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Semtiminifi por Marbius

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CANSANCIO

 

—Ok, a alguien mataron aquí y no quieren decirlo. –George puso su bebida en la mesa y se tronó los nudillos de ambas manos al tiempo que se cuestionaba si era osado de su parte el indagar más al respecto en lo que pasaba entre Gustav y Bill o dejarlo ir.

Lo primero era lo que todo buen amigo, como él se consideraba de ambos, haría.Pero a manera de advertencia implícita, Bill traía varios anillos y las uñas más largas que de costumbre; eso sin mencionar que Gustav tenía la mala costumbre de hacer sus silencios más incómodos y empeorar las cosas más de lo que estaban cuando le preguntaban cosas que no quería responder. Su hosquedad era la prueba máxima de ello.

Era obvio que la opción dos era la ruta más segura a seguir, pero no la que quería tomar. No cuando amargaban su noche de fiesta con sus silencios interminables y pronosticaban más tensión en los días siguientes.

Alejarse de la mesa donde estaban sentados no había funcionada para nada, pues aún a diez metros se sentía la tensión del aire y bailar con las rubias que él y Tom habían conseguido no tenía nada de sexy si cada que volteaba a ver a sus amigos, estos lucían irritados y mirando la mesa con más interés que de verse el uno al otro.

—Chicos –los dos le miraron con sendos ceños fruncidos—, arruinan mi noche. En serio que lo hacen.

—Hum –fue toda la respuesta de Gustav.

Bill en cambio se cruzó de brazos y tamborileó sus dedos contra sus antebrazos. Sus filosas uñas destacaban incluso en lo atestado de aquel bar y parecían amenazantes. A juzgar por la mirada que le dio al mayor, eran toda una advertencia.

—Bien, amárguenme todo de nueva cuenta. Son tan buenos en ello. –Se pausó y alzó las cejas varias veces con una risa boba—. ¿Qué? ¿No es gracioso?

—No. –Bill fue contundente. Gustav en cambio se tocó el rostro, todavía un poco inflamado y bostezó sin disimulo.

George iba a replicar al respecto, pero Tom acababa de llegar y se sentaba a un lado de Bill en el enorme sillón semi circular que ocupaban. Cruzaba una sonrisa que no le era respondida y tomaba una de las tantas bebidas desperdigadas que estaban frente a él para dar un largo y sentido sorbo.

—Tu hermano y tu amigo arruinan mi noche –le dijo George golpeando la visera de su gorra y haciendo de paso que un poco de la bebida cayera sobre su camiseta. Ignoró del todo sus protestas pues igual con el ruido que la música producía no escuchaba nada más allá si no le gritaban al oído, pero no pudo hacerlo con el golpe que recibió—. Vamos, haz una de esas cosas de gemelos y quítale esa cara de amargura. Me está matando –agregó con fatalismo, sentándose al lado de Gustav y marcando lo que sería el inicio de un silencio muy largo.

Los cuatro, cada uno a su manera, se concentraron en sí mismos y en las bebidas que tenían de frente.

Eso hasta que aparecieron unas cuantas chicas, todas iguales entre sí, sonrientes y extrañamente cascabeleantes, que se sentaron en los espacios libres e irritaron y maravillaron de maneras muy equivalentes a los presentes.

Bill, quien se había visto relegado por una chica especialmente ancha de espaldas y con un tatuaje escabroso que coqueteaba con Tom, terminó por estar brazo a brazo con Gustav, quien también se había visto obligado a acercársele pues la escuálida que estaba con George exudaba perfume por todos lados y lo asqueaba.

—Esto apesta –murmuró Bill entre dientes y recibió un codazo accidental que a fin de cuentas le hizo hacer una mueca notoria aún bajo las luces parpadeantes.

—Ella apesta –le corrigió Gustav. Señaló con un dedo discreto y toda la delicadeza que tenía por encima de su hombro y Bill apreció la figura de la mencionada, quien se acurrucaba contra George y hacía morros con los labios en coquetería que él consideraba empalagosa y repelente. Y a juzgar por el gesto de Gustav, el también pensaba lo mismo—. Hasta después de un concierto olemos mejor.

Bill se tapó la boca y rió espontáneamente.

—Peor que aquella maleta de ropa sucia.

Ante el recuerdo, ambos estallaron en carcajadas.

Esa maleta era del primer tour que habían realizado y que por hacer caso a una superstición que George quería establecer desde un inicio, habían guardado toda la ropa que habían usado en el primer concierto y habían viajado con ella a rastras por varios países sin ningún problema. La dificultad había sido al regresar, cansados pero contentos, al viejo departamento del cual habían partido y soltar las correas. La peste que había brotado era tan hedionda, tan fuerte y concentrada, que Tom había asegurado que los vellos de su nariz habían hecho combustión y tal afirmación no sonaba tan descabellada cuando con manos torpes y arcadas, habían sacado cada prenda no para lavarlas, sino para tirarlas directamente a la basura… o al horno.

—Mierda, había olvidado eso. –Con cuidado, Bill se limpiaba el borde de los ojos y tomaba un trago de su bebida para pasar los últimos estertores de la risa.

Cuando paró, se sintió de pronto muy tranquilo al lado de Gustav y al parecer el sentimiento era mutuo. Ambos hicieron sonrisas tímidas y de alguna manera, eso era como enterrar las diferencias que habían tenido de días atrás y que no habían tenido oportunidad de enmendar.

—Señoritas, guiños cómplices aquí no –dijo George con voz pastosa y una mano perdida en el escote de su chica. Esta lucía ebria o cerca de ello con los ojos entrecerrados y mirando con una inusitada seriedad a la mesa, pero nadie más que Bill y Gustav estaban lo suficientemente sobrios como para notarlo.

—Nada de… manotazos –Tom alzó su vaso e hizo un brindis por sus palabras que todos los demás secundaron con manos temblorosas y gargantas sedientas.

—Ni arañones –masculló George, y de nueva cuenta todos alzaron las manos—. Nada de golpes con bolsos, tirones de cabello o… O… —Bostezó sonoramente y se inclinó sobre la barra tratando de concentrarse. Su acompañante se recargo en su hombro y juguetonamente dio besos a lo largo de su cuello y rostro. Eso le iluminó—. Claro, nada de mordidas.

Se giró de costado y se dirigió directamente a ellos sin importarle el ridículo que hacía o las risas mal disimuladas que provocaba.

—Bill, Gustav… —Carraspeó para darse importancia y rió por ello—, nada de jodidos pleitos en el bus del tour o me veré obligado a palmear sus traseros. ¿Entendido, eh? ¿Lo han entendido ustedes dos? –Y como para imprimir mayor fuerza a sus palabras, batió palmas como si golpeara algo.

Tom rió con fuerza, lo mismo que las chicas, pero de gracioso eso no tenía nada. O al menos no para los aludidos.

Gustav se sonrojó violentamente ante la afrenta, pero no dijo nada. Apretó sus puños en el regazo y su exhalación fue tan cercana al silbido de una serpiente que a Bill no le habría sorprendido nada que en cualquier momento atacase como tal.

Por su parte, la humillación le había hecho arder las orejas. No podía presumir de la calma del rubio y en su lugar había apretado los labios casi hasta hacerlos sangrar. Se hundía más en el asiento y agachaba su cabeza mientras consideraba de manera seria que la banda podía pasar de un bajista… Y por las risas que Tom daba y la mano que hasta ese momento vio muy cerca de las piernas de la chica que acompañaba a su gemelo, también la idea de prescindir de un guitarrista. Ambas sugerencias eran en realidad tentadoras…

Pero incluso con todo ello, podría haber estado en calma.

El detonante final había sido la palmada de George no a él, sino a Gustav, quien se había puesto de pie de manera repentina y casi había volcado el contenido de la mesa con su intempestiva acción. Era de pocas palabras al respecto y una mirada bastó a todos los presentes para saber que la línea de la tolerancia había sido cruzada y que intentar dar marcha atrás era pérdida total de tiempo.

—Gustav –empezó Tom con todo el aplomo que tenía, pero la bebida que tenía en mano se ladeó por su estado de embriaguez y cayó fría en su regazo—. Demonios.

Ante el cuadro completo y sabiéndose culpable, de alguna manera extraña y que no terminaba de captar, George habría la boca y la cerraba en intervalos regulares. Observaba todo como un cuadro bastante realista de una mala reacción y no atinaba a disculparse, pues de cualquier modo no iba a funcionar.

—Mierda con todos –declaró el rubio. Se pasó la mano por el rostro aún un poco hinchado y desapareció entre la multitud.

 

Bill había estado al borde, y de algún modo retorcido y macabro, lo seguía estando. Por eso, fumaba en una pequeña terraza del segundo piso y miraba por encima de su hombro con bastante insistencia.

Desde su puesto de observación, tenía una vista privilegiada de lo que Tom hacía con su acompañante y si bien no le estallaba el hígado o cualquier otro órgano interno de los celos, no era como para ponerse a repartir sonrisas por ello.

Por consiguiente, prendía otro cigarrillo con el que ya casi terminaba y se dedicaba a espiar de la manera más discreta en la que podía.

El piso inferior estaba atestado de personas que a su parecer pululaban por todos lados y abarrotaban más allá de lo permitido quizá por leyes de seguridad o por el aroma a sudor y perfumes mezclados, las leyes sanitarias. Arrugaba el ceño. Escupía el humo. Ambos gestos para Tom, quien en línea recta desde donde estaba, no podía estar más alejado que cinco metros.

Bailaba rodeado de mujeres y parecía sino complacido, extasiado por ello. Agitaba la cabeza al son de la música y para Bill era admitir que se veía bien… Que cuando alzaba los brazos y marcaba ritmo en torno a la cintura de alguna de las criaturas que estuviera por ahí, se veía realmente sexy.

Mordió su labio con culpa. Mucha culpa. Fumaba más.

—Tom no cantaría en la banda ni aunque el contrato se centuplicara, así que no fumes –dijo Gustav. Arrancó el cigarro de sus labios temblorosos y lo tiró por encima de la barandilla en la que Bill se apoyaba.

A manera de respuesta, suspiró. No lo había visto llegar y suponía que dar excusas no podía ser lo suyo cuando pasaba de la media noche y estaba un poco achispado por la ingestión de unos cuantos tragos más luego de lo que había acontecido.

De lo sucedido con anterioridad, había pasado al menos una hora. Más, eso con certeza. No mucha fidelidad al tiempo, no con el retumbar del equipo de sonido por toda la estancia y el eco que tenía contra el techo, que era una cúpula que hacía de buenas funciones acústicas en el sitio.

—¿Dónde habías estado? –Preguntó con desgano. Palpó su pantalón y encontró la cajetilla yel mechero, pero ante la mirada de advertencia, optó por tirarlo hacía el piso inferior con tan mal tino, que golpeó a un grupo de chicas que bailaban entre ellas y tuvo que esconderse antes de ser visto.

—Baño –murmuró el baterista—. Ese lugar era… Asqueroso. Y… —Se sonrojó e incluso con las luces de neón que giraban por todo el lugar, Bill lo notó—, había un tipo acosándome –tragó con dificultad—. ¿En verdad mi trasero es lindo?

—Las fans lo dicen y lo afirman tanto que yo digo que sí –dijo Bill alegremente. No se contuvo de la burla—: ¿Era guapo? ¿Te ofreció vivir en un castillo si le dejabas pellizcarte tu atractivo? –Alzó las cejas repetidamente y no pudo evitar sentirse aliviado de que el rubio le siguiera la broma palmeando sus posaderas y diciendo:

—Las aseguraré por un millón de euros. Estas nenas pagarán mi casa de retiro y podré morir en paz.

El comentario rompió del todo los rastros de su antigua pelea y así lo pudieron dejar al fin de lado. Bill ladeó la cabeza y parpadeó dos veces antes de con alivio, sonreírle a su amigo como las cosas solían ser. No del todo, pero al menos dentro de lo posible. Dar marcha atrás era como querer saltar al cielo y realmente caer en él, pero ya no era necesario.

Gustav lo confirmó cuando se asomó por la barandilla y tras contemplar a George en un rincón oscuro con la misma chica de hacía rato, encontró a Tom haciendo lo propio en medio de la pista de baile.

No era sorprendente en lo más mínimo, pero sabiéndose conocedor del secreto de los gemelos, era preocupante la reacción de Bill. El mismo Bill que se inclinaba sobre su hombro y apoyaba la barbilla sobre éste. El Bill que en definitiva miraba y casi adivinaba con ojos relampagueantes de furia y las manos convertidas en puños.

—Es bonita, pero… —Dijo queriendo restar importancia. El peso sobre Gustav desapareció y Bill se puso al lado suyo para mirar con el rostro sostenido por ambas manos. Con languidez se explicó—: ella, linda. Tom incluso así luce bien. No se ven mal juntos, lo admito, pero la quiero…

—¿Muerta? –Aventuró el rubio. Vio el gesto de Bill y era el de un niño de cinco años que no quiere comerse sus verduras y hace un berrinche de campeonato por ello—. ¿Quizá muy lejos?

—Lejos me basta, Gus. Si alguien tuviera que morir, sería Tom y de eso… —Golpeteó con sus uñas la baranda y lució impaciente de pronto— me encargo yo.

Quiso decir algo más, pero dio un salto en lugar de eso. Se giró velozmente para encontrarse con George, de la mano con una persona diferente a la que le acompañaba apenas minutos antes allá abajo.

—Joder contigo –masculló entre dientes, aún asustado—. Que no te encuentre dormido que te…

La chica le interrumpió con un par de ruiditos bobos que asemejaban a una carcajada, pero que tenían más semejanza con un canal de televisión mal sintonizado que la risa de una hiena, eso a manera de generosidad. Atenta luego a que era el centro de atención por razones no del todo buenas, jaloneó de George con insistencia y ambos se perdieron por la escalera que conducía de nueva cuenta al inferior.

Bill los contempló sin mucho interés y tras perderlos de vista por el oscuro pasaje, se atusó un poco el cabello. Lamentaba haber perdido los cigarros pues los nervios prevalecían, pero de alguna manera la opción era convencerse de que no eran necesarios. Que el malestar se iría y entonces podría dejar de esconderse ahí y bajar.

Sueños lindos.

Gustav lo haló del brazo y se le asentó una piedra en el estómago cuando tras seguir su dedo en medio de la multitud, encontró a Tom labio a labio con alguna figura femenina que se le desvanecía de la vista. Parpadeó repetidamente y el labio inferior le tembló, no muy seguro si lo que sentía era la rabia o la tristeza más profunda jamás antes experimentadas por él.

Moqueó un poco en el proceso de limpiarse los ojos y la nariz con la manga de su chaqueta y tarde se dio cuenta de que se había arruinado el maquillaje y la ropa con eso, pero poco le importaba. La simple idea era tan baladí como pensar qué iba a desayunar al día siguiente si tenía un cuchillo en el pecho y se desangraba por su culpa.

Muy dramático a su gusto como idea, pero factible dentro de las posibilidades que podía experimentar.

No tenía muchos ánimos de gritar y hacer una escena o acaso saltar del balcón pues le parecía ridículo como medida para llamar la atención. Corría el riesgo de romperse una pierna antes que de morir y tener a Tom llorando amargas lágrimas sobre su cadáver pálido e inerte. Con toda seguridad, ni muerto de manera aparatosa su gemelo haría la escenita. No era dado a eso.

El tipo de espectáculos que prefería dar eran más de índole escandalosa. Y eso, era precisamente lo que Gustav había querido llamar en la atención de Bill.

No Tom convertido en el habitual casanova, sino en los flashes indiscretos de una cámara que lo enfocaba y sacaba lo que posiblemente aparecería en la primera plana de los espectáculos ya fuera de una revista de la semana o del periódico de unas horas.

—Mierda –fue todo lo que dijo o pudo decir por el estupor que le invadió.

Por su parte, Gustav se abstuvo de comentarios. De ademanes de consuelo. De todo lo que le pudiese irritar todavía más, si es que eso era posible.

Sin embargo, lo siguió al mismo ritmo apresurado con el que bajaba las escaleras y evadía a las parejas que se escondían a lo largo y ancho de los escalones. Creyó incluso vislumbrar a George pero era imposible discernir algo cuando bajaba a base de saltos y empellones.

Para cuando se encontró en el rellano y miró a su alrededor, Bill ya no estaba. Apenas se distinguía por en medio de la multitud que se movía en una sola al bailar y con empujones y algunos codazos, se iba haciendo camino para quedar apenas a un metro de Tom, quien bailaba a su ritmo en una danza lenta y le daba la espalda a Bill quien se vio tentado a dar un paso y regresó tal y como vino.

Pasó de largo de Gustav, quien no supo en que dirección moverse pues George estaba a su lado y tomándole del codo se hacía de su atención. Gritaba aunque no se le escuchaba nada y Gustav tuvo que deducir mucho de las exageradas articulaciones de sus labios para captar que preguntaba que diablos había pasado.

A manera de explicación, no tenía ni manera de empezar a decir algo y tampoco era de su incumbencia ventilar asuntos ajenos, así que simplemente señaló a Tom, quien a causa de la marea de personas había terminado a un metro de ellos, y al fotógrafo, que tras verse descubierto hacía intento de alejarse de manera poco llamativa.

Poco le funcionó el truco, pues el mismo Tom iba en pos suya y arrastraba a unos cuantos en su persecución al golpearlos por su poco cuidado al pasar de lado.

Soltaba de su estrecho abrazo a su acompañante y tambaleándose, aún con bastante alcohol en la sangre como para mirar enanitos verdes si acaso su imaginación le quería jugar una mala pasada, soltaba un puñetazo directo que se estampaba con poca precisión en un costado del hombre.

Éste soltó una palabrota y se viró en un movimiento falto de torpeza para darle un revés y hacerle caer de culo contra el suelo.

A su alrededor, un corillo de curiosos detenía el baile y el silencio que sus gritos provocaban hacía unos instantes se pausaba como detenido por un botón. A excepción de la música que siguió sonando, todo lo demás parecía muerto en su mutismo particular.

—¡Cabrón de mierda! –Tom hizo un burdo intento de pararse que ocasionó una foto más a las ya tomadas y el hombre se escabulló por entre la gente.

Ir tras él ya parecía de idiotas y locos, así que tanto Gustav como George se acercaron a Tom quien declinó el ofrecimiento de ambas manos para levantarle y con piernas temblorosas se encontraron los tres siendo el centro de atención. Embarazoso. Estar así no era un concierto, era totalmente detestable.

Con todo, Tom sólo atino a preguntar “¿Dónde está Bill?” y ante las expresiones veladas que vio sólo atinó a definir todo, tanto su desaparición repentina como lo que acababa de acontecer, con una palabra.

—Mierda.

 

—Que te den por el culo, Tom Kaulitz –siseó Bill con desprecio—. Que te den y que te duela, cabrón.

Ante sus palabras, tanto George como Gustav se hundieron aún más en sus asientos y no era para menos. El error de ambos sólo había sido abrir la puerta de la camioneta en la que se iban a ir de improviso y no haber deducido nada. Bill ya estaba adentro y lo mejor habría sido haber dejado que Tom subiera en primer lugar y recibiera los improperios directamente, en lugar de ellos dos tener que soportarlos.

Pero a lo sucedido, ya no había retorno. Apretados y escuchando una pelea de una sola vía, era como estar en campo enemigo y sin protección la protección de un buen casco o un chaleco antibalas. Bill hizo retumbar su voz y la idea de unas orejeras dobles tampoco parecía tan desatinada.

Bill gritaba como nunca y de paso se ponía rojo con una velocidad realmente alarmante. Al paso en que iba, tanto los de la banda como el pobre conductor iban a quedar sordos o dispuestos a estrangularlo, pero ninguna de las dos cosas pasó.

Su manager hizo una llamada que superó el escándalo de Bill y que por medio del altavoz les hizo ver que rezar porque la mañana no llegara era lo más correcto y sano que podrían desear jamás en sus “perras vidas” como dijo con un chasquido antes de colgar con estruendo y dejar la línea telefónica pitando.

Eso basto, al menos de momento, para calmar al menor de los gemelos, quien recuperó su color, si acaso un poco más pálido de lo normal y lo calló por el resto del angustioso trayecto de regreso al hotel.

Al bajar, el primero fue Bill quien no espero mucho antes de que el automóvil se detuviese en el estacionamiento subterráneo y salió hecho una furia sin siquiera dignarse a cerrar la puerta. Le siguió George de cerca, quien al estirar las piernas y respirar un poco del frío aire nocturno, pareció recuperar un poco de su chispa.

“Al menos se abstuvo de hacer bromitas”, pensó Gustav, que fue el siguiente.

Bajó sintiendo el estómago de plomo o acaso toda el esqueleto de dicho material. Con torpeza estiró los brazos por encima de su cabeza y esperó a Tom quien se deslizó desde el fondo del asiento y se quedó aún sentado y sin aparentes ánimos de bajar. Lucía miserable, pero no se le podía tener lástima.

Gustav no comentó nada al respecto, pero permaneció cerca de él.

Ya a la lejanía, tanto Bill como George habían desaparecido en la entrada al hotel y sólo quedaban ellos dos, pues el chofer se había retirado a charlar con el guardia de turno nocturno a su caseta y ésta estaba bastante alejada.

—Ow –murmuró Tom. Se tocó la cabeza con ambas manos y su intento de bajar del asiento ya al suelo fue peor que si hubiera intentado hacer algún complicado paso de ballet—. La resaca de mañana, Dios.

—La cruda realidad es la que te va a golpear –comentó el rubio, pensando en Bill.

—No tenía razón de gritar así, demonios. –Tom aceptó el brazo de Gustav y se recargó en él mientras ponía firmes los pies en el suelo y trataba por todos los medios posibles, el no devolver todo—. Ni mi madre se pone así.

—Es nuestro manager –dijo Gustav con simpleza.

—Hablaba de Bill… —Dio un tentativo paso y fue como querer arrastrar un saco de patatas con un dedo. Dio otro más y confirmó tal idea: era tirar con el meñique—. Faltó que pateara nuestros traseros, ugh, pero supongo que lo hará en la mañana.

—Corrígete –dijo el rubio con una repentina frialdad—. Tu trasero será pateado; él se encargará de ello en exclusiva para ti.

—Jesús, cuánta amabilidad –comentó irónicamente.

Caminaron el resto del camino al ascensor en mutismo total, a excepción de los jadeos y unos cuantos sonidos de queja que Tom no podía o no quería evitar soltar a cada dos por tres.

Ya dentro, fue el menor quien apretó el piso, y a Gustav el detalle de que era el piso de Bill no le pasó desapercibido. Sabía de antemano que Tom estaba un poco más abajo a diferencia del bajista y él, quienes estaban por encima del de Bill, pero no lo creía tan ebrio como para dejar ese detalle de lado.

—Dudo que Bill te quiera ver ahora –comentó con casualidad.

Tom gruñó en respuesta y se soltó de su hombro para dar contra una de las paredes metálicas. El zumbido y la musiquita molesta que sonaba para ambientar, le hicieron barbotear algunas palabras inconexas pero nada serio mientras el tirón de ir subiendo se hacía presente.

—A mí no me va a dejar el rostro hinchado –rebatió. Alzó la cabeza un poco y esperó una respuesta sarcástica al respecto, pero en ese tipo de cuestiones Gustav no era cualquiera y sus contestaciones podían ser del todo asombrosas.

—Pero al menos no me querrá mandar castrar. –Tom alzó una ceja ante lo desatinadas que parecían tales palabras, pero en lugar de interrogarle al respecto, se apretó el costado con una mano.

El ascensor había parado y con dificultad, salió de él seguido del rubio. Ambos miraron a cada lado del pasillo sin estar muy seguros para donde seguir y las puertas metálicas se cerraron con un ruido hueco.

—No tenías que seguirme –murmuró Tom. Siguió un camino que tenía habitaciones pares y supo que iba por buena marcha.

—¿Quién te llevará de regreso a tu habitación? –Preguntó el baterista.

Tom masculló algo, pero no se explicó luego de eso.

En su mente, primero estaba hablar con Bill y calmarle. Calmarse quizá de paso. Luego seguiría el hablar y quizá luego… Pero era complicado tener eso en mente con unos pasos resonando al par de los suyos y una mirada que sabía clavada en su espalda y atenta cada reacción que tenía.

—Hum, yo sé llegar solo. Gracias. –El tono seco que usó y la firmeza contra la que sus nudillos se estrellaron en una puerta numerada con el 707 iba a la par, pero a Gustav eso le pareció más fanfarronería que otra cosa.

Lo comprobó del todo cuando tras unos segundos de espera, un anciano con aspecto somnoliento habría la puerta. Era calvo y pequeño; también usaba una bata a cuadros y a juzgar por sus palabras, hablaba inglés.

En definitiva, no era Bill.

—Oh mierda… —Tom se dio contra el dintel en la frente y al instante supo que era una mala idea, pues su cabeza dolió como mil demonios—. Ehm… —Miró a Gustav por encima de su hombro quien se escabullía de dar disculpas alejándose a paso rápido y con el poco juicio que le quedaba dio sus mejores excusas.

Un “Excuse me, sir” que apenas pudo pronunciar y con las orejas rojas de la vergüenza se alejó lo más rápido que pudo rumbo al ascensor.

 

—Hey… —Bill no dijo nada. Se dio media vuelta y empujó con su pie la puerta, pero sin verdadera intención de impedirle la entrada. Tom pasó y al menos tuvo la sensatez de evitar más saludos.

Cuando entró, lo primero que reclamó su atención fue que su gemelo tenía un desastre por toda la habitación. Los objetos con los que cargaba y que prioritariamente eran maquillaje y ropa, estaban desperdigados por el suelo hasta donde la vista abarcaba y descalzo, aparentemente los acomodaba en sus maletas.

Sobre la cama, en un rincón estaba una camiseta suya y a Tom ese detalle no se le pasó de largo. Con cuidado de no pisar un espejo y un par de calcetines sin par, se inclinó y la tomó. Era una que había perdido hacía cosa de un mes o probablemente dos, pero realmente sin darse cuenta de ello. Su ausencia no había sido algo que encendiera alarmas en su cabeza y estaba casi seguro que si nunca la hubiese visto de nuevo, no la habría echado de menos.

—Olía a ti –dijo Bill con vacuidad al levantar la vista del suelo y siguió alisando uno de sus pantalones hasta tenerlo bien doblado y listo para guardar.

Tom en definitiva que no sabía con que palabras contestar aquello y optó por callarse. Se sentó al borde del colchón y con la punta de su zapato empujo algunas prendas amontonadas en un rincón. Ropa sucia con toda seguridad, pero era difícil saberlo. Él nunca acomodaba su propia maleta más allá de meter y meter más cosas.

—¿Estás molesto? –Preguntó al fin. Carraspeó un poco y formuló de nueva cuenta su pregunta—. ¿Sigues molesto?

—Cuidado con el pie, ahí están mis… —Bill señalizó un estuche negro y se quedó con la petición en el aire—. No recuerdo si son mis cremas o mis polvos. Revisa por favor y dime.

Se atareó de nueva cuenta y para Tom eso no significó nada. El que lo ignorase por su egoísmo no era tan extraño; lo anormal de todo era que hiciera limpieza cuando no era urgente. Aunque quizá eso no era algo tan atinado de afirmar, porque el desastre se extendía por todos lados y posiblemente la limpieza anual, aunque fuera en un hotel anónimo, ya era algo apremiante.

Al final tomó el estuche y lo que encontró fue una colección de anillos. Sacó uno y lo contempló a contraluz para luego volverlo a guardar.

—Wow, creí que esa ya la había empacado. –Bill saltó por en medio de un enorme bulto de camisetas y se la quitó de la mano para revisarla por sí mismo—. Entonces la otra bolsa era de collares y… —murmuró más para sí.

—Bill –Tom asió su muñeca con fuerza e imprimió una seriedad anómala en su tono de voz—, ya basta. Por favor.

—Qué. –El menor frunció el ceño y dejó ver que sí estaba molesto. ¿Cómo diablos no? La cuestión era que no quería pelear—. Oh, sólo dejémoslo, ¿bien? Voy a… —Tom sintió el temblor de su mano y alarmado lo miró mientras Bill soltaba la bolsa y su contenido se desparramaba sin sentido en el suelo— vomitar o llorar o –moqueó— simplemente morirme de tristeza si hay que tocar ese tema. Sólo por hoy…

Se mordió los labios al terminar de decirlo y esperó a que Tom asintiese, cosa que hizo. Luego prosiguió a doblar otra pila de ropa y no se sorprendió en lo más mínimo cuando segundos después ambos lo hacían en silencio.

 

—Bien, al menos no podrán decir que mi intento carece de afecto materno –sonrió con dulzura la mujer y después suspiró.

De vuelta a casa por un pequeño fin de semana libre y era más cuidar de su madre que descansar la mayor parte del tiempo.

Apenas habían regresado y la habían encontrado con la mano en el fregadero y un par de lágrimas que ella calificó de ‘nada’ y sentimentalismo por su llegada en mucho tiempo, hasta que al acercarse se habían percatado de que tenía una quemadura, no grave, pero sí de cuidado.

La causa, un pastel que yacía volteado en el centro de la cocina, aún permanecía ahí mientras los dos chicos y la mujer se apiñaban en torno a la mesa en la que casi siempre desayunaban todos juntos los días que podían y curaban su mano.

—Es menos de lo que parece –decía ella tratando de aligerar su molestia, pero era obvia la mentira, especialmente cuando Bill untaba un poco más de ungüento contra quemaduras y siseaba ante el dolor.

A su espalda, Tom miraba no muy feliz. El dolor de estómago que le daba ver heridas, fuese cual fuese su gravedad, era parecido a presenciar una cirugía mayor sin importar que lo que veía era un intestino de fuera o un poco de sangre y ya. Le asqueaba y aterraba en medidas iguales, pero se tragaba las ganas de correr de ahí al segundo piso, por masajear los hombros de su madre.

—Creo que ya está. –Bill dio un último toque y sonrió complacido más para sí mismo, al ver que al menos no había empeorado las cosas. Era como tener cinco años y llegar a casa del jardín de niños para mostrarle a su madre su más reciente trabajo.

—Cariño, te quedó precioso. –Simone dijo con orgullo. Se miró la mano y detrás de ella, Tom giró los ojos, gesto que Bill vio y sacó su lengua.

—Seguro que con esto el pequeño Billy puede dejar sus sueños de músico y volverse médico –bromeó Tom.

—De eso nada –dijo la mujer—. Antes de eso, tienen que asegurarnos un buen asilo a Gordon y a mí. –Los tres rieron ante el comentario y ella agregó—: nada barato, chicos. Quiero que esté cerca para visitas tres veces por semana y un enfermero sexy que me bañé a mí y otro que se encargue de los pañales de Gordon.

—¿Y qué tal una enfermera, cielo? –El mencionado bajó con paso ligero de las escaleras y fue por un vaso de agua para que su esposa pudiese tomar el par de aspirinas que había ido a buscar al botiquín—. ¿O una bacinilla? Cualquier cosa puede ser mejor que un musculoso toqueteándome por detrás.

—Oh, no me pondré celosa –chanceó Simone con un alzamiento de cejas y recibió un beso de labios que se tornó abrazo y…

—Basta. Argh, vayan a  un hotel –Tom hizo un gesto de desagrado y salió de la cocina con más vergüenza que otra cosa y desapareció con rumbo al segundo piso.

—Yo voy a… —Balbuceó Bill. Se encogióde hombros y fue detrás de él.

 

—Siempre quise colarme al cuarto de una chica… Pero esto es mejor.—Tom se inclinó y besó a lo largo de la espalda desnuda de Bill, dejando marcas húmedas a lo largo y ancho de ésta—. Admítelo, es sexy y atrevido.

—Hum –fue lo que dijo su gemelo. Tenía la cabeza enterrada en la almohada y los músculos laxos. Ni Tom y su mágica lengua podrían haberlo sacado de ese letargo aunque usaran todas sus técnicas disponibles o se inventara nuevas.

—¿No vas a quejarte? –Preguntó al tiempo que mordía uno de sus hombros y con su nariz frotaba su cuello. El cabello de Bill picaba, pero era algo que a la vez le gustaba. Excitante en su sencillez.

—Estoy… duro –comentó con diplomacia—. Te aseguro que eso me basta para saberme varón y debería ser lo propio para ti.

—¿En serio? –Tomándolo del brazo lo giró y admiró con orgullo el bulto que se formaba en el pequeño bóxer negro que Bill portaba. En su mente, la idea de que esa prenda apretara sus testículos era escalofriante, pero en su hermano estaba bien. Era una manera tosca de seducirlo indirectamente y le encantaba.

—¿Lo ves? –Bill mordió su labio inferior y con una de sus manos se tocó por encima de la prenda. Gimió al contacto y Tom sintió el familiar remolino en su estómago al verlo hacer eso… Al ver a Bill tan malicioso que su propia entrepierna dio un salto de emoción a lo que venía.

—Te voy a comer –murmuró antes de bajar el rostro y con fruición devorar su garganta y lamer en un único trazo hasta sus clavículas alternando lametones y mordiscos suaves que marcaban la piel.

—No te dejes nada –y alzó la cadera al sentir las manos palpar la tela y tironear con ella—. Se buen niño y acábatelo todo.

Y con el primer dedo y el dolor ardiente de la intrusión, atrapó su rostro y remató lo que provocó la caída de la última tuerca de reticencia con un sencillo susurro—: Deja espacio para el postre…

 

Bill se despertó del todo aturdido a eso de las tres de la mañana, pero no se fiaba mucho de su reloj. Habían estado en tres países distintos en los últimos días y su celular ya no tenía la hora correcta. Eso seguro.

Bostezando y apoyado en un codo, contemplaba a Tom pensando en que era algo entre las dos y las cuatro de la mañana…

Se levantó con pies pesados y piernas temblorosas mientras tocaba su vientre y sentía la tirantez de la piel. Ahí donde su semen había caído, se formaba una suave costra que desprendió con los dedos y que le hizo pensar en tostadas crujientes para desayunar. En hacer unas cuantas para Tom, para él… Para su madre que no iba a poder cocinar en unos días por su herida y para Gordon quien ante esas acciones sentía un orgullo paterno, pero la idea era triste en algún modo.

Podrían ser una buena sorpresa matutina, pero también, al menos de manera simbólica, una especie de disculpa silenciosa por lo que hacían él y su gemelo y que en definitiva no se compensaba con quince minutos frente al fogón y un desayuno que siempre estaba amenazado con quemarse o quedar crudo. O ambas…

Ante la idea tuvo que tragar con dificultad y hacer acopio de toda la coordinación que tenía para ir hacía la puerta y poner el seguro. No que hubiera gran riesgo, pues en las contadas ocasiones que solían pasar unos días ahí, su madre los dejaba dormir a sus anchas sin importar cuántas horas durmiesen, pero esa certeza no era suficiente como para darle la confianza de dormir desnudo.

Y él quería dormir desnudo. Con Tom a su lado. Quería abrazarlo y pensar en todo y nada.

Por eso regresó con torpeza y con cuidado de no tropezar con las maletas que aún no había desempacado, se dejó caer con flojera.

Al rechinar del colchón, Tom abrió un ojo y al verlo tan cerca y de frente, no hizo sino besarlo y darle los buenos días.

—No amanece –contestó sofocando un bostezo el menor. Se abrazó con fuerza y recibió el mismo cariño. Ambos a punto de dormir y caer en la inconsciencia, pero quedaba algo qué decir—. ¿Tom?

—Si tienes miedo de ir al baño solo, no cuentes conmigo… —Pasó una de sus piernas por encima de su cadera y lo acercó más contra sí—. Estoy muy cansado y deberías estarlo por igual. Duérmete.

Cansado. Esa era la palabra de Bill, la que tenía en mente. Pero recordarlo le hizo notar lo poco propicio que era hacer lo que se tenía que hacer con urgencia. Desplazar un día más lo inevitable no podía ser benéfico, pero tampoco iba a ocasionar el colapso mundial.

Sólo un día y con eso en mente, cambió de planes.

—No, eso no. –Bill se alejó un poco de su estrecho abrazo apoyando una mano en el pecho de su gemelo y la distancia lo hizo abrir los ojos con torpeza y cuestionarse qué demonios podía ser—. Mañana hay que hablar, ¿Está bien?

Tom cerró los ojos con un repentino malestar por todo el cuerpo.

—Mañana…

—Sí, mañana…

 

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