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Y en inicio igual que en final por Marbius

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4.- Dominic era un malcriado y Erik el peor padre.

 

A tiempo para grabar su tercer álbum de estudio, llegó Erik y con él Dominic…

—Dios, no te imaginas lo mucho que te voy a compensar si me ayudas con este criajo del demonio. Si tengo que soportarlo yo solo un minuto más, ¡me volveré loco de remate! —Dijo como saludo Gustav y tiró del brazo a Georg para hacerlo pasar a su departamento. Dentro, el aroma a papas fritas inundaba el ambiente y el ruido de las caricaturas de un sábado por la mañana sonaba estruendoso hasta hacer casi vibrar las paredes—. ¡Ni siquiera le he dado azúcar!

—No puede ser tan malo… —Alcanzó a decir el bajista a tiempo para ver a un niño rubio de poco más de un metro de estatura resbalar a lo largo del pasillo en calcetines, calzoncillos y nada más—. Mierda, retiro lo dicho.

—Me va a volver un asesino de menores si no se tiene —se mesó Gustav el cabello—. Desde que Erik lo dejó no ha parado de romper mis adornos, brincar en mis sillones y comerse todo lo que sus manos alcanzan dentro del refrigerador. Hasta Claudia lo detesta, no ha salido de su caparazón y presiento que no lo va a hacer hasta que esa amenaza ambulante se vaya de mi casa.

—Woah, tranquilo —le puso Georg las manos sobre los hombros al baterista, pero éste temblaba de rabia y desesperación. El bajista no lo iba a juzgar por ello; todo aquel que conociera una pizca a Gustav sabía cuánto amaba éste a su tortuguita Claudia, compañera de por lo menos diez años de su vida. La cuidaba con tanto mimo y devoción que habían llegado a comprenderse el uno al otro sin que las barreras del lenguaje (mucho menos las de especie) interfirieran, así que si alguien la lastimaba, mejor que corriera por su vida—. Piensa positivo, ya estoy aquí te voy a ayudar en lo posible.

—Georg —lo abrazó Gustav—, te lo voy a pagar con creces, en serio. Sólo quítame de encima a ese crío por cinco minutos y estaré lo suficientemente bien como para volver a la carga.

—Tú tranquilo, anda, ve y lávate la cara, bebe una pinta de coñac y regresa. Entre los dos podremos con él, recuerda que sólo es un niño, no la reencarnación del anticristo.

—Gracias —susurró el baterista, desapareciendo rumbo a la cocina y dejando a solas a Georg para lidiar con el enemigo.

En una situación normal, Georg habría dicho que Gustav exageraba. A primera vista, Dominic era sólo un pequeño niño de sonrisa radiante y cabello rubio tan sedoso que daban ganas de acariciarlo. Eso hasta que uno se daba cuenta de que al menor intento, el crío te podría intentar arrancar los dedos de un mordisco. Y eso como mínimo…

Costaba creer que Gustav estuviera saliendo con un hombre recién divorciado, ocho años mayor que él y para colmo con un niño de seis que era la personificación de por qué fumar y beber durante el embarazo daba malos resultados. El colmo era que la ex esposa, que buena arpía de telenovela sudamericana, se desentendía de la criatura y del padre. Lo último que habían sabido de ella era que se estaba gastando el dinero del divorcio en tonterías y luego nada. ¡Poof! Esfumada del mapa como por arte de magia.

Decir que los había asombrado al presentarle a Erik era poco. Los gemelos, tan poco discretos como siempre, habían acosado al novio del baterista con preguntas de todo tipo, desde el clásico ‘¿Dónde se conocieron?’ hasta indiscreciones tipo ‘¿Y cómo diablos es que ahora eres gay si antes estabas casado?’, para mortificación del propio Gustav, que seguro había deseado ahí mismo que la tierra se abriera y se lo tragara completo.

Erik al menos había tenido la entereza para no sentirse agraviado por la bocota de los gemelos. Sonrisa en labios, se había explicado diciendo que en realidad era bisexual y que tras la mala experiencia vivida con su mujer, lo que menos le apetecía era iniciar una relación de nueva cuenta con alguien del sexo opuesto. Ahí había entrado Gustav en escena, pues Erik pertenecía a las tantas compañías publicitarias que trabajaban en el área de marketing de la disquera, y en sus palabras, “aquello había sido amor a primer vistazo”, lo cual Gustav desechó bastante abochornado y pidió que cambiaran el rumbo de la conversación.

Si bien la diferencia de edades era en cierto modo escandalosa, lo que más alteró a Georg era la presencia de Dominic, porque a su modo de ver el mundo, un hijo (aunque fuera un hijastro) era mucha, muchísima responsabilidad, y si bien Gustav seguro que podía con ella, también era una manera estúpida de malgastar sus recién cumplidos veinte años saliendo con un padre también recién divorciado y cuidando de su criatura que parecía sufrir de hiperactividad.

Eso último a juzgar por lo alto que saltaba en el sofá mientras cantaba a voz de grito la canción de inicio de SpongeBob Schwammkopf y lanzaba los cojines al aire en una pretendida lluvia de almohadazos.

—Dominic, hey, ¿me recuerdas? —Se acercó el bajista al niño—. Nos conocimos hace un par de semanas, ¿eh, amigo? Me llamo Georg.

—No soy tu amigo —se mostró el niño impertérrito y sin perder el ritmo de sus saltos sobre el pobre sofá. Con cada brinco, los resortes rechinaban y parecían ceder un poco más bajo su peso—. ¡No soy tu amigo y nunca lo seré, tonto! ¡Bestia! ¡Animal! ¡Inmundo!

El bajista bufó. —Muy bien, quieres jugar rudo, pues rudo será… —Masculló antes de atraparlo en el aire por la cintura con ambos brazos y bajarlo al suelo a pesar de que estaba pateando y moviendo los brazos por todos lados para liberarse.

—¡Déjame, mono asqueroso! ¡Cuando mi padre se entere-…!

—Oh, pequeño remedo de Malfoy —ironizó Georg, cuidadoso de la boca de Dominic, no por la sarta de majaderías que estaba diciendo, sino por los dientes filosos que buscaban cualquier parte suya para morder—. ¡Basta! No vas a hacer tu voluntad aquí. Eres un invitado y debes comportarte.

Dominic se giró para enfrentarlo, pero viendo que su habitual rabieta no estaba funcionando, dejó su teatro en el acto y se soltó a llorar con fuerza y estruendo.

—¿Qué pasa aquí? —Llegó Gustav incluso antes de que la primera lágrima (falsa como los coqueteos del diablo, se dijo Georg) rodara mejilla debajo de Dominic—. ¿Se cayó? ¿Está lastimado? —Le preguntó al bajista, pero éste denegó con la cabeza.

—Yo sólo-… —“Intente calmarlo, hacer que dejara de jugar al artista de riesgo en tus sillones, es todo”, quiso decir, pero el niño se le adelantó por mucho y con lengua viperina lo acusó de haberlo lastimado.

—Es que él… —Berrido—. Me… M-Me pegó —se abrazó a las piernas de Gustav, pero desde ahí apreció como reía al creer salirse con la suya. Claramente no conocía al baterista.

—Cariño, yo sé que Georg no te pegó —le acarició éste la cabeza al niño—. No es necesario que digas mentiras innecesarias, Dominic.

—¡Pero…!

—Shhh —lo hizo callar a la primera—. No toleraré falsas acusaciones. Esta es mi casa y deberás respetar mis reglas mientras tu papá regresa de trabajar.

Enfurecido, el niño le propinó una patada certera justo en el área de la espinilla y salió corriendo, tumbando en el proceso uno de los portarretratos familiares que Gustav mantenía sobre una mesita, el cristal haciéndose añicos en el acto y aumentando la tensión dentro de la habitación.

—Jo con el pequeño cabrón —gruñó Georg, al instante auxiliando a Gustav, que se llevó la mano hecha puño a la boca y se mordió los nudillos para amortiguar el quejido de dolor que había salido de sus labios—. ¿Cómo demonios lo soportas? Si fuera mi hijo… No, a la mierda con eso, si existiera entre nosotros dos cualquier tipo de parentesco, ya le habría puesto el culo rojo con mi cinturón. Un par de nalgadas es lo que ese chiquillo necesita, su buena dosis de respeto por vía anal, si me perdonas la vulgaridad, joder.

—No podía negarme a cuidarlo. Erik siempre lo deja con la niñera, pero hoy tuvo esa estúpida junta de improviso y obvio que no lo podía llevar con él. ¿Qué iba a decir entonces? ‘Lo siento, tu hijo es la reencarnación del demonio, deja verifico que no tenga el seis-seis-seis grabado a base de fuego en el cráneo’, pfff. —Se derrumbó un tanto dramático en el sofá donde un minuto antes Dominic brincaba hasta casi tocar el techo—. ¿Ves por qué pedí auxilio? No es mi falta de resistencia, es que ese mocoso es… Sin palabras.

Sentándose a su lado y seguro que ese sofá no tendría remedio (podía sentir cómo un resorte se le clavaba vengativo en la rabadilla por no acudir a su rescate antes), Georg terminó por pasarle un brazo por encima de los hombros a Gustav.

—¿Tienes al menos licor fuerte para hacer que el día pase más rápido? —Preguntó, por completo en serio, pero los labios se le curvaron en una sonrisa. A su lado, pese a que tenía los ojos enrojecidos por haberse aguantado las ganas de llorar a causa del golpe, Gustav le pareció por completo la efigie divina de lo que estaba buscando y apenas se había dado cuenta—. Uhhh…

—Pues… Coñac ya no, me empiné la botella hasta el fondo, pero debo de tener ahí un poco de vino del que sobró en Navidad. Tendrá que bastar.

—Seh…

Georg no tuvo más tiempo para distraerse; de la cocina se dejó escuchar el ruido de más cristal contra el suelo y el baterista le palmeó la rodilla para llamar su atención.

—Hora de trabajar. Prometo que cuando todo termine, bajaremos a la licorería de la esquina y pediremos vodka. O tequila. O lo que sea.

«Lo que sea», repitió Georg las palabras en su mente, aturdido por la pequeña revelación vivida y preguntándose si en verdad llegarían al final del día vivos.

Ese crío los iba a matar…

 

Para nadie fue sorpresa cuando antes de la marca de los seis meses juntos, Erik y Gustav terminaron en una ruptura más amarga que otra cosa.

Fue una separación amistosa, al menos eso se podría decir. Cuando el baterista les avisó a sus compañeros de banda lo hizo a la hora de la comida, sin más preámbulos que “Ah, y terminé con Erik. ¿Me pasas la mostaza, Tom?” que hizo a todos en la mesa quedarse con la boca abierta y la sorpresa pintada en el rostro.

Georg indagó en ello mucho después, ya a solas y con la confianza de que el baterista le diría la verdad, pero Gustav evitó decir más que “prefieres no saber” y así zanjó el asunto para bien.

Lo cierto es que Gustav terminó con Erik luego de que Dominic entrara en la habitación mientras ellos dos hacían el amor. Peor que interrumpir su momento privado (humillación incluida), fue la reacción de Erik, que mandó al crío a su habitación y pretendió seguir sin tomar en cuenta que por una vez, el niño no lucía como su habitual destructor ser, sino asustado, al parecer aterrorizado por una pesadilla.

Ahí había sido donde Gustav vio por primera vez al hombre del que estaba enamorado bajo sus verdaderos colores (tonalidades sombrías y para nada cálidas, sino grises y aceradas) y entendió que no estaban destinados a ser felices ni a estar juntos.

En algún futuro no muy lejano, Gustav quería niños, y gay o no, los iba a tener de algún modo. Pese a que con Erik el descubrir que quizá no quería hijos propios sino hasta pasado de los treinta, o tal vez los cuarenta, sí aprendió que para entonces querría a alguien a su lado que compartiera con él la idea de que con amor y disciplina, ningún niño puede descarriarse.

Ya fuera porque Erik se quejaba del mal comportamiento de Dominic, pero en realidad no hacía nada para remediarlo (era él quien lo descuidaba, quien lo dejaba ser a sus anchas sin reglas o límites claros y quien de paso lo reprendía por tonterías en lugar de lo que en realidad merecía un regaño) o que el baterista viera en ese hombre que frisaba la tercera década de su vida y aún no era capaz de cuidar a su propio hijo, lo cierto es que el romance terminó.

Egoísta como nunca antes y sintiéndose terrible por ello, Gustav le dijo la verdad a Erik: Que lo amaba, que de verdad lo habían pasado genial, pero que ese hijo suyo iba a terminar por hacerle desear la muerte. De paso, que lo sentía mucho, pero prefería mantener una relación con alguien que no cargara tanto peso encima de sus hombros.

—Eres un gran hombre, Erik, alguien más podrá hacerte feliz del modo en que yo no lo hice. A ti y a Dominic, estoy seguro —le dijo al momento de su despedida—. Esto que teníamos, lo nuestro, no podría funcionar bien jamás. Por más que lo intentáramos, sólo fracasaríamos.

—¿Es por Dom, eh? Me amas pero no amas a mi hijo —había respondido el adulto, agobiado al ver cómo esa segunda relación suya fracasaba poco después de empezar y antes de realmente despegar—. Ya sé de qué va esto entonces.

—No. Te amo a ti y amo a tu hijo porque es una extensión de ti, pero es cierto, si lo nuestro dejó de funcionar fue por él. Es un chiquillo increíble, inteligente como pocos y también dulce cuando se lo propone, pero nada de eso cuenta si la mitad del tiempo quieres ahorcarlo con tus propias manos y la otra deseas torturarlo.

—Tú sabes que su madre nos abandonó y-…

—Lo sé —había asentido Gustav—, y entiendo que no es culpa de nadie, pero es tu hijo y a la vez tú responsabilidad, una que descuidas a la menor oportunidad, no la mía. Yo acabo de cumplir veinte años y quiero una vida normal, con una pareja normal que no tenga un niño que claramente necesita atención especial. Dominic tiene seis años, y cuando él nació yo apenas tenía catorce. Aún paseaba en bicicleta, en casa no me permitían ir a la cama después de las once treinta y… ¿Comprendes lo que quiero decir? Yo no puedo asumir el papel de padre adolescente, no ahora, y no con un niño tan difícil. Tarde o temprano terminaría por arruinar nuestra relación. Es… que te amo, pero no tanto. Y sé que tú te sientes igual.

Ante aquella lógica irrefutable, el propio Erik había asentido.

Así había terminado su relación, no la peor de todas, pero sí la del final más agridulce.

 

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