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A los trece por Marbius

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8.- Palabras secretas o B.K.

 

—¡Escuela, chicos! —Retumba el grito de Simone por el segundo piso, el territorio que los gemelos declaran como suyos una vez sus padres tomaron como suya la habitación de la planta baja—. Si se dan prisa, alcanzarán a desayunar.

Tom se sienta de golpe en la cama y bosteza como león. Se rasca la cabeza y desea volver a la cama para no salir de ahí por lo menos hasta que las vacaciones de verano regresen a sus vidas.

Es el primer día de clases del nuevo año escolar y ya ruega por faltar a la escuela. Nadie lo puede culpar -Simone incluida pese a que lo niegue- porque de meses atrás Bill y él han sido molestados y maltratados hasta el cansancio. A modo de prueba, rasguños, bofetadas, labios partidos y en más de una ocasión, uno o dos ojos morados por cada gemelo.

—Quiero quedarme aquí —murmura Tom con malestar, hundiendo la cara sobre la almohada y conteniendo un nuevo bostezo que pugna por salir de su boca.

Tendido así, deja pasar por lo menos diez minutos. Justo cuando cree que el sueño va a llegar de vuelta, la puerta de su habitación se abre y los pies ligeros de Bill hacen acto de presencia.

Éste avanza directo a la cama y de un movimiento, alza las mantas y se mete debajo de ellas sin más premura.

—Tomi —pega la nariz contra el cabello de su gemelo—. Arriba, perezoso. Es el primer día de clases y me niego a ir sin ti —amenaza con un deseo secreto de que su madre olvide su presencia en la planta alta y puedan quedarse toda la mañana así.

—No vayamos a ningún lado —dice Tom con voz ronca por el sueño. Extiende un brazo y sujeta a su gemelo por la cintura hasta atraerlo más cerca—. Tapémonos por encima de la cabeza y mamá nos dejará en paz.

Bill suelta una risita. —Idiota, ella notaría un enorme bulto.

Tom aprieta las piernas por inercia. Enorme bulto es el que tiene en los pantalones de su pijama, justo como viene sucediendo de un año atrás y seguirá así hasta que sea un anciano.

—Uhmmm… —Exhala con pesadez—. No me importa. Hoy no quiero ir a ningún lado… Quiero —paladea la palabra— quedarme contigo así todo el día. —Gira la cabeza y un único ojo contempla como Bill parece tomar un leve tono rojizo en las mejillas.

—Idiota —repite el menor de los gemelos. Últimamente, los comentarios de Tom lo incomodan, lo hacen sentir achispado como cuando bebió un trago de champagne la Navidad anterior luego de mucho insistirle a Gordon por una probadita, pero la sensación se asemeja más a emoción que a los mareos que le dio el alcohol—. Yo también quiero eso, pero…

—¡Tom, Bill, les juro que si no bajan ya, se irán caminando a la escuela! —Interrumpe la voz de Simone las palabras del menor de los gemelos.

—Supongo que es hora de despertar —rueda Tom en la cama hasta quedar cara a cara con Bill—. Buenos días —murmura con una sonrisa boba en el rostro—, con ese nuevo look te van a patear el trasero en la escuela.

El leve bochorno de Bill da pie a un tono escarlata por todo su rostro y cuello. —Tiene que valer la pena —declara con un poco de orgullo en la voz—, ¿o no?

—Yep —concede Tom, apartando al fin las mantas de encima de los dos y poniéndose en pie para su primer día de clases.

 

—El labio partido más grande que pudieras imaginar —refunfuñó Bill, sentado en el suelo del cuarto de Tom y revisando una de las cajas que habían sacado del armario—. Se me inflamó tanto, que mamá al principio creyó que me había picado una abeja. ¡Y el ojo morado, joder! —Se exaltó—. El maquillaje lo cubrió por las dos semanas que lo tuve, pero dolía como el demonio.

—Suena doloroso —no pudo reprimir Tom el tono de espanto al oír de aquel primer día de clases que había recordado la noche anterior en un sueño y que Bill le estaba contando.

Era espantoso. Una cosa era recordar el maltrato previo a sus trece años y otra escuchar en labios de Bill la pesadilla por la que habían pasado y que hasta sus veinte años los seguía acosando.

—Lloré tanto esa noche —prosiguió Bill con su relato, bastante más sombrío que en un inicio—. Mamá estaba furiosa con Markus Kellner.

—Y luego llamó a su madre y… —Dijo Tom sin pensarlo mucho. Recordaba eso vagamente. En cuanto Simone se había enterado de quién era el agresor que había atacado al menor de sus hijos, había llamado a su madre, sólo para recibir una sarta de insultos respecto a por qué el marica de su hijo merecía los golpes propinados.

Bill miró a Tom con la boca abierta, asombrado de que su gemelo tuviera memoria de eso. —¿Lo recuerdas?

Tom denegó la cabeza con lentitud. —Lo siento —agregó al cabo de unos segundos—. Tengo idea de lo que pasó, pero no… Yo no…

—Shhh, Tomi —le pasó Bill el brazo a su gemelo por la espalda—. No pasa nada si no recuerdas. Yo tampoco quisiera acordarme de algo tan horrible. Sin que te tengas que esforzar mucho, todo volverá a tu cabeza. Ten sólo un poco de paciencia.

Tom se mordisqueó el piercing en el labio pero se abstuvo de hacer comentarios negativos al respecto. El proceso de recuperar la memoria era lento, muy lento. Y aunque apenas era su tercer día en casa, la carencia de avances lo frustraba hasta límites indecibles. La paciencia simplemente no era una de sus virtudes.

—Mejor sigamos buscando las fotografías —declaró Bill, viendo que su gemelo parecía marchitarse como flor en un vaso de agua. Terco de utilizar cualquier medio a su alcance para lograr que Tom recuperara la memoria, Bill buscaba los viejos álbumes donde las escasas fotografías impresas que tenían de sus últimos años se encontraban. Se negaba rotundamente a mostrarle cualquier imagen que fuera de estudio o sesión fotográfica; por consiguiente, las de revistas o que pudieran conseguir por Internet estaban vedadas. Él quería que Tom tuviera recuerdos reales (sus cumpleaños, algunas celebraciones, momentos especiales) y no el “Posa de tu lado izquierdo”, “Abraza a esa fan por la cintura y todos sonrían” o “Alza la barbilla para resaltar tus facciones” que los fotógrafos solían indicar en su dirección.

Su idea había tenido en un principio la resistencia del propio Tom, quien se sentía fuera de lugar en su propia habitación, y que en sus propias palabras, había expresado el inevitable sentimiento de sentirse un intruso en su propia vida.

Hacerlo sobrepasar sus propias barreras le había tomado a Bill al menos una hora de convencimiento y mucha persuasión de su parte, pero al fin ya estaban en eso.

Moviendo con cuidado cada cosa de su sitio y tratando de memorizar el sitio exacto en el que se encontraba antes de su registro, Bill y Tom trabajaban a ritmo de tortuga sobre cajones, gavetas, cajas, cuadernos, escondites e infinidad de sitios que el Tom Kaulitz de veinte años usaba para almacenar su vida.

—Siento como si no debiéramos hacer esto —refunfuñó Tom una vez más, hojeando sin mucho interés los volúmenes de un pequeño estante situado a un lado de la cama.

—Es tu propia habitación, Tomi, así que supéralo —respondió Bill con un poco de fastidio, cansado ya de explicarle a su gemelo que revisar sus propios objetos personales no se consideraba un atentado contra la intimidad del individuo, como él se empeñaba en repetir a modo de excusa para no tener que tocar ninguna de sus pertenencias.

—Ya —lo dio por perdido Tom, enfocándose más en los volúmenes que tenía de frente; de entre todo lo que estaban haciendo, era lo menos invasivo que se le ocurría hacer.

Los libros no eran muchos y los temas no variaban demasiado fuera de algunos best-sellers manoseados, unas cuantas guías de piano y revistas de temas que iban desde música a revistas para adultos.

Un poco intrigado y más por morbo que otra cosa, Tom miró de reojo a Bill aún concentrado con el contenido de unas cajas y sacó la primera revista del montón. En la portada se encontraba Jessica Alba posando en un diminuto bikini y sobre la arena de una playa desconocida.

Dirigiéndose directo al artículo de ella, hojeó un par de páginas antes de que Bill lo sorprendiera al asomarse por encima de su hombro y hablar.

—Ya me parecía sospechoso tanto silencio de tu parte —gruñó—. Entiendo que te gusta taaanto Jessica Alba —alargó las vocales con malhumor evidente—, pero no te da derecho de olvidar que estamos en una misión importante.

—No me gusta tanto —pasó Tom las páginas con desinterés—. Sólo pensaba en lo falsos que parecen sus senos. 100% silicón.

—Pfff, Tom, ¿en serio? —Se burló Bill antes de soltar una carcajada que lo hizo doblarse de la risa. Al cabo de unos segundos y después de limpiarse la comisura de los ojos, prosiguió—. Tienes que estar de broma. Tú nunca te callas al respecto. Que si Jessica Alba es la mujer más perfecta del mundo, que si quieres hacerlo con ella estilo perrito o…

Tom frunció el ceño contrariado, avergonzado de que ellas palabras hubieran salido de su boca. —Yo no dije eso —negó con rotundidad—. Aunque no tenga memoria, sé lo que diría y lo que no. Jessica Alba es… atractiva, pero yo no… —Volvió a mirar la portada de la revista y se preguntó por qué habría de mentir al respecto. Jessica Alba le parecía en el mejor de los casos digna de contemplación, quizá como era en el caso, de poseer una revista con ella en la portada, porque había que admitirlo: En bikini y cubierta de arena en sitios estratégicos era el sueño de cualquier adolescente, pero definitivamente no los suyos.

Él quería a Bill y Jessica Alba se alejaba mucho de ese ideal.

—Vamos Tomi, admítelo. Es tu favorita —lo codeó Bill por el costado—, no tiene caso negar que te has masturbado usando esa misma revista.

—¡Iugh, asco! —Dejó el mayor de los gemelos caer la revista—. Ya te dije que no, caray —se dio media vuelta, harto de pronto por lo absurdo de aquello—. Me niego a admitir algo que no es cierto.

—Ese golpe en la cabeza te mató la única neurona que tenías —bromeó Bill, pero Tom lo ignoró yendo al otro lado de la habitación—. ¿Tomi?

—Tú sigue mirando en esas cajas y yo buscaré algo en estos cajones —fue la respuesta cortante del mayor de los gemelos.

Bill se quedó paralizado en su sitio, no muy seguro de qué había pasado o cómo era que él se había convertido en el culpable de el enojo de Tom, pero recordando viejos tiempos y lo fácil que Tom cambiaba de humor, decidió dejarlo estar en paz si eso era necesario para que media hora después todo volviera a la normalidad.

—Ok —aceptó al fin, arrodillándose frente a la caja sobre la que trabajaba apenas minutos antes y seguir con su labor autoasignada.

Dándole un último vistazo de odio concentrado a la revista arrugada que lo había ocasionado todo y yacía abierta de par en par sobre el suelo, tomó aire y reanudó su tarea.

 

—Bill —el aludido alzó la mirada para encontrar a su gemelo sosteniendo lo que parecía ser un maletín negro—, ¿qué es esto?

—Es tu portátil —se sacudió el menor de los gemelos el polvo del pantalón—. Estaba extraviada. Y uhm, por lo de tu cabeza, no te podíamos preguntar dónde estaba.

Tom abrió el compartimiento principal y dio un vistazo. —Mierda… —Exclamó con asombro.

—¿Qué pasa? ¿No está dentro? —Inquirió Bill, mirando por sí mismo—. Hey, pero si ahí está.

—¿No es muy…? —Tom se mordió la lengua. La laptop se veía demasiado pequeña, delgada… Plateada. El mayor de los gemelos no estaba muy seguro si expresar sus pensamientos era lo correcto.

Ya desde el primer día después del accidente se había dado cuenta que el mundo, al menos en su esencia, no había cambiado mucho. Existían coches más veloces y todos habían crecido unos cuantos años, pero nada espectacular o que le diera la idea de que la tecnología avanzaba a pasos agigantados. Al menos no había robots en las calles o la gente vestía muy diferente a como recordaba.

Ahora ese pequeño portátil venía y le trastocaba el mundo.

—¿Estás seguro que es mío? —Quiso cerciorarse. Años atrás, tener una computadora en casa era caro y un lujo; Simone había adquirido un modelo viejo para los gemelos cuando fue necesario para sus tareas escolares, y Tom recordaba la lentitud con la que las páginas web se mostraban.

—Claro que sí, ¿ves? —Sacó Bill el portátil del maletín y le mostró la cubierta, donde escrito con letras apenas apreciables en relieve, se apreciaba ‘a.T.O.M.I.-K.’ escrito en estilo graffiti—. Uhm, por si no lo recuerdas, yo lo hice para ti. Pensé que sería gracioso y te gustó… A menos que hubieras mentido.

Al mayor de los gemelos se le oprimió el pecho de pensar que Bill creía que no le había gustado. Recorriendo el relieve con la yema de los dedos, pasó la bola de emoción atorada en la garganta y asintió. —Me gusta mucho. No mentí al respecto, en serio.

—Me alegro mucho —barbotó Bill con las orejas rojas.

—¿Crees que pueda usarla? —Levantó Tom la pantalla. A pesar de ser ultradelgada, la laptop parecía de lujo con su teclado cromado y el monitor impoluto.

—No veo por qué no —se encogió Bill de brazos—. Es tuya, tú pagaste por ella.

—¿En serio? —Abrió Tom grandes los ojos—. ¿Con qué dinero? Esto debió costar una fortuna.

—Con el que has ganado con la banda, por supuesto —chocó Bill hombros con su gemelo—. Y nah, no fue tanto. Fue casi un regalo de los patrocinadores, si aceptabas participar en uno de sus comerciales. Por lo único que pagaste fue por el software y el maletín negro donde la guardas. Tiene menos de dos meses, así que sigue siendo tecnología de punta.

—Increíble… —Tom se colocó el portátil sobre las piernas y pareció meditar por una escasa fracción de segundo por dónde se encendía. Al no tener CPU como el viejo modelo al que estaba acostumbrado, consideró la idea de voltearlo y revisar por detrás.

—Aquí —presionó Bill un botón lateral por un corto tiempo y la máquina comenzó a hacer ruidos.

—Wow —se asombró Tom cuando el monitor se encendió y el sistema dio inicio—. Jamás pensé que tendría uno de estos antes de cumplir treinta.

—Las cosas han cambiado mucho, Tomi —explicó Bill—. Entre que cada vez son más baratos y con mejores capacidades, lo raro es no tener uno. Aunque admito que tu modelo cuesta un poco más de lo común, pero lo vale. Al menos por lo que presumes… —Agregó con felicidad, encantado de que por primera vez en días, su gemelo parecía totalmente absorto en algo que le interesaba y no en su miseria particular.

—Mmm, ¿Bill? —Tom alzó los ojos del monitor y los enfocó en su gemelo—. ¿Cuál es la contraseña?

El menor de los gemelos frunció el ceño al tiempo que se asomaba a la pantalla.— Francamente, no sé. Yo tengo mi propio portátil, así que jamás pregunté. Prueba en sugerencia —indicó el icono.

Con un poco de dificultad, Tom guió el cursor al punto exacto y presionó, sólo para obtener una frase que no le decía nada y a la vez lo confundía: “Algo que me gusta y Bill no debe saber.”

El menor de los gemelos arqueó una ceja. —No sé si sentirme halagado o molesto de que me tomaras en cuenta para escoger una contraseña.

Tom suspiró con desgana. —¿Y si nunca recuerdo?

—Pues… Tendremos que ir con un técnico y formatear. Los archivos se pueden perder…

—¡No! —Se exaltó Tom, bajando la tapa de golpe—. Voy a recordar la contraseña, ya verás. No puede ser tan difícil si a fin de cuentas yo la puse.

Bill rodó los ojos. —Suerte con eso. Yo olvidé la de mi teléfono móvil y ya ves lo que pasó. —Ante el gesto de ignorancia de su gemelo, Bill agregó—: Ya sabes, tuve que reiniciar el sistema y todos los datos se perdieron. Fue una pesadilla, pero de todos modos algo que se tenía qué hacer. Hasta la fecha no recuerdo la palabra secreta que coloqué.

Tom sopesó aquellas palabras unos momentos antes de volver a hablar. —No me pasará lo mismo, voy a recordar o moriré en el intento.

—Empezaré llamando a la funeraria —se burló Bill—. ¿Piensas ayudarme a seguir buscando o…? —Indicó la laptop, que de vuelta estaba abierta y sobre los muslos de Tom—. Olvídalo —lo dejó pasar al ver que su gemelo tecleaba un poco y luego soltaba un bufido entre dientes—. Suerte con eso.

—No la necesito —masculló Tom entre dientes, haciendo otro intento y fallando—. Mierda…

—Terco —se volvió a concentrar Bill en la labor que trabajaba antes.

Horas después, luego de que su espalda no diera más para estar inclinada sobre viejos recuerdos que Tom guardaba en cajas sin clasificar, Bill dio por terminado su trabajo del día.

Arrastrando consigo a un reticente Tom que se empeñaba en seguir probando combinaciones imposibles como contraseña, ambos cenaron un estofado improvisado y vieron una película antes de regresar de vuelta a los dormitorios.

Por decisión unánime y silenciosa, decidiendo que iban a dormir juntos como las dos noches anteriores.

 

—Algo que me gusta y Bill no debe de saber —releyó Tom en susurros por milésima vez en lo que iba de la noche aquella frase.

Con Bill a un lado y dormido, Tom se sentía un poco culpable de estarse desvelando por una tontería tan idiota como averiguar cuál era la contraseña de su portátil. Bill estaba en lo cierto, lo más fácil sería dársela a un técnico cualquiera que se la devolvería como nueva, pero… ¿Y si contenía documentos importantes? ¿Qué tal si su contenido debía mantenerse en privado? Tom estaba seguro de una simple cosa: Si se había tomado la molestia de proteger con contraseña era por algo.

—Jessica Alba —tecleó de vuelta como en los últimos cinco intentos. Probó con letra capital en las dos letras iniciales, sin ella, todo en mayúsculas o minúsculas y nada.

Maldiciendo mentalmente su falta de memoria como nunca, consideró la posibilidad de dormirse de una vez por todas. El reloj digital que brillaba en un rincón de la habitación marcaba las dos y media de la madrugada y mañana tenían que continuar con su labor de investigación en la pila de cajas que quedaban por revisar.

«Un último intentó» pensó Tom con desesperación. «Algo que me gusta y Bill no debe de saber». Cerró los ojos tratando de concentrarse, pero lo único con lo que fue capaz de salir fue ‘me duele la cabeza’ y eso por eliminación, no era la contraseña. Luego de haber intentado con colores, frutas, maldiciones, y otros tantos campos semánticos, Tom estaba al borde de un ataque de migraña.

Bajando la tapa por última vez aquella noche, fue como si la inspiración lo golpeara con el peso de una tonelada de concreto y fue gracias a su estómago rugiendo de hambre y a la idea de comer una grasosa hamburguesa de Burguer King que dio con la respuesta.

Burguer King, tecleó con cuidado, sólo para descubrir que estaba equivocado. Pero no podía ser. Encajaba a la perfección con su antiguo perfil de vegetariano. La carne de hamburguesa era algo que él adoraba y Bill no le permitía. Probó usando una combinación de mayúsculas y minúsculas pero una vez terminó y ningún resultado fue el acertado, consideró la opción de tirar el portátil lo más lejos posible y darlo por perdido.

A un lado suyo, Bill habló algo incomprensible entre sueños.

La revelación de las iniciales lo dejó estupefacto. BK. Que no era Burguer King sino…

Como guiado por un impulso, Tom escribió ‘Bill Kaulitz’ y el sonido del sistema iniciándose le dio vértigo.

Por impulso, se cubrió la boca con la mano y abrió grandes los ojos.

La contraseña era Bill Kaulitz; la sugerencia no había mentido porque Bill no debía enterarse.

Eso sólo podía significar una cosa… Aún amaba a Bill incluso si no lo recordaba.

—Joder…

—Tomi, ya duérmete —balbuceó Bill a su lado.

—Un segundo —respondió Tom como autómata.

—Ríndete al menos por hoy, no vas a recordar nada y te va a doler la cabe-… —El menor de los gemelos se detuvo a media frase, incorporándose sobre un hombre y viendo el ya conocido wallpaper que Tom tenía de fondo de pantalla, una imagen de Heidi Klum en ropa interior por algún desfile de lencería—. Lo lograste… ¿Pero cómo? —Miró a Tom con asombro—. ¿Cuál era la contraseña?

Tom apretó la mandíbula, convencido de que decir la verdad no le iba a traer nada bueno. —Burguer King —dijo al fin—. Tenía razón al poner la sugerencia, sería algo que no debes de saber.

—No pensé jamás que extrañaras tanto comer carne, lo siento —murmuró Bill a modo de disculpa—. Pero ahora que ya sabes, es hora de dormir.

Tom se aguantó la irreprimible sensación de soltarse llorando; odiaba mentirle a Bill, pero más odiaba cuando éste le creía, por muy egoísta que fuera de su parte. —Tienes razón —admitió.

Apagando el portátil y dejándolo en el suelo a un lado de la cama, se aferró a Bill con desesperación, entrelazando sus manos en un gesto silencioso de desconsuelo.

—Hey Tomi —murmuró Bill al cabo de unos minutos de tenso silencio, su aliento tibio haciéndole cosquillas al mayor de los gemelos en la mejilla—, sólo cierra los ojos y te dormirás. Buenas noches —dijo antes de besarlo en los labios como si aquello fuera de lo más normal y después caer dormido.

—Buenas noches —murmuró éste, de pronto agotado por el día.

Cerró los ojos tal y como Bill se lo había indicado y antes de que lo supiera, ya estaba dormido.

 

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