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A los trece por Marbius

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10.- Paso de dos

 

El despertar al nuevo día fue como una repetición de su salida del coma.

Tom abrió los ojos a la nada, tendido de espaldas y solo. Las mantas anudadas a sus piernas y una pesadez por todo el cuerpo que le hizo considerar la idea de quedarse en la misma postura hasta que le salieran llagas por falta de movimiento o al menos hasta que le dieran ganas de hacer algo que no fuera simplemente pensar, respirar y existir.

Bill no estaba a su lado como la noche anterior y a juzgar por la luz que se colaba por debajo de las cortinas, aún era demasiado temprano para que cualquiera de los dos estuviera de pie y listo para el nuevo día.

—Mierda –se tapó el mayor de los gemelos el rostro con el brazo. Los recuerdos del día anterior frescos e igual de afilados que la realidad.

Sin lugar a dudas (Tom conocía a la sangre de su sangre a la perfección) Bill había dormido poco y mal para después huir de la cama que compartían a la menor oportunidad.

Tom no lo podía juzgar por ello.

La situación entre ambos se encontraba tensa y distante; más que eso, también en la cuerda floja luego de su repentina revelación. “Tengo algo que decirte” sonaba a telenovela cursi y barata, pero a Tom le había salido del alma en su momento y ahora, a la luz de un nuevo día, le parecía idiota de su parte el haber dicho algo como eso cuando en realidad lo que menos quería era hablar de sus sentimientos, ugh.

Ahora Bill esperaría saber la verdad y…

Tom se concentró en el techo, deseando encontrar algo que lo distrajera, pero fallando miserablemente luego de tres intentos en que su cabeza regreso a lo mismo: Bill.

¿Dónde estaría? El silencio parecía colgar sobre su cuello como la navaja de una guillotina, listo para accionarse y dar pie al desenlace fatal. Siendo que su gemelo era tan callado como un elefante en una cristalería, el que no hiciera ni el menor ruido por toda la casa era prueba de lo mal que estaba todo.

Luego de ponderar sus opciones (quedarse en la cama y sentirse mal o buscar a su gemelo y sentirse peor si el resultado acababa mal) Tom al final optó por ser valiente y comportarse como el hombre que era. O al menos el que era físicamente.

Luego de una breve visita al sanitario y de lavarse la cara y los dientes, el mayor de los gemelos enfiló con pasos inseguros rumbo a las escaleras, convencido de que su gemelo se encontraba en la planta baja.

—Eso es porque tu hijo es un idiota, mamá –lo escuchó de pronto, con una mano sujetando la balaustra y un pie en el primer escalón en el piso inferior, aparentemente en la línea, con su madre y hablando pestes de su pelea como era común en él cuando la tensión llegaba a niveles alarmantes.

‘Tu hijo’ dicho en un tono de desprecio que competía con el odio, era como se referían el uno del otro cuando estaban enojadas entre sí. Como si las rencillas entre ellos disolvieran el vínculo fraternal que los unía y sólo el compartir una misma madre fuera la delgada línea que los marcara como iguales.

Tom miró hacia abajo justo en el ángulo perfecto como para ver a Bill se espaldas, sentado en uno de los sillones de la entrada y con la cabeza baja. Había algo en su postura que le recordaba a un viejo hombre acabado, sin esperanzas o sueños y eso le hizo sentir a Tom un ramalazo de culpa frío en el pecho.

—No fue una gran discusión, sólo… —Tom apreció el suspiro que salió de los labios de su gemelo y la vieja emoción de la culpa le presionó la garganta—. Ya sabes cómo son las cosas entre él y yo. –Una pausa—. Algo así, pero sin sangre.

Tom arqueó una ceja, un poco confundido por la tranquilidad con la que Bill hablaba de ello.

—Agradezco el gesto, mamá, pero no será necesario… —Tom observó cómo Bill tamborileaba los dedos sobre su muslo derecho.

El mayor de los gemelos se mordió el labio inferior, de pronto un poco violento por estar oyendo una conversación privada. Pero la opción de regresar por donde había venido y fingir desconocimiento le parecía de lo más ridícula, así que tomó asiento en el peldaño más alto de la escalera y aguzó el oído.

—Tengo que hablar primero con él… Sí, sí, te hablo más tarde… Yo también te quiero, mamá; adiós —finalizó de pronto la llamada y se puso en pie. Tom hizo amagos de hacer lo propio, pero muy tarde, Bill se había dado media vuelta y lo estaba viendo con los ojos entrecerrados.

—Es de mala educación escuchar las pláticas de los demás —bufó cruzándose de brazos.

Tom pegó el mentón al pecho y musitó: —Lo siento.

Por el borde de su visión, vio como Bill rompía su rígida postura y apoyaba una mano sobre su cadera antes de soltar un suspiro que llevaba consigo un deje de tristeza.

—Pareces un crío anormalmente crecido cuando te pones así —señaló sin malicia. El cuadro de Tom sentado en las escaleras y mirando a través de los travesaños con aspecto perdido le hizo pensar si así lucirían ambos cuando su madre y Gordon llegaban tarde en la noche luego de salir y los encontraban esperándolos. La perspectiva de que así fuera le ablandó un poco el corazón—. Hablé con mamá y ella quiere que pasemos este fin de semana en casa, ¿qué te parece?

El mayor de los gemelos levantó la cabeza de golpe, de pronto interesado en que su conversación fuera por tópicos menos peligrosos.

—Saldríamos mañana temprano y regresaríamos el domingo, quizá el lunes o el martes, todo depende de, ya sabes, cómo esté todo —prosiguió Bill, avanzando rumbo a la cocina y Tom le siguió bajando la escalera y manteniendo una distancia prudencial—. Le dije que quizás no quisieras, por lo que necesitas descansar y eso, pero… Tú decides —finalizó dejando la decisión al aire.

Tom se pasó la mano por la cabeza y no fue mucho lo que tuvo que tomar en consideración.

Extrañaba a su madre. Mucho. Tanto como para burlarse de sí mismo por ser un niño de mami, pero no lo podía evitar. La última vez que habían estado en la misma habitación, él había estado inconsciente y conectado a un aparato que monitoreaba sus signos vitales mientras ella lloraba por posibles secuelas de su accidente. Luego ella se había tenido que marchar luego de largos días sin ningún cambio positivo o negativo a causa de su trabajo. Y una vez que Tom había estado mejor de salud, tampoco se había dado la situación para que se encontraran, pero ahora…

—Quiero ir —dijo Tom con seguridad—. Y tal vez ahí podamos buscar unas fotografías… Ver álbumes —agregó lo último para ver si Bill le prestaba más atención.

—Sería una buena idea —respondió el menor de los gemelos, pero la fuerza con la que apretaba la mandíbula era más que obvia—. Empacaremos hoy —se dio media vuelta para enfrascarse en lavar una taza y una cuchara en el fregadero— y saldremos mañana sin prisas, pero temprano. Intenta no… —Se congeló a mitad de la frase cuando Tom lo abrazó por detrás y el temblor en su cuerpo dejó expresar cuánto le dolía que estuvieran así.

—Lo siento —murmuró—, lo siento tanto. Tienes derecho a estar enojado, pero mírame —suplicó Tom rodeando a Bill por encima del estómago con los dos brazos—. Sé que dije cosas horribles ayer, pero no me ignores —gimoteó avergonzado de su propia puerilidad.

El menor de los gemelos suspiró por lo que sería la décima vez en lo que iba de la corta mañana, pero era el único gesto que se veía capaz de hacer sin sentirse peor. Mirando hacia abajo donde las manos de Tom se entrelazaban entre sí sobre su vientre, pensó en apartarse, tener una rabieta y decirle a voz de grito lo mucho que lo había lastimado y lo idiota que se estaba comportando, pero eso no sería justo.

Era él quien tenía que actuar maduro por los dos y no iba a dejar que un Tom adolescente, terco como el demonio y ofensivo como sólo los críos pueden serlo en una edad tan difícil, lo sacara de sus casillas. Si para ello tenía que poner la otra mejilla, por el bien de ambos, lo haría.

—No estoy enojado —admitió Bill al cabo de unos segundos, demasiado cómodo en su abrazo como para romperlo—, sino… Dolido —musitó lo último—. ¿En verdad me odias tanto?

—Yo no te odio en lo absoluto —lloriqueó Tom con la frente apoyada entre los omóplatos de su gemelo—. Nunca dije algo como eso.

—Pero dijiste que te hago miserable… S-Si es verdad —le tembló la voz—, entonces yo también me odiaría.

—No —intensificó Tom la fuerza de su abrazo, pegando más sus cuerpos y alineando sus caderas—, yo te quiero mucho como para odiarte. Jamás podr-…

—¿Entonces lo que dijiste anoche? —Bill interrumpió a su gemelo, no dispuesto a tomar en cuenta las demás palabras, y cerró los ojos, deseando también cerrar la mente y los oídos para no escuchar así una respuesta que lo pudiera lastimar más. Una cosa era tratar de ser fuerte y otra era serlo en verdad; no estaba muy seguro de sus capacidades en su nuevo papel de hermano mayor.

—Es cierto —admitió Tom la verdad—, pero no es nada de lo que imaginas.

—Quiero la verdad —se soltó Bill del abrazo y giró para enfrentar a su gemelo, clavando sus pupilas en las de él como dagas en el centro—. ¿Y bien?

Tom intentó retroceder, pero anticipando su reacción, Bill le clavó los dedos en los antebrazos y lo mantuvo en su sitio.

—Tú… —El mayor de los gemelos sintió una repentina sensación de mareo, como si pudiera desmayarse en cualquier momento, pero su valor pudo más que el miedo—. Tú no quieres saberlo.

—Tom…

—En serio —se le humedecieron a Tom los ojos—, es algo tan horrible… Me moriría si tuviera que decirlo ahora mismo. Por favor —suplicó al final.

La expresión de Bill cambió y perdió su dureza hasta transformarse en una de preocupación. —Voy a entenderlo, Tomi, y si no puedo… Lo intentaré más, pero dímelo.

—Pero… —La respiración de Tom salió entrecortada—. No puedo.

—Tomi, espera…

—No, no puedo —se apartó Tom de golpe y giró la cabeza evitando así a toda costa ver a su gemelo—. Es demasiado, tengo que… No sé, tengo que salir de aquí —habló sin pensar y como si sus propias palabras lo inspiraran, caminó rumbo a la puerta principal dando largas zancadas.

—¡Tom Kaulitz! —Gritó Bill al mismo tiempo que Tom dio portazo y salió al exterior, los cristales en toda la casa vibrando por la fuerza—. Mierda.

 

Bill esperó dos horas el regreso de su gemelo antes de salir él mismo al jardín y tratar de arreglar todo lo que iba mal entre ellos de una vez. Un paso primero, se repitió con firmeza, caminando rumbo a la figura solitaria que se sentaba sola al final del jardín en compañía de Scotty.

Mientras tanto, Tom había pasado ese tiempo acariciando las cabezas de todos sus perros y caminando alrededor del jardín por primera vez desde su llegada. Aunque apenas tenía un par de días en casa, aún le faltaban muchos sitios por recorrer y el patio trasero era uno de ellos.

El espacio no era pequeño, pero tampoco grande. Le daba espacio a cuatro perros y a varios vehículos, así como un área donde setos de flores decoraban el lugar, un juego de sillas con mesa y unos cuantos árboles que se repartían en el terreno. Al mayor de los gemelos le gustaba; era parecido al que tenían en casa con su madre, plus las mascotas y satisfacía su necesidad de estar a solas para poder pensar.

Y Tom pensó mucho en todo y nada. Empezando con Bill y terminando también con él.

—Le voy a decir, muchacho —le aseguró Tom al perro tendido a sus pies mientras le acariciaba el costado; Scotty levantó un poco las orejas, pero fuera de eso, no dio muestras de comprenderlo—. Sólo tengo que… —Tom se detuvo a media frase cuando su gemelo salió de la casa y avanzó con rumbo hacía donde él se encontraba.

Con cada paso que daba reduciendo la distancia entre ambos, Tom tenía la impresión de que una nueva pelea se aproximaba, pero una vez Bill estuvo a su lado, entendió que por el momento, su gemelo iba a actuar como si nada hubiera pasado y la normalidad podría regresar.

—Pensé que podrías estar un poco helado —le tomó una mano entre las suyas y Tom sintió una sensación cálida en el estómago que se extendía por todo su cuerpo—. ¿Qué tal si salimos? Tú y yo, ¿cómo suena eso?

Tom no se lo pensó mucho antes de asentir.

 

Una vez empacadas las maletas para su fin de semana de regreso en casa y luego de haberse cambiado para salir, Tom y Bill subieron a un pequeño automóvil y emprendieron el regreso a la ciudad.

El camino fue corto y la charla ligera. Ni Bill sacó a colación el tema de su conversación pendiente y Tom trató de relajarse lo más posible, asegurándose casa tanto que su gemelo iba a darle el tiempo que fuera necesario antes de presionarlo.

Pronto se encontraron en la ciudad y el bullicio del transito de la tarde los envolvió.

—¿Comemos algo? —Preguntó Bill, marcando direccional y entrando en lo que parecía ser el distrito de restaurantes y bares.

Tom miró un poco antes de decidirse. —No tengo mucha hambre, pero… —Apuntó con su dedo una pequeña tienda de autoservicio—. Podría comer helado de frambuesa.

—Frambuesa será —se estacionó Bill un poco lejos de la entrada del servicio y abrió la puerta—. Espera aquí.

A través de los cristales de la tienda, Tom vio como su gemelo compraba el helado y un par de productos más, todos ellos comida chatarra y en su mayoría dulces, antes de pagar con tarjeta y salir de vuelta a la calle.

Bill corrió la distancia que lo separaba de la tienda a su automóvil y una vez dentro, arrancó el vehículo.

—Creo que alguien me reconoció ahí dentro —masculló divertido, saliendo en reversa y acelerando.

Tom lo dudaba; Bill iba sin maquillaje, por una vez vestido de lo más normal y llevaba gafas oscuras y un gorro sobre la cabeza. Claro que Tom no estaba tan consciente del nivel de banda que ellos o la banda tenían en Alemania; una cosa era saberlo y otra era estar seguro de ello.

—¿Vamos a ir al mirador? —Preguntó Tom sin mucho pensarlo, revisando las bolsas que Bill había dejado sobre su regazo y sacando un caramelo agridulce.

Bill exclamó un repentino ‘¡Oh!’. —¡¿Qué?! —Su voz salió chirriante.

Tom saboreó el dulce. —Dije que…

—Te oí bien —lo interrumpió su gemelo, mirando por encima de su hombro—, es sólo que... —Sonrió—. ¿Recuerdas algo más?

El mayor de los gemelos casi se atragantó con el caramelo. —¡Lo recuerdo! —Exclamó con alegría.

El mirador al que se referían era un sitio un poco apartado a las orillas de la ciudad al cual les gustaba ir de tanto en tanto. Era un sitio un lugar apartado de la pasada de vehículos, cubierto por naturaleza y seguro al mismo tiempo. Los gemelos adoraban comprar comida para llevar y disfrutarla en el mirador. Fuera de día o de noche, la vista resultaba espectacular hacia un campo de manzanas o hacia el cielo estrellado.

—La última vez que estuvimos ahí…

—Fue un mes antes de tu accidente —completó Bill la frase de su gemelo—. Vinimos y…

—Hablamos del futuro —recordó Tom con asombrosa claridad cada palabra que habían hablado esa noche. Entre el humo de los cigarrillos que habían fumado y la pizza que habían comido aquella tarde, la impresión de esa memoria resaltaba—. Y de lo mucho que te gustaría trabajar como productor para una banda de adolescentes algún día cuando la Tokio Hotel no esté más. Como David.

—Como David, exacto —se ensanchó la sonrisa del menor de los gemelos—. ¿Recuerdas algo más? —Disminuyó la velocidad, cambiando a la carretera aledaña y bajando por el terraplén hacía una parcela apartada.

Tom arrugó la nariz. —Creo que sí, no estoy seguro.

—No te esfuerces —dijo Bill de pronto—, ya casi llegamos.

Después no dijo nada más, pero un ligero apretón en la rodilla le hizo saber a Tom que todo entre ellos dos iba a mejorar. Estaba seguro de ello.

 

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