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A los trece por Marbius

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11.- El primer paso del largo camino a casa

 

—Es… —Tom se estremeció ante la vista, las palabras en su boca sin poder salir y darle forma a lo que con los ojos abarcaba. Si de su vida dependiera definir todo el esplendor del sitio en el que estaban, se jodía; así que luego de barajar palabras en su cabeza, cerró la boca.

—Es nuestro lugar —serpenteó la mano de Bill por entre los asientos y tomó la de su gemelo—. Y es hermoso, por eso seguimos regresando.

Tom tragó saliva, asintiendo porque de cualquier otra manera hubiera mentido.

El descampado solitario en el que se encontraba era un sitio amplio y desierto a excepción de árboles y más árboles. A una distancia prudencial del peñasco más alto, la naturaleza los rodeaba a sus espaldas y al frente observaban campos de manzanas aún cubiertas de hojas y fruto. Más lejos aún, la ciudad que se desdibujaba por la distancia.

—Lo sé —confirmó Tom, tensando el agarre de su mano con la de Bill y dándole un apretón que esperaba, transmitiera toda la emoción que lo invadía en ese momento.

Bill apagó el motor y ambos se quitaron los cinturones de seguridad. Pronto el aroma de la comida que habían traído para compartir en su picnic especial, inundó la cabina.

—¿Y luego? —Con una papa frita colgando de los labios, Tom intentó mantener el tono relajado en su voz cuando al cabo de unos minutos, ninguno de los dos había dicho gran cosa.

El mayor de los gemelos no temía a los silencios incómodos porque entre él y Bill no existían, pero algo en el ambiente le hizo saber que así no era como sus escapadas a ese lugar sucedían. Pequeños fragmentos de recuerdos que se empecinaban en aparecer en su memoria, hablaban de lo contrario; risas, bromas, conversaciones serías, pero jamás mutismo por parte de ninguno de los dos.

Con la cabeza gacha sobre su regazo, donde al parecer se concentraba en poner salsa catsup a una rebanada de pizza como si se tratara de un problema de física cuántica que mandaría un cohete a la luna y requería de toda su atención, Bill pareció meditar seriamente su respuesta antes de hablar.

—Luego nosotros dos… —Bill esparció con un dedo la catsup por encima de su comida y hesitó antes de proseguir—. Nos relajamos, ¿sabes?

—Hablamos de tonterías.

—Eso —confirmó Bill—, pero no sé; se siente un poco… diferente.

Tom se mordió el labio inferior. —Es porque…

—¡No! —Se apresuró Bill a desmentir aquella opción—. No tiene nada que ver. En lo absoluto.

—Entiendo —le quitó Tom hierro al asunto por compromiso, porque en realidad no entendía nada.

En cualquier otro momento, aquel intercambio de palabras habría tenido significado nulo para cualquiera que los rodeara, mas no para ellos. Gemelos a fin de cuentas, un par extremadamente apegado, la conexión que ambos compartían se extendía al grado de, con medias frases, miradas e incluso sonidos inconexos, podían comunicarse sin problemas. Ahora… Después del accidente, Tom se sentía como el hablante de otra lengua.

Entendía lo que Bill hablaba, pero no comprendía nada.

—El clima es muy agradable —barbotó Tom de la nada, casi golpeándose la cara contra el tablero del automóvil por lo idiota de su comentario. ¿El clima? Claro, un tema tan interesante—. Quiero decir, ve lo bien que luce todo. No dudo que haya pájaros cantando en algún árbol o algo así porque… —Se paralizó cuando Bill giró por completo su cuerpo y la fuerza de sus penetrantes ojos pareció atravesarlo—. ¿Uhm?

—Cállate, Tom. Dices tonterías —frunció Bill el ceño, inclinándose un poco sobre su gemelo hasta el punto en que sus rostros se enfocaron el uno en el otro.

A Tom no le pasó desapercibido que su gemelo tenía un poco de catsup en la comisura de los labios. —Tienes… —Alzó un dedo tímido, señalando la mancha.

—¿Dónde? —La lengua del menor de los gemelos lamió del lado equivocado.

—N-No, espera —tartamudeó Tom, reduciendo la distancia entre ambos y con su propia lengua, limpiando el pequeño residuo de comida. Estaba ácida y su estómago pidió más comida.

—Gracias —dijo Bill como si nada, pero el repentino color rojo en su mejilla y cuello lo delató—. Primero vamos a comer y después…

—Después… —Repitió Tom como autómata, hurgando en las bolsas de comida que llevaban consigo y extrayendo una rebanada de pizza para sí mismo. Para acallar cualquier otro sonido, mordió un trozo grande y comenzó a masticar.

 

Después…

—No, Gordon estaba convencido y entonces… —Bill hipó con alegría, interrumpiéndose en medio de la historia que le contaba a su gemelo. Con una cerveza sin alcohol en la mano y picando cacahuates con la otra de una bolsa que yacía en medio de ambos, el menor de los gemelos prosiguió—. Puso en marcha en calentador. ¡Hubieras visto sus cejas! ¡O mejor aún, lo que quedó de ellas!

Tom soltó una carcajada, igual de achispado y compartiendo lo que ya sería su cuarta hora en aquel paraje remoto que ambos llamaban suyo.

La tarde ya había caído y la noche había oscurecido todo. A lo lejos, la luz de la ciudad confería al exterior y en la distancia, un brillo verdoso por encima de la capa de polución que iluminaba alrededor de manera nítida. A pesar de no contar con ningún otro tipo de iluminación porque el cielo estaba cubierto de nubes y las estrellas y la luna permanecían ocultas, Tom podía ver el perfil de su gemelo con absoluta claridad.

—Es raro que no recuerdes —prosiguió Bill con su relato—, porque hasta la fecha, le repites hasta el cansancio a Gordon ese accidente. 

—Qué puedo decir —rió el mayor de los gemelos—, es gracioso.

—Y mucho —se dejó recargar Bill en el respaldo y subió los pies al tablero.

Luego de un par de horas, ambos habían recorrido sus asientos lo más posible hacía atrás, y descalzos, los habían inclinado para tener una vista privilegiada.

—Me alegra que estés aquí —dijo de pronto Bill, recargando la cabeza sobre el hombro de su gemelo e ignorando lo incómodo de la palanca de cambios entre ellos—. Ya sabes, porque si el accidente hubiera sido peor, yo…

—Bill… —Tom le advirtió en su tono de voz; compartiendo un momento como ése, lo que menos quería era recordar la situación en la que se encontraban—. No pasó nada al final.

—Por eso dije ‘si hubiera’ —pasó el menor de los gemelos el brazo por encima del pecho de Tom y éste sintió el corazón latirle al doble de velocidad—. Después de que pudimos verte en la sala de terapia intensiva, lo único en que podía pensar era “Dios, no él, no ahora, no antes que yo”… Sé que es de lo más egoísta, pero no soy tan fuerte sin ti. —La yema de sus dedos rozó el cuello de su gemelo y la piel de esa zona se erizó—. Pensé mucho en eso cuando por fin pudimos estar en la misma sala que tú y juré que como diera lugar, tú volverías aquí, a nuestro lugar.

—Volví —balbuceó Tom con un sentimiento atorada en la garganta—. Volví y estoy bien, sano incluso.

—Pero no recuerdas nada —murmuró Bill con un pequeño deje de pesar—. Supongo que debí ser más ambicioso cuando hice mi deseo.

Tom no supo qué contestar a eso. En su lugar, dejó que el momento se extendiera largo entre ellos.

Tibios por el calor humano que compartían al estar tan cerca y abrazados de un modo tan íntimo, casi en el mismo asiento y con las piernas entrelazadas, no fue exactamente una gran sorpresa cuando Bill rompió la quietud del momento y reduciendo la distancia que separaba sus bocas, lo besó.

El mayor de los gemelos exhaló entrecortadamente, buscando una señal que indicara el poder seguir. Bill sólo volvió a inclinarse y ese segundo beso no tuvo nada de la castidad con la que el primero su contaba.

Duró apenas unos segundos, pero cuando se nueva cuenta se separaron, fue evidente que lo que acababa de empezar entre ambos, no iba a terminar así.

—¿Quieres…? —Murmuró Bill con la frente apoyada en la mejilla de su gemelo. A Tom apenas le salió un ‘sí’ breve, pero sus brazos se cerraron con fuerza en torno a su gemelo y éste abandonó su asiento para a gatas, arrastrarse al regazo de Tom.

Con una pierna a cada lado de su cuerpo, Bill se sentó con delicadeza sobre sus piernas y pareció un poco más que incómodo cuando Tom se limitó a observarlo.

—No me mires así —masculló con un mohín, inclinándose sobre su cuerpo con una mano sobre su hombro y besándolo repetidas veces por todo el rostro y el cuello, evadiendo a propósito los labios.

Pero Tom se negó a ello, y tomando su rostro entre ambas manos, lo besó de lleno en la boca. El gemido apenas perceptible que escapó de los labios de ambos, llenó el interior del automóvil.

—Yo… —Balbuceó Tom antes de que Bill reluciera aún más el espacio entre sus cuerpos y presionara su pecho contra el suyo.

—Shhh —siseó con lentitud, pasando el pulgar por el labio inferior de su gemelo y al parecer indeciso de cómo proceder—. Di sí o no con la cabeza —indicó—, ¿quieres seguir?

Tom tembló, pero cerrando los ojos, asintió.

Lo que vino después, no requirió de muchas más palabras, pero Tom recordó más razones por las cuales le gustaba tanto aquel sitio…

 

El regreso a casa fue raro, pero no tenso. Con esos dos adjetivos, fue como Tom pudo describir el volver a casa sin compartir una sola palabra, pero intercambiando cada pocos kilómetros una sonrisa cómplice que decía con nada, lo que acababan de pasar juntos.

Todo había sido tan… Al mayor de los gemelos se le aceleró el corazón de sólo recordarlo. Con la frente apoyada en el cristal de la ventanilla y viendo pasar los faroles y algún otro conductor en la carretera, sufrió un repentino golpe de calor, que él estaba seguro, le había teñido las mejillas y el cuello de rojo.

Él y Bill habían… Mejor ni decirlo; definir algo, le restaba valor y Tom quería preservar aquel momento íntimo con su gemelo lo mejor posible, lejos del paso del tiempo y de sus propios sentimientos; atesorarlo, porque no estaba seguro si era algo que se repetiría en el futuro o sólo esa vez.

—Falta poco para llegar —habló Bill por primera vez en lo que iba de su regreso a casa y sacó a Tom de sus pensamientos con ello—. Lo que acaba de pasar… ¿Entiendes por qué pasó, verdad?

Tom se mordisqueó el labio inferior con saña. ¿Entender? Ciertamente no. Nada. En lo absoluto. Lo que había sucedido había sido todo menos comprensible. Lo suyo con Bill no había sido precisamente algo que sucedía todos los días, mucho menos entre ellos. Hasta un par de horas antes, incluso había pensado que jamás sucedería y ahora…

—No soy virgen —barbotó Tom de pronto, hundiéndose más en su asiento y un tanto mortificado por haber dicho aquello tan de golpe. Decirlo a voz normal lo abrumó de pronto, como si para prueba suficiente, lo ocurrido no hacía más de una hora no fuera suficiente.

Si a Bill le molestó aquel comentario, no lo demostró. Conduciendo a la misma velocidad que antes, se encogió imperceptiblemente de hombros. —No. Desde hace años que ya no.

—¿Tanto? —El mayor de los gemelos sintió un ligero mareo—. Espera, no quiero saber…

—Tomi, no te asustes, ¿sí? No entres en pánico. Lo que pasó… —Por primera vez en aquel día, Bill pareció inseguro de sus palabras y proceder; aferrando el volante, disminuyó la presión de su pie contra el acelerador—. No quise asustarte. Sé que fue muy pronto para que tú y yo… Pero…

—No estoy asustado —denegó Tom con la cabeza, pero sus manos le temblaban sobre el regazo—. Es sólo que… —Dejó su frase incompleta.

De vuelta, el silencio se instauró entre ambos.

Mientras los kilómetros transcurrían y su regreso a su hogar se aproximaba, Tom cobró conciencia de lo rápido que se había roto el hechizo entre ambos.

Al día siguiente irían de visita a casa, de regreso con su madre y con Gordon, de visita por unos días al mismo sitio donde habían crecido. Faltaba hacer maletas e irse a la cama temprano para así viajar con luz de día.

—Hemos llegado —murmuró Bill, cuando la construcción en la que vivían, apareció ante sus ojos.

Tom masculló algo en respuesta, pero obnubilado por el reciente encuentro entre él y su gemelo, apenas si movió los labios para hacerlo.

 

—¿Puedo…? —Tom pidió con un gesto, de pie en la entrada del cuarto de Bill, permiso para dormir en su cama, mientras que éste, al parecer esperándolo, leía una revista. El mayor de los gemelos pensó que debía verse ridículo suplicando por un sitio para dormir teniendo su propia habitación, pero lo acontecido horas antes, le resquemaba por dentro. Lo menos que deseaba era pasar las siguientes ocho horas despierto y dando vueltas sobre su colchón. Solo. Principalmente lo último.

Bill asintió levemente, apartando las mantas y esperando como su gemelo cerraba la puerta tras de sí para descalzarse a un lado del colchón y luego gatear sobre éste hasta quedar tendido a su lado.

—No sabía si venir, porque… Ya sabes —balbuceó Tom, abrazando a su gemelo por el costado y aspirando con adoración el aroma que emanaba de éste. Aquel, su perfume corporal, sólo podía traerle recuerdos agradables; todo lo malo se ocultaba tras una cortina de esencia cuando estaba a su lado.

—Yo sé —confirmó Bill, apagando la lámpara de noche con un sonoro clic.

—Mañana estaremos en casa y no sé cómo actuar… —Se lamentó el mayor de los gemelos, pensando por un terrorífico segundo si acaso existían marcas visibles que los delatarían frente a su madre o padrastro de lo que había pasado entre ambos.

—Como tú quieras, ¿recuerdas que no tienes memoria? Incluso si te comportas como un tonto, puedes echarle la culpa a tu accidente. —Bill besó la frente de su gemelo y éste se le abrazó más de cerca—. ¿Tomi?

—Mmm…

—Relájate. Sé lo que piensas.

—No lo sabes —rebatió el mayor de los gemelos con rebeldía.

—Shhh, claro que lo sé —recorrió Bill con sus manos la espalda de su gemelo, abrazándolo con fuerza—. Ya pasé por esto una vez contigo y sé que sientes, sé lo que vas a hacer y desde ahora… Te perdono.

—¡¿Qué?! —Tom abrió los ojos de golpe y quiso incorporarse, pero Bill lo tenía bien sujeto con brazos y piernas—. ¿De qué hablas?

—Duerme… —Y como si aquello zanjara lo enigmático de su comentario, Bill lo soltó y se dio media vuelta en la cama sin mediar palabra alguna más.

Con la cabeza dando tumbos, Tom pasó el resto de la noche tendido de espaldas y pensando cómo hacer encajar lo sucedido, con lo que Bill había dicho.

Justo antes del amanecer, con miedo de lo que el nuevo día podría traerles, Tom al fin cayó dormido.

 

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