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-Diamond Virgin- [Todakanu tegami] por aiko shiroyama

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Notas del capitulo:

Parece que ha pasado mucho tiempo, aunque de agosto hasta acá, sí es bastante, ¿no es así?
Gracias por esperar y bienvenidos algunos nuevos lectores que se han sumado a este melodrama (?) -jajaja-
 
Hoy les traigo amor, amor y más amor. Una gota de drama y... más amor.
Veremos a todos los personajes en acción. Sólo falta uno por aparecer, que es quien define el final de esta historia, pero le quedan unos dos capítulos para salir. Con eso, terminamos el desfile de personajes y los nudos se empiezan a resolver para finalizar esta laaaaarga historia. Vamos a 3/4 jajaja, ¡gracias poro llegar hasta aquí!
 
Notas (de verdad jajaja):
 
-Lo que va en cursiva son términos extranjeros de comida o lugares. En su mayoría los explico dentro del mismo. Si queda con duda me puede escribir en instagram: alma_caleidoscopica
-Kouichi y Aki, son sucesivamente el guitarrista y el vocalista de Laputa, banda que inspiró a Kei a ser artista visual kei. Luna Sea (muy conocida) es otra banda de la época extremadamente popular dentro del circuito.
-Sobre la conversación que sostienen dos personajes (?), la canción a la que se refieren es VERTIGO y si quiere apreciar por usted mismo el comentario de cierto personaje (?), el sólo acústico es desde el minuto 2:25 (el solo eléctrico en el 3:22). La canción pertenece  al disco Meimai de Laputa (1995)
 
-El río Hirose es un afluente que cruza Sendai, ciudad en el norte de Japón.
-Todo lo dicho de Aomori, es real. Yo estuve allí.
-Las letras en cursiva a la derecha son de canciones de blues que sonaban en el equipo de Kei. Estas pertenecen al OST de "something in the rain" (escúchelo si puede, está en youtube).
 
 
 
Eso es todo, creo (????)
 
 
 
Para hacer memoria recordemos que la última vez Yo-ka fue a lastimar a Aoi, fuera de la casa de Shoya mientras, este último, estaba durmiendo en la casa de Yo-ka. A Aoi lo encontró Reita, luego de presentir que podía haberse metido en problemas.
 
Desde entonces no sabemos nada de Aoi. CHAN CHAN CHAN (?)
 
Y, Kei finalmente confesó sus sentimientos por Yuu, sí así se le puede llamar a un puñetazo seguido de un beso (?). 
 
¿Qué pasará con ellos? y, por otro lado , ¿Aoi revelará la verdad de lo que el pasó?, ¿seguirá todo bien con Yo-ka y Shoya?
 
 
 
LEA <3

Capítulo XVI: Dearest dream

 

 

 

 

“I feel you now from here
Our time is not done yet
You’ve given me my fullest heart
We’ll never be apart “

 

 

 

La habitación permanecía calma y ya oscura. Apenas se colaba un poco de luz por el visillo entreabierto de la ventana y sonaba una suave música de blues, de manera casi imperceptible. Kei entreabrió apenas los ojos, observando la tenue luz azul de su equipo de música encendido. Pese a haber despertado de forma tan agradable en su propia habitación, se sobresaltó al darse cuenta que, no entendía cómo y en qué momento había llegado ahí. Se incorporó repentinamente, sentándose sobre la cama y sobresaltando con el movimiento, a quien yacía también dormido a su lado.

 

 

 

“I’m breathing through you now
The love we have so true”

 

 

 

Yuu se incorporó levemente y un libro abierto resbaló desde su pecho. Se quiso medio morir de la vergüenza cuando reconoció apenas la portada de Orgullo y prejuicio, a la rápida. Observando al pelinegro adormilado tallarse un ojo con la mano, se preguntó si es que acaso estaría soñando. Sentía el cuerpo pesado y tenía los ojos tirantes a causa del llanto, finalmente esas sensaciones le ayudaron a traer de manera fugaz parte de lo sucedido en la mañana de aquel mismo día.

 

 

Agradeció que no se pudiese ver bien, porque estaba seguro de que aquel ardor en el rostro seguro se le podría notar a simple vista.


—Lo siento, me quedé dormido…—dijo de pronto el baterista. Abrió la boca para decir algo, pero tuvo la absurda sensación de que se le iba a ir el corazón volando por la misma, en cualquier momento—. ¿Estás bien?

 

Lo miró sin comprender aún del todo qué sucedía, por lo que intentó imaginarlo todo mientras el otro se lo relataba brevemente. Cómo se había terminado durmiendo de pie mientras abrazaba a Yuu luego de todo lo que había pasado y cómo este cargándolo en su espalda, lo había bajado tres o cuatro pisos hasta su auto y había regresado a hablar con sus compañeros de banda; sin generar caos, evitando preguntas innecesarias y haciendo notar que era imperiosamente necesario que le dejasen en paz aquella tarde porque había sido demasiado para un solo día. Pudo imaginarlo incluso apagando su teléfono y el propio, por si es que alguno se le ocurría ser imprudente e interrumpir en su descanso.

 

El guitarrista observó la pantalla apagada de su móvil, aún en silencio y lo dejó resbalar de sus manos con una leve sonrisa, cuando el agarre de Yuu lo desplazó por la cama, dejándole recostado nuevamente. Aquella sonrisa se amplió, cuando el otro lo envolvió suavemente entre sus brazos y le besó la frente suavemente, dejándole acomodarse luego sobre su pecho. Tenía la vaga sensación de que debía decir algo, pero estaba demasiado cómodo y atento a los latidos del hombre que le abrazaba.

 

 

Cerró los ojos, disfrutando el como el tranquilo ritmo del corazón justo bajo su oído se acompasaba tan bien con la música que flotaba tenuemente en la estancia.

 

 

“Turn off the light, dear
Let me sink beneath the waves of your heart
And then, comes the light in darkness
Glowing through the night…”

 

 

—Descansa Kei, lo mereces más que nadie en el mundo. —Fue lo último que escuchó, antes de dejarse llevar por el sueño nuevamente, luego de sentir que estaba dentro de uno, durante se breve espacio de tiempo.

 

 

 

“Oh, how I wish it would never end…”

 

 

 

 

Al final, aquel agitado día en que el conflicto al fin estalló había sido un viernes y, sin tener muchos asuntos más en los que Kei fuese requerido de vida o muerte, sin que ni siquiera alguien lo sugiriera, tomaron la decisión unánime de dejarle en paz al menos ese fin de semana. Podía ser en parte, algún amago de culpabilidad por no haber atinado ninguno de ellos a hablar con él, acerca de algo tan relevante para la banda como la entrada de un nuevo integrante de soporte. Sobre todo, porque aquel ser humano al que llamaban «líder» seguía siendo exactamente eso: una persona. Una a la que habían estado llevando al límite de su capacidad mental en el último tiempo con cosas que distaban mucho del quehacer profesional.

 

 

 

Pese a eso, el ambiente ese lunes se olía un tanto impredecible e incluso, levemente angustiante, o así lo percibía el joven baterista, sentado en una amplia sala de estar en donde solían esperar las visitas. Esta se ubicaba en el piso de la compañía designado a la banda, donde debían reunirse y ensayar, por primera vez. Había llegado casi una hora y media más temprano de lo requerido, razón por la cuál se hallaba solo en el lugar, contemplado sus manos levemente sudorosas. Quizá debido al silencio agobiante y la ausencia de personas en el edificio, casi podía sentir sus propios latidos; estaba ansioso y no sabía si por ser su primer ensayo o no tener ni idea de qué esperar de la convivencia con aquel sujeto que había desaparecido en medio de un ataque de histeria de la compañía y que le había hasta intimidado con su descortesía al conocerlo.

 

 

 

Sin querer darle vueltas en demasía, se levantó en busca de alguna máquina expendedora de dulces, intentando encontrar algo con que mitigar aquella incipiente sensación. En cuanto lo atisbó, seleccionó al instante un Chocopie, una de sus golosinas chocolatadas favoritas. Si ya se sentía alegre de haberla hallado en la máquina, lo fue aún más cuando descubrió que por cosas del destino y el precio de uno, había acabado con dos de aquellos preciados manjares en su poder.

 

 

Sonriendo y con un ánimo mucho más positivo, se giró dispuesto a regresar por donde había venido para poder sentarse a disfrutar por partida doble, estaba tan concentrado en el paquete que apenas notó en el último instante que alguien caminaba hasta él. Se apartó en el momento justo para evitar tropezarse con aquella rauda silueta que nuevamente casi se lo llevaba por delante y que ni le miró, enfrascado en su móvil y sus propias prisas.

 

«¿Siempre es de esta manera?» se quedó pensando Tatsuya, mientras veía a Kei sacar un manojo de llaves e ingresar a uno de los salones, de manera completamente mecánica.

 

Nuevamente apareció en su mente aquella frase del pelinegro, por quien ahora se encontraba en esta nueva situación extrañamente incómoda.

 

 

«Kei es realmente difícil de tratar»

 

 

Y sí que lo sintió durante aquel terrible ensayo, si así se le podía llamar a un día completo de correcciones y reprimendas, por aquel neurótico terrible de Kei. Dinámica que se repitió por toda aquella insufrible semana en que, lejos de poder apreciar el talento que Yuu sí había podido ver en él, el guitarrista sólo parecía volverse más creativo e insistente en describirle sus innumerables imprecisiones y errores en la ejecución de las canciones de la banda, que tanto se había esmerado en ensayar incluso antes de conocerlos. Por momentos, cuando el discursito de «no es así, es de este modo» se extendía por más de cinco minutos, para no pensar en la tentación de lanzarle un platillo por la cabeza al otro, había acabado refugiándose en los recuerdos de sí mismo cuando aún estudiaba la ejecución de la batería, en la escuela de música.

 

 

Así, de pronto se vio intentando hacer encajar al líder con alguno de los docentes que le habían hecho la vida de cuadritos en los semestres, hasta que su búsqueda finalmente había dado con uno. Por cada ocasión que se daba de tener que auto-aplicarse aquel inusitado método de relajación para defenderse mental y silenciosamente de su constante actitud despreciativa, iba añadiéndole en su imaginación una nueva característica de aquel profesor a Kei, regocijándose de lo gracioso que empezaba a verse el otro en su mente, si le ponías el cabello grisáceo, le pintabas un poco de bigote por aquí y por allá. Y luego, un pequeño cambio en la inflexión de su voz…

 

Y fue así como, ante la sorpresa de todos los miembros restantes, un día terminó explotando en una carcajada irreprimible que, aunque disimulada, había bastado para acabar indignando del todo al líder.

 

—Creo que esto no va a funcionar —soltó, apenas superando el gesto de pasmo que tuvo por al menos cuatro segundos, mientras el otro caía en cuenta de la situación en que estaba y se disculpaba rápidamente, algo avergonzado.

—Disculpa Kei, pero sinceramente hasta a mí me empiezan a parecer sin sentido las cosas de las que estás quejándote, ¿sabes? —Shoya hizo una pausa, intentado vislumbrar si había podido hacer entrar en razón mínimamente a su amigo, pero se arrepintió de intentarlo en cuanto vio cómo el otro se quitaba la guitarra de encima—. Hey, hey, espera… ¿qué piensas ha…?

 

 

Pero, ambos se vieron interrumpidos cuando de la nada, la puerta de ensayos se abrió dando paso a un extrañamente sonriente Yuu.

 

 

—¡Hooola! —soltó alargado, estirando la mano izquierda, mientras detenía la pesada puerta reforzada con aislante, con el hombro derecho. Yo-ka que estaba casi al lado, atinó a abrir del todo la puerta para que no aplastara al baterista ni a su extremidad convaleciente, sostenida por un pasador. El pelinegro se quedó un segundo en silencio sin saber por qué estaban todos tan callados de pronto—. Ah, perdón… no avisé que venía y estaba acostumbrado a sólo entrar…—dijo, cayendo en cuenta al fin de lo repentino de su aparición.

 

 

Mientras el pelinegro se rascaba la cabeza algo nervioso, Shoya soltó una risita y con eso, Tatsuya observó atónito como asomaba en el rostro de Kei una leve sonrisa, abandonando cualquier atisbo de enojo, impaciencia y contrariedad, que creía que eran sucesivamente, las únicas emociones que le había visto expresar al líder desde el escaso tiempo en el que llevaba conociéndolo.

 

 

Inmediatamente, vio a los tres acercarse al aún baterista oficial de DIAURA, dándole suaves palmaditas en la espalda o abrazos como saludo, generando espontáneamente una amigable conversación que, aunque podía oír, no podía entender del todo. Sin saber por qué, aún sentado en el mismo sitio y con las baquetas en la mano, incluso compartiendo aquella habitación con los otros músicos, repentinamente sintió como si ya no existiera más y sólo pudiese comprobar lo contrario, por la imagen de sí mismo que le devolvía la pared espejo justo por el frente de él, que nadie más observaba. Le sonrió a su reflejo, reconfortándose a sí mismo: «Siempre he sido soporte, siempre es de este modo, ¿no?», pensó. Pese a eso, era un poco distinto porque, pese a que apoyaba a otras dos bandas actualmente además de DIAURA, en aquellas no existía un miembro oficial en la posición de baterista. Quizá tan sólo esa sutil diferencia era capaz de hacerle sentir ese atisbo de soledad tan repentino.

 

«Son sólo un par de semanas hasta que acabe la gira y regresaré a mi vida normal» se calmó, cerrando los ojos un instante. «Hasta ese momento, ¡esfuérzate, Tatsuya!». Con aquel último pensamiento, se puso de pie despacio, para retirarse del lugar aunque fuera por un momento, buscar chocolates y refrescarse un poco. No obstante, al hacerlo pasó a llevar uno de los platillos, volviendo a estar presente para los demás gracias a ese metálico sonido.

 

—Ah, ¡Tatsuya! Gracias por tu esfuerzo —dijo el pelinegro educadamente, a la vez que se inclinaba un poco, formalmente.

—No es nada. —Se inclinó Tatsuya a su vez, algo avergonzado, secándose el sudor que le empapaba el rostro con una toalla de mano.

—Y, ¿qué tal?, es bueno, ¿no? —continuó hablando Yuu. Shoya abrió la boca para decir algo, pero al ver la mirada fulminante de Kei se calló, mirando al suelo. Sin embargo, Yo-ka que notó el gesto de ambos, no pensaba quedarse callado.

—A decir verdad, sí, es bastante bueno y se ha aprendido todo el setlist de manera muy precisa y en tiempo récord. Y eso que el esclavista del manager lo hace venir antes que nosotros para observarlo tocar sobre pistas y luego Kei lo jode durante los ensayos y nos pone hasta la madre, sólo porque le cae mal.

—¡Yo-ka! —chilló el bajista entre dientes, mientras le daba un pellizco por el costado.

 

 

Ambos bateristas rieron casi a la vez, mientras Kei volvía a poner cara de fastidio y se cruzaba de brazos.

 

 

—¿Te acuerdas de lo que te dije? —El pelinegro miró a su colega de manera cómplice, quien se estaba secando unas lagrimitas de la risa que le había entrado. Este sólo asintió repetidamente, mientras se calmaba.

—Qué… ¿qué le dijiste? —increpó Kei al baterista, sintiéndose acertadamente aludido. Él sólo lo miró en silencio apretando los labios y conteniendo la risa, en un gesto travieso—. Yuu, tú le hablaste mal de mí, ¿es eso? —Levantó un dedo amenazadoramente, mientras los demás empezaban a reírse—. ¡No puedo creerlo! —chilló indignado, provocando más risas en sus compañeros.

 

Antes de que el líder acabara enfadándose en serio, el pelinegro volvió a hablar.

 

—Bueno, yo venía a invitarlos a comer después de que acaben, si tienen tiempo… —Miró brevemente al guitarrista quien lo observaba de hacía unos instantes; no quería perderse la cara que pondría—. Tatsuya, ven también por favor si puedes —dicho lo último, como pensaba vio como Kei abría unos ojos enormes, mientras parecía reprocharle algo con la mirada, y él a su vez, también le puso una cara seria, dándole a entender que pretendía de verdad, que su compañero de soporte estuviese allí.

 

De alguna u otra manera, sabía que si no lograba que intercambiasen aunque fuese un par de palabras fuera del contexto de la compañía, la convivencia se les haría muy difícil a todos y más al pobre de Tatsuya, que no tenía ni idea de todo lo que había pasado y que además estaba haciéndole tremendo favor en cubrirlo por aquellas semanas; no quería que el guitarrista las acabara convirtiendo en un infierno.  

 

—Vendrás, ¿verdad? —insistió, decidido a concretar aquella cena con todos. El aludido miró con pánico hacia Shoya, sin saber cómo excusarse: no quería ir. Juraba que Kei le estaba clavando cuchillos con la mirada en ese mismo instante.

—Él tiene ensayo con otra banda al terminar… está muy ocupado. —Saltó el bajista al rescate, respondiendo a la muda súplica de su amigo.

—Ah, ¿toca con otra banda? —De pronto, Kei sintió un leve ápice de remordimiento por el nivel de exigencia que le estaban poniendo al hacer que se aprendiera cerca de 30 canciones en cinco días.

—Pero puede ser en otra ocasión, Yuu. Gracias por invitarme —respondió educadamente, dando por zanjado el tema. No obstante, el otro no iba a rendirse tan fácil.

—¿Pero tienes ensayo luego de esto? Si es para Popcore, puedo hablarle a Sakae para que te libre hoy, somos amigos. —Le sonrió, tomando a la vez su móvil para buscar el número del aludido. A Tatsuya se le aceleró el corazón: no tenía ensayo hasta la semana entrante con ellos.

—No le hables, yo le digo que llego un poco más tarde… —Se apresuró en decir, arrepintiéndose al instante. Se sorprendió de lo tenaz que era el otro baterista.

—Entonces sí vienes, ¡qué bien! —dijo animadamente y acto seguido se giró rápidamente para salir, antes de que quién fuera pudiese replicar algo—, ¡nos vemos en la tarde!... y Kei, no seas malo con él —añadió, viendo al líder abrir la boca probablemente para reclamar, pero siendo más veloz, desapareció por la puerta.

 

 

Llegado el final del ensayo, todavía no tenía ninguna excusa para restarse del forzado encuentro. Y no es que a Tatsuya le disgustara salir, al contrario, era muy sociable pero no le agradaba estar en lugares donde se sintiera indeseable, como le hacía sentir el guitarrista a quien observaba de reojo, nuevamente en silencio y con un gesto serio sentado en la salita de estar de la banda. Kei ojeaba su tétrica agenda que al baterista le parecía más bien un repollo abultado de papel con tapas, llena de otros pequeños papelitos de colores y notas, que día a día se esmeraba en tachar y cambiar de lugar, generalmente acompañado de un café y su teléfono pegado en la oreja, o con él sobre la mesa contestando mails. Dicha escena se repetía todas las mañanas antes de los ensayos y luego después de los mismos. Había observado que, mientras los demás se iban de inmediato a sus casas, el de cabello rojo oscuro ya algo deslavado, se quedaba siempre dentro de la sala, incluso cuando él mismo, que hasta se duchaba en la compañía para irse alistado a sus otros ensayos, se retiraba poco más de una hora después que Yo-ka y Shoya.

 

 

—¿Hay alguna fecha o canción de la lista que se te haya olvidado? —El baterista se sobresaltó al ser increpado tan directamente, mientras los ojos de Kei lo escrutaban por encima de los lentes ópticos que traía puestos.

—No… yo sólo…

—¿No piensas ir a tu casa a cambiarte o algo? —le interrumpió, impaciente por la lentitud del otro. No podía trabajar en paz en su presencia, menos si le tenía la vista puesta encima. Los otros dos ya habían salido disparados a su   ̶ actualmente ̶   compartido hogar, para volver luego a la compañía a reunirse para la cena.

—Yo me ducho y cambio aquí, siempre tengo que ir a otra parte luego de los ensayos, así que traigo…

—Bueno. Pues yo si me voy a casa —finalizó Kei sin dejarlo acabar, cerrando de golpe la agenda y poniéndose de pie.

 

Pese a que Tatsuya era muy paciente y tenía buen carácter, esa actitud injustificadamente hostil a su parecer, le frustraba un poco. No conocía de nada al guitarrista, pero no le estaba generando muy buena impresión comportándose de ese modo todo el tiempo. Era plenamente consciente de que estaba haciendo bien lo que le correspondía, no podía negar que una parte de sí se regocijó de que Yo-ka lo defendiera cuando Yuu preguntó por su desempeño ese mismo día. Aun así, no quería hacerse «mala sangre» con el líder, pero necesitaba saber qué era lo que pasaba de verdad por su cabeza respecto a su trabajo.

 

—¿De verdad crees que lo hago mal? —Alzó la voz, lo más seguro que pudo en cuanto atisbó que ya se retiraba del lugar, dirigiéndose a la puerta.

—No lo haces como Yuu, punto —contestó el otro a secas, abriendo la puerta. No estaba interesado en mantener ningún tipo de conversación con el chico, aún sin tener claro del todo el porqué. Aunque le urgía salir, se detuvo abruptamente al escuchar la risilla del baterista de soporte, a sus espaldas. Por alguna razón, aquello le enfadó.

 

 

Tal vez su sola existencia en realidad, le irritaba.

 

 

—Es que no soy Yuu, ¿sabes? —Se atrevió todavía a añadir.

El guitarrista sintió de nuevo como le hervía la cara, pero apretó los dientes conteniéndose un momento.

—Ese es el problema, Tatsuya. —Hizo una pausa, calzándose la chaqueta—. No eres Yuu y nunca podrías hacerlo tan bien como él.

 

 

¿Cuál era su problema? ¿Es que era el presidente del club de fans de Yuu o algo? Meditaba más tarde el baterista, riendo disimuladamente al imaginarse al pelirrojo en traje de porrista, sin que los demás lo notaran, volteado hacia la ventanilla. Shoya y Yo-ka conversaban entre ellos, sentados en el asiento trasero del auto del mismísimo Kei, que llevaba justamente al pelinegro de copiloto.

 

 

«Qué infantil» fue a la única conclusión a la que llegó, luego de analizar en silencio la actitud del otro en aquel breve intercambio de palabras, todo el camino hacia el dichoso izakaya, para no aburrirse al no ser incluido en ninguna conversación.

 

 

«Va a ser eterno» pensó, mientras se sentaba lo más cerca de Shoya y lo más lejos de Kei que el espacio físico del lugar le permitiese. Y sí que pasaban lentos los minutos, mientras el pelinegro parecía querer dar a conocer su vida entera tal curriculum vitae a cada momento en la mesa. En el transcurso de una hora, ya había tenido que hablar de su trayectoria musical, de sus bandas fallidas, de las de soporte de antes, de las actuales, de dónde había nacido, de cuántos hermanos tenía, por qué se había ido a Tokio y, el único momento en que aquello pareció dejar de ser una segunda entrevista de trabajo para Tatsuya fue cuando al fin Shoya abrió la boca para decir de dónde se habían conocido ambos, seis años atrás.

 

 

Pese a eso, la conversación había terminado en una semi-discusión medio en broma y medio en serio del bajista con Kei acerca de quién era más su amigo, concluyendo el líder que él lo era por derecho de antigüedad, al conocerse de una de las preparatorias donde Shoya estuvo de intercambio un tiempo en Aomori, muchos años antes de la escuela de música, donde posteriormente, se había conocido con el baterista castaño.

 

 

—Por mí no hay problema si quieres quedártelo —añadió bromeando Tatsuya—, estuvo años sin escribirme siquiera un mensaje. Ingrato —terminó, sacándole la lengua y respondiéndole el otro con el mismo gesto. Todos se rieron de buena gana, excepto el guitarrista quien se aguantó la risa, mirando para otra parte. «Infantil» pensó nuevamente el baterista, poniéndose de pie y excusándose con que quería ir al baño. No se le ocurrió nada mejor para escapar lo más pronto posible de aquella situación, aún cuando el ambiente era un poco más distendido. Al volver diría que ya tenía que irse y todo estaría bien.

 

—Había algo que quería decirles… —Empezó a hablar Yuu captando la atención de sus compañeros, en cuanto vio al castaño desaparecer entre la gente—. Quería disculparme con ustedes, por todos los problemas que les causé en el último tiempo…

—No es tu culpa, Yuu. —Se apresuró en decir Kei, tal como había pensado. Le sonrió de manera amable, mientras le sacudía por un hombro, amigablemente.

—Si no es así, la mayoría sí… —añadió, sonriendo de nuevo al ver la cara un poco sorprendida de los otros dos al ver sonreír al guitarrista sucesivamente—. Y bueno, nosotros… —Kei le dio una mirada nerviosa, que supo interpretar de inmediato—… Yo y Kei, tuvimos la oportunidad de hablar luego de ese día y, hemos podido resolver de alguna forma las diferencias que teníamos. De todas maneras —hizo una pausa mirando esta vez a su compañero—, yo quería disculparme de nuevo contigo por mi actitud todo este tiempo. Por no contarte de mi problema, por no preguntarte lo de Tatsuya y… por ser un idiota también.

—Eso lo tenemos asumido desde que te conocimos —soltó de la nada Yo-ka cruzándose de brazos, generando risas entre todos—. Esto ya se está poniendo muy personal… o romántico, ya nos vamos con Shoya, ¿o qué?

—Cállate, Yo-ka —le reprendió el bajista tratando de reprimir la risa al ver la cara de pánico de Kei.

—Si yo soy idiota no sé en que categoría te quedas tú… —Intentó rebatir el pelinegro, más disimulado que el guitarrista que estaba un poco pálido.

—La del Maestro, por si se te olvida —dijo muy seguro el vocalista, mirándose las uñas de la mano izquierda despreocupadamente.

—El maestro de los idiotas —respondió atinadamente Yuu, mientras los demás volvían a reírse.

 

 

En dicha escena regresó el baterista de soporte, observando algo sorprendido como el ambiente de pronto se había vuelto tan animado en su ausencia. Todos se estaban riendo y Kei casi lloraba de la risa, sólo calmándose un poco al percatarse de que Yuu lo miraba. No pudo evitar analizar de nuevo la dinámica entre los dos mientras se miraban todavía riendo, sin notar que estaba nuevamente presente. La relación entre ambos, le parecía mucho más cercana que la que tenían con los demás miembros del grupo.

 

 

Justo en ese momento, su teléfono empezó a sonar tal como lo había programado en el baño, deteniendo su breve cavilación. Era una alarma, pero por supuesto mintió diciendo que se trataba del vocalista de Popcore que lo llamaba para lo del ensayo. Respiró tranquilo una vez estuvo fuera del lugar, orgulloso de haber podido inventar una excusa creíble. A paso calmo, se acercó a la avenida para tomar un taxi, iba a tener que volver a la compañía por su bicicleta que había tenido que dejar allí, de todas maneras.

 

 

Mientras iba de camino, observando las luces caóticas de la ciudad creando curiosas estelas por las calles medianamente vacías, se le vino de nuevo a la mente la cara de Kei llena de risa y aquella mirada indescifrable que se estaban dando mutuamente ese par. ¿Cabía la posibilidad de que, la animosidad que le profesaba el guitarrista fuese porque en efecto, Yuu era una persona especial para él? Pensó, que para cualquiera que los hubiera visto sólo en ese instante, era más que obvio que para el baterista, el otro también era alguien especial. Probablemente aquellas advertencias que le dio del líder, las había escogido precisamente en base a un vasto conocimiento de su persona, fuese cual fuese el tipo específico de relación que tuvieran entre ellos. Y además, no con el fin último de hacerle la vida más fácil a él, un completo desconocido, si no de proteger de alguna manera a Kei y hacer su adecuación temporal a la banda, más fácil para todos.

 

 

Pese a que le parecía que DIAURA era una banda única y que eran bastante buenos, el riesgo que veía en ella era lo inusitado del factor humano que la componía. Yo-ka era demasiado enérgico y groseramente directo todo el tiempo, Shoya muy complaciente y daba la sensación de que prefería dejar el trabajo pesado para otro y Kei, le parecía mandón, obsesivo y malhumorado… ¿Y Yuu? Aunque no había tenido la posibilidad de verle interactuar mucho con los otros, por esa breve cena y por haber justamente organizado la misma, tal vez su papel era justamente el del conciliador o el que «relajaba» un poco el tenso ambiente que la combinación de los caracteres de los otros tres podía llegar a generar. Si lo pensaba de ese modo, tenía sentido que se hubiese preocupado de ir a verlo a tantas presentaciones con las otras bandas con las que tocaba y, que hasta se colase en una que otra salida con los miembros de ellas. También, dejaba de parecerle extraño que le hiciera tantas preguntas que no tenían tanto que ver con música, cuando finalmente se decidió a pedirle que se uniera como soporte.

 

 

Si lo había escogido a él —concluyó— era porque Yuu buscaba a alguien lo suficientemente bueno técnicamente, pero sobre todo, con el carácter más idóneo para poder adaptarse a la banda.

 

 

Desvió la vista por un momento a su móvil que había vibrado en su bolsillo de improviso.

 

 

 

[Yuu (DIAURA) / 20:34]

Gracias por venir, Tatsuya ¡Por favor, sigue esforzándote!

Hablaré con Kei, ten paciencia.

¡Nos vemos pronto!

 

 

 

Era un educado mensaje del baterista, plenamente consciente de que lo había puesto bastante incómodo. Sonrió, mientras le tecleaba «Todo está bien, no te preocupes. ¡Nos vemos!» rápidamente. Ya casi lo mandaba cuando el conductor le indicó que ya estaba en la dirección que le había indicado. Sonriendo como le era habitual, pagó y se bajó rápido; empezaba a hacer frío y no estaba muy abrigado.

 

 

¿Qué le hacía pensar a Yuu que él sería capaz de lidiar con su banda adecuadamente? Levantó la vista observando las luces de las mamparas de la compañía, por suerte aún habitada en su interior, mientras el viento helado le despertaba un poco. Luego de solo estar parado ahí unos segundos, avanzó decididamente para entrar directo a la recepción, avisar y así poder pasar al estacionamiento, cuando de pronto escuchó como alguien gritaba «¡Oye! ¡Oye!» desde atrás. Se giró instintivamente, por si se trataba de una persona en apuros, pero se encontró con una camioneta negra enorme y lujosa, estacionada al otro lado de la acera, con la ventanilla polarizada a medio abrir.

 

 

«Qué miedo» se dijo a sí mismo y recordando que en el ambiente visual kei algunas veces se daban conexiones algo mafiosas, pensó que era mejor darse la vuelta y no darse por enterado.

 

 

—¡Oye, espera! —Volvió a escuchar. Y entonces, un sujeto de mediana estatura, bien vestido y completamente de negro, al igual que su cabello, se bajó del automóvil.

 

 

«Qué guay» no pudo evitar pensar Tatsuya, mientras el hombre se dirigía a él, cruzando la calle. ¿Sería actor o algo? Sentía que su cara le «sonaba» de alguna parte, aunque estuviese cubierta con gafas de sol en plena noche.

 

—¿Trabajas para la compañía? —le preguntó el sujeto, nada más alcanzarlo.

—S-sí, algo así… —respondió el baterista un poco cortado, volviendo a pensar en su teoría de los yakuza.

—Necesito contactar a un amigo, le llaman Shoya y toca en una de las bandas de esta compañía, ¿lo conoces? —Tanteó.

—Sí —respondió a secas, sin confiarse del todo del otro y ocultando su sorpresa de que alguien como él, consultara por su amigo.

—¿Puedes darle esto? —Le extendió un sencillo papel doblado, probablemente un post it. Mientras lo tomaba, Tatsuya se fijó en que el sujeto traía las uñas esmaltadas de negro, como todo su atuendo. «Es del medio artístico, no un yakuza», se confirmó a sí mismo en silencio, relajándose al fin—. No se lo des delante de otra persona, por favor. Es muy importante.

—Bueno —dijo simplemente, cada vez con más curiosidad. Esperó a que el hombre le dijera quién era, pero luego de un rápido «gracias», ya se estaba yendo—. ¡Espera! —le gritó. Casi se montaba sobre la camioneta, pero giró, prestándole atención—, ¿de quién es el recado?

 

Pese a la distancia, pudo notar como sus labios de forma curiosa, se curvaban en una sonrisa.

 

—Él sabrá de inmediato quién soy —sentenció, para luego cerrar la puerta del automóvil y alejarse velozmente de allí.

 

 

 

«Esto bien podría ser un capítulo de una serie policiaca» pensó el baterista, apresurándose esta vez en entrar. No fuese a ser que ahora sí se le apareciera un yakuza en serio y acabase metido en un problema. Sólo se guardó el papel en el bolsillo, ya tendría ocasión de preguntarle a Shoya quién era el misterioso tipo con pinta de famoso.

 

 

 

Horas más tarde aquella misma noche, Kei repasaba involuntariamente en su cabeza los recuerdos de la velada, sonriendo entre tanto, mientras metía alguna ropa limpia al armario, en su habitación.

 

«—Me gustaría que nos viésemos el sábado.

—Pero el sábado es el libre de los...

—Sólo tú y yo... ¿puedes?»

 

La risa de Yuu le había interrumpido en medio de la frase, ante su lentitud y luego, lo último dicho, casi le había hecho escupir el corazón.

 

 

En ese momento, parado frente a su armario abierto, ya sin mirar a un lugar en específico, el guitarrista no podía dejar de darle vueltas a esa suerte de reunión privada en la que se comprometido con Yuu luego de la cena con todos.

 

No, no era una reunión, no se trataba de trabajo. Era una...

 

—¡Demonios! —masculló, cuando una caja que había emergido de la caótica oscuridad de su clóset le había caído encima tras haberse puesto a revolver las camisas, sin ni saber en realidad con qué fin.

—Es una maldita cita, Buri... —le habló a su amigo felino, que había asomado su nariz por la habitación siguiendo sus curiosos instintos, ante el repentino alboroto que se había armado su dueño.

 

 

Kei suspiró frustrado al ver cómo el gato simplemente lo observó sentado en su sitio por un par de segundos, para luego voltearse y devolverse por donde había venido, completamente desinteresado en sus problemas existenciales.

 

—No sé ni para que te compro sobres de comida húmeda, traidor... —musitó aún, infantilmente molesto, mientras se inclinaba a recoger el contenido de la caja.

 

No pasaron muchos segundos, hasta que sintió una puntada aguda y molesta en el pecho, al recoger del suelo un antiguo labial rojo granate.

 

Era imposible no recordar su origen.

 

«—¿Lo tienes?»

 

Le asintió a Toya rápidamente, sintiéndose incapaz de hablar. Como si al hacerlo, de pronto fuese a ser descubierto el hecho de que había robado un labial de su hermana mayor hacía apenas unos instantes.

 

 

Su novio vivía apenas a 15 minutos a pie de su casa, minutos que en la adrenalina de ese acto inusual, había cruzado en cinco, incluyendo el parque a medio iluminar aledaño a su casa.

 

 

No dijo una sola palabra, hasta que la madre del mismo Toya los acomodó en futones contiguos en la habitación de su hijo, frente al televisor y con algunos tentempies para que pasaran aquella noche de «videojuegos y películas», para la cual Kei había tenido que hacer semanas de mérito en su casa para obtener finalmente el permiso de ir.

 

 

Una vez la amable mujer abandonó la habitación dejándolos sólo con la luz del velador encendida, empezó a temblar. No sabía qué le ponía más nervioso: haber accedido a traer ese labial para satisfacer la curiosidad del otro o estar en su casa para pasar la noche por primera vez, luego de unos meses saliendo en secreto.

 

 

Tragó saliva lento cuando sintió la oscura mirada penetrante del otro sobre sí.

 

 

Volviendo a la realidad, Kei pestañeó repetidamente intentando tal vez con eso deshacer la estela de ese recuerdo. «No es momento de pensar en eso», concluyó, recordando que intentaba buscar lo que se supone se pondría para la dichosa cita a... ¿dónde? Se sintió estúpido por no preguntárselo; ¿dónde se supone que iba Yuu cuando quería divertirse?, ¿o sería algo en plan romántico?... pero, ¿y qué se supone que hacen las parejas? Se cubrió la boca un momento, deteniéndose en la última parte de aquel hilo de interrogantes... ¿pareja?, ¿estaban saliendo? Se le subió el calor al rostro al recordar como en un momento en que los otros habían ido al baño, en el izakaya, Yuu le había dado un breve beso seguido por aquella curvatura preciosa de sus labios haciendo una sonrisa, que le tenía así de idiota en ese mismo instante.

 

 

Preguntándose si podía ser aún más patético, terminó de meter los objetos a la caja, pretendiendo dar por terminado los cuestionamientos y recuerdos. Se dirigió al baño para refrescarse la cara que le ardía de verdad y, como mal acostumbraba, se secó las palmas de las manos en el pantalón pese a que tenía una pequeña toalla de mano justo a su izquierda.

 

 

Sin embargo, a diferencia de lo habitual no pudo reprenderse a sí mismo por aquello, dado que el hecho de sentir un bulto en el bolsillo de su pantalón robó su atención. Su corazón volvió a latir violentamente al notar cómo había metido todos los objetos a la caja, menos ese maldito labial.

 

 

Lo destapó y, con eso, regresó a su yo de 16 en el momento exacto que hacía lo mismo, bajo la mirada expectante del pelinegro más alto.

 

—Póntelo...—le dijo él, con una voz enrarecida para un Kei que aún no era capaz de distinguir la lujuria en alguien.

—Dijiste que lo querías para ti.

—Yo te lo aplicaré y luego me lo harás a mí... ¿mejor? —Pese a que no se sentía cómodo en absoluto con la idea, aceptó.

 

 

Cedió sólo por el brillo audaz y alegre que reflejaban los ojos del otro, entusiasmado con el fetiche y, porque en ese entonces, habría hecho lo que fuera por hacerle feliz.

 

Apenas si alcanzó a aplicárselo y apartarse unos centímetros antes de que Toya, como poseso, se le fuese encima a devorarle la boca como si nunca hubiese besado antes.

 

Sin saber por qué, mientras rememoraba cuantas veces el pelinegro se había detenido para volver a ponerse labial en la boca, Kei también lo hizo. Recordando a la vez, todas las marcas de besos que él le dejó con los labios pintados mientras iba desnudándolo y bajando por su cuerpo, por primera vez.

 

Volvió a sentir aquel dolor agudo en su pecho.

 

Tan real y tan vívido, como lo que recordó después. Sacudió la cabeza mirándose al espejo del baño con los labios pintados, intentando frenar en vano su propia mente.

 

»—Te ves ridículo con eso, pareces un travesti barato.

 

Fue lo que le dijo de forma indolente la última vez que estuvieron juntos, luego de haberse dejado engatusar ilusamente por Toya, sin mucho más que algunos «te necesito» y «te sigo amando», que Kei ni siquiera sabía por qué se seguía esforzando en creer. Al recordarlo pensaba que a lo mejor fuera justamente eso: necesitaba desesperadamente creer que, todos los esfuerzos que había hecho por sostener esa relación que se fue desmoronando de pronto y a desmedida velocidad, lo hacían merecedor de algo de su mezquino amor, de todo lo que le prometió y tanto necesitaba; de su validación y su aprecio, de las ganas de ser valioso, aunque fuese por un momento para él.

 

 

Se quedó mordiéndose los labios mientras el otro le daba la espalda, acomodándose la ropa nuevamente. Despertando de aquel autoengaño al fin, creía tener tantas cosas que decir y gritarle que no le cabían en el cuerpo, tantas que pensaba que moriría de vergüenza y de dolor; se sentía confuso y herido. Sin embargo, sin saber si era coherente o no, probablemente desde la incredulidad, habló.

 

—¿Y a él sí le queda bien?... —soltó, ahogándose en frustración mientras imaginaba que, todo lo que habían hecho juntos, también lo hacía con el tipo con el que se entretenía actualmente.

 

 

Toya sólo se volvió un momento y lo miró con una sonrisa burlona, antes de girarse nuevamente sobre sí mismo, en silencio.

 

—Le he regalado un labial bonito y caro de verdad, porque él sí lo me... —Sin poder dejarlo terminar, sacando fuerza de no sabía dónde le propinó una especie de cachetada por el costado de la cabeza, tan fuerte, que acabó con su expareja en el piso medio aturdido. Mientras él, con un último vestigio de dignidad se limpió los labios con la propia sábana de Toya. Había sido él mismo quien le había insistido repetidamente pintarse, en medio del frenesí extinto del acto de hacía pocos momentos, y al final, sólo se había burlado de él.

 

 

Le dolía entender tantos años después, que probablemente fue lo que el otro hizo la mayor parte del tiempo que estuvieron juntos; burlarse de sus sentimientos y aprovechar hasta el último vestigio de su amable intención de hacerle feliz.

 

 

—Espero que le guste este color cuando lo vea en tus sábanas, Toya.

 

Y pese a que se había retirado para nunca más regresar, aún después de tantos años seguía repitiéndose en su mente aquella frase, como si fuera propia.

 

 

 

«Te ves ridículo con eso, pareces un travesti barato»

 

 

Con rabia y anegado en lágrimas, se quitó con la toalla de mano el rouge, esparciéndolo por parte de su rostro inevitablemente. Desesperado, se lavó la cara repetidamente sin poder razonar que algo resistente al agua sólo puede acabar de quitarse con desmaquillante que, aunque se encontrase casi frente a su nariz, era incapaz de ver.

 

 

Completamente descompuesto se sentó en el suelo, con tal de no verse a sí mismo reflejado, ojalá nunca más.

 

¿Cómo se supone que podía gustarle a Yuu de esa manera? ¿Cómo? Considerándose tan ridículo, tan aburrido, tan poco sensual a comparación de todos los artistas de la escena visual kei, tan... ¿carente de valor?

 

 

Abrazó sus rodillas, odiándose profundamente en ese momento.

 

 

Aun así, al día siguiente e intentando recomponerse y darse ánimos, se compró una nueva base de maquillaje y unas lentillas claras, antes de reunirse con Yuu. Ese día, se levantó muy temprano pese a que se reunirían de tarde, sólo para asegurarse de arreglar aunque fuese aparentemente, los según él, miles de defectos que tenía.

 

 

Dedicándole al menos dos horas a su seudo ritual de belleza, aún le sobraba demasiado tiempo, el cual se dedicó a gastar estirado sobre su cama, pensando en el baterista e intentando vislumbrar adónde podría querer llevarle. Al final, aunque traía el pelo semi ondulado artificialmente y hasta con fijador, pese a su piel en un tono perfecto, sus ojos sutilmente delineados y aquellas lentillas azules, aun así, al fijarse en su atuendo un poco casual para su gusto, su aspecto le parecía demasiado simple e inadecuado.

 

 

No importaba cuanto se esforzase, siempre sentía que no era suficiente.

 

 

En cuanto tuvo a Yuu en frente lo primero que observó en él fue esa sonrisa que le apareció espontáneamente. Pero como un animal herido, se sentía absolutamente paranoide y hasta se sintió ridículo ante él, antes de que el pelinegro articulase unas cuantas palabras dentro de su nerviosismo.

 

—Estás... estás muy bonito, Kei —El baterista también se sentía ridículo de tartamudear, como si nunca le hubiese visto maquillado o estilizado en su vida.

—No es muy diferente de cómo me ves en los eventos —le espetó Kei a la defensiva, casi como si hubiera podido intrusear en los pensamientos del otro. Pero Yuu sabía cómo arremeter contra eso.

—Es diferente, porque lo hiciste sólo para mí —volvió a sonreír, mientras embelesado le apartaba un mechón del rostro a su guitarrista, a quien se le empezó a ir el calor a la cara.

 

Previéndolo y sin meditarlo mucho, se abrazó a Yuu suavemente, sin importarle estar en la calle. A decir verdad, todo acerca de ese día, hasta antes de oír aquel comentario dulce de sus labios, había sido difícil. Hace mucho tiempo que no se sentía tan expuesto y tan frágil, tener que enfrentarse a esos sentimientos dulces y nerviosos, junto a las inseguridades sobre sí mismo que estos le levantaban, era duro para él. Pero nuevamente, se descubría como antaño queriendo a un alguien. Le había costado mucho aceptarlo y sólo quería que saliera bien y el calor de aquel breve intercambio cariñoso, sostenido tímidamente entre sus brazos, le hacía sentir que había aún la esperanza de no ser desdichado en ese aspecto.

 

 

Y lo necesitaba. Necesitaba sentir que era de verdad.

 

—Incluso te pusiste perfume. —Sintió reír levemente al otro, secundándolo sin querer, alegre de que lo hubiese notado.

—Me gusta —mintió.

—No es cierto —refutó el otro de inmediato.

 

Quizá con el paso del tiempo Yuu se había convencido de que había muchas cosas que no sabía de Kei, pero de aquello estaba seguro.

 

 

Ambos volvieron a reír, separándose y extinguiendo del todo la tensión entre ellos, mientras recordaban esa vez en que Yo-ka le había puesto de su perfume a la fuerza mientras estaban en Valluna y el guitarrista furioso le había vaporizado del mismo producto en los ojos, logrando que, por el escaso tiempo disponible, el vocalista tuviese que salir con el maquillaje arruinado al escenario de tanto refregarse los ojos.

 

—¡Parecía un mapache! —repetía el baterista por quinta vez, ya habiendo caminado y charlado un rato sin rumbo fijo, mientras Kei hacía un esfuerzo sobrehumano por no ahogarse mientras reía, con las bolitas de tapioca de su bubble tea.

 

Reírse de Yo-ka era una de las cosas que más hacían ambos cuando estaban a solas. El guitarrista sabía que podía verse un poco cruel, pero es que, pese a que apreciaba al vocalista en su singular forma de ser, no podía negar que estaba un poquito loco y que su personalidad volátil le hacía tener unas salidas bastante peculiares a ciertas situaciones, en las que solía tomar siempre la opción equivocada. Claro estaba que había momentos en los que podían reírse de su mal genio o sus comentarios desatinados, así como había otras en que se pasaba con creces hasta lo inaceptable, como había ocurrido más recientemente.

 

—Oye Kei, me aburro de hablar solo y estás poniéndote serio, ¡que no vas a arreglar a Yo-ka sólo pensando en él! —El hilo de pensamiento del guitarrista fue interrumpido abruptamente por el seudo alegato de Yuu, quien lo miraba con su clásica «cara de chiste».

—¡Lo siento! —dijo súbitamente avergonzado.

—Que más da, ya llegamos —respondió simplemente el pelinegro sonriendo, con una mano en la cintura y la otra apuntando un letrero de una película del cine.

 

 

»—Ya que no vengo tan guapo como tú, al menos déjame hacer esto por ti.

 

 

Habiendo empezado la película hace un rato, Kei aún intentaba reponerse de la vergüenza que había sentido al oír eso, mientras el baterista pagaba absolutamente todo en el cine, sin darle chance de reclamar. Quitando la vista por un momento del filme, miró de reojo al pelinegro a su costado.

 

—Mira la película, ¡Yuu! —chilló despacio, aún más azorado, al ver entre la escasa luz del cine la silueta del rostro de su compañero mirando hacia él y no en dirección a la pantalla.

—No puedo —le medio susurró cerca del oído. Kei sonrió involuntariamente cuando sintió sus labios algo húmedos dejándole un beso en la mejilla, mientras le entrelazaba los dedos con su propia mano por entremedio de la butaca—. Estás muy bonito —añadió, nuevamente por el costado de su rostro.

 

 

«Me siento como en una película romántica de adolescentes», pensó el guitarrista, al tiempo que se apresuraba en replicar—: Eso ya me lo dijis...—Pero en cuanto se giró levemente hacia el otro para que pudiera oírlo aún susurrando, el pelinegro sin poder aguantarse le besó en los labios, apenas juntándolos en un principio, tal vez con un resquicio de miedo o de timidez, para luego sólo moverlos suavemente sobre los suyos, casi ensordecido por su propio pulso tan ridículamente acelerado y fuerte.

 

 

—Yuu...—Kei se separó apenas un poco—, estamos...

—No hay casi nadie en la sala y estamos al final. —Pareció poder leerle el pensamiento—. Está bien —le susurró, ya sobre los labios.

 

Entonces no encontró muchas más excusas para no volver a prestar atención a la película.

 

 

Tenía una sensación extraña en el estómago y se cubría la boca de tanto en tanto, cuidando que Yuu no lo estuviese mirando cuando lo hacía. El baterista estaba empecinado buscando algún lugar donde comer «algo interesante», en sus propias palabras, y aquello parecía tener prioridad sobre el hambre que dijo que sentía cuando salieron de la sala del cine.

 

 

Kei se sentía derechamente en el capítulo de un shojo o de un dorama, de los que se estaba haciendo asiduo recientemente; no sabía cómo más. Era otoño, habían caminado sobre hojas secas al atardecer charlando y bebiendo té, habían ido al cine y ahora estaban a punto de ir a cenar, era demasiado perfecto para ser real.

 

 

Pero era cierto.

 

 

Terminaron entrando en un local, donde ponía que podías cocinar tu propia comida. El guitarrista se puso un poco tenso: era pésimo cocinando. Con suerte el arroz le quedaba bien y quemaba hasta los huevos, por lo que su dieta habitual era comida de conbini, sopas y takoyakis de calle o hamburguesas de McDonald’s. Aun así, no se atrevió a decir nada ni tampoco le apetecía algo en especial porque tenía el estómago lleno de «aire» con las cabritas; cualquier cosa salada le iba bien.

 

 

Luego de mirar un rato la carta, Yuu se decidió por preparar unos okonomiyaki modanyaki; una especie de tortilla de harina, huevos, fideos yakisoba, repollo y lo que la creatividad diese. Pensó que sería genial y divertido, hasta que se dio cuenta que no tenía ni idea de cómo cocinarlo ni qué cosa poner primero y al ver la cara de abrumado de Kei con tantos ingredientes encima que ni sabía cómo se llamaban, se dio cuenta que la cosa no progresaría por su cuenta. Antes de pasar vergüenza, terminó llamando a una de las asistentes para preguntarle exactamente por dónde comenzar. Luego de que la chica, con paciencia de santa, les explicara lo mismo unas tres veces y les dijera hasta cuánto aceite había que poner, se lanzaron a su aventura culinaria.

 

Que fue un completo desastre.

 

Kei casi no podía de la risa al darse cuenta de que Yuu cocinaba tan mal como él. Se miraban mutuamente y se reían hasta las lágrimas mientras intentaban dar vuelta la mezcla sin que se desarmara entera en el intento, infructuosamente. Al final, terminaron comiendo «vómito de Okonomiyaki» según el baterista, que acabó tirándole los fideos yakisoba encima a los restos de vegetales y huevos cocidos que había logrado desplazar hasta su plato, dado que olvidó añadirlos a la mezcla. Entre que comían, se miraban y se reían se pasaron las horas muy rápido y se fueron casi al cierre del local.

 

 

Ya estirado sobre su cama con las luces apagadas, Kei no se podía creer del todo lo bien que lo había pasado. Casi le parecía tonto haberse estresado tanto previamente, por algo que no podía describir de ninguna manera más completa que «feliz». Le dolía el abdomen de tanto reírse y es que probablemente, nunca se había reído tanto en su vida.

 

 

 

Se estaba riendo de nuevo al recordar los desafortunados okonomiyaki de hacía nada, cuando sintió su teléfono. Seguro que era Yuu. Se supone que en los shojo luego de una cita te mandan un mensaje diciendo cosas bonitas, ¿o no era así? Se apresuró en sacar su móvil del bolsillo, sonriendo al descubrir que tenía razón.

 

 

 

[Yuu / 23:35]

 

Espero que aún no estés durmiendo… ¡gracias por todo hoy!

Me divertí mucho, ¡tenemos que salir otra vez!

Buenas noches Kei, descansa.

 

 

Dejó el aparato sobre su pecho y estiró los brazos sobre la cama, sonriendo ampliamente. Quizá no le cabía tanta felicidad adentro. Pero el teléfono volvió a vibrar después de unos escasos minutos.

 

 

[Yuu/ 23:41]

Por si no te lo dije… estabas muy bonito -risas-

Lo siento, es la verdad -risas-

¡Mejoraré en la cocina, lo prometo!

Fui muy feliz hoy, muchas gracias.

 

 

 

Se giró sobre sí mismo a un costado, mirando por varios minutos el mensaje y el diminuto corazón morado con el que este había finalizado. A lo mejor, por todas las emociones de aquella tarde sintió que los ojos le pesaban, aun así, no quería dormirse sin responder. Tan sólo escribió que era el mejor okonomiyaki que comió en su vida y que la próxima vez seguro les quedaba mejor, que estaba feliz.

 

 

Casi al instante, se durmió recordando aquel nervioso momento en que, Yuu le había dicho a la chica de la confitería del cine: «está muy guapo, ¿no?», mirándolo por un momento. Pensó que se le quemaría la cara, mientras la muchacha lo inspeccionaba con la vista, curiosa. «Es mi novio», le había susurrado luego el pelinegro, llevándose una mano al costado de la boca, como si le confiara un secreto, mientras ella se reía y él le daba un golpecito por la espalda.

 

 

Lo extrañaría durante la gira, eso era seguro.

 

 

El viernes de la semana siguiente, ya estaban empacando sus cosas para retomar las fechas faltantes del tour. Pese a que se moría por verle, Kei no pensó que fuese adecuado que Yuu viese a alguien más en su lugar. Tan sólo pensarlo, le parecía chocante.

 

 

La primera y la segunda fecha de la gira en el norte habían salido bastante bien, sin embargo, tocar dos días seguidos los había dejado exhaustos por lo que ninguno hizo mucho más que dormir esa noche; al día siguiente bajarían de Hokkaido hasta Aomori, la ciudad natal de Kei, en la isla principal y, dado que la banda aún no era demasiado grande ni tenía muchos medios, lo harían en Ferry, por lo que más valía descansar.

 

 

Llegados a la tranquila ciudad, aunque no era algo explícito, era predecible que el manager les daría ese día libre, aún cuando el concierto fuese en la tarde del día siguiente en el Aomori Quarter. Esto, para Yo-ka se resumía a que el guitarrista era «el favorito» del manager y dado que Kei era el único imbécil de la banda capaz de quedarse trabajando en sus vacaciones, cubriendo errores a veces del mismo hombre que los dirigía o de otros miembros del staff técnico o del relacionador público inclusive, pareciera que a su jefe le removía la consciencia lo suficiente como para tener aquel gesto humano con él, permitiéndole a su familia saber que su adorado hijo menor no había muerto aún (algo que al vocalista le parecía raro, dado que en su mente el sujeto caía en la categoría extrema de «esclavista»).

 

 

Resultaba que, aquel «gesto de inusitada bondad» de parte del manager, solía tener una doble intención: al hombre le encantaba como cocinaba la madre de Kei. Por lo que, la segunda obviedad del día era que, a menos que saliera del hotel lo más rápido que pudiese, acabaría como siempre siendo sobre alimentado por la «campesina» mamá del líder, junto al manager, todo el resto de la banda (incluyendo al pobre de Tatsuya que aunque fuese temporal, estaba con ellos) y si es que, hasta algunos de los staff que a veces lograban colarse en la famosa cena para «un millón de comensales» que la señora era capaz de preparar en tiempo récord. Luego venía aquella parte en que llegaba el padre del guitarrista y los obligaba a beber, cosa que siempre terminaba con el pobre de Shoya borracho y en condiciones poco favorables para devolverse al hotel; ya había pasado varias veces. Yo-ka resopló, hastiado desde ya y miró al bajista dormitando justo por su derecha, con la cabeza apoyada en el vidrio de la Van; estaban llegando al hotel.

 

 

Aprovechando que nada más cruzar la puerta de la habitación su pareja se metió en su futón para seguir durmiendo como si fuera plena noche, él se fue a la ducha para emprender su «fuga» lo antes posible. Aún con ese par de años juntos, le parecía sorprendente como el bajista se convertía en una marmota hibernando si lo hacías tener dos conciertos de corrido. La experiencia también le decía que, así como él se ponía de mal humor los lunes por la mañana y nadie se atrevía a contradecirlo, era imperiosamente necesario no despertar al otro cuando estaba en ese estado de «recuperación de emergencia». Recordaba a la perfección que la única vez en esos poco más de dos años juntos en que el otro lo había agredido —aunque no fuese consciente y ni se hubiese enterado— fue una vez que tuvo la genial idea de lanzársele encima de sorpresa mientras dormía, luego de regresar algo (o tal vez bastante) ebrio al hotel luego de la última fecha de su primera gira regional. Había acabado con el ojo morado y le había dado tanta vergüenza que le había dicho que se había peleado con un desconocido de turno en media de la juerga.

 

 

 

Se rio apenas un instante, mirando una última vez antes de salir a su «Shoya marmota» dormido, lamentando su suerte; como era el mejor amigo del guitarrista, era impensado que zafara de la cena que seguro se le venía en unas horas.

 

 

 

En esa ocasión, el hotel estaba cerca de la costanera y del puerto, por lo que se decidió a irse por allí a pasar las horas mirando el mar. La brisa era fresca y si había algo que sí le gustaba de aquella zona del norte del país es que la afluencia de turistas era relativamente baja, por lo que se convertía en un buen lugar para literalmente descansar, luego del caos de los conciertos y lo agitado en general, de sus vidas citadinas en Tokio. Cerca del paseo del puerto había un anfiteatro en medio de un parque que estaba a unos cuantos metros del Aomori Quarter. Le pareció irónico como una escasa distancia podía separar de manera tajante la adrenalina pura de la paz absoluta. Se sentó, apoyando la espalda en un árbol, observando como las hojas empezaban a tornarse anaranjadas en esa zona del país; incluso pudo notar ya varias hojas naranjas y rojas caídas en el suelo. Estaba en aquella sencilla contemplación, cuando vio un par de pajarillos picotear unas hojas sucesivamente, moviendo luego sus cabezas de manera grácil, tal vez, ¿mirándose entre ellos?

 

 

 

Se preguntó si el aire de mar le hacía mal a la cabeza o algo, pero no pudo evitar pensar en él y en Shoya en ese momento. Recordó como aquel primer otoño juntos, acompañándole a casa, el bajista de vez en vez se quedaba atrás para recoger alguna hoja y otras tantas, para caminar sobre un montón de ellas, sin cruzar palabra entre ellos. Le sorprendía como podía recordar cosas tan insignificantes para cualquiera, pero es que, cuando se trataba de momentos a su lado, aunque tal vez él no lo supiera o incluso pensara lo contrario, todos ellos, su cara sonriente pasando como fotogramas de un cortometraje, con los ojos pequeños de risa y la boca cubierta con una bufanda, su gesto arrobador de niño contento mirando los colores de las hojas en los árboles y en el suelo; eran de los recuerdos más preciosos que tenía de él.

 

 

 

Tal como en esos momentos de antaño, se avergonzó un poco pese a que estaba solo, de no poder reprimir sus suspiros. ¿Por qué Shoya tenía que ser así? Tan especial, tan… hermoso. Cerró los ojos sin saber por qué sentía de pronto una leve punzada de dolor en el pecho.

 

 

 

 

Cuando abrió los ojos de nuevo, sólo había uno de los pájaros cerca de la hoja y, como si se hubiese simplemente cansado de su acoso visual, se fue volando hacia algún lugar del parque. Se dio cuenta en ese momento, que aquella sensación era el miedo de quedarse solo. De no poder encontrar jamás a alguien que le hiciera sentir interés genuino, ni las ganas de compartir su tiempo y su espacio o simplemente, alguien con quien por extraño que le pareciera a los demás, fuese tan cómodo estar aún en el más absoluto de los silencios.

 

 

 

Pese a que ahora tenía al bajista al fin bajo su mirada casi todo el tiempo, sabía con todo lo que había pasado, que eso no era suficiente para mantenerlo a su lado. Mirando nuevamente la hoja abandonada en el suelo, pensó que tenía que haber alguna manera de poder transmitirle aunque fuese tardíamente, parte de todas esas sensaciones indescriptibles, desconocidas y hermosas que le había hecho sentir desde un comienzo y que nunca supo cómo expresar o transparentar ni mínimamente, de otra manera que no fuera controlándolo y demandando su atención por completo.

 

 

 

El desliz de Shoya con ese deleznable sujeto le seguía pareciendo inaceptable, pero si se esforzaba un poco tratando de mirar en su relación, a decir verdad, además de contemplarlo como lo haría alguien con un objeto que le gusta mucho, le parecía que sabía muy poco acerca de lo que él en su introvertido mundo pensaba o sentía. Si realmente lo hubiese sabido, tal vez habría podido prever todo aquel desastre y haber tratado de evitarlo. Todo lo que había hecho en ese tiempo, era que se hiciera exactamente lo que él quería, confiando por completo en que la ingenua adoración que el otro le demostraba nunca se acabaría. Que nunca necesitaría nada más de él, que estar a su lado.

 

 

 

Pero los hechos le acabaron demostrando que se equivocaba.

 

 

 

Aunque el fantasma de Aoi seguía latente entre ellos como un secreto a voces imposible de tratar abiertamente sin precipitarse al desastre, no creía que toda la agonía por la que habían pasado tuviese que ser en vano. Sin importar el error que el bajista había cometido, lo que tenía más que claro, era que estar a su lado le hacía sentir completo. Que todos los días eran buenos y felices desde que estaban viviendo juntos y que era hermoso sentir su calor por las mañanas, incluso aquellos días en que era su horrible música punk a todo volumen lo que le despertaba y no el suave beso con el que, seguido de una caricia, le decía: «despierta o llegamos tarde».

 

 

Necesitaba de Shoya como si fuera el aire; para vivir, para escribir y cantar. Y, ya que al parecer era preciso hacerlo, quería intentar demostrarle esa verdad, incluso si le hacía sentir un poco frágil esa especie de dependencia que sentía por él. Quería hacerle sentir bien e intentar «quererlo» como se supone que se quieren las personas normales, aunque fuese muy difícil para él, totalmente inexperto en lo que a entregar o recibir afecto genuino, se refiere. Si bien no tenía ni idea de qué manera empezar, algo podía intuir y nunca lo había detenido el no saber cómo hacer las cosas. Pensaba que, si lograba transparentar de alguna forma que le importaba y le gustaba pasar tiempo a su lado, quizá las cosas mejorarían paulatinamente; no se harían rutinarias. Que entendería al fin, que no tenía que irse a ninguna parte ni buscar en otro lado, porque esta vez él le daría todo lo que necesitase.

 

 

Sin saber cómo, ya oscurecía, empezaba a helar y ni siquiera había comido. Lo que le asustaba de dejarse llevar en sus pensamientos, era que generalmente se le iba por completo el mundo exterior, como ya le había pasado en aquellos días oscuros mientras Kei tuvo en su departamento a Shoya. Ni siquiera tenía claridad de cuantos de esos días había amanecido, más bien a él le habían parecido noches eternas.

 

 

Se dirigió hacia el centro de la ciudad a pie, alejándose de la costanera, en busca de algún lugar donde pudiese comer algo caliente. Al ser una ciudad pequeña, en poco más de diez minutos andando ya se encontraba con algunas tiendas, bordeando los hoteles más lujosos que, evidentemente, estaban más cerca del mar por la vista. Se subió el cierre de la chaqueta de cuerina negra que llevaba; había olvidado traer bufanda. «Shoya me va a regañar» pensó, observando su propio reflejo en el escaparate de una de las boutiques por las que iba pasando. Se sorprendió a sí mismo pensando, en si el otro habría llevado una bufanda también, recordando que estaba un poco resfriado y en el segundo concierto en Sapporo se veía decaído antes de subir al escenario.

 

 

Llegó hasta la esquina y vislumbró al otro lado de la calle un local de Champon, una sopa sabrosa de carne de cerdo frita, moluscos frescos y verduras que se le antojaba de maravilla para aquella tarde-noche fresca. Esperó a que el semáforo diera verde, sin embargo, no dio ni un solo paso. Siguiendo tan sólo un impulso, se devolvió sobre sus pasos hasta una de las boutiques que vio antes.

 

Tal como esperaba, aquella noche durmió solo en la habitación. Yo-ka se preguntaba qué tan magnífica debió de haber estado aquella borrachera para que absolutamente ninguno de los asistentes volviera al hotel ese día.

 

 

Volvía de desayunar por la mañana, cuando se encontró a Shoya entrando a prisas al baño con la muda de ropa en las manos y una toalla. Se rio para sus adentros; seguro que se cargaba una resaca del diablo y el ensayo era en 40 minutos más. Los instrumentos iban a hacerlo sufrir, no había duda. Mientras esperaba ya alistado, miró nerviosamente aquella bolsa con la que había vuelto inesperadamente la noche anterior de su largo paseo. Sacó su contenido, volvió a ponerlo adentro. Se sentó al lado de ella, se paró en dos segundos, dando vueltas por la habitación; qué estúpido se sentía.

 

 

Volvió a tomar lo que había comprado entre sus manos y apenas si alcanzó a esconderlo disimuladamente tras de sí, antes de que el bajista se sentara velozmente en su propio futón doblado, mirándose al espejo de soporte, mientras se secaba el cabello con la toalla.

 

 

—¿Cómo estuvo lo de ayer? —Tanteó su estado de ánimo, antes que cualquier cosa.

—Quiero morir —soltó Shoya, en un hilo entrecortado de voz. —Al vocalista le dio la impresión de que su garganta estaba peor que la última vez. Apretó lo que mantenía oculto entre sus manos, por su espalda—… Y encima te escapaste, no es justo… le escribiste al manager y apagaste el móvil —reclamó el bajista, peinándose aceleradamente.

 

 

Yo-ka trató de armarse de valor, pero justo en ese momento alguien tocó la puerta. A los segundos, un «apúrense o la Van nos deja» se hizo oír amenazadoramente, aún con la puerta cerrada. Por supuesto que el neurótico de Kei tenía que estresarlos desde la mañana, pensó.

 

—Cúbrete el cuello, vas a empeorar —dijo de pronto el vocalista, lanzándole algo en la cara a Shoya antes de avanzar al baño, sin saber ni a qué, con el corazón latiéndole a trescientos por hora.

 

El bajista apenas y sí se lo quitó de la cara, para darse cuenta que se trataba de un frondoso pañuelo negro, con pequeñas tachas cuadradas plateadas y otras cuantas en forma estrellada, doradas, de trecho en trecho. Se quedó medio absorto por un par de segundos, le pareció con mucho estilo y le agradaba que la tela fuese gruesa y suave.

 

—¿Y esto? —Interrogó. No entendía si Yo-ka se había comprado un pañuelo nuevo y se lo prestaba o si era para él, lo que le parecía poco probable.

—Ah, tienes el ticket de cambio en la bolsa que está sobre mi futón. La dirección…

 

 

Shoya finalmente lo entendió.

 

 

—No, no… me encanta, ¡en serio! —Volvió a mirar el pañuelo con ilusión mientras se lo acomodaba al cuello, mirándose sonriente en el espejo. Yo-ka lo observaba de reojo, aún refugiado en el baño con la puerta abierta, fingiendo que se acomodaba los accesorios—. Pero… ¿por qué me das un regalo? Falta mucho para mi cumpleaños, incluso para navidad o para nuestro…

—Pase fuera de una tienda y me recordó a ti —le interrumpió, hablando de prisa. Luego pasó velozmente por su lado para sacar su propia bufanda de la percha, acomodándosela a ciegas mientras le daba la espalda, consumido por la vergüenza que se esforzaba montón en disimular.

 

 

Sobrecogido por una inusitada felicidad, el bajista se paró deprisa y lo abrazó impulsivamente por la espalda, cruzando los brazos por su abdomen desde atrás. Asomando unos segundos después, su nariz y boca por su hombro y acercándose a su oído.

 

 

—Gracias, estoy muy feliz —le susurró, sin poder dejar de sonreír.

—No te pongas cariñoso ahora, que tenemos que ir a ensayar el segundo setlist —dijo secamente, como siempre escapándose de los momentos íntimos cuando le hacían sentir demasiado; le daba un poco de miedo la forma violenta en que Shoya le hacía latir el corazón a veces. Aun así, este logró plantarle un beso en la mejilla antes de que el vocalista se soltara de su abrazo.

 

 

Aquella noche luego del concierto, se moverían de inmediato a Sendai por lo que se apresuraron lo más posible en alistarse. A Tatsuya le dolía cada músculo del cuerpo, estaba fatigado. Al divisar la Van con las luces de atrás apagadas se alegró de ser el primero, así podría escoger donde sentarse y sería Kei quien tendría que elegir el lugar más alejado de él. Se rio de tan sólo recordar como el guitarrista evitaba hasta el contacto visual con él más recientemente. Aunque al menos, estaba siendo menos descortés y si se lo pillaba de frente, le saludaba.

 

«Es un avance» meditó alegremente, sujetando la manilla de la puerta de la Van, quedándose quieto un momento al escuchar a alguien cantando en el interior. Aguzó el oído, para intentar reconocer la voz. «Malditos vidrios polarizados» pensó, mientras intentaba hacer sombra con las manos para fijarse quién le había ganado el puesto. Involuntariamente, en poco ya estaba él mismo cantando la canción y, despreocupadamente, tan sólo abrió la puerta, pillándose a Kei sentado por el medio, tarareando VERTIGO de Laputa, con los audífonos puestos, los ojos cerrados y hasta balanceándose un poco, probablemente pensando que aún estaba solo.

 

 

Desenfadado como era y entusiasmado con la canción que se oía hasta fuera de los audífonos de lo alta que estaba, se puso a cantarla, sentándose a su lado. Fue apenas en ese instante cuando Kei pareció percatarse al fin de que había alguien más, quitándose los audífonos, un poco asustado y avergonzado.

 

 

—¿Te gusta Laputa? Vertigo es mi favorita. Los cambios están muy bien, ¿no?

 

 

Kei se le quedó mirando un par de segundos tratando de recomponerse de que le estuviera hablando tan directamente, de repente. Aunque estaba sorprendido, cuando se trataba de su banda favorita, el guitarrista no podía no opinar, incluso si su interlocutor era el mismísimo Tatsuya.

 

 

—En realidad creo que el clímax de la canción está en…

—El solo después del interludio acústico y el coro que le sigue, definitivamente —«Exacto», pensó el otro, aún más sorprendido por la respuesta tan específica—. ¿Cuál es tu integrante favorito? —añadió el baterista, entusiasmado.

 

¿Iban a seguir hablando? Por un momento, pudo notar cómo pese a la escasa luz, los ojos de Tatsuya brillaban con avidez, parecía curioso.

 

—Kouichi. —Se sintió un poco avergonzado de lo obvio de su respuesta, pero casi se quedó pegado al techo de la Van cuando escuchó al otro chillar.

—¡Kouichi es demasiado genial! ¡Es un genio, es todo! —El guitarrista lo vio llevarse las manos a la cara, mientras gritaba y se agitaba un poco; parecía muy fanático.

—¿Es tu... banda favorita? —Se atrevió a preguntar, un poco más pegado al vidrio, asustado del fervor del baterista.

—¡Claro!... después de Luna Sea, por supuesto…—«Ah…» pensó Kei, un poco decepcionado. Luna Sea le parecía de lo más sobrevalorado que hay. Si había una razón por lo que Laputa le gustaba por sobre todas las bandas, era por su peculiaridad insuperable para él—. Pero la peculiaridad incomparable de Laputa me supera —continuó Tatsuya—, su música es única y la voz de Aki es tan…—Por un momento, el guitarrista dejó de prestarle atención, al nuevamente sentir como si el otro le estuviese leyendo la mente; daba miedo.

 

 

Se quedó cortado, escuchándolo hablar sin parar, de lo fanática que era su hermana mayor, con la que no se llevaba muy bien por tales razones que apenas alcanzó a entenderle al otro en su locuacidad y a la que le había robado una uñeta que esta había alcanzado en un concierto de Laputa en venganza una vez. Luego se puso a hablar de su disco favorito de la banda y hasta le mostró su playlist en el Iphone, que incluía un 80% de visual kei dividido en su mayoría entre Laputa y Luna sea y el otro 20% de música occidental, que si bien le nombró, ni alcanzó a retener, porque simplemente no se callaba ni para respirar. Estaba diciendo que la escuchaba de camino a la compañía en bicicleta, que le quedaba lejos de casa y hasta le había preguntado que cuál escuchaba él, cuando de pronto Shoya abrió la puerta de la Van.

 

—Se… ¿se van a ir sentados juntos? —preguntó el bajista incrédulo, al contemplar la peculiar escena y la boca semiabierta de Kei como si hace rato quisiera decir algo. Sólo al mirar a su amigo y sucesivamente al guitarrista, Tatsuya volvió en sí cayendo en cuenta de lo que estaba haciendo.

—¡Ah! Perdón, me entusiasma hablar de estas cosas…—soltó, sonriéndole un poco avergonzado a Kei, quien le abrió unos ojos enormes sin saber qué contestar. Shoya se rio disimuladamente al ver su cara de entre miedo, sorpresa e incomodidad—. ¡Ya me voy para atrás! —dijo animadamente, dirigiéndose esta vez al bajista, quien le miraba con gesto divertido.

 

 

«No tiene remedio» pensó Shoya, sentándose al lado de Kei, quién se puso los audífonos volviendo a encerrarse en su hermético mundo desde que Yuu estaba en descanso. Estaba plenamente convencido de que, tal como le había pasado a él mismo, terminaría agradándole Tatsuya. El chico, que desbordaba energía por doquier tenía una forma anormal de hacerse querer por la gente, su carisma natural y su cálida personalidad no eran evitables ni podían pasar desapercibidas; era sumamente amable y sociable. Aunque a su vez, viéndolo por otro lado, una personalidad tan extrovertida como la suya era terriblemente abrumadora para alguien como su amigo guitarrista.

 

«Es cuestión de tiempo» concluyó el bajista, acomodándose a su vez sus audífonos y observando al guitarrista ya dormido en el asiento del automóvil.

 

 

No había sido fácil, pero tampoco sumamente difícil tener un detalle con su querido Sho, pensaba Yo-ka, mientras esperaba a que su pareja terminara de ducharse, luego del concierto en Sendai. Se sentía aliviado, porque tendrían el día siguiente libre. Eso significaba un hecho maravilloso y real: dormir hasta el mediodía. Pese a eso y contrario a sus compañeros, el Live lo había dejado muy energizado y no quería ir a dormir aún. Tampoco había cenado y pese a que esperaba al bajista justamente para bajar a comer al restaurant del hotel, pensó que sería una buena oportunidad para intentar hacer algo distinto.

 

Pese a que ya estaba decidido, nuevamente en cuanto Shoya asomó, se sintió inusitadamente nervioso. Se quedó mirándolo de hito en hito en silencio, mientras el otro terminaba de vestirse.

—¡No me tardo! —soltó algo apurado, pensando que la mirada de Yo-ka se debía a que estaba impaciente y hambriento.

—Sho… ¿No tienes ganas de… hacer algo? —dijo apenas, sin saber por qué arrastraba las palabras como idiota, mirando el suelo.

 

 

El bajista se imaginó a sí mismo bufando con desgano, al asociar aquel «algo» equivocadamente. Estaba un poco fatigado y además tenían sexo casi diariamente… ¿no podía librarse al menos por ese día?

 

 

—¿Cómo lo haces para no cansarte después de los conciertos? Me duele un poco el cuerpo…—Hizo un gesto infantil de protesta con la boca, antes de añadir muy bajito—: ¿Podríamos no hacerlo por hoy?

—No me refiero a ese algo, idiota... —dijo el vocalista refunfuñando y un poco tímido, mirando para otro lado—. Aunque de regreso, lo haremos de todas formas —sentenció, provocándole una risita al bajista—. Quería decir… si quieres ir a dar una vuelta por ahí. Quizá haya algo interesante en los alrededores del hotel. No nos habíamos quedado en esta zona… —dijo, ya no tan seguro, al ver como el otro le tenía la mirada fija encima.

 

 

¿No era capaz de decir simplemente «salgamos a caminar juntos»? A Shoya le causó un poco de gracia.

 

—¿Y qué vamos a hacer? —preguntó curioso, sin dejar de mirarle.

—No sé, eso podemos verlo andando, ¿quieres o no? —Y ahí estaba, el siempre impaciente Yo-ka. ¿Qué no veía que apenas si lo había dicho y se ponía a hacerle preguntas? ¿Por qué no decía que sí de una vez?

—Bueno… —dijo sin más, aun secándose un poco el cabello con la toalla, sin querer instigar mucho más al vocalista; parecía un poco volátil.

—Pues vámonos ya. —En dos segundos el otro ya estaba en la puerta, por lo que el bajista tuvo que correr para alcanzarlo por el pasillo, cogiendo al paso su chaqueta y la de Yo-ka.

 

 

Casi llegaba al final del corredor, cuando el vocalista se detuvo repentinamente; por poco y Shoya no acabó con la nariz ensartada en su espalda.

 

 

—Tu pañuelo.

—El… —Apenas alcanzó a reaccionar, mientras el otro se devolvía a toda prisa, regresando en un minuto a su lado, un poco rojo. Asumió que por el apuro.

—Ponte la chaqueta —ordenó. Shoya un poco perdido por aquella actitud, simplemente se la puso tan rápido como pudo; Yo-ka tenía un gesto serio—. Estás enfermo y vas por ahí dejándote la ropa. Luego es a mí al que tienen que cuidar, porque claro… «Yo-ka es el que se enferma al mirarlo», «Ay, Yo-ka el idiota de cristal…» —Se quejaba el vocalista, concentrado en su monólogo, mientras le ponía al cuello el pañuelo al bajista, que sólo se dejaba hacer—. Estás muy delgado, dormimos poco y nos estamos esforzando mucho…—continuó, terminando de acomodar el pañuelo de manera que lo abrigase y se viese a la vez, estético; como sabía le gustaba— Cuídate un poco más —finalizó, mirándolo apenas un par de segundos a los ojos. Se giró, le estaba ardiendo la cara como si estuviera bajo el sol ardiente de verano.

 

Fue en ese breve contacto visual, apenas en esos pequeños segundos que Shoya pudo ver algo distinto en él. Su actitud desde lo del pañuelo ya le parecía un poco extraña, ¿cuándo en su vida el vocalista le había regalado algo a alguien sólo porque sí? Pero con eso, podía empezar a entender un poco más. No podía definirlo claramente, porque sólo parecía hacerlo torpemente; estaba siendo atento y demostrando un poco de preocupación por él. Algo que el Yo-ka que él conocía, haría sólo en situaciones extremas.

 

Y claramente, un simple dolor de garganta no lo era.

 

 

Esa cálida sensación que le habían dejado aquellos pequeños gestos se fue expandiendo dentro de sí, cuando por primera vez… sí, primera vez, fue consultado acerca de lo que quería cenar y no acabaron en el primer lugar abierto que encontrasen, a lo que siempre los arrastraba Yo-ka, siendo incapaz de pensar con el estómago vacío y malhumorado.

 

 

Al igual que aquellos largos trayectos que hacían a pie, por cerca de 40 minutos cuando, al comienzo de su relación se iban a casa de Shoya, la pareja transitó la mayor parte del paseo posterior a la cena, en silencio. El vocalista apreció las orillas del río Hirose desde donde habían comido, y con una complicidad inaudita, ambos se dirigieron en dirección a la rivera, de manera espontánea al salir, sin necesidad de tener que acordarlo. Si bien donde se hospedaban estaba relativamente cerca del río, no se podría decir era la parte más turística, por lo que tuvieron la oportunidad de caminar a paso tranquilo, a momentos solamente acompañados de las tenues luces que dibujaban curiosas siluetas de los árboles sobre el agua; parecían dormidos sobre el río, al igual que las pequeñas aves, patos y cisnes que solían verse en las postales populares diurnas del afluente.

 

 

Shoya no sabía explicarse a sí mismo, por qué ese momento en el que se acompañaban mutuamente en silencio sin ni siquiera tocarse, se sentía tan íntimo y especial. Creía sentirse más cerca de él incluso que cuando dormían juntos y percibía en su piel, el calor de su cuerpo. Su corazón volvía a latir nervioso, como si recién lo conociera, como sí todavía lo admirase de lejos aún inalcanzable, mientras le observaba el semblante tranquilo e introspectivo al caminar, pensando en sus innumerables secretos de los que siempre había mantenido distancia, aunque deseara desde el fondo de sí, que se los dijera. Devorar su corazón por completo y besarlo, abrazar sus dolores y acariciarle hasta aliviarlo. Y aun así, lo entendía. Quizá parte del enigma de aquel extraño y fervoroso amor, que en ese mismo instante percibía volvía a quemarlo, era lo no dicho; aquel espacio de confianza en que Yo-ka se permitía refugiarse, escondiendo su cabeza por su cuello al dormir, o pegando el oído a su pecho para poder conciliar el sueño con sus tranquilos latidos, cuando estaba demasiado estresado o no podía desengancharse del trabajo.

 

 

Yo-ka en tanto, se sentía increíblemente cómodo. A menudo cuando estaba con personas, odiaba los silencios por lo que solía llenarlos con cualquier comentario trivial. Siempre intentaba enfocar las conversaciones en los demás y nunca en sí mismo, por lo que, pese a que la gente lo consideraba un buen conversador, era más bien un falso extrovertido oculto estratégicamente para ser funcional en un entorno donde la imagen lo es casi todo. No le importaba si la gente pensaba que era diferente o excéntrico, pero no quería que percibiera sus debilidades. Se preguntaba a sí mismo en ese momento, si estaba listo para mostrárselas a Shoya; para dejarle ver abiertamente cuánto lo necesitaba. Tal vez, tan sólo el hecho de poder caminar a su lado sin soltar palabra ni sentir que se aburría terriblemente, fuese en parte una señal clara de que siempre había sido la persona correcta para eso. De alguna manera, sentía que lo que más había apreciado en el bajista, aunque sólo podía percibirlo instintivamente al principio, por medio de aquella adoración desmedida que le demostraba, era que él le quería de la manera más pura y genuina; incondicionalmente, aceptándolo por completo.

 

 

Y nunca había sentido eso de parte de nadie en toda su vida. Esperaba de alguna manera, que aún no fuera tarde para intentar demostrar la gratitud que sentía de que, pese a todo, aún pudiesen tener un momento como aquel. Era complicado traducirlo a un concepto claro y concreto, pero esperaba de a poco poder hacerle entender que, si alguna vez necesitaba una nueva parte del cuerpo para seguir viviendo, él se la quitaría a sí mismo sin dudarlo ni un segundo, porque era lo más importante en su caótico mundo; su cable a tierra y sus ganas de ser mejor.

 

—Apareció la vida… —dijo Shoya de pronto. El vocalista se sintió un poco mareado al volver a la realidad, había estado sumido profundamente en sus pensamientos.

 

Algunos puestos de comida callejera y algunas escasas parejas se podían atisbar, de trecho en trecho. Al rato, avistando una banqueta con vistas al río, se sentaron a comer algunos dulces que compraron al paso. Aunque se habían acercado lo suficiente a la zona más turística de la ciudad, aún estaba muy vacía al ser día de semana y estar bordeando la medianoche.

 

 

Esa noche un poco fría de un otoño incipiente, podía parecer insípida para cualquiera, pero para Shoya, era una de las más bellas, que estaba seguro recordaría por mucho tiempo. Sabía que Yo-ka no era muy asiduo a las demostraciones de afecto en un lugar público, pero tenía la necesidad de tocarle, aunque fuese superficialmente. Aún un poco nervioso, pensó que si como creía, el vocalista había tenido desde un comienzo la idea de hacer de esa noche «algo diferente», no le molestaría demasiado que tuviera un gesto poco habitual, para el momento o el lugar en el que estaban.

 

«Estoy pensándolo demasiado», cerró los ojos al fin, apoyando su cabeza tenuemente en el hombro del otro.

 

—Estoy un poco huesudo, ¿estás bien así? —He ahí su ínfima pero evidente resistencia. El bajista se rio para sus adentros.

—Estoy bien —dijo suavemente, cerrando los ojos una vez más. Podía oler el aroma del perfume de Yo-ka con esa cercanía y le encantaba. Así como el hecho de que, pese a que pudo haberse sentido un poco cohibido al comienzo y lo había expresado a su peculiar manera, el vocalista no había hecho nada realmente por distanciarlo y volver a parecer un simple par de amigos que pasaban el rato en la noche. Incluso cuando una persona pasó cerca de ellos, no hizo nada como eso. Se sorprendió más incluso, cuando notó como él a su vez, luego de un rato, apoyaba su cabeza en la suya. Emocionado hasta cierto punto, se aferró a su brazo para después, tomar su mano suavemente.

 

 

Por alguna razón, con eso Yo-ka sintió que le empezaba a faltar un poco el aire, aunque no se trataba de algo negativo en lo absoluto. A decir verdad, nunca se lo había dicho, pero le gustaba cuando era espontáneo y surgía de pronto con aquellas pequeñas acciones que le parecían dulces; era algo que realmente adoraba de él.

 

—Shoya… —casi susurró, involuntariamente. Sentía su garganta en el estómago o a la inversa—… ¿estás feliz?

 

 

Quería saberlo de verdad, con todo su corazón. Por un momento, a su vez, el bajista sintió que se derretiría de amor. Movió levemente su cabeza, rozando así su nariz con la mejilla del otro, en un pequeño mimo.

 

—Sí —le dijo, igualmente en un hilo de voz, como si fuera un tierno secreto.

 

Yo-ka no pudo evitar con eso, apretar un poco más su mano entre la suya. Sintió más que nunca aquella instintiva conexión que tenían, cuando, casi como si hubiera podido percibir aquel extraño y súbito calor que invadió sus labios, él otro se acercaba de a poco hasta ellos.

 

 

 

«Yo también»

 

 

 

Resonaba en su cuerpo y sus labios, en ese momento.

 

 

 

«Yo también estoy feliz»

 

 

 

 

Quería decirlo.

 

Pero los labios de Shoya le alcanzaron más rápido que las palabras.

 

 

 

Sólo pudo sentir que aquel momento calmo, vertiginoso y dulce a la vez, representaba para él, lo que era la felicidad más genuina en este mundo.

 

 

Y que no quería que aquel anhelado sueño acabase nunca.

 

 

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

Sus impresiones, sugerencias y quejas por 40 hojas de actu serán bien recibidas y respondidas a la brevedad jajaja, ¡sus reviews son alimento feliz para mí! ñom jajaja

 

 

Nos leemos <3


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