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Danza Húngara por Nasuada

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Notas del capitulo:

Bueno. Actualizo rapido para aumentar los lectores.

Espero disfruten y Dejen comentarios!!!! Son gratis y me hacen feliz xD :D

 

 

II

Un extraño en tierras extrañas

 

 

 

    En la mañana del día siguiente Lawrence se levantó más temprano de lo normal, pues se acordó que a primera hora en la escuela tenía lecciones de instrumento de orquesta. Entró al baño antes de que su mamá se levantara, ya que ella tardaba horas en darse una simple ducha. Vistió como siempre. Con un pantalón de mezclilla ajustado y una blusa simple de color arena. En cuanto entró a su habitación, sacó de lo más recóndito de su armario un estuche de piel negra con un bordado del nombre y logotipo de la universidad. Era el instrumento de orquesta que había elegido tocar cuando firmó su ficha de inscripción: una flauta travesera, o simplemente “la flauta” para cualquiera que tocara en orquestas. Era de una marca japonesa muy famosa y de excelente calidad. Le gustaba tocar la flauta, pero no podía compararlo con la inspiración que sentía al tocar las teclas marfiles del piano.

 

    Salió del departamento cuando  ni Alex ni su madre habían despertado. Encontró a Courtney esperándolo en la parada del autobús que los dejaba un poco más cerca de la estación del metro. Su amiga tenía unas ojeras marcadísimas y trataba de despertarse por completo con ayuda de un termo lleno de café bien cargado que sostenía en sus manos.

 

    — ¿Qué pasa? —preguntó Lawrence sonriendo divertido.

 

    — ¿Qué estás loco?— respondió Court, apoyándose en el hombro de su mejor amigo mientras daba un gran bostezo como si fuese lo más obvio del mundo, sin embargo para Lawrence lo era.

 

    Había olvidado que era noche de videojuegos en casa de Evan.

 

    Los martes, el horario de los tres coincidía en la misma clase, así que tendrían juntos la clase de instrumento de orquesta. Evan nunca llevaba el suyo consigo pues era demasiado grande. Tocaba el Violonchelo y, en ocasiones, como un talento natural que tenía de tocar con facilidad cualquier instrumento que le llamara la atención, tocaba la flauta junto con Lawrence. Court llevaba la mochila y el estuche de la viola colgados en sus hombros y lo protegía como su vida, pues era propiedad de la escuela y no podía darse el lujo de perderlo.

 

    Llegaron a los majestuosos edificios de la universidad diez minutos antes de la entrada oficial. Se encaminaron al edificio más grande y viejo y atravesaron varias salas hasta llegar a una especie de centro audiovisual, donde comúnmente les enseñaba el profesor de aquella materia. Él normalmente los ponía a ensayar diversas melodías en conjunto y resolvía las dudas de cada alumno individualmente. Era el profesor Pletcher, un señor de edad muy avanzada, alemán; quien, en sus mejores épocas, había dirigido las mejores orquestas de Alemania y Estados Unidos y que ahora, jubilado de aquel trabajo, había conseguido aquella plaza como el profesor más distinguido y bien pagado de los últimos años.

 

    Se toparon con Evan bajando estacionando su auto en el aparcamiento de la universidad. Lo saludaron y entraron juntos hasta el aula donde se desarrollaría la primera clase.

 

    El profesor Pletcher era el único presente en aquel salón. Estaba leyendo las lecciones para ese día, mientras tomaba su habitual café matutino.

 

    —Buen día, profesor— dijeron los tres al entrar al salón, mientras se sentaban y comenzaban a preparar sus instrumentos.

 

    —Buenos días, jóvenes ¿Cómo la pasaron en sus vacaciones de verano?

 

    El profesor era amante de las amenas conversaciones con sus alumnos. En especial con ellos tres, pues le recordaban a su infancia cuando no tenía ni un centavo en sus bolsillos y aun así, entraba como podía a los espectáculos de orquestas en su natal Berlín.

 

    Ninguno tenía mucho que contar, pues los tres se la habían mantenido trabajando la mayoría de los días de descanso. Y aun así el señor Pletcher los escuchaba atentamente, como si estuvieran diciendo historias sumamente fascinantes.

 

    Lawrence sacó con cuidado el cuerpo de la flauta que estaba colocado cuidadosamente en uno de los agujeros de hule espuma hechos a la medida dentro del estuche de piel negra. Le colocó la cabeza, el pie y el bisel, todo con un cuidado casi maternal. Después la limpió con el trapo de seda que venía incluido en el estuche y, sacando una partitura de su mochila, comenzó a hacer pruebas del sonido. Escuchó atentamente las indicaciones del Señor Pletcher acerca de la postura correcta y el que tenía que ser cuidadoso con las notas sostenidas.

 

    Y comenzó a tocar lentamente el Bolero de Ravel. A los pocos compases, le acompañó una sonriente Courtney con la viola, y después, Evan comenzó a hacer notas con el Violonchelo.  Todo se convirtió en una linda melodía, un poco novata y fuera de tono, pero linda a los oídos de cualquiera que no estuviera totalmente familiarizado con la música. Los tres sonreían divertidos ante su concierto improvisado y el profesor les indicaba sus errores para que no volvieran a cometerlos en el siguiente compás. Poco a poco el salón se fue llenando de alumnos que escuchaban aquel bolero, un poco disparejo por la falta de instrumentos.

 

    Liam llegó acompañado por Daniel y ambos miraron sorprendidos aquella interpretación, aunque no dijeron palabra alguna. Se dedicaron a escuchar, mientras Liam miraba fijamente a Lawrence, quien observaba la partitura con gran concentración y movía su cuerpo de una forma parecida a como lo hacía con el piano. Simplemente dejándose llevar por cada una de las notas. Quería, pero, simplemente, no podía dejar de mirarlo.

 

    Las sonrisas se formaban en las caras de los muchos alumnos que entraban a la sala, pues era bastante común que los estudiantes de aquella materia realizaran improvisaciones en las clases del profesor Pletcher. Y al terminar la melodía la mayoría de los alumnos que habían llegado, les dieron un divertido aplauso.

 

    Lawrence sonrió alegremente, dejando ver su blanca fila de dientes. Esa sonrisa tan provocadora que… Las miradas de Liam y Law se encontraron fugazmente y Liam volvió a la realidad. ¿Qué mierda estaba pensando?

 

    —Muy bien, jóvenes. Tomen asiento— les dijo a todos en general, cuando la mayoría estaba preparada con su instrumento. Liam tocaba el contrabajo, así que se colocó en la parte izquierda de la orquesta.

 

    Y miraba fijamente a Lawrence, quien observaba sus partituras y charlaba con Courtney seriamente.

 

 

    Después de tres horas de ensayo en la clase del profesor Pletcher, llegó la hora de que Lawrence— y una parte de los alumnos de segundo año— fueran a sus clases personalizadas de instrumento regular, o sea, el instrumento que eligieron a parte de los orquestales. Lawrence se dirigió a un salón muy alejado de todos los demás, que estaba en el edificio 4, el cual estaba específicamente construido para que dentro hubiera una gran cantidad de salones pequeños, solamente. En aquellas clases se les daban cursos individuales con maestros particulares que contrataba la escuela por cada veinte alumnos. Así que el horario debía ser preparado meticulosamente para que ningún estudiante se quedara sin, por lo menos, una hora diaria de clases en solitario.

 

    El año pasado a Lawrence le había tocado un profesor muy estricto, pero excelente pianista. Law había llegado a aquella universidad sabiendo tan solo lo básico del piano, enseñado por un profesor que daba lecciones gratuitas en el centro comunitario de su colonia; y, en la universidad, había aprendido en un año lo que normalmente se aprende en tres. Aquello requirió mucho esfuerzo de su parte, tocando a diario en la universidad incluso los fines de semana, pidiendo un permiso especial para que le apartaran un salón de piano y desvelándose casi todos los días.

 

    Se atrevía a decir que había sido el año más duro y estresante de toda su existencia.

 

    Caminaba lentamente por cada uno de los pasillos observando desde las ventanas de las puertas, preguntándose quién sería su maestro ese año. Subió las escaleras hasta llegar al cuarto piso, y continuó recorriendo los amplios pasillos repletos de puertas que tenían una ventana en un extremo. Se dio cuenta de que Daniel, Sandra y Liam caminaban atrás de él y esperó que no hicieran nada estúpido ninguno de los tres. Sorprendentemente para Law, siguieron caminando sin decir nada fuera del lugar.

 

    Fue entonces cuando encontró el número de aula que le habían asignado. Y descubrió que Liam era su vecino.

 

    El instrumento de Liam era el saxofón, eso toda la escuela lo sabía. Lo tocaba tan espléndidamente que Lawrence estaba casi seguro de que había tocado desde mucho antes de entrar a la universidad. Incluso, aseguraba, que lo hacía desde niño, por aquella familiaridad y aquel amor con el que tocaba su instrumento.

 

    Lawrence se percató de que Liam se había detenido justo en la puerta de al lado, y se había volteado para mirarlo. Se detuvo lentamente y se giró, adivinando que algo le iba a decir.

 

    — ¿Con qué seremos vecinos, eh? — dijo Liam, acercándose a él. Lawrence solo lo miraba indiferentemente—. El año pasado te tocó el profesor Edelman ¿Verdad?

 

    —Si— respondió Law con sequedad.

 

    —Este año Edelman me dará clases, debo admitir que estoy algo asustado— replicó Liam, en un tono de broma que logró sacarle a Law una sonrisa. Lo entendía, realmente entendía su miedo— Aun así, cuidado con ella. Dicen que es un poco peor— agregó señalando la puerta del salón de Lawrence, y dicho eso entró a su salón, después de dedicarle una sonrisa burlona.

 

    Lawrence volteó su rostro lentamente y, tragando saliva, abrió la puerta…

 

 

    Debía ser una broma.

 

Era una chica… una chica sentada en el taburete de un bello piano de cola, brillante y negro. Debía tener  poco más de veinticinco años. Con cabello largo agarrado en un descuidado chongo, lentes de pasta, una pluma en su oreja, converse negros descuidados y sucios, chicle en la boca y  cara de pocos amigos.

 

    —Muy bien, niño lindo ¿Cuántos años tienes? —preguntó la chica, viendo unos papeles que cargaba en sus brazos.

 

    —Amm… diecinueve— respondió Lawrence. Esa pregunta era un poco extraña para la situación. La chica agarró la pluma acomodada en su oreja y comenzó a hacer apuntes, sin mirarlo ni una sola vez. Law se quedó allí inmóvil y de pie a, aproximadamente, un metro y medio de distancia de ella.

 

    —Acércate…Lawrence— le indicó, mirando fijamente el expediente de su nuevo alumno. Lawrence le obedeció y ella, por fin, alzó la vista— Mi nombre es Catherine Burwell, seré tu profesora de piano particular, bla, bla, bla. Mis reglas son: No quiero berrinches de niño mimado, no quiero oír las palabras “no quiero” ó “no puedo”. Yo te digo que hacer y cómo hacerlo, si quieres dar tu opinión puedes hacerlo, pero eso no significa que vaya a tomarla en cuenta. Yo soy la pianista aquí, no tú; así que mientras te enseño no quiero que hagas “tu estilo”. Eso es para cuando eres un profesional o cuando no estoy presente. Mientras tanto, te adaptas a Mi estilo ¿Comprendiste o necesitas tomar apuntes?

 

    A Law le dieron unas tremendas ganas de reírse. Comprendía que la chica era genial, pero pensó que no era el momento adecuado para ser impertinente. Así que solo asintió con la cabeza, lo más serio que su humor le permitió.

 

    —Bien. Siéntate aquí— le dijo, señalando un espacio en el taburete al lado de ella. Lawrence obedeció y se sentó. Ella olía bien— De acuerdo… ¿Traes algún libro de partituras? —preguntó, mirándolo a través de sus lentes.

 

    —Si— dijo, buscando en su mochila. Sacó un libro encuadernado y maltratado que leía en su portada “Mozart” —Me quedé en la lección diecinueve… con el profesor Edelman.

 

    — ¿Edelman te daba clases? Vaya… ¿Y terminaste? —preguntó la chica mostrando al fin otra faceta que parecía más curiosa y agradable.

 

    — ¿Terminar qué?

 

    —Sus lecciones, el año completo ¿Lo terminaste?

 

    —Ah. Sí— respondió divertido ante la reacción de su nueva profesora.

 

    —Mm, interesante— dijo ella, tomando el libro de partituras para ponerlo en la pequeña repisa que se encontraba en la tapa del piano— Bien, muéstrame lo mejor que puedes hacer. Quiero saber qué es lo más complicado que has aprendido.

 

    Lawrence cambió las páginas del libro hasta llegar a la lección diecinueve, una sonata de Mozart de veinticinco pentagramas de duración. Acomodó sus dedos en las notas correctas para empezar a tocar. Arregló su postura y dio un gran suspiro.

 

    Empezó a tocar, viendo fijamente los pentagramas impresos en el papel frente a él. De vez en cuando pasaba sus ojos por las teclas, al cambiar a una posición complicada. Se movía como siempre lo hacía, aunque aun así, le ponía de nervios que Catherine mirara sus dedos, sus ojos, su postura y finalmente las notas que tocaba, alternando de vez en cuando del papel a las teclas, de las teclas al papel…

 

    Y así hasta que terminó la sonata.

 

    Law relajó su cuello y volteó a ver a Catherine, quien de nuevo tomaba apuntes. Esperó unos incómodos segundos en los que no se oía nada más que el fino rasgar del bolígrafo al escribir. Tenía letra bonita. Law sintió como si estuviera en el hospital, y un doctor estuviera analizándolo, mientras tenía la incógnita de si tenía o no una enfermedad incurable.

 

    Por fin, Catherine levantó la mirada y lo observó unos cuantos segundos.

 

    —Eres bueno— dijo por fin. Lawrence se relajó al escuchar eso— Muy talentoso, diría yo. Pero hay muchos detalles— dijo, volviendo a posar la mirada en su montón desordenado de papeles— Tocas inusualmente rápido. Te saltaste un sostenido en el do, de la clave de sol y… fue el único error que cometiste. Te felicito, esta sonata es complicada — calló un momento mientras ordenaba sus ideas— Bien, escucha Lawrence…

 

    —Dime Law, por favor. Espero que yo pueda tutearte. Me sentiría extraño si te hablo de “usted”

 

    Catherine dibujo en su rostro una sonrisa divertida.

 

    —Sí, bueno. Como sea está bien, Law. Yo no tengo un método muy específico, pero me gusta avanzar rápido ¿le has echado un vistazo a la lección veinte y veintiuno? —Lawrence asintió— ¿Y tienes alguna duda?

 

Law le manifestó sus dudas a Catherine y ella, poco a poco, las fue resolviendo. Mientras le decía que, en esa semana, avanzarían por lo menos, tres lecciones más.

 

 

 

    Al no tener nada más para ese día, Catherine lo dejó ir. Se verían al día siguiente a la misma hora. Law salió del aula mucho más tranquilo, comparándolo con la vez que había entrado después de recibir una mirada burlona de Liam. Lawrence escuchó al salir al pasillo el saxofón de Liam. Ese cabrón tocaba excelente. Siempre lo había pensado, aunque nunca lo halagaba en voz alta. Se recargó en una pared, dedicándose solamente a escuchar aquella melodía divertida, con ese toque de sensualidad que tiene un saxofón.

 

    Cuando menos lo pensó estaba sonriendo como estúpido y al darse cuenta, cambio su postura y relajó los músculos de su cara. Dedicándose simplemente al placer de escuchar buena música.

 

    Al terminar la melodía, Law pensó que podía entrar a saludar al profesor Edelman. Después de todo, al finalizar el año anterior, se había convertido en uno de sus profesores favoritos. Dio tres golpecitos a la puerta, esperando que no estuvieran muy ocupados.

 

    Cuando la puerta se abrió, apareció Liam, con gesto asombrado. Law ignoró su presencia y buscó con la mirada al profesor.

 

    — ¿Dónde está Edelman? —preguntó.

 

    —Se fue hace unos quince minutos… Pensaba que sería más estricto, pero al parecer solo lo es con los malos músicos. A mí me halago como a nadie.

 

    —Jajá. Eso no me lo trago, Liam. Conocí a Edelman un año y no halaga a nadie a menos que se merezca su respeto.

 

   Liam se quedó en silencio unos segundos, formando una sonrisa.

 

    —De acuerdo, me descubriste. ¿Cómo te fue con Catherine? — preguntó con más curiosidad de lo que esperaba.

 

    Lawrence suspiró fastidiado.

 

    — ¿Quieres iniciar una conversación? —Preguntó con frialdad— ¿Dónde puedo encontrar a Edelman?

 

    —Supongo que en la sala de profesores, Lawrence— respondió Liam en el mismo tono. Law volteó su cuerpo dispuesto a irse, pero Liam lo detuvo tomándolo de la muñeca— ¡Espera!

 

    Lawrence se detuvo, mirando a Liam a los ojos mientras esperaba lo que fuere que tuviese que decirle.

 

    — ¿Qué? —preguntó impaciente al notar en Liam una incomodidad sofocante y un silencio demasiado prolongado para su impaciencia.

 

    —Bueno…— no sabía por dónde empezar— mi cumpleaños es en un par de meses…

 

    Liam se sintió estúpido al darse cuenta de que había elegido el principio incorrecto de su petición. Así que, inevitablemente, esperó a que Lawrence se burlara de él.

 

    —Bien… felicidades ¿Quieres un abrazo adelantado? — preguntó Law con sorna, y Liam, al saber que había adivinado, rio por lo bajo.

 

    —No, eso no es lo que quiero— dio un gran suspiro. Siempre había sido difícil hablar con Lawrence, pues nunca se sabía con que ocurrencia lo iba a atacar—. Mi familia está preparando una fiesta para mí y… mi madre siempre ha querido que toque una melodía a piano de Brahms, así que…

 

    Law lo interrumpió.

 

    —Espera… ¿quieres que te dé clases de piano?

 

    Liam levantó la mirada y lo observó a los ojos.

 

    —Sí…

 

    Lawrence lo miró sin creérsela, y luego una sonrisa apareció en su rostro mientras apartaba la mirada. Colocó su espalda en la pared y, deslizándose hasta el suelo, se sentó con las piernas entrelazadas. Liam le siguió segundos después, al notar que algo así debería ser discutido sin prisas.

 

    — ¿Y por qué yo? Tú tienes varios amigos que tocan el piano, como Sandra y Jason y…

 

    —Jason en un asco en el piano y Sandra… no la dejaré ir a mi casa. Si ella me da lecciones solo estaremos cinco minutos en el piano hasta que intente poner su mano en mi entrepierna.

 

    Lawrence soltó una carcajada burlona, mientras de su mochila sacaba una goma de mascar de sabor mentolado. Se sentía ligeramente halagado por el hecho de que Liam lo hubiera considerado para ser su maestro, pero definitivamente, el simple hecho de pensar darle clases lo sacaba de sus casillas.

 

    Flexionó sus piernas para que quedasen frente a él y sus botas antiguas de estilo militar con suela de goma rechinaron en el suelo brillante y blanco provocando que sus oídos se aturdieran. Era el único sonido que se escuchaba. Liam esperaba atentamente una respuesta positiva.

 

    —Bueno, pues no. No te quiero dar lecciones.

 

    — ¿Por qué no? — preguntó Liam a la defensiva.

 

    —Bueno, no lo sé. Quizás sea por la buena relación de amistad que hemos formado en el último año— respondió tan mordaz como le permitía la extraña amabilidad que Liam tenía en aquellos momentos.

 

    —Vaya, que maduro eres. Eso no importa… te pagaré.

 

    Una gran sonrisa surcó la boca de Lawrence, mostrando los dientes con satisfacción.

 

    —Vaya, parece que diste en el blanco. ¿De cuánto estamos hablando?

 

    Cuando los últimos arreglos fueron consumados y ambas partes estaban totalmente conformes con los trámites extra oficiales de una reunión tan improvisada como esa, Liam pensó de nuevo en lo que había pasado entre ellos hace apenas unos días. Aun le avergonzaba recordarlo.  Volteó su mirada hacia un Lawrence que masticaba distraídamente su goma de mascar mientras jugaba a la viborita con su teléfono móvil. Liam se preguntaba la razón por la que no se iba de ahí. Aunque justo después una llamada de su amigo Evan aclaró su duda: Al parecer Lawrence esperaba que su mejor amigo terminara con sus clases de Chelo particulares.

 

    —Lawrence…— Liam lo llamó para que volteara a verlo y el chico de rastas levantó su vista del teléfono, pues otra vez se había puesto a jugar viborita, y sus ojos verdes se clavaron en el chico de cabello negro muy parecido al de Martin Johnson— No…— mierda, le costaba demasiado— No le digas a nadie lo que pasó en el concurso de talentos. Por favor.

 

    Lawrence dejó de masticar su chicle y frunció el seño, de repente irritado. Había dado por hecho que Liam era un poco menos cobarde de lo que pensó los meses anteriores de que aquello hubiese pasado. Y al darse cuenta de que, igual que a la mayoría de las personas en esa universidad, le importaba demasiado lo que pensaban los demás, se sintió como idiota porque su sentido común lo había engañado.

 

    —No pensaba hacerlo— respondió secamente volteando la mirada a su celular, volviendo a jugar a la viborita.

 

 

 

    — ¿Cien billetes por clase? —preguntó Evan tan sorprendido como Law — ¿Y lo aceptaste?

 

    —Pues, si ¿Por qué no lo aceptaría?

 

    —No lo sé, hombre. Yo me sentiría un poco mal… tampoco es como si mis clases valieran oro.

   

    Lawrence lo fulminó con la mirada.

 

    —No me des clases de moral, cabrón… Iré mañana a su casa después del trabajo, así que no podré jugar basquetbol con ustedes.

 

    Evan fingió llorar.

 

    — ¿Así que nos vas a reemplazar? Me rompes el corazón, amor mío.

 

    Y como la mayoría de las veces, comenzaron a empujarse mientras se insultaban mutuamente y esperaban, en unas bancas cercanas a la entrada principal, que su amiga Court saliera de su clase individual de guitarra.

 

    Al día siguiente Lawrence descubrió con pesar que tendría mucho trabajo en la papelería, pues era tiempo de hacer inventario completo de toda la mercancía. Sus jefes le dijeron apenados que le pagarían horas extras, a lo que él contesto con un simple “no se preocupen”.

 

    Sin embargo, llegaría tarde a las lecciones en casa de Liam. Le dijo que llegaría a su casa un poco antes de las ocho, imaginando que tomaría un autobús para ir desde Queens hasta The Hamptons. Pero al salir a las siete cincuenta de su trabajo decidió, con todo el dolor de su codicia, tomar un taxi, el cual le cobró veinte dólares por sus servicios.

 

    Lawrence caminaba por una calle sumamente amplia, rodeada por espectaculares condominios. Dobló por una esquina y se encontró con un fraccionamiento cerrado, con una reja de seguridad y una caseta con un vigilante dentro. Liam le había dicho que anunciaría su llegada al vigilante, así que solo tendría que saludar y decir su nombre para que lo dejaran pasar.

 

   Tocó la ventanilla de la caseta al ver que el vigilante estaba demasiado ocupado viendo la televisión cómo para notar su simple presencia.

 

    El vigilante, que tenía un gafete identificándose como Alexander Robinson, abrió la ventanilla, mirándolo de arriba abajo con un ligero deje de desconfianza. Lawrence, por una razón que no aceptaba en sí mismo, se había vestido con la ropa más adecuada que encontró y había recogido su largo cabello en una cola. Después de todo, los ricos eran prejuiciosos por naturaleza.

 

    —Buenas noches— saludó Law, con una falsa sonrisa dibujada en su rostro.

 

    —Buenas noches ¿Qué se te ofrece? — preguntó el vigilante.

 

    —Vengo a la casa 33, con el amm… señor Liam…— acababa de recordar que nunca se había interesado en saber su apellido. El vigilante entornó los ojos y tomó con rapidez el teléfono que estaba colgado en una pared de aquel pequeño cuarto.

 

    — ¿Cuál es su nombre, perdone? — cuestionó con una mano tapando el micrófono del teléfono, volviendo a mirar a Lawrence.

 

    —Lawrence Pullman— respondió. Después el hombre sólo habló unos pocos segundos más en el teléfono, para después colgar rápidamente y mirarlo con una hipócrita sonrisa.

 

    —Disculpe usted, señor Pullman. Pase por favor. Bienvenido.

 

    Lawrence le respondió un simple <Gracias> y se limitó a pasar lentamente, observando los grandes condominios que se hallaban en una sola calle. Jamás había ido, ni de broma, por aquel borough de Nueva York. Siempre se la pasaba en su barrio o en lugares divertidos del centro de la ciudad… no necesitaba ir a aquella enorme comunidad, pues otros lugares tenían de todo.

 

    La casa numero 33 era un lugar con un bello jardín frontal y un gran portón que simulaba estar oxidado. A Law normalmente no le gustaban las decoraciones tan minimalistas pero esa en particular, le gustó. La fachada era de color marfil con detalles en cantera marrón y, desde un pasillo que daba al patio, se podía apreciar una piscina enorme. Tenía demasiadas ventanas y el techo era plano. Lawrence se extrañó de que no fuese una casa tradicional de techos triangulares que escondían el ático. Se adentró hasta la puerta principal, de metal a juego con el portón, y tocó el botón del timbre. Se sentía algo nervioso. Regularmente no le gustaba relacionarse con personas adineradas, a menos que fuera sumamente necesario. Y ese día, posiblemente, conocería a la familia de Liam.

 

    Escuchó el pestillo de la puerta y apareció detrás de ella una mujer con traje de servicio. Era una mujer de avanzada edad con cara de abuelita agradable. Law le sonrió.

 

    —Buenas noches señora. Vengo a ver a Liam.

 

    —Sí. Pasa, jovencito, pasa. ¡Señora, el joven Lawrence!

 

    Lawrence caminó lentamente, observando la casa. Era un espacio muy amplio, rectangular, con dos juegos de sillones diferentes,  muchas masetas llenas de flores de diferentes especies y colores, un comedor con mesa de vidrio y todo ello combinado por colores negros, grisáceos y blancos. El piso era de cerámica brillante. Más al fondo, en una estancia que contrastaba con la sala por tener tan pocos objetos, había un hermoso piano de cola de color negro. Lawrence sonrió de solo verlo y se preguntó quién, en esa casa, lo tocaría. Sintió algo de envidia. Quería tener dinero en sus manos para comprarse uno, de pared, por supuesto. Uno de cola no cabría en su pequeño apartamento.

 

    Oyó los pasos de alguien bajando las escaleras que se hallaban en un extremo de aquella gran sala. Volteó la mirada y observó a una señora, de unos cuarenta años, muy hermosa. De cabello muy negro y un rostro agradable y redondo.

 

    — ¡Hola, Lawrence! —Exclamó la mujer, extrañamente emocionada, en cuanto se acercó a él— Siéntete como en tu casa. Soy la mamá de Liam. Puedes decirme Emma.

 

    —Mucho gusto, Emma— respondió Lawrence, estrechando su mano— Su casa es muy bonita. En especial el piano de allí, es precioso.

 

    Emma sonrió radiantemente. Tenía una voz muy aguda, que irradiaba bondad por todas partes.

 

    —Ah, sí. Gracias, lo limpiaron precisamente para tus lecciones, nadie lo toca… se lo compré a Liam en su decimo quinto cumpleaños, pero no es como si le llamara mucho la atención…— la señora puso su mano en el brazo de Lawrence y comenzaron a caminar por los alrededores de la sala— A mí me encanta el piano, pero no creo poder tocarlo… Perdona, creo que te estoy mareando. Es que estoy muy emocionada de que aceptaras darle clases a mi hijo… deben ser muy buenos amigos. Eres el primer amigo que Liam trae a casa, aparte de Daniel, claro.

 

     Lawrence escuchó con una sonrisa tímida las palabras de la madre de Liam. Supuso que no le había contado nada del pequeño conflicto que había entre ellos. Se alegró de eso, pues su madre parecía muy agradable.

 

    —Ven, Lawrence— dijo ella, llevándolo hasta la cocina.

 

     Law se sorprendió en cuanto pasó la puerta, pues era la cocina mas magnifica y enorme que había visto en su vida. Con muebles negros y rojos, un gran refrigerador, una barra desayunador... Y todo estaba reluciente de limpio.

 

    Lawrence comenzó a preguntarse cómo es que había terminado allí, en esas condiciones y de una forma tan absurdamente rápida.

 

— Ya que vendrás muy seguido a la casa— comenzó a decir Emma—, quiero que sepas que puedes revisar la cocina con toda confianza. El baño esta justo al lado de las escaleras. Si deseas algo solo tienes que llamarle a Leonor, la señora que te recibió, o a Abbie, ella casi siempre está en la cocina. Si deseas transporte o una llamada por teléfono, ambas cosas puedes pedírselas a cualquiera de las dos o a mi hijo. Mm… ¿Qué más?... Bueno creo que es todo. Liam bajará en un segundo, recuerda sentirte como en tu casa.

 

    Después Emma le dio la espalda y sacó algo del horno de la estufa. Lawrence asintió con amabilidad, pero no podría sentirse “como en su casa” en la casa de Liam.

 

        La madre de Liam puso en la barra de la cocina una rebanada de pastel de chocolate. Y con una maternal sonrisa, se lo ofreció a Law.

 

    —Yo tengo unos pendientes con mi marido, así que debo irme. Hasta luego, Lawrence. ¡Mucho gusto!

 

Y cuando menos lo pensó, Law se encontró solo en una cocina desconocida, con un pedazo de pastel en las manos y una cara de idiota total.

 

 

Notas finales:

Gracias por leer hasta aquí. Y gracias a Uchihamoon por su comentario... sigue dejando reviews!!! (Eres especial para mi por ser la primera xd)

Besos y recuerden que los reviews son grrratis :))


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