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A los trece por Marbius

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3.- Grado de separación

 

—Bien —se acomodó el médico las gafas sobre la nariz antes de proseguir—, te haré un par de preguntas y…

—¿Qué clase de preguntas? —Inquirió Tom con desgana. A solas, porque Bill no había sido capaz de permanecer en la habitación sin tener el aspecto de que se iba a romper en fragmentos en cualquier momento y su retiro había sido solicitado por el doctor, Tom iba a soportar su evaluación sin más compañía.

—Preguntas básicas —explicó el médico sin entrar en detalle—, nada que requiera mucho esfuerzo de tu parte. No es necesario que te estreses por ello —agitó la mano derecha con un gesto vago que pretendía ser ligero—. ¿Listo para empezar?

El mayor de los gemelos se cruzó de brazos con gesto de fastidio. —Adelante…

—¿Nombre?

—Tom Kaulitz —respondió Tom, rodando los ojos al cielo; la sesión por venir iba a ser larga y tediosa.

—¿Cumpleaños?

—Primero de septiembre, año mil novecientos ochenta y nueve.

—¿Nombre de los miembros de tu familia y cuál es tu parentesco con ellos?

La siguiente media hora progresó con aparente calma. Una tras otra, sin importar lo estúpidas que podían resultar las preguntas, Tom respondió con voz segura y un deje de aburrimiento que no podía ocultar al bostezar a la menor oportunidad.

En una ocasión, la enfermera Welle había entrado a la habitación para comprobar que todo estuviera en orden con su suero y medicamentos, pero aparte de ella, nadie los había interrumpido.

Una hora completa pasó y justo cuando Tom pensaba que la sesión estaba resultando tal como lo planeado, todo empezó a rodar cuesta abajo.

—¿Puedes decirme la fecha en curso?

El mayor de los gemelos posó la vista en su regazo. —¿Noviembre? —Intentó adivinar. Antes de hacerle saber a Bill que no recordaba haber vivido los últimos años de su vida, éste le había dicho que su cumpleaños número veinte había sido dos meses atrás.

—¿Puedes precisar? —Anotó el médico en la tablilla que descansaba sobre sus piernas—. ¿Estamos en la primera quincena del mes o en la segunda?

—Y-yo —se lamió Tom los labios con nerviosismo— la verdad es que no lo recuerdo. Podría ser… —Cerró los ojos intentando con todas sus fuerzas recibir intervención divina, pero la cabeza le dolía aún lo suficiente como para que un simple esfuerzo de memoria le hiciera sentir mareos—. Lo siento, no le puedo decir.

—No hay problema —hizo una rápida anotación el doctor—. Ahora, quiero que me hables un poco de tu vida cotidiana… Cualquier cosa está bien —agregó al ver la expresión angustiada de su paciente—. Elige un recuerdo reciente al azar, el que te resulte más vívido y háblame de él, por favor.

—Bien —se miró Tom las manos entrelazadas sobre las mantas de la cama en la que estaba. Por encima del dorso de su muñeca izquierda, una línea blanquecina y ligeramente abultada resaltaba por encima de la demás piel; una simple cicatriz que debía tener años ahí y que él ni siquiera recordaba haberse hecho—. ¿No importa que recuerdo sea, verdad?

—Lo primero que se te venga a la mente es bueno —asintió el doctor.

—Ok —tomó aire Tom antes de comenzar a hablar—. La semana pasada… El miércoles o algo así, no estoy seguro —entrecerró los ojos el mayor de los gemelos, tratando de recordar con claridad—, Bill y yo… —Se detuvo en medio de la oración. Cerró la boca y apretó los labios hasta formar una delgada línea con ellos.

—¿Qué sucede? —Alzó el médico la vista de sus notas, atento al repentino silencio.

—Discutimos, creo —frunció el ceño Tom—. Suele pasar —se excusó como si aquello no fuera no sólo normal en gemelos, sino también en adolescentes que entran en esa etapa de la vida—. Mamá se hartó de que peleáramos en el piso de arriba, algo de que no la dejábamos trabajar en paz, así que nos dio dinero y nos mandó a la piscina que está… —Arrugó la nariz en un esfuerzo vano de visualizar mejor la localización del edificio que era el gimnasio principal y en verano ofrecía piscina pública a quien pagara una cuota de entrada—. En fin —descartó los detalles—, todo iba bien hasta que Monik se acercó…

De eso sí tenía buena memoria Tom.

Monik era una chica un año mayor a ellos, pero que iba en su curso por ser bastante corta de luces. A pesar de que no era un genio en ninguna de las clases, tenía un cuerpo que cortaba el hipo con unas caderas amplias y bien formadas, una cintura estrecha (que según los chicos de grados superiores, era una sitio del que ella no le importaba ser sujetada) y unos senos grandes, por lo menos copa C. Agregados un par de ojos azules y un cabello rubio que Monik llevaba siempre sujeto con dos coletas, la chica era la fantasía de todos los chicos del pueblo y también la de algunos adultos sin escrúpulos.

—¿Y luego? —En tiempo presente, el doctor sacó a Tom de sus cavilaciones con un poco de impaciencia; su sesión estaba programa y el tiempo que quedaba era breve.

—No es algo que quiera contar —encogió Tom la cabeza.

El resto de la historia no era algo de qué estar orgulloso.

A pesar de ser él y Bill los apestados de Loitsche, aquella tarde no había importado mucho cuando Monik cogió a Tom de la mano y sin decir palabra alguna, lo llevó a la parte trasera de los vestidores. Ahí le permitió no sólo besarla, sino dejarle claro porque tenía fama de chica fácil.

Con una mano dentro del traje de baño y palpando con curiosidad los senos de Monik fue como Bill encontró a su gemelo luego de veinte minutos de infructuosa búsqueda por los alrededores.

La mirada de decepción por parte de su gemelo y el silencio que duró tres días completos, estarían fielmente grabados con fuego en la mente de Tom hasta el fin de sus días.

—Es justo —le dio el médico al mayor de los gemelos la oportunidad de guardar sus memorias para él mismo—. Mi intención no es forzarte a decirme nada que no quieras. —Dejó unos segundos de tiempo antes de retomar al tema que lo tenía ahí—. Sin embargo, creo que ya lo sabes, sufres de una pérdida de la memoria bastante selectiva. Por lo que me has platicado en —consultó su reloj de reojo— casi dos horas, el diagnóstico difícilmente podría ser otro.

Tom asintió con lentitud.

—Por fortuna para ti, es casi inexistente el número de casos en donde esta condición sea permanente —se acomodó el médico de nueva cuenta las gafas sobre la nariz—. En la mayoría de los pacientes, la memoria regresa al cabo de un par de semanas, un mes y medio, casi dos, siendo el promedio.

—¿Quiere decir que un día voy a despertar y ¡bum!, de pronto voy a recordar todo como si nada hubiera pasado? ¿Es eso, así como… magia o no sé? —Gruñó Tom, repentinamente molesto por el tono ligero con el que el doctor decía aquello.

—No precisamente —permaneció sin inmutarse el médico—. El proceso será paulatino y puede ser doloroso por no hablar de confuso; además, existe una posibilidad de que ciertos recuerdos permanezcan difusos o regresen sin un significado concreto. A veces la pérdida de memoria desencadena episodios de llanto, tristeza o histeria en pacientes sensibles. La memoria —clavó sus ojos en Tom y éste se estremeció por la realidad de sus palabras—, puede llegar a ser un arma de dos filos.

La puerta de la habitación se abrió de pronto; en el marco, la enfermera Welle con una sonrisa característica en ella. —¿Doctor? Lo llaman en conmutador.

—Gracias, Janine —se puso en pie el médico, dispuesto a finalizar aquella cita.

Viéndolo recoger sus cosas en un pequeño maletín de cuero marrón, Tom atrapó la atención del médico antes de que éste saliera de la puerta.

—¿Qué? ¿Es todo? ¿En un mes estaré bien y ya? —Bufó. Odiaba la idea de estar pagando un hospital tan caro sólo para recibir un diagnóstico tan vago.

—Yo no dije eso —replicó con calma el doctor, guardando sus papeles en un compartimiento lateral—. Luego del trauma que has sufrido, tus posibilidades disminuyen y el tiempo de recuperación se alarga. Eres afortunado en no tener daños físicos, pero tu mente se encuentra alterada. El camino que tienes por delante, no es uno fácil, pero puedes luchar hasta el final.

—¿Eso qué significa? —Quiso saber Tom, al borde del agotamiento. El dolor de cabeza, que en aún seguía sin remitir y que los medicamentos aplacaban a ratos, estaba por estallarle como una supernova en el centro de los dos ojos.

—Significa que no debes perder la fe de que en algún momento, tu memoria regrese y todo vuelva a la normalidad. Lo primero es aceptar que has sufrido un accidente y que tienes veinte años. Estamos a finales de otoño, no a principios de verano. No tienes trece años, pero tu mente actúa como si los tuvieras.

—Pero… —Tom abrió la boca para replicar. No es que creyera tener trece años; él se sentía de trece. Estaba seguro de tener trece años, de haberlos cumplido apenas un par de semanas atrás. La idea de que aquello no fuera real era… abrumadora. Entre una y otra edad había siete años de diferencia, siete cumpleaños que quizá no podría recordar; en su lugar, tendría el rostro desconsolado de Bill al decirle que no recordaba la montaña rusa, la cena, el resto…

—Ten —le extendió el médico una caja con pañuelos. Sin darse cuenta, Tom estaba llorando.

—Gracias —murmuró con el rostro ardiendo de vergüenza—. No sólo por… —Arrugó el papel entre los dedos—. Sino por todo.

El médico sonrió por primera vez en dos horas. —Me alegro. —Tomó su maletín—. Me retiro. Mi trabajo contigo ha terminado, pero espero que la próxima vez que nos encontremos sea en circunstancias diferentes.

Tom asintió; un ligero sentimiento de nostalgia aplastándole el pecho.

Agitando la mano en señal de despedida, soltó un suspiró de cansancio apenas la puerta se cerró.

 

—Tiene que ser… ¡mentira, ugh! —Se cubrió Bill la boca con la mano. Llevando el cabello sucio y un aspecto de no haber dormido bien en una semana, el menor de los gemelos parecía agotado y al borde de un colapso nervioso.

—Lo siento mucho —dijo el doctor Reimann al cabo de unos segundos—. Nuestro especialista lo ha confirmado, es un caso de pérdida de memoria. Suele suceder en casos como estos.

—Pensé que esto sólo pasaba en películas, no en la vida real —bajó Bill la cabeza, avergonzado de no poder controlar el temblor en su voz.

—No es común, cierto, pero pasa —aclaró el médico—. En la gran mayoría de los casos la recuperación es completa y satisfactoria, pero… —Moduló el tono de sus palabras antes de seguir hablando—. El aspecto más alarmante no es en sí la pérdida de la memoria, sino las emociones y sentimientos que regresan con cada recuerdo perdido. Es doloroso y puede acompañarse con cuadros de depresión que varía de leve a severa.

Bill se limpió los ojos con el dorso de la mano. Más que por sí mismo, sus preocupaciones giraban en torno a Tom. Su Tomi que yacía en el piso de arriba y había perdido casi la mitad de su vida en un estúpido accidente que se podía haber evitado de tener el cuidado necesario.

—La buena noticia es que en un par de días puede ser dado de alta del hospital, pero… —El doctor Reimann midió sus palabras antes de hablar—. Es importante que el paciente se encuentre bajo vigilancia permanente, al menos por unas semanas más.

—Me encargaré de él lo mejor que pueda, si es lo que le preocupa —intervino Bill, de pronto molesto porque el médico se atreviera a opinar que no cuidaría bien de su gemelo—. No lo dejaré ni un momento a solas y procuraré que esté en cama lo más que pueda.

El doctor Reimann carraspeó antes de hablar. —Contratar a una enfermera particular también es una opción. —Abrió un cajón de su escritorio y rebuscó entre los papeles hasta que encontró lo que buscaba: Una pequeña y sencilla tarjeta con un nombre—. Pedir ayuda nunca está de más y cuidar de un paciente que requiere atención las veinticuatro horas del día puede ser extenuante.

—Le agradezco el gesto —tomó Bill la tarjeta—, pero lo tendré que pensar primero antes. Mi privacidad y la de Tom, son primero.

El médico asintió, conociendo muy bien hasta que punto era prudente inmiscuirse en el asunto de los demás.

—También quisiera hablar de un tratamiento —dijo éste—. Los pacientes con pérdida de memoria a menudo se sienten frustrados tratando de recordar hechos del pasado. En su estado, Tom debería evitar el hacer esfuerzos de ese tipo. Su dolor de cabeza disminuye con los medicamentos, pero puede regresar y asentarse como migrañas en el futuro.

—Usted no conoce a Tom —murmuró Bill—; él querrá recordarlo todo, dolor de cabeza o no.

—Precisamente —el médico golpeteó el escritorio de madera que tenía frente a sí con dos dedos inquietos—, lo aconsejable para su caso sería el acompañarle, platicar con él y mostrarle fotografías, todo lo anterior sin presionarlo, dejándolo ir a su propio ritmo.

«Fotografías», pensó Bill con un sentimiento agridulce «justo lo que tenemos de sobra».

—Las imágenes siempre pueden ayudar —torció el doctor la boca al decirlo—, pero no recomendaría las de ninguna revista. Fotos familiares, más íntimas, son la mejor opción. Viejos álbumes de la infancia también funcionan. Hacerlo más como un pasatiempo que como una obligación le restará el estrés a la actividad y podría ser benéfico para el paciente.

—Sin lugar a dudas —le dio Bill la razón. Tom iba a ver las fotos que ellos mismos habían tomado, no las que las fans, los paparazzis o los fotógrafos profesionales les tomaban a cada hora del día.

—De momento es todo —finalizó el médico la consulta—. Tom se encuentra estable y su estado mejora con creces día a día. De aquí en tres días le daremos la orden de alta y podrá regresar a su hogar.

Hogar.

Bill paladeó la palabra con gusto en la punta de su lengua.

Su hogar era el primer paso para regresar a una vida normal; no podía esperar más.

 

Antes de regresar a la habitación de Tom, Bill pasó por la máquina expendedora, y tras decidirse por dos latas de Coca-Cola regular (una para darle de contrabando a su gemelo, ya que no le dejaban comer o beber nada que no fuera preparado por la cocina del hospital) en lugar de un vaso de café Express sin azúcar, emprendió el regreso a lo largo del desierto pasillo. Era muy temprano en la mañana y el tiempo de visitas no comenzaría hasta dentro de un par de horas más.

El menor de los gemelos no podía más que agradecer tener el dinero suficiente para no sólo prodigarle a Tom los mejores cuidados posibles, sino también la compañía por el día completo si así lo deseaba. De no ser por eso, su sitio sería en la sala de espera como a cualquier otro familiar y no en su silla dentro la habitación privada de Tom.

Abstraído en el silencio que reinaba por todo el lugar, se paró en seco frente a la puerta del cuarto de su gemelo, entreabierta, por la cual salían dos voces manteniendo una conversación.

—… siento como si fuera un total desconocido —escuchó la voz inconfundible de Tom—. Es Bill y al mismo tiempo es… Alguien que tiene un gran parecido con él, lo conoce y finge ser mi gemelo. Es confuso.

El menor de los gemelos dio un paso hacía atrás, apenado de estar escuchando detrás de las puertas una conversación que no debía como si fuera un rufián cualquiera. Y sin embargo permaneció clavado al suelo, incapaz de contener su deseo de escuchar más.

—Oh, cariño —Bill aguzó el oído a la respuesta de la enfermera Welle, quien seguro estaría cumpliendo con su ronda matutina—, es normal en tu estado sentirte así. Pero si algo te puedo asegurar, es que sólo un Bill podría haber pasado días completos a tu lado sosteniendo tu mano mientras estabas inconsciente, apenas sin dormir o comer y ése es tu gemelo.

—¿Bill…? —El menor de los gemelos apreció el leve cambio en la voz de Tom; éste estaba a punto de llorar. Seguramente mordiéndose el labio inferior—. ¿Él hizo eso?

—En todo momento él cuidó de ti… No puedes dudar de alguien que te quiere tanto, ¿o no? -Apreció el ruido de unos pasos-. Ven acá, un abrazo maternal lo cura siempre todo.

Bill dio media vuelta. Con un nudo en la garganta amenazando con estrangularlo, prefirió no oír nada más, al menos por su salud mental.

Él no era idiota; sabía que Tom no se sentía cómodo en su presencia, pero considerarlo un total extraño… Eso dolía y mucho; más de lo que podía admitir con palabras.

 

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