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A los trece por Marbius

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4.- Días diarios

 

—Luces… Uhm, mejor que cuando, ya sabes —se pasó Georg la mano por la nuca en un gesto nervioso—, lo del accidente y eso.

—Con más color en la cara —suplió Gustav, la mandíbula tensa en una expresión suya que denotaba tristeza.

—¿Gracias? —Intentó Tom parecer cortés con sus compañeros de banda.

Vaya que como pasaban los siete años… El mayor de los gemelos contempló con atención a sus amigos sin ningún tapujo que lo limitara. Georg lucía de algún modo parecido; al menos en los rasgos básicos y quizá en la manera de hablar, pero su voz se había enronquecido, su cabello había crecido y sus facciones se habían tornado las de un adulto. Lo mismo para Gustav. El baterista ahora parecía más corpulento y seguro de sí mismo; con el cabello teñido de negro, inclusive parecía más crecido y maduro.

Tom se preguntó por un segundo, si de no haber perdido la memoria, pensaría lo mismo de ellos a través del lento paso del tiempo.

—Te trajimos galletas de avena —colocó Gustav un pequeño paquete envuelto a modo de regalo sobre la pequeña mesa que descansaba en un rincón de la habitación—. Son caseras, así que espero te gusten.

—Bill dijo que nada de comida chatarra, pero… —Georg miró por encima de su hombro a la puerta acristalada que permitía a las enfermeras vigilar a Tom, antes de sacar del bolsillo de su chaqueta un pequeño empaque de gomas agridulces—. Gusti y yo pensamos que un poco no te mataría. Sólo intenta no abusar.

El mayor de los gemelos recibió el regalo con avidez. Le gustaba saber que a pesar de todos esos años, su dulce favorito seguía siendo el mismo. Aquel pequeño gesto le hizo doler el corazón.

—No se imaginan lo mal que sabe la comida del hospital —abrió la bolsa y extrajo un dulce que al instante desapareció en su boca—. Bill se niega a traerme una hamburguesa de Burguer King.

—Bueno —tomó asiento Gustav en una de las sillas que estaban dentro de la habitación para las visitas, seguido luego por Georg—, es que ahora que ustedes son vegetarianos, comer carne de hamburguesa sería…

—¡¿Qué?! —Escupió Tom el dulce que tenía en la boca, conmocionado por aquella noticia—. ¿Cómo que vegetarianos? ¿Por qué?

—Algo de que querían tener una vida más sana —dijo Gustav.

—Y no matar más inocentes animales —secundó Georg, recogiendo la goma del suelo y tirándola en el bote de la basura para después limpiarse los dedos con el pantalón—. ¿Es en serio eso de que no recuerdas nada, verdad?

—Recordaría algo así de atroz —gruñó Tom con malestar; de pronto, su antojo de una hamburguesa doble con queso y salsa picante, escalando hasta la estratosfera—. ¿Realmente acepté?

—Creo que fuiste el de la idea —dictaminó Gustav—. Bill aceptó con gusto.

—Tsk. —Tom suspiró.

¿Vegetarianos? ¿Él y Bill? Aquello sonaba a patraña. Una muy grande si se tomaba en cuenta el gusto por las chuletas, el pollo frito y las hamburguesas que los gemelos tenían. Por desgracia, la seriedad en los rostros de Gustav y Georg revelaba que aquello era la verdad, por muy desagradable que ésta fuera.

—Uhm, supongo que…

—No te estreses por tonterías, Tom —le quitó Georg importancia al asunto—. Si quieres carne, come carne. Nosotros no seremos quienes te juzguen sólo porque no lo recuerdes.

El mayor de los gemelos se lo pensó unos segundos antes de darles la razón. —Cierto…

El resto de la visita transcurrió con aparente calma. Entre sorpresas y noticias nuevas que en realidad no lo eran, Tom pasó gran parte de la tarde en compañía de sus viejos amigos, quienes a pesar de la apariencia, seguían siendo el mismo par de bobos que se creían las mentiras del mayor de los gemelos.

Casi al caer el sol, los dos se despidieron, alentados por la enfermera Welle, quien les recordó que la hora de visitas era sagrada para todos, excepto aquellos que tuvieran un hermano gemelo, y al decirlo le guiñó el ojo a Tom en un gesto maternal.

—Volveremos —se inclinó Georg sobre la cama de Tom para abrazarlo con cuidado, aún atento a unas cuantas magulladuras que el mayor de los gemelos tenía en el cuerpo—, y traeremos de contrabando unas rebanadas de pizza con peperoni, ¿qué tal suena eso?

—Eres el mejor, Listing —correspondió Tom el abrazo, un poco tenso en el cuello y la espalda, ya fuera por la caída o la semana postrado en cama.

—Par de nenazas —rodó Gustav los ojos, burlándose de los dos, pero al mismo tiempo complacido de que el accidente no hubiera cambiado nada entre ellos.

—No sientes celos, Gus, únete al amor —movió Tom los dedos en dirección al baterista y éste no tuvo más remedio que aceptar el abrazo triple que se formó entre ellos.

—Estaremos aquí antes de que salgas el domingo, ¿ok? —Confirmó Georg cuando ya iban rumbo a la puerta.

Tom sonrió como no lo hacía en mucho tiempo. —Los estaré esperando.

 

Bill llegó apenas una hora más tarde después de la partida de Georg y Gustav.

Aprovechando que ellos dos habían insistido en ver a Tom, el menor de los gemelos había usado la compañía extra para salir del hospital y regresar a su departamento por varias mudas de ropa, el cargador de su teléfono móvil y un par de cosas que Tom necesitaría para su dada de alta el domingo.

Estando ya a jueves, mejor llevar todo de una vez y estar preparado.

Entrando a la habitación de Tom, Bill se detuvo apenas entró y contempló su alrededor con una repentina sensación de tristeza. ¿Tom volvería y encontraría aquello como suyo o como un medio desconocido?

—Dios, esto es tan difícil —murmuró para sí, usando el dorso de su mano para enjugarse los ojos. No estaba llorando, pero con lo mucho que lo había hecho en la última semana, el gesto le era ya inconsciente.

Avanzando en dirección hacía el mueble donde Tom guardaba sus tan preciadas camisetas, abrió uno de los cajones y el aroma de la loción para después de afeitado que su gemelo utilizaba, le dio de golpe en la nariz.

—Ugh, Tom… —Murmuró con la voz pequeña. El insistente recuerdo de horas después del accidente cuando todo aún era demasiado reciente y las posibilidades de que Tom se recuperara eran escasas y vagas.

“Podría tener ciertos problemas del habla”, “Su espina dorsal parece tener un poco de daño”, “La inflamación del cerebro no cede todavía”; todas aquellas horrorosas frases que Bill soportó a solas mientras Simone y Gordon llegaban al hospital, dándole vuelta como fantasmas.

Decidiendo que el pasado debía permanecer como tal, Bill tomó la siguiente media hora para elegir con cuidado la ropa de Tom, escogiendo cuidadosamente los colores y combinaciones que su gemelo tanto adoraba y optando al final por tres cambios diferentes, para que así Tom tuviera de donde elegir.

—Bien, todo listo y empacado —habló en voz alta, para luego ponerse de pie.

Antes de salir de la habitación, miró alrededor con ojos críticos. De todas las pertenencias que el ojo humano podía abarcar, eran pocas las que Tom conservaba de sus primeros trece años de vida.

—Va a ser complicado, ¿uhm?

Bill se cercioró de apagar la luz al salir.

 

Tom escribe:

“Hoy salí con Bill y Andreas a…” se detiene en medio de la frase y piensa por millonésima vez, si llevar un diario no es sólo cursi, sino además peligroso. Cualquier podría leerlo. Su mamá, Gordon, Bill… Por encima de todos, Bill es de quien más teme.

No es como si Tom escondiera mucho de su gemelo. Incluso sus pequeñas escapadas con chicas no son algo que le oculte, tampoco el escondite secreto que se encuentra al otro lado del pueblo y donde a veces va a fumar, pero… Tom suspira; simplemente hay cosas muy dentro de uno mismo que se guardan como tales.

“… el cine. En la oscuridad quise tomar la mano de Bill, pero no lo hice. Era una tonta película de acción. El maíz estaba un poco rancio y la soda sin gas. Bill llevaba puesta su playera roja con negro y el piercing negro que le regalé para Navidad. Eso me hizo feliz…”

—Tom… —La puerta se abre de golpe y Bill entra vestido en pijamas. Luego de haber pasado todo el día fuera de casa, a Tom no le extraña que a pesar de ser temprano (antes de las diez de la noche en vacaciones de verano) Bill ya parezca listo para dormir—, ¿qué haces?

El mayor de los gemelos cierra de golpe el cuaderno en el que escribe. —Nada… Uhm, ¿necesitas algo? Estoy un poco… —Iba a decir ‘ocupado’, pero en su lugar decide que nada es más importante que Bill—. Olvídalo, no estoy haciendo nada.

Bill arrastra el pie descalzo sobre la raída alfombrilla que Tom se niega a cambiar alegando que la prefiere por encima de cualquier otra. —Estoy aburrido. Quería ver si podíamos hacer algo.

El corazón de Tom se aceleró como venía haciendo en los últimos meses cada vez que Bill le proponía algo, ya fuera salir o simplemente pasar el rato juntos.

—Seguro —sintió las orejas arder—, ¿qué ideas tienes?

—¿Traigo la guitarra que Gordon tiene en el estudio? —Bill alza las cejas en movimientos rápidos—. ¿Qué tal? Tengo ideas para nuevas canciones, ¿te animas?

Tom siente mariposas en el estómago y la felicidad de aquellos que experimentan el primer amor.

—Suena perfecto —dice con una sonrisa en labios.

Bill le corresponde con otra igual.

 

Tom despertó sintiendo nostalgia. Densa como la bruma de las mañanas de otoño; húmeda y con un ligero regusto amarga que permaneció incluso después de que abrió los ojos a la oscuridad de su cama en el hospital. También con ganas de ir al sanitario.

—No te muevas tanto, te vas a sacar el suero —murmuró Bill a su lado, sentado en una silla al lado de la cama y hojeando con desinterés una revista de moda—. ¿Necesitas algo?

—¿Qué horas son? —Croa Tom con la voz gruesa por el sueño—. Gustav y Georg… Vinieron hace rato…

—Insistieron mucho en verte —le tiende su gemelo una pequeña taza con agua fresca—. Ten, bebe un poco.

Tom lo hizo hasta sentirse satisfecho.

—Es casi medianoche. Pensé que dormirías hasta la mañana —recoge Bill la taza y la vuelve a colocar en su sitio—. La enfermera Welle dijo que Gustav tenía el trasero más delicioso del mundo, ¿puedes creerlo? —Se rió lo más bajito posible. Incluso aunque aquella sala era para el uso exclusivo de Tom, ya era tarde en el hospital y no quería perturbar la calma de alguien más en la planta.

—Lo creo —se alzaron las comisuras de los labios de Tom—. Quiero ir al baño, ¿me ayudas?

—Claro, apoya el brazo en mí —se puso de pie Bill para ayudar a su gemelo—. Despacio, no quiero que suene ningún aparato.

Tardando un poco más de lo que su vejiga consideraba justo y arrastrando consigo el suero que tenía conectado en la muñeca, Tom se encontró de frente a la taza del baño y con la bata alzada para echar aguas.

—No mires —alzó un dedo admonitorio a Bill, que le dio la espalda al instante.

—Tenemos exactamente lo mismo en ese sitio, Tom, te lo recuerdo por si lo has olvidado —se cruzó de brazos el menor de los gemelos.

El ruido del agua cayendo se dejó oír en el pequeño baño. —Quién sabe, tal vez podrías sorprenderte —bromeó Tom, teniendo especial cuidado en orinar dentro de la taza.

—Claaaro —respondió Bill con el mismo tono de burla—, olvidé que tu cosa mide medio metro más que la tuya.

—¿’Cosa’, Bill? ¿En serio? —Rompió Tom en una carcajada—. P-E-N-E —deletreó con placer malsano y burla inocente—. Ya no tienes cinco años —volvió a reírse con un poco más de gentileza—. Hay cosas que nunca cambian…

—Podré tener cincuenta años y jamás podré decirle de otra manera —desdeñó Bill el asunto—. ¿Listo? —Inquirió al oír la cadena ser jalada y el ruido del retrete—. No olvides lavarte las manos.

—Sí, mamá —se giró Tom al lavamanos. Tomó el jabón y con cuidado procedió a hacer espuma—. Uhm, Bill…

—¿Qué? —El menor de los gemelos miró a Tom con interés.

—¿Es cierto que eres vegetariano? Georg y Gustav me lo dijeron hoy —abrió Tom la llave del agua.

—Somos vegetarianos —lo corrigió Bill—. ¿Por qué preguntas?

Tom suspiró, para luego cerrar de vuelta la llave y seguir con secarse las manos usando una toalla. —Porque creo que yo no lo soy… O no lo fui… O tal vez lo era, pero ya no —finalizó débilmente, preguntándose si Bill se enojaría por ello.

Muy para su sorpresa, su gemelo suspiró. —Lo imaginé.

Tom colocó la toalla húmeda en su sitio. —¿De qué hablas?

Bill agitó la cabeza de lado a lado. —Sospeché desde un inicio que no era lo tuyo. Tenía mis sospechas de que comías carne a mis espaldas, pero cada vez que te preguntaba decías que no y ponías cara de inocente a pesar del aliento a alas de pollo. Supongo que ahora ni nunca podrás ser vegetariano.

—Uh, ¿lo siento? —Se excusó Tom, no sintiéndolo en verdad.

—No importa, supongo —se encogió Bill de brazos—. Si no lo eres, no lo eres y ya. ¿Listo para volver a la cama?

—Yep —concedió Tom, avanzando con pisadas lentas rumbo a la cama, estremeciéndose de puro gusto cuando Bill lo abrazó con delicadeza por la cintura y lo guió de vuelta bajo las mantas.

 

—La cicatrización avanza según lo planeado —murmuró el doctor Reimann con los ojos pegados a una pequeña herida que Tom tenía en el cráneo.

Una vez los vendajes le fueron apartados de la cabeza, Tom se sintió muchísimo mejor y ligero; inclusive, el dolor de cabeza se había reducido drásticamente.

—¿Entonces es seguro que mañana me den de alta? —Preguntó Tom con emoción, como si el doctor fuera Santa Claus y su regalo fuera ser libre del hospital.

—No veo por qué no. Todo marcha a la perfección. Debo decir que nunca antes había tenido un paciente tan sano y fuerte como tú —dio por terminada la revisión el médico—. Bill —se dirigió al menor de los gemelos—, aún hay un poco de papeleo que es necesario rellenar antes de dar la orden de alta, ¿podrías…?

Bill se puso en pie. —Por supuesto. Pórtate bien, Tomi. No tardo —salió de la habitación.

—Ahora, voy a hacerte un pequeño examen visual, Tom. Quiero que sigas la luz de mi linterna —indicó el doctor al mayor de los gemelos. Éste siguió las instrucciones y los resultados fueron satisfactorios—. Muy bien, ahora, toca la punta de tu nariz con el dedo índice.

Tom lo hizo y desvió su objetivo por un escaso error de apreciación, al tocar el tabique y no la punta. —¿Es malo?

—No mucho —intentó hacer lo mismo el médico y fallando por un distancia mayor—, ¿ves? En tu caso no es grave, en el mío es la vejez.

Tom se tapó la boca al soltar una carcajada por el comentario. —Perdón —murmuró tomando un color rojo por las orejas y las mejillas.

—No hay problema, quiero oír más de esas risas incluso aunque yo no esté, ¿comprendido?

Tom frunció el ceño, no entendiendo bien de qué hablaba el doctor.

—Una vez fuera del hospital, tu situación no será tan fácil —dijo el médico cobrando seriedad—. La frustración puede llegar a ser tu peor enemiga si lo permites.

—Eso no va a pasar —balbuceó Tom—, porque… Voy a recuperar la memoria.

El doctor Reimann le apretó el hombro. —Ésa es la actitud.

—Todo está listo —volvió a entrar Bill en la habitación, apenas unos segundos después—. Mañana estaremos en casa de vuelta, Tomi. ¿Emocionado?

Tom consideró las palabras del doctor y luego las de Bill.

Luego asintió con una sonrisa amplia.

 

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