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-Diamond Virgin- [Todakanu tegami] por aiko shiroyama

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Notas del capitulo: Hola por allí, ¡!cuánto tiempo! Es de madrugada en Chile.
 
Esta vez el capítulo se llama Preludio. Un preludio es algo que antecede a un hecho.
Es un hecho que esta historia debe terminar, en el próximo capítulo, estallan los dos conflictos principales de la historia, caminando rápidamente desde lo insostenible, hasta el final de la tensión.
 
Luego de esta breve introducción, pasaré a dar los datos importantes:
 
-Las cursivas son palabras extranjeras.
-La cursiva más comillas, es un pensamiento o recuerdo del personaje.
-Dotonbori es una calle famosa en Osaka, ubicada en Namba,  muy popular entre turistas.
-Choco pie es una especie de alfajor/pastelillo popular en Corea y Japón. Está relleno de crema y pasta de distintos sabores, según la versión y está bañado en chocolate. Pueden encontrarse en cualquier combini de Japón.
 
 
Por sus apoyo incondicional y su compasión en los momentos precisos, este capítulo va para Candy <3

Capítulo XVIII: Prelude

 

 

No era mucho de salir entre las giras, pero aquel día necesitaba imperiosamente moverse. Pese a que había dormido hasta tarde según él, sentía el cuerpo pesado y fatigado y, no sabía si tenía mucho que ver, pero los colores pasteles de la habitación del hotel que ahora tenía sólo para sí, se le hacían asfixiantes a medida que aquella inusitada sensación de soledad y silencio se hacía más enorme. Pese a que tan sólo había acabado en un parque muy apartado del gentío de Osaka, con sus audífonos y un libro, lo cierto es que no recordaba qué era lo que había leído. Había estado mirando de reojo su celular y pensando, sin entender por qué luego de haberle llamado insistentemente el día anterior sin haber podido conectar la llamada, Yuu no se había dignado ni a marcarle ni a siquiera escribirle algún mensaje.

 

No quería ser egocéntrico pero, ¿no era lógico que pensara que algo pudo haber andado mal? Suspiró, convenciéndose de que tendría que volver un par de capítulos atrás en el libro para entender siquiera de qué trataba. Lo cerró, ya sin ganas.

 

Notó sorprendido al mirar hacia la pequeña laguna, que algunos anaranjados reflejos brillantes jugaban en el agua; estaba atardeciendo. Mientras caminaba el largo trecho de regreso al hotel, empezó a cuestionarse más cosas, ¿y si era Yuu quien no se encontraba bien? Y él encima, estaba poniendo sus tontas necesidades por sobre la tristeza del otro, ante su situación de salud. Se sintió un poco culpable y torpe, recordando así también aquellas innumerables veces en que Toya le había dicho que no era bueno andar por la vida molestando a los demás con las cosas que a uno mismo le pasaban, «los japoneses no hacemos eso» solía decirle, antes de acallarlo de cualquier manera. Al principio con besos, luego simplemente cambiando de tema. Aun así, Toya no era el mejor referente de una pareja saludable que digamos; lo sabía. El problema es que no tenía otro y no sabía si lo que hacía estaba bien o mal, a cada momento dudaba de sí mismo.

 

De pronto, al cruzar por un pequeño parque, dio con un local de comida, recordando así que no había comido absolutamente nada en todo el día. Se fijó en aquella maravilla moderna a su parecer, que consistía en una máquina automática para pedir el ticket de comida antes de entrar al local, para luego tan sólo sentarse a degustar, sin embargo, luego de pasar en la pantalla todas las opciones del menú suspiró decepcionado y se alejó, disculpándose puesto se había formado una pequeña fila de hambrientos trabajadores asalariados tras suyo, a causa de su indecisión. No le apetecía nada, pero sabía que no era una conducta saludable privarse de comer, por lo que, de todas maneras, se metió al primer conbini que vio después, para tomar de él lo que fuera y obligarse a comerlo más tarde, lejos de la mirada de quien fuera.

 

—¡Ah, Kei! ¡Qué bueno encontrarte! —Escuchó de pronto afuera del local, justo antes de volver a ponerse el audífono que se había quitado para poder pagar en la caja. Se trataba de Tatsuya y antes de que siquiera pudiera decirle que no tenía ganas de hablar o ver a nadie, menos aún a él, el otro ya se encontraba parloteando a su lado mientras le mostraba su móvil apagado y agitaba los brazos.

 

Al muy idiota se le había acabado la batería y no tenía ni idea de cómo volver al hotel. Por lo que, aunque no se le antojaba en lo más mínimo su compañía, se vio obligado a hacer el resto del camino junto a él, mientras lo escuchaba hablar de todas las innumerables cosas que había hecho ese día y todas las comidas locales que había ido a probar en los alrededores de Dotonbori, de hecho se le había gastado la batería por darle incesantemente al GPS buscando locales y enviándole fotos a su mamá, que ahora sabía tenía un negocio de comida en Sano, la ciudad natal del baterista. Por supuesto era información que no había pedido saber, pero poco le faltaba para sentir que, si no lo frenaba de alguna manera, acabaría recitándole su árbol genealógico de familiares que se dedicaban a la cocina, antes de llegar al hotel.

 

Tatsuya abrió una caja y sacó un choco pie tranquilamente, haciendo al fin una pausa de todo lo que había estado contándole al otro animadamente. Le causó un poco de gracia su cara de total desaprobación al notar que además de todo lo que se había comido, aún seguía embutiéndose golosinas.

—¿Dónde te metes tanta comida? —le soltó Kei, impactado, mientras recordaba los al menos siete platillos distintos que el otro le había enumerado.

—Toma, te regalo uno —dijo alegremente, estirándole uno de las dulces. El guitarrista sólo lo aceptó, por temor y solidaridad a los altos niveles de azúcar que tendría su sangre, seguro de que el hombre locuaz a su lado era capaz de acabárselos todos antes de que se fuesen a Hiroshima el día siguiente—. Mi familia es de contexfftura delgafda —añadió, con la boca medio llena.

 

 

Kei chasqueó la lengua y en un acto reflejo, bajándose la manga se la pasó por el borde de la cara al baterista, que estaba embadurnado de chocolate.

 

—Dios mío… al menos comieras como un adulto —regañó, mientras al otro le entraba risa y sacaba una pequeña toallita húmeda de un paquete plástico, que le habían dado en uno de los múltiples locales donde había comido ese día.

—Me gustaffn mufcho.

—¡No hables con la boca llena! —bufó con impaciencia, al tiempo que desviaba la vista y se rascaba por arriba de la sien, algo agotado.

—¡Lo fiento! —añadió Tatsuya, después de darle una mordida a un nuevo choco pie. «Dios mío» pensó Kei, rodando los ojos y rindiéndose con el mal hábito de su compañero de soporte. Luego de un par de segundos de milagroso silencio, se animó a también abrir su propio pastelillo, intentando comprobar si siquiera valía la pena para comerlo con el esmero que el otro lo hacía. Apenas lo acababa de morder, cuando de pronto su acompañante habló—: ¿Te has sentido mejor?

 

 

Casi se atragantó, al entender que lo estaba interpelando referente a aquella situación del día anterior.

 

—Sí —dijo quedamente, intentando dar a entender que no quería hablar de eso. Tatsuya lo miró discretamente apenas un instante y en vez de hablar de otra cosa, como esperaba el líder que sucediera lógicamente, él tan sólo se quedó en silencio, mirando el suelo unos instantes, antes de sonreírle tenuemente y sacar un tercer pastelito.

 

 

Por un momento se perdió en su mente, mientras dirigía la vista a la punta de sus zapatos, un poco embarrados al transitar hasta el interior del parque ese día y en contraste, las pulcras y cómodas zapatillas del baterista, caminando casi en sincronía con sus propios pasos. Este hecho por alguna razón le hizo fruncir el ceño; se sintió repentinamente molesto. Se detuvo en seco. Su acompañante aún avanzó un par de pasos antes de percatarse y detenerse también.

 

—¿Cómo lo supiste? —interpeló de pronto, sin procesarlo en realidad ni levantar la vista del suelo.

—¿Ah?... a qué te refmmfieres —dijo confundido, con la boca llena del bizcocho de chocolate que estaba intentando comer. Kei lo miró un segundo y giró su rostro a tiempo, para ocultar su gesto de hastío al verle otra vez la cara medio embadurnada de chocolate.

 

 

Miró al frente, recuperando la compostura, para luego acomodar su pequeño bolso hacia el costado izquierdo y arreglarse el cabello en un gesto nervioso, reanudando la marcha. Respiró profundo y pestañeó un par de veces. «Estoy lidiando con un niño» pensó, arrepintiéndose de generar conversación sin querer, al no poder reprimir aquel pensamiento. Pero ya que lo había dicho, ahora realmente quería saberlo.


Llevando su mano derecha a la correa del bolso que traía cruzado, la acarició nerviosamente un par de veces. Le estaban sudando las manos.


—Parecía que sabías tratar con… esta clase de situaciones —musitó, un poco titubeante.

—Mi hermana mayor…—soltó simplemente el baterista, antes de darle una última mordida al bizcocho. Kei se quedó esperando a que continuara, aunque esta vez el otro parecía querer terminar de tragar—. Ella solía tener crisis de pánico. —El guitarrista cerró los ojos en un acto reflejo; odiaba escuchar el nombre de aquello—. No nos llevábamos bien… ¿sabes? Pero en esos momentos, no pasaba de mí. Quizá por eso quise hacerme bueno ayudándola —terminó, hablando tranquilamente, aun cuando referirse a eso siempre le causaba un leve ardor en la garganta.

 

De un momento a otro, ya no quiso seguir comiendo Choco pies.

 

—Así que por eso sabías exactamente qué decir… —meditó Kei, mirando sus manos alrededor de la correa del bolso, un poco tímido.

—¿Qué quieres decir? —preguntó, un poco aturdido por el recuerdo.

—Ya sabes, que dices lo que las personas quieren escuchar…

—Ah… si te refieres a eso, sólo dije lo que realmente pienso.

 

 

«¿En serio?»

 

 

¿Aquellas cosas increíbles acerca de su persona, las pensaba de verdad?


Abrió la boca con incredulidad, sin poder evitar interrogarle con la mirada. El otro en cambio, sin entender demasiado sólo le dio otra sonrisa como respuesta.

 

¿Debería preguntárselo? Su corazón había incrementado la frecuencia de sus latidos, de forma repentina.

 

Abrió la boca y la cerró; vacilaba. «Qué tonto, qué tontería» repetía su auto-saboteadora consciencia. «Lo sabrás si lo preguntas», le dijo otra parte de sí.

 

—Tú…

 

Pero un breve sonido chillón atravesó el aire.

 

—¡Ah! Tengo un mensaje…—El baterista checó rápidamente el móvil —, ¿eh? Es de Yuu.

 

 

«Es de Yuu», repitió Kei en su mente, como un eco irreprimible.

«Es de…»

 

—Yuu —soltó en voz alta, sin querer. Tatsuya no pudo obviar su rostro sombrío.

—¿Ibas a decirme algo? —intentó retomar la conversación, tragando saliva.

—¿Qué pone? —Le ignoró completamente.

—¿Ah?

 

 

Su voz se había tornada extraña y demandante.

 

 

—El mensaje, qué pone…

 

El aludido se quedó en silencio, sin saber cómo reaccionar. A decir verdad, ni siquiera lo había abierto y mientras más intentaba encajar en alguna categoría la expresión facial de Kei, no encontraba una lo suficientemente adecuada. No pudo evitar sentir entre una mezcla de angustia y perplejidad, al ver la mueca extraña del líder de la banda, dibujando una media sonrisa triste luego de unos segundos de incómodo silencio.

 

—Olvídalo.

 

 

«¿Qué demonios me importa?», aventuró en su mente. Después de todo, Yuu le había escrito a Tatsuya y no a él. Pareciera ser que definitivamente no estaba en sus prioridades. Su odiosa imaginación, se tentaba a creer incluso que al parecer cualquiera era más importante que él, incluso el baterista de soporte.

 

 

Cruzando el paso peatonal sin ni siquiera fijarse bien si el semáforo indicaba que podía hacerlo, el guitarrista se alejó lo más rápido que pudo. Tatsuya lo observó caminar veloz, aún una breve distancia por la acera de enfrente, hasta entrar al dichoso hotel.

 

 

Sus emociones estaban sucediéndose de forma muy volátil en esos momentos, como las presurosas notas veloces de algún solo de guitarra, de una canción demasiado oscura y angustiosa para ser revelada. Para cuando al fin se refugió momentáneamente entre las paredes del ascensor, lo que sentía era una absurda mezcla entre fragilidad e ira. Necesitaba tanto a Yuu… lo había necesitado tanto, de verdad, el día anterior que casi le resultaba vergonzosa esa sensación de absoluta dependencia. Y estaba bien, era razonable que no estuviera ahí, porque físicamente estaba a miles de kilómetros, pero le aterraba sentirle también, tan lejos a nivel emocional.

 

Como si no tuvieran nada que ver el uno con el otro.

 

Tan sólo pensarlo le anegaba los ojos de lágrimas, incluso sin ningún sustento real para sostener aquella infame idea.

 

 

Quería contarle lo que había pasado, al menos. Descansar aquel secreto por voluntad propia en alguien más. Pero aquella sensación de fragilidad era contradictoria también y le sugería en parte, no decir nada… porque Yuu ya tenía suficiente de lo que preocuparse, con lo que estaba sobrellevando solo en Tokio. Y él era un adulto, capaz de hacerse cargo de sí mismo. Resopló, intentando expulsar aquella emoción tan desagradable y ser auto-convincente. «Se lo dirás sólo si te lo pregunta», se ordenó a sí mismo, mientras tecleaba un mensaje completamente ajeno a su sentir y que consideró lo más neutro posible.

 

 

 

«¿Estás bien?»

 

 

 

Lo único que tenían de honestas esas letras, era su preocupación por él.

 

 

Se acostó sobre la cama lentamente, como si el cuerpo le doliera, absorto en los patrones de la cortina, reflejados a contraluz en el techo blanquecino de la habitación. Pasaron varios minutos, eternos, silenciosos e insoportables. Observó con rencor su teléfono a la izquierda que no daba señales de vida y se volteó al lado contrario, resignándose a no recibir respuesta.

 

 

No era muy tarde ni aún había tocado nada de lo que había comprado con la intención de comer, no tenía ánimo para nada. Ni siquiera de tocar la guitarra, que era algo que hacía todo el tiempo, en los buenos y en los malos momentos. La miró a lo lejos, oscura como él, apoyada en uno de los muebles de la estancia y, quizá por la mágica conexión que tenía con su instrumento, lo pudo dilucidar: se sentía deprimido y solo. Estaba molesto con Yuu pero aún más consigo mismo. Sabía que era ridículo sentirse mal porque no le contestase un mensaje o una llamada, o porque decidiera hablar con quien fuera, sólo que no podía dejar de sentir que había decidido no estar en el peor momento posible.

 


Se abrazó a la almohada contigua cerrando los ojos un momento y empezó a dormitar. Lo imaginó frente a él; la mueca felina de sus labios cerrados, sus pestañas abundantes y crespas y su cabello negro rebelde y alborotado, húmedo, casi ocultando sus ojos cerrados que adornaban la plácida expresión de su rostro dormido. Recordó que aquella noche intensa en Tokio él se había dormido casi de inmediato, luego de haber acabado haciendo el amor en el sillón y luego en la cama. Y aunque también estaba cansado, su corazón latía tan fuerte que incluso con la fatiga que sentía su cuerpo, no podía conciliar el sueño. Tal vez porque se había dedicado a mirarlo durante un par de horas, contemplando las líneas de su cara y la forma de su cuerpo desnudo a medio tapar, es que era capaz de proyectar aquella fidedigna imagen suya; se lo había aprendido muy bien. Recordó también, cómo la sensación de tener su rostro tan cerca, el deseo de querer tomarlo y besarlo, pero no querer perturbar la belleza de su descanso, le había podido. Sólo se había atrevido a acercarse un poco más, deslizándose casi de manera imperceptible, hasta poder escuchar su respiración, antes de al fin ser vencido por el sueño cuando casi amanecía.

 

 

Casi podía oír de nuevo ese sutil sonido del aire escapando entre sus labios, durmiéndose lentamente al fin, cuando la vibración de su móvil lo trajo de regreso a la realidad en un segundo.

 

 

[Yuu / 20:32]

_

 

«Necesito hablar contigo... ¿tienes un minuto?»

_

 

 

¿Un minuto? Para él tenía la vida entera si la precisaba. Sin poder contenerse le marcó, desesperándose por los cuatro o cinco tonos que el otro aún dejó pasar.

 

 

Cuando al fin el tono incesante se detuvo, casi se atragantó con su propio aire. Simplemente este le quemaba; tan sólo la imperiosa necesidad de decir su nombre.

 

 

—Lo siento, Kei.

 

 

Pero el aire se quedó ahí, retenido, mientras aquellas palabras perforaban su cerebro como un mal presentimiento. Se quedó en silencio, presa del pánico y sintiéndose hiperventilar en secreto, ante la incapacidad de Yuu de verle. No tenía idea de qué estaba pasando, pero los sollozos que se notaba el otro intentaba disimular al otro lado de la línea, algo le daban a entender: lo que fuera que hubiese pasado, no era bueno.

 

 

Tatsuya por su parte llevaba al menos una hora dándole vueltas al mensaje en su móvil.

 

 

[Yuu / 19:05]

_

 

 

«Pase lo que pase, no dejes la banda. No te alejes de Kei, por favor»

 

 

 

Intentaba teclear respuestas, que en realidad eran preguntas y las borraba, erráticamente. Una y otra vez. No solía tener esa clase de sensación ni comportamiento: una especie de confusión y ambivalencia difíciles de tolerar. Pero por sobre todo, lo que sentía era perplejidad. No era extraño no saber cómo actuar o cómo sentirse después de la cambiante actitud del líder hacía nada y ahora, ese extraño y hasta cierto punto, angustioso mensaje.

 

 

Miró la caja de chocolates junto a él con el ceño fruncido. Decidió que si no tenía nada bueno que decir, no respondería el mensaje.

 

—¿Qué esperas exactamente de mí? —habló al aire, repasando las escasas imágenes mentales que tenía del batero pelinegro en su memoria—. Además, Kei es quien menos me quiere cerca. —Cerró los ojos, continuando con su conversación telepática con los recuerdos de Yuu, dibujando involuntariamente, una sonrisa amarga.

Aquella ingrata sensación acabó convirtiéndose en una constante en los días siguientes. Tatsuya sentía que se le apagaba la alegría cada vez que le veía la cara pálida y los ojos hundidos a Kei, quien, además, parecía pasar por una fase de irritabilidad suprema, durante la estadía en Hiroshima, para los últimos conciertos regionales.

 

—No me gusta como sale. Otra vez.

 

El baterista sólo cerró los ojos tragando saliva, para evitar poner en evidencia su frustración y agotamiento a través del reflejo en el espejo de la sala de ensayos, al tener que tocar la misma canción seis veces.

 

 

—Tienes que estar de broma, Kei —rechistó Shoya, sudando y quitándose el bajo de encima.

—No he dicho que vayamos a tomar un receso —le interpeló, severo.

 

 

El bajista se preparaba para responder, pero se contuvo; la tensión era palpable en el aire. Habían estado ensayando por alrededor de dos horas, sin descanso y tan sólo habían tocado cinco temas del Setlist, porque sencillamente al guitarrista y líder de la banda, de pronto le parecía irracionalmente mediocre e inaceptable la forma de todos, de ejecutar las canciones.

 

 

—Pues si quieres te vas buscando un vocalista suplente, porque me vas a dejar sin voz si no me dejas ni beber agua, imbécil.

—No seas dramático, Yo-ka.

—No se trata de drama, se trata de que eres un estúpido, que cuando algo le sale mal se carga a todos por delante —enfatizó, levantando la voz y apuntándolo con su índice, amenazadoramente cerca. El vocalista notó por la expresión iracunda del otro, que había dado en el clavo—. No es nuestra culpa que tu vida sea una mierda...

—Yo-ka, ya... —Intervino el bajista, dándole una mirada de súplica, para que se callara y no lo empeorara todo.

 

 

Tatsuya ya no quería estar ahí. Tocar la batería en un ambiente donde todos estaban a punto de matarse no era precisamente lo que esperaba de estar en una banda, incluso si era de manera temporal. Respiró profundamente intentando volver a la calma, al recordar que restaban tres fechas para finalizar su colaboración con la banda, por lo que, le parecía aún más sin sentido el mensaje de Yuu.

 

 

No obstante, de pronto, su mente hizo un click, al conectar toda la información recibida entre el día anterior hasta hace un minuto, en una sola idea: Yuu seguramente había discutido con Kei, no podía ser otra cosa. Si como Yo-ka había revelado, el guitarrista tenía esa clase de propensión a mostrar su frustración personal en cosas que no tenían nada que ver, no sería tan extraño que Yuu, conociéndole, se adelantará a su reacción y hubiese querido advertirle, temiendo que le dieran ganas de huir del guitarrista, literalmente.

 

 

Era lo único que se le ocurría podía justificar racionalmente ese extraño mensaje.

 

 

No tenía idea de por qué pudiesen haber discutido, pensó que probablemente era algo privado, dado el tipo de relación que ahora sabía existía entre ellos. Y, con todo, no era su asunto ni algo por lo que tuviese que complicarse, después de todo su rol en el momento actual se limitaba a tocar la batería correctamente para dejar una buena imagen de la banda en su segunda gira más grande desde su fundación. Mientras hiciera eso todo estaría bien, concluyó, secándose el rostro y cuello sudoroso, con su toalla de mano.

 

Inhaló aire lentamente, antes de atreverse a intervenir.

 

 

El corazón le latía desbocado a Yuu, sudando inmóvil sobre la cama, sin haber dormido nada desde la noche anterior. En cuanto dijo aquello que era inevitable y que le había sido tan doloroso asumir de una vez por todas, se había formado un silencio horroroso entre Kei y él. Esperaba absolutamente todo lo contrario, esperaba su enojo, alegatos y hasta gritos; se había preparado mentalmente para tal hecho. Sin embargo, no hubo nada como eso.

 

El guitarrista tan sólo se quedó en silencio por al menos cinco segundos, lo más infinitos en la vida del baterista pelinegro. Era más probablemente un vacío, tan inconmensurable que ni siquiera su respiración era perceptible; parecía que hasta su corazón se hubiese detenido de pronto.

 

 

Y luego, sólo vino el sonido seco del corte de la llamada.

 

 

Yuu sintió que iba a enloquecer y aquella sensación no había disminuido en lo absoluto luego de marcarle por teléfono toda la noche y encontrarse con el contestador automático. Probablemente, lo siguiente que hizo Kei luego de cortar, fue apagar el móvil.

 

 

Incluso tal vez, cabía la posibilidad de que hubiese bloqueado su número, aunque en ese momento debían estar ensayando, según había podido comprobar en la copia de los itinerarios de la banda que el líder aún tenía la consideración de enviar con copia a su correo. Pese a contar con esa información concreta, sus emociones no eran nada lógicas ni amables consigo mismo en ese momento.

 

 

Y lo entendía, de verdad que sí, que no quisiera oírle ni saber nada de él, después de llamarle en medio de una gira para decirle semejante cosa y arruinarle el día, el mes y tal vez la vida... Todo eso le parecía perfectamente racional, el problema es que deseaba más que nunca oír su voz. Incluso si era para que le profiriera algún insulto o un millón de reproches, no podía dejar de fantasear con verlo, sostenerlo entre sus brazos y darle un montón de besos, disculpándose por hacerle sufrir así. Y además, ya le estaba extrañando tanto al privarse de siquiera hablarle por algunos días, absolutamente consumido por la vergüenza y la frustración, que pensaba que podría morir. Y aun así, sabía que no habría podido hacerlo de otro modo.

 

Porque por sobre todas las cosas, sentía que si había algo a lo que no podría sobrevivir, era a una mirada de decepción de Kei, frente a frente.

 

 

Tatsuya se dio la quinta vuelta, desde que había salido buscando un lugar para fumarse un cigarro en paz. La locación en Hiroshima, en esa ocasión, era un local bastante básico, que además de tener un camerino ridículamente pequeño donde con suerte había espacio para estar de pie ellos mismos y si es que, un estilista y un staff, no había espacio para tener privacidad alguna y era lo que precisamente necesitaban, con el ambiente tenso que se había formado desde el ensayo de la mañana.

 

 

No podía distinguir exactamente que emoción predominaba en sí mismo en ese instante, pero por más que se esforzaba, no lograba encontrar algo que lograra hacerle sentir mejor. Lo pudo percibir, cuando se vio a sí mismo botando una golosina, luego de haber sentido asco con apenas una mordida; eso era malo. Incluso estando molesto, las cosas dulces siempre lograban animarle.

 

 

No solía preocuparse en exceso por las cosas y los enfados le duraban lo que era nada, pero esta vez le daba vueltas y vueltas, a las cosas que en un arranque de rabia desmedida había terminado escuchando de Kei.

 

 

Luego de haberse topado con medio staff, interrumpir una situación acaramelada (¿o acalorada?) entre Yo-ka y Shoya que no había previsto al abrir descuidadamente una puerta de lo que se supone era una bodega, por fin se vio sólo un momento y como nunca, se fumó media cajetilla de cigarros mentolados.

 

 

En el momento que se sentó frente a la batería y se dio cuenta de manera real de lo pequeño del lugar, gracias a lo atiborrado del público que casi tocaba el escenario y lo insuficiente que era el minúsculo ventilador que tenía tras de sí, se arrepintió de todo lo que había fumado: con suerte y sí se podía respirar. Si a eso le tenía que sumar que le dolía casi todo el cuerpo y le temblaban las piernas de la pura fatiga de darle al bombo incesantemente en el ensayo, era aún más consciente: la situación no era buena para él.

 

 

Habría deseado haber ido en busca de alguna medicina antinflamatoria, en vez de buscar frenéticamente un sitio vacío para arruinar sus pulmones sin lograr aminorar ni un poco su ansiedad que en ese instante llegaba a la peligrosa categoría de angustia.

 

 

Aun así, en cuanto las luces se encendieron y las voces mágicamente desaparecieron junto a la melodía de apertura que iniciaba, se aferró fuertemente a las baquetas. Cerró los ojos un momento, se impregnó de aquella gloriosa cortina de sonido sublime que —irónicamente— había compuesto el mismísimo Kei y dejó que la vorágine de los ritmos lo consumiera. Evocó con ayuda de un timer en uno de sus oídos, el ritmo de la primera canción del setlist y se entregó por completo al acto de ejecutar, dejándose llevar.

 

 

Estuvo en eso hasta que empezó a sentir cómo producto del sudor casi se le escapó una baqueta de las manos. «No es tan grave» pensó, echándole un vistazo rápido a sus baquetas de reserva justo por un costado; hacía muchísimo calor dentro del Live house. Casi suplicaba internamente que Yo-ka se inventara un MC entremedio, como otras veces, que lo había dejado con el ritmo de apertura a medio marcar.

 

 

Pero no pasó. Lo que sí terminó sucediendo fue al fin perder la baqueta izquierda. Hábilmente, respiró profundo y cruzando brazos recogió una de repuesto en tiempo récord, logrando el mínimo impacto en el sonido; estaba seguro. Aun así, la mirada inquisitiva del guitarrista no se hizo esperar ni un segundo y no fue nada disimulada.

 

 

La presión mental le perforaba el cerebro. Cerró los ojos de nuevo para no mirarle, pero los abrió  nuevamente en poco, casi maldiciendo.

 

 

 

 

«Espero que tengas claro cuál es tu lugar»

 

 

 

Volvió a oír en su mente, lo que le había dicho en medio de lo que terminó siendo una ridícula discusión en la sala de ensayos. Sacudió la cabeza frenéticamente junto al ritmo de la canción, intentando quizá aturdir aquellas palabras y expulsarlas de su sistema. No era momento para pensar en nada, tenía que tocar la batería.

 

 

«Yo sólo...»

 

 

Pero no podía dejar de pensar en sus buenas intenciones…

 

 

 

«No es como si tu opinión le importara a alguien»

 

 

 

Y en como el líder de la banda, las destruyó deliberadamente, sin ninguna consideración. Volvió a sentir esa punzada desagradable en el estómago.

 

 

 

«Si hubiese sido yo quien tenía que escoger...»

 

 

 

«No», se ordenó a sí mismo a acallar el ruido mental, echando la cabeza hacia atrás y buscando tranquilidad y concentración en los focos que se movían incesantes sobre su cabeza, disparando luces de colores.

 

 

 

«… jamás habría permitido que te sentaras en la batería de DIAURA»

 

 

 

Y el audífono se le cayó, a causa de su movimiento brusco.

 

Por primera vez en toda su vida, estaba tocando por la pura inercia y dentro de poco, aunque se esforzó en recordar, inevitablemente… lo olvidó.

 

 

 

«Porque hablas más de lo que puedes tocar la batería...»

 

 

 

 

Olvidó el ritmo de la canción; estaba completamente fuera de sitio. Ni siquiera sabía en qué sección de la misma iba: ¿Era el coro?, ¿tal vez el puente?

 

 

Estaba en blanco.

 

 

Y fue evidente porque hasta Yo-ka se volteó, antes de improvisar un juego con el público en medio de aquel extraño ruido disarmónico que se formó.

 

Tan evidente como la pared invisible y paradójicamente densa que se formó entre ellos en ese momento.

 

 

«Y cada vez te soporto menos»

 

 

 

Y tampoco podía detener aquel diálogo en su mente.

 

Luego de algunos segundos más de perplejidad, sin saber si continuar o detenerse, finalmente le entraron ganas de llorar. Pensó que daría igual si lo hacía, porque de todos modos estaba tan sudado que nadie lo notaría. No obstante, sabía que no iba a resolver nada así.

 

 

En medio del pánico, le pareció ver a Kei haciendo ademán de dirigirse hasta a él con dios sabía que intenciones, pero Shoya se le cruzó por delante oportunamente, arrastrándolo a la creativa dinámica que sacó el vocalista de la nada, moviendo al público de un lado a otro, maniaco.

 

 

Observando al guitarrista pegar su espalda al vocalista, mientras fingía un inmenso dominio y paz como si no estuviera al borde de un ataque de histeria por dentro, recordó lo frágil que lucía el mismo hombre contenido entre sus brazos hacía apenas un par de días y por un instante se odió a sí mismo.

 

 

Sintió ira por siempre esperar lo mejor de las personas. Y a la vez, se sintió culpable de pretender más consideración de su parte por haber tenido, aunque fuese ese minúsculo momento de cercanía o comprensión hacia él; por ser respetuoso con su fragilidad.

 

 

Se descubrió a sí mismo sin remordimiento alguno, en ese momento, deseando haberle dado una bofetada, en vez de un abrazo. O quizá habérsela dado hacía unas horas antes de irse en completo silencio del ensayo, luego de que le hiciera sentir como una basura con pies. Pensó que tal vez, debió haber cerrado la puerta de aquel inmundo baño ese día y nunca haber entrado. Deseó haber sido capaz de ignorar el miedo, la soledad y el dolor que transmitía y dejarle simplemente hundido en aquella oscuridad y abrumadora miseria en la que le había hallado.

 

Y furioso, golpeó la batería fuertemente, como si pudiera perforar esas complejas cavilaciones con las baquetas, hasta que de pronto, al fin lo evocó: recordó el coro de la canción. Armándose de valor, hizo un rápido corte de ritmo, para retomar el estribillo.

 

 

 

Shoya, muy atento a todo lo que pasaba, lo miró y bastó una señal para que como un relámpago la situación fuese revertida rápidamente, casi como si todos los músicos se hubiesen comunicado por telepatía.

 

 

 Sin embargo, como un hechizo, aquella sincronía se rompió por completo al bajar del escenario.

 

 

El silencio era tan tenso, que parecía que si alguien hablaba, las cosas en la habitación se romperían de la nada. Habitualmente, no era así. Yo-ka solía bajar del escenario jugueteando con todos, quienes intentaban evadirlo a él y su piel pegajosa post-concierto. Solía molestar al líder quien le respondía con pequeños golpes que no alcanzaba a concretar mientras el veloz vocalista corría de él y capturaba a Shoya e incluso, le saltaba sobre la espalda para que el otro lo cargase al backstage donde generalmente acababa tirándose agua en el suelo o cayéndose con el bajista a quien le entraba una risotada difícil de oírle en otras instancias. En esas ocasiones, como si contemplara un alegre sueño, Kei se les quedaba mirando con una sonrisa silenciosa en vez de reprenderlos, mientras se secaba el sudor con su toalla púrpura.

 

 

Y esa clase de ambiente animado y jovial, oasis único en aquella banda, se había vuelto algo muy preciado para él, sin ni darse cuenta. Así que, en ese instante silencioso y lúgubre, Tatsuya casi no podía con el abrumador zumbido en su cerebro, que había remplazado en un casi violento contraste, todas aquellas agradables imágenes y sensaciones.

 

 

Pero decidió respirar lento, muy lento. Porque sabía que por mal que se sintiera, no había manera de volver atrás y había hecho lo que pudo, estando tenso, abrumado por las incomprensibles palabras de Kei, cansado y casi asfixiado por la inadecuada ventilación del lugar; rindió todo lo que sus recursos mentales le permitieron en ese momento. Todo estaría bien, si se concentraba en mantener la calma en los próximos conciertos, porque al fin y al cabo, lo más probable es que después de eso, no volviese a tocar con ellos para nada una vez finalizada la gira.

 

 

Sacándose la toalla del rostro, detrás de la cual intentaba reponerse, se dispuso a asearse y alistarse para devolverse pronto al hotel. Creía necesitar más que nunca un baño de tina y dormir, perdido lo más posible entre sus sábanas: sólo quería que ese día se acabara de una vez por todas. Concentrado como estaba en sí mismo, no pudo percibir la mirada de Kei al pasar enfrente suyo, que hizo tragar saliva a los otros dos de la banda, que sí lo notaron.

 

 

Probablemente se hubiese caído muerto ahí mismo.

 

 

Fue el primero en estar listo, o eso pensó al ver la Van solitaria en medio del apenas iluminado estacionamiento. No obstante, cuando se disponía a abrir la puerta, alguien le interceptó el brazo de manera algo brusca. Y ese alguien, era el guitarrista.

 

 

—¿En qué mierda se supone que pensabas? —le reprochó, sin hacerse esperar.

 

 

Levantando la cabeza hacia el cielo nocturno un segundo, inhaló aire lentamente, tratando de mantener su mantra de calma personal, que se había esforzado en construir.

 

 

 

Intentó concentrarse en los gestos del hombre frente a él, por sobre sus palabras.

 

 

 

«Está muy enojado» razonó con obviedad, mientras el guitarrista movía los brazos y le levantaba la voz, cada vez más alterado. «Nada de lo que diga va a ser realmente objetivo», volvió a pensar, intentando dejar pasar algunos apelativos descalificadores que ya le estaba lanzando el otro, al no obtener ninguna reacción de su parte.

 

 

—No te está escuchando, Kei y estás gritando como una vieja histérica. —Escuchó de pronto, viendo a Yo-ka aparecer con gesto cansino, soltando uno de sus típicos comentarios inadecuados.

 

 

Con eso, la atención y tal vez la ira del líder, se volvió contra el vocalista y mientras empezaban a discutir entre ellos, decidió que lo mejor era subirse a la Van de una vez por todas y restarse de los asuntos de la banda, como bien le había dejado en claro debía hacer, el mismísimo Kei.

 

 

Sin embargo, en cuanto iba a subir una pierna al automóvil un empujón lo desestabilizó y casi lo hizo caer. Se quedó pasmado un par de segundos mientras atinaba a esquivar de nuevo el brazo del guitarrista intentando asirle con quizá qué idea.

 

—¡Kei, ya para! —Finalmente, Shoya había llegado, tironeando al agresor desde atrás. Más allá, se veía a una chica del staff acercándose apresurada, probablemente alarmada por el griterío y la escena.

 

Con paciencia, decidió dejarlo pasar otra vez y sólo se puso los audífonos que traía al cuello, para tratar de subir nuevamente, aun así, el guitarrista volvió a hacer ademán de interponerse y esta vez, el baterista no pudo evitar sentir la sangre hirviéndole en el cuerpo.

 

—Basta —soltó con voz firme, mientras le detenía el brazo a Kei y lo miraba fijo. Al verlo intentar removerse, insistió—: Dije que ya basta.

—¡Ni siquiera te im…!

—Sólo… para—le interrumpió, intentando mantener la compostura pese a que se sentía un poco sobrepasado por la situación. Las manos le temblaban, ya no sabía si de fatiga, de ira o de ambas. Al notarlo, le soltó la muñeca al líder al fin y cerró los ojos, bufando y agregó—: Te escuché perfectamente. —Tomó aire para continuar, antes de que el otro siquiera pudiera hilar algo, sorprendido ante su repentina respuesta—. Sé que me equivoqué, pero eso no quita que no tengas modales y que seas incapaz de reconocer cómo lo que dices o haces afecta a los demás.

 


Se hizo un silencio incómodo de unos pocos segundos. El bajista abrió la boca de la impresión, aquel comentario fue bastante certero. El baterista de soporte no tenía cómo saberlo, pero absolutamente nadie en la compañía se atrevía a ser así de directo acerca de la personalidad del líder, hasta Yo-ka se limitaba con ciertas cosas cuando discutía con él. Y es que, aunque hubiera ciertos aspectos interpersonales en los que el guitarrista no era muy bueno que digamos, todos dependían mucho de lo que sí sabía hacer muy bien, que era hacer música y hacer funcionar las cosas. Pensó en algo que decir para bajarle la temperatura a la situación o defenderlo, pero no había nada que pudiera rebatir: simplemente, tenía razón.

 

Contra todo pronóstico, el primero en salir del pasmo y ponerse a favor de Kei, fue Yo-ka.

 

—Bueno, sabemos que este cerebrito es idiota para algunas cosas. Pero también tienes que entender que está así porque lo que pasó fue grave, Tatsuya. Yuu jamás…

—¡No lo menciones! —chilló el guitarrista de pronto, más al borde de la histeria que antes.

—¡Quién mierda te entiende, Kei! —Le gritó el otro en respuesta, ante su incomprensible intervención.

 

 

El maldito y bendito Yuu. Tatsuya sintió que vomitaría si alguien más mencionaba su nombre.

 

 

—Me importa una mierda lo que él haga o no, porque el que estaba tocando la batería era yo —respondió groseramente al vocalista.  Shoya se llevó una mano a la frente, girando sobre sí mismo exasperado. No recordaba haber visto jamás a Tatsuya enojarse, ni menos ser grosero con alguien.  

—Pero eso no quiere decir que tú… —Intentó replicar aún el líder, pero el baterista ya no quería escuchar más nada.

—Lo que sea que quieras decirme, ya no me importa.

 

 

Estaba agotado, harto de la situación. Y al menos en ese momento, hasta de la misma banda.

 

—¡Pues debería importarte, porque yo soy…!

 

Cerró los ojos y apretó los labios exasperado, obligándose a contenerse. Pero era difícil si el otro no dejaba de gritar. Intentó contener su frustración y detener su diálogo interno todo lo posible, pero las emociones eran demasiado grandes y mientras más se esforzaba en reprimirlas, más amenazaban con ahogarlo.

 

—¡Todo lo que pensaba en el concierto era en lo insignificante que se supone que soy y en lo nada que vale mi esfuerzo para ti! —terminó gritándole sin pensar ni poder controlarse, al final. Pudo ver con sorpresa, como el guitarrista abría la boca y la cerraba, callándose repentinamente de una vez por todas y bajando la vista. Volviendo a la realidad, luego de aquel segundo de catarsis, escuchó el corazón palpitándole en las sienes, notó el nudo en su garganta y su cara ardiendo; se sintió avergonzado y completamente fuera de lugar. Sin poder mediar ninguna reacción mejor en aquel incómodo momento, se dio la media vuelta en silencio y se alejó, caminando lo más rápido posible. Volvería al hotel por su cuenta de alguna manera, pero sólo sabía que en ese instante, no podían compartir el espacio ni un segundo más.

 

 

—Parece que te pasaste un poco antes… —soltó Yo-ka como si nada, subiéndose finalmente a la Van. El guitarrista sólo observaba algún punto vacío en el suelo, mientras Shoya sin dudarlo demasiado, paso por delante suyo, yendo tras el baterista.

 

 

Por su parte en Tokio, Aoi cerró los ojos buscando dentro de sí la paciencia que alguna vez tuvo con el hombre alto de pelo color miel, que acababa de lanzarle una libreta por encima de las partituras, arrojando el atril por el suelo y de paso, arruinando la grabación que al fin había conseguido llevar a cabo, luego de intentar inspirarse por horas.

 

Apagó el sonido, preparándose para la confrontación.

 

—¿Cuál es tu maldito problema? —inquirió, tragándose el insulto natural que se había tentado a soltar.

—¡¿Sabes cuánto cuesta este puto cuaderno de partituras, Yuu?!

 

El pelinegro observó la malograda libreta abierta por los suelos, junto a sus igualmente desgraciadas partituras, esparcidas por todos lados.

 

—No sé, Takashima. Pero para importarte tanto, la tratas bastante mal. —«Aunque eso es natural en ti», pensó amargamente, recordando el tiempo remoto en que habían mantenido una relación más cercana.

—Mira, idiota, como trate mis malditas cosas es mi problema, ¿lo captas? —vociferó insolente, apuntándole con el índice—. Y segundo, le arrancaste media hoja a mi composición y no me digas que no fuiste tú, porque…

—¡¿Es en serio?!

—¡Que ya no puedas componer una mierda no te da derecho a sabotear la banda!

—¿Sabotear la…? —Se rio de lo ridículo que le parecía el tremendo ego del otro—. Mídete, por favor. ¡Sólo necesitaba anotar algo y lo único que había a mano, era tu estúpida libreta! No te creas tan importante.

—¡Es una maldita libreta Chanel!

—¡Cuando te conocí componías hasta en servilletas mientras esperabas las malditas malteadas que obligabas a Ruki a comprarte, a cambio de tus patéticas canciones!                        

—¡¿Mis patéticas canciones?! —repitió, al borde de la indignación— ¡Pues son mis patéticas canciones las que te dan de comer a ti y a todos!

—¡Hey, ya! —Se cruzó por delante de Uruha, el baterista y líder de The Gazette, quien había salido por un café junto a Reita.

—Shima, te doy mi café y una nueva libreta de donde se te ocurra, si dejas a Aoi terminar su maldita grabación. Quiero irme temprano a casa. —Trató el bajista, conociendo a su dramático compañero de banda.

 

 

El guitarrista principal, se cruzó de brazos, bufando, mientras le clavaba una mirada de odio a Aoi.

 

—Quiero que se la descuenten a Yuu —demandó. El nombrado rodó los ojos, harto. Ruki salió de la caseta de grabación, encontrándose a todos con caras largas y sin entender nada.

—Pero que…

—Hagan lo que pide y pueden irse a la mierda por hoy —soltó, descolgándose la guitarra y saliendo de la habitación, haciendo caso omiso a los reclamos de todos.

 

Ya sentado en su camioneta negra, pero aún en el estacionamiento, abrió la ventanilla y encendió un cigarro, meditando en las múltiples maneras en que Uruha podía ser un imbécil. Pero pronto se vio abrumado por otra interrogante, asociada justamente a la razón por la cual había arrancado apuradamente esa hoja de alto gramaje a la estúpida libreta sin ni mirarla, aquel día.  

 

Y esa razón, era Shoya.

 

Aoi se sabía una persona lenta para procesar los acontecimientos y poner en orden sus desbordantes emociones.  A menudo era un arduo trabajo personal, si no quería terminar explotando. Desde joven que notó que era bastante sensible y que las cosas le afectaban bastante, en un buen y un mal sentido para él. Ese funcionamiento emocional solía hacerle sentir torpe con los demás e incómodo consigo mismo. Conmoverse o llorar por cosas insignificantes para otros, era algo ridículamente habitual en su vida, aunque con el tiempo había aprendido a mediar mejor con eso y volcarlo en la música, aún había ocasiones en que las sensaciones lo abordaban de golpe y, estando desprevenido, no podía hacer otra cosa más que dejarse llevar por ellas.

 

 

Hasta cierto punto, algo así le había sucedido con el bajista. La fragilidad y la inocente fijación de su mirada curiosa y extrañamente melancólica en la fiesta en que se conocieron, habían calado muy profundo en él. Parecía que podía entender a la perfección, el querer aparentar que perteneces a un lugar sin poder, porque en realidad sientes que no encajas en ningún sitio. Y Shoya se veía exactamente de esa forma, aquel día ante sus ojos; perdido y solo, justo como él se sintió gran parte de su propia adolescencia, hasta que decidió dejar de compadecerse a sí mismo y migrar a Tokio y transformar su sensible padecimiento en una próspera carrera musical, dotando a The Gazette del corazón emocional que le faltaba, a través de su característico virtuosismo acústico en la guitarra.

 

 

Sólo pudo percibir, intuitivamente, que no sólo él mismo, si no el bajista y las bandas de ambos estaban poniéndose en riesgo, aquella noche de terror. Todo lo que pudo hacer fue intentar retomar a toda costa su vida normal, para equilibrar el curso de las cosas y calmarse. Con todo lo enamorado y furioso que podía estar, no podía simplemente pasar de todo el mundo como si sólo ellos dos existiesen ni caer en soluciones desesperadas y drásticas como Yo-ka había intentado, por mucho que lo deseara en lo más profundo de sí.

 

 

Actualmente, se debatía entre la decisión de renunciar al bajista o no, pero ¿cómo se renuncia a algo que no puedes controlar y te quema por dentro?  Sentía que, de cualquier manera, hubiese un final feliz o no entre ambos, el vocalista de DIAURA era una peligrosa bomba de tiempo que tarde o temprano acabaría con Shoya, literalmente. No podía quedarse tranquilo con ese terrible presentimiento y luego enterarse por algún hilo amarillista de fans tipo Tanuki de alguna probable tragedia. Haber comprobado por sí mismo y contra su voluntad lo violento y perturbado que podía llegar a ser el otro hombre, le hacía temblar; no le dejaba dormir en paz. No podía dejar de pensar en que, si el bajista era como él creía, Yo-ka ya lo había lastimado alguna vez y él lo había dejado pasar.

 

 

Simplemente, ese pensamiento le podía.

 

 

Si de verdad alguna vez le había herido y pese a eso seguían juntos, Shoya también tenía un problema que no podía ver en sí mismo; uno que le exponía a acabar muy mal. Prefería su paranoia a ser cómplice por quedarse con las dudas: si decirle la verdad de lo que había pasado acerca del ataque del vocalista le ayudaba a abrir los ojos, entonces lo iba a decir. Porque incluso si todo era una fantasía personal que llegaba demasiado lejos en su imaginación y ni un pelo le había tocado, probablemente, algún día sí lo haría.

 

No tenía la más mínima duda de eso.

 

Por eso se había armado de valor y decidió ir hasta la compañía para nuevamente, intentar comunicarse con él. Sabía que enviarle un mensaje de texto sería muy arriesgado si el otro le tomaba el móvil y además, por seguridad, había cambiado su número. Dárselo en papel y pedirle que se cuidara a sí mismo, que se protegiera de alguien como Yo-ka; era todo lo que podía hacer.

 

Sin embargo, acercarse hasta la pequeña compañía que no poseía más que unas pocas bandas ya era un movimiento muy peligroso. Las posibilidades de encontrarse con el bajista eran escasas, por lo que decidió dejarlo a la suerte y pedirle el favor al primer staff amigable que percibiera en las cercanías, rogando que no le reconocieran.

 

 

No obstante, ya había pasado un poco desde eso y no tenía idea de si su mensaje ni sus intenciones o su amor, podrían alguna vez, volver a alcanzar a Shoya.

 

 

Pese a que se conocían hace años y que llegaron a ser amigos cercanos mientras estudiaban en la misma sede de la academia de música en Tokio, el bajista se preguntaba por qué en vez de acercarse a intentar contener a Tatsuya, simplemente lo siguió, caminando a una distancia considerable, pero en la que el otro aún permaneciera en su campo de visión. ¿Acaso los años no eran los que fortalecían la confianza? Aunque si lo pensaba bien, tal y como el baterista hizo evidente en la cena con Yuu hacía ya un tiempo, había estado un par de años, desde el egreso de la academia, sin ni siquiera enviarle un mensaje o señal de que seguía vivo. Y eso, incluso cuando el baterista sí había intentado contactarlo un par de veces. Se sintió un amigo terrible, al pensar en eso.

 

 

Se demoró aún varios minutos en llegar hasta donde finalmente se había detenido, frente a una baranda de un mirador de altura, que permitía apreciar gran parte de la extensión de la ciudad. En plena noche, la vista era como la de un jardín extenso de luces titilantes y sonidos tímidos del viento que, de tanto en tanto sacudía la estética arboleda cerca de ellos.

 

 

Estaba preocupado acerca de qué sería adecuado decir o hacer, pero cuando observó al baterista a su lado este parecía tranquilo y absorto en las luces frente a él, con un semblante relajado.

 

 

—Parece que se me fue de las manos, ¿verdad? —soltó este de pronto, como si hablara de las luces.
—¿A ti? Es Kei quien se montó un papelón poniéndose así de imbécil, y…

—Oye, Shoyan… ¿Tú también crees que lo arruiné? —Sonrió amargamente—. Se me cayó el audífono, no pude seguir. Olvidé la canción.

—La primera vez que me paré en el escenario con ellos como soporte, estaba tan nervioso que hice la misma nota en el bajo durante tres canciones —hizo una pausa, pensando si lo que deseaba decir a continuación era prudente o no—. Y aun así, Kei me quiso en la banda. Además, él también se ha equivocado algunas veces… y bueno, ya has visto a Yo-ka. No olvida sus líneas, pero rara vez recuerda el orden de los setlist. A veces sale con canciones que ni siquiera…

—Debería disculparme con él —le interrumpió, otra vez. El bajista se sintió repentinamente contrariado, sentía que por alguna razón, su amigo estaba viendo sólo un lado de las cosas. Uno en el que no cabía aceptar que todos habían sido, de alguna forma, injustos con él.

—¿Te quieres disculpar por cometer un error sobre el escenario, aunque todos lo hemos hecho?

—Le grité, Shoyan. No está bien. Incluso le sostuve fuerte…—Se llevó una mano a la nuca, rascándosela con gesto afligido—. No respondí bien, creo que…

—Pensabas en lo que te dijo, ¿no es así?

—No debí gritarle…

—Tatsuya, deja de evadirlo.

 

 

Y entonces, ante tal confrontación, finalmente el otro lo miró a los ojos. Aunque fue apenas un instante, pudo percibir en aquel leve contacto, un dejo de tristeza, en aquella permanente y desbordante alegría y energía que mostraba en su superficie.

 

—¿Es necesario que lo diga?

—Se lo dijiste a Kei y a todos, hace un momento… ¿por qué no te lo podrías decir a ti mismo? ¿Simplemente asumir que lo que te dijo te hizo sentir así de mal?

—Sentir lástima por mí mismo no me va a ayudar —Le sonrió. Aunque aquella melancolía no desaparecía aún del todo de sus ojos—. Además, creo que algo le debe estar pasando a Kei.

—Yo también lo creo, Tat-chan, de verdad…—Se acomodó justo por su lado, sacando un cigarro. Le extendió la cajetilla al baterista, pero a este se le revolvió el estómago de sólo mirarla, por lo que declinó su ofrecimiento—. Aun así…—Encendió el cigarro, dando una profunda calada—… pienso que eso no es un permiso para tratarnos a todos como si fuésemos esclavos o como si fuésemos incompetentes, ni despreciarte de ese modo. Sobre todo a ti, que nos has apoyado y soportado todo este tiempo, con mucha más paciencia y flexibilidad para todo, que la que el mismísimo Yuu hubiese tenido.

 

«Yuu y yo somos personas diferentes», pensó Tatsuya, pero prefirió no decir nada. Sabía que su amigo sólo intentaba animarlo, pero cada vez que alguien venía a compararlo con el pelinegro, se sentía un poco más invisible. Incluso si era para resaltar sus propias cualidades, estar siempre al contraste de lo que el otro baterista hacía o que no, le dejaba un sabor amargo de boca.   

» Es decir —continuó Shoya—, me molesta sólo recordarlo. Sólo intentabas ayudar, ¿sabes? Eso era evidente. No querías ser entrometido, es lo que cualquier persona mínimamente empática habría intentado hacer.

—En realidad, en algunas cosas tiene razón, Shoyan: Yo no soy un miembro de la banda. Pero, tal vez simplemente me habría gustado no haberlo oído… o que no lo hubiese dicho. —Evocó por un instante, un momento de la discusión de esa mañana—. No de ese modo.

—Sabes que fue demasiado lejos…

—Sí, lo fue. Pero a la vez, supongo que me devolvió un poco a la realidad. Ya no me queda mucho tiempo con ustedes, ¿sabes?

 

A Shoya le dio un poco de dolor de estómago, repentinamente.

 

—Vaya… en verdad, no he pensado en todo este tiempo que en realidad en algún momento te irías. Yo quisiera…

 

Tatsuya sintió que no podría soportar oír lo que seguía.

 

—¡Vamos! —Le interrumpió el baterista, cruzándole un brazo por los hombros—. No te pongas triste, Shoyan, lo hemos pasado muy bien tocando juntos, ¿no? — El bajista lo miró, sin poder evitar suspirar con resignación: ahí estaba otra vez, el Tatsuya alegre de siempre—. Estoy contento de haber vuelto a verte después de mucho tiempo —Le sonrió, mirándole fijamente apenas unos instantes con una sonrisa, antes de soltarle. Shoya no supo muy bien por qué, pero de pronto tenía los ojos húmedos y continuaron de ese modo, cuando vio al baterista levantar sus brazos, estirándose, como si intentara, elevar su ánimo y a la vez liberar toda tensión de su cuerpo.

 

» Me disculparé y lo haré lo mejor que pueda en lo que queda, ¿sí?... cuento contigo, Sho. 

 

Aquella última frase, sencilla, por alguna razón, se le quedó grabada al bajista. Continuó repitiéndola en su mente como si fuese la escena final del capítulo de un animé, donde el héroe te conmueve con una lección de carácter; así solía lucir Tatsuya en sus recuerdos, a menudo. Caminaron un poco acercándose a una zona más transitada para esperar un taxi que los llevase al hotel. Entre lo ajetreado del día, a nivel físico y emocional, estaban ya bastante agotados.

 

Estaba cavilando acerca de todo lo que había pasado en el día, cuando al meter las manos en los bolsillos de su chaqueta, intentando juntar calor, el baterista se encontró con algo en su bolsillo. Apenas lo vio, recordó algo y detuvo a Shoya, quien parecía pensativo también.

 

—Oye Shoyan, lo había olvidado, pero… mientras estábamos en Tokio, alguien me dio esto en la entrada de la compañía, para ti —dijo, extendiéndole un papel con unos números garabateados en una forma curiosamente curvada hacia la derecha. Observó como súbitamente, el bajista se ponía un poco pálido.

—¿Quién… fue? —Pese a que sabía la respuesta por la inconfundible caligrafía, tanteó con cuidado. Era poco probable que el baterista no conociera The Gazette. Y si los conocía, identificar a Aoi, era ridículamente fácil si alguna vez le habías visto los labios. Aunque pudiese ser que pensara así, porque era un atributo que en especial le gustaba de él. Sacudió la cabeza, tratando de despejarla de aquel pensamiento y otros recuerdos.

—A decir verdad, no lo sé… —Se quedó pensativo, frunciendo un poco el ceño y mirando concentradamente el suelo, como si se esforzara en evocar—… Uhm, usaba unos lentes de sol bastante grandes y vestía de negro. Aunque, ¿sabes?, tuve la sensación de que tal vez lo haya visto en televisión o algo, parecía… no sé, ya sabes, como una persona de la tele: famoso, bien parecido, adinerado y todo eso. Tenía las manos bonitas.

—Ah, ¿te pareció?

 

Al bajista le pareció graciosa la descripción de su amigo, pero lo que de verdad le hizo sentir mejor fue que no lo conociera, lo que era bastante inverosímil, pero al parecer posible. Se sintió bastante aliviado al respecto.

 

—Era como misterioso, no sé, daba un poco de miedo. Sobre todo, porque no me quiso decir su nombre y dijo que tú sabrías de inmediato quién era él, o algo así… —Hizo una pausa, rascándose la cabeza otra vez—. Lo siento, no me acuerdo muy bien… pero, ¿es así? —Le miró, expectante. Shoya por su parte tragó saliva, nervioso—. ¿Sí sabes quién es?

 

El bajista se quedó en blanco un momento pensando qué decir. Tatsuya aún le interrogaba con la mirada.

 

—¡Ah, sí! —dijo de pronto, sobresaltando un poco al otro después de un extraño e incómodo silencio—. Lo que pasa es que, sí… es de la tele. A lo mejor temía que lo conocieras, lo suelen perseguir los de los programas de farándula, ya sabes… intenta cuidarse.

—¿Y es…? —El baterista insistió, curioso.

—Es un viejo amigo, es que por eso de ser famoso cambia su número a menudo. Es un poco paranoide y cree que alguien podría revisarle el correo, con esas app modernas, ya sabes… quizá, no sé, pensó que era más seguro hacerme llegar su contacto así, creo…

—Ah, puede ser… bueno, deberías llamarlo cuanto antes, ¿no?

—Sí, claro… gracias. —Levantó el famoso papel, en un gesto amable de agradecimiento, tratando de sonreír de la manera más real posible.

 

Tatsuya sólo le sonrió de vuelta y perdió la vista en la calle; se acercaba un taxi y era obvio, evidente para él, que Shoya mentía y que lo hacía muy mal. Sin embargo, decidió no comentar o indagar nada más al respecto. En lo personal, pensaba que cada persona tiene motivos personales por los cuales hacer las cosas y que estos eran respetables; no había por qué cuestionarlos. Y en lo que fuera que estuviese metido su amigo, así el tipo sí fuese un Yakuza como había imaginado, era su asunto y no le correspondía inmiscuirse, salvo que así se lo pidiera Shoya explícitamente. Pese a que siempre lo había considerado bastante introvertido, con momentos de extraordinaria lucidez, también lo veía como alguien prudente y a menudo centrado; confiaba en él. No lo recordaba metiéndose en problemas, era más bien diplomático para resolver las cosas, si es que le apetecía resolverlas. Algunas veces simplemente las dejaba pasar. No le parecía que perdiese los estribos con facilidad, aunque sí debía reconocer, que sospechaba que era de los que sufría bastante, en silencio. Eso era lo único que le preocupaba.

 

Se detuvo un momento en su hilo de pensamientos y lo miró de reojo, tenía la cabeza apoyada en su mano y parecía atento al paisaje nocturno que se veía por la ventana del auto. «Un hombre de secretos», eso es lo que concluyó el baterista acerca de su amigo. Tan sólo esperaba que, si en algún momento estos se hacían pesados de soportar, pudiera contar con él, como antes en el pasado.

 

No conversaron más en el trayecto. Parecía que las luces que entraban por las ventanas del auto oscuro y calmo, los perforaban a ambos, iluminando partes de sí antes no vistas y que hubiese que esforzarse en proteger, necesariamente, a través del silencio. Al menos, era así para Shoya.

 

En cuanto llegaron al hotel, el bajista se quedó parado frente a su puerta, fingiendo buscar la tarjeta de entrada y respondiendo con un gesto símil, a la rápida despedida del agotado Tatsuya, antes de entrar al fin a su habitación.

Entonces, cerciorándose de que no había nadie, se dio la media vuelta y se perdió por los pasillos del hotel hasta dar con alguna terraza. No sabía si por haberse quedado solo, repentinamente, la sombra de sus pensamientos se había hecho más larga y, como una especie de criatura nocturna que adquiere poder con la oscuridad de cada noche, estos se agrandaran, ganaran fuerza y de pronto fuesen a inevitablemente aplastarlo.

 

La soledad no le venía demasiado bien, era un hecho en su vida desde siempre. Que estuviese acostumbrado a estar solo, nunca logró hacerlo cómodo. Y pese a eso, era mejor que estar expuesto en demasía a las personas.

 

Sabía que era una absurda contradicción, pero no podía evitar sentirse de esa manera. Eso sólo había mejorado tenuemente desde que vivía con Yo-ka.

 

¿Estaría despierto o ya se habría dormido? Lo imaginó, esparramado de cualquier manera sobre su cama en la habitación que compartían y al instante, sintió aprensión por no haber podido cerciorarse de que se hubiese abrigado adecuadamente como para no enfermarse o siquiera se secara el cabello, después de ducharse. Cerró los ojos evocando su cara, que cambiaba tanto al dormir y exploró sus bolsillos a la rápida, buscando algún cigarro suelto que tuviese por ahí, para calmar su ansiedad. Todo lo que había pasado en el día, le tenía un poco alterado. Pero, repentinamente, sintió un vacío en el estómago al notar en su bolsillo, aquel dichoso papel que su amigo le había entregado.

 

Como si el papel fuera de fuego sacó la mano del bolsillo y la sacudió. No era correcto poner a Yo-ka y Aoi en un mismo pensamiento, ni por un segundo. Lo sabía. Lo había estado haciendo muy bien, a su parecer, centrando su atención en su pareja y en la banda.

 

Porque, era eso lo que debía hacer, ¿no es así?

 

Repitiéndose aquella idea como un mantra, se acercó a la baranda. Pese a que estaba apenas en una terraza de la tercera planta, una ráfaga de viento que percibió violenta, le removió un poco de su sitio y casi le voló el pañuelo que traía descuidadamente medio colgado al cuello. Se aferró al barandal de fierro, con más fuerza de la necesaria. No pudo evitar interpretar ese momento como una analogía a sus sentimientos: Aoi siempre venía como esa especie de viento, a removerlo arrebatadoramente de un sitio en el que no sabía si se sentía del todo a salvo y él, se aferraba con insistencia a lo que creía familiar. A lo que creía ahora, era un lugar que podía considerar su hogar, junto al vocalista que absorbía por completo su incómodo mundo interno.

 

Luego de volver a respirar con un poco más de calma, llevó una de sus manos hasta el pañuelo que traía casi descolgado y comenzó a acomodarlo otra vez. Se le vino a la mente de forma instantánea, la ridícula y tierna manera a su parecer, que había tenido Yo-ka de obsequiárselo. Sonrió involuntariamente. Deseó besarlo, en ese mismo momento.

 

Y sin embargo cuando lo hizo en su imaginación, al separarse del rostro amado, este no era el de Yo-ka… sino el de Aoi. Se acaloró súbitamente de la vergüenza y en un gesto de desesperación, se llevó ambas manos a la cara, sintiendo de inmediato en este, el contraste extremo con la temperatura de sus manos, gélidas.

 

¿Cómo podía pensar en algo cómo eso? ¿Cuál era su problema?

 

No podía tolerar el volver a la habitación pensando en eso. Se sentía abrumado y avergonzado. No obstante, tampoco podía perderse toda la noche ahí, evadiendo el asunto para siempre.

 

Armándose de valor volvió a meter la mano a su bolsillo tomando entre sus dedos el dichoso papel y se sorprendió de la instantánea rapidez con que su mente se llenó de sensaciones e imágenes, esta vez alusivas al pelinegro guitarrista de The gazette. Sintió que, tanto si intentaba evadirlas como si no, inevitablemente lloraría.

 

Había querido decirse todo ese tiempo, que todo había sido una pérdida de lucidez momentánea. Como una brecha pasional que se abrió ante la inmensa necesidad de sentirse más que el bonito adorno y sirviente de alguien, que lo había modelado tan a su antojo que, había llegado a olvidar quién se suponía que era en primer lugar.

 

Y ese era el problema, eso era lo que al mirar en esos escasos, pero siempre intensos recuerdos, sangraba: saberse visto de verdad, tal vez por primera vez en su vida, en toda su esencia, en la negrura profunda de los ojos de Aoi.

 

Como si el otro sin ni siquiera esforzarse, hubiese podido ir más allá de su barrera y hubiese arropado esa vulnerabilidad indeseable y horrible de la que se sentía preso, sin juzgarlo, para darle calor y de alguna manera, en episodios fugaces como las estrellas del mismo nombre, devolverlo a la vida, de formas sencillas, profundas, honestas e intensas.

 

Dirigió la vista hacia abajo del barandal, intentando salir de aquel trance reflexivo y doloroso. Sólo entonces se percató que abajo, pasaba un río, por el costado del hotel. El agua le devolvió una pequeña parte de su reflejo en forma de sombra, un poco oscuro, como se sentía en medio de esa confusión.

 

 

Pero, es que ¿quién era antes de aquella explosión de emociones y sensaciones que le había significado el conocer a Yo-ka hacía casi tres años?, meditó, contemplando aún esa imagen borrosa y casi imperceptible de sí mismo.

 

 

Era exactamente así: imperceptible. Cuando Yo-ka lo miró, divino, inmenso e inalcanzable, desde el escenario donde dominaba todo por medio de su apasionado canto y sugestivos movimientos, lo hizo existir. Cuando el foco de su atención se posó en él y luego, cuando súbitamente le estaba besando de la nada un día, de pronto, empezó a ser alguien. Su cabello, sus metas, su maquillaje, su instrumento favorito, todo cambió para poder agradarle a él, para poder ser al fin, amado.

 

 

Sosteniendo el papel entre sus manos, lo observó un instante lo suficientemente corto como para no memorizar los números y lo vio removerse por la fuerza del viento, al igual que sus pensamientos. Clavó su vista en el agua oscura que circulaba, incesante. Y, como si esta constituyese una pantalla, su mente empezó a proyectar en ella vívidas y detalladas imágenes de sus recuerdos más recientes sólo junto a él, muy intensos. Como si, el reflejo de las níveas luces blancas, fuese la evocación precisa de la trémula piel sedosa y brillante del vocalista y la cadencia sensual de sus movimientos, el día anterior en Osaka.

 

 

Recordaba a la perfección que no sabía cuál de todas las emociones que había sentido ese día era más intensa: la curiosidad, la excitación o la adrenalina. O tal vez era una mezcla desenfrenada de las tres. Sólo que no tenía ni idea de cómo se había parado frente al otro, con un atuendo que poco dejaba a la imaginación, que había conseguido de entre todas las exóticas opciones que ofrecía el servicio del dichoso Love Hotel 5 estrellas al que habían ido a parar.

 

 

Cuál seudo dominatrix, en un traje completo de látex por piezas, ceñido groseramente al cuerpo con medias ligas y gorra incluida, se aproximó a él y levantó la pierna desvergonzadamente, en el borde de la cama, dejando a merced de un boquiabierto Yo-ka, su pálido y firme muslo a medio cubrir por la provocadora tela, que simulaba una segunda piel al tacto. Al vocalista le habían faltado aún unos cinco segundos para salir del pasmo; le brillaban los ojos, como a un felino antes de salir de caza.

 

Y luego fue despojado del control súbitamente. Su corazón empezó a latir a mil por hora.

 

Apenas había cerrado los ojos un par de segundos sintiendo la lengua tentadora de Yo-ka —aferrado a su pierna como si se le fuera la vida en ello—, llegando al borde del pantalón corto del traje, cuando de la nada ya se encontraba en la cama, con las manos esposadas al respaldo. Tenía grabada a fuego la sonrisa gloriosa del dictador de la escena luego de someterle, caracterizado en un traje militar rojo, con pantalón de bombacha, que ni aún en lo holgado que podía llegar a ser lograba disimular la ya prominente erección del dominante de turno.

 

 

Volvía a sentir escalofríos al recordar al vocalista abriéndose la chaquetilla y lanzándola despreocupadamente, exponiendo su torso magnífico y trabajado, mientras se le sentaba sobre las caderas y con sus manos, enguantadas en cuerina, le acariciaba de manera lenta y sensual, al tiempo que, inclinado sobre él, su lengua le lamía los labios, ofreciendo un contacto más profundo y húmedo que nunca llegaba. Era desesperante, sexy y demencial; todo al mismo tiempo.

 

 

La misma pura esencia de su personalidad.

 

 

Su cuerpo volvía a sentir en la rememoración las pequeñas punzadas entre placer y dolor que le provocaban aquellas caricias lascivas. Sus dientes apretando los botones de su pecho y su lengua haciendo círculos que luego, fueron acompañados por un movimiento terriblemente tentador que el otro realizaba casi con malicia con las yemas de sus dedos sobre su glande aún cubierto de tela, el cual había ubicado sin ni siquiera mirarlo; y es que él le conocía bien. Le superaba la sensación de sentirse tan expuesto, pero por alguna razón, casi afiebrado de deseo, sólo pensaba que era la única persona ante la cual no le molestaba sentirse de tal modo.

 

Y estaba muriéndose de ganas de obtener aún más.

 

Mientras el recorrido de su boca se ubicaba ya sobre sus clavículas inusualmente marcadas dado la incómoda posición de sus manos esposadas a cada extremo de la cama, se atrevió a pedir, en medio de sus desesperados jadeos. Sin embargo, parecía ser que, la tentación sólo aumentaba al clamar su nombre.

 

—Yo-ka… por favor —intentó una vez más, casi al borde de la desesperación. La barrera entre el placer y el dolor se le desdibujaba en favor de lo segundo, a esas alturas.

 

Se remeció soltando un gemido escandaloso, al sentir al otro apretando con su mano todo lo que pudiera abarcar de aquella zona.

—Por favor, qué… —habló por fin su torturador, en tono ronco, lamiendo luego su oreja, tan sensible como el resto de su cuerpo.

Se le subió el calor a la cara acaso más si era posible, al verle juguetear con sus dedos ahora en el borde del minúsculo pantalón corto. Jadeaba, casi boqueaba, al ver a Yo-ka desabrochar con los dientes el botón de dicha prenda y del mismo modo, bajar el cierre, concentradísimo en la labor. Una vez hubo acabado, contempló extasiado el efecto de sus acciones en el endurecido miembro del otro.

 

Shoya se mordió los labios desesperado, viendo como incluso el vocalista, con la vista clavada en su miembro se relamía los labios para luego quitarse los guantes, uno a la vez, tirándolos desde uno de sus dedos con sus dientes. Clavándole al final, una mirada expectante; podía leer el deseo desbordante en ellos.

 

—Tócame, Maestro —pronunció al fin, completamente rendido ante él.

 

El recuerdo era tan intenso, que al igual que en ese momento, un estremecimiento hizo réplica en su cuerpo y sus piernas vacilaron. Acalorado, se agachó, sosteniendo su estabilidad y usando como punto de regreso a la realidad, el frío del fierro al que se aferraba una de sus manos. Estaba agitado, era increíble lo poderoso que era Yo-ka, incluso en sus recuerdos. Eso era algo que desde que se habían conocido nunca había cambiado.

 

 

 

«Abrázame, Sho… házlo con todas tus fuerzas»

 

 

 

Evocó vívidamente aquella inesperada petición que le había hecho en medio de aquel apasionado momento en un susurro al oído, antes de al fin liberarle las muñecas, estando ya casi al borde de las lágrimas de lo intenso que sentía todo en su cuerpo. Aun así, lo hizo; le abrazó fuerte, desesperado, como si alguien de improviso fuese a separarlos. No sabía si era por eso, que cuando sintió al otro entrar en su cuerpo había sido tan especial, podía jurar que estaban unidos en cada milímetro de sus cuerpos en ese instante, como si fueran una misma cosa, fusionados en un mismo ser. Y pese a lo frenético que había acabado siendo todo, hasta el clímax, lo que más fuerte hizo latir su corazón, fue aquella sonrisa con la que descubrió a Yo-ka observándolo, ya recostado a su lado, boca abajo, a punto de dormirse. Sin embargo, sus ojos se veían extremadamente vivos, sus pupilas aún levemente dilatadas fijas en él, brillaban. Había una emoción sumamente intensa que transmitía esa mirada, imposible de describir con palabras. Simplemente, le atravesaba los propios ojos y se alojaba en alguna parte de su cráneo, que parecía aún muy pequeño para soportarla, que resonaba en una sensación tan sobrecogedora que le desbocaba el corazón.

 

 

La última imagen que tenía de él, de aquella noche, era esa sonrisa atenuada en sus labios enrojecidos, que permanecía indemne, pese a que ya estaba dormido.

 

 

Sí, podía ser que en un comienzo las cosas fueran realmente de otro modo. Pero de todas maneras, ninguno de los dos planificó en la clase de amantes que acabarían convirtiéndose. Lo único que tenía claro en ese instante, es que, contrario a lo que sentía al principio, ya no tenía la necesidad de apartar la mirada cuando Yo-ka le miraba fijamente. Ahora, podía encontrar una parte de sí, dentro de sus ojos. Como si, luego de un largo camino de infinito padecimiento, al fin hubiese logrado alojarse en su corazón. O como si, luego de aquella crisis violenta y dolorosa en su relación, el otro al fin hubiese bajado sus barreras e intentase abrirle un camino honesto a su extraño mundo emocional, que tenía aquellos vaivenes extremos e intensos, capaces de llevarlo del frenesí de la pasión absoluta, a la tierna calma de su involuntaria sonrisa.

 

 

Abrió los ojos, al fin.

 

 

Se incorporó con un poco de dificultad, sintiendo los músculos de las piernas algo entumecidos.

 

 

Y, atesorando y abrazándose a aquella sonrisa con toda su fuerza, abrió la mano, liberando aquel pequeño trozo de papel, sin siquiera intentar seguir su trayectoria con la vista. Simplemente, lo dejó ir y sin anhelar nada más que dormir ceñido al cuerpo del hombre protagonista de tantos recuerdos intensos, se encaminó rápidamente de regreso a la habitación.

 

 

Sonrió también a su vez, cuando Yo-ka instintivamente y sin ni abrir los ojos, se giró hacia él y se refugió en su cuello, abrazándole dormido, nada más sentir su peso inmiscuyéndose en su cama.

El tiempo nunca pasó tan lento y pesado, como aquella mañana nublada y sofocante en Tokio, después de finalizada la gira. Tatsuya estaba especialmente tenso, Yuu le había enviado un mensaje la noche anterior preguntándole si podía ir también en la reunión que tendrían con la banda, pese a que técnicamente, aunque a su contrato le restaban aún unas dos semanas, las fechas en las que debía prestar apoyo a DIAURA ya habían acabado hace cinco días. De hecho, tenía más tarde un ensayo con otra banda a la que brindaba soporte, por lo que, mientras esperaba, tan solo saboreaba el dulce de menta con chocolate que consumía secretamente, dándole vueltas nervioso a una de las baquetas que traía consigo. Había dudado en presentarse, no fue hasta que le llegó el mensaje del mismísimo mánager a primera hora del mismo día pidiéndole su presencia, que había decidido ir.

 

 

Apenas le había dado tiempo para ducharse y ni el cabello se había secado, pero luego lo agradeció, dado que por alguna inusitada razón, el ambiente dentro de la sala era muy denso. Habían empezado la reunión junto al ingeniero encargado del sonido del nuevo single de la banda, el mánager y los restantes miembros, sin la presencia de Yuu, que ya llevaba una media hora de atraso.

 

 

Cuando este finalmente apareció, casi botando la puerta por las prisas, todos se sobresaltaron. El único que permaneció impávido, de forma inesperada, fue Kei. De hecho, ni siquiera la vista le dirigió, ni un saludo, cosa que sí hicieron todos los demás presentes, pese a lo impuntual que había sido.

 

 

Por el contrario, el baterista pelinegro sí había puesto sus ojos en Kei. Era demasiado evidente, pese a que pretendía prestar atención a lo que se conversaba, que cuando el guitarrista hablaba o miraba al mánager, lo miraba furtivamente y con gesto ansioso.

 

 

Lo que fuera que había pasado entre ellos, claramente, no se había resuelto aún y ninguno de los dos disimulaba muy bien que digamos.

 

Aquella ridícula situación, sólo tuvo un final cuando la inevitable pregunta flotó hasta los oídos de Yuu.

 

 

 

«¿Te encuentras lo suficientemente bien, para participar en la grabación del single?»

 

 

Un silencio tenso se instaló en la estancia, inclusive, peligroso.  Tan afilado se sentía, que tal vez podría cortar a quien hablase. Y no obstante, el pelinegro taciturno y con el ceño fruncido, cruzado de brazos, se atrevió al fin a alzar la voz.

 

 

Como un discurso ensayado, las palabras fueron fluyendo una por una y a medida que sentía que su propio cuerpo se ponía frío súbitamente, Tatsuya observó las caras y reacciones de todos en el lugar, incluido las del propio Yuu, a quien hacia el final, le temblaba la voz. Hubo ojos más abiertos de lo normal, sudor, en el rostro de los hombres mayores en la sala. El rostro de Yo-ka tenía el ceño fruncido y mantenía la mirada clavada en la mesa, como si intentara procesar las tres o cuatro frases, disculpas incluidas, de su ahora ex compañero de banda. Por su parte, Shoya pasó de la sorpresa inicial a una especie de disimulado pánico mientras observaba a Kei justo por su lado, a quien no se le había movido un cabello y cuyo gesto, inclusive, parecía tenuemente más relajado, aunque sumamente serio, con los ojos sobre la libreta. Sin embargo, era obvio que su cabeza estaba en cualquier otra parte.

 

 

Que no luciera en lo absoluto sorprendido o conmocionado, hizo un «click» en poco, tanto en la mente del bajista como del baterista; él lo sabía.

 

 

Kei sabía que Yuu iba a dejar la banda, no podía ser otra cosa. Con eso, su saturación emocional, increíble irritabilidad y desmedida exigencia con los otros y consigo mismo, cobraban muchísimo sentido. Algo le pasaba, tal como habían conversado sin querer con Shoya, aquella noche de la fatídica pelea en Hiroshima. Sin poder evitarlo, tal vez con un gesto que denotaba una empática angustia, Tatsuya observó al guitarrista. Parecía que todos esperaban que dijera algo, tal vez él también lo esperaba. Se imaginó lo estresado que se debió sentir y, si era como estaba imaginando y el pelinegro había decidido decírselo por cualquier vía que no fuese personal o frente a frente, como esa mera instancia formal, nuevamente, entendía que estuviera enojado o demasiado abrumado como para actuar de manera cuerda al enterarse.

 

 

Y aun así, estaba seguro que, pese al altercado que habían tenido, se había esforzado muchísimo por seguir adelante con la gira, cargando con eso él solo, hasta ese mismo momento. Sin saber por qué, se sintió un poco mal de prácticamente haberlo maldecido en sus pensamientos, cuando estaba enojado con él.

 

De pronto, levantó la vista y fue sorprendido por el otro, observándolo. Desvió la mirada a la mesa avergonzado, sólo esperando no haber aportado, con ese mínimo actuar, a incrementar su malestar.

 

—¿Es todo? —soltó Kei de pronto, volviendo a mirar su libreta.

—Sí …—respondió Yuu, apenas. Era imperceptible, pero temblaba.

—Si es así, ya puedes irte. Tenemos cosas que resolver, que sólo competen a los miembros de la banda —remató, esta vez mirándolo directamente.

 

 

Esta vez el estremecimiento y la cara de Yuu, fueron obvias. Shoya abrió los ojos, después de mantenerlos cerrados unos instantes para calmarse; Kei estaba siendo cruel adrede. La dureza era perceptible en su voz; estaba furioso, aún si intentaba disimularlo con aquella enfermiza faceta estructurada que tenía para enfrentar las cosas.

 

 

El breve momento en que aquellos dos hombres se sostuvieron las miradas, fue del terror para todos los presentes. Sin embargo, el pelinegro pareció entender que debía ceder y retirarse. Se puso de pie en silencio, pero, justo antes de irse, volteó otra vez.

 

 

—No es necesario que seas de esta manera, Kei. Yo no elegí que me pasara esto, ¿entiendes?

—Por favor, sal —reiteró, sin cambiar o sensibilizarse en lo absoluto. Incluso, señaló la puerta con su mano, como si acaso el otro no la conociera ya de sobra. Esto terminó de exasperar a Yuu.

—¡Por el amor de dios! —gritó, sin poder contenerse—, ¡no seas…! —Se había acercado a la mesa, pero al observar como la respiración del líder de la banda empezaba a acelerarse, se detuvo—. Por favor —susurró, ya más dolido que otra cosa.

 

Lo miró a los ojos, buscando tal vez un ápice de suavidad. De aquella calidez que en algún momento, habían compartido. Pudo ver en sus pupilas temblorosas, tristeza. Aquel sentimiento del que también sabía era el causante.

 

 

Kei no fue capaz de mantener su careta por más tiempo. Sentía que la cáscara en la que estaba escondido ese día, empezaba a desmoronarse y la sensación de fragilidad, era algo intolerable para él. Más en momentos en que se suponía debía demostrar compostura.

 

—No hagas de esto un drama, Yuu. Menos delante de todos.

—Kei, yo sólo intento….

—Dije, que por favor pares. —No pudo evitar alzar un poco la voz.  Se puso de pie; ya no era seguro para él estar ahí. Todos lo observaron, algunos asustados, otros sin saber qué esperar. Aprovechando el inseguro silencio del pelinegro, añadió quizá lo más honesto que diría ese día—: No lo hagas más difícil de lo que ya es.

 

 

Sin mirarlo, anunció un receso en la reunión y se retiró de la sala. Fue seguido de inmediato por el mánager quien lucía evidentemente molesto y luego, más tímido y probablemente algo descolocado, salió el ingeniero de sonido. Shoya pasó por el lado de Yuu, que se había quedado plantado en el mismo sitio con los ojos anegados de lágrimas contenidas y apretó levemente su hombro en un gesto que intentaba reconfortarlo. Yo-ka sólo salió tras él, luego de soltarle un insípido: «No sé que decirte. Esta vez, estoy con Kei».

 

 

Tatsuya que se sentía un poco sobrepasado por lo sucedido, se dio cuenta tardíamente que de pronto todos habían abandonado la sala. Y en sus nerviosos y torpes movimientos al levantarse de su sitio, logró sin querer, llamar la atención del ensimismado Yuu, quien lloraba en silencio.

 

 

Aunque no eran cercanos, era triste, muy triste verlo en ese momento, con la cabeza gacha y la cara oculta entre el cabello largo y enmarañado, la mano apoyada en la mesa, como si acaso pudiese brindarle algo de estabilidad y las lágrimas, que le resbalaban incesantes por la barbilla e iban perdiéndose entre su ropa y la cinta del pasador, en el que descansaba su brazo.

 

Y es que, estaba destruido. Tal como pensó en el momento en que había hecho esa llamada fatal pero necesaria al guitarrista, ver su enojo, su tristeza y sobre todo, su decepción frente a frente, era completamente intolerable para él. Al ver como Tatsuya le hacía silenciosa compañía, parado a su lado, intentó sonreírle, pero acabó sollozando sin querer. Conmovido, el otro sólo atinó a sobarle suavemente la espalda, esperando a que se calmase un poco. No sabía muy bien si decir algo, abrazarlo o simplemente, irse.

 

 

Finalmente, un «De verdad lo siento», fue todo lo que salió de sus labios. Sabía que, aunque quisiera no habría nada que pudiese hacer que le hiciese sentir mejor y más aún, siendo él quien había ocupado su lugar durante todo ese tiempo. Por lo que, consideró prudente retirarse, incluso de la reunión.

 

Sin embargo, Yuu de pronto habló.

 

—¿Puedo… pedirte algo?

—Claro —Se apresuró en responder, amable.

—No dejes DIAURA, Tatsuya. Pase lo que pase, continúa tocando con ellos.

—Eso… eso no depende de mí —respondió, dubitativo y acongojado; era algo que de verdad no creía estuviese en sus manos. Menos aún con las últimas cosas que habían pasado.

—Sí depende de ti. Sólo tienes que estar… pase lo que pase. Ellos te necesitarán.

 

 

Aquella mano que le puso en el hombro, por alguna razón se sintió más pesada de lo normal. Deseó que aquel contacto se terminara, porque, incluso si era una muestra de confianza, era también mucha más responsabilidad, de la que sentía preparado para asumir.

 

»Por favor… —continuó.

 

 

Y aquella última frase, le resonó en el cerebro, tal vez, por el dolor en su voz.

 

 

 

 

«Por favor, no abandones a Kei»

 

 

Notas finales:

Siempre sus comentarios son bien recibidos <3


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