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A los trece por Marbius

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17.- Orgullo de título.

 

—¿Esos no son…? Oh Dios, sí son… —Exclamó Bill a medio paso de convertir su expresión de asombro, en una de horror incrédulo.

Tom, que venía cabeceando de sueño y cansancio cómodamente sentado en su asiento, abrió perezoso un ojo al mundo real, sólo para encontrar que en el lugar donde solían aparcar el automóvil, otro vehículo ya ocupaba su lugar. Un modelo nuevo, pero nada ostentoso, sobre el cual sus ocupantes se recargaban con todo el descaro del mundo y aparentemente esperaban por ellos.

Georg y Gustav.

Dado que Tom llevaba tiempo sin verlos, le pareció extraño que la reacción de su gemelo ante su presencia, no fuera en lo absoluto alegre. Más que ello, se le veía un tanto alterado; por poco sacando humo por las fosas nasales y al mismo tiempo nervioso.

Una vez aparcaron, Tom fue el primero en saltar fuera del automóvil, mientras que Bill se regazo detrás de él, perdiendo el tiempo en tonterías como mirarse al espejo retrovisor y fingir por un buen rato que la agujeta de uno de sus zapatos estaba desanudada.

—¡Bill! –Chilló Tom con emoción, al ver que su gemelo no se daba prisa—. Ven a saludar, carajo –maldijo, dándose vuelta otra vez hacia Georg y Gustav, quienes lo trataban como si nada hubiera sucedido y ni un solo día hubiera transcurrido desde la última vez que se vieron.

—¿Eludiéndonos, uh? –Saludó Georg al menor de los gemelos cuando éste al fin se acercó al grupo y los saludó con un opacado ‘hola’.

—Creo que yo sé por qué es… —Dijo Gustav para después cruzarse de brazos.

Tom, que miraba aquel cuadro con ojos grandes y atentos a cualquier cambio, terminó por arquear una ceja en incomprensión. ¿Qué estaba pasando ahí?

—¿Yo? Bah –desdeñó Bill sus acusaciones, instándolos a todos a entrar a la casa, recordándoles en ello, que nunca podían estar seguros de quién los espiaba a través de los altos muros (paparazzi o fangirl; quizá alguien que fuera ambas) y que era mejor estar protegidos por cuatro paredes y un techo que estar como idiotas al exterior esperando lo peor.

Fue algo en la manera de decirlo; quizá la rigidez de su espalda o el tono de voz monocorde, pero Tom lo notó sin mucho esfuerzo. Siguiendo a su gemelo que presidía el camino de sus pasos a tomar, pronto todos estuvieron sentados en los cómodos sofás de la sala, mientras Bill jugaba el papel de anfitrión.

—No, tú descansa. Yo iré por las bebidas –le indicó éste a Tom cuando enfiló rumbo a la cocina por un par de vasos con agua y la lista con los números de teléfono delos  restaurantes que circundaban la zona, a petición de Georg y Gustav, que en cuanto se acomodaron en los sillones, anunciaron que se venían a quedar por el resto del día y la noche, y que lo mejor era pedir comida para su estancia.

—Y bien, ¿qué tal va esa cabeza? –Quiso saber Georg el estado de Tom—. Una semana debería ser suficiente para que pensar no sea tan difícil para ti.

—¡Georg, argh! –Lo pateó Tom apenas con fuerza, hundido entre los cojines como estaba, y disfrutando de lo que parecía ser una de esas tardes de su adolescencia; con la pequeña diferencia de que ni Georg ni Gustav parecían aquel par de amigos que recordaba de su edad y ahora lo acompañaban en la cúspide de sus veinte y algo de años, pero podía fingir que eso no existía y disfrutar sin más.

—¡Más te vale, Listing, que no le estés haciendo nada a Tom! –Se dejó escuchar la voz desde la cocina.

—Atrapado –apunto Tom al bajista con un dedo y se soltó riendo.

—Voy a tener unas palabras con él, verás que sí… —Se levantó Georg de su asiento, rumbo a la cocina.

—Ahí vamos de nuevo… —Lo vio Gustav partir, olvidándolo con facilidad al girarse hacia donde Tom se encontraba y observarlo con atención un par de segundos.

El mayor de los gemelos, al sentirse víctima del escrutinio de los serios ojos de Gustav, carraspeó incómodo. –Uhm, ¿qué? ¿Tengo algo en la cara?

—No es eso –desvió Gustav la mirada, tomando aire a profundidad y sorprendiendo al mayor de los gemelos con sus siguientes palabras—. Tom, ¿Bill te ha hablado de mí y de Georg o…? –Dejó el resto de su oración en el aire, al parecer, avergonzado de algo que el mayor de los gemelos no captaba del todo.

Tom consideró por una fracción de segundo una posibilidad ilógica. Más que eso, una posibilidad que era ridícula y de seguro le haría merecedor de un golpe en el rostro. Por amor a su cara, optó por ser honesto.

—¿O qué? Bill no me ha dicho nada. El doctor Reimann fue muy claro: No debo de saber mucho de golpe.

—Ahhh –se recargó Gustav en el respaldo de su sillón—, tiene coherencia.

—¡NO, NO, NO! ¡Me niego rotundamente, maldita sea! –Escucharon en la cocina a voz de grito, seguido del ruido de un sartén golpeando el suelo o algo que se le pareciera mucho, y ambos brincaron sobre su asiento cuando el ruido continuó, sólo aumentando en intensidad y acompañado de los propios gritos de Georg, que respondía a cada imprecación con rabia.

—Oh-oh –exclamó Gustav con gesto sombrío—. Creo que Georg preguntó lo mismo que yo.

Tom se mordió el labio inferior. –Pues yo creo que aquí el único que no se entera de nada soy yo.

—Espera aquí – se puso en pie Gustav y abandonó la habitación, como lo habían hecho ya todos los demás, yendo rumbo a la cocina y sumándose a la alharaca que ahí se manifestaba.

—Me importa una mierda y la mitad de otra, ¡no lo quiero asustar!

—¡No eres su dueño!

—Ya es un adulto, tiene derecho a saber.

—¡Es un adolescente! ¡Tiene sólo trece años!

Harto de saber que el motivo de la discusión era él mismo, Tom abandonó su sitio para buscar a su gemelo y compañeros de banda, decidido a obtener una respuesta que le satisficiera en torno a aquel asunto que de la nada se había salido de control.

—Chicos –los hizo detenerse a mitad de la acalorada pelea que mantenían, Georg y Gustav enfrentándose contra su gemelo, que parecía dispuesto a morderlos en la yugular si rebatían en su contra—, ¿van a seguir con esta tontería? Tú –señaló a su gemelo—, arruinas un buen día, y ustedes –se enfocó después en sus compañeros de banda—, actúan como idiotas. Si tienen algo que decirme, sólo háganlo y ya. Tengo trece años, pero no soy un imbécil que requiera tratarse con pincitas.

—Pero… —Se calló Bill al ver que su gemelo lo apuñalaba con la intensidad de su mirada—. Bien, díganle. Pero si es necesario llevar a Tom a emergencias por la sorpresa…

—No es para tanto, Bill. Es normal y no nos vamos a esconder sólo porque…

—¡Hey, basta! –Los interrumpió Tom, bufando de mal humor—. Mi paciencia se está agotando, así que hablen.

—Bien –tomó Gustav la iniciativa colocándose al lado de Georg y tomando su mano—, lo diré sin muchos aspavientos: Georg y yo estamos juntos. Desde hace ya cuatro años, celebramos nuestro aniversario hace dos meses. Y ya sé qué piensas –se interrumpió al ver que la cara de Tom era una oda a la incomprensión—, ¿por qué no esperábamos a que volvieras a recordarlo y eso? Pero… Es importante para nosotros. Incluso si mañana recuperas tus recuerdos, queremos que sepas lo nuestro hoy y no luego.

—¿Pero… yo ya lo sabía? –La boca de Tom se abrió y se cerró un par de veces, cual si fuera un pez boqueando fuera del algo; ningún sonido salió de ella.

—Pues claro. Te costó aceptarlo al principio y no parabas de contar bromas gay, pero da lo mismo. Esto es importante para nosotros y estés o no sin memoria, tienes que saberlo.

Los engranajes dentro de la cabeza del mayor de los gemelos parecieron detener su trabajo y de pronto volver a hacerlo al doble de su velocidad, a marchas forzadas. ¿Georg y Gustav juntos y por ‘juntos’ refiriéndose como pareja, de esas que se besaban y…? Tom se atragantó con su propia saliva. Wow, eso sí que era un cambio drástico a lo largo de los años. No es que pudiera jurar por su alma inmortal que no lo había pensando al menos una vez en su vida que aquel par eran el uno para el otro y que se merecían mutuamente, si acaso por la atracción que existía entre ambos, pero de la fantasía a la realidad el trecho era enorme y el cambio brutal, incluso si realmente no le afectaba y le parecía para bien, le daba una bofetada en pleno rostro por la sorpresa y de paso, por ser tan ciego a cualquier señal.

Lo más asombroso a su parecer, comprender que su relación era un compromiso tan serio que lo incluía a él y a su falta de memoria, pues pudiéndose ahorrar la molestia de informarle y esperar a que recordara a su tiempo, en su lugar lo hacían partícipe de ese conocimiento. Conmovido por ello, Tom se prometió que algún día, les pagaría aquella consideración de la misma manera, confesándoles lo suyo entre él y Bill, seguro de que sus amigos también lo entenderían de la misma manera.

—¿Felicidades? –Tanteó su primera reacción, no sabiendo bien cómo contestar a aquello.

—¡Les dije! –Ladró Bill cuando su gemelo pareció haberse quedado congelado en su sitio—. El médico dijo que nada de sorpresas o mucha información de golpe. Si queda más idiota que antes…

—¡¿Cómo que más?! –Rezongó Tom, volviendo a la realidad—. Disculpa si no soy tan listo como tú, pero si hubiera sido hijo único en lugar de tener que ceder la mitad de mis nutrientes durante nueve meses de embarazo, creo que sería el doble de listo de lo que soy ahora. Es más, no el doble, sino el cuadrado, es decir, ¡un genio!

—Woah, woah, alto los dos –intervino Georg, parándose entre el camino de los gemelos, que parecían a punto de saltarse encima en una pelea de vida o muerte como no tenían en años—. No quiero tener que recoger el cadáver de nadie del suelo. Y Tom, no serías ningún genio, la verdad es que eres bastante idiota –dijo, con una sonrisa entre labios al reconocer a ese Tom terco de trece años que peleaba por todo y se creía listo con sus réplicas.

—Lo que sea –se dio media vuelta el mayor de los gemelos, dándoles a todos la espalda—. Me alegro por ustedes, tres años no son en balde y erm… —Enrojeció—. Les deseo lo mejor –murmuró en voz baja, con un color rojo que reptaba desde su cuello hasta el rostro—. Y no soy idiota –masculló por último, miró por encima de su hombro, retándolos a rebatirle aquello.

Algo que nadie hizo, todos rompiendo a reír al reconocer en aquel gesto una historia pasada.

Tom tenía tiempo sin hacerlo, obviamente había madurado en los años transcurridos, pero la costumbre suya de decir la última palabra en cada pelea, era algo que no moría; pasaran diez siglos o se retrocedieran como era en ese su caso, el mayor de los gemelos permanecía igual y era tranquilizador saberlo.

—Bien, todos contentos y sin rencores, ¿ok? Tom no murió de la sorpresa y ahora sí podemos pasar un día como los que solíamos tener –sugirió Gustav, aligerando el ambiente.

—Siempre tan listo, mi Gusti –rodeó Georg al baterista con el brazo y lo besó en los labios con presteza.

Tom, que no recordaba nunca haber visto un gesto parecido, palideció de golpe. –Uhm, no enfrente de mí, por favor. Los apoyo y todo, pero Dios santo, no hagan que me quiera lavar los ojos.

—Entonces vete a dormir, crío de trece años. Los adultos nos divertimos así –giró Georg con Gustav en sus brazos y los dos quedaron de tal manera que era imposible ver qué hacían, pero fácil de deducirlo por el modo en que sus labios se unían en un sonido húmedo y ligeramente erótico, que tuvo a los gemelos corriendo fuera de la cocina en menos de lo que canta un gallo.

Lo más lejos de aquel par, de vuelta en la sala y dispuestos a olvidar una estúpida rencilla entre ambos, Tom y Bill ocupaban rincones alejados del sillón grande en el que estaban sentados.

—Eso fue un poco incómodo –rompió Bill el silencio, en vista de que su gemelo parecía haber sido cosido por los labios y por ende, fuera incapaz de hablar—. No eres idiota, Tomi. Siento mucho si dije eso.

—Mmm, ok –respondió éste luego de una pausa—. Yo tampoco… Lo que dije –elaboró lo dicho antes—. Creo que estoy en shock –dijo de la nada—, ¿es normal?

—Después de ver a Georg y Gustav hacer eso… Me arriesgo diciendo que sí –venció Bill su reticencia y eliminó la distancia que lo separaba de su gemelo—. Debí decirte antes de lo suyo. Ellos ya viven juntos desde hace tiempo y, bueno, no hay mucho que decir al respecto. Son felices, ¿sabes?

—Pude verlo –confirmó Tom la idea.

—Sé que es una tontería, pero tenía miedo de cómo ibas a reaccionar –confesó Bill en una voz pequeña y tímida que Tom no reconoció como suya—. Me lo pidieron aquel día, ya sabes, en que te visitaron en el hospital que te lo dijera y mucho ha pasado desde entonces. Nunca encontré el momento adecuado o lo dejé ir y cada vez me costaba más; no tenía ni la menor idea de cómo ibas a reaccionar, pero me alegro de cómo lo llevaste al final.

Tom no pudo rebatir aquella afirmación por lo cierta que resultaba.

Pasado el bache, los dos a solas y de vuelta en casa, poco faltó para ser atrapados por Georg y Gustav, que terminando su momento romántico en la cocina, por poco los encontraron haciendo lo propio en el sillón. Fue de buena suerte que el ángulo diera pie a malinterpretar el la imagen y así se los hicieron entender, cuando el bajista los vio y gritó “¡Incesto!” nada más verlo.

—Idiota, ya estás viendo cosas –lo amonestó Bill con el corazón a cien en el pecho y las manos sudadas, tratando de aparentar una calma que en lo absoluto sentía—. ¿Pedimos pizza? –Cambió de tema al instante, deseando alejar la conversación por otros derroteros.

—Mientras no sea vegetariana, todo bien por mí –se tiró Georg en uno de los sillones de dos plazas, apartando luego las piernas para que Gustav se sentase a su lado.

El menor de los gemelos hizo una mueva. —¿Una y una?

—Hecho –declaró el bajista.

Y zanjados los malentendidos, la tarde transcurrió en aparente calma.

 

—Me gusta como piensas, Tomi –le susurró Bill a su gemelo, abrazándolo por la espalda y feliz de que incluso con sus amigos en casa, pudieran dormir juntos. Alegando que la única habitación de invitados que tenían no contaba con cama, les habían ofrecido la habitación de Tom y se habían ‘sacrificado’ durmiendo juntos para que así todos tuvieran un sitio.

Si bien en un principio el mayor de los gemelos se había mostrado reticente a ceder su dormitorio –alegando que su cama dejaría de ser virgen si se la daba a aquel par que en toda la tarde habían estado en luna de miel o algo parecido, si a juzgar por sus besos y arrumacos se podía suponer un posible itinerario de la vida de sus resortes—, luego de que Bill le enviara una mirada lasciva a través de la caja de pizza vegetariana que habían pedido no le había quedado de otra más que ceder a la sugerencia.

Así, cuando la hora de irse a dormir había llegado, la separación se dio en grupos de dos, que entraron a cada uno de los dormitorios de la casa.

—¿Te das cuenta que es nuestra primera noche juntos? –Bill le hizo saber a su gemelo, apoyando la barbilla contra su hombro.

—Ya hemos dormido así antes, ¿recuerdas? Algo así como todos los días –bostezó Tom, cálido y sumido en un sopor de felicidad que lo mantenía a un segundo de caer dormido.

—No así, digo juntos como juntos, oficialmente –le ardió a Bill la cara cuando lo decía—. Argh, olvídalo –se abochornó, dándose media vuelta y ocultandoel rostro en la almohada—. Me equivoqué, creo que el idiota de la familia soy yo.

—Ya entiendo –se dio vuelta Tom para abrazarlo y pasarle una pierna por encima de las suyas—, y estoy feliz por eso. Pero estoy cansado y… —Volvió a bostezar, esta vez con fuerza y apenas pudiendo mantener los ojos abiertos después—. Te amo, ¿me dejas dormir de una buena… vez? –Susurró.

—Tomi… —Bill alzó el rostro demasiado tarde, su gemelo ya estaba dormido.

Con cuidado de no despertarlo, buscó un mejor acomodo a su lado y pasándose los brazos de Tom de tal manera en que se viera envuelto entre éstos, Bill cerró los ojos y se dejó llevar por el sueño.

En aquella, su primera noche juntos, descubrieron, que si bien la palabra ‘pareja’ le confería un nuevo significado a su status, en realidad, no era gran cosa.

Sus sentimientos eran los mismos de siempre, título o no de por medio.

 

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