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-Diamond Virgin- [Todakanu tegami] por aiko shiroyama

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Notas del capitulo:

Bueno, buenas madrugadas en Chile.
Me tardé más de lo que esperaba con este cap, alrededor de 3 semanas. Pero aquí está.

Es bastante largo y no es nada de lo que tenía pensado, en absoluto. Hice este capítulo con otro título y pensando en Kei, pero todos los personajes hicieron lo que jodidamente quisieron y este es el resultado, pero creo que a partir de aquí, tal vez Kei si pueda hablar en el capítulo soguiente. Hoy verán una faceta suya inesperada.

Para los que no sean asiduos seguidores de AINS: 
Akane y Ritsu, pertenecen a Gossip, banda del sello.
Roku y Kyouki a Grieva, otra banda que fue del sello, pero que actualmente se encuentra en disband. Tomen en cuenta que el fic está cursando alrededor del año 2012, en la historia de DIAURA.

Sin más, espero que lo disfruten. Por favor. anímese a comentar, si le gusta, si no. Hoy es un capítulo de laaarga duración (?)

Ah, sí. Las cursivas de la derecha son de Whiteness de DIAURA y call out my name de The Weeknd.

Izakaya: bar.
Kohai: miembros inferiores o más jovenes de una misma compañía. Aplica para escolares ídem.

  Capítulo XIII: Call out my name.

 

 

 

Luego de aquel día, ninguno de los cuatro intentó comunicarse con el otro más. Pocos días después y alegando que eran adultos y que él no era su padre, Shoya simplemente se había liberado de su breve “apresamiento” por parte de Kei, quien simplemente agotado, sólo se limitó a avisarle al mánager que el bajista ya no se encontraba en su departamento y que había vuelto a su propia casa. Sin embargo, no estaba del todo seguro de si debió avisarle a su jefe o a la policía; ya no confiaba nada ni en Yo-ka ni en la errática actitud de su amigo. El mánager solo se había limitado a contestarle el correo diciéndole que no importaba lo que pasara, pero que, si cumpliéndose el mes no regresaban a la compañía, se podían ir olvidando de su contrato en la misma. Pese a la presión que le añadía eso a las cosas, estaba plenamente consciente de que los fans no eran estúpidos y que por el ritmo que llevaban como banda, estar ya tres semanas sin mostrarse, visitar una tienda o participar en lo que fuera era por lo bajo, llamativo.

 

 

 

Ojalá las cosas pudieran ser aunque fuese un poco más simples, pensaba, mientras Buri se le acomodaba en el estómago sobre la cama.

 

 

 

Los días siguieron pasando, lentos. Desde que había visitado a Kei, Yuu no había hecho más que ir a cada sala de ensayos que encontrase cerca de casa a tocar la batería día tras día, pese a que podía ir a tocar a la de la empresa y gratis, sólo porque sabía que acabaría rompiendo el tambor o las baquetas en cualquier momento. No tenía idea, ni la más remota, de cómo acercarse al guitarrista de su banda ni mucho menos, como volver a tener al menos una relación adecuada o agradable con él. Y además, simplemente no le gustaba como iban las cosas; no le gustaba que la banda estuviese distanciada, no poder relacionarse con ninguno de sus compañeros con normalidad, no poder ser él mismo… las cosas en su mente funcionaban de manera más sencilla, más directa, más concreta y sentía que sus tres colegas eran en extremo complicados, en todas las formas en que alguien podía serlo, muchas de las cuales ni siquiera entendía. Cansando su cuerpo y exigiéndole tal vez un poco más de la cuenta, intentaba mitigar la intensa frustración que sentía, sin embargo, salvo sentirse cansado y que le dolieran las muñecas y hasta el cuello, no lograba su objetivo.

 

 

 

¿Por qué él actuaba de esa manera?, ¿por qué no podía simplemente entender que quería estar en buenos términos e intentaba reparar el “daño” ocasionado a su bendita guitarra y tal vez a la relación del tipo que fuera que tenían, actualmente?

 

 

 

En su panorama ideal, Kei ya habría aceptado sus sentimientos, se habría sacado o a Shoya o a Yo-ka de la banda o simplemente esta se habría disuelto. Por extremo que pudiese parecer, cualquier cosa le parecía mejor que el modo en que habían decidido (o más bien que el líder había elegido) para resolver las cosas.

 

—¡Estoy hasta la mierda! —gritó al aire, mientras lanzaba las baquetas hacia algún lugar de la sala.

 

 

 

En tanto, Shoya no había hecho mucho más que ir al supermercado el día que volvió a casa para abastecerse de comida lo suficiente como para no volver a asomar su nariz a las frías calles de su barrio en varios días. No volvió a recibir mensaje alguno de Yo-ka o algún intento de visita suya, aunque si lo pensaba con un poco de detenimiento, era poco probable que su pareja estuviese ni remotamente enterado de que se había “escapado” del departamento de su mejor amigo apenas unos días después de que él apareciese, simplemente porque necesitaba ordenar sus pensamientos de alguna manera. Había llegado a un punto de malestar emocional, en que hasta la luz del sol le incomodaba. Si tan sólo hubiese una forma de meterse dentro de sí mismo y aislarse por completo de lo externo, existiendo herméticamente en su silencioso y ahora turbulento mar interno, quizás no estaría mejor, pero sí más tranquilo; tal vez un poco más a salvo de lo que se sentía en ese mismo instante.

 

 

 

Miraba el teléfono insistentemente y en vano a cada momento, todos lo días, esperando algo que parecía nunca iba a llegar. Era increíble como luego de casi olvidarse de la existencia del vocalista durante varios días, ahora hacía poco o nada más que anhelar una nueva señal; un mensaje, una llamada, lo que fuera que le ayudase en algo a dilucidar en su mente qué era lo que exactamente debía hacer. O para poder entender qué estaba pasando por la mente de Yo-ka, adivinar como tantas otras veces en el pasado la naturaleza oculta de sus intenciones, que a veces eran tan, tan distintas de lo que aparentaba… y es que él lo conocía bien. Aunque no se comunicaban precisamente de la manera más normal, eso les había ayudado a desarrollar alguna suerte de nuevo lenguaje; uno mucho más intuitivo y casi natural, basado en miradas, silencios, gestos y

muchas otras veces, besos y caricias intensas.

 

 


Si había algo que había aprendido a su lado con el tiempo, es que hay cosas que simplemente no pueden ponerse en palabras y que en los labios y en las manos, iban mucho mejor. No tenía idea de si era adecuado o correcto, pero no le importaba. Probablemente porque, a fin de cuentas, aquella era su forma de amar; sólo de ellos dos.

 

 

Rindiéndose ya entrada la noche, soltó el móvil para finalmente alimentarse, aunque fuese una vez en el día. Que no tuviese muchos ánimos de existir por sus problemas, no significaba necesariamente que quisiera morir, literalmente. En el silencio de su casa más bien de un porte promedio, la soledad y el espacio se hacían enormes sin Yo-ka rondándola como cada fin de semana. Sin embargo, al recordar aquella vez que estuvo allí en la que no fue necesariamente amable, un escalofrío le recorría de pies a cabeza, pasando luego por aquella ambivalente sensación de calor, al recordar que previo a ese desagradable momento, habían estado juntos por

primera vez.

 

 

 


Dejó de cortar verduras y suspiró pesadamente. Quizá por el silencio persistente, fue capaz de percibir el atisbo del vibrador de su móvil que siempre mantenía sin sonido.

 

 

 

En un segundo ya se había lanzado a su cama para recogerlo y leer lo que fuese que había llegado a su casilla de mensajes.

 

 

 

Yo-ka yacía recostado en su sala de estar entre potes de sopa vacíos, un futón, lápices y un montón de hojas de papel escritas, enmendadas y reescritas. Algunas de ellas con manchas de sopa y hasta con lágrimas. Estaba agotado, más que agotado y sentía que si fumaba un cigarro más o se comía otra sopa, vomitaría todos sus órganos internos; necesitaba salir de ahí.

 

 

 

Salir en un sentido más que físico, avanzar de alguna manera, alejándose a toda prisa del punto muerto en el que se encontraba detenido.

 

 

Llevaba varios días viviendo solamente en esa habitación de la casa, le dolían las manos de tanto escribir y el cuerpo por dormir en su antiguo futón, sumando que, ni siquiera se había preocupado de encender la calefacción alguna de esas eternas noches. Pensaba que tal vez podría ir a casa de Kei y decirle que le traía 23 nuevas canciones para la banda y que se las cambiaba por 23 minutos con Shoya. Rio, pensando en lo estúpido que sonaba eso de tan sólo pensarlo, pero es que no sabía si su cerebro ya sólo servía para escupir las letras más deprimentes que pudiese imaginar o es que simplemente ya no tenía creatividad para más nada que no fuese intentar expresar de alguna forma las miles de cosas que no dijo durante dos años.

 

 

 

«Parece que si hay algo para lo que he sido bueno, es para perder el tiempo…», se lamentó una última vez, antes de, algo más decidido pero no menos abrumado, ponerse de pie sintiendo dolor en cada parte de su maltratado cuerpo, para darse una ducha y salir, aún sin saber exactamente su destino.

 

Sólo sabía a ciencia cierta que, si había sobrevivido a muchas cosas hasta ese punto, también podría salir de esta. Aunque si eso no incluía a Shoya, ya no se sentía tan seguro.

 


Por otro lado y desde su propia casa, sin entender exactamente que estaba haciendo, el bajista se puso el abrigo y salió. ¿Sería casualidad que en cada uno de sus encuentros lloviese?

 

 

Apresuró el paso lo más que pudo, mientras su corazón latía cada vez con más fuerza.

 

 


Miró su móvil mientras caminaba. No es que fuera una hora muy segura ni el clima más agradable para caminar, pero a las 11 de la noche, no había transporte para llegar hasta donde debía ir.

 

 

 



“¿Estás bien? Sólo necesito que me digas que sí y podré dormir”

“No estoy bien”.

 

 

 



Habría sido mejor mentir porque lo que vino después fue una llamada, ante la cuál sólo pudo sollozar como un idiota y sin entenderse a sí mismo, decirle que sí a todo lo que le dijera Aoi, probablemente perdiendo toda capacidad de agencia o autonomía.

 

 

Cada vez se entendía menos a sí mismo.

 


Y luego de poco más de media hora de aquel extraño y breve intercambio de palabras, iba nuevamente a encontrarse con él, para ir otra vez a dios sabía dónde.

 

 

 

 

“En el sonido de la incesante lluvia,
las palabras que quiero decirte
se ahogan y desaparecen por completo…

 Esta lluvia se convertirá en nieve y, cuando cubra esta ciudad
seré capaz de caminar afuera nuevamente”.

 

 

 

Pese a la ansiedad que sentía, no podía hacer más que caminar de manera parsimoniosa. No sabía si tenía un plan o no, sólo había seguido el impulso de dos necesidades vitales: la de aire y de Shoya. Estaba lloviendo, tenuemente, pero en poco más de media hora de exposición constante, aquella fina cortina de agua ya le había calado hasta la ropa bajo el abrigo. Pensó nostálgicamente que, su bajista habría musitado “te lo dije” con aquella voz queda que ponía, mientras entornaba los ojos, cada vez que tenía razón en algo. Nunca se compró un impermeable al final, aunque lo necesitase, sólo por la infantil razón de que odiaba como lucía su cuerpo con las parkas gigantes y gordas.

 

 

Así que, por esa estúpida razón y también a causa de sus estúpidos y confusos sentimientos, estaba solo; parado en la calle y mojado como un gato abandonado, bordeando la medianoche. Sólo estaba queriendo ser acurrucado en los brazos de la persona que tanto anhelaba y dormir, recibir sus caricias, su amor y sobre todo; su perdón. Quizá por esa razón es que, en vez de tomar el camino hacia el departamento de Kei, había acabado en el barrio de Shoya, lo que caminando le quedaba bastante lejos, pero de cualquier manera hacía tanto frío que apenas si sentía los pies.

 

 

 

 

 

“Así que, me gustaría verte esta noche,
correr hasta ti con este cuerpo tembloroso
Las palabras que quiero decirte caen y se mezclan con la lluvia.

Esta noche, iré a verte, incluso si tú no quieres regresar a mi lado
Esta noche iré a verte

Tú eres todo en este mundo para mí…”

 

 

 

 

 

Contempló su pequeña casa blanca, como todo él, con las luces apagadas. Distante, vacía, tan lejos de aquellos recuerdos en su mayoría cálidos que habían podido construir ahí, que le dolía el pecho de sólo mirarla. Avanzó sin más remedio, decidido a enmendar la ruta hacia el departamento del guitarrista cuando luego de atravesar algunas calles, al torcer la esquina, se quedó paralizado al ver unos pocos metros más allá, lo que creyó en un momento era una alucinación.

 

 

 

¿Aquel espectro, era una burla cruel de su imaginación?, ¿o es que de verdad aquella gabardina verde oscura tan larga con ese gorro inmenso y peludo, era en serio la de Shoya, sentado en una parada de autobús?

 

 


Ante sólo la expectación, se quedó de pie negándose a pestañear, como si al cerrar los ojos, él de pronto fuese a disolverse en la oscuridad y la humedad de la noche.

 

 

 

O tal vez, ambos.

 

 

 

“Shoya”

 

 

Resonó en su mente.

 

 

 

“Shoya”

 

 

Golpeteó en su corazón.

 

 

 

“Shoya”

 

 

 

Susurró.

 

 

 

Y al fin, pudo sentir la sangre fluirle rápidamente hasta las piernas, otorgándole la fuerza necesaria para cruzar de una vez por todas los límites de Kei, los de su propia mente y quizá también los del tiempo y el espacio, para llegar al castaño. Estaba tomando el impulso, cuando inesperadamente, una ráfaga fría de aire lo sorprendió por detrás.

 

 

Por un momento, la calle fue iluminada mientras una camioneta negra avanzaba raudamente, pasando justo por su lado y deteniéndose frente a Shoya.

 

 

¿Qué estaba sucediendo?

 

 

Por un instante una suerte de flashback acudió a su mente, como un montón de escenas caóticas y confusas. Un automóvil negro grande, la ambulancia, los gritos, su respiración agitada y su desesperación. Shoya inconsciente, los enfermeros que lo sujetaban e inyectaban mientras perdía la cordura y el hombre que vio justo antes de perder la consciencia al voltear.

 

 

Aquel hombre y aquel automóvil estaban ese fatídico día en el Tsutaya O-East.

 

 

Aquel hombre, tenía que ser…

 

 

De pronto, su sangre estaba ardiendo mientras veía a Shoya subirse a la camioneta negra y sus pensamientos ataban miles de cabos sueltos. No obstante, sólo fue capaz de reaccionar cuando las luces de freno se apagaron, para iniciar la marcha.

 

 

Echó a correr como un demente.

 

 

Corrió tras ellos aunque no pudiesen notarlo, hasta que ya no pudo verlos más.

 

 

Corrió hasta notar que ya no tenía más aire ni más fuerza. Y aun así, aquella indefinible sensación de frustración y de ira no podían dejar de abrasarlo desde lo más profundo de sí. Volvió a sentirse un irremediable idiota, mientras finalmente se derrumbaba a un costado de la acera.

 

 

 

Dejó así, que la lluvia se mezclase libremente con las torpes lágrimas que le impedían ver el cielo encapotado y oscuro, a medida que emergían irreprimiblemente por sus ojos.

 

 

 

En ese momento, pudo entender a la perfección el cielo y su cortina de agua que, ahora furiosa, arremetía contra él como si quisiese perforarle el cuerpo. Y en realidad, ya ni siquiera le importaba si acababa con un agujero en medio de la frente o en cualquier otra parte; estaba roto de todas maneras.

 

 

 

Como si el curso de los días posteriores hubiese sido simplemente un mal sueño, una mañana despertó tendido en su cama, con el ruido insistente de su teléfono chillando a todo volumen en algún lugar de la habitación. No se apuró lo suficiente como para tomar la llamada, pero desde aquella noche, no sentía motivación ni siquiera para atender al mismísimo Shoya.

 

 

Contempló el móvil y tragó saliva lento por su garganta reseca, al igual como habían hecho sus otros dos compañeros al leer la pantalla en ese mismo instante, en sus respectivos hogares.

 

 

El mensaje era de Kei.

 

 

 

“Mañana a las 9 en la compañía. Presentables, sin excusas, sin preguntas y sin malas caras.
Hagan lo que yo haga y todo estará bien.
Nos vemos”.

 

 

 

Como era de esperarse, nadie dijo absolutamente nada hasta encontrarse de frentón en la empresa. Yo-ka atisbó de reojo como Shoya le esquivó la mirada inmediatamente en cuanto puso sus ojos en él, mirando a Kei quien sólo le devolvió un gesto de hastío, mientras Yuu absorvía de una botella acrílica ópaca por medio de una bombilla, lo que por el color parecía ser café, sin prestarle atención a ninguno de los tres mientras miraba su móvil, con rostro despreocupado.

 

 

 

Volviendo al bajista por un momento, no podía evitar recordarlo sosteniendo su mano aquel día desesperado junto a él en el umbral. Ese mismo Shoya, ahora, como si supiese que estaba siendo juzgado por anticipado, era incapaz de verlo de frente.

 

 

Y si no lo necesitaba ni mínimamente, si él no había sentido ni una pizca de la inmesa desazón en la que había estado ahogándose por su parte aquellos días, era por una razón más que obvia para él.

 

 

«Por qué no has estado solo», le reprochó en su mente.

 

 

Cerró los ojos lentamente, queriendo esta vez por un momento, borrarlo de su existencia y a todas las sensaciones poco agradables que le estaba provocando últimamente. Pero acabó abriéndolos de inmediato, pues lo único que lograba al cerrarlos era evocar la camioneta negra y aquello, seguido de aportes gratuitos de su siempre generosa pero antipática imaginación, acabaron por revolverle el estómago; se sentía tenso.

 

 

 

No pudo evitar notar, tal vez por el estado de alerta y tensión de su mente y cuerpo en ese preciso instante, como la cara de Kei mostraba aún más irritación al pasar su atención del bajista, al baterista.

 

 

El ambiente era terrible.

 

 

Harto, desvió su vista al suelo. Y luego esta sólo se mantuvo en la hoja que le pusieron en la mesa sin leerla realmente, durante toda la reunión ni prestar atención a nada de lo que el manager estaba diciendo y sin decir nada más que no fuese “sí”, imitando al líder, tal como les había dicho. A diferencia de la furia arrebatadora que había sentido hasta hacía poco, esta había acabado diluyéndose lentamente en una densa sensación de resignación, haciéndole sentir hasta el cuerpo pesado y pasmoso, con poca capacidad de moverse por sí mismo, como sí cada movimiento requiriese un considerable esfuerzo mental de su parte para ser correctamente ejecutado. Pese a eso, no lo exteriorizaba. Para quien fuese que lo viese parecía el Yo-ka de siempre; con un poco más de maquillaje y más callado, pero en base, el mismo.

 

 


Sentía que carecía de iniciativa, pero no por eso, de ingenio. Y se sentía agradecido de su capacidad de sobrevivir a los naufragios de su propia vida.

 

 

 

Para cuando se sentaron nuevamente en silencio, pero en la sala de estar del estudio de ensayo, en su cabeza y tal vez en la de todos sólo resonaba como un eco aquella mentira de “claro que estamos bien, somos adultos, sabemos cómo resolver las cosas” que dijo Kei muy suelto de cuerpo y con un tremendo descaro, a su jefe antes de salir de una vez por todas de la eterna reunión.

 

 

 

“Sabemos cómo resolver las cosas…”

 

 


Por favor.

Ni siquiera sabía cómo había llegado a la compañía ese día.

 

 

Y en ese momento, sólo entendía que se encontraba sentado frente a su pareja infiel que parecía tener su —ahora más rubia— cabeza en cualquier parte menos ahí y que estaba a la izquierda de sus dos restantes compañeros de banda, que se supone eran sus amigos.

 

 

O lo que fuera.

 

Ya nada era normal.

 

 

—No sé si entendieron bien lo que acaba de pasar allá adentro —. Probablemente, por el silencio incómodo que había sido la tónica del día hasta ese momento, la voz de Kei parecía elevarse de forma más potente de lo habitual—. Pero esta es básicamente nuestra última oportunidad si queremos…. —«seguir trabajando juntos», pensó, pero decidió omitirlo— …conservar la banda.

 

 

Lo que vino después se podía resumir como un clásico discurso del guitarrista cuando por alguna razón recordaba que era el líder de aquella banda. Entre toda la cantaleta, el vocalista captó “vivimos de esto”, “tenemos que ser profesionales”, “somos adultos” y ya casi se dormía con el mentón apoyado sobre la mano y el codo del mismo brazo apoyado en su rodilla, hasta que…

 

—Tenemos que producir un single de al menos tres canciones en dos semanas como máximo.
—¡¿Qué?! —Finalmente, salvo las caras de náusea y de por-favor-mátenme de Yo-ka y Shoya sucesivamente, el primero en reaccionar de verdad, fue Yuu.
—No hay otra opción… —intentó decir suavemente el líder. No es como si discutir con Yuu estuviese en sus planes al menos ese día, ni quería contradecirse medio segundo después de soltar lo mejor que pudo hilar en medio de sus propios dilemas mentales.
—Pero sabes que es humanamente imposible, Kei.
—También debemos grabar un MV —añadió seco, ya sin mirarlo. Perdiéndose así, el boquiabierto gesto de entre estupefacción e indignación del pelinegro sentado al lado de su amigo.

Shoya pestañeó lentamente un par de veces, como si recién se diese cuenta de lo que estaba pasando.

 

—Un…

—Por favor, dije claramente que sin excusas —lo interrumpió. Anulando de una sola vez cualquier intención del bajista, por mínima que fuera, de decir algo.
—Ya, ¿Pero crees que somos magos o algo? ¿O me van a decir que han estado ocupándose de ensayar y componer en estas semanas?—. El nulo ánimo de rechistar de ninguno de los tres, acabó exasperando más si era posible al baterista—, ¿siquiera alguno de ustedes ha pensado en esta maldita banda durante todo este mes? —arremetió, profundamente irritado.

 

No es como si su papel hubiese sido el de ser el contestatario en el grupo, de hecho, a menudo ese era el papel del bajista, quien pese a ser corto de genio si se trataba de música y esta no sonaba como quería parecía que le asomaba el carácter, pero este simplemente parecía haber perdido lo que le quedaba de vitalidad desde la última vez que lo habían visto.

Lo único que resonó en la sala fue el golpe seco del frasco acrílico vacío de Yuu sobre la mesa de vidrio. Nadie dijo una sola palabra.

 

—Eso mismo imaginé—. Bufó hastiado, como pocas veces se le podía ver. Parecía querer volver a hablar hasta que de pronto Yo-ka, quien había estado escarbando en su bolso de hacía unos momentos, lanzó sobre la mesa una carpeta cerrada con un elástico. Todos miraron el archivador y seguidamente a su dueño.

—Son canciones —dijo, mientras Kei abría unos ojos inmensos, lanzándose al segundo, sobre los documentos—, bueno, en realidad son letras de canciones, ya sabes… tú haces la magia —añadió dirigiéndose a él, cruzándose de brazos y acomodándose en el sillón.

¿Yo-ka los estaba salvando? ¿El mismo que en la sala de estar de su antigua sala de ensayos se había ido de golpes contra todo el mundo? Parecía una broma. Pero una increíble de todas maneras, pensaba Kei mientras ojeaba las hojas perfectamente tipeadas a computador, ya con los espacios entre líneas del texto, para añadir notas o posibles correcciones.

 

 

Pese a las muchas veces que había cambiado de opinión respecto a su compañero de banda en el último tiempo, sintió que quería abrazar al vocalista en ese momento.

 

—¿Cuántas…?
—Puede que treinta más o menos —soltó, sin dejarlo terminar, mientras el guitarrista lo miraba incrédulo para seguidamente contar apresuradamente todos los folios, como si necesitase corrobar que aquello era cierto. Ni en sus mejores momentos de alegría o euforia Yo-ka había escrito tanto.

 

 

Él en tanto mantuvo su vista fija en el líder y en Yuu quien le arrebataba las hojas entre tanto al otro, pese a poder notar como Shoya le tenía los ojos encima de hace unos momentos. Tal vez indolentemente, no se dignó a devolverle la mirada ni una sola vez mientras el guitarrista le hacía más preguntas, ni hasta el momento final del día en que pusieron el último punto en la planificación de sus agendas, de las que serían muy probablemente, las dos semanas más agitadas de sus vidas.

 

 

Una vez todos se hubiesen retirado, Shoya regresó del baño al sillón de la sala meditando un momento, todo lo ocurrido aquella tarde. Era algo imperiosamente necesario para poder mantener su frágil estabilidad mental actual.

 

 

Yo-ka lo estaba ignorando, era un hecho. Lo que era hasta cierto punto extraño y ya no sabía si era justo o no, luego de lo que se habían hecho mutuamente a esas alturas. ¿Qué había pasado con ese hombre que había llegado con las manos frías y actitud doliente, hasta el departamento de Kei? Sentía como si algo no terminase de encajar, entre todo lo que evidentemente ya no estaba funcionando. Y no era como si su propia actitud hubiese sido muy normal. Abrió y cerró los ojos lentamente, en un intento de aclarar su mente. Hasta cierto punto, recordando ambas ocasiones en que su aún pareja había sido agresivo físicamente con él, más las veces que él mismo se había estado viendo con Aoi recientemente, ya no sabía quién se estaba equivocando más o quien era el más culpable en aquel vertiginoso abismo que se había abierto entre ellos.

 

 

Miró hacia el frente, al espacio vacío que el vocalista había estado llenado con su cuerpo hasta poco antes de abandonar la estancia.

 

 

 «Puedes pensar que soy un idiota. Está bien si todos lo creen—. Había dicho poco antes de irse, hablándole al guitarrista—. Pero, si hay algo que no perderé es a DIAURA, simplemente no estoy dispuesto. Así que estoy contigo Kei, dime lo que tenga que hacer y lo haré…—hizo una pausa, ante la atenta mirada de todos, pero aún, sólo mirando a su compañero—. Supongo que si nos tratamos como personas, aún podemos intentarlo, ¿no?».

«Se llama ser profesionales, Yo-ka…» Había dicho el otro, dejando al fin su gesto contrariado.

«Como digas, padre—. Se había atrevido a bromear, destensando un poco el ambiente. Kei sólo rodó los ojos como respuesta y Yo-ka se permitió hasta una leve sonrisa—. Da igual. El caso es que hay que ponerse a trabajar».

 

 

Sonrió a su vez, luego de repasar al detalle aquel último momento en el mismo espacio físico con él. Y era precisamente por esa clase de sentimientos ambiguos que le provocaba su pareja, que se sentía tan terriblemente confuso. Era justo en los peores momentos, cuando la virtud de Yo-ka emergía desde lo más profundo para mostrar que no había nada capaz de derrumbar su determinación en el mundo entero.

 

 

 

Era por esa forma tan singular de brillar en medio del desastre, de todo lo convulso e incluso de lo corrupto, que había terminado enamorándose de él, después de todo. Era absurda la forma en que no había podido quitarle la vista de encima, como si luego de un mes necesitase aprendérselo todo de nuevo; cada gesto, mueca e inflexión de su voz. Aún cuando, en medio de aquel inevitable acoso visual al otro, era invadido por pensamientos culposos referente al guitarrista pelinegro de The Gazette. Cerró los ojos y suspiró; no podía tener las cosas menos claras en su cabeza que en ese momento, todavía sentía el remanente de la aceleración de su corazón cuando el vocalista había pasado por su lado sólo rozándolo y soltando un —pese a todo— tranquilo “nos vemos mañana” dirigido a todos los presentes o tal vez, a nadie en particular.

 

 

Y debía reconocer que aquello le dolía un poco.

 

Yo-ka seguía teniendo poder sobre él, era innegable. Sin importar lo dulce que podía llegar a ser Aoi o que fuese capaz de hacer desaparecer el universo entero cuando estaba a su lado, lo del vocalista era un magnetismo anormal.

 

Era algo así como Júpiter en el vacío del universo, bajo cuyo denso núcleo tal vez estaba condenado a orbitar para siempre como una austera luna, incapaz de emigrar hacia otro sistema. Y el problema era que, siendo honesto consigo mismo, tal vez eso era hasta cierto punto cómodo para él.

 

 

O lo había sido al menos, por todo ese tiempo.

 

 

«Serán días intensos», se dijo a sí mismo, antes de abrir los ojos y ponerse de pie. Apagó la luz y el aire acodicionado, como siempre, cerrando al fin la puerta de la habitación y también de sus pensamientos.

 

 

Kei al fin luego de varias semanas, pudo respirar tranquilo.  Aunque la vorágine de deberes “sobrehumanos” como había dicho Yuu antes de retirarse aquel primer día, estuviese a punto de caerles encima, estaba seguro de que aquel dinamismo les daría aunque fuese un punto de estabilidad a través del cúal poder seguir sus vidas, como si, a fuerza de funcionar y estructurar en extremo las cosas que debían hacer, por inercia sus pensamientos también pudiesen irse ordenando poco a poco.

 

 

Aquellas dos semanas en efecto, acabaron traduciéndose en despertar, ensayar, grabar, corregir, re-grabar, volver a ensayar, comer —si quedaba tiempo—, dormir siestas entre los turnos de grabación de los demás y tachar en sus agendas cada actividad ya realizada, obteniendo en esa breve acción, al menos un suspiro de alivio.

 

 

Si de comunicación se trataba, todo se reducía únicamente a música, a comentarios del tipo “¿prefieres esto o aquello?, ¿podrías quitar o agregar eso?, grabemos nuevamente esa parte”, etcétera. Y, aunque hubiesen querido hablar de otra cosa, en cuanto se hacía silencio en la sala el manager acababa apareciendo de la nada, añadiéndoles al instante y tan sólo con su densa presencia silenciosa, la presión necesaria para no distraerse ni pensar en meter sus problemas personales en medio de sus heroicas jornadas de trabajo productivo actual.

 

 

Esto no impedía que cada uno pudiese pensar por su parte en sus hogares, las breves seis horas que se daban de privacidad y sueño, antes de volver a pasar unas doce horas juntos en el estudio otra vez. O al menos no a Yo-ka.

 

 

Si tenía que ser honesto, con aquel ritmo frenético, entre el malestar físico y emocional no podía dilucidar cuál de los dos empezaba a superar al otro, pero al menos con el trabajo encima, volvía a tener un motivo por el cuál levantarse todos los días. No podía evitar sentir cómo se le subia la presión cada vez que veía una estúpida camioneta negra y pese a que incluso había tenido más de una ocasión para haber seguido a Shoya a casa, sentía que no tenía valor aún para pararse frente a él, tal vez, porque ya ni siquiera sabía qué decir o sentir exactamente. Estaban sus sospechas más que evidentes, estaba casi seguro de saber quién era al maldito que deseaba estrangular con sus propias manos, aún si no se atrevía ni a verbalizar su nombre y sólo podía dormir gracias a que estaba seguro que, con la carga laboral del single, las fotos y el MV probablemente el bajista no tendría ánimos ni tiempo de ver a nadie y, aunque cobijarse en esa clase de pensamiento era hasta cierto punto triste, era consolador mientras sus sentimientos o “su sangre” se calmaban un poco.

 

 

Lo suficiente como para no decir las palabras equivocadas en el momento menos preciso.

 

 

Él siempre había sido un guerrero y si iba a aventurarse a una nueva batalla, tenía que pensar en una estrategia adecuada. Si había algo que sí tenía claro era que no iba a perder, por lo que aunque en su mente ya hubiese apuñalado a más de alguien, no iba a mancharse las manos. Aún recordaba el descalabre mental por el que había acabado internado y estaba seguro de que si volvía a ponerse idiota Kei no lo dejaría pasar tan fácilmente. Lo mejor que podía hacer por ahora, siendo sensato, era ser benditamente eficiente e ineludiblemente necesario, que era exactamente de la forma en que había logrado “conquistar” el instinto musical del líder para poder entrar en Valluna, antes de que siquiera existiera su banda actual.

 

Y eso era, sí… esa era la única manera.

 

 

Tenía que tenerlo todo bajo control y todo volvería a su sitio con el tiempo. Habría alguna forma se hacer entrar en razón a Shoya, seguramente. De cualquier modo estando en la banda, no había manera de que pudiese alejarse de él.

 

 

DIAURA era el ancla de ese barco en la tormenta, así que era la prioridad número uno. O al menos en su vida sí lo era.

 

 

Quedando pocos días para finalizar todo y darles el anhelado “lanzamiento sorpresa” que el mánager ya había prometido a los fans incluso antes de siquiera contarles que debían hacerlo, en la página del Guminto, Yuu parecía ya demasiado agotado como para siquiera existir.
Estaba tan cansado, que sentía que empezaría a odiar su amada batería en cualquier momento. No sabía si se le caería el brazo o alguna pierna primero, pero algo se le rompería si es que él no explotaba primero en mil pedazos, seguro.

 

 

Si había una razón por la que se había negado a ser miembro oficial en un comienzo y sólo había aceptado ser soporte, era precisamente por eso; odiaba sobremanera el trabajo bajo presión. Pese a que ya conocía a Yo-ka y a Kei haciendo dupla en momentos difíciles y había contemplado su capacidad —según él— satánica de explotarse juntos para sobrellevar contratiempos como el actual, sentía que no podría acostumbrarse jamás. Aun así, cuando fue Kei quien le pidió unirse de

forma oficial a DIAURA finalmente, no lo pensó ni dos veces.

 

 

Sólo vio su sonrisa tímida y su propia esperanza de algún día ser visto de otra forma por él y dijo “sí”. Ahora no sabía si odiarse a sí mismo, a Kei, a Yo-ka por presentarlos o a ambos. O si derechamente odiarlos a todos. Sí, a todo aquel que se le cruzase, aún si ese alguien era precisamente Kei.

 

 

Probablemente ensimismado en su malestar ni siquiera había podido percibir que el guitarrista, volviendo a una actitud más cuerda y justa, lo trataba primero de manera humana y luego incluso de manera amable, siendo ignorado por completo en cada ocasión.

 

 

Así, sólo se bebió las botellas de su refresco favorito sin fijarse de qué mano venían, ignoró las toallas limpias que aparecían en su casillero o en su bolso, inclusive los parches de calor que aparecían por la sala, en la mesa o en el taburete de su batería sin ninguna razón y sin habérselos pedido a ningún staff. Los mismos que se ponía cada día en la espalda y en los brazos para poder seguir tocando la batería al ritmo requerido.

 

 

Y Kei, él sólo se sentía tremendamente frustrado. Podía ser un inepto resolviendo sus problemas, pero su plan perfecto de aprovecharse del pánco para volver a ser un amigo decente no estaba funcionando. Empezaba a comprender sin embargo a su vez, cómo debió sentirse Yuu luego de aquella noche de copas en que las cosas fueron más allá, cuando luego de declararse e incluso de ser rechazado, aún intentaba acercarse a él con una sonrisa boba, hasta que él con su brillante idea de “establecer los límites” y “tener una actitud correcta” había acabado por convertir su antes cercana relación en una verdadera guerra, siendo un completo desconsiderado.

 

 

Se sentía solo, terriblemente solo y extrañando a Yuu aunque lo viese todos los días, cargando una cara más amarga que cien limones agrios.

 

Así que se arrepentía de eso, se arrepentía de no tener un verdadero aliado en la banda, de no tener su actitud cálida y positiva detrás de él cuando salía harto, a fumarse un cigarro a algún rincón pérdido de la compañía donde él siempre había podido encontrarlo. Se sentía mal de no poder contar con una risa segura luego de un comentario estúpido o de algún gesto fingidamente contrariado, en respuesta a alguna de sus tonterías y también, se sentía mal de no poder ser más directo ni más sincero, referente a sus propios miedos o sentimientos.

 

 

También, se sentía culpable de estar presionándolos a todos de esa manera, no tanto a Shoya y a Yo-ka porque no podía dejar de pensar que eran los primeros culpables de todo aquel desastre, pero si a Yuu, quien prácticamente estaba siendo arrastrado por todos ellos, y por lo que podía notar, siendo profundamente infeliz.

 

 

Y si bien sus emociones le daban miedo y más aún los sentimientos de Yuu, la idea de que él los dejara era más terrorífica que todas ellas. Por eso lo intentaba sinceramente, aunque probablemente una pregunta directa como “¿estás bien, te sientes cansado?” se entendería mejor, no era bueno… nada bueno con las palabras, aún con las más sencillas, cuando debía decir cosas que se relacionaran con su sentir.

 

 

«Ojalá la guitarra pudiese hablar», pensó, el penúltimo día quedándose junto a ella aún después de que todos se hubiesen ido, pese a que le ardían los dedos y tuviese algunos de ellos inflamados. Los miró detenidamente; al menos los detalles finales de la grabación ya estaban terminados.

 

 

Fue en esa exacta actitud y gesto que Yuu lo encontró, al recordar su billetera olvidada en el set. Y probablemente el mismo momento en que pudo notar que todas aquellas toallas misteriosas azules oscuras —tan de señor, pensaba él— eran de Kei, al ver una de ellas entre su muslo y la guitarra a modo de acolchamiento, probablemente, para mitigar el dolor de sostener el instrumento seguidamente más de una semana sin parar en aquella misma posición grabando una y otra vez.

 

Aun así, lejos de enfrentar la situación o confirmar algo, sólo se dirigió hasta él.



—¿Estás bien?— ¿Era así de sencillo hablar? El guitarrista le devolvió una mirada agotada antes de volver a contemplar su mano, que había empezado a temblar sólo con el sonido de su voz.

«Debería decirle ahora», pensaba Kei luego de no responder nada, mientras Yuu le tomaba la mano y la miraba con detención.

«¿Pero qué debería decir, exactamente?», pensó mientras era dirigido pasivamente al baño. «Estoy preocupado por ti», se respondió automáticamente, cuando vio como Yuu llevaba una muñequera ortopédica en el brazo y se la había mojado al olvidar quitársela para humedecer su propia mano.

 

—Si los mantienes fríos, se pondrán mejor… ¿no te da miedo qué…? —Se quedó en silencio con la mirada fija en la del guitarrista, que parecía estar buscando la respuesta de alguna clase de enigma en sus ojos desde hacía algunos momentos; era extraño.

Su corazón se aceleró.

En ese instante notó, que no había rechazado que se acercase a él ni que lo llevase hasta ahí, pero tampoco le estaba dando ninguna clase de pase para algo.

Kei, siempre tan confuso, tan él.

 

Abrumado y agitado, le soltó, desviando a la vez la mirada.

«Te extraño», resolvió al fin el guitarrista en su cabeza. ¿Podía decírselo? Miró las manos de su compañero y seguidamente las suyas, ¿era normal querer tocarlas?

—Yuu…—murmuró apenas, habiendo reunido un poco de valor para hablar.
—Kei yo… tengo que irme—. Se apresuró el pelinegro, sin poder soportar más la situación.

No podía asimilar tantas cosas al mismo tiempo. Estaba con él en un baño de la compañía, en la noche, sosteniendo su mano, con su cara de querer transmitirle algo telepáticamente que, a esas alturas y en esas condiciones entre ellos y en la banda, le daba pánico interpretar mal.

¿Por qué Kei, tan talentoso, tan expresivo en la música, tan responsable, tan capaz, tan bello simplemente ante sus ojos, era tan, tan jodidamente difícil de tratar?

No podía entenderlo, no si no decía absolutamente nada ni tenía una actitud menos errática con él. Ni siquiera sabía si el repentino rostro de angustia que esbozó su compañero de un momento a otro al soltarle de sopetón que tenía que irse, era porque estaba estresado con la banda, extrañado por su actitud o enfermo con su simple presencia.

 

Contra todo lo que creería de sí mismo, deseó con toda su fuerza poder pulsar el botón de “pausa” en los ansiosos sentimientos que tenía por él.

O derechamente, suprimirlos por completo.

 

Así fue como finalmente y sin más palabras, Kei se quedó nuevamente solo con su frustración, habiendo dejado pasar la oportunidad perfecta de sentir que había hecho algo bien luego de estar convencido que últimamente, lo único que hacía eficientemente, era fallar en todo.

 

Pero, seguía siendo un humano y aunque no fuese de la forma adecuada, sabía que tarde o temprano aquello que sentía explotaría de algún modo. El problema era el miedo, su miedo terrible como siempre a enfrentarse a sus sentimientos que consideraba constantes y firmes en el tiempo, comparados con la fugaces que le parecían los de los demás. No quería depender ni confiar en nadie, porque siemplemente era mucho más seguro y llevadero ser necesario para los otros, que ser el que necesita de alguien más. Sobre todo, si eso le permitía afirmar su fantasía de autosuficiencia y más aún, si podía evitar poner riesgo su inestable autoestima y amor propio, por el abandono de alguien.

 

Ser una persona solitaria seguía siendo lo más seguro, después de todo. Y no quería volver a pasar por lo mismo otra vez.

 

 

Sin embargo, aunque no lo hubiese querido, aquel momento de honesta explosión acabó llegando demasiado pronto. Exactamente, dos días después.

 

Pese al cansancio terrible por el lanzamiento del single y que en las semanas siguientes tendrían que empezar una gira, ninguno de los cuatro se atrevió a decir que no cuando animadamente, Kyouki vocalista de Grieva, sugirió que todos en la compañía se fueran de fiesta para celebrar la exitosa reintegración de sus compañeros.

 

Y por alguna razón o quizás a causa del tremendo estrés al que se habían sometido, ninguno fue especialmente cuidadoso ni prudente en el tipo ni en la cantidad de cosas que bebió. Cada uno a su manera, intentaba relajarse lo más que podía; seguía siendo su primer contacto social real con otras personas que no fuesen ellos mismos en la banda, aunque tuviesen que aguantar los absurdos halagos y otras veces, frases simplemente correctas de sus Kohai para quedar bien, referente al trabajo que habían sacado en tiempo récord. El cual, por cierto, probablemente ni siquiera habían oído.

 

 

Pese a eso, el ambiente era bueno; estaban reunidos todos alrededor de una mesa baja tradicional, sentados en el suelo del Izakaya que el mánager generosamente había rentado. Las risas abundaban y los temas de conversación variaban, así como los vasos de vidrio se vaciaban y volvían a llenarse. Fue en el choque entre dos de ellos de hecho justo por frente de su cabeza, que Kei volvió a la realidad, luego de sólo estar mirando su propia copa de Sake aún con alcohol en su interior, que además jamás bebía ni le era muy de su gusto.

 

 

En realidad, ni siquiera entendía por qué estaba bebiendo, si jamás lo hacía. Ni siquiera estaba compartiendo con alguien en realidad, sino sólo respondiendo con monosílabos y sonrisas y miradas poco honestas sin captar del todo lo que le estaban diciendo. Simplemente, se le antojó beberse todo lo que pudiese cuando vio a Yuu aceptarle con una sonrisa a un Ritsu sonrojado hasta las orejas,

una jarra de cerveza. ¿Era estúpido estar molesto por eso?

 

En realidad todo lo que pensaba últimamente, le parecía tonto. O es que él mismo, se había convertido en un completo estúpido con el tiempo sin ni siquiera darse cuenta.

 

O quizá siempre lo había sido.



—Oye, Keeeei…—De pronto, un brazo un poco cariñoso lo rodeó por el hombro desde la izquierda. Se trataba del mismísimo Kyouki, quien definitivamente era el más animado de todos en la celebración—, ¿estás aburrido?... creo que deberías beber un poco más, ¿o no? —la última interrogante, parecía más para los demás alrededor que para el guitarrista, a quien le empezó a arder la cara al instante, al notar cómo de improviso la atención de la mayoría se centraba en él.

Contra todo lo que podría pensarse de un artista visual kei, odiaba ser el centro de atención. Al principio era emocionante, pero si vas a ser posteriormente juzgado o cuestionado, a la larga deja de ser divertido.

Se le anudó el estómago; tenía que improvisar.

—¿Entonces… algo más fuerte? —escuchó a todos vitorear entusiasmado. Y a sus restantes compañeros de banda mirarlo con caras entre preocupadas y sorprendidas.
¿Por qué ninguno lo salvaba del bochorno en vez de mirarlo así?

—¡Lo más fuerte que tengas! —soltó de pronto. Shoya sentado a pocos metros, se atragantó con la cerveza al oírlo; la situación empezaba a pintar mal. Yo-ka pasó su vista de Saku al bajista y posteriormente, al líder de su banda. Empezaba a sentir curiosidad del resultado de aquella inusual conducta. Cualquiera que conociera a Kei sabía de su pésima y casi nula tolerancia al alcohol. De hecho, podría apostar a que con apenas dos vasos ya estaba bastante mareado.

—Pero tienes que beberlo conmigo…—le solto el vocalista de Grieva y con un poco más de confianza, tal vez a una cercanía excesiva a su rostro, le susurró—… y de una sola vez.

 

Yuu puso su jarra o más bien la estrelló sobre la mesa, haciendo vibrar los vasos alrededor. Por alguna razón para el guitarrista, sólo seguir el movimiento de su mano con la vista había acabado haciéndole sentir mareado y eso le causaba risa. Se cubrió la boca como hacía siempre que se reía contra su voluntad, ¿era posible que ya estuviese ebrio?

 


¿De verdad?

 


Kyouki aprovechó de apegarse un poco más a él y Kei apoyó su cabeza todavía riendo, en su hombro, mientras el otro llenaba dos vasos hasta el borde.

—Tú no bebes—. Soltó de repente el pelinegro, calmado y con apariencia imperturbable, pero con una voz enrarecida y firme.

—Tú no me vas a decir lo que puedo hacer…. O lo que no—, replicó con la lengua algo traposa—. ¡Kanpai! —añadió, dejando de prestarle atención para luego beberse de una sola vez y con los ojos fijos en los del vocalista a su lado, el vaso completo sin ni siquiera titubear.

 

Luego de eso, el baterista no pudo sonreír y apenas sí dijo algo en la siguiente hora completa. Parecía que luego de años de abstinencia, alguien le hubiese sacado las cadenas a Kei y no pudiese hacer otra cosa más que beber. Y él y varios allí sabían que eso no era normal, pero nadie hacía absolutamente nada por detenerlo ni parecía importarle el comportamiento casi abusivo que estaban teniendo Kyouki y Akane a su lado, sólo Roku parecía querer atinar a hacer algo, vaciándole los vasos cada vez que el guitarrista dejaba de prestar atención a los mismos y quitando lo más disimuladamente que podía los brazos de sus colegas —cada vez más atrevidos— de encima del otro.

 

 

Miró a Shoya varias veces intentando captar su atención, y poder lanzarle al menos una mirada de auxilio para rescatar al otro, pero este parecía tener una guerra de miradas con Yo-ka de extremo a extremo de la mesa; ¿es que a nadie le importaba el líder de su maldita banda?, ¿no era el bajista su mejor amigo? Pero al mirarlo una última vez con más detenimiento y verlo apoyar su cabeza en su mano torpemente mientras se servía otra cerveza, pudo entender exactamente qué pasaba; el castaño estaba tan o inclusive más ebrio que el mismísimo Kei.

 

 


Por primera vez desde que lo conocía, lo maldijo por lo bajo; iba a tener que frenar aquello por sí mismo. Iba a pararse cuando vio a su compañero hacer exactamente lo mismo, o más bien intentarlo, mientras se llevaba la mano a la boca; parece que su estómago finalmente estaba colapsando.

 

Pese a que se apresuró lo más que pudo, no llegó a tiempo antes de que el otro literalmente se desvaneciera sobre la mitad de la gente intentando avanzar. Algunos pocos se preocuparon y otros estallaron en risotadas casi groseras, entre ellos el mismo mánager quien intentaba tirarle aire con la carta en la mano a modo de abanico, pero aun así, se rio cuando el gracioso de Kyouki se ofreció a darle “respiración boca a boca” para “resucitarlo”.

 

Hasta el mismo Kei se rio, volviendo en sí y haciéndose un ovillo en el suelo.

No. Ya no podía soportarlo.

Sin mucha delicadeza, levantó al otro del suelo, se lo echó sobre la espalda y apenas si estuvo a tiempo para que este acabara vomitando al menos dentro del cuarto de baño. Aunque era más seguro quedarse con él adentro y ayudarlo, estaba tan furioso que sentía que le hundiría la cabeza en el inodoro si no se distanciaba aunque fuese un minuto.

 

Cerró la puerta tras de sí dejando a su compañero abrazado al estanque del baño como podía. Le temblaban las manos. ¿Cómo había podido llegar a ese punto?

 

Nunca se había decepcionado de Kei en su vida, salvo en ese mismo instante. Aunque sabía que tenía que haber alguna razón, no podía no sentir que era un idiota en ese momento. No obstante, estaba enojado, era normal no poder ver nada bueno en la situación en ese momento ni poder ser empático.

 

 

 

Suspiró repetidamente, tratando de recobrar la calma.

 

 

 

Pegó su oreja a la puerta y al no oír ruidos ni arcadas, trató de abrir pero estaba trancada.

 

—¿Kei? —llamó. Pero nadie contestó. «Mierda», pensó—. Kei, ¿estás…?, bueno no estás bien, pero ábreme la puerta y déjame ayudar…— Como respuesta sólo obtuvo lo que pareció ser una patada al trozo de madera. Bufó exasperado, intentando no perder la paciencia. Tocó la puerta un par de veces más, sin que el otro abriese ni dijese absolutamente nada. —Ya para con esto, ¡abre de una maldita vez!
—¡Déjame en paz! —pareció al fin reaccionar desde adentro.
—Kei, tú…. —trató de morderse la lengua, pero no pudo—, ¿cómo mierda puedes ponerte de esta manera?, ¡¿no eres un maldito adulto?!, ¡Dónde mierda se fue aquella parte de ti que es sensata!
—¡Imbécil! —le gritó desde adentro, tirándole otra patada a la puerta.
—¡Abre la…!
—¡Ni siquiera te importa realmente! … o yo, ni lo que haga…. Nada.

 

 

«¿Qué?» El guitarrista estaba soltando más cosas en voz baja adentro, pero parecía tener dificultades para hablar. De la furia empezó a pasar a una sensación absurda de preocupación y tristeza. Se quedó en silencio, tratando de oír.

 

 


Pegó su oreja nuevamente a la puerta, le era difícil escuchar entre las risotadas de los demás cerca, que además parecían haberse olvidado por completo de la existencia de ambos.

 

«Es mejor así», meditó por un momento, mientras volvía a tocar la puerta, decididamente preocupado.

—¡Ve…vete! —soltó el otro, entrecortadamente y entre sollozos. Aquello habría podido distinguirlo cualquiera claramente. El pelinegro apoyó la frente en la puerta, le estaban entrando ganas de llorar también; se sentía muy frustrado.

—Sólo… sólo déjame llevarte a casa… ¿está bien? —intentó una última vez, con la voz más suave que encontró en su repertorio. A los pocos segundos al fin, sintió la tranca de la puerta ser retirada. Aún esperó unos pocos segundos, antes de empujar suavemente, encontrando a Kei abrazado a sus rodillas al costado del baño, húmedo y hecho un desastre, con las manos cubriendo su rostro mientras parecía tratar de controlar su propio llanto.

 

 

Se dio cuenta de que, en casi tres años, nunca había visto al guitarrista llorar ni menos descomponerse emocionalmente de tal manera, y a decir verdad, de ninguna otra; él siempre estaba bien. Conmovido e impactado, se inclinó para acercarse a él, pero el otro lo empujó bruscamente; acabó sentado en el suelo húmedo, frente a él.

 

 

—Vete a la mierda, Yuu —le espetó, volviendo a abrazar sus rodillas.

 

¿Qué le había hecho exactamente para que lo tratara así? No entendía nada de nada.

 

 

Se quedó sentado en el suelo y cortado, sin saber qué decir o hacer, observando las sacudidas de su cuerpo, mientras lloraba en silencio.

 

 

¿Cómo se actuaba en un momento así? Pese a lo mucho que le gustaba Kei, desde hacía tanto, en ese momento lo entendió; no lo conocía en lo absoluto. Esa faceta errática, violenta e incomprensible, ¿también era parte de él?

 

 

—Me voy a casa—, soltó el guitarrista de pronto. Se paró al instante, ayudándole a mantener el equilibrio mientras se lavaba la cara, sin siquiera mirarse al espejo realmente.

 

Pero él sí que lo observó. Su maquillaje arruinado, aquel delineador que le sentaba tan bien en ese momento estaba esparcido por cualquier parte, sus ojos hinchados y los lentes de contacto que ese día se había puesto, cuando nunca los usaba si no era sobre el escenario… simplemente los arrojó al lavamanos y dejó que el agua se los llevara, como si con eso dejara ir un último vestigio de vanidad.

 

 

Ver todo aquello, le sentó muy triste.

 

 

 

Parecía como si él ya no estuviera interesado en aparentar absolutamente nada de sí, como si, ya no le importase nada de nada.

 

 



Lo siguió en silencio en la calle un par de cuadras caminando a su lado, sin chaqueta y con los ojos humedecidos por la bruma de la madrugada. Caminaba casi a su lado, sin querer invadir su espacio, pero también intentando permanecer ahí, por si de la nada volvía a irse de bruces al suelo o si le entraban ganas de devolver todo el alcohol que ingirió de manera desmedida.

 

 

No tenía idea de si hacía lo correcto o no, pero al menos él no estaba gritándole, ni parecía enojado. Y aunque intentaba mirar su rostro, mientras vigilaba su andar lento y algo zigzagueante, su cabello húmedo le cubría la cara. Ni siquiera sabía si es que Kei miraba el camino realmente o no.

 

 

La angustia iba a partirle el pecho en dos en cualquier momento.

 

 

 

De improviso, el guitarrista se detuvo y casi dio de bruces con su espalda. Pasó la vista por el lugar, corría un viento gélido y se sintió estremecer, pensando en que su compañero probablemente debía estar aún más frío que él. Lamentó profundamente no traer ni siquiera una bufanda con la cual abrigarle al menos el cuello. Además del sonido del viento, sólo podía escuchar los leves chirridos de las cadenas de los columpios que, a un costado de ellos, se balanceaban pesadamente.

 

 

Al igual que sus pensamientos.

 

 



Se concentró en la espalda de Kei y en ese sonido. Si prestaba la suficiente atención… ¿podría escuchar el sonido de su respiración o de sus mente?

 

 


—Pediré un taxi, así que ya puedes irte a casa—. Sin voltear, esperó a que Yuu dijese algo o al menos, escuchar el sonido de sus pies alejándose de él de una vez por todas. Estaba agotado y avergonzado, pero sentía que se había descargado tanto que ansiaba la soledad más que nada en el mundo entero. Se sentía frágil y helado en ese momento, como un cubo de hielo estrellado en el suelo y sinceramente, con ganas de convertirse en agua ojalá y perder la memoria de al menos las últimas cuatro horas de aquella noche.

 

 

Pero él no se movió ni un centímetro o… ¿tal vez se había desvanecido y ya no estaba ahí y él no se había dado cuenta? No confiaba en nada menos que en sus sentidos en ese momento, así que por si las dudas, se giró, encontrándose con su mirada directamente. Quiso retroceder, repentinamente abrumado, pero no tuvo tiempo para pensar.

 

 

El pelinegro en menos de un segundo y sin poder aguantar la presión dentro de sí, lo sostuvo fuertemente entre sus brazos. Aún no tenía ni idea de qué decir, pero aun así, deseaba abrazarlo tanto como fuese posible; sostener de alguna manera el corazón de Kei.

 

 

—¡Vete Yuu! —Intentó zafarse. Pero parecía que mientras más se resistía, más fuerte lo abrazaba el otro. Agotado y aun haciendo un poco de fuerza, insistió—. Todo esto es tu maldita culpa —, añadió alterado—… ¿por qué tenías que decirlo? —ante la sorpresa de oír aquello, bajó la guardia y el guitarrista escapó de entre sus brazos—… todo estaría bien si no lo hubieses dicho—, le escuchó murmurar, mientras secándose los ojos con el borde de la camiseta, intentaba volver a echar a andar, a paso titubeante.

—De qué hablas…—lo sujetó de un brazo. Estaba cada vez más confundido, pero sabía que si lo dejaba ir, probablemente jamás volvería a hacerse mención de aquello—. Kei…—insistió, intentando encontrar su mirada.

 

 

Como adivinando que había hablado demás, Kei se soltó del agarre y se dio la vuelta decidido a irse a cualquier parte donde pudiese estar solo, pero no alcanzó a avanzar mucho más de tres pasos cuando el baterista, un poco más brusco lo giró y lo abrazó nuevamente. Jadeó, como si aquel simple contacto lo estuviese hiriendo. Probablemente, porque aquella muestra de afecto sincero le dolía ante su propia incapacidad de serlo. Se removió e intentó empujarlo cuanto pudo, no quería ceder, pero, el otro aguantó hasta los golpes que le plantó a los costados; sin moverse, sin quejarse ni aflojar el agarre.

 


—Maldito seas…—murmuró. Le estaba ganando y eso le era aterrador.
—No lo entiendo Kei y no lo voy a entender si no me dices nada, pero está bien, ¿sabes?
—¿Está bien? —repitió y abruptamente lo empujó. Yuu se sentía harto.
—¡Pero qué mierda te sucede!

—¡Te extraño, Yuu! —le gritó, perdiendo del todo la compostura si es que algo le quedaba. En medio segundo, sintió la vergüenza más honda embargarle. Se cubrió la boca con ambas manos, intentando silenciarse a sí mismo y a las lágrimas rebeldes que escapaban de sus ojos aunque trataba de retenerlas con todas sus fuerzas. Maldito alcohol, maldita celebración y maldito Yuu. Parecía que todos sus secretos fuesen a escapársele por todas partes, esa noche. Era absolutamente incapaz de controlarse.

 

 

Yuu sólo abrió la boca y volvió a cerrarla, creyó poder oír su pulso retumbando en su cerebro de improviso. No sabía como sentirse; en realidad ninguno, de los dos.

 

 

 

 

“Nos encontramos

Te ayudé a salir de un lugar deshecho

Me diste comodidad

Pero enamorarme de ti fue mi error”

 

 

Se quedaron de pie, el uno frente al otro unos instantes. Hasta que las manos del guitarrista bajaron en gesto cansino y resignado, hacia los costados de su cuerpo. Miró a su confundido pelinegro a los ojos, antes de rematar—: …y ahora nada puede ser como antes.

 

Parecía ser difícil de explicar y de entender.
Pero, últimamente todo lo era.

 


Si no, no habría como explicar que de improviso aquella tensión entre las miradas de Shoya y Yo-ka durante casi toda la noche hubiese estallado tan sólo con el roce de sus manos debajo de la mesa, luego de acabar sentados el uno junto al otro en algún confuso momento. Sólo bastó una mirada más mientras se mantenía el tenue contacto, para que el bajista intentará literalmente escapar del lugar.

 


Sin saber exactamente de qué manera y aparecer en muchos lugares distintos, a causa del estado de ebriedad evidente en el que se encontraba, pensó que ya estaba a salvo, cuando al fin y en mucho más tiempo de lo que habitualmente habría tardado sobrio, visualizó a lo lejos la puerta de su casa. Pero el problema es que en el umbral estaba sentado Yo-ka y que como si poseyese un imán, no pudo hacer más que caminar hasta él mientras este se ponía de pie, para posteriormente pisar el cigarro, que había sido su único acompañante mientras lo esperaba en la intemperie, congelado hasta los huesos.

 

 

Como antaño.

 

 

“Te puse en la cima, yo te puse en la cima.
Te reclamé tan orgullosa y abiertamente.
Y cuando los tiempos eran difíciles (…)
Me aseguré de tenerte cerca de mí...”

 

 

 



No sabía si estaba pensando o no, cuando hizo parar un taxi y se dirigió hasta allí. Ni menos cuando se abalanzó a los labios de Shoya, hambriento, como si jamás en su vida hubiese besado a alguien.

 

Aunque en realidad no deseaba a absolutamente nadie más que a él.

 

Y, presa de aquel magnetismo inevitable, el otro sólo abrió sus labios para poder una vez más, explorar el caos de su mutuo universo.

 


 

El pelinegro siguió a su compañero en silencio, observando como se sentaba en un columpio para posteriormente, llevar su cabello hacia atrás con ambas manos. Su humor parecía una montaña rusa y eso le hacía sentir sumamente ansioso; no sabía que esperar de él en ese momento.

 

 

—Vas a vomitar si te balanceas …
—Lo haría incluso si no hubiese bebido nada—replicó Kei.

 


Se quedó en silencio, apoyado en la estructura que sostenía los columpios, justo a su lado. Y así pasaron alrededor de cinco o diez minutos más, sólo el uno al lado del otro. Observó como el guitarrista progresivamente volvía a respirar a ritmo calmo.

 

 

—Me gustaría que las cosas fueran como antes… —casi susurró—. Si le lanzaras las baquetas a Yo-ka en la cara de nuevo, estaría genial…—El pelinegro no pudo evitar esbozar una leve sonrisa ante aquel comentario inesperado—, estaría bien incluso, si te rieras en medio de los ensayos deteniendo las canciones, también…—se miraron un momento, al fin, Kei parecía volver a ser un humano normal.

—Pero odiabas que hiciera eso…—dijo, encogiéndose de hombros. Pudo notar como el otro le investigaba el rostro, quizá tratando de adivinar como se sentía después de todo lo dicho.
—Claro…—suspiró mirando hacia el suelo nuevamente—… por eso esperaba que pasara en todos los ensayos—se sinceró.
—No fui quien cambió las cosas, Kei—soltó Yuu, decidido.
—Sí lo hiciste cuando dijiste que te gustaba.

—Pero… —«¿acaso no te gusto también?», le espetó mentalmente. Pero la verdad no sabía si se sentía tan seguro acerca de eso, como hacía semanas atrás. Intentó respirar, no tenía sentido alterarse si quería que aquella conversación fuese a alguna parte—, ¿qué tiene que ver mis sentimientos?, ¿eso me vuelve alguna clase de parásito para…?

—¡Que ya no sé lo que esperas de mí! —lo interrumpió, inconteniblemente—… ¿cómo se supone que tengo que tratarte?
—¿Igual que antes?
—¿Igual que antes?, ¿tú podrías mirar igual que antes a alguien después que… que te…? —bufó y guardó silencio avergonzado, mirando para otro lado.
—¿Después de haberte hecho tener un orgasmo?
—¡Yuu!
—¿Por qué te cuesta tanto sólo decir las cosas como son?
—¿Y tú quieres que te trate como antes, de verdad sólo quieres eso? —lo llevó de vuelta al tema central, evadiéndolo.
—Lo hubiese preferido mil veces a que me hicieras sentir como si no existiera —se calló. Eso no era parte del plan, de ninguna manera.

—Yuu…—intentó llamar su atención, pero el pelinegro sólo pasó por su lado sentándose en el columpio contiguo, sin decir nada. Se sentó y apoyando ambos pies en el suelo los estiró, generando así, un tenue balanceo en el columpio. Kei sujetó una de las cadenas para detenerlo antes de que empezase a agarrar más impulso, al fin, el otro le miró—… lo hice para no herirte, yo…

—Pues te salió todo al revés—soltó la cadena, exasperándose.
—¿Te das cuenta?... ¿No podíamos ser simplemente amigos como siempre?
—Cuando estábamos en el bar ese día, no me mirabas como un amigo Kei…

 

Golpe bajo.

 

 

¿Cuánto tiempo llevaba siendo tan evidente?



En ese punto, no se atrevió a mirarlo a los ojos más. Incluso a los pocos segundos, se puso de pie, inquieto.

 

 

 

 

 

“Así que grita mi nombre [grita mi nombre]
Grita mi nombre mientras te beso suavemente…

 

 

 

 

Estando en su boca, sintiendo el estremecimiento de su cuerpo mientras sus manos frías se cruzaban por su espalda bajo la camiseta, todo parecía igual que antes. Todo lo que había ocurrido parecía un percance, un accidente que formaba parte de una singularidad de un universo paralelo, ajeno a ellos. Ajeno al rastro húmedo que estaba dejando el bajista con su lengua entre su cuello y su mentón en ese mismo momento y al calor que empezaba a generarse en la habitación a la cual ya ni sabía como habían llegado.

 


—Yo-ka…—le oyó jadear al fin, mientras se deshacía con presteza de sus pantalones. Tiró de ellos sin soltar su labio inferior, el que tenía atrapado entre sus dientes.

 


Ante la insistencia de los llamados de su creatura, depositó un último beso húmedo en sus demandantes labios, antes de descender por su cuerpo.


 


 
“Quiero que te quedes
[quédate…]
Quiero que te quedes, a pesar de que no me quieras…”

 

 

 

 

 

No necesitaba recordar con detalle todo lo que había sucedido, pero traicioneramente aquellas escenas y sensaciones desfilaban sin permiso ni restricción alguna por su mente.

 

 

Sintió que le faltaba el aire.

 

Y mas aún cuando el otro simplemente lo acorraló entre su cuerpo y las estructuras de fierro que sostenían los columpios. Alejó su rostro del suyo cuanto pudo, respirando con dificultad.

 



—¿Qué pasa, Kei?... Sólo somos amigos, ¿no?
—¡No juegues conmigo! —le espetó furioso, intentando alejarlo.

—¡Eres tú quien juega con nosotros! —Sus manos retumbaron a ambos costados de su cabeza, al estrellarlas con fuerza en los fierros. Quería decir algo, algo para poder defender su débil postura ante los hechos, pero simplemente ni todo el alcohol del mundo podría hacerle creer que cualquiera de los argumentos que se le ocurrían no eran absolutamente inválidos— ¡Tú y tu maldita manía de que todo sea como tú lo quieres! —continuó el baterista, sobrepasado y al borde de las lágrimas — Y no todo funciona de manera perfecta, ni lo puedes controlar...

—Cállate, Yuu.

 

 

Pero el otro ya no estaba dispuesto a callarse, ya no más.

 

 

 

 

“Dije que no sentía nada, pero mentí

 

Cortaría un pedazo de mí por tu vida

[…]
Tú estás en la cima
[De mí]…”

 

 

 


—No importa si no quieres besarme o si yo soy un estúpido o no… ¡no me importa si quieres que corra detrás de ti!

—¡Ya basta! —intentó taparle la boca y aunque era una reacción ridícula, no quería seguir escuchándolo, no quería que dijera más cosas dolorosas y hasta humillantes ni que acabara haciéndolo aún más difícil todo entre ellos. Pero el baterista fue más rápido y sosteniendo su mano, en un solo movimiento de descuido logró apegarse a él, hasta quedar a milímetros de su rostro.

 

 

 

Notó como, su confuso y contradictorio guitarrista contenía la respiración, pero sólo bastó que rozara su nariz con la propia para que acabase suspirándole en los labios.

 

 

 

¿Podía ser más evidente? Deseó que pudiese verse a sí mismo, como él lo podía observar en esos momentos. Tenía el corazón desbocado de tenerlo así, aunque no fuese la situación ideal, aunque no estuviese en las mejores condiciones; como fuera, Kei le seguía pareciendo el hombre más bonito sobre el planeta. Más con los labios entreabiertos, sin poner resistencia alguna.

 


Se odió a sí mismo de antemano por lo que iba a hacer, pero era necesario para demostrarle de alguna forma, lo absurdo que estaba siendo en esos momentos.

 



—Porque eso no hará que dejemos de gustarnos de todas maneras… —le susurró sobre los labios, percibiendo el estremecimiento inmediato en su cuerpo, seguido de un nuevo suspiro involuntario.

 Y con toda la fuerza de voluntad que pudo reunir, se alejó de él. Dejándolo tembloroso y solitario, en medio de aquel parque casi al amanecer.

 

 

 

 

“Así que grita mi nombre…
Grita mi nombre cuando te beso
Tan suavemente…

 

 

 

 

Pese a que otra vez la lluvia arremetía con fuerza, no podía oír nada más que su voz. Sus jadeos y suspiros, que se esmeraba en atrapar con su boca, ahogándose en la desmedida pasión que sentía en esos momentos.

 

 


No había otra forma de expresarle las ambivalentes y violentas sensaciones que le causaba, más que haciéndoselo sentir en cada agresiva embestida en aquel frenético vaivén, en contraste con aquellos suaves besos y las caricias sugestivas y necesitadas, que no se cansaba de repartir por su cuerpo, apegado posesivamente al suyo mientras lo penetraba.

 

Ojalá pudiese llegar al fondo de su alma.


 

 

“Quiero que te quedes…
Quiero que te quedes, a pesar de que no me quieras.
Dime, ¿por qué no puedes esperar?...”

 

 

 

 

Dejándose ir en sus sensaciones, no opuso resistencia cuando notó como de pronto el bajista se desplazaba sobre él.

 

 

Mientras lo veía a contraluz, su delgada silueta subiendo y bajando sobre él pensó en el porqué no le había permitido hacerlo de esa forma antes; era hermoso. Estiró su brazo para poder despejar su rostro.

 

 

La expresión de su rostro…

 

 

Sintió como si algo fuese a explotar dentro de sí, algo tan grande que no podía contenerse. Presa de aquella sensación, con el mismo brazo empujó su cabeza obligándolo a inclinarse sobre él, mientras los movimientos se hacían más frenéticos.

 

 

 

 

“¿Por qué no puedes esperar hasta que me quede sin amor?

¿Gritarás mi nombre? …”

 

 

 

 

Ojalá pudiese estar dentro suyo para siempre…

 

 

Pero todo estaba próximo a terminar. Enredó su lengua con la suya, para luego recorrer cada centímetro de su boca. Shoya se aferraba a él, lo sentía doler en su espalda y en su hombro, donde tenía sus uñas clavadas. Los movimientos se hicieron más lentos y más certeros, como si de pronto se hubiesen acompasado, volviéndose uno solo.

 

 

 

 

“Grita mi nombre…”


 

 

 

Y finalmente, llenándose mutuamente, escuchó por última vez desde sus labios, su nombre.


Sólo lo abrazó fuertemente, aferrándose a su cuerpo ardiente mientras lo sentía desvanecerse sobre él.

 

 

 

 

 

 


“Así que, grita mi nombre.

Sólo grita mi nombre…

y estaré en tu camino… “

 

 

 

 

 

Notas finales:

No olvide comentar lo que haya perturbado su mente, me hago cargo de mis destrozos (?)


Nos leemos pronto <3


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