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-Diamond Virgin- [Todakanu tegami] por aiko shiroyama

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Notas del capitulo:

Y bueno, aquí estamos, tarde como siempre jajaja 
Lamento la espera, ya saben lo caótica que se pone la vida a veces.
 
Dedico este capi a doña Carla, quien ama las parejas atípicas tanto como yo.
 
Me ha hecho feliz recibir de varios lectores que pensaba se habían perdido, emocionados ante la noticia de la actu. No avanzamos taaanto como esperaba, pero mostramos todas las relaciones muy bien, que dará el enganche emocional necesario para la resolución y el inicio de un nuevo caos en el próximo capítulo. Ya podrán vaticinar ahí el inicio del final de esta historia.
 
 
Recuerden que las cursivas van para palabras extranjeras y para resaltar o hacer énfasis en ciertas palabras en español.
 
 
Sólo para recordar, en Japón los autos se conducen por la derecha en vez de la izquierda. Esto les ayudará a imaginar mejor una escena en el capítulo.
 
Yurei son fantasmas japoneses, existen de muuuchos tipos, aun así, se entiende como ente sobrenatural que estuvo vivo alguna vez, a diferencia de Yokai que apunta a otro tipo de entes de origen sobrenatural.
 
Sobre las descripciones de Osaka, si bien estuve en Namba, no tuve la oportunidad de recorrerla plenamente puesto ese día llovía a cántaros y yo iba a un concierto de otro artista. Sin embargo intenté describir lo mejor posible el entorno, al igual que con Aomori en el pasado capítulo. Me preocupé de buscar aquellos detalles que la memoria me hizo olvidar.
 
Como deben saber, el Takoyaki es una comida típica de Osaka que consiste en bolitas rellenas de pulpo caliente. Las venden en puestos callejeros incluso y son baratas en relación al resto de comida local.
 
Acerca de los Love hotel, debo agradecer la ayuda valiosa de unos cuantos youtubers que han hecho videos alocados acerca de lo raros que pueden ser estos lugares en Japón, pagando las habitaciones para verlas por dentro xD Si hacen una búsqueda rápida, podrán encontrar videos al respecto con facilidad.
 
Y bueno, con  todos estos mini spoilers xD espero que lo disfruten <3

Capítulo XVII: Eclipse

 

 

 

La siguiente fecha de la gira fue en Kanazawa, una ciudad costera en el centro sur de la isla principal. En cuanto llegaron, esta vez fue Yo-ka quien se lanzó sobre la cama en cuanto la vio: no había dormido casi nada en la noche, ni en el trayecto desde Sendai. Estuvo ocupado con Shoya, quien sorpresivamente había sido quien había empezado a quitarle la ropa de encima poco después de regresar al hotel, luego de dar un par de vueltas por ahí en su día libre.

 

 

Era como si, la noche previa frente a la rivera del río, hubiera hecho un misterioso “click” entre ambos. Como si, luego de caminar a tientas el uno al lado del otro, finalmente, se hubiesen visto de frente, con la fascinación de quien ve un eclipse solar por primera vez; alguna especie de suceso extraordinario.

 

 

Y, honestamente, no es como si quisiera quejarse de ser un explorador nocturno de Shoya, ni de ser explorado a su vez por él; no estaba nada mal. Sonriendo para sí, acomodó la almohada bajo su cuello, observando sorprendido al bajista quien lucía fresco y descansado, ya estirado sobre su propia cama entretenido en su móvil con gesto alegre. Nadie podría suponer que no había dormido más de tres horas.

 

 

Pese a que amaba hacer conciertos y el mundo desaparecía cuando se subía al escenario, estuvo todo el día haciendo todo lo relativo a la presentación en automático. Se preguntaba, a media hora de iniciar la presentación en vivo, si acaso la sonrisa de Shoya, la calidez de su mano en la suya o sus ojos pequeños luchando contra el sueño, observándolo después de hacer el amor, podrían hacerse algo adictivo para él.  Todas aquellas cosas eran, como cientos de caras oscuras de la luna, que de pronto tenía a su alcance.

 

Y le gustaban tanto, que no podía pensar en nada más que volver a obtener más de aquello pronto.

 

 

Se encontraba aun meditando sobre eso cuando, el bajista que desfilaba en sus pensamientos obnubilados apareció frente a él en persona, sacando apresuradamente un cigarro; parecía estresado. Se demoró un par de segundos en darse cuenta de que Yo-ka estaba sentado en el suelo, con la espalda apoyada en la pared del balcón. Se sentó entonces espontáneamente a su lado, buscando tal vez, un poco de aquella complicidad y cercanía que habían tenido recientemente.

 

—¿No puede sólo empezar de una maldita vez? —dijo al aire, bufando. Si de conciertos se trataba, pensaba que le gustaría saltarse toda aquella parte en que Kei se ponía histérico mandando a todo el mundo y los técnicos y el staff se atropellaban por hacer los arreglos que demandaba a cada momento; muy su amigo podía ser, pero referente a ese aspecto suyo, le odiaba. Simplemente, parecía incapaz de dejar que la gente hiciera lo que tenía que hacer sin meter su nariz en ello. Harto de darle vueltas, se tanteó los escasos bolsillos del traje hasta sentir en donde había dejado el encendedor. Pero justo cuando iba a elevarlo una botella de té caliente se cruzó por su cara.

—No fumes. Bebe esto… quizá te calme.

 

 

Ni siquiera lo había pensado, pero era lo que más tenía a mano y lo que había descubierto a él mismo le servía más que fumar, justo antes de subir al escenario. Sin embargo, supo de inmediato que había hecho lo correcto en cuanto vio aquel rostro contrariado, pasar de un breve gesto de sorpresa a una sonrisa, para luego, sentir como sus labios eran besados tenuemente apenas un segundo, seguido de aquel «gracias» en un susurro que se alejó cruelmente rápido, a su parecer. Sin poder evitarlo, lo asió del cuello del traje para besarle nuevamente, sorprendiéndose de como Shoya lo detuvo, poniendo una mano sobre su hombro.

 

—El maquillaje. —Le recordó, aprovechando de quitar con su pulgar los restos de labial rojo intenso que traía, que incluso en aquel leve contacto había manchado los labios del vocalista. Él sólo pudo interpretar aquella sonrisa dulce y la mirada fija en sus ojos, como una provocación.

—Puedes pintártelos de nuevo —refutó persistente, aún sin soltarle y con la vista fija en su boca. El bajista no pudo contener una pequeña risilla; no recordaba a Yo-ka jamás casi rogándole por un beso. Sentirse de pronto necesitado por él, le generó una espontánea felicidad casi adrenalínica, por lo que siguiendo su instinto, quiso probar los límites un poco más. Luego de asegurarse de que sus miradas se encontrasen por unos segundos, se acercó a su rostro con los labios entreabiertos, sólo para, en el último momento darle un rápido beso en la mejilla, casi en la comisura de los labios a su pareja.

—Después del concierto —soltó con una sonrisita juguetona, antes de ponerse de pie lo más rápido que pudo.

—¡Shoya! —le reprendió, fallando al intentar agarrarle. Se sintió al borde de la indignación al verlo alejarse riendo.

 

Y aun así, no podía negar que aquello le había gustado. Por primera vez, tan sólo quería acabar rápido para tener al bajista sólo para él en su habitación. Sin poder contenerse, incluso apenas cruzaron al backstage luego de la presentación, se las arregló para arrastrarlo hasta un rincón apartado aunque fuese un momento, para acabar con aquellos restos de labial a sus anchas, sin importarle estar sudados hasta el mismísimo alma. Sin embargo, Shoya se valió precisamente de aquel argumento para lograr evitar que aquella escapada efusiva terminara en una situación más íntima. Pero una vez en el hotel, no tendría excusa alguna, pensaba Yo-ka, duchándose en tiempo récord y apurándolos a todos.  

 

Tal como previó el bajista, nada más cruzó la puerta de la habitación fue a dar a una pared de frente, con Yo-ka aprisionándole desde atrás, como un animal en celo. Con su pulso aumentando a un millón, se dejó tentar un momento con aquella mano desvergonzada que se coló directamente bajo su pantalón, acariciándole íntimamente, mientras la otra le sostenía la frente desde atrás, exponiendo así un poco su cuello que el vocalista recorría con su lengua gustosamente, sin poder evitar soltar leves jadeos, producto de las ansias que había estado conteniendo todo el concierto.

 

 

Una vez más, se sintió su presa y pese a que una parte de sí adoraba eso, estaba encariñándose con aquella sensación de igualdad, en la que se había sentido respecto a él, en los últimos días. Si estar en sus brazos era intenso, vibrar juntos tal vez sería de otro planeta. Siguiendo aquel deseo, se volteó como pudo, sin poder evitar la hambrienta boca de su pareja, que lo dejó sin aire casi de inmediato.

—Yo-ka…—intentó hablar entremedio de su demandante beso—…no alcancé a ducharme —dijo lo más rápido posible, mientras él se entretenía de inmediato en algo nuevo, mordisqueando su oreja.

—No importa, vas a sudar de todos modos —le soltó sugestivamente sobre el oído, al tiempo que apretaba sus muslos, pegándose a él. 

 

 

Iba a tener que tratar de otra forma si quería bajarle un poco el ritmo al vocalista. Llevó sus manos alrededor de su cuello y pegó su nariz a la suya.

 

—Por favor… —Le pidió bajito, en el tono más meloso que encontró en su registro. Al escucharle bufar, pudo adivinar anticipadamente su victoria.

—Rápido —ordenó.

 

 

Estaba terriblemente impaciente y el bajista lo sabía, así que literalmente corrió al baño. Yo-ka se lanzó sobre la cama, intentado respirar lento para calmarse un poco, aunque le estaba costando lidiar con las pausas de Shoya. Por su parte, el otro trataba de pensar en cómo podría hacer para intentar mostrarle a su pareja que, a veces le gustaría que fuese más despacio para poder sentirle un poco más.  Si bien estuvieron cerca de eso en alguna ocasión, desde que vivían juntos la mayoría del tiempo en cuanto a su intimidad se trataba, era sometido absolutamente por la bestia carnal de su pareja, quien era algo malo respetando sus límites o su cansancio. Sin embargo, quería pensar que, ya que parecía estar esforzándose por prestar atención a lo que sentía o necesitaba, podría intentar enseñarle ese ritmo un poco más consciente, que quisiera lograr con él a veces.

 

 

Sabía que con palabras sería imposible, por lo que no valía la pena pensarlo demasiado. Y de todas maneras, siempre se habían entendido mejor a través del contacto físico. Sin saber muy bien que esperar, pero decidido, se dio una última mirada a sí mismo en el espejo, antes de vestir únicamente la bata y salir.

 

 

Apenas si alcanzó a avanzar un poco por el pequeño pasillo del baño al centro de la habitación cuando el otro ya lo había interceptado, demandante. Pudiendo corresponderle apenas, intentó caminar en reversa para guiarlos a ambos hasta la cama. Con Yo-ka así como estaba, bien sabía que podía acabar contra la pared, sobre algún mueble de turno o en el mismísimo suelo, sin que importara mucho que hubiesen tenido un concierto de dos horas hacía nada.

 

 

En cuanto sintió el borde de la cama, Shoya se sentó deteniendo al vocalista por las caderas a tiempo para que no se le fuese encima. Acariciando con sus manos su cadera alta, las cruzó por su espalda, apoyando su mentón en su esternón, mientras admiraba su silueta bañada tenuemente por la luz cálida de la lamparilla de velador. Como esperaba, no hizo falta mucho para que él se inclinara a tratar de besarle. Dejando apenas que sus labios se juntasen un poco, lo empujó levemente hacia atrás para ponerse a su altura e ir tomando sutilmente el control de la situación. No sabía si él lo permitiría, no tenía idea de si iba a resultar; sólo quería confiar en aquella profunda e instintiva conexión que tenían a nivel no verbal.

 

Quería creer que él lo entendería.

 

Profundizó aquel beso, mientras se permitía quitarle la chaqueta al otro que parecía demasiado concentrado en eso como para ser consciente de que traía demasiada ropa encima en comparación a él que estaba sólo en bata. Apenas le hubo quitado la camiseta, sólo bastó que acariciara su espalda para que a su pareja le diera un subidón de lujuria y le abriera la bata casi rompiendo el cinto, mientras tironeaba del piercing que traía en el labio inferior.

 

 

En cuanto Yo-ka le bajó la prenda de un tirón por el hombro derecho, se pego a él, impidiéndole que se la quitara por completo; el corazón le latía desbocado, sentía que estaba luchando. Llevó una de sus manos a su rostro en tanto él aún subía, mordiendo y besando desde su hombro hasta su cuello y en cuanto aprisionó sus labios una vez más, sutilmente fue profundizando aquel beso, separándose a momentos apenas centímetros para respirar y luego continuar, no sin antes rozar sus labios palpitantes con los del otro.

 

 

Dejándose llevar por lo que hacía, al fin sintió como su temperatura corporal subía; sentía su cara ardiendo. Aquel calor se hizo un poco más insoportable cuando notó como, probablemente de manera involuntaria a Yo-ka se le escapaban suspiros, entremedio de aquel largo beso. Encantado con eso, hizo de aquellas pequeñas pausas algo un poco más largo, notando cómo cuando intentaba distanciarse apenas lo suficiente para que sus narices no se rozasen, el otro le seguía instintivamente con los ojos cerrados; parecía embelesado.

 

 

¿Lo había logrado?

 

 

Se permitió como pocas veces podía, acariciarle más a gusto; le encantaba el cuerpo del vocalista, era un hecho, pero a menudo sentía que no podía disfrutarlo de la manera en que quisiera.

 

Evidentemente, el autocontrol de su pareja no iba a ser inmune por mucho a aquellos rasguños lentos pero profundos por su espalda, a los jugueteos de su lengua en su boca o sus húmedas lamidas y besos en su cuello y clavículas, por lo que, en menos de lo que hubiese querido, ya se encontraba con Yo-ka encima en la cama. No obstante, no parecía como otras veces, empeñado en limitar sus movimientos o en ir «directo al grano». Sus manos temblaban un poco de la emoción que sentía de poder acariciarle, mientras él se entretenía más tiempo de lo usual, yendo y viniendo entre su ombligo y su cuello.

 

Finalmente, de alguna manera logró desarmar aquel fuerte nudo que él mismo había creado al tironear de la bata ferozmente antes. Se complació al notar aquel automático arqueo en la espalda del bajista, cuando bajó aún más, repartiendo húmedos besos por los huesos de su cadera.

 

 

Fallando como siempre a su autocontrol, soltó un audible gemido al sentir la boca del otro envolverle vehemente, subiendo y bajando con fuerza, haciéndole tocar fondo en su garganta un par de veces. Shoya sintió que, si no actuaba rápido acabaría corriéndose más rápido que en toda su vida, por lo que sin saber muy bien cómo, en apenas un instante en que liberó su miembro se giró deprisa logrando quedar sobre su pareja.

 

Se sentó a horcajadas sobre él y extasiado acarició su bien formado abdomen con sus dedos. Atrapando luego sus costados se inclinó sobre él para besarle y al notar el sugestivo movimiento de caderas que de forma instintiva había empezado Yo-ka bajo él, se movió también dejando que él ahogara libremente todos sus gemidos en el húmedo y necesitado beso que compartían.

 

En poco, aquel roce rítmico y constante sobre la ropa interior que aún conservaba únicamente el vocalista se le hizo insoportable, por lo que sin poder esperar a que él decidiese hacerlo, la tironeó con desesperación para quitársela, agradeciendo que colaborase al levantar las caderas.

 

Yo-ka estaba definitivamente sorprendido, pero la incrementada participación de Shoya le estaba haciendo sentir bien. Sin embargo, no sabía cuánta libertad más pudiese permitirle si seguía lamiendo su miembro de aquella manera tan gustosa. Intentó apartar los ojos de su rostro varias veces sin poder aguantar poco más de un segundo sin volver a mirarle, se inclinó un poco sin poder marginarse de aquella vista, hasta que justo luego de que al fin decidiera meterlo por completo a su boca, sus miradas se encontrasen en el segundo preciso.

 

 

«A la mierda el autocontrol» pensó el semi-rubio, antes de casi alzarlo por la cintura para poder volver a besarle. Necesitaba entrar ya en él: no aguantaba más. No obstante, en cuanto quiso dejarle debajo, notó casi incrédulo como el bajista se resistía con todo su peso. Al intentar una vez más, lo único que consiguió fue que el otro se le sentara encima, apoyándose en su abdomen con ambas manos e inclinándose un poco.

 

 

Lo maldijo en su mente, porque sabía que no había manera de que pudiese hacerle entender cómo le torturaba viéndose tan sensual con la bata abierta y caída de un hombro, los labios entreabiertos y rojos y aquella mirada fija en la suya; sentía que algo dentro de sí, iba a empezar a arder de improviso y los quemaría a ambos. Si quería estar arriba o abajo, dejó de importarle en poco. Sólo sabía que necesitaba volver a besarle y tocarle o iba a morir. Iba a morirse de ese terrible deseo y aquel ardor tan intenso que le venía de pronto del pecho al resto del cuerpo.

 

 

Se sentó entonces, apoyándose con una mano y aferrando la otra a su cintura, mientras al fin unía sus labios a los del otro. Pese a que fue apenas un momento en que estuvo lejos de su boca, le había parecido una breve agonía deseándolo tanto. Supo en aquellos pequeños mordiscos que Shoya le daba en los labios a momentos, con una mano enredada en su cabello húmedo, que estaba deseándolo mucho también. Casi le dolía sentirlo sobre sí, de lo sensible que estaba.

 

 

Agradeció cuando sintió la mano de Shoya rodear su miembro, al parecer dispuesto a atenderlo, pero no pudo contener el gemido y el temblor que recorrió su cuerpo al sentirse abruptamente dentro suyo; tuvo que darse un poco de apoyo con las manos atrás, al encima recibir en su oído derecho los jadeos y pequeños quejidos que le soltaba el otro al, luego de aquella brusca auto-penetración, mover su cuerpo inclinándose un poco, siguiendo la postura de Yo-ka, mientras empujaba sus caderas cada vez un poco más abajo con una leve cadencia circular.

 

 

Sentía que iba a perder la cabeza en cualquier momento. No sabía qué era exactamente, pero estaba sintiendo muy intenso. Además, pese a que ya había perdido la cuenta de cuantas veces se habían acostado, sentía que había maneras de Shoya que nunca podría terminar de entender. A veces, le parecía que le gustaba sentir dolor en el sexo, como en esos mismos momentos; no le había dado ni chance de prepararle mínimamente. Y si bien sabía que él tendía a hacer las cosas a lo bruto, tampoco era un desnaturalizado. Por eso mismo, en las ocasiones en que era así, aunque estuviese reventando de ganas, no se atrevía a moverse un milímetro dentro suyo salvo él diera alguna señal de que así lo quería.

 

 

Acarició desde su cabello a su espalda suavemente con una de sus manos y entonces, el bajista levantó su mentón del hombro de su pareja donde descansaba un par de segundos acostumbrándose a la intromisión y luego de tan sólo rozar su nariz con la propia de manera tierna, le sonrió. Yo-ka se sintió idiota al notar como tan sólo ese gesto podía acelerarle el corazón de esa manera. Lo apegó a sí con uno de sus brazos e incorporándose un poco más, lo sintió al fin moverse.

 

Buscó sus labios con desesperación a medida que el movimiento se iba haciendo cada vez un poco más frenético. Pese a que solía ser bastante creativo en la cama, en ese momento se sentía incapaz de salir de él o separarse de su cuerpo, completamente pegado al suyo, ni por un segundo. Le sentía apretarle con fuerza, enterrar sus dedos en su espalda y también sus uñas, cada vez que golpeaba aquel punto de placer que hacía sus gemidos más audibles.

 

 

Le estaba gustando muchísimo, no había parte de su cuerpo que no sintiera en aquella posición, teniéndole sentado sobre sí, se aferraba a sus muslos, sus nalgas o su espalda cuanto quisiese, mientras le mordía los hombros, que por alguna razón, le encantaban. Estando de esa manera, era Shoya quien contralaba el movimiento y no podía simplemente estar más encantado de la forma en cómo sus besos se volvían más lentos, húmedos y profundos, condiciéndose con el movimiento de sus caderas. No quería dejar ir aquella lengua traviesa y sensual, que de pronto le parecía tener un sabor adictivamente dulce, pero esta se alejó de él no sin antes lamerle los labios. Shoya se apoyó con ambas manos atrás y con movimientos circulares comenzó a aumentar el ritmo. La forma en que se movía, su cuerpo sudoroso y la manera terriblemente sensual en que se mordía los labios en ese mismo momento le precipitó a embestir con más fuerza y sin poder apartar la mirada de la suya, le masturbó lascivamente, convirtiendo la habitación en un festival de gemidos, al no poder contenerse mucho más ninguno de los dos.

 

 

Casi como si lo hubiese premeditado, un segundo antes de sentirle terminar, el bajista se incorporó aferrándose a su cuello con fuerza para gemirle sobre los labios. Se dejó caer con él encima, eyaculando también en ese momento. Le costaba respirar y temblaba, aquella sensación, permaneció en él mucho más que de costumbre.

 

 

En poco, la fatiga empezó a ganarle. Observó a Shoya quien se había acomodado por su lado izquierdo, volteado hacia él y sólo notó que estaba acariciando su rostro casi como un acto reflejo, cuando el otro le devolvió la mirada y puso una de sus delgadas manos sobre la suya, en su mejilla. Suspiró involuntariamente y se sintió tontamente avergonzado al ver como el hermoso hombre frente a sí, le sonreía al notarlo.

 

 

Se preguntó si acaso estaba volviéndose adolescente de nuevo o algo, pero no iba a seguir haciendo el ridículo, así que le besó largamente, hasta notar que su respiración se hacía más pausada; estaba quedándose dormido. Se distanció apenas, para mirar su rostro relajado y luego cerró los ojos, pasando un brazo por alrededor de su cuerpo, disfrutando en secreto de sentir su aliento en parte de su rostro.

 

—Yo-ka… —Escuchó de pronto, su nombre en un hilo de voz proviniendo de sus labios.

—Umh…—murmuró apenas. Estaba tan adormilado que no le respondía parte alguna del cuerpo.

 

Estuvo atento unos momentos, con los ojos cerrados. Pero al no escuchar nada más pensó que tal vez soñaba.

 

—Te amo.

 

Apretó los ojos con fuerza. De pronto y sin entenderlo bien, los ojos se le anegaron de lágrimas. Eso y el estómago con ese misterioso calor o aquellas extrañas cosquillas en las manos de las ansias que tenía de tocarle sin poder detenerse, eran sensaciones tan abrumadoras en ese mismo instante, que casi podían con su agotado cuerpo. Y aunque siempre consideró que el sexo era un terreno en el que era poderoso, la verdad es que en ese momento se sentía tan vulnerable, que se sentía incapaz de separarse ni un centímetro de aquel cuerpo amado y completamente suyo, frente a él.

 

Mientras se le escapaban un par de lágrimas contra su voluntad, se arrepintió de todas las veces que antes se burló de otras personas que le dijeron aquel par de palabras, que hasta antes del suceso que fue para su vida el conocer al bajista, le parecían tan vacías y carentes de significado. Porque en ese momento, las sentía en cada partícula de su cuerpo. Como si al ser entonadas sólo por su voz, vibrando en aquella frecuencia especial, sometieran a su cuerpo a un extraño e ineludible hechizo, tierno, intenso y hasta doloroso. Cuyo único alivio, llegaban a ser sus besos, la calidez de su abrazo y los latidos de su corazón, muy cerca del suyo, acompasando su dormir.

 

 

 

Camino a Tokio para la fecha en Shinjuku, Kei transitaba entre dormitar y mirar su teléfono. No es que fuese algo extraño en él mirar su móvil, ya que siempre estaba alerta a cualquier eventualidad, sin embargo, en los trayectos de traslado solía intentar descansar dado que las giras parecían exigirle más energía de la que poseía en todo su cuerpo. Era un esfuerzo realmente extenuante, aunque siempre valía la pena, si era con aquel grupo de idiotas que pese a todo, eran también sus amigos.

 

 

El problema radicaba justo en aquella última parte; se sentía incompleto. Ahora estaban haciendo una de sus giras más largas sin Yuu, por primera vez. Al principio, al verle responder tan bien al principio del tour, no se imaginó que las cosas podrían ponerse tan mal y aquello le provocaba una amarga sensación, más al sentir que tenían a un invasor en su lugar. Le molestaba muchísimo, porque encima Tatsuya era en efecto bastante bueno en lo que hacía y sabía reaccionar adecuadamente a los imprevistos, como cuando a Yo-ka le daba por cambiar los setlist a su antojo a última hora o en el mismísimo escenario. Era casi como si, sin haber compartido con ellos más que algunas semanas, supiera exactamente lo que tenía qué hacer y cómo hacerlo. Y, contra todo pronóstico, esa bendita eficiencia suya le irritaba sobre manera y no era por otra razón que, simplemente, le dejaba sin excusas válidas para poder expresar la frustración terrible que le causaba que no todo estuviese siendo como en su cabeza lo había ideado; sabía que era injusto, pero no podía evitarlo.

 

 

Por si fuera poco, pese a que se preocupaba de escribirle a Yuu todos los días, le parecía que este había empezado a responder cada vez más cortante y con menos frecuencia y, aunque le había escrito que estarían en Tokio un par de días, no había manifestado entusiasmo alguno; no tenía idea de qué estaba pasando. Cada vez que intentaba preguntar como seguía su brazo o si había iniciado algún tipo de tratamiento, le salía con alguna evasiva o terminaba la conversación de manera un poco apresurada. ¿Lo estaría haciendo sentir presionado? Habían pasado dos días desde la última vez que intercambiaron mensajes… ¿Tal vez debió haberlo llamado por teléfono? ¿Se sentiría dejado de lado… o remplazado?

 

 

Agitó la cabeza, negando inconscientemente. Eso no tenía sentido, si había sido él mismo quien había puesto a Tatsuya en su lugar. Él lo había escogido, sin preguntarle a nadie.

 

 

Bufó molesto, sin saber con quién en realidad.

 

 

Dirigió la vista hacia el final de la Van, donde solía «arrinconarse» el baterista de soporte, aprendiendo que bajo los escenarios todos resguardaban bastante su «burbuja» de espacio personal. El guitarrita estaba tan contrariado con sus pensamientos, que ni notó cuando el otro ya le estaba mirando.

—Eh… ¿pasa algo, Kei? —No fue hasta esa interpelación que se dio cuenta de lo que hacía. El baterista tenía los ojos un poco más abiertos de lo normal; le asustaba un poco la mirada fija del otro con el ceño fruncido. No pudo evitar en su mente repasar todo lo que había hecho en el último concierto, incluso hasta lo que había dicho, buscando algún error que hubiese cometido o algo que pudiese haberle disgustado. «No debí preguntar», incluso se cuestionó, al ver al otro aún en silencio.

 

 

No obstante, se sorprendió al ver pasar ese gesto molesto en el otro, a uno levemente triste.

 

—Nada. Estaba pensando, lo siento. —«Ojalá hubieses hecho algo, así podría sentirme menos estúpido», pensó Kei, desviando la vista hacia la ventana

 

 

El joven baterista se quedó mirándolo aún un par de segundos, mientras él parecía cerrar los ojos para dormir. No entendía a Kei, era verdad, pero le parecía con el pasar de los días que no se trataba de que fuese realmente un tipo intratable, sino que, parecía que todo alrededor de sí, se trataba de resolver asuntos del resto. Tatsuya no podía evitar pensar que, si al líder le pagaran por todo lo que realmente hacía en la banda, sería millonario y hasta tendría su propio estudio o algo por el estilo. Eso, si es que no le daba un infarto o un derrame cerebral primero, pensó trágicamente, al verlo realizar su ya clásico ademán de sobarse el tabique de la nariz. «Se estresa hasta cuando debería estar relajado», se lamentó, observando a Shoya por el asiento de delante, con los pies colgando, dormido de cualquier manera —una de sus extrañas habilidades— y a Yo-ka a su vez, que había acabado yéndose al asiento de atrás justo a su lado, por las maneras tan raras de estar del otro, que simplemente lo había dejado sin lugar. También yacía dormido, con los brazos cruzados por el pecho y el gorro cubriéndole los ojos.

 

 

Con los audífonos por encima del gorro dominando en parte su alargada cabellera negra algo desaliñada fuera de los escenarios, Yuu observó la hora en uno de los grandes relojes digitales de la urbe de Shinjuku, mientras cruzaba la calle a paso calmo para entrar a un local. La ciudad yacía iluminada ante la inminente caída de la noche; faltaba poco para que la banda llegase a la ciudad.

 

 

Y con eso, para el regreso de Kei.

 

 

Le parecía ridículo como en una semana, podía extrañarle tanto. Aunque si lo meditaba bien, de hacía al menos unos cuatro años que venía viéndolo casi a diario, desde que se habían conocido en el mismísimo lugar donde se encontraba en ese momento sentado, en un bar subterráneo en el siempre mal visto pero magnético Kabuki-cho. En el connotado «barrio rojo» de Tokio, se encontraba a apenas diez minutos a pie del icónico Shinjuku BLAZE, live house que era casi un Budokan para las incipientes bandas visual kei, que con suerte reunían si es que, una docena de personas entre tres bandas.

 

 

Llevándose a la boca la cerveza que la chica de la barra le acababa de dejar enfrente, recordó que no era extraño ver sujetos en traje de performance incluso si no debían presentarse; repartir flyers e incluso discos grabados artesanalmente afuera de los conciertos, era una práctica habitual en aquella época. Las peleas entre miembros de distintas bandas por «levantarse fans» entre ellos, también.

 

 

Y vaya que poco glamoroso era ver a un grupo de tipos con pinta de travesti dándose puñetazos, arrancándose trenzas y pelucas o corriéndose el maquillaje a manotazos. No faltaba quien incluso llevaba unas tijeras que, contra todo pensamiento homicida, lo único que hacían era asesinar outfits, que era más desmoralizante que una puñalada si había que considerar que se invertían en ellos las escasas ganancias de los discos, si es que tenías la suerte de haber grabado uno.

 

 

Había sido justamente escapando de uno de aquellos pleitos entre los tipos de una banda «rosada» y su propia banda de aquella época que ni siquiera sabría cómo definir, que el pelinegro había terminado entrando a aquel mismo bar, lleno hasta reventar, para poder refugiarse a finales del año 2008. El aire era asfixiante en ese largo y angosto pasillo que constituía todo el espacio del local, apenas y sí se podía ver entre el humo de los hombres de traje, sus corbatas en el suelo y el par de garzones que casi se deslizaban como peces entre un caudal demasiado diverso de gente. Pretendiendo desaparecer cuanto fuese posible, caminó hasta el final de la barra, sorprendiéndose al notar como el espacio donde probablemente habrían entrado unas tres o cuatro personas más, estaba extrañamente vacío.

 

 

De las maderas del suelo, pasó a mirar las patas de los asientos altos inexplicablemente vacíos, y luego, como un avistamiento, un pálido muslo a medio tapar con un pantalón de tipo liguero, negro. Como si hubiera sido un espejismo, aquel níveo trozo de piel desapareció bajo un abrigo rojo, en el momento en que su dueño percibió la mirada acosadora. En el rincón apenas iluminado, yacía un sujeto con el cabello escarmenado y peinado de lado, pintado de un rojo escandaloso por la derecha y de negro por la izquierda, como si la botella de tintura se le hubiese acabado a medio camino. Fumaba hasta por los codos y acumulaba ya un cenicero frente a él de al menos una cajetilla.

 

 

Su propio atuendo, al lado de ese foco rojo vivo en contraste con el látex de su pantalón, le parecía extremadamente simple; nunca había visto a alguien que luciendo tan extravagante, pudiese verse tan bien y no simplemente ridículo.

 

 

Y probablemente, aquello le encandiló.

 

 

Curioso y emocionado sin saber exactamente porqué y olvidando el motivo por el que había entrado, simplemente se sentó a su lado en silencio, tan sólo para poder observarle mejor; a él, sus cigarros y su vaso con un líquido alcohólico igual de rojo que su pelo, que parecía no ser el primero, al lado de otros cuatro vacíos. Mientras esperaba una cerveza, recorrió con la vista el camino de contraste de colores, desde sus uñas rojas y negras pasando luego a su abrigo y subiendo hasta el cuello negro de cuerina de su chaqueta roja aterciopelada, llegando al fin a su impresionante cabello, fascinándose con el nuevo contraste entre su piel pálida y sus ojos con unas lentillas grises, que de pronto, se le clavaron de frente.

 

 

Aun haciendo su mayor esfuerzo, no recordaba con exactitud, cómo habían acabado dormidos en una plazoleta cerca de las tiendas de discos donde las bandas famosas hacían eventos instore en Shinjuku, luego de haberse perdido por las convulsas calles del barrio rojo de Tokio. Sólo le daba un ataque de risa cada vez que recordaba a Kei balbuceando borracho y soez por teléfono en plena madrugada, pidiéndole encarecidamente a todos los miembros de su entonces banda, a los que llamó uno a uno, que se fueran a la mismísima mierda.

 

 

«Contraste», después de todo, parecía una palabra adecuada para definir todo lo que era Kei para él, o todas las versiones de él que había conocido: a aquel más joven, alocado y apasionado al que le hervía el visual kei en las venas sobre el escenario y perdía la consciencia en las noches en los suburbios de Tokio o aquel, responsable y empático ser que, con resaca, le había llamado tímido y casi dulce al día siguiente disculpándose por no recordar su nombre, pero sin olvidar que habían hecho una estúpida promesa de meñiques, acerca de formar una nueva banda.

 

 

Y dado que de todas formas la borrachera los había dejado a ambos sin banda en medio del ataque de furia telefónica del guitarrista, que no contento con disolver su propio grupo le había hecho renunciar al propio, le pareció una disculpa válida dejar que se hiciera cargo del futuro laboral de ambos.

 

 

Pese a que el paso de los años hizo a Kei renunciar al alcohol y las malas experiencias al respecto, lo llevaron a encerrarse cada vez más dentro de sí, en favor del aspecto más serio y responsable de su personalidad, lo cierto era que aquella pasión no había desaparecido en lo absoluto; había transmutado a canciones. A esos riffs intensos y melodías peculiares, en las que ponía todo su corazón.

 

 

Y Yuu podía sentirlas, era tocado por ellas. Porque para sí, aquel hombre al que ahora todos llamaban líder, seguía siendo exactamente el mismo que, sencillo y sin maquillaje, le sonrió espontáneamente como bienvenida a la audición a aquella dichosa banda llamada Valluna, de la cual prácticamente ya formaba parte.

 

 

Aquella tímida sonrisa e inusitada pasión oculta, había sido sólo el comienzo de un camino sin regreso para él.

 

 

Suspiró y cerró los ojos un momento, queriendo conservar ese recuerdo en su mente un poco más, pero sintió su teléfono vibrar. Apuró el último sorbo de su cerveza para retirarse lo antes posible. Aunque le dolía el corazón más que el brazo a momentos tendría que enfrentar la realidad, tarde o temprano.

 

 

Cerca de las 9 de la mañana un adormilado Kei hacía un esfuerzo sobre humano por levantarse de la cama y arrastrarse a la puerta de su departamento, mientras el timbre sonaba. «Seguro que el idiota de Yo-ka acaba de notar que se dejó la billetera en el asiento», pensó molesto, recogiendo el artículo invocado, desde su propio velador.

 

 

Apenas si alcanzó a abrir la boca, ya preparado para soltarle una reprimenda al irresponsable de su vocalista, cuando sintió como unos brazos se adentraban rápidamente y lo levantaban levemente del suelo, desplazándole hacia adentro.

 

 

Con el corazón latiéndole a mil por hora, se dejó hacer mientras los brazos de Yuu le apretaban contra sí en silencio, apoyados en la puerta ya cerrada tras la espalda del más alto.

—Idiota… —se atrevió a susurrar, mientras el pelinegro le daba pequeños besos veloces en la frente, los ojos, mejillas y hasta en la nariz, jugueteando, antes de al fin besarle en los labios. Sólo se colgó a su cuello, olvidando que estaba molesto con él o siquiera por qué lo estaba.

 

 

Yuu pensaba que podría observarlo todo el día por horas, mientras lo veía yendo y viniendo entre desarmar una maleta y armar otra; simplemente le parecía demasiado injusto que fuese a pasar apenas dos días en Tokio, para irse otra eternidad (para él) al otro extremo del país a terminar la gira.

 

 

Aún estaba demasiado absorto en aquello de mirarle cuando el otro ya se había sentado frente a él en la cama e intentaba llamar su atención agitando la mano frente a sus ojos.

 

—¿Vas a la reunión de hoy? —A decir verdad, la banda era lo que menos le preocupaba a Yuu en ese momento. Se tomó un segundo para pasarle el cabello tras la oreja a Kei y contemplarle un poco más, como si no lo hubiese hecho ya por un par de horas.

—Tengo algo que hacer —respondió finalmente, dubitativo. Ocultando además, que le parecía absurdo ir a las reuniones cuando ni siquiera estaba participando de forma activa en la banda.

 

 

Más cuando sabía dentro de sí, que tal vez ya nunca pudiese volver a hacerlo. No pudo evitar un sentimiento amargo al pensarlo.

 

 

Tan sólo cerró los ojos sin poder evitar sonreír cuando percibió una suave caricia de Kei sobre su mejilla, al notar su rostro repentinamente sombrío. Lo asió de la cintura y se dejó caer sobre él en la cama. Sintió como contenía el aliento justo cuando sus labios se rozaban y de improviso, le mordió la punta de la nariz, riéndose del quejido de entre molestia y sorpresa que soltó el guitarrista, quien empezó a retorcerse en medio de aquel ataque de cosquillas y besos veloces que le cayó encima repentinamente; casi no respiraba de la risa.

 

 

Y el baterista creía, que simplemente podría morir en ese momento convencido que había tenido una vida feliz, mientras sentía su calor y escuchaba su risa ahogada, sosteniéndole entre sus brazos.

 

 

Conduciendo hacia la compañía, el guitarrista no podía dejar de sentir que no estaba en el camino correcto, aún cuando sabía qué es lo que tenía que hacer exactamente durante todo aquel día. Había que armar los setlist de las restantes fechas de la gira en el sur y ensayar aquellas que no hubiesen tocado en un tiempo, puesto las canciones nuevas del álbum era lo que tenían más fresco, pero bien sabían era bueno cuidar la nostalgia. De este modo, consideraban, podían mantener contentos a aquellos fans que estaban desde el primer momento y a la vez, apuntar a esos que buscaban algo innovador en ellos.

 

 

En cuanto cruzó la puerta del salón y le dio una mirada rápida a todos, incluido el soporte, que no tenía ni idea de por qué estaba presente antes del ensayo si no le correspondía, lo supo: no quería estar allí. Miró rápidamente la hora, apenas pasaba de las 12 y el setlist para la presentación de Shinjuku al día siguiente, estaba listo desde antes que siquiera partieran hacia el norte.

 

 

«Al demonio», pensó, ya decidido y arrojando una carpeta que traía consigo sobre la mesa.

 

 

 

[Kei  

-

¿Qué tal vas con lo que tenías que hacer? ¿Todo bien?

 

 

 

Yuu observó el mensaje, casi a punto de salir del subterráneo, en dirección al centro médico donde debía recoger y revisar unos exámenes. Le quedaba lejos desde el departamento de Kei, pero pensó que poco le importaba si podía aprovechar el escaso tiempo a su lado.

 

 

No obstante, iba atrasado y eso le sentaba un poco mal. Sin pensarlo demasiado le envió una respuesta de voz, mientras corría, mencionando adonde se dirigía y que sólo iba a retirar unos exámenes y que no era nada importante. Notando que había sido un poco frío, envió un segundo mensaje deseándole suerte y parándose apenas un segundo frente a un cruce, añadió un sticker un poco cursi pero que sabía que al otro le encantaba, seguido de un corazón. Sólo entonces se sintió satisfecho.

 

 

Sin perder el tiempo, Kei lanzó el bolso dentro del auto y cerró la puerta antes de Yo-ka lograse meterle un brazo por entremedio.

 

—¡Oye, no puedes irte! ¿Sabes cuántas canciones tenemos? —Shoya le atajó, poniéndose por delante, al ver como Yo-ka parecía querer irse encima del auto del líder—. ¿Es que no ves lo que hace? —continuaba alegando, mientras sacudía unas hojas por delante de la cara del bajista que no sabía exactamente qué hacer—. ¡Idiota! —añadió aún, dirigiéndose al guitarrista, histérico, mientras alcanzaba a golpear el borde de la puerta con uno de sus brazos.

—¡Por una vez en tu vida, ház algo que no sea causar problemas, imbécil! —le respondió, antes de subir el vidrio por completo, perdiéndose la mandíbula casi desencajada de la impresión y la cara de indignación absoluta de su vocalista. ¿Cómo no iban a ser capaces de seleccionar por sí mismos unos cuantos setlist?, pensó, hartándose. Se cruzó el cinturón rápidamente, para largarse cuanto antes. Pudo atisbar a lo lejos a Tatsuya acercándose, desde el ascensor del estacionamiento.

 

 

Bufó, exasperado. Si tenía que llevárselos a todos por delante, ya poco le importaba. Metió la llave, encendiendo el motor.

 

—¡Hey, idiota! —El energúmeno de Yo-ka ya se le había ido de control a Shoya y ahora trataba de sacudir su auto con ambas manos a lo bestia—. ¿Crees que la maldita guitarra va a tocarse sola en el ensayo? ¡Ni siquiera sé qué mierda tengo que cantar mañana! —Eso simplemente rozaba lo intolerable para Kei, que olvidándose de todo lo que podría llamarse buenas maneras, simplemente le hizo un gesto grosero con el dedo del medio, para luego poner las manos al volante y al fin marcharse —. ¡Se supone que la banda era lo más importante! —alcanzó a oír el guitarrista.

 

 

Y a Tatsuya casi le dio un paro cardíaco cuando vio como el líder que ya había virado bruscamente después de avanzar la nada, daba un frenazo violento y se bajaba del automóvil, azotando la puerta.

 

 

Estaban a punto de presenciar los 5 minutos de ira de Kei.

 

—Escucha, maldito energúmeno de mierda, ¡no tienes derecho a decirme algo como eso! ¡Y tú tampoco! —apuntó a ambos, vocalista y bajista sucesivamente, sin que ninguno se atreviera siquiera a pestañear; estaba rojo de la rabia y sólo entonces Yo-ka pudo entender que tal vez se había pasado un poco con lo que había dicho y hecho—. ¡Ustedes simplemente de preocupan de sus asuntos y dejan que yo me haga cargo de todo lo demás y ya me cansé! ¡Pueden irse a la maldita mierda, todos ustedes! ¡Y tú también! —chilló, sin poder medirse, al notar como el soporte lo miraba, asustado. La única reacción que tuvo este fue medio esconderse detrás de Shoya, como había hecho el vocalista apenas vio a Kei bajarse del auto—. ¡Sabrías lo que tienes que cantar si hubieras revisado el estúpido correo que te envié a las dos de la madrugada el día antes de irnos a Hokkaido, mientras tú dormías con Shoya, o lo que fuese que le estabas haciendo!

—Pero Kei… —intentó hablar el bajista.

—¡Kei, nada! —le gritó. Y haciendo una pequeña pausa, trató de tomar algo de aire o se iría al suelo de la impotencia—. Escuchen, van a tomar esa carpeta y hoy en la noche van a enviarme los malditos setlist de la parte del sur. ¡¿Es muy difícil?! —Se quedó mirándolos, mientras nadie atinaba a reaccionar—. ¿Es muy difícil? —repitió, ya bajando un poco el tono de voz.

 

Los tres negaron con la cabeza, sin decir nada.

 

—Bien. Ahora me voy, porque Yuu me necesita en este momento y no otro. Y van a dejarme en paz.

 

Los tres asintieron, en absoluto silencio. Entonces, se dio la media vuelta dispuesto a regresar a su auto, estacionado en medio de la nada; si así se le podía llamar a dejarlo atravesado en diagonal tapando el paso a lo que fuera.

 

—Kei…

—Qué quieres —le respondió a su vocalista secamente mientras volteaba a mirarlo, rogando que no saliera con alguna otra estupidez; le dolía la cabeza con el subidón de rabia que le había dado.

—Aunque nos odies, no vas a dejar la banda o algo como eso… ¿verdad?

 

 

Se quedó en silencio un par de segundos y los observó detenidamente; parecían niños después de ser reprendidos por su maestra del jardín de infantes. Aquel pensamiento le hizo soltar una risita inesperada. «Manga de idiotas» pensó, ya más cariñosamente, al ver como Shoya volvía a respirar de pronto.

 

Inhaló y exhaló un par de veces lentamente con los ojos cerrados, calmándose.

 

—No, sólo se cancela lo de hoy, pero no me iré a ningún sitio. Sólo hagan lo que tienen que hacer, ¿está bien? —dijo al fin en un tono más amable, moviendo las manos en un gesto explicativo y más calmado.

—La banda no sería nada sin ti… —Yo-ka asintió, aún medio escondido detrás del bajista, quien hablaba—, perdónanos por hacerte enojar —añadió, notando que el otro parecía haberse relajado al fin. En toda su corta carrera, Kei era el único que nunca suspendía cosas, pedía más plazos ni fallaba en nada. Incluso si no era un buen momento para decidir hacerlo, tenía razón en todo lo que había dicho y le sentaba mal de pronto sentir, que eran una carga para él.

 

 

Y además, si no hubiese sido porque mencionó el nombre de Yuu, ni se habrían acordado que existía.

 

 

El baterista pelinegro sintió que se le iba el corazón a la garganta cuando atisbó por la acera del frente aquella delgada silueta con lentes oscuros, acercándose a él con una sonrisa. ¿Pero que se suponía que hacía Kei a esas horas ahí? Con lo mal que se sentía en ese momento, se le hizo doloroso tener que sonreírle de vuelta.

—¿Y… cómo ha ido? —La cara de Yuu se lo dijo todo, incluso sin mover los labios—. Bueno… no te preocupes tanto, ¿está bien? —Acarició levemente su hombro, mientras caminaban hacia donde había aparcado su auto—. Seguro encontraremos a alguien que pueda ayudarte.

 

Se le hacía casi insoportable oírlo, porque él sabía que aunque lo deseara con todo su corazón, las posibilidades se reducían cada vez más.

 

—De verdad, Yuu… encontraremos a alguien. Te ayudaré —añadió Kei, ya ajustándose el cinturón.

 

 

El pelinegro se abrochó el propio aún sin poder soltar ni una sola palabra y es que no sabía qué sucedería si lo hacía, con el nudo horrendo que tenía en la garganta. Pensaba en lo que probablemente había significado para Kei tener que cancelar su siempre sobre humana agenda sólo para poder, espontáneamente, acompañarle sin saberlo en uno de los momentos más duros para él y le dolía el corazón.

 

 

Mientras el auto empezaba la marcha, sintió vértigo. Desde el día mismo que había salido del centro médico por primera vez, no había hecho otra cosa más que mentir a todos, pero sobre todo a sí mismo. La situación era mala: tenía que decirle la verdad.

 

 

Esperó hasta el primer semáforo en rojo, sin poder vislumbrar qué clase de reacción podría tener el hombre al volante.

 

—Se me ha roto un ligamento en el brazo, Kei —soltó sin más, mientras con el codo apoyado en el borde de la puerta del automóvil, desviaba la vista hacia la ventanilla. No pudo ver así, la tensión instantánea y evidente en las manos del otro, ni adivinar en un segundo de fragilidad, el temblor que empezaba a apoderarse de ellas, pero que disimulaba eficientemente apretando el volante con toda su fuerza.

 

No hubo respuesta alguna de su parte. Sólo notó como en poco, avanzando un par de cuadras, se detenía en un lugar que se pudiese estacionar y detenía el motor.

 

Yuu inhaló fuertemente, de pronto sentía que el espacio en sus pulmones se había reducido dramáticamente.

 

—Eso es mucho más grave que una tendinitis… ¿verdad? —dijo Kei, arrastrado las palabras, aún sin soltar el volante y con la vista fija en sus manos. De pronto, sentía como si la gravedad se hubiese vuelto algo terriblemente amenazante, como si de pronto, el suelo les fuese a tragar.

—Lamento no haberlo dicho desde un principio Kei, pero simplemente creo que no podía asumirlo, ni pensaba que de verdad fuese tan grave… ¿sabes? He visitado a casi una veintena de doctores, pensando que tenía que ser un error, que seguramente… No lo sé —Se detuvo, temiendo que se le quebrase la voz. Respiró lentamente y continuó—: he ido a otro tipo de profesionales incluso, pero creo que sólo empeora y… —Se detuvo abruptamente, cuando Kei de pronto agarró su mano derecha con la izquierda propia, aún sin sacar la otra del volante.

 

Pudo percibir como ese agarre tembloroso se hacía paulatinamente más fuerte y sin poder aún siquiera mirarle, sintió que no podía contener ni un segundo más sus lágrimas o se le reventarían los ojos.

 

Tapándose la boca y con los ojos cerrados, sólo dejó que sus mejillas se humedecieran silenciosamente, hasta sentir como la mano de Kei no le sostenía más. Lo único que podía pensar bajo toda aquella presión mental, era que podría entender si se sentía decepcionado de él y si todo el mundo lo odiase desde ese día; por mentir, por ser débil, por tener un cuerpo frágil y por ser incapaz de seguirle el ritmo a una banda que iba cada vez más alto y más deprisa.

 

 

Pero todos aquellos pensamientos, se detuvieron en el segundo en que, luego de notar como el guitarrista quitaba el seguro del cinturón de seguridad que le sostenía sin tener ya el propio, le envolvía en tal vez el abrazo más cálido de toda su vida.

 

—Está bien si lloras…—En cuanto le escuchó decir eso, no pudo hacer más que aferrarse a él, sintiendo al mismo tiempo la amabilidad de su caricia, la suavidad con la que acariciaba sus cabellos y la firmeza de su brazo y su mano apoyada en su espalda—. No era lo que esperábamos, pero si ya sabemos qué es, podemos enfrentarlo como corresponde… encontraremos a alguien, aquí o dónde sea… no importa cuánto tome. —En ese punto, Yuu no sabía qué era más cálido, si la amabilidad de sus palabras o el calor de su cuerpo, en el cuál se sentía envuelto por completo, y con eso, al menos un poco reconfortado.

—Tengo miedo, Kei… tal vez no pueda volver a tocar la batería nunca… —soltó entre sollozos. El guitarrista sintió como si se le fuese a partir el corazón, literalmente.

—Eso no va a pasar, Yuu. —Le besó en la frente y le refugió en su cuello—. Vamos a luchar porque no sea así. —Se le hacía difícil a su vez contener las lágrimas, de tan sólo imaginar aquella posibilidad, pero se obligó a ser fuerte. Sabía y entendía perfectamente, que la batería era todo para el hombre que abrazaba fuertemente contra sí. Pensaba que ojalá, ojalá pudiese darle uno de sus propios brazos para que pudiese seguir tocando, para que volviese a ser feliz, como cuando le había conocido, siempre impaciente por volver a ponerse tras los tambores.

 

 

El pelinegro se separó apenas unos centímetros para poder sentir tus labios.

 

 

«No voy a dejarte»

 

 

 

Fue lo último que escuchó de él en un susurro y que atesoró en su corazón un segundo antes de besarle al fin.

 

 

Aquella tarde, la pasó durmiendo a su lado. Le pareció una burla como el tiempo se sucedía tan deprisa cuando querías que más lento pasara. Se levantaron tan sólo para cenar algo, mientras charlaban. Dentro de sí, mientras el guitarrista buscaba de manera incansable información en su computador y charlaban acerca de las posibilidades que tenía o qué tipo de profesionales serían más idóneos para su problema, no podía dejar de pensar cuánto admiraba su perseverancia y su eficiencia cuando se trataba de resolver cosas. «Tiene que haber una manera» era una frase que le había escuchado decir cientos de veces a él y al seudo desquiciado de Yo-ka, cuya propensión a tomar riesgos sin ni meditarlo, más la conducción y prudencia de Kei para dirigir esa energía desbordante, eran los responsables de haber impulsado la banda hasta dónde se encontraba actualmente y de seguro, llegarían tan lejos cuanto quisieran. Para él y quizás para todos en la banda, Kei era un elemento esencial; como la tuerca central que hace que el mecanismo funcione correctamente o, simplemente, como aquel que le daba cuerda al submundo en el que vivían cada día y les permitía sortearlo todo con éxito.

 

 

Se sintió un poco mal de ya no estar escuchándolo desde hace un par minutos, aunque asentía mientras lo miraba, atento a cada detalle de su rostro, de sus gestos, de sus manos que habían agarrado la costumbre de moverse mientras explicaba cosas al igual que el vocalista, y su voz, que pese a ser grave, hacía inflexiones suaves cuando quería hacerse entender.

 

 

Pensaba que, si tenia que estar separado de él unos días más y tal vez muchos en el futuro, al menos podía permitirse ese sencillo acto de contemplación. Sin poder evitarlo, acarició su cabello y sonrió cuando notó como de un segundo a otro, al guitarrista se le iba la sangre al rostro y desviaba la vista, tapándose la boca; probablemente estaba tan concentrado hablando, que ni era consciente de que lo estaba mirando desde hace un rato, hasta ese mismísimo momento.

 

 

Quitó el computador portátil que se interponía entre ellos y apoyando la mano en una de sus rodillas, se inclinó levemente hasta él, hasta apoyar su frente en la suya y tomar suavemente su rostro. Estar tan cerca de él, era dulce y vertiginoso, así lo sentía en ese momento en que profundizaba su beso, acariciándole con su lengua. Ni siquiera la mínima distancia entre ellos, le hacía sentir satisfecho; su rostro ardía, mientras la necesidad de contacto se le hacía mayor, desplazando, sin saber por qué, tímidamente su mano por su muslo hasta su cadera.

 

 

Sintió que era un momento crucial, cuando luego de besarse largamente entre caricias tímidas, se separaron apenas centímetros sosteniendo mutuamente el rostro del otro con los ojos cerrados, mientras sólo sentían la respiración contraria sobre los labios, aún entreabiertos.

 

¿Era un mensaje subliminal? ¿Era el momento?

   

 

Leer a Kei era difícil, no sabía si podía ir más allá, ahora que no actuaban impulsivamente. Ahora que eran plenamente conscientes de cada segundo que compartían. No pudo descifrarlo, ni tampoco percibir el leve temblor que se apoderaba del otro, incapaz también de tomar la iniciativa. Tan sólo lo abrazó, besando su frente mientras intentaba moderar sus pensamientos algo subidos de tono, apoyados en el espaldar del sillón.

 

Una vez se consideró un ser humano con dominio de sí nuevamente, miró su reloj; empezaba a ser entrada la noche y el guitarrista tenía un concierto que dar al día siguiente con DIAURA.  Por lo que decidió que lo más prudente (aunque no quisiera) sería dejarlo descansar. Un concierto siempre significaba levantarse muy temprano y para Kei en específico, estresarse un montón vigilando que todos hicieran lo que se supone debían, sin cometer errores que les costaran tener una presentación mediocre (algo que le costaba en extremo tolerar). Se levantó deprisa, para poder sostener la voluntad de separarse de él. Como no le miró demasiado, no pudo percibir el leve gesto de decepción en su guitarrista, al que su personalidad peculiarmente introvertida en lo que a asuntos amorosos respecta, no le permitiría jamás pedirle que se quedara si percibía que quería irse.

 

—¿Irás a vernos al concierto? —consultó, viendo como el baterista se calzaba los zapatos ya en el recibidor de su puerta.

—No sé si pueda, tengo algo que hacer hasta entrada la tarde… —mintió. En realidad, no se sentía del todo listo para ver a Tatsuya en su lugar, con lo mucho que quisiera estar tras su propia batería. Sabía que era un sentimiento contradictorio, pero ponerlo ahí era una decisión que obedecía más a su instinto de proteger a la banda y sobre todo a Kei, que a su propio bienestar.

 

 

Y ahora que las posibilidades de regresar se hacían escasas y casi inexistentes, la frustración de saber que tarde o temprano sería reemplazado, le podía. Era más fuerte que él.

 

—Entiendo —dijo en un tono disminuido, mientras miraba sus propios zapatos, ahora solitarios, cerca de la puerta.

—Nos veremos apenas regreses, lo prometo —le susurró ya de cerca, dejando un tenue beso en su frente y luego en sus labios, antes de abrir la puerta. Antes de cerrarla delante suyo, observó a Kei inmóvil con la mirada aún fija en el suelo y se sintió flaquear—. ¡Da lo mejor! —añadió, en un tono de voz animado y con una sonrisa que no supo de dónde sacó.

 

Su voluntad terminó de quebrarse cuando vio como el otro levantaba la vista al fin hacia él y con una sonrisa dulce que no alcanzaba a sus ojos, le hacía un gesto de despedida con la mano.

 

Tan sólo juntó la puerta sin poder cerrarla por completo, su corazón estaba golpeando tan fuerte que sentía que rompería sus costillas. Tal vez, el magnetismo que sentía por el del otro era tan fuerte que tan sólo quería irse volando de su cuerpo para estar siempre cerca suyo.

 

 

Apenas pasaron unos cuantos segundos antes de que abriera la puerta para estrechar a Kei entre sus brazos casi violentamente, al tiempo que este buscaba instintivamente sus labios. Aquel beso, fue diferente a cualquier otro que se hubiesen dado. El calor, la humedad, la profundidad y el abrazo presuroso en el que no podían estar más unidos, fueron demasiado evidentes esta vez.

 

Aun así, se aventuró a hacer una última pregunta.

 

—¿Puedo quedarme esta noche?

 

Tan sólo recibió un leve asentimiento por respuesta y luego sin poder separarse ni un milímetro ni dejar de besarse, retrocedieron adentrándose en el departamento, hasta caer sobre el sillón.

 

 

Siendo cerca de las 14:30 de la tarde del día siguiente, Kei pasó por el lado del manager quién se quedó boquiabierto cuando sencillamente le respondió un «ya sé», a su intento de reprimenda por venir llegando dos horas por encima de lo pactado al ensayo general del concierto de Shinjuku. Lo segundo que vio, fue la cara de cinco metros de Yo-ka apenas cruzó la sala en la que ya lo empezaban a maquillar.

 

—¡No quiero más chocolates, por una mierda, Tatsuya! —gritó, sin ninguna consideración a su compañero de soporte, quien acto seguido se tragó de dos mordidas la golosina que él mismo le había ofrecido del puro sobresalto.

—Sólo intenta ser amab… —Intentó decir Shoya, pero el vocalista no estaba de humor para nada.

—¿Te parecen horas de llegar, maldita sea? —interrumpió a su pareja, increpando a Kei— ¡Tuve que hacer tus solos de guitarra con mi voz, idiota! —le gritó enfadado, mientras le daba una mirada de odio a través del reflejo del espejo. La estilista intentaba hacer su trabajo a duras penas, mientras el otro se agitaba.

—Ah, ¿y qué tal?, ¿te salieron afinados? —le dijo el líder como si nada, mientras se apresuraba en comprobar el estado de su guitarra.

 

 

Shoya y Tatsuya se rieron sin poder evitarlo. Luego, el baterista salió de la habitación.

 

 

—¿Qué mierda se fumó Kei? —soltó Yo-ka, un poco desencajado por su actitud desenfadada.

—Amor le llaman…—dijo Shoya, bajito y rápido. Aun así, una mirada fulminante se le clavó encima, haciendo que se arrepintiera en el acto de haber soltado el comentario impulsivamente—. Ups… —añadió, girándose hacia el semi-rubio.

—Ahhh, claro… —Enganchó el vocalista de inmediato—. Anoche pasamos por fuera de la casa de Yuu y no había luz, ¿te acuerdas, Sho? —El bajista le hizo una señal con los ojos mientras le hacía un gesto con la mano para que se callara, pero al otro le importó bastante poco—. ¿Estaba tan mal que tuviste que quedarte a cuidarlo? —culminó, dirigiéndose al líder, al tiempo que levantaba una ceja, suspicaz.

—Qué sé yo… quizá se fue a dormir temprano —intentó mentir. Se quitó el polerón, de pronto le estaba entrando calor de tan sólo repasar, incluso de manera superficial lo que en verdad habían hecho la noche anterior.

—Claro, en tu depa… y no dormiste ni mierda, por eso vienes llegando a estas horas, ¿a qué sí? —interrogó Yo-ka, mientras la estilista asentía como si nada.

 

Kei abrió la boca indignado. Pero el otro estaba lejos de querer callarse.

 

—Curiosamente no te has sentado en todo este rato… vaya —remató, con una sonrisa malintencionada.

—¡Yo-ka! —se apresuró en detenerlo Shoya.

 

 

Pero sólo se callaron todos cuando el estruendo de la taza de Tatsuya que había ido por un café se escuchó en el suelo; se maldijo a sí mismo por su nivel de torpeza. Kei se giró dándole la espalda y se llevó la mano a la boca absolutamente avergonzado, mientras el bajista le daba un pellizco que hizo gritar al semi-rubio vocalista.

—¡Auch! Y qué sabía yo que estaba oyendo, ¡no te acerques! —chilló aún, agitando un cepillo de pelo amenazadoramente hacia él, como si fuese un arma.

 

 

Tatsuya, más rojo que el labial de Yo-ka, se apresuraba en terminar de recoger los trocitos de taza. Ya casi se iba cuando escuchó al otro aún medio susurrando—: Ni que fuera tonto para no darse cuenta.

 

 

«Así que tenía razón», pensó, mientras dejaba todo aquel desastre en el basurero más cercano. Pese a eso, le costaba imaginarse a Kei en una situación así. A lo mejor porque lo veía de semblante serio todo el tiempo o cosas por el estilo, poco capaz de apasionarse de otra manera que no fuese el enfado. «No está bien» se reprendió mentalmente, ¿cómo podía obviar el hecho de que el líder de la banda fuese después de todo una persona? Las personas se enamoran, tienen sexo y así. Volvió a recordar aquellas miradas cariñosas y alegres, que se daban el guitarrista con el pelinegro nuevamente, en aquella incómoda cena a la que había sido obligado a asistir.

 

 

Suspiró, extinguiendo aquel recuerdo al cerrar los ojos apenas un instante.

 

De cualquier forma, con eso, el origen de aquella obvia aversión que parecía mostrar contra su persona le parecía completamente lógica, concluyó, mientras intentaba eliminar del todo de su imaginación las imágenes algo eróticas del líder junto al batero pelinegro, que le había evocado aquella conversación.

 

Su imaginación solía mantenerlo a salvo a menudo, ayudándolo a escapar de situaciones estresantes, pero también había momentos en que se le hacía tremendamente antipática, como aquel; a veces le era difícil dejar de fantasear o soñar despierto.

 

 

Sin embargo, pronto su mente se vio ocupada por otra interrogante: teniendo programada una presentación en Tokio le parecía extraño no haber visto a Yuu por ninguna parte, ni antes del concierto ni durante el mismo. Recordaba que en la cena de aquella vez, había dicho muy ligero de cuerpo, aunque ya no sabía si en broma o en serio, que cuando se presentasen en la capital iría a «supervisar» que estuviese tocando la batería a la altura de la banda. De cualquier manera, no apareció y aquella presentación en particular en Shinjuku, acabó teniendo un clima anímico bastante extraño. No sabía si porque Kei había llegado extraordinariamente tarde y esto había acabado afectando el humor de Yo-ka o no, o porque el cansancio de la gira ya se estaba haciendo sentir.

 

 

Simplemente tenía la sensación de que, pese a que había sido un espectáculo técnicamente perfecto, a diferencia de los anteriores, había carecido por parte de todos, de la pasión que habitualmente les caracterizaba.

 

 

No obstante, una vez en el avión de camino a Osaka por la mañana, no le dio más vueltas. Habitualmente, él era así: no gastaba su tiempo pensando en cosas que ya habían sucedido, prefería poner sus energías en mejorar lo que tenía por delante, con actitud alegre y enérgica.

 

 

Por lo que, ya en el Osaka Muse apenas unas dos horas desde que se habían bajado del avión, ya se sentía demasiado inyectado de energía, tal vez por la cantidad de azúcar que había estado ingiriendo para calmar su ansiedad de empezar a tocar de una vez. Como él al ser miembro de soporte no necesitaba maquillarse más que superficialmente y tan sólo andaba con un atuendo negro al que le iba variando las prendas de concierto en concierto, sólo iba de aquí para allá, probando la batería, paseándose por la pista viendo las pruebas de luces, fumando otro tanto y volviendo a sentarse frente a la batería, ajustando los platillos y la altura del banquillo inclusive. Mientras estaba en eso, notó como alguien lo miraba desde una pequeña distancia, mientras le pegaba a los tambores y ajustaba nuevamente. De pronto, aquella mirada del técnico de sonido se cruzó con la suya y sólo sonrió amablemente, como hacía siempre, recibiendo otra sonrisa de vuelta.

 

—Eres bueno… —alargó la última palabra, dubitativo.

—Tatsuya —completó él, sonriendo otra vez.

—Tatsuya —repitió el hombre—, si Yuu no vuelve, espero llegues a ser baterista oficial. No creo que encuentren a alguien mejor que tú.

 

 

«Eso es imposible» rio amargamente en su mente. Sin embargo, su interlocutor no se dio cuenta de su gesto repentinamente desanimado.

 

 

—Gracias —respondió, poniéndose de pie y secando las palmas de sus manos en su cómodo pantalón de buzo —. Pero seguro Yuu volverá pronto. Él también es muy bueno —finalizó, con otra de sus características sonrisas, antes de alejarse por detrás del escenario.

 

Se tanteó los pantalones, su teléfono estaba vibrando y sonando y tal vez no lo había notado por el ruido del lugar; había música de la misma banda sonando por los altoparlantes.

 

—Tatsuya.

—¿Sí? —respondió algo extrañado, sin entender por qué el bajista lo llamaba en vez de mandarle un mensaje o ir por él estando en el mismo Venue.

—Bueno… sé que esto es raro, pero… ¿no está Kei contigo?

—Shoya… ¿bromeas? —«No está con él» le escuchó decir, seguido de un audible «mierda», que de seguro era Yo-ka. Se quedó en silencio, presintiendo que algo no andaba bien.

—¿Pasa algo?

—Es que…

 

 

Lanzó el teléfono contra el suelo, importándole poco si se rompía o algo; si no le servía para escuchar la voz de Yuu en ese mismo maldito momento, no le parecía más que un pedazo de plástico inútil. Kei se abrió la chaqueta del traje, empezando a sentirse sofocado mientras tenía la sensación de que a cada segundo, los sonidos de su propio corazón se hacían cada vez más insoportablemente audibles en su cabeza.

 

 

Odiaba que sucediera, pero otra vez estaba pasando.

 

 

Se encerró en uno de los cubículos del baño, con la imperiosa necesidad de estar lo más oculto del mundo posible, incluso si no había nadie cerca que pudiese observarle. Intentó respirar lento infructuosamente, mientras se llevaba las manos temblorosas al rostro, bañado en lágrimas y sudor.

 

 

¿Cómo demonios era posible que se hubiesen olvidado de algo tan importante en Shinjuku? Pensaba Tatsuya, mientras caminaba a toda velocidad por los pasillos del recinto, recorriendo cada rincón. Según le pudo entender a Shoya y Yo-ka que se interrumpían el uno al otro al hablar, entre nerviosos y desesperados, Kei tenía que hacer la prueba de sonido hacía una hora, pero justo cuando iba para allá, uno de los técnicos le había dicho de la manera más gentil posible, que su pedalera de multi-efectos en la que tenía grabados absolutamente todos los efectos de sonido que utilizaba en ambas guitarras con las que estaba de gira, no estaba entre el equipaje de banda.

 

 

Muy probablemente, se había quedado en Tokio.

 

 

Eso significaba básicamente, que tendría que tocar con la distorsión básica de ambos instrumentos de manera tan artesanal como cuando era un amateur de secundaria y siendo el único guitarrista de la bendita banda, no le daba el tiempo de intentar ecualizar con distintas pedaleras sin que sonara un horrible vacío, ni por muy Yamaha ni nada que sus guitarras fueran. El desesperado técnico trataba de ofrecerle distintas pedaleras, mientras Kei le gritaba casi fuera de sí que no podría tocar con ninguna y que eran todos unos grandísimos inútiles, entre otras palabrotas que era inusual escuchar en él.

 

 

 

De hecho, según Yo-ka, que se veía incluso un poco sudoroso y hablaba el triple de rápido de lo normal, nunca había visto al líder perder los cabales de esa manera antes de un concierto. Y aunque Shoya le decía entremedio que Kei hallaría una solución y estaba ocupado en eso seguramente, el vocalista, dando vueltas por la sala no parecía muy convencido y soltaba improperios al aire, insultando al aludido en su ausencia.

 

 

En resumen, luego de dejar al técnico y al staff callados y temblorosos, el guitarrista simplemente había salido disparado con atuendo, maquillaje y todo hacia algún lugar y ya había pasado poco más de una hora de eso y nadie tenía ni idea de dónde estaba.

 

 

El problema es que iban quedando poco menos de dos horas para que el show comenzara y no recogía las llamadas. Shoya ya había ido a buscarle por las tiendas de instrumentos musicales aledañas al sector, poniéndose apenas un abrigo y una gorra encima para poder pasar algo desapercibido y Yo-ka… bueno, el vocalista sólo se había dedicado a reventarle el teléfono en llamadas durante todo ese tiempo; después de todo, había que encontrar una maldita solución y era el peor momento para que se pusiera a «jugar a las escondidas», según el impaciente semi-rubio.

 

 

El joven baterista se paseó una vez más por el estacionamiento, girando sobre sí mismo con desesperación. «¿Por qué la genialidad tiene que venir de gente tan especial?» se cuestionó una vez más, intentando mantener la calma.

 

 

Ni siquiera entendía bien por qué le importaba tanto, sólo sentía que podía comprender a la perfección a Kei en esos momentos: la ineficiencia de todo el staff, entre los que vio hasta personas llorando mientras le buscaba, le desesperaba incluso más que la mismísima desaparición del líder.

 

 

¿Cómo era posible que trabajando juntos de años, absolutamente nadie pudiese tener ni la más remota idea de dónde podría haberse metido el guitarrista en una situación así? Suponiendo que no era la primera vez que algún desarreglo sucedía… alguien debía conocerlo bien, ¿no?

 

 

Cansado, se fue por un angosto pasillo por el que daban las cañerías. Seguro que daría hacia la salida de servicio, fue hasta el fondo que estaba algo oscuro, pero sólo encontró otro pasillo escasamente iluminado. Maldijo por lo bajo, tenía la sensación de que se había perdido.

 

 

«Sólo tengo que volver por donde vine», se dijo a sí mismo, intentando mantenerse positivo. Se giró velozmente, devolviéndose sobre sus pasos, cuando atisbó por su derecha la señalética desgastada de un baño de servicio. Estaba sediento de tanto dar vueltas, por lo que no dudó ni en segundo en empujar la puerta para poder beber algo de agua. Era de madera y estaba un poco hinchada por la humedad del lugar, aun así, empujó un par de veces y logró entrar. Apenas la luz externa se abrió paso en la habitación, vio una silueta agacharse velozmente.

 

 

Sintió que le iba a dar un infarto y se quedó pegado a la puerta, casi escuchando su corazón. Se quedó muy quieto, aún sin atreverse a entrar al lugar a menos de que pudiera cerciorarse que ningún tipo de Yurei aparecería ahí y se llevaría su alma al más allá ni nada parecido. Aguzó el oído, en el más absoluto silencio por un par de segundos, comprobando que no había nadie, y calmando parcialmente su paranoia, se atrevió a tantear por la pared en busca de algún interruptor.

 

 

Kei se cubrió la cabeza como si el techo fuese a caérsele encima, cuando fue bañado por la lacerante luz. Y es que era de esa manera cómo se sentía, como si el mundo estuviese derrumbándose sobre sí.

 

 

Abrió la boca para decir algo, pero tan sólo se tragó el aliento mismo mientras se acercaba en silencio, observando aquel bulto sentado en el suelo que, vuelto hacia la pared, temblaba y sollozaba sin control.

 

 

 

«Kei»

 

 

 

Pronunció en su mente, casi inhalando su vívida angustia.

 

 

Observó a un costado, a tal vez un metro y al lado de la puerta abierta de un cubículo, el teléfono del guitarrista. Se agachó para tomarlo y con el sólo crujido de sus rodillas, pudo notar como el otro se recogía aún más sobre sí.

 

—Kei… —Se atrevió al fin a pronunciar, llevando su mano a su hombro lo más suavemente que pudo.

—D-déjame… solo —le escuchó decir entre sollozos, mientras se removía, girándose por completo a la pared, temblando. Estaba avergonzado, terriblemente avergonzado, ¿cómo más? En todo ese tiempo, nunca nadie de la banda le había visto así, nadie sabía que aquello le pasaba. Siempre lograba ocultarse eficientemente. ¿Por qué de todas las personas posibles, tenía que ser el baterista de soporte quién lo tenía que descubrir?

 

 

 

Siempre sentía que iba a morirse en momentos así. Pero por primera vez, quería que sucediera en serio.

 

 

Tatsuya había visto algo así antes y sabía que, por mucho que se tratase del mismísimo Kei o de su explícita petición, no podía hacerle caso. Así que se sentó a su lado en el suelo, de la forma más sutil posible y apoyó la espalda en las baldosas de la pared, respirando lento, absorbiendo el aire que estaba absolutamente viciado. Cerró los ojos y por algunos instantes, no se escuchó nada más que la respiración entrecortada del guitarrista que aún temblaba a su lado, luchando por contenerse un poco.

 

 

En cuanto notó cómo intentaba respirar un poco más pausado, giró su rostro para observarlo. Ver aquel gesto auto-consolador del otro sobre su propio brazo, se le hizo demasiado triste. ¿Cómo una persona que se preocupa de absolutamente todo no tiene a alguien que pueda sostenerle en un momento así? Aquel pensamiento le hizo enojar, inevitablemente.

 

—¿No te vas… a ir? —le escuchó decir, con voz enrarecida. Probablemente, tenía la garganta tan apretada que le costaba dejar salir la voz.

—No quiero —contestó sin pensar.

—Entonces… me iré yo.

 

 

Sin decir nada, lo observó apoyar su mano en la pared e impulsándose con dificultad, se puso de pie, vacilando en cuanto quiso dar un paso. El baterista hizo ademán de sostenerlo mientras se incorporaba a medias en acto reflejo, temía que el otro pudiese irse al suelo en cualquier momento.

 

 

—Maldición… —musitó Kei, casi en un quejido lastimero, apoyando su sien ardiente en la baldosa de la pared, al tiempo que buscaba apoyo en la misma con su brazo, completamente aterrado de su escasa estabilidad. Mientras los temblores volvían a hacerse violentos, apretó los ojos con fuerza, intentando aplicar en su mente todo lo que le había dicho cada maldito psiquiatra que había visitado desde la primera vez que le había sucedido, cuando apenas era un adolescente.

 

 

Sin embargo, reaccionó violentamente en cuanto sintió como el baterista le tomaba de un brazo.

 

—¡Déjame, te dije que te fueras! —gritó, apartándole la vista. No quería que nadie lo mirase en ese momento. Ojalá nunca.

 

Pero el otro sólo se acercó más, aunque sin tocarle.

 

—Por favor, no… —«No me mires», quería rogar, con los ojos cerrados. Pero no le salían las palabras.

—Está bien, Kei… vas a estar bien —dijo suave, antes de decididamente y de una sola vez, asirlo hacia él con firmeza, atrapándole entre su propio cuerpo y la pared, seguro de que si no lo hacía, caerían ambos.

 

Sintió como el guitarrista contenía el aliento en un primer momento y luego ejercía presión intentando separarse, mientras percibía en carne propia, el estremecimiento de su cuerpo. De manera instintiva y arriesgándose un poco al darle un poco más de movimiento, llevó la mano hasta su cabeza y con algo de temor comenzó a acariciar sus cabellos, apoyando el mentón en su hombro, sintiendo esta vez, la humedad de su mejilla en parte de su propia cara.

 

 

Si por alguna razón había sido él quien lo había encontrado en ese momento tan vulnerable y doloroso, entonces iba a abrazarlo en serio. Iba a hacer, lo que se supone que cualquiera de los otros debería poder; hacerle sentir que no estaba solo contra el mundo. Incluso si este era insoportablemente abrumador a veces.

 

 

Mientras hablaba, no sabía muy bien de donde le salían las palabras. Y aunque tenía que luchar con las negaciones de Kei y su resistencia constante, finalmente pudo dar en el punto.

 

 

 

«Gracias por todo lo que haces»

 

 

 

 

—No conozco a nadie que pueda hacer todo lo que tú haces. Gracias por todo tu esfuerzo… —Susurró, notando como las manos de Kei que hasta hacía segundos seguían presionando contra su pecho al fin empezaban a ceder, deslizándose después de un rato, al dejar de resistirse por completo.  Adivinando que sus músculos hasta ese momento rígidos empezarían a ceder también, lo apegó un poco más a su cuerpo, levantándole un poco del suelo inclusive para acercarlo otra vez a la pared, sosteniéndole por la cintura y manteniendo su otra mano aún en su cabeza. Suspiró aliviado cuando notó cómo, aceptando su contención, apoyaba su frente en su hombro al fin y trataba de aferrar sus manos aún algo temblorosas por su espalda, buscando más estabilidad. El guitarrista sentía un molesto hormigueo en las piernas que, aunque le era conocido, pensaba era algo a lo que jamás podría acostumbrarse.

 

 

 

«Gracias por ser quién eres»

 

 

Escuchó una vez más y no entendía por qué, fuera de todo pánico al fin, le conmovía tanto que no podía evitar, esta vez de manera calma, llorar silenciosamente.

 

 

Se lo siguió preguntando, momentos después, contemplando el agua caer mientras se lavaba la cara, quitándose casi hasta el último atisbo de su arruinado maquillaje. Tatsuya permanecía justo por su lado, bebiendo agua como si nunca lo hubiese hecho antes.

 

—¿No te han llamado en todo este rato? —preguntó, cerrando la llave al fin.

—Apagué el teléfono en cuanto te vi —contestó el otro, apartándose apenas de la llave. «Gracias» le dijo, mentalmente.

 

Suspiró pesadamente.

 

—Todos deben estar volviéndose locos… —se lamentó, secándose las manos en la chaqueta, con un ápice de culpabilidad. «Completamente», pensó el baterista. No obstante, sabía que no era adecuado decirlo.

—No importa, aún queda una hora para el concierto —añadió Tatsuya, al fin sintiéndose satisfecho con toda el agua que había bebido.

 

 

Y luego, por las mismas circunstancias, todo sucedió muy deprisa.

 

 

Cruzó la calle corriendo a prisas tras el baterista, luego de seguirle un par de cuadras, mientras este hablaba por teléfono con infinita paciencia, con literalmente todos, sin nunca revelar su ubicación exacta, pero asegurándoles que se encontraban bien y que iban a resolver el problema del pedal; que llegarían a tiempo.

 

 

No tenía ni idea de si era cierto, ni mucho menos si podía confiar en él; pero no tenía otra opción más que creer. Eso era todo.

 

 

Sintió que lloraría de nuevo, cuando vio en los brazos de Kuina de Royz una multi-efectos idéntica a la suya. Estar recibiéndola en un callejón de Osaka, sólo porque la banda del otro se presentaba al día siguiente en el mismo Venue, le parecía casi surreal y más aún asumir que Tatsuya, por ser amigo de literalmente todo el mundo, acababa de salvarle la vida a él y a toda su maldita banda.

 

 

—¿Crees que puedas grabar algunos de los efectos en…? —consultó su reloj digital de pulsera— ¿30 minutos?

—Puedo en 15 —respondió, sintiéndose al fin en control de la situación.

 

 

El más joven simplemente sonrió feliz a su espalda, cuando el otro le adelantó, inmiscuyéndose eficientemente y sin ser percibido por los fans, por la parte trasera del local.

 

 

«Realmente puede hacerlo todo», pensó con admiración desde su casi oculto lugar, atrás en la batería, al verlo pasar adelante para hacer el primer solo en medio del concierto.

 

 

No sabía si era porque nunca lo había observado de verdad; pero aquel día lucía increíblemente poderoso bajo aquel intenso halo de luz y tocaba apasionadamente, como si no hubiera jamás derramado alguna lágrima en su vida.

 

 

¿Los fans podrían percibirlo? ¿Podrían entender lo que significaba para él estar ahí, ante ellos? Porque él lo estaba sintiendo. Y creía que lo único que podía hacer para estar a la altura de aquel deslumbrante músico era, a su vez, tocar la batería; con todo su corazón y valor.

 

 

Pasara lo que pasara.

 

 

Dado los acontecimientos, en vez de trasladarse de inmediato a la siguiente ciudad pese a su cercanía, Osaka se convirtió en una parada de descanso en medio del ajetreo. Restaban dos fechas en Hiroshima en dos días e inmediatamente después, la final, nuevamente en Tokio, pero en el Akasaka BLITZ. Durante los últimos días, Yo-ka sentía que no había podido hacer mucho más que correr de un sitio a otro, resolver problemas, ponerse histérico, fumar como locomotora vieja, cantar, comer, dormir un par de horas y repetir. Incluso aquel par de días previos en Shinjuku se lo había pasado acompañando a Shoya resolviendo un imprevisto con el vestuario que habían dañado en la lavandería. Y aunque no era su panorama ideal y le aburría sobremanera tener que pasearse por todo Tokio buscando telas y teniendo discusiones absurdas acerca de nombres de colores y materiales que en su vida había escuchado con un montón de extraños, al bajista parecía importarle mucho el asunto.

 

 

Estresándose así, creyó poder entender un poco más por qué para él, por sobre todos los demás miembros de la banda, el diseñar un vestuario era tan relevante; si Kei era el neurótico de los conciertos, Shoya era el neurótico de la imagen. Supervisaba cada maldito detalle, medida, color y terminación, a diferencia de los demás que con suerte dibujaban unos palitos con ropa encima casi con crayones para hacerse entender, o en su caso, que iba donde el encargado de vestuario y mirando un maniquí le explicaba su idea hablando a la velocidad luz de sus pensamientos, mientras el otro se acalambraba los dedos tomando nota.

 

 

Y si bien el resultado final nunca era exactamente como lo imaginaba, siempre se conformaba. Para él, la actitud dotaba al vestuario de valor y no a la inversa. Además, solía dar más importancia a los accesorios, en los cuales gastaba gran parte de su sueldo de manera un poco compulsiva, así como Yuu se pasaba la vida comprándose platillos y baquetas de distintas maderas y grosores, e importándolas desde distintos países como si las fuese a ocupar alguna vez.

 

 

Así fue como descubrió que el bajista tenía una máquina de coser escondida en una caja que nunca había sacado desde que se había mudado a su casa, cuando, ya aburrido de que nadie entendiera lo que necesitaba, acabó arreglando el traje por sí mismo, antes de partir a Osaka hasta altas horas de la madrugada.

 

 

Por lo que, luego de tanto ajetreo, aquella noche luego del concierto el vocalista suspiró de alivio y placer al lanzarse al fin sobre su correspondiente cama, sin la presión de tener que levantarse temprano al día siguiente y teniendo por delante un día libre en aquella ciudad. Empezó a ser dominado por el sueño pesadamente, casi de inmediato; estaba realmente agotado. Fue por ese motivo, que el bajista al salir del baño, finalmente limpio y listo para dormir, no quiso despertarlo ni le reprendió por dormirse con lo que traía puesto. Tan sólo tomó la precaución de, trasladándose sigilosamente por la habitación, ubicar una cobija extra para abrigar a su pareja, que era capaz de enfermarse ante el más mínimo descuido. Luchando con el sueño, lo observó aún unos momentos desde su propia cama, absolutamente inmóvil y con su rostro tan expresivo completamente relajado, al fin libre de tanta tensión. De pronto, sintió ganas de ser la almohada que estaba entre sus brazos, pero no quería incomodarlo.

 

 

A decir verdad, estaba extrañando tener un tiempo a solas con él, como cuando estaban en la capital y se iban rápidamente a su casa luego del trabajo, de manera tal vez poco sociable; extrañaba pasar el rato a su lado, comer sólo junto a él e incluso ver las manías del otro al componer, paseándose de lado a lado con un lápiz de mina en la mano con el que golpeaba cosas, mientras tarareaba melodías propias o de Kei con un cigarro en la boca que nunca encendía, como si tan sólo el ademán de fumar mantuviese su desbordante energía a raya.

 

 

Cuando despertó, una inquisidora mirada lo llevaba observando fijamente hacía más de media hora. Aunque se asustó un poco al no verlo pestañear en un par de minutos, Shoya no pudo evitar reírse al ver cómo Yo-ka volvía de pronto a parpadear rápidamente, al notar de manera tardía que ya había abierto los ojos. En un acto impulsivo, el bajista saltó de su cama y se metió a la contigua, cobijándose rápidamente a su lado y robándole un beso al aún adormilado vocalista. Justo cuando este empezaba a ponerse un poco «cariñoso», se rio de buena gana al escucharlo refunfuñar cuando le detuvo, recordándole que aún no se había bañado, desde la noche anterior.

 

 

Por lo que, se quedó observando alegremente su blanquecina espalda llena de lunares, alejándose en dirección al baño mientras su dueño aún se quejaba a regañadientes de haber sido coartado en su intención de «animar» aquella mañana.

 

Pero a decir verdad, el bajista no tenía intenciones de «aguar la fiesta», sino que estaba ideando un plan diferente.

 

En cuanto vio al vocalista salir del baño, sin perder el tiempo, se apresuró en encerrarse en el mismo con el atuendo listo para calzárselo al salir de la ducha sin tener que hacerlo en la habitación, neutralizando así cualquier tipo de «ataque» por parte del apetito sexual del siempre dispuesto Yo-ka. Sabía que al darse cuenta de su astuto movimiento se iba a irritar un poco, aun así, estaba seguro de que luego se lo agradecería.

 

 

Como esperaba, cuando salió alistado, el vocalista tenía una cara de un par de metros de largo y yacía cruzado de brazos, también vestido y acostado sobre su cama, dándole una mirada acusadora para luego tan solo voltearse hacia la ventana, dispuesto a ignorarlo con su móvil por el resto de la mañana. Antes de que empezara a tomárselo en serio, fue cuidadosamente hasta su cama, se tendió tras él y se abrazó a su espalda, cruzando uno de sus brazos con suavidad por su abdomen, intentando no importunarle en lo que fuera que se había puesto a ver en su celular; ya sabía que cuando se le negaba algo, se ponía un poco volátil anímicamente. No obstante, con el tiempo también creía haber aprendido cómo manejar la situación cuando se ponía de ese modo.

 

 

Con sutileza, se apegó un poco más a él, dándole pequeños mimos con su nariz un poco helada, en su cuello y oreja. Cuando se cercioró de que no estaba tan molesto como para apartarle o algo por el estilo, se atrevió a darle un inocente beso en la mejilla.

 

—No me quieres —le escuchó decir bajito, aún malhumorado, mientras se giraba un poco más hacia la almohada. El bajista tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano por no reírse ante aquella insólita afirmación. Hasta cierto punto le sorprendió, puesto si bien Yo-ka en contados momentos en que se sentía vulnerable, solía preguntarle si lo quería justo cuando estaba a punto de dormirse, casi como si lo probara, nunca había hecho una afirmación como esa.

—¿Quieres saber si aún te quiero? Te lo diré si volteas —intentó, sintiendo que estaba lidiando con un berrinche de su parte. Pero contra todo pronóstico, el vocalista no reaccionó ni se movió.

 

 

Shoya se demoró aún un par de minutos en entender, que en la situación actual y después de todo lo que había pasado, no había sido una buena idea jugar con una pregunta de ese tipo. Apresurándose en remediarlo, se le medio abalanzó de manera un poco efusiva, a darle pequeños y rápidos besos por donde pudiera, entre su oreja, cuello y rostro. Pudo comprobar al observarle de nuevo que tenía un semblante algo triste y se sintió mal por eso.

 

—Oye… —Trató de llamar su atención, al ver como aún no le dirigía la vista. Yo-ka apenas soltó un sonido como respuesta—. De verdad te amo —culminó, ya un poco desesperado por no poder revertir la situación. Afortunadamente, luego de eso, el otro finalmente se volteó hacia él y le abrazó, con un poco de brusquedad. El bajista no desperdició la oportunidad de besarle, tomándose su tiempo en ello. Incluso algo tan sencillo como eso se les había hecho escaso en medio del caos de los últimos días.

 

 

Sin embargo, no estuvo en paz hasta que lo vio definitivamente alegre ya fuera del hotel, luego de haber comido y de comprarse un par de cosas en los alrededores del reconocido sector comercial Dotonbori, hacia el lado de Namba, en Osaka. Un poco cansados de la siempre masiva cantidad de locales y turistas que circulaba por ese lugar, decidieron apartarse un poco, atravesando el río Dotonbori hacia la pequeña plaza Horie Koen y en esa ocasión, le correspondió a Yo-ka cumplirle el capricho al otro de comer helado. Se sentaron cada uno con el respectivo postre en una banca, aliviados de encontrar un poco de paz después de un par de horas caminando.

 

—No puedo creer que no hayas querido Takoyaki —dijo de pronto el vocalista, dándole una lamida a su helado. Shoya a su lado, sólo suspiró mientras lo observaba, pensando en otra clase de cosas. Cuando el otro le miró ceñudo al no obtener respuesta, se apresuró en decir cualquier cosa.

—Sabes que prefiero el pescado…—Y antes de que empezara con eso de «pero Sho, siempre comemos pescado en Tokio», agregó—: además, tú querías comer cangrejo en el local ese del cangrejo gigante en la entrada.

—Pero había una fila… ¡enorme! —gritó la última palabra, escandalizándose un poco, mientras Shoya retenía una risita, observándole lamer el helado otra vez.

—Yo-ka, hiciste la fila por casi una hora. Fui a comprarme lentes de sol, volví y seguías ahí. Faltaban dos personas cuando empezaste con lo del Takoyaki

—¡Pero tenía mucha hambre!... ¡AH! No me piques —chilló, mientras el bajista cansado de su inaudita queja le pellizcaba una mejilla a punto de plantarle el helado por la cara. Para él había sido tortuoso tener que pasearse en un lugar tan atiborrado de gente sólo para mejorar el humor del otro.

—¡Te suelto si dejas de quejarte!

—¡Quiero Takoyaki! —gritó más fuerte, haciendo que una señora que atravesaba el parque con su pequeño hijo, se quedara mirando mientras apresuraba el paso. El bajista inhaló un poco más de aire del necesario; Yo-ka al parecer seguía de berrinche.

—¡Cállate, idiota! —Y aprovechándose del impulso y la boca abierta de la impresión e indignación del vocalista, tiró el resto de helado, le agarró por las mejillas y le plantó un beso ahí mismo, en medio del pequeño jardín local. Pudo notar como Yo-ka se quedaba quieto y dejaba de inhalar aire, tal vez sorprendido, tal vez aún indignado.

 

Aun así, no se separó hasta unos minutos después, saboreando en sus labios el sabor a vainilla de la boca del vocalista. Por alguna razón, le hizo gracia recordar en su mente aquel verso de Beautiful Creature justo en ese momento, sonando en la reverberación de la sensual voz de Yo-ka.

 

 

«My only Vanilla»

 

 

Y cómo amaba esa voz… en todos los lugares, en todos los momentos.

 

 

—Estamos en un lugar público, Sho —Abrió los ojos, en cuanto escuchó aquella voz algo más grave de lo normal, seguida del crujido del cono del helado siendo devorado rápidamente. Le observó, pero no se demoró ni dos segundos en darse cuenta de que el otro sólo intentaba parecer enojado; ciertamente, se había puesto rojo hasta las orejas y aquello no pudo sino causarle acaso más gracia, además de ganas de darle más besos.

 

 

Afirmándose de la solapa de la chaqueta negra de cuero del otro hombre, se acercó, mientras esta vez sentía como su propia sangre se le empezaba a ir al rostro por lo que estaba a punto de sugerir.

 

—Entonces… —El vocalista lo miró con curiosidad, al notar como el otro le miraba la boca— vayamos a un lugar más… privado —terminó, en el tono más sugerente que pudo hallar en su repertorio.

 

Yo-ka no sabía si era la petición o el aire caliente de su aliento, lo que le hizo sentir que le ardía la oreja pese a que hacía un poco de frío aquel día. Se preguntó si Shoya tendría fiebre o algo, pero ni loco iba a desperdiciar aquella oportunidad. El bajista se asustó un poco al verse halado de un brazo casi en medio segundo siendo arrastrado velozmente hacia dios sabía dónde. ¿Podía ser que pensaran lo mismo? Sin saberlo del todo, se atrevió a preguntar.

 

—Espera, ¿dónde… vamos? —dijo, jalando un poco su brazo hacia atrás para retrasar la apresurada y silenciosa marcha del otro.

—Pues, al hotel…

 

«Ah» pensó. No, no estaban pensando lo mismo. Se detuvo en seco.

 

» Pero qué… —Le escuchó musitar al otro de inmediato. Nuevamente sintió que le ardía el rostro, lo que le hizo sentir un poco tonto, porque sabía que lo que quería era algo normal. Aun así, como nunca habían hablado de esas cosas con Yo-ka, le daba un montón de vergüenza siquiera mencionarlo.

 

Levantó la vista y agradeció ver en un cartel la posibilidad de salir de aquel embarazoso momento.

—Me gustaría ir a un lugar como… aquel —mencionó, señalando la publicidad.

 

 

El semi-rubio levantó la vista y cuando atisbó el objetivo apuntado, abrió un poco la boca. Miró al bajista, volvió a mirar el cartel, volvió a verle y luego le señaló el cartel, intentando cerciorarse de que era real y no estaba entendiendo mal. Shoya sólo asintió, desviándole la mirada en un segundo y cruzándose de brazos, completamente azorado.

 

—¡¿QUIERES IR A UN LOVE HOTEL?!
—¡No grites!… maldita sea —chilló, jalándole de un brazo, mientras el vocalista se tapaba la boca al ver pasar a unos abuelitos por detrás.

 

El bajista quería que se lo tragara la tierra.

 

 

Cuando llegaron al lugar y frente a un tecnológico panel con unas diapositivas animadas de las habitaciones ocupadas y disponibles, ya no estaba tan seguro de que fuera una buena idea. Observó a Yo-ka de soslayo con gesto concentrado y lo vio al fin empezar a picar la pantalla, deslizando y ojeando las opciones.

 

 

Al menos agradeció que no tuviesen que tener contacto con una persona para aquel fin.

 

 

De pronto, notó en el vocalista un gesto de sorpresa y se apuró en ver la pantalla frente a ellos; sintió un sudor helado cuando vio aquella habitación ambientada con temática marina, con peluches de… cangrejos. «No, ni de broma», pensó, apurándose en deslizar a la siguiente disponible. Si ya la vergüenza le había bajado algo la libido, no se veía embutido en un traje de sirenita o algún cetáceo de turno para un encuentro sexual; eso no le parecía ni medio erótico.

 

 

Mientras más avanzaban en las opciones, más se preguntaba en qué clase de lugar habían ido a meterse. En esos escasos 10 minutos ya habían visto habitaciones de vampiros, de estilo medieval, posapocalípticas que más le parecían un basurero con una cama en medio, incluso de… ¿caperucita en el bosque? se imaginaba, por el lobo que se veía tras un árbol medio incrustado en la pared en la imagen, entre otras cosas bastante… raras. Empezaba a pensar en reconsiderar lo del hotel cuando de pronto apareció aquella habitación y antes de que siquiera Yo-ka pudiese reaccionar, la seleccionó. Sin ni dirigirle la vista, lo haló hasta el ascensor y no respiró hasta que se cerró la puerta del mismo.

 

 

El vocalista estaba impactado, miró de reojo al otro secarse levemente la frente y aflojarse la bufanda. Cuando sus miradas se encontraron un par de segundos, se rio nerviosamente, sin saber muy bien por qué. No era ni por mucho la primera vez que iba a un Love hotel en su vida, pero sí la primera ocasión en que lo hacía con Shoya y que además, era su idea. Sentía que no podía asimilarlo del todo e incluso, se sentía un poco nervioso.

 

 

—No me lo puedo creer… —mencionó, ya de cara a la curiosa estancia. El bajista detrás de él, sólo tragó saliva despacio, mientras se quitaba la chaqueta—. En serio había una habitación dictatorial…

 

 

Pero el nerviosismo le duró lo que se tardó en atisbar a lo lejos, sobre una cama con un vistoso símbolo nazi en plena pared, una gorra militar.

 

 

Quitándose la chaqueta y el sweater mientras caminaba hasta allá, tan sólo se la calzó comprobando que le quedaba a la medida y girándose se sentó sobre la cama, lentamente, mientras le clavaba la vista a un inmovilizado Shoya, que sentía que se le detenía el corazón a cada movimiento que el otro hacía. Jugando con lo que sabía podía provocar, se llevó la mano a la gorra y haciendo ademán de bajarla un poco más, levantó un poco la cabeza, exponiendo así su cuello y mordiendo su labio inferior con lascivia, apoyó su otra mano detrás inclinándose levemente.

 

 

 

 

—¿Y?... ¿Cuánto más vas a hacer esperar a tu Maestro?

 

 

 

Notas finales:

¿Se le hicieron muy ETERNAS estas 44 páginas? xD

 

Sí, acaba de leer la actualización más larga que he hecho para cualquier fanfic en mi vida.

 

Sé que su odio debe ser grande por cortar la escena ahí, pero no se esponje(?) que tiene continuación; aún tengo corazón jajajaja

 

Como podrá adivinar, nuetro guitarrista tuvo una violenta crisis de pánico o varias de ellas. Aparece un poco más de esto en el siguiente capítulo, que va a estar algo sufrifo (aproveché de adelantar la mitad, porque estaba especialmente inspirada).

 

No hay rastros de Aoi, pero ya viene.

 

Prepare pañuelos para la próxima actu, no diga que no se lo advertí.

 

Nos leemos <3

 


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