil sin saber muy bien cómo comportarse. Sabía que se encontraría allí a ese barman insoportable, pero esa noche había planeado sentarse en algún sofá alejado de la barra para que aquel indeseable no le causara problemas.

    A pesar de que el papel con su número escrito en él se encontraba, perfectamente desdoblado, en su mesita de noche.

    —Hola, Lawrence— dijo con una sonrisa que le dejo deslumbrado. Fuera, con la luz de las farolas adornando la entrada, parecía más real. Su cabello platinado se reflejaba en las estelas y combinaba con la oscuridad de la noche. Y ahora sabía que grises era el color natural de sus ojos. Y su sonrisa era casi perfecta, a excepción de los dientes caninos, que eran afilados como los de un vampiro (menos prominentes, claro)

    —Hola— dijo, pasando a su lado para entrar. Necesitaba sentir la calidez de un negocio.

    Michael cerró la compuerta y se quedaron de pie, en silencio, en la bodega de botellas.

    —No he recibido ninguna llamada— dijo Michael rompiendo el silencio. Lawrence no entendía la razón de porque simplemente no se largaba de allí.

    —Nunca dije que te llamaría— respondió a la defensiva sintiéndose realmente bien al volver a sentir sus pies.

    —Buen punto— dijo, riendo suavemente—. Sabes, ahora tengo la noche libre. Podríamos ir a algún lugar, si tú quieres.

    — ¿Por qué querría? Ni siquiera te conozco.

    —Vamos, soy atractivo. Debes querer algo conmigo, aunque sea solo acostarte.

    Law rio ante aquella muestra de franqueza tan directa.

    —Al parecer tú quieres lo mismo conmigo.

    —No. Yo deseo conocerte, no me gustan los polvos. Aunque al parecer tú eres admirador de ellos.

    Seguían hablando a oscuras.

    —Bueno ¿Y por qué deseas conocerme? No creo que sea porque viste mi corazón a través de mis ojos…

    Michael rio.

    —No, de hecho traté de ver tu cuerpo a través de la ropa. Pero ¿Qué esperabas? Después de todo somos seres humanos superficiales, como todo.

    Lawrence soltó una carcajada y se miraron directo a los ojos por unos segundos. Hasta que Law bajó la vista al sentir el leve roce de una mano en sus dedos. Michael le observaba las palmas de sus manos como si fuese algo auténtico de ver. Fijamente.

   — ¿Tocas piano? — preguntó de repente.

    Lawrence hubiera mentido si dijera que aquello no le impresionó. Abrió los ojos asombrado por unos segundos y comprendió que, en ocasiones, podía ser muy prejuicioso. Había tachado a Michael de ser un joven barman que no tenía otra vida, y no le interesaba ninguna otra, que servir bebidas alcohólicas en un lugar lleno de música electrónica y personas besándose y bailando. Lo consideraba falta de ideas o criterios, como a cualquiera que le diera su tiempo laboral a ese tipo de empleos.

    Sonrió y se miró el mismo ambas palmas. Hacía poco que tocaba el piano en el centro comunitario de la unidad de departamentos en donde habitaba, un año más o menos; y había tenido la suerte de encontrarse con un profesor bastante bueno que había decidido hacer servicio social enseñando música clásica a cualquier pobretón que estuviese interesado.

    — ¿Cómo lo sabes? — preguntó con curiosidad reprimida.

     —Tus manos— contestó el rubio simplemente— ¿Me aceptarás invitarte un café?

    Lawrence, con la mirada fija en un par de ojos grises que observaban distraídamente, asintió.

    Fueron al centro de la ciudad, a la calle Broadway. Había miles de personas arremolinadas paseando y disfrutando del ambiente nocturno lleno de luces de todos los colores. Pocas veces se paseaba por esos lugares. Solo pasaba el puente de Manhattan cuando él y Courtney decidían dar un paseo por Central Park. Se detuvo espontáneamente al ver un teatro, en el que se presentaba la Orquesta sinfónica de Nueva York presentando un recital de piano con un músico a quien no conocía. Michael observó también y le sonrió.

    — ¿Alguna vez la has escuchado? — la voz de Michael se internó en sus pensamientos como una oleada de palabras bastante agradable. Le estaba señalando aquel espectacular de la fotografía que promocionaba el espectáculo.

    —No.

    —Es muy buena— Michael le indicó con un gesto que le esperara y se internó entre el gentío entrando al lobby anaranjado del teatro. Después de diez minutos, en los que Lawrence comenzó a dar saltos a causa del frío, salió, con dos pedazos de papel brillante en las manos.

    Le tendió uno a Law. Y éste abrió mucho los ojos al percatarse de que había comprado dos boletos, de los precios más baratos, pero a fin de cuentas, de un espectáculo digno de ver.

    —Ahora tengo una excusa para una segunda cita.

    Law lo observó y le sonrió, sintiendo una calidez en el pecho. Una sensación que nunca antes había sentido con nadie.

    Volvieron a caminar hasta que llegaron a la majestuosa entrada del Hard Rock Café. Entraron y se sentaron en una mesa pequeña con sillones de terciopelo rojo sumamente confortables. Michael había resultado ser toda una caja de sorpresas. Había pedido un expresso clásico demostrando su irrefutable gusto por el café fino, mientras que el, Lawrence, ordenó un latte con mucha crema chantilly y una de sus hamburguesas especiales.

    Solo había ido al Hard Rock en un viaje hace un montón de años, en Chicago, y era un niño. Pero recordaba las hamburguesas como algo preparado por dioses.

    Michael le sonreía cada vez que sus ojos se encontraban. De esa manera tan deslumbrante que solo él sabía. Law se percató, en cuanto estuvieron debajo de las intensas luces amarillas del restaurante, que los grises ojos de Michael estaban opacados por unas ojeras intensas y oscuras, y sus ojos se veían rojos e irritados y un moretón se asomaba discretamente por su pómulo izquierdo.

    —Quisiera escucharte— dijo Michael en cuanto una mesera les dejó su pedido sobre la mesa. Law lo miró con una mueca de escepticismo, haciendo que prestara atención a sus palabras y no a las marcas de su rostro—. Tocando el piano…

    —Ah…— Law lo dudó por un segundo—. Pues no sé donde podrías hacerlo, porque no tengo ningún piano disponible.

    —Bueno— comenzó Michael tomando un sorbo de su café, que venía en una taza diminuta con una figura de espuma muy particular—. Acepta una segunda cita y te conseguiré un piano.

    Law lo miró con una sonrisa llena de escepticismo, y asintió con la cabeza.

    —Muy bien.

   

     Y conversaron durante dos horas que se pasaron volando. Lawrence presintió algo en la mirada de Michael que le gustaba, y le agradó estar con él. Los minutos pasaban rápido y era tan divertido como relajante. Por aquel periodo de tiempo olvidó todos los problemas que surcaban su cabeza como flechas. Sonrió de oreja a oreja sin poder evitarlo. Jamás había sentido aquello estando con alguien, y quería averiguar más sobre él. Y con más se refería a sus pensamientos, su filosofía, su mente, su comida favorita. Y no a lo que había debajo de sus pantalones.

    Y eso, para Lawrence Pullman, era como descubrir un nuevo sentimiento que le llenaba de calidez sus entrañas y le hacía querer reír todo el tiempo.

 

 

Notas finales:

Pues si... ¿Qué les parecieron estas viejas remembranzas?

Como pudieron darse cuenta es un capitulo dedicado completamente al pasado de Law. Me gustaría saber su opinión n.n

A partir de ahora, aunque no demasiado seguido, subiré tambien capitulos del pasado de mis dos protagonistas, porque Liam tambien tiene un pasado medio secreto jijijiji

Espero que les haya gustado, y perdón si esperaban la continuación del cap anterior, pero me pareció un momento adecuado para anexar a Michael ;D

Ah, y perdón por la tardanza. Ya saben, la uni...

¡Besos!

(Un review para una autora feliz, jajaja xD)


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