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-Diamond Virgin- [Todakanu tegami] por aiko shiroyama

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Notas del capitulo:

Hola después de un viaje, una depresión y una pandemia (?)

 

No puedo prometer plazos, pero sí mi intención de terminar esta historia.

 

Gracias a MizukiShiro, quien escribió un review milagroso como una señal sincrónica el 2/2/22, diciendo que esta historia era su favorita y por sacarme lágrimas.

 

Este capítulo, es por y para ti.

 

Me tardé unos meses pero vine.

 

Como siempre:

-Cursivas a la derecha son canciones que inspiraron o representan los sentimientos de los personajes.

-Las frases en medio, pensamientos de los personajes.

 

Orientación:

Había dos situaciones que estaban extendiéndose y eran los conflictos principales de la historia. El ataque de Yo-ka a Aoi y la salida de Yuu de la banda.

 

En la resolución de ambos, se basa este capítulo.

 

He seguido escribiendo, pero no ficción ni prosa, por lo que me disculpa si mi estilo parece de otra persona.

 

A veces creo que, al igual que esta historia, yo también he evolucionado lo suficiente para no llamarme,  o no ser, como quien empezó.

 

Que lo disfruten todas las miradas que recaigan en este bello drama, cargado de amor, a pesar de todo <3

Capítulo XIX: Fantasma encantador

 

 

 

«Sólo quería darte amor; inventar un mundo entero para ti
Y te cortaste las manos, en mí…
¿Soy acaso un cuchillo para ti?
»
-

Fantasma encantador (cover)- Prehistóricos

 

 

 

 

 

—Por favor…

 

 

Aquellas dos palabras, se extendieron ante el vocalista perplejo, antes de que siquiera pudiesen cruzar un saludo.

 

 

 

Antes que eso, probablemente desde mucho antes, la mirada de Yuu, tan oscura como su cabello, perforaba la puerta con una densa intensidad desplazándose luego hasta los ojos del recién llegado, clavándole al mismo tiempo esas dos palabras, apenas le atisbó en el pasillo del departamento de Kei.

 

 

 

A Yo-ka, el pelinegro le parecía algo inerte más que vivo en ese momento. Su presencia era como un espectro o un fantasma de lo que había conocido. Había pasado casi un mes desde aquella reunión en la que había anunciado su renuncia y no habían vuelto a cruzar palabra ni a saber de él. Las cosas con la banda iban moviéndose un poco lento, porque Kei parecía haberse vuelto de arena y haber perdido toda sensibilidad como para crear una mísera melodía decente para los montones de letras que él, por el contrario, había estado escribiendo ansiosamente. Así que, empezando a quedarse cortos de plazo para los previews del nuevo single, se había esforzado en componer unas cuantas maquetas para ver si al oírlas al otro le volvía el genio y se dignaba a hacer su trabajo como compositor principal. El guitarrista, orgulloso como él solo, había aceptado a regañadientes su visita: se había pedido unos días para «concentrarse e inspirarse», pero a decir verdad, le estaban siendo poco fructíferos.

 

 

 

 

Después de superado su minuto de perplejidad, le desvió la mirada a su ahora ex compañero y jugueteó con sus dedos, nervioso. No es como que alguna vez hubiesen sido mejores amigos con Yuu; tenía un carácter raro. Era una extraña y malograda mezcla de introversión y extroversión y siempre parecía incómodo, a excepción de que Kei estuviese cerca, instantes en los que se volvía casi encantador, como si el otro le activara la liberación de alguna hormona de la felicidad en el cerebro. Le parecía casi como una segunda personalidad aquellas maneras infantiles y agradables que le aparecían cuando estaban con el guitarrista. Luego de años de tratar con él, aún no podía distinguir cuál de sus dos versiones era la real y esa volatilidad selectiva, al final, nunca le permitió confiar en él.

 

 

 

Y aun así, ese silencio sostenido insufrible que ya lo estaba poniendo enfermo y esa mirada suplicante que no le quitaba de encima, secundada de aquellas ojeras pronunciadas, le parecían tal vez la expresión más genuina que le hubiese visto alguna vez: estaba sufriendo horriblemente, era absolutamente cierto. Imaginó que tal vez incluso no había dormido desde aquella reunión o algo así. Además, parecía un poco más delgado que la última vez.

 

 

 

—Te ha estado evitando, ¿no? —Rompió al fin la tensión del incómodo encuentro, diciendo una obviedad.

 

 

 

El baterista sólo asintió, sin decir más nada.

 

 

Yo-ka tragó saliva y observó de reojo la puerta del departamento del líder de la banda, deseando poder teletransportarse hasta adentro, darle una patada a Kei sin que supiera quien fue y pasar del triste hombre enfrente suyo.

 

 

Pero eso no era posible.

 

 

—¿Y qué se supone que haga? ¿Dejarte entrar en mi lugar? ¿Qué me dice que no vas a apuñalarlo o algo así? —Inquirió paranoide, empezando a impacientarse.

—Sólo quiero hablarle, ¿sabes? —Su voz sonaba como si no hubiese dicho palabra en días. El vocalista dio un respingo, hipersensible a los cambios de tono y en especial a las voces—. Incluso tan sólo verlo, sería suficiente para mí… —añadió, bajando la cabeza en un gesto que a su interlocutor le pareció insoportablemente deprimente.

 

 

 

Pese a eso, había logrado conmover su pequeña hebra de empatía; creía entenderlo, evocando por un instante cuando ahí mismo, frente a esa puerta, había sostenido la mano de Shoya con desesperación mientras se ahogaba en llanto y el mismísimo Kei trataba de separarlos, cerrando la puerta entre ambos.

 

 

 

Tal vez sería un buen momento para cobrarle aquel desagradable momento, haciendo lo que él habitualmente hacía: inmiscuirse en los asuntos de los demás.

 

 

 

Bajó la vista y resopló. Apiadándose de Yuu más de lo que creía posible, incluso le convenció de dejar que le aplicara algo de base de maquillaje y polvo encima, cosas que solía traer en su pequeño bolso de mano. Pese a que lo único que quería el otro era que tocara ya el timbre, había bastado con decirle: «Si Kei te ve así, va a lanzarse por la ventana para huir de ti», para que el baterista dejará de darle flojos manotazos, apartando la esponja de maquillaje de su rostro y cerrara los ojos, sumiso.

 

 

 

Aun cuando estaba estirando el dedo para tocar el bendito timbre, dudó. ¿Desde cuándo pensaba tanto las cosas? Frunció el ceño, extrañado de sí mismo. Seguro que era por Shoya, concluyó…

 

 

 

¿Y qué haría Shoya en su lugar? Le echó una última mirada al pelinegro, que tragaba saliva nervioso, con cara de adicto en abstinencia. «Al menos parece recién bañado» concluyó, observando su cabello lacio y oscuro aún húmedo, que desprendía un agradable olor a algo que seguro tenía plantas o flores o qué sabía él.

 

 

 

El dueño de casa ni siquiera le observó por la video cámara como era habitual, simplemente sintió la puerta destrabarse frente a él y al otro vociferar cosas, como siempre regañándolo. Cosas que no tendría el desagrado de oír en esa ocasión.

 

 

Se alejó entonces rápidamente, en dirección al ascensor justo frente a la puerta, mirando el suelo un poco inquieto: no sabía si seguiría vivo cuando Kei le cobrara cuentas por esto. Pero sabía que habría tenido la aprobación del bajista y sinceramente, eso era mil veces más importante que el ridículo enojo del guitarrista. Pudo entrever mientras se cerraba el ascensor, el gesto famélico de silencioso agradecimiento de Yuu observándole, antes de decididamente, entrar al lugar.

 

 

 

Ahora todo dependía de él.

 

 

 

 

 

 

«Tengo miedo de volverme agua y caer, derramarme entre tus dedos
Y me digas que es muy tarde, para volverte a encontrar…
»
-
Dos- We Are The Grand

 

 

 

Ante el atasco vehicular del área circundante del sitio adónde se dirigía, Shoya decidió bajarse antes del taxi y hacer el resto del trayecto a pie.

 

 

Se desperezó apenas llegó a la acera, sintiéndose complacido por el tenue calor que recibía de los tímidos rayos de sol que luchaban por alcanzar la tierra, entre las nubes. Ya era pleno otoño, su estación favorita, así que sonrió ampliamente antes de bajar nuevamente sus lentes de sol; estaba alegre ese día.

 

 

Caminó lentamente, restaban aún alrededor de tres o cuatro cuadras para llegar a su destino, una tienda de accesorios de pesca; tenía pensado ir a pescar en un par de semanas aprovechando un fin de semana largo que tendrían milagrosamente libre y esta vez, no iba a ir solo. Pensar en aquello, le hizo dar incluso un involuntario brinquito de felicidad mientras caminaba, concentrado en pisar las hojas secas que se le cruzaban en el camino. Deseó sin poder evitarlo, que Yo-ka estuviese ahí con él. Aunque fuera para ir caminando a toda prisa por delante, evadiendo todas las hojas y diciendo que le molestaba oír tantos crujidos a cada momento, con sus ultrasensibles y divinos oídos.

 

 

 

Se rio para sus adentros, recordando la conversación que habían tenido hacía una semana aproximadamente, saliendo de la compañía.

 

 

 

—Oigan, ¿y si vamos por ahí a tomarnos algo? ¿Se animan? Hace tiempo que no hacemos algo juntos —había sugerido como nunca, el mismísimo Shoya. Desde aquella tensa reunión en la que Yuu decidió anunciar su salida, habían estado haciendo malabares para reorganizarse siendo tres miembros oficiales, aplazándolo todo, estirando el trabajo del single, disculpándose con medio mundo, convenciendo a los proveedores y distribuidores de que la banda no iba a separarse ni nada parecido, ensayando con una base de batería en vez de un baterista real, para los Two-man que no sabían con quién demonios tocarían si Tatsuya tenía su agenda llena y les contestaba con amables evasivas a sus invitaciones para hablar con ellos, sobre brindar aunque fuese un apoyo esporádico o de emergencia. En resumidas cuentas, habían tenido semanas de locos.

 

 

 

Y en ese contexto, el único que no parecía con síntomas de una inminente crisis nerviosa, era justamente el bajista. Tan así que Yo-ka se le había quedado mirando unos segundos con los ojos muy abiertos luego de su alegre y extrañamente sociable propuesta, mientras Kei se desperezaba estirando los brazos; desde aquel día de la reunión que le dolía todo el cuerpo.

 

 

 

—No sé, estoy muerto. No tengo muchos ánimos de celebración… —Había dicho el líder casi de inmediato, intentando descartarse de antemano.

—Yo tampoco —soltó Yo-ka, frunciendo el ceño al notar como Shoya le mostraba un puchero manipulador, intentando hacerle cambiar de opinión.

—Estoy estresado —añadió Kei—, de verdad pensé que no tendríamos baterista para presentarnos en los Two-man que habíamos agendado…

—Sip, casi se me revienta el colon gracias a ti, maldito Kei. —El aludido se giró hacia el vocalista de inmediato, completamente indignado.

—¿A mí? ¿Por qué todo tiene que ser mi culpa?

—Casi te cargaste a Tatsuya, idiota, ¿pensabas tocar la batería tú acaso?

—¿Yo lo mandé a equivocarse y comportarse como imbécil en medio de la presen…?

—Tú no aprendes —le interrumpió Yo-ka.

—No, no aprende —añadió Shoya, muy suelto de cuerpo, notando como el líder empezaba a abrir la boca, al sentirse atacado.

—¡Ustedes…!

—Pero ya lo logramos convencer y todo está bien. Ya lo resolvimos, ¿no? Vamos a beber… por favor, por favor, por favor —rogó, intentando terminar con el tema y haciendo otro puchero esta vez en dirección a su amigo guitarrista, quien era completamente inmune a ellos.

—Sabía que lo de la subvención para comida iba a funcionar, ¡soy un genio! —exclamó Yo-ka de pronto, genuinamente orgulloso de sí mismo, recordando cómo había casi «pujado» cual subasta con el mismísimo baterista en una discusión muy seria la suma de dinero, cajas de choco pie por ensayo o presentación y subvención extra para choco pies de emergencia, en caso de que el soporte se estresara, por tener que compartir espacio con el insufrible de Kei en un escenario. Aquello no se lo dijo explícitamente, pero asumía que se entendía de manera implícita. Todo eso, ante las incrédulas miradas de Kei, Shoya y el mánager, que no daban cabida al tipo de negociación que estaban presenciando.

 

 

 

Hasta entonces, el chico se había negado sistemáticamente, incluso doblándole el sueldo. Parecía irrisorio que se doblegara ante una cuota asegurada de azúcar en cada ensayo o presentación.

 

 

 

—Son unos aburridos —chilló Shoya, dándose cuenta al ser ignorado, de que no conseguiría convencerlos—. Olvídense de mí para los feriados locales la otra semana —añadió dramatizando, con un enojo infantil.

—¡Ah, es cierto! Creo que iré a ver a mis padres —meditó el guitarrista—, ¿y tú qué piensas hacer? —consultó, pasando del orgullo de Yo-ka.

—Pensaba ir a pescar a algún río, de alguna zona alejada —contestó el otro, alegre.

—¿Pescas? —interrumpió el vocalista de pronto. Kei lo miró como si fuese un alíen.

—¿Es broma? ¿Te quejas de que comes pescado todos los días con Shoya y no te imaginas por qué le gustan tanto?

—Somos japoneses, no es como que sea raro comer mucho pescado, idiota…—le soltó a la defensiva, algo azorado por desconocer aquella afición de su pareja. Se quedó callado, mientras guitarrista y bajista seguían conversando acerca de los planes de este último—. ¿Y por cuantos días te irás? —interrumpió al fin, mientras Kei sacaba unos jugos de una máquina expendedora.

—Ah, tal vez por un par de… —Se detuvo al ver como el vocalista tenía el ceño fruncido mirando directo a su caja de zumo de fruta, que encima era de un sabor que no le gustaba.

—Oh, ¿y esa cara? ¿quieres que te cambie el jugo? Aún no lo abro —trató el guitarrista al notarlo, dándole una mirada nerviosa a Shoya. La volatilidad anímica de Yo-ka le ponía nervioso.

—¿Y adónde vas?, ¿es muy lejos? —pasó por completo de Kei, quien empezó a captar lo que le pasaba. Se quedó observando en silencio, mientras el bajista le explicaba al otro y le nombraba lugares que de seguro no conocía ni tampoco estaba interesado en oír. Le parecía que era obvio lo que Yo-ka realmente quería, pero con lo orgulloso que era, no se atrevería a pedirlo.

 

 

 

Así que, mientras la conversación empezaba a convertirse en una ridícula discusión entre el par, que incluía paranoia sobre pirañas asesinas, seguros de vida y remos capaces de hundir botes, se decidió a «ayudar».

 

 

—Shoya, te aseguro que este no tiene ni idea de seguridad de botes ni de todas las estupideces que te está rebatiendo, haciéndote creer que tiene miedo de que te pase algo. Lo que intenta decir es que quiere que lo invites a pescar contigo. Pero es tan absurdamente indirecto y tú tan estúpidamente lento, que nunca te vas a dar cuenta si los dejo seguir hablando.

 

 

 

Y como nunca, el vocalista se calló de improviso, mirándolos a ambos con sorpresa y enrojeciendo, completamente avergonzado al ser expuesto de esa manera.

 

 

—¡Qué dices! Ni siquiera sé pescar… —intentó descartarse, pero era demasiado obvio estando aún colorado y bebiéndose el jugo de durazno que tanto odiaba de un par de sorbos a causa del repentino calor. Y, mientras miraba para otro lado, evitando la mirada de su pareja y del traidor de Kei, Shoya se sentó a su lado en el barandal, enternecido por su infantil reacción que lo ponía aún más en evidencia.

—Pero te puedo enseñar… si quieres —dijo, tratando suavemente, acercándose a él y apoyando una de sus manos y su mentón en el hombro del más bajo, que aún no se dignaba a mirarlo.

 

 

 

Yo-ka sorbeteó con su bombilla los restos del jugo, sin decir nada por unos segundos. Observó de reojo como Kei le hacía señas silenciosas de aliento para que aceptara, con una sonrisita idiota. Lo odiaba muchísimo, ya se la cobraría, pensó.

 

 

 

—Me mareo fácil y además no sé nadar muy bien —rebatió aún, a la defensiva. El guitarrista rodó los ojos con impaciencia, llevándose una mano a la frente. Esperaba que el bajista tuviera un buen argumento para que aquel ridículo «tira y afloja» no se extendiera más de lo necesario; ya tenía ganas de irse a su departamento.

 

 

 

Y Shoya sí tenía un recurso audaz bajo la manga.

 

 

—Si te mareas te abrazaré y si te ahogas, te daré respiración boca a boca, todo el tiempo que sea necesario…—hizo una pausa, adrede—. Toda la noche si quieres —remató en un susurro, dándole cierto énfasis a la última parte de la oración.

 

 

 

Lo que vino después, fue un  indirecto en forma de beso desproporcionadamente apasionado para la situación y el lugar en que se encontraban, obligando a Kei a actuar de inmediato para separarlos, ahogándolos con el polerón que traía en la cintura amarrado hasta hacía segundos, agradeciendo que por la hora no hubiese gente cerca ni fuese una calle concurrida.

 

 

 

 

 

«Cae música y tú la vuelves nube en mi cristal
¿A dónde vas?
Te busco a diario en los acuarios de la inmensidad
»
-

Daniel, Me Estás Matando - Canción Acuática

 

 

 

Un fuerte portazo estremeció el silencio del estacionamiento, groseramente grande para una compañía que cada vez tenía menos bandas. Aoi, llevándose las manos al rostro, se inclinó queriendo meterse bajo el asiento del conductor, como si acaso eso fuera posible, mientras densas lágrimas lentas empezaban a escurrirle de los ojos. Golpeó arrebatado el manubrio provocando un bocinazo y se maldijo a sí mismo sintiéndose estúpido, por hacer de su frustración algo más desproporcionado de lo que sería para cualquiera. Se sentía estresado, sobrepasado y casi humillado, por las constantes exigencias del demonio y su lacayo, como los figuraba en su mente, a Ruki y Uruha sucesivamente, presionándolo tormentosamente para que compusiera algo para la banda.

 

 

 

Y el problema no era componer algo, es que las cosas que componía hacía tiempo ya que no encajaban con el «estilo de la banda». Le parecía ridículo ahora, que le estuvieran pidiendo componer algo, lo que fuera, que mostrara emocionalidad, «porque el álbum está denso, pero muy agresivo y nada triste» (¿Qué se supone que significaba eso?). Y bien, era una premisa alcanzable, pero si añadías a eso las ridículas condiciones de Uruha, era prácticamente imposible entregar algo sin sentir que eras un inadaptado musical: «Menos cursi y más convincente», «no tan dramático», «estás tocando en una afinación diferente al del estilo de la banda» (¿Cuál demonios era el estúpido estilo de la banda?), «deprimente», «aburrido» y «sin originalidad», eran lo más ligero que le habían dicho el par de némesis, durante todas las malditas tres semanas que llevaba encerrado en el infierno, o lo que llamaban suite studio, que habían mandado a la compañía soberbiamente a construir para ellos.

 

 

 

A veces, sentía que los odiaba. Odiaba lo que empezaban a representar; cualquier cosa menos el prospecto de singularidad y rebeldía que eran al comienzo. ¿Poco original? Poco original era aferrarse a repetir la misma fórmula de un álbum exitoso una y otra vez, para mantener con ganancias a una compañía de mierda que los estaba destruyendo como músicos.

 

 

 

Sabía, entendía que era su trabajo, que estaba ahí por una razón: amaba la música y amaba la guitarra. Y en algún momento, amó el concepto de banda que buscaban encarnar, una visión de mundo tan única que fue imposible que el circuito los ignorara. Pero ¿qué quedaba ahora de eso?

 

 

 

 

«Esto suena tan patético como tú»

 

 

 

 

Recordó el agrio comentario de su mismísimo compañero de cuerdas y volvió a arderle la sangre otra vez.

 

 

 

«Patético es tu miedo a hacer música de verdad para no perder tus comodidades y privilegios», le había respondido, aguantando las lágrimas y casi llevándoselo por delante al abandonar la sala.

 

 

 

 

«Acéptalo Yuu, no tienes donde ir… ¡volverás!»

 

 

 

 

Fue lo último que el otro le gritó, antes de al fin dejarlo desaparecer en paz.

 

 

«No tienes donde ir», repitió en su mente, con dolor. Y en el acto, instintivamente, se abrazó a sí mismo, sintiendo ganas de llorar otra vez. Aquel dolor se acrecentó, pensando en la última vez que había abrazado a Shoya, en un lugar casi al borde de la ciudad para acompañarlo en su confusión, sosteniéndole tan fuerte, como para hacerle sentir a salvo de todo el universo.

 

 

 

Deseó con toda su fuerza, aún si no era justo, poder ser abrazado de esa forma por él, en ese momento. Recordar la probable imposibilidad de eso, lo hacía aún más doloroso porque, por mucho que lo anhelara había sido demasiado pasivo y cobarde como para hacer algo para acercarse a él de verdad desde que se había visto amedrentado por el psicópata de Yo-ka.

 

 

 

Y no sabría definir, donde empezaba y terminaba su terror, ni por quién temía más, si por Shoya o por él mismo. Se sentía culpable de sólo esperar y sentir que su débil esfuerzo, había sido ignorado. «Tal vez lo merezco», concluyó, levantando la cabeza e inhalando aire profundamente, obligándose a retener las lágrimas que no querían parar de salir.

 

 

 

—Maldita sensibilidad —se quejó al aire, girando la llave de su camioneta para encender el motor de una vez por todas y secándose las mejillas con el borde de la camisa azul marino, holgada y elegante que usaba ese día. Se sintió ridículo de vestir como una superestrella sintiéndose una super basura en ese momento e irónicamente, aquel pensamiento peyorativo hacia sí mismo, le hizo reír en medio de aquella frustración masiva.

 

 

 

Sí, tal vez el imbécil de Takashima tenía razón, volvería. Pero lo haría cuando se le antojase, si a los demás les importaba nada herir sus sentimientos y tratarlo como un incompetente, salvo por Reita que era la única razón por la que no había desistido aún de la banda. Él también podía pasar de ellos y los estúpidos límites y fechas de la empresa. Le causaba ira que los demás no entendieran que, a esas alturas, no eran sus jefes quienes les daban de comer, sino por el contrario, eran ellos quienes alimentaban a la maldita disquera y sus socios con el nivel de fama que estaban logrando.

 

 

 

Revisó su cuenta bancaria en su móvil mientras esperaba en el primer semáforo y sí, tenía suficiente como para vivir por el resto del año sin incomodarse en lo más mínimo. Por lo que decidió en ese momento, que se autoasignaba unas vacaciones por el resto de la semana por «daño moral y psicológico», dramatizó en su mente. Aún pensaba en qué podía hacer en esos días, para darse un respiro de los idiotas de sus compañeros cuando decidió que no le vendría mal asegurarse con cervezas en primer lugar. Buscó el lugar más apartado posible para poder estacionar su nada discreta camioneta negra y de esta manera llamar lo menos posible la atención; estaba en pleno centro comercial de Tokio y la posibilidad de ser reconocido era bastante real. Se desordenó un poco el cabello, odiándose por no llevar un gorro o algo así consigo y, ya una vez bajo el auto, se puso sus indispensables gafas oscuras.

 

 

 

Por querer tomar las precauciones necesarias, había quedado bastante lejos del supermercado que había visto y caminar se le hizo un poco tedioso; eran varias cuadras. Además, aunque no quisiera, al ver como algunas personas se le quedaban viendo, se dio cuenta de que, pese a sus esfuerzos, seguía siendo llamativo. «El disfraz de superestrella» se lamentó, al mirarse sin querer en el reflejo de un edificio. No tenía ni idea de por qué se vestía decentemente para ir a trabajar si en realidad pudiera ir hasta con pijama. Y, sin ni darse cuenta, ya estaba poniéndose nostálgico otra vez, deseando poder tener aquella libertad de acción que aún tenía cuando era más joven y la banda recién despegaba. Esa forma de ser artista y ser persona, era lo que más extrañaba de ser un amateur.

 

 

 

«Ser persona», se repitió, melancólico.

 

 

 

Recordó incluso, cuando en sus días de adolescente en Mie su zona natal, se había descubierto admirando a su hermano mayor que, en aquellos años, era un conocido surfista local y músico aficionado, algo nada que ver con su actual empleo como contador en una aburrida oficina, suspiró. Se dio cuenta que extrañaba mucho pasar el rato con él, escuchando cintas de X Japan mientras preparaban las cosas para ir a bucear o a pescar y cocinar luego junto a su madre, lo que habían conseguido recolectar de la generosa costa de su área local.

 

 

 

Aún estaba en aquellas memorias, cuando torciendo la esquina previa al supermercado, pasó por fuera de una tienda de artículos de pesca. Su corazón empezó a latir deprisa, tal vez porque era un estímulo directo alusivo a los recuerdos que tenía en ese instante. Pese a eso, siguió caminando, pero la sensación era tan fuerte que se tuvo que parar un momento. «¿Y por qué no intentar repetirlo?» pensó. Quizá si invitaba a su hermano a pescar, como antaño, podrían recuperar algo de aquella estrecha relación que se había vuelto tan distante con el quehacer de sus vidas como adultos y si salía bien, sería al menos una cosa menos con la que sentirse infeliz acerca de su vida.

 

 

 

 

Animado por este último pensamiento, se decidió a entrar.

 

 

 

El sonido de la campana de la tienda, bastante familiar y mediana, con estrechos pasillos y altos estantes, le hizo sentir extrañamente bien. Tenía muchas ganas de perderse en aquellos laberintos atiborrados de muchos tipos de anzuelos, cañas e hilos que hace años no tenía entre las manos. Se entretuvo observando algunas cosas hasta que vio algo que le llamó la atención y quiso ir a preguntar, sin embargo, cuando ya asomaba a hablarle a la única persona que atendía la tienda, se giró bruscamente volviendo al pasillo, justo a tiempo para no ser visto ni por él ni por su interlocutor.

 

 

 

De pronto, otra vez, estaba a punto de vomitar su corazón. ¿Estaba alucinando? ¿O aquella persona con quien hablaba el dueño, no era otro que el mismísimo Shoya?

 

 

 

Su silueta era inconfundible para él… pero le parecía demasiado inverosímil que luego de haber deseado tanto poder encontrárselo, aunque fuese por casualidad como al comienzo, inesperadamente fuese a casi dar de bruces con él en una tienda de pesca.

 

 

 

«No tiene sentido, estás confundido. Seguro alucinas» intentó pensar, cerrando los ojos y respirando lento, tratando de no tomarse a sí mismo tan en serio, pero percibía el leve temblor de su propio cuerpo, ante la expectación. Prestó atención a la conversación de los dos hombres y se convenció: esa era la voz del bajista, no tenía absolutamente ninguna duda.

 

 

 

 

 

 

 

«Aún si no puedo controlar estos pensamientos que se balancean dentro de mi cabeza.
No puedo decir ni una palabra, no puedo hacer nada.
Quiero sostenerte, quiero besarte con locura.
Quiero llevarte a algún lugar muy lejos de aquí
»
-
Envy- Lynch

 

 

Yo-ka tuvo una extraña sensación persecutoria, al escuchar aquella canción por los parlantes cuya letra parecía leerle la mente, nada más entrar al local que solían frecuentar con la banda y otros músicos amigos de otras bandas. Haciendo caso omiso a aquel pensamiento, se sentó en la barra y sin perder el tiempo pidió una cerveza, haciéndole apenas un sencillo gesto al barman de siempre que le devolvió una media sonrisa, mientras se giraba a servirla.

 

 

 

Aunque era un poco temprano como para beber, al «evadir» su visita a Kei para cedérsela a Yuu, había quedado con la tarde libre, Shoya no estaba en casa y además, se sentía un poco ansioso por alguna razón, lo que le pareció una excusa perfecta para ir a pasar el rato al bar solo y pensar. Podía parecer extraño que necesitara beber para eso, pero dentro de lo poco que se conocía, sentía que cuando tomaba era un poco más sincero y menos evasivo consigo mismo.

 

 

 

A decir verdad, no se entendía en esos momentos.

 

 

Si bien la salida de Yuu había sido un remezón para la banda, debía reconocer que no le había afectado en demasía, puesto sentía que su lesión se había vuelto algo problemático y siendo realistas, tarde o temprano tendría que salir. Y si hablábamos de paciencia, él siempre prefería el «más temprano» que el «más tarde», así les ahorraba problemas a futuro ahora que la banda parecía al fin despegar.

 

 

 

Sin embargo, estaba inquieto. Le estaba costando dormir por las noches y a menudo, terminaba o mirando la espalda delgada de Shoya por horas, o su rostro dormido muy cerca suyo luego de hacer el amor, o bien, acababa levantándose y fumándose las reservas semanales de cigarros sentado en el suelo con el ventanal abierto, garabateando canciones en su libreta. Lo que, por un lado era bueno para la banda pues estaba produciendo letras como para varios álbum y singles, pero malo para sus pulmones y para los ciclos de sueño del bajista, que varias veces terminaba levantándose visiblemente adormilado, para arrastrarlo a regañadientes de vuelta a la cama.

 

 

 

«Shoya»

 

 

 

Su Shoya.

 

 

Aún por momentos, le parecía una especie de sueño lo bien que habían empezado a estar juntos. No sabía si se trataba de una respuesta por parte de su pareja a sus ridículos pero sinceros esfuerzos por mostrarle lo mucho que lo quería y necesitaba, pero sentía al bajista más cariñoso, cercano y sincero que nunca antes. Parecía cómodo, le sonreía de aquella forma tímida del comienzo, cada vez que cruzaban miradas y hasta la libido le había aumentado, lo que sinceramente le encantaba. Porque más allá del hecho de que siempre lo había deseado de forma muy intensa, sabiéndose poco hábil a un nivel más «romántico», estar con él de esa forma tan íntima, era la manera más honesta que tenía de demostrar todas esas emociones e intensos sentimientos que le generaba desde el comienzo.

 

 

 

Pero, pese a que estaba disfrutando ese pequeño «oasis» que estaban viviendo, le angustiaba la idea de que un día, por alguna razón, se terminase. Aunque no sabía nada de Aoi luego de su violento encuentro y tampoco había visto a Shoya en actitudes sospechosas, le costaba estar tranquilo; su sola existencia seguía siendo una amenaza para él.

 

 

 

Inspiró con fuerza, sintiendo como repentinamente, le costaba respirar. Como si algo presionase contra su pecho, reduciendo dramáticamente el espacio para que circulara el aire. Cerró los ojos un instante, apretando el vaso ya vacío.

 

 

Para cuando los abrió, lo que vio frente a él, fue un cigarro recién encendido justo frente a su cara, que alguien le extendía desde su izquierda.

 

 

—Me parece que lo necesitas más que yo… —dijo el sujeto de ojos almendrados, mientras le sonreía con seguridad con un codo apoyado en la barra.

 

 

Al vocalista le costó aún un par de segundos reconocerlo y con curiosidad, aceptar su cigarro.

 

 

 

 

 

«Quise enterrarme entre tu piel
Volverme parte de tu esencia
Desesperado por hacer todo un sueño real
Donde no pueda despertar
Y tú no puedas alejarte»

Nunca me dejes - Reyno

 

 

—Maldito seas. Yo-ka. Si me vas a joder tanto para venir, al menos podrías llegar a tiempo… ¿no? No tengo todo el tiempo del mun…

 

La frase se detuvo en seco y su voz se perdió en algún lugar de su pecho, cuando de improviso, se vio obligado a inhalar todo el aire de la habitación, para evitar desmayarse en ese momento.

 

 

—Lamento mucho hacerte perder tu tiempo, Kei.

 

 

El nombrado volvió a respirar luego de un par de segundos de tan sólo retener el aliento y de sentir el corazón latiéndole en las sienes. Allí estaba nada más y nada menos que el mismísimo Yuu, en persona, en carne y hueso. Al mismo que había estado evitando de manera heroica (o irremediablemente estúpida) durante semanas, con un esfuerzo que le estaba costando algo que se sentía similar a un lento desangramiento interno.

 

 

Y de pronto, de la nada, estaba ahí como una aparición, en vez de… Yo-ka. Lo siguiente que sintió el guitarrista, fue un irrefrenable impulso asesino hacia el vocalista de su banda.

 

 

 

Pero no pudo seguir pensando demasiado. Pese a que quería actuar de manera normal y no mostrar que la fuerza interna y el orgullo se le estaban derrumbando a pedazos, su cuerpo se puso en estado de alerta apenas Yuu dio un paso hacia él.

 

 

 

Percibiendo como el guitarrista retrocedía el mismo paso que él daba, el pelinegro se detuvo, con cautela.

 

 

—No quiero… no quiero molestarte. Yo también estoy enojado conmigo —dijo suavemente. Cerró los ojos un momento, intentando encontrar las palabras que se esfumaban en su cabeza. En ese acto sólo logró notar cuánto le ardían los ojos, porque había estado mirando al otro sin pestañear desde que había cruzado la puerta, hacía 5 o 6 minutos. No se sentía bien.

 

 

Pero verlo era un milagro.

 

 

—Yo…

—Quería verte, Kei. Lo único… yo, necesitaba saber cómo estás —Se acercó un poco más, moviéndose lentamente por alrededor de la mesa. El guitarrista parecía ido, en una especie de trance, sólo miraba el suelo taciturno.

 

 

 

Como si procesara las palabras letra por letra en algún lugar del piso.

 

 

 

Lo observó por unos momentos sin hacer absolutamente nada. Tan sólo delineando el contorno de su cuerpo con sus ojos, redibujando sus líneas en su cerebro, y siguiéndolas pudo ver su mano izquierda apoyada en la mesa, temblorosa.

 

 

 

Probablemente, él tampoco se sentía bien. Y eso le dolía.

 

 

 

Deseaba sostener su mano. Su delgada y pálida mano hacedora de milagros en la guitarra y en su corazón, melodías y caricias, que sentía que no quería perder. Contuvo el aire, deslizando su mano derecha suavemente hacia la suya, apenas un poco menos temblorosa.

 

 

—Quería saber… si estás bien.

 

 

Le alcanzó. Pero el contacto de su piel había sido como una quemadura para Kei, quien despertó de pronto y quiso retroceder, chocando violentamente con la pared, al no poder percibir que no había más espacio.

 

 

—Estoy bien —musitó ahogado, apenas, desviándole la mirada negra, intensa.

 

 

Inspiró. Intentando hacer aquella reacción aversiva hacia él, algo menos doloroso.

 

—Bien…—suspiró, en algún lugar entre la frustración y la tristeza—, ¿quieres que me vaya? No volveré a molestarte a partir de ahora… si es lo que quieres.

 

 

 

«No»

«No quiero que te vayas»

 

 

 

Pero no le salían las palabras. Estaba furioso. Estaba decepcionado de él y de sí mismo. Y el orgullo era un monstruo enorme, que no dejaba salir sus verdaderos sentimientos.

 

 

 

Se mordió los labios, temblando de rabia, queriendo gritarle sin saber por qué. O tal vez teniendo el motivo pero no las palabras. Pasaban demasiadas cosas en su cabeza y ni siquiera había tenido el tiempo de ordenarlas y encima aparecía así, famélico y hasta más delgado, como un pálido y hermoso cadáver viviente y lo único que podía hacer ante el impulso de querer correr a besarlo, cuidarlo y atenderlo, ante la perplejidad de su horrible contradicción interna, era paralizarse. Y llenarse de una angustia que desbordaría sobre ambos en cualquier momento.

 

 

 

Con silencioso pánico, observó una sonrisa triste en el rostro de Yuu, quien miraba el suelo o quizá la punta de sus pies, tal vez queriendo evitar encontrar rencor en su mirada. Y luego de un insoportable silencio que empezaba a eternizarse, lo vio girarse sobre sí mismo pesadamente y darle la espalda, tomándose todavía unos minutos antes de avanzar a la puerta.

 

 

«Tú... ¿no vas a volver nunca más?»

 

 

Probablemente, era el pensamiento y la visión más aterradora que había tenido en su vida. Sintió que se le iba a salir el corazón, pero aún permanecía inmóvil, teniendo mil pensamientos por minuto, hasta que finalmente el otro alcanzó la puerta.

 

 

—¡Yuu!

 

 

Aquel grito acabó en un lamentable sollozo, que se apresuró en callar con ambas manos, antes de sentir como paulatinamente perdía el control de su cuerpo, que temblaba con violencia.

 

 

Se inclinó, intentando estabilizarse, pero para cuando quiso moverse de pronto Yuu ya estaba ahí, levantándolo entre sus brazos y sosteniéndolo en pie con la firmeza de su propio cuerpo. No podía respirar, entre lo hiperventilado que estaba y lo estrecho del abrazo del baterista. Pero contradictoriamente, otra vez, cuando este quiso darle un poco de espacio, tan sólo se aferró a él con más fuerza, rodeando su cuerpo aprehensivamente, mientras le humedecía la camisa con sus lágrimas y sudor.

 

 

Prefería no respirar y morirse ahí mismo, que sentir que lo perdería. Y Yuu, a su vez, se preguntaba si ese dolor invivible en medio del pecho que sólo se aliviaba al por fin tener contacto con su cuerpo, le permitiría hacer lo que era correcto o no.

 

 

Ojalá el tiempo pudiese detenerse en ese momento.

 

 

 

 

 

«Este momento hace eco en el cielo cubierto; mis lágrimas y sangre se derraman
Mi pecho anhelante es atravesado por la necesidad de tu amor
El cielo del futuro es casi deslumbrante, pero no es seguro...
Está manchado»
-

Mabuta No Yuuutsu- Sadie

 

 

—Vaya… —meditó el guitarrista de Sadie, dándole una calada a su quinto cigarro, sin despegarle los ojos de encima—, pareces un poco diferente a cómo te veías ese día… —dejó en el aire, pidiendo seguidamente algún trago, con un simple guiño al barman.

 

 

Parecía que era cliente frecuente, pensó Yo-ka.

 

 

—¿Diferente… cómo? —le increpó repentinamente interesado, luego de sostenerle la conversación sin mucho ánimo por alrededor de media hora.

 

 

Observó con curiosidad como Mizuki se inclinaba un poco más sobre el mesón, observándole más de cerca, curvando los labios en una sonrisita peculiar y felina, antes de responder. Pese a que se sintió un poco incómodo con aquel sutil acercamiento, no estaba dispuesto a mostrarse débil.

 

 

—Menos inocente y sociable… —Yo-ka rio levemente, sin poder evitarlo—. Tratabas de quedar bien, ¿no?

—Tú también pareces ser diferente. Eres menos idiota de lo que creí —soltó secamente, arrancándole una risotada al otro.

—Eres inadecuadamente sincero, me agradas —añadió, mientras chocaba su vaso de whisky contra el vaso del vocalista. Volvió a sonreír, mientras se bebía en un mismo sorbo todo el contenido del vaso, sin dejar de mirarle a los ojos.

 

 

Continuó mirándole aún unos segundos más, mientras dejaba el vaso en la mesa en un sonido seco. ¿Por qué no le dejaba de mirar? Se sentía incómodo. ¿Usaba lentillas o sus ojos de verdad eran así? Grandes, como cálidos pozos castaños. Las luces tenues pero de colores vacilantes de la barra, bailaban en sus pupilas, dónde podía verse a él mismo reflejado.

 

Se le aceleró el corazón.

 

Aunque no era muy hábil detectando las cosas que le pasaban, pudo notarlo; se sentía inmutado.

 

 

Sólo bastaba con que él mismo apartara su mirada, se inventara cualquier excusa, tomara su chaqueta y se fuese por donde vino. Pero la altanería y la insolencia, además del inusitado interés persistente, inadecuado, que parecía querer escarbar dentro suyo, le hacía sentir desafiado. La mayoría de las personas que conocía, le parecían predecibles: hablaban de lo mismo y transparentaban sus intenciones de forma evidente cada tanto. Nadie se conectaba a demasiada profundidad ni menos le lograban sacar mucha información, porque simplemente no lo permitía. El repertorio en casi todos era similar: lo adulaban por ser el vocalista de una banda aún si no los habían visto jamás. Luego venía alguna petición de favor o intentaban ligar, derechamente.

 

 

Y no sabía si era por los vulnerables sentimientos que le despertaba el asunto de su relación con el bajista, pero, ya que alguien esta vez había tomado una vía diferente para acercarse, molesta pero directa y sincera, no quería perder; no quería sentirse débil, ni siquiera ante esos ojos escrutiñadores.

 

 

Y desde el momento cero en que le había extendido el cigarro, se había sentido estúpidamente transparente.

 

 

Finalmente, lo que terminó aquel hilo de pensamientos y la extraña e intensa situación fue el sonido del móvil del guitarrista de Sadie sonando a todo lo que daba. Lo vio tomarlo, fruncir el ceño con gesto felino e infantil y dejarlo sobre el mesón boca abajo, mientras aún sonaba y vibraba, tan sólo observándolo.

 

 

 

Se quedó viéndolo también como si fuera lo más interesante del mundo, pero se hartó rápidamente al notar como ya por la tercera ocasión, el otro ni tomaba la llamada y quien le marcaba no parecía caer en cuenta de que estaba siendo ignorado adrede.

 

 

—¿Ya puedes parar? —espetó molesto. Mizuki abrió los ojos más enormes de lo que eran si pudiese, sorprendiéndose aún del mal carácter del otro.

—Es que no quiero contestarle… —dijo suavemente, como si fuese lo más natural del mundo evitar en vez de cortar.

—Pues córtale y ya, ¿no? Ya no soporto ese ruido horrible que sale de tu cosa, ni menos que baile por todo el mesón como si tuviera vida propia.

 

 

 

Mizuki hizo un gesto de sorpresa, chasqueando divertido por la demanda del otro. El barman a su vez secando unos vasos hizo una sonrisa burlona, que se esfumó de inmediato ante la mirada asesina del vocalista, ya algo pasado de cervezas.

 

 

—¿Te habían dicho lo inhábil que eres socialmente, Yo-ka? Estoy impactado…—rio, apurando un sorbo de un nuevo vaso.

—Tal vez nadie te ha dicho que no eres una compañía agradable, seguramente —atacó.

—Qué falta de sutileza… —soltó ya mirando para otro lado, aburriéndose de aquella discusión sin sentido que habían creado.

—Tu mirada no era nada sutil ­—remató el vocalista. Reprendiéndose de inmediato mentalmente por haberlo dicho sin pensar.

 

 

Y la mirada inquisitiva se le clavó otra vez, avivada por aquella incitación, pero el endemoniado teléfono volvió a sonar luego de una breve tregua. Antes de que siquiera el guitarrista pudiera reaccionar, Yo-ka tomó el móvil alcanzando a ver de reojo el remitente de la llamada y lo cortó, viendo como la mandíbula de Mizuki se desencajaba en un gesto de entre sorpresa e indignación. Tomó su chaqueta, listo para irse al infierno antes de que el chico de labios gruesos se le fuese encima a golpes o algo. Aunque pareciese que no, contadas veces tenía en cuenta cuando se había pasado con algo y tal vez esa era una de las contadas ocasiones.

 

 

Aquel tipo de conducta invasiva, no se la toleraba ni el mismísimo Shoya.

 

 

No obstante, antes de que pudiera dar siquiera un paso hacia la salida, la silueta alta del otro ya se había puesto de pie frente a él bloqueándole el paso.

 

 

 —Tú… ¿Qué acabas de hacer?

 

 

«Mierda»

 

Pensó automáticamente, preparándose para ser molido a golpes. El otro le sobrepasaba considerablemente en altura y el lugar era estrecho como para improvisar o armar una pelea.

 

 

Sin darle más espacio a cavilaciones o planes de huida, el guitarrista pelinegro le tomó bruscamente por el cuello de la polera que traía puesta y por acto reflejo, cerró los ojos esperando lo inevitable.

 

 

 

 

 

«¿Cuánto he estado caminando falsamente en el engaño?...

Las lágrimas que noté derramar son “la lluvia de principios de verano”

En algún momento, tranquilamente, aquellos días resurgirán.

Todavía no puedo escuchar el final…»

 

Samidare - Umbrella

 

 

 

La sonrisa y la calma del buen rato que pasó comprando caña e insumos extra para pescar, por vez primera junto a su pareja en los días próximos, se le esfumaron de golpe cuando vio a Aoi a todo color y en 3D, luego de creer que, al fin con mucho esfuerzo, había logrado convertirle en un fantasma encantador en su mente.

 

 

Y al guitarrista no le costó nada darse cuenta ante la inmediata actitud escapista del otro que, si no decía algo mejor que «Hola, cuanto tiempo», perdería la –tal vez­­– única oportunidad de ser honesto, radicalmente honesto con Shoya y protegerlo de alguna manera de las escenas que veía constantemente en sus pesadillas y que, a raíz de los hechos más recientes, creía podían ser mucho más verosímiles que un simple mal sueño.

 

 

 

Hizo un esfuerzo titánico por mantener en su mente esa idea como el único objetivo, intentando lo más posible hacer caso omiso del terrible y agudo dolor que sintió al notar como el bajista, simplemente pasaba de él, sin mostrar como otras veces una de aquellas vacilantes reacciones ante su presencia.

 

—Shoya…

 

 

Se detuvo en seco, odiándose a sí mismo. Bastante le había costado volver a tragarse el corazón que sentía le había subido a la garganta en cuanto lo vio. Con sus manos temblorosas, el aludido sostuvo fuertemente el móvil donde hacía nada le había enviado un mensaje a Yo-ka, avisándole que ya volvía a casa.

 

 

 

Nunca pensó hasta ese momento, que un mensaje preguntándole qué quería cenar, terminaría siendo un improvisado hilo de autocontrol, un ancla a tierra, ante la abrumadora presencia del guitarrista. Se aferraba a esa escena imaginaria de comer juntos al llegar a casa con toda su fuerza, porque él había dejado ir ese papel con su número de entre sus dedos con el único fin de tener días eternos así, junto al vocalista. Porque él…

 

 

 

—Veo que no recibiste mi mensaje —Aoi interrumpió sin querer sus cavilaciones, manteniendo aún una respetuosa distancia fuera de la tienda.

 

 

La gente pasaba afuera. Se había quitado los lentes de sol; podía ser reconocido en cualquier momento. Pero estaba sinceramente comprometido con ese instante: no podía irse de ahí sin decirle la verdad.

 

 

 

—Lo recibí, pero decidí que no quería hablarte. Es todo. —Intentó ser lo más rápido, escueto posible. Tampoco veía la necesidad de ser cruel. Si se iba a casa pronto, todo estaría bien; nada malo pasaría. Tal vez esta era la oportunidad de ponerle fin a eso de una vez por todas, una que había facilitado como siempre era entre ellos, el traicionero azar.

 

 

 

Se giró, tenso pero decidido. Esperando encontrar las palabras mientras las pronunciaba.

 

 

—Yo…

 

 

Pero esa mirada negra, de siempre, tenía un halo más oscuro y melancólico de lo habitual. Su figura con las manos en los bolsillos, como sabiendo que no había nada más que hacer, parecía un mal augurio.

 

 

Tembló, sintiendo que se le iba el valor y se le hacía un vacío en el estómago. Pero aun así lo intentó… ¿por qué sentía como si él pudiera leerle la mente en ese instante?, cómo si supiera de antemano lo que iba a decir. ¿Qué tan bien podía llegar a conocerle alguien, con quien apenas había compartido unos escasos momentos únicos, versus todo el tiempo que había pasado junto a, quién de seguro, ya le esperaba en casa?

 

 

—Me di cuenta que yo…

—Tengo algo que decirte —le interrumpió bruscamente, angustiado. No sabía si podía aceptar lo que era evidente en el lenguaje corporal del otro, pero sí sabía, que no podía irse sin decir lo que necesitaba. Intentó descifrar si lo que había en el rostro de Shoya era miedo, perplejidad o confusión, pero no pudo resolverlo y se rindió. Tenía que ser práctico por sobre emocional, aunque le fuese antinatural, por el bien de ambos. —Vamos a mi camioneta, no está lejos de aquí.

—No… —retrocedió instintivamente bajando la mirada, teniendo flashbacks involuntarios de las cosas que habían pasado dentro de ese automóvil—. Yo ya no puedo hacer esto, yo…

—Shoya, lo que sea que decidas después de esto, lo respetaré. Pero necesito que hablemos y no puede ser aquí —terminó en un tono serio, nervioso ante las miradas y cuchicheos cada vez más recurrentes de la gente.

 

 

 

Sin más, caminó aparentemente decidido en dirección hacia donde había dejado estacionada la camioneta. Nunca pensó que el corazón pudiese resonar hasta en los pies. No se atrevía a voltear, tan sólo rogaba haber transmitido la gravedad suficiente y haber ocultado a su vez, lo mejor posible el dolor de la sensación de rechazo, para que el otro dejara ese insufrible tira y afloja y fuese tras él para poder sacarse ese peso y duda de encima de una vez por todas.

 

 

 

Y odiándose a sí mismo más que a nada, efectivamente, Shoya iba tras él. Lo que había leído en el rostro del pelinegro le hacía presentir que algo malo estaba pasando, pero no era capaz de dimensionar el qué y le dolía el pecho al intentar respirar. No estaba haciendo nada y sin embargo se sentía culpable de antemano. Elevó la vista al cielo unos momentos mientras esperaban en el semáforo en rojo, antes de cruzar hacia donde estaba la camioneta protagonista de tantos de esos momentos que, pese a que en un momento adoró, en el presente desearía poder borrar.

 

 

Cerró los ojos, deseando evaporarse como una nube.

 

 

Y a cada palabra, que le empezó a llover encima de parte del otro nada más cerrar la puerta de la camioneta, sentía como sus átomos tentaban por desintegrarse de verdad.

 

 

Abrió el vidrio, intentando inhalar más aire, mientras la secuencia de hechos que narraba Aoi, visiblemente afectado al revivir los detalles de ese escabroso suceso, le hacía encajar todas las piezas dispersas del puzle de aquella noche que parecía tan lejana y rompía a la vez algo muy delicado, alojado muy dentro de sí.

 

 

¿Qué era esa sensación? Se inclinó sobre sí mismo; le dolía el estómago como si estuviese terriblemente enfermo o lo hubiesen apuñado. O ambas cosas al mismo tiempo.

 

 

¿Era una pesadilla? Aoi podía estar mintiendo… No. ¿Cómo podría inventar algo así? Lo que más le dolía de todo lo que había oído, es que la persona que describió, lo que dijo, cómo lo hizo, el ingenio macabro que tuvo para engañarle usando su abrigo e incluso la creatividad para ejercerle daño… sonaban a cualidades propias de Yo-ka, pero utilizadas para el peor fin posible.

 

 

Se estremeció, víctima de un repentino escalofrío.

 

 

 

Recordó con dolor, como cada vez que intentaba tocar esa cicatriz de mordida que tenía en el brazo desde entonces, él le alejaba e intentaba desviar su atención. Esa mordida, nunca fue un arranque de ira propio si no, un recordatorio involuntario que el guitarrista le dejó al intentar defenderse de su ataque.

 

 

Y aun así se giró hacia Aoi, mirándole fijamente, escrutándole toda la cara, buscando evidencias que terminaran de confirmar o descartar toda aquella ridícula historia que parecía sacada de una novela policíaca, pero que estaba ocurriendo en la vida real.

 

 

Otra vez, con esa capacidad sobrenatural que tenía de leerle por completo, el observado tomó unas toallas húmedas que tenía justo atrás de los cambios y se la pasó por la mitad de la cara quitándose el maquillaje y descubriendo así ante él, las cicatrices físicas del ataque, que aún tenía que ocultar sobre toneladas de base de maquillaje.

 

 

Al verlas, el bajista simplemente volvió a sentarse adecuadamente. Apoyando su cabeza en el espaldar, cerró los ojos, sin intentar esforzarse más por contener las lágrimas.

 

 

 

«Lo lamento tanto…»

 

 

Pensó, sin poder decirlo, consumido por la vergüenza, la perplejidad y la frustración. Pero no sabía por quién de los tres lo lamentaba más, como protagonistas de ese absurdo drama.

 

 

¿Y ahora qué?

 

 

Se sentía como si, durante todo ese tiempo, no hubiese hecho nada más que vivir en una historia de ficción. Se sintió patético e ingenuo, jugando a imaginar una vida a lo familia feliz junto a alguien, que sería capaz de matar a otra persona. Había querido pensar, que omitir los momentos violentos entre ellos, era justo si lo ponía en perspectiva, si pensaba en las razones detrás de las cuáles en parte se sentía culpable. O si, se concentraba en disfrutar en el presente, la forma terriblemente tierna y torpe en que, al fin, Yo-ka parecía abrirle su corazón.

 

 

Y el despertar, era como caerse de una burbuja que sólo existía en su mente, aterrizando en el concreto a toda velocidad.

 

Entonces lo entendió. Aquella sensación inexplicable de antes, eran los trozos de una confianza rota en mil pedazos, clavándose con inusitada crueldad, en sus vísceras.

 

 

Y era insoportablemente doloroso, ser consciente de su corazón y sus absurdos sueños imposibles a todo color.

 

 

—Lo siento… —le escuchó decir, de pronto. No había notado en qué momento Aoi se había acercado, pero de todos modos, ya nada tenía sentido. —No quería hacerte pasar por esto… pero…—El guitarrista pasó el brazo por detrás de su cabeza, y acercándolo hacia él, le envolvió en un abrazo laxo pero lo suficientemente sólido, como para hacerle sentir aunque sea un poco reconfortado en medio de todo aquel desastre interno. Respiró lentamente, con la cabeza escondida bajo su cuello, aún húmedo por las lágrimas—…. necesitaba que lo supieras. No podría soportar que te hiciera algo así a ti.

 

 

Como si eso último fuese una especie de repelente, Shoya se separó de él con brusquedad sintiéndose repentinamente expuesto. Siendo él esta vez, quien podía vaticinar una pregunta que no se sentía capaz de responder.

 

 

 

Porque había una frontera que había construido para los demás, lugares remotos de sí donde nadie podía llegar… que aún no era capaz de entender, por qué Yo-ka tenía acceso pleno a ellos. No sabía por qué su corazón ante él, no tenía puertas ni ventanas, o protección alguna.

 

 

Y no sabía si estaba listo para averiguarlo. Ni a enfrentar alguna verdad difícil de tolerar sobre sí mismo, menos en ese momento.

 

 

 

«¿Él te ha lastimado, Sho?»

 

 

Abrió la puerta, huyendo y olvidando todo lo que había comprado.

 

 

 

«Qué tan lejos ha llegado … ¿qué has dejado pasar?... ¿por qué?»

 

 

 

Fue lo último que alcanzó a oír, sin soportar ser leído entre líneas. En los que sus pies reunían el impulso suficiente para llevarlo lejos, aquella frase se hizo un hilo diluido en el aire, que de pronto se había vuelto demasiado espeso para sus pulmones y a pesar de eso, corrió lejos de allí, deseando poder irse también lejos de sí mismo.

 

 

 

«Por qué»

«No sé, no sé…»

 

 

 

¿En qué clase de monstruos, los estaba convirtiendo aquello a lo que llamaba «amor»?

 

¿Era eso que tenían, realmente amor? ¿Era normal aun así correr a casa con todo lo que dieran sus pies?

 

¿Acaso no era lo normal luchar por lo que amas con toda tu fuerza? ¿No tenía derecho a amar a esa versión de él que luchaba contra sus demonios para mostrase al fin, entero y vulnerable?

 

Pero quien le había contado lo que había pasado, ese terrorífico error, era Aoi y no él.

 

 

 

Imaginar, adivinar, mentirse una y otra vez, para siempre, acerca de la clase de persona que realmente era Yo-ka para poder amarlo…

 

 

 

«¿Esto es lo que quiero para mi vida, de verdad?»

 

 

 

Con las piernas temblorosas y sin aliento, habiendo corrido por varios minutos por calles que ni había mirado se inclinó hacia sus rodillas, descubriendo con amargura que la decepción era un sentimiento horriblemente denso muy pesado de cargar. No sabía por qué había huido de esa forma, ¿dónde pretendía ir de todos modos? Seguramente en casa, Yo-ka ya le estaba esperando, impaciente, inquieto, demandante como era.

 

 

 ¿Qué se supone que diría, por dónde empezar?

 

 

 

«¿Por qué trataste de matar a mi amante al que se supone no iba a volver a ver nunca?»

 

 

 

Eso no era ni remotamente aceptable.

 

 

Sólo entonces, como una revelación largamente postergada se dio cuenta, que su propia conducta ambivalente todo ese tiempo respecto a ambos, el «ambos» que conformaba con cada uno de esos hombres paralelamente; eso sí que era totalmente inaceptable. Porque, pese a que creía haber escogido al fin, lo cierto es que nunca tuvo siquiera la intención, de despedirse de alguien o dar una razón.

 

 

 

Y para cuando quiso hacerlo, hace unos instantes, el frágil suelo que sostenía esa decisión, se había hecho añicos, llevándose los motivos y las palabras.

 

 

Tal vez por eso, todas las preguntas que se formulaban en su mente estaban teñidas de la misma sensación. De perplejidad, de miedo, de culpa.

 

 

 

«¿Es verdad que eres una persona horrible que mataría a otra persona?»

«¿Cuál de todas estas versiones de ti es la real?»

«Ahora que sabes toda la verdad, ¿me odias? ¿aún me amas?»

«¿Serías capaz de matarme algún día? ¿Puedes matarme ahora?»

«¿Quién de los dos es una persona más horrible, tú o yo?»

 

 

 

Mientras más pensaba, menos sentido tenían las cosas y más se le acalambraban las piernas, pesadas, negándose a dar un paso más. Alojado en la soledad de un pequeño callejón entre calles residenciales, ya lejos del bullicio, se sentó en el suelo apoyando la espalda en la pared, para intentar poner en orden sus ideas y las abrumadoras y asfixiantes sensaciones y emociones, tras ellas. O tal vez, para intentar apuntar a alguna parte de sí mismo, que conservara un mínimo de coherencia interna, aún.

 

 

 

Se llevó las manos aún frías y sudadas al rostro, tapando sus ojos, como si en ese sencillo gesto, pudiera dejar de imaginar y contemplar, todo lo que quería olvidar.

 

 

 

 

 

 

«Dime lo que viste en mí
y trataré de recrearlo otra vez
Si te cuesta respirar
espera, puedo cambiar todo para ti»

-

Fantasma encantador (cover)- Prehistöricos

 

 

 

Caminaba rápidamente, como si estuviera en medio de una persecución, que ciertamente estaba ocurriendo sólo en su imaginación. Vio su propio reflejo en una vitrina de un café al pasar: Yo-ka estaba pálido, con los ojos tan abiertos como los de un adicto abstemio desesperado y además hiperventilaba.

 

 

Sólo por lo último, bajó la velocidad de sus pasos, atisbando a poca distancia una máquina de bebidas.

 

 

Estaba intentando beber del contenido de lo que sea que había escogido sin mirar, cuando un flashback de lo recién ocurrido le hizo escupir lo poco que había logrado ingerir, hasta por la nariz.

 

 

 

Maldijo por lo bajo, a la botella y a sí mismo. Recreando involuntariamente la escena en su mente.

 

 

Y es que no tenía sentido.

 

 

Repasó aun así los hechos, separándolos por trozos a ver si acaso se volvían una línea coherente y aceptable.

 

 

Había cortado la llamada. La llamada era de Mao, el vocalista de la banda de Mizuki. La cara de Mizuki había sido de antología. Y no supo interpretar en absoluto la mirada que le dio el otro, de desdén, perplejidad, rabia o tal vez indignación o todo junto, sólo procesó que se había metido en problemas luego de ser interrogado —claramente de forma retórica— sobre lo que había hecho.

 

 

Cuando le jaló por la polera, tuvo medio segundo para arrepentirse de ser un idiota impulsivo cuando, en vez del merecido golpe que esperaba recibir, sintió algo húmedo y tibio hacer contacto con sus labios.

 

 

Abrió los ojos impactado, alejando el rostro en acto reflejo… ese tipo, ¿acaso estaba loco?

 

 

A pesar de lo irracional de la situación, en vez de alejarse por completo, quizá preso del impacto se había quedado simplemente mirándolo unos segundos sin pestañear como intentando leer en su cara, la mirada clavada en sus ojos, la sonrisa que ya no podía definir si era burlesca o incitadora; una explicación. Esos segundos, infinitos en su mente, sosteniéndose de la polera del otro, como si fuesen a golpearse mutuamente en cualquier momento, le dieron chance a Mizuki de volver a acercarse. Pero entonces sí que reaccionó.

 

 

Empujándolo con ambas manos, se apresuró en recoger la chaqueta que se le cayó de la impresión antes y soltándole un «imbécil» más nervioso que molesto, se apresuró en abandonar el bar a todo lo que le dieran las piernas para conservar su dignidad: una marcha rápida, aunque sus pies casi volaban, como su corazón.

 

 

Aún antes de salir le oyó decir «es que cerraste los ojos… fue irresistible».

 

 

Cerró los ojos de la pura vergüenza, mientras esta vez por necesidad, dejaba el líquido de la bebida recorrer su garganta, lanzando la botella lejos posteriormente. Luego, depositó ambas manos con fuerza sobre su rostro, intentando romper por completo con el abrumador y reciente recuerdo.

 

 

Se imaginó a sí mismo intentando contarle a Shoya la situación: «Oye Sho, sí, ¿sabes qué? Un tipo de los que conocimos cuando partimos con la banda trató de besarme cuando le corté una llamada de…».

 

 

Eso no tenía ningún maldito sentido por dónde lo mirase.

 

 

Pero entonces, ¿por qué sentía que había hecho algo malo? ¿por qué se sentía de alguna forma culpable?

 

Las miradas desafiantes…. su deseo de ganar siempre. ¿Era eso?

 

¿Él había incitado de alguna forma lo que pasó?

Recordó el hipnotizante recuerdo de su mirada.

 

¿Por qué no se había distanciado de inmediato? ¿Estaba sorprendido o esperaba algo más? O acaso, buscaba de alguna forma… ¿venganza?

 

 

Sacudió la cabeza, harto de sí mismo. Más le valía no seguir pensando. Miró la hora en su móvil, dándose cuenta de que no había respondido a Shoya, qué se supone que quería comer.

 

 

Aunque francamente, tenía más ganas de vomitar que de ingerir algo.

 

 

Sin embargo, por alguna razón, pensar en él en ese momento le trajo una repentina y breve sensación de calma; es que iba a verlo pronto. Es que pese a que estar separado de él en ocasiones que tenían actividades distintas se le había hecho cada vez más difícil desde lo que había pasado y había empeorado con la identificación del maldito de Aoi, como el que se interponía entre ellos, cuando se acercaba al fin la hora de regresar a casa, saber que al final del día iba a dormir abrazado a su cuerpo cálido y suave, lograba disipar toda su profunda angustia y miedo.

 

 

Su terrible miedo a su abandono y la pasmosa soledad que eso podía significarle, expresada en control, posesividad y celos.

 

 

 

 

[Yo-ka / 18:43]

-

«Lo que tú quieras, pero ven pronto».

-

 

 

 

 

«Ven pronto», leyó, pero fue incapaz de moverse.

 

 

Había pasado 3 horas sentado en el mismo sitio, hacía bastante que se había puesto el sol, hacía frío y estaba oscuro… por dentro y por fuera.

 

 

 

Y aunque hubiese querido responder, para ese momento que lo recordaba, Shoya sentía los dedos congelados. Sin embargo, por alguna razón en ese momento, al igual que la noche y el callejón, así como la calle cada vez más desprovista de personas; se sentía apagado, como si algo dentro de sí no circulara más o como si el tiempo se hubiese detenido.

 

 

 

No importaba de todas maneras. Era mejor que sentir todas esas sensaciones de antes, invivibles en muchos sentidos.

 

 

Se puso de pie con todo lo que pudo, le pesaba el cuerpo como si se hubiese vuelto de plomo. Fuera de eso, no había nada; sólo vacío.

 

 

En el bolsillo de su chaqueta, su teléfono empezó a vibrar, pero no se detuvo ni se planteó el siquiera contestar. Es que ni siquiera sabía si tenía voz, ni exactamente qué decir, ni a quien. Una niebla extraña empezó a caer sobre la ciudad y a cernirse a su vez sobre él, o tal vez ya llevaba ahí mucho rato sólo que ni siquiera lo había notado hasta entonces. Con todo, siguió andando, notando que quizá gran parte de su vida se había sentido así: caminando en medio de una confusión e inseguridad, tan espesas como la niebla.

 

Una que nunca termina.

 

 

 

 

 

«Dime donde nos perdimos
Tal vez nunca nos tuvimos
Quizás encuentres que hice mal
Quizás me vuelva a equivocar
Quizás no super despertar
Por ti, o por mí… quizás»

Quizás – We are the grand

 

 

Pasaban de las 9, había llegado hace rato, tenía hambre, Shoya no contestaba el teléfono y además, tampoco llegaba. Se había duchado, alargándolo hasta reposando en el ofuro que era algo que jamás había hecho solo por considerarlo una cálida perdida de tiempo. Incluso en la espera en silencio en la sala se había comido una sopa instantánea y fumado los cigarros que le quedaban y nada; la ansiedad permanecía ahí indemne.

 

 

Por un momento, incluso invocó a Kei cuando intentaba ser un humano decente en medio del estrés y se paraba en medio de la nada a respirar profundo con los ojos cerrados, al menos 3 veces.

 

 

Pero lo único que veía al cerrar los ojos, eran escenas desagradables de Shoya subiendo o bajando de la estúpida camioneta negra de Aoi; ya no sabía cuál era la acción precisa porque era un estúpido loop infinito.

 

 

Rindiéndose al fin al impulso, e ignorando que había intentado parecer sereno y poco impaciente al no insistir con mensajes cuando el bajista había ignorado sus dos llamadas, le marcó una vez más notando como en esta ocasión, derechamente le cortaban la llamada.

 

 

Con una mezcla de alerta e indignación, y sintiendo el corazón en las sienes, se dispuso a llamar otra vez, cuando de pronto sintió el pitido de la puerta destrabando la cerradura.

 

 

Y lo que vio a continuación fue a Shoya, entrar con el abrigo algo húmedo y abierto, moviéndose lento como un perezoso y sin nada entre las manos.

 

 

Su corazón además de rápido, ahora latía increíblemente fuerte: no sabía qué, pero era evidente que algo estaba mal. El bajista luego de quitarse los zapatos se quedó simplemente plantado en el mismo sitio mirando el suelo, como si hubiera olvidado caminar o fuese a romper a llorar.

 

 

Yo-ka se puso de pie, ansioso. Si se acercaba y veía su rostro de cerca quizá podría atisbar, intentar adivinar, qué demonios estaba pasando.

 

 

Quizá ni siquiera tenía que ver con él de todos modos. Quizá le había ocurrido algo afuera, seguramente…

 

 

—No te acerques… —le escuchó decir, con tono enrarecido —, y siéntate, por favor.

 

 

No tenía dudas, sí se trataba de él. Y algo terriblemente malo debía haber pasado. Tragó saliva lentamente.

 

 

«Nadie dijo que sería fácil
Nadie dijo que sería tan difícil
Llévame de vuelta al comienzo»

The scientist - Coldplay

 

 

Yo-ka obedeció, tal vez por vez primera en su vida entera. Y Shoya se sentó, en el sillón contiguo.

 

 

Ligeramente, imperceptiblemente, ambos temblaban. Pero no eran capaces ni siquiera de mirarse el uno al otro en ese momento. El vocalista mantenía la vista sobre la mesita del centro, alrededor de la cuál se suponía, debían haber cenado esa noche y no entendía ni sabía ya si quería entender, por qué eso no había sucedido.

 

 

En cambio, el bajista tenía la vista clavada en los pies del otro, notando su movimiento nervioso en la pierna izquierda y sus manos bonitas y pálidas, siempre con anillos enormes, entrelazadas moviéndose a consecuencia de lo anterior.

 

 

No lograba subir la vista más. Temía que sí lo hacía, lloraría sin poder articular palabra alguna. Cerró los ojos, concentrándose en los latidos de su propio corazón.

 

 

¿Y si no era del todo malo que eso hubiese pasado? ¿Y si, siendo sinceros se abría al fin un vórtice que, tragándose sus miedos y las partes rotas de sí mismos, les permitiera empezar otra vez, de verdad?

 

¿Y si eran falsas esperanzas, podía de todos modos creer en ellas?

 

 

Decidió que le daría una oportunidad de decírselo, de aprovechar esa brecha de duda que le perforaba el cerebro.

 

—¿Qué pasó esa noche que saliste de madrugada y te desmayaste al llegar?

 

 

Y antes que las palabras, el cómo Yo-ka palideció y contuvo el aire dejando de respirar, le dio la respuesta más rápida que esperaba: era cierto.

 

 

Eso realmente había ocurrido.

 

 

Los labios le temblaban, sus pensamientos iban a tanta velocidad que no era capaz de leerlos. Así que el aludido, no podía maquinar ni intentar elegir, un buen movimiento que hacer en ese momento.

 

—A qué te refieres… —respondió por inercia, plano, sin levantar la vista.

—Yo-ka tú… —bufó, frustrado— sólo… sólo dime la verdad —rogó. Volviendo a sentir el asomo profundo de la tristeza, enorme.

—No sé qué quieres que te diga —se paró de pronto, sintiendo que, hasta poder procesar lo que pasaba, lo mejor era retirarse lo antes posible de aquella ridícula escena.

—¡Yo-ka! —le gritó, ante la desesperación de ver como simplemente pretendía irse, sin afrontar, decir o explicar absolutamente nada —. Me lo contó… él me lo ha contado todo.

 

 

 

Y se quebró, inevitablemente. Cerró la boca y los ojos, pero las lágrimas le afloraban furiosas, desobedientes. Por el contrario de su voz, que se había extinguido en un débil hilo hacia el final de su última frase.

 

 

Pero de todo eso, lo único que resonaba en el cerebro del vocalista, con los pies y el alma clavados al piso en ese momento, era la palabra «él», perforando en lo más hondo de su herida; sacando lo peor de sí mismo.

 

 

—¿Aoi? —se volteó, revitalizado por la ira y olvidando cualquier estrategia inteligente o compostura — ¿Las compras eran junto a él? ¿eso era lo tan importante que tenías que hacer?

 

 

 

«Oh, no»

 

 

 

En todos los escenarios que había podido imaginar en tres horas acerca de esa conversación, nunca reparó en el detalle de tener que explicar el cómo demonios se había encontrado con Aoi y se había generado aquella horrorosa conversación que prefería no haber tenido nunca. Y por supuesto, era muy mal interpretable por donde se le mirase, pero ridículamente, él no había sido quien había buscado al guitarrista; no había hecho nada malo esta vez e incluso había tenido la intención de aprovechar la estúpida coincidencia para ponerle fin a lo que tenían pendiente, por ellos, por la relación inestable pero profundamente intensa que tenían. Y pensar en todo eso le hizo sentir también, a su vez, furioso y herido porque, ¿cómo podía intentar desviar la conversación de ese modo con lo que ahora estaba seguro, sí había hecho contra Aoi?

 

 

No fue capaz de explicar lo que debía, porque lo que sentía era mucho más fuerte.

 

 

Un abismo enorme se abría entre ellos en ese momento, siendo asfixiados por sus propios afectos.

 

 

—¿Es en serio? ¡¿Eso es más importante que el hecho de que hayas intentado matar a alguien?!

 

 

 

Silencio.

 

 

Yo-ka se volteó, apretando los puños y anegado de lágrimas furiosas, decepcionadas. Y aun así, hacía el esfuerzo sobre humano por contener las ganas de zamarrearlo o gritarle con todo lo que le dieran los pulmones. No quería, a pesar de lo herido que él mismo se sentía, herirle más. Pero la idea de que hubiese ido a reunirse con aquel tipo otra vez, más con todo lo sincero y vulnerable que había sido con él en todo ese último tiempo, le podía; se sentía un completo imbécil. Porque de verdad lo estaba intentando, quererle mejor. Por esa misma sensación, esa pregunta no tenía sentido para él.

 

 

Lo que escuchó a continuación, sin embargo, terminó por sacarlo de sitio.

 

 

 

—¿Por qué no puedes detenerte con lo que haces, Yo-ka? —dijo, más con dolor que otra cosa—. ¿Que necesito hacer para que tú…?

—¡Eras tú quién tenía que detenerse! —gritó con la voz quebrada, completamente superado por la frustración. Y sin poder medirse, avanzó hacia el bajista haciendo que este cayera al sillón del cuál se había levantado—. ¡Eras tú quién tenía que dejarlo de una maldita vez! —Se inclinó amenazadoramente sobre él, golpeando con su puño derecho el espaldar del sillón muy cerca de la cabeza del bajista, a la vez que le apuntaba acusadoramente con su otra mano.

 

 

 

Le temblaba el brazo y todo el cuerpo. Se apoyó entonces con ambos brazos a los costados de la cabeza del bajista buscando estabilidad, sin poder distinguir si las gotas que le corrían por el rostro eran sudor o lágrimas; daba igual, estaba empapado, triste, furioso y decepcionado, todo a la vez. Shoya sólo sollozaba con los ojos cerrados, sin atreverse a levantar la vista o abrirlos.

 

 

 

Todo estaba fuera de control y no podía soportarlo.

 

 

 

—Si no hacía nada, tú… —se levantó, sentándose o más bien, cayendo sobre la mesita justo atrás de él y frente al bajista —… yo… iba a perderte.

 

 

 

Se llevó ambas manos al rostro, las que se deslizaron hasta su cabello producto del peso de su cabeza, deslizándose entre ellas. Le ardía el rostro, la frente le palpitaba y le dolía el pecho. Estaba asustado, más bien aterrado porque no sabía qué hacer ni qué iba a pasar a continuación.

 

 

 

Miró a Shoya, quien apenas parecía recuperar el aliento y su rostro, sus ojos aún más pequeños a causa del llanto, le dieron el impulso de estrecharle entre sus brazos, olvidándose de la ira que lo quemaba minutos atrás. Pero antes de siquiera poder intentarlo, de pronto, el bajista se levantó rápidamente escabulléndose del sillón.

 

 

 

Ya no quería estar ahí, ni con él ni por un segundo más.

 

 

 

—¡Shoya! —le llamó. Pero adivinó que se dirigía a la puerta—, ¿dónde vas?... no puedes irte.

 

 

 

Todo parecía ocurrir en cámara lenta, como en una película o en un sueño. Y de un momento a otro, sus emociones se apagaron, como si alguien le hubiera desenchufado de la realidad.

 

 

 

—Déjame pasar… —intentó, frente a él, que ya le obstaculizaba el paso. A pesar de que apenas le salía un hilo de voz.

—Pero… a dónde vas, ¿qué vas a hacer? Es…

 

 

 

Sin sentirse con valor para intentar razonar algo o decir más nada, intentó avanzar a pesar de Yo-ka, quién reaccionando rápidamente, no tardó en detenerlo con todo su cuerpo por detrás.

 

 

 

—¡No, por favor! —Le escuchó gritar con terror. No entendía qué pasaba.

 

 

 

Todas sus emociones volvieron de golpe, al sentir su cuerpo, como si el contacto fuese un toque mágico de realidad; el interruptor de sus sentidos.

 

 

 

—Sho, por favor… sólo cálmate —intentó y le abrazó con todo, sintiendo no obstante como se iban al suelo porque el bajista no pudo sostenerse en pie mucho más. Le observó: sollozaba, parecía que se ahogara, como si no hubiera llorado en años y no sabía qué demonios hacer, no sabía cómo detenerlo o aliviar eso; estaba aterrado—. Shoya… por favor… —sintió que quería sollozar con tantas ganas como él en ese momento. Quizá incluso, llorar a gritos pero sin despegarse de su cuerpo, que agotado, parecía haberse rendido a su aprehensivo agarre.

 

 

 

Notando como el cuerpo del otro, dejaba de estremecerse involuntariamente de a poco, intentó acercar su rostro a su mejilla empapada, pero Shoya se tensó al instante, así que sólo se quedó quieto, sin aflojar su agarre. Sin saber qué hacer.

 

 

 

No obstante, su confusión fue interrumpida en pocos segundos, por un hilo de voz.

 

 

 

—Por favor… no… no me hagas daño —soltó casi inaudiblemente, entre lágrimas.

 

 

 

Y como si un agujero negro se hubiese abierto en su estómago, perdió completamente el sentido de la gravedad y la fuerza, al oír eso. Antes de poder entenderlo, ya le había soltado y, sin perder tiempo, el bajista había huido de él sin ni cerrar la puerta o ponerse algo encima para abrigarse.

 

 

 

Ya no habría paseo de pesca de fin de semana.

 

 

Shoya se había ido, quizá para siempre.

 

 

El aire frío que entraba por la puerta abierta a la estancia que ahora sólo ocupaba su propia presencia, era muy similar a lo que sentía por dentro en ese momento; un frío y desolación que le calaba visceralmente, hasta lo más profundo.

 

 

Shoya lo había entendido todo mal. Todo lo había hecho por su bien.

 

Sho, su Sho… tenía miedo de él.

 

 

Nada había tenido sentido, entonces.

 

 

Y arrodillado con la cabeza y las palmas en el suelo, esta vez sin poder aguantarlo más, derramó todo lo que tenía guardado dentro.

 

 

 

 

 

 

 

«Duerme...

Que tu sueño espantará el rencor

En esta mañana que no hay sol

Sólo neblina que perfuma todo el cielo

Junto a ella me saldré de tu universo

Convertirme en nada es fácil si no ves

Si no me ves…»


Saltar de tu universo- Prehistóricos

 

 

 

«Amanece sin amanecer» pensó Yuu, agotado física y emocionalmente, sin haber dormido en toda la noche. Entrecerrando los ojos y tal vez, intentando luchar contra lo inevitable, se levantó juntando las cortinas aún más, agotando los agónicos esfuerzos del pálido sol otoñal por penetrar en las penumbras de la habitación.

 

 

Se sentó sobre la cama de forma muy suave y lenta, para evitar a toda costa perturbar el descanso de Kei, quien yacía dormido justo a su lado. Respiró lento, pidiéndose a sí mismo grabarse cada detalle de esa plácida escena y de su rostro con fidelidad; ¿cómo era la luz en la habitación? ¿de qué color es el cubrecama? ¿qué sábanas habían cubierto sus cuerpos desnudos esa noche mientras hacían el amor luego de abrazarse por horas sin decirse absolutamente nada? ¿qué artículos había en el velador, cómo estaban dispuestos?

 

 

 

Cerraba los ojos, repasando los detalles y frustrándose cada vez, al notar cómo siempre alguna de esas preguntas, quedaba inconclusa en su mente.

 

 

 

Por el contrario, lo que tenía que decirle a quién dormía, las palabras de ese discurso que se había dado el valor de repetir durante días frente al espejo para hacerlo lo más digerible posible, permanecían ahí, intactas repitiéndose una y otra vez en un loop eterno en su cerebro, invadiendo hasta los espacios más íntimos, como cuando aún le sostenía en sus brazos con los ojos cerrados, susurrándole un «te amo» al oído al tiempo que reprimía las lágrimas, segundos antes de desvanecerse dentro de él.

 

 

Su Kei.

 

 

Su amado Kei.

 

 

Su complejo Kei.

 

 

Pero en su corazón, desde el día uno hasta el último de sus días, siempre suyo.

 

Abrió los ojos, exasperado. Tal vez, para intentarlo una última vez. Pero esta vez, mirándole sólo a él; su cabello esparcido por la almohada, su mano hacedora de milagros musicales, escapando rebelde del cubrecama con el que se había esforzado en envolverlo insistentemente horas antes. El color de su piel, la expresión serena de su rostro, sus permanentes ojeras, sus pestañas profusas y sus labios entreabiertos.

 

 

 

Se preguntó cómo iba a vivir exactamente, con el deseo espontáneo que le provocaban sus labios, si es que ya no los tenía más a su alcance. Sintió instantáneamente el cosquilleo y pálpito de su sangre reuniéndose en sus propios labios, demandando ser al menos rozado por la gracia de los suyos.

 

 

 

 

«Colgando de un hilo que me conecta a ti

A quien siempre he sido

A todo lo que dijimos que haríamos

Un hilo fino, no lo suficientemente resistente como para soportar

El peso del deseo y la desesperación»

 

Thread - Keane

 

 

 

 

—¿Yuu? —Kei se removió suavemente, escondiendo su nariz helada entre las mantas—. ¿Qué hora es? ¿Por qué estás levantado?

 

 

 

Le vio estirar su mano hacia él, haciendo ademán de acercarle o invitarle tal vez, a compartir el cálido espacio que ocupaba su cuerpo bajo el cobertor, entrecerrando los ojos con pereza en un gesto que se le hizo insoportablemente adorable.

 

 

Y cuántas ganas tenía de meterse allí y no salir jamás. Pero no podía. Su corazón empezó a golpear con cada vez más fuerza, a cada segundo que sostenía el silencio ante esas preguntas, que sabía que tenía que responder.

 

 

 

Porque, aunque había intentado extender la llegada de ese momento lo más posible, su visita tenía una motivación clara, que ahora no tenía idea cómo explicar sin volver a hacerle sentir mal. Tan roto, como lo percibió cuando le abrazó mientras se ahogaba en llanto, luego de llamarle con la voz quebrada, justo cuando se había resignado a irse sin poder hacer más nada.

 

 

 

Se reconoció deseando en ese instante, que hubiera sido así. Haberse ido porque él no quiso escucharle. Ahorrarse el disparo y culparle a él.

 

 

 

Para ese momento que terminaba de cavilar esas ideas, paralizado, silencioso y sudoroso, Kei ya se había sentado sobre la cama, sosteniendo la sábana en ademán nervioso, al no verle reacción alguna más que desviarle la mirada para fijarla sobre la cama, con un gesto terriblemente melancólico.

 

 

—¿Qué…?

—Tengo algo que decirte… —empezó el pelinegro, sintiendo el valor írsele a los pies. Mientras el guitarrista a su vez se sentía helar, desde adentro hacia afuera—. Yo, conseguí a alguien… alguien que puede ayudarme con esto —terminó, sobando su brazo derecho para darse a entender.

 

 

Kei dio un suspiro interno de alivio, relajándose y mostrando un genuino gesto alegre después de semanas.

 

 

A Yuu se le rompió el corazón.

 

 

—¿En serio? ¿Y quién es, cómo es el tratamiento? —preguntó, con espontáneo y sincero interés.

 

 

 

 

«Parte por lo más sencillo de decir»

 

 

 

Y se extendió varios minutos, hablando de todo lo que implicaba el proceso, de los probables, aunque aún inciertos pronósticos favorables, por ser un tratamiento nuevo y altamente experimental. Cirugía y terapias de diversos tipos incluidas después.

 

 

 

—¡Suena muy prometedor! —le sonrió, ladeándose ligeramente al tiempo que se estiraba reacomodándose, apoyado en su codo izquierdo—, pero… ¿cómo es que no lo encontré antes? Literalmente, me la pasé buscando especialistas por semanas y meses… —hizo una pausa, dubitativo— ¿Dónde es?

 

 

 

 

«Ahora comienza la parte difícil»

 

 

 

 

—En Corea —contestó seco.

—Oh. —Kei reaccionó de inmediato, cambiando ligeramente su aspecto, a un gesto más bien, preocupado y desviando la vista hacia un lado, como si buscara algo que cayó justo por el borde de su ojo izquierdo. Se quedó en silencio apenas un instante, como si un segundo bastara para disipar la inminente catástrofe que se avecinaba. —Y… ¿cuánto tiempo dura? ¿cómo es, cada cuánto tienes que ir? —intentó.

 

 

 

Yuu respiró lento antes de responder; responder esa pregunta, era la parte más difícil. Y mientras hablaba, tal vez por agotamiento o por negación, lo único que fue capaz de escuchar en lugar de su propia voz y frases, fue un ensordecedor sonido agudo, como un pitido interno, perforándole el cerebro.

 

 

 

Interrumpido por la voz de Kei, quien al fin empezaba a caer en cuenta de lo que realmente estaba pasando.

 

 

—¿Qué… qué tratas de decir? —negó con la cabeza, abrumado. Permaneció inmóvil unos eternos minutos, antes de sentarse y abrazar sus rodillas, en silencio.

—Lo siento Kei… yo…

—¿Qué quieres decir con «lo siento»?... ¿no piensas ni siquiera intentarlo?

 

 

Yuu suspiró frustrado. Era más o menos, el escenario que esperaba.

 

 

El ver al baterista permanecer sencillamente sentado con los ojos cerrados, le exasperó.

 

 

 

—¡Yuu! —le gritó, separando su cabeza de sus rodillas, como si quisiera despertarlo de la posición fatalista en que lo percibía. Sintió una presión horrible en el pecho cuando sus miradas al fin se encontraron.

—Yo puedo ir a verte… podemos hablar, estar en contacto todo el tiempo que…

 

 

 

Y ahí estaba, el Kei con complejo de superhéroe que no era capaz de aceptar sus límites humanos, desplegando como pocas veces una esperanza desesperante, proveniente de una bondad profunda que a pocos les mostraba en realidad, pero que en ese escenario sólo lo hacía todo más difícil. Aun así, notó tristemente, que odiaba ser él esta vez, quien encarnara el rol amargo de defensor de la realidad.

 

 

 

—Kei, por favor… ¿a quién le vas a pedir que me visite en otro país durante uno o dos años, a tu clon? Ni siquiera te alcanza el tiempo o la vida para todo lo que ya haces aquí, como para que me prometas eso. Y el tener que mudarme a otro país y además costear el tratamiento, hace imposible que pueda venir, aunque quiera. Ni siquiera sé cómo voy a mantenerme allá… con suerte tengo ahorros para los…

—Lo puedo intentar, no me importa, yo sólo…

 

 

 

«Quiero estar contigo»

 

 

 

Era lo único que repetía en su mente sin cesar, pero que no salía de sus labios.

 

 

 

—Detestas los aviones. Haces lo posible porque nos traslademos en ferry, bus, auto, tren, bote o lo que sea, aún si es más incómodo, demoroso o caro. ¿Vas a soportar tener que estar subiendo a uno para ir de un país a otro constantemente?

—Lo puedo intentar… —repitió, con un hilo de voz.

—Kei… —bufó, cerrando los ojos un instante. Era doloroso, terriblemente doloroso. No quería tener que convencerlo de algo de lo que ni siquiera podía convencerse a sí mismo del todo todavía— … sabes que no va a pasar.

—Pero…

—Y además no es justo que te esfuerces tanto, menos por mí. Tienes que aceptarlo.

—Yuu, no. Para… —Se tapó los oídos con ambas manos, pero a pesar de eso, como si su cerebro activase cruelmente un altavoz interno, lo escuchó claramente.

 

 

—Nosotros tenemos que terminar, aquí y ahora.

 

 

 

«No»

 

 

No.

No.

No.

 

 

 

Mientras se lo repetía en la mente, aún con los oídos tapados y los ojos cerrados, como una especie de conjuro, no podía dejar de ver en su mente, con una claridad cruel y a inusitada velocidad, todos los momentos que habían pasado juntos, desde que se conocieron y hasta el presente.

 

 

 

Un silencio denso e insoportable se instaló entre ambos, durante varios minutos. Aún con los ojos cerrados, era capaz de imaginar el rostro de Kei, con sólo oír los sollozos que intentaba disimular, aferrándose a sus rodillas. Sintió como sus propias lágrimas, empezaban a hacerle arder los ojos y a quemarlo por dentro. Claramente, no quería nada de eso; irse, tener esa conversación, tener que elegir… no había manera de que fuese justo o menos difícil para cualquiera de los dos.

 

 

 

Luego de un rato, finalmente, dejó de escuchar a Kei. Abrió los ojos, encontrándolo con la mirada fija en la pared, sin siquiera pestañear. Como si hubiera muerto.

 

 

 

—¿Cuánto… cuánto tiempo tenemos? —le vio aún entre sombras, una lágrima rebelde y silenciosa resbalar por su mejilla derecha. Le dio la espalda, sentándose en el borde de la cama, sintiendo el nudo en su garganta hacerse más enorme.

 

 

 

 

 

 

«El verdadero disparo»

 

 

 

 

—Esta noche…—respondió, con la voz ya quebrada.

 

 

 

 

Kei sintió como si todo el aire de la habitación se hubiese consumido por completo y su estómago se estuviese consumiendo a sí mismo en un caníbal ataque de autodestrucción. Fuera de sí, le lanzó lo que tuvo a mano por la espalda, perdiendo la compostura y los nervios a la vez, mientras hiperventilaba.

 

 

 

—¡Maldito seas, Yuu! ¡¿Cuándo pensabas decírmelo?!, ¿cuándo llegaras allá?... ¡qué mierda es todo esto! —le gritó furioso, llevándose las manos a la cara.

 

 

 

No quería verlo.

 

Lo odiaba más que nunca.

 

Lo quería más que nunca.

 

 

 

Y a la vez, no quería que se fuera. Todo al mismo tiempo. Y era algo insoportable de sentir, pero que le era desgraciadamente familiar, de su relación de antaño con Toya.

 

 

 

 

—Kei, por favor… —intentó acercarse y abrazarlo temiendo que, como el día anterior, olvidase cómo respirar o tuviera un ataque de pánico. Sin embargo, el otro le rechazó con violencia, luchando contra él y ese ridículo final abrupto que no encajaba en ninguna parte, de la trama cursi que había imaginado en su mente en algún momento, para los dos.

 

 

 

 

«Toda mi vida no olvidaré el dolor en tus ojos

Todavía estoy refregando la mancha de este desastre

Deseo que tú puedas entender»

-

Thread -   Keane

 

 

 

Rindiéndose y dejando las lágrimas de Yuu inundarle el hombro como un río de caudal infinito, se quedó en silencio, sin siquiera intentar detener ni los recuerdos de ambos ni sus agresivos pensamientos hacia sí mismo, que le recordaban lo ridículo, iluso y patético que podía llegar a ser.

 

 

 

 

En medio de ellos, escuchó como una voz lejana, al baterista intentando explicarle cosas cual epílogo. Diciendo que, no había sabido qué hacer cuando él le trató de esa forma al anunciar que se iba de la banda. Que pensó que él jamás volvería a hablarle, que había aceptado su desdén y que incluso creía merecerlo, pero fue justo en ese instante, en que la posibilidad de buscar ayuda fuera de Japón, se había hecho real y fuerte. La había considerado por primera vez, desde que se lo habían sugerido.

 

 

 

«Esto lo sabías hace tiempo», pensó inevitablemente. Sintiendo una pasmosa resignación e ira reprimida. Aun así, se sentía sin fuerzas siquiera para intentar decirlo.

 

 

 

Y aún siguió, diciendo que había intentado contactarle desde que supo lo pronto que tendría que partir, pero que él no le contestó ninguna llamada, ni una sola vez. Kei cerró los ojos, sin saber si odiarse más a sí mismo o a él.

 

 

Que ir ese día, e intentar que le abriera la puerta, no era en realidad una visita para intentar arreglar nada… si no, para despedirse.

 

 

Cerró los ojos, sintiendo sus latidos convertirse en ensordecedores zumbidos en su cerebro.

 

—Entonces, ¿todo fue de mentira? Tú… ¿lo hiciste todo sabiendo que…?... ¿querías… qué pretendías? —Removió las tapas, dándose a entender por si el otro había olvidado exactamente de la forma en que de improviso se le fue encima y toda esa conexión, física y emocional que se suponía habían tenido, fundiéndose el uno en el otro.  Era sobrecogedora la mezcla entre la decepción y la tristeza en su voz.

 

—No, no Kei… no pretendía… es… —Se exasperó, ante su inhabilidad para comunicarse debidamente, asfixiado por la intensidad emocional del momento. Pero de alguna forma, lo intentó. — No pude contenerme o pensar en lo que era adecuado en ese instante, ¿sabes?... Yo realmente te quiero… Kei…—lo abrazó con fuerza, desesperado; necesitaba que sobre todo esa parte, quedara clara, porque si había algo de lo que no había dudado desde el primer segundo que lo había conocido, era de lo mucho que le gustaba, sabiendo de antemano que sería inevitable amarlo.

 

 

Pero, inmune a sus palabras y gestos, el guitarrista parecía haberse vuelto de trapo entre sus brazos, como si se hubiese abandonado a sí mismo allí y estuviese en algún otro lugar, apartado de toda esa desoladora escena.

 

 

 

 

«Mentiroso»

 

 

 

Susurró su mente. Y él le creyó.

 

 

—De verdad te quiero… te quiero tanto. Lamento todo esto. Lo siento —volvió a quebrarse. Pero a Kei ya nada, nada de lo que le dijera, le parecería cierto.

 

 

 

 

«Pero me estás abandonando, si me amaras… si tan sólo me quisieras un poco…»

 

 

 

Era demasiado tarde.

 

 

—Suéltame —ordenó. Aún sin moverse.

 

 

 

Yuu dudó aún unos momentos, hasta que el mismo Kei se separó de él, de manera rápida y fría.

 

 

 

Abrió la boca para decir algo, pero Kei fue más rápido.

 

 

—Quiero que te vayas.

 

 

 

Tragó saliva y miró al suelo.

 

 

 

Era duro, muy duro, cuando tomaba esa actitud, pero no podía esperar otra cosa. Pese a lo que más deseaba era abrazarle y besarle hasta convencerle que sus sentimientos hacia él no tenían nada que ver con su decisión, sabía que, si seguía ese impulso, iba a empeorarlo todo.

 

 

 

Y de todas maneras, era evidente que Kei se había cerrado por completo en ese momento, levantando esa coraza fría y despiadada, que ya había usado contra él algunas veces de forma letal.

 

 

 

 

Por lo que, reuniendo el poco valor que le quedaba, se dirigió hacia la puerta de la habitación para hacer lo correcto al fin, sabiendo que esta vez, no sería llamado de regreso. Y que tal vez, ya nunca sería recibido de vuelta incluso si existía la posibilidad en el futuro de volver.

 

 

 

 

Pero estaba dispuesto a eso, porque sabía que era lo mejor para Kei. Y también para él mismo.

 

 

 

 

Sabiendo que, no podría decirlo nunca en otra oportunidad, lo intentó de todas formas. Hacerle saber la verdad. Se giró sobre sí mismo en la entrada de la habitación, reuniendo fuerza para sus últimas palabras.

 

 

 

 

—Sé que no lo ves así en este momento. Pero espero que algún día lo entiendas… que esto lo hago porque te quiero y no pienso permitir que te arruines a ti mismo, ni tu vida por mí. Quiero que puedas ser feliz de verdad… —hizo una pausa, intentando contener sus lágrimas y terminar, acabar con eso de una vez por todas —… con alguien que sí te merezca. Para mí… fuiste el mayor milagro de mi vida —sollozó.

 

 

 

 

No quiso mirar su rostro. No quiso arriesgarse a encontrar indiferencia, desdén o un dolor que, ya no se sentía capaz de sostener ni un segundo más. Ya no había más que pudiera hacer o decir.

 

 

 

 

En silencio y rápidamente, abandonó la habitación, el departamento y así también, a Kei.

 

 

 

 

«Sin fin, las fibras comienzan a deshilacharse
Los largos años trabajando como uno
Sólo fueron arrastrados

Bueno, tal vez sólo era nuestro tiempo
Perdóname, recuerda que soy un buen hombre,
pero no lo suficientemente bueno

No me odies, sólo estaba enamorado
Y colgando de un hilo»

-

Thread - Keane

 
Notas finales:

Como vio más arriba, los reviews pueden hacer milagros, como hacerme escribir 60 páginas después de años.

 

Sumergirme en la historia por supuesto conllevó que lo leyera de nuevo dos veces y estudiara la libreta de notas de idea. Más un par de viajes de inspiración y la inmersión en emociones difíciles.

 

Apreciaría como siempre, su opinión.

 

De antemano, perdón por la espera y siempre gracias <3

 

Infinitas y totales gracias.

 

¡Nos leemos pronto!


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