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No... por Marbius

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… Niegues a nadie el derecho de paternidad [Mes 2]

 

—Cariño, es que tu hermano y tú han estado tan extraños en estas últimas semanas –Bill apreció el suspiro tácito en aquella frase—. ¿Cuándo van a venir a visitarnos a mí y a Gordon? Hace meses que no los vemos fuera de las portadas de las revistas o del televisor. Ya hasta dudo de que sean de carne y hueso.

—Ow, mamá, no es cierto. Estuvimos ahí para el cumpleaños de papá –hizo memoria Bill.

—Prométeme que vendrán al menos este fin de semana. Planeo hacer tarta Sacher si lo hacen.

Bill miró por encima de su hombro a Tom, que llevaba tres días completos recostado en cama, demasiado deprimido como para levantarse, mucho menos para ir de visita con su familia.

—No sé, mamá, Tom tiene esta gripa bastante mala… —Mintió con culpa. La verdad siendo que a petición de Tom, ambos habían llegado al acuerdo de que mientras no tuvieran la prueba contundente de que el mayor de los gemelos estaba enfermo de gravedad y con un padecimiento que pudieran llamar de nombre, no le dirían nada a nadie.

—Oh, mi pobre bebé –respondió Simone por el teléfono—. ¿Ya está tomando medicamentos?

—Sí, y muchos líquidos –dijo Bill como autómata. Si los líquidos curaran a Tom, ya lo habría hecho de antemano—. Uhm, mamá, tengo que colgar. Tom tiene un poco de temperatura y quiero cambiarle los paños de la frente… Sí, le daré tus saludos, ajá… Adiós –colgó el teléfono al fin—. Mamá manda…

—Saludos, lo sé –murmuró Tom desde el otro lado de la habitación, sumido en el mar de edredones y mantas en los que se auto compadecía de sí mismo—. Estaba poniendo atención.

—Ah –soltó Bill a modo de respuesta—. Ok. ¿Quieres algo de comer?

Tom rodó por la cama hasta darle la espalda. –Estoy bien –murmuró con voz baja.

El menor de los gemelos se mordisqueó el labio inferior. Le dolía más de lo que se podía expresar con palabras el ver a Tom en aquella situación. Luego de su visita con el doctor y el haberse enterado de las terribles posibilidades, los dos habían pasado en casa los días restantes antes de la cita para el ultrasonido.

Al día siguiente tenían la cita a primera hora en un exclusivo hospital para ahí llevar a cabo las pruebas. Hasta entonces, lo que quedaba era esperar.

—Tomi, ¿no quieres hacer algo? Llevas en cama días –se acercó Bill al bulto que era su gemelo—. Podemos hacer cualquier cosa que tú quieras.

—Quiero dormir –murmuró Tom a través de las capas de tela que los separaban—. Estoy muy cansado.

—Mmm, ok –se enjugó el menor de los gemelos las lágrimas que brotaban de sus ojos. Desde el diagnóstico no había podido controlar su ánimo, siempre demasiado sensible—. ¿Quieres que te haga compañía? ¿Qué tal eso? Sólo si quieres, claro –musitó.

Tom dejó pasar largos segundos en los que Bill pensó que su compañía no era requerida, que Tom prefería estar a solas, pero justo cuando iba a ponerse de pie para salir de la habitación, las mantas se movieron un poco, dejando el espacio adecuado para poder recostarse al lado de su gemelo.

—Quédate –pidió éste con un tono quebrado.

—Sí, por supuesto que sí –musitó Bill, haciendo caso omiso de los ojos enrojecidos de Tom, no porque no le importara, sino porque éste se avergonzaría si hacía mención a lo que él consideraba como debilidad.

Incluso enfermo, Tom quería ser el gemelo protector, el que se encargaba de las penas de ambos sin importar qué tan herido estuviera él mismo. Su lugar auto impuesto de hermano mayor le confería un poder y una responsabilidad que estaba dispuesto a llevar a cuestas sin importar la situación y las consecuencias. Siempre; por siempre y para siempre.

Por fortuna para Bill, cuando abrazó a Tom y al fin éste dejó caer su muralla y con ella todos los sentimientos atorados en el pecho para llorar como el chiquillo que sentía era, lo sufrido en días pasados pareció desaparecer un poco. Una fracción casi minúscula que a pesar de todo le dio esperanza de que el futuro podría ser bueno para ambos.

 

Cuando al fin el día siguiente llegó, a Bill le tomó al menos una hora levantar a su gemelo de la cama y otra más e vestirlo e instigarlo en que o se subía al automóvil por voluntad propia o lo iba a llevar a cuestas costara lo que costara. Sin resultar negado a ir, el mayor de los gemelos actuaba en los más altos niveles de la pasividad al apenas moverse y hacerlo todo en cámara lenta, como si con eso pudiera retrasar el diagnóstico y su sentencia de muerte.

Muy para su pesar, Tom se encontró a la hora correcta y en el lugar exacto gracias a la persistencia de su gemelo, que tiraba de su brazo a lo largo de los blancos y asépticos pasillos de una clínica de fertilidad, maternidad y obstetricia.

—¿Qué diablos hacemos aquí? –Preguntó Tom, luego de que una enfermera con uniforme rosa bebé les indicó el camino a seguir hacía la sala donde tenían una cita.

—El doctor Müller dijo que el ultrasonido debía ser con equipo de punta –le explicaba Bill a su gemelo, atento de contar pasillos pues en el tercero a la derecha se encontraba su consultorio—. Esta clínica tiene los mejores equipos en toda Alemania. No te quejes.

Tom, que al pasar por un consultorio alcanzó a ver a una mujer con una enorme barriga al descubierto, prefirió ahorrarse cualquier comentario.

Luego de un par de vueltas entre los laberínticos pisos y pasillos sin fin llegaron a su destino. La puerta llevaba “Dra. Anette Keller” sobre el cristal esmerilado. Bill no perdió tiempo en golpear la madera con dedos leves. Un quedo ‘adelante’ los guió al interior del despacho, que pese a estar decorado en tonos claros y femeninos, dejaba muy claro que su dueña no era cualquier mujer.

La misma doctora Keller, en sobrios tonos terracota los instaba a pasar y sentarse en las dos sillas que tenía para ese uso puestas frente a su escritorio.

Con un poco de resistencia de su parte, Bill logró que Tom tomara asiento y tras unos breves intercambios de nombres y saludos, prosiguió a entregar el historial médico de Tom que llevaba consigo bajo el brazo.

—Venimos por un ultrasonido –dijo con nerviosismo, los ojos vagando por la habitación.

La doctora Keller leyó un par de hojas del expediente antes de hablar. –Oh, posible caso de tumor en el estómago. Lo siento mucho.

—Lo he oído bastante –gruñó Tom desde su silla.

El menor de los gemelos le dedicó una mirada mortificada que lo decía todo en una palabra: ‘Compórtate’. Por muy mal que estuviera la situación, Bill no quería perder los estribos, así como tampoco quería que Tom lo hiciera.

—Perdónelo, ha sido un poco difícil para ambos –se disculpó.

—Lo entiendo. No es nada importante. Ahora, si me acompañan a nuestra sala de exploraciones. Puede parecerles un poco extraña la habitación, pero espero entiendan las circunstancias. Usted es el primer paciente varón que tenemos en nuestras instalaciones por un largo tiempo –dijo la médica.

Guiándolos hacía un consultorio aledaño, tanto Bill como Tom entendieron a qué se refería la doctora Keller con ‘un poco extraño’. Las paredes pintadas de amarillo claro, casi blanco y la siempre perenne esencia femenina  que se respiraba en el ambiente, denotaba que aquel cuarto era realmente utilizado única y exclusivamente para mujeres.

—Aquí está una bata. Lo lamento tanto, es todo lo que tenemos. Su cita fue programada sin el tiempo normal de antelación y no nos dio tiempo para… —Se disculpó con bochorno al tener que darle a Tom una bata rosada que a juzgar por el tamaño era la talla más grande y aún así le iba a quedar bastante corta al mayor de los gemelos.

—No, está bien. Gracias –la tomó Tom con bochorno por su anterior majadería.

—Les voy a dar unos minutos a solas para que se cambie. Cuando estén listos me avisan –dijo la doctora antes de salir de la sala.

Con ayuda de su gemelo, pronto Tom estaba recostado en la mesa de exploraciones con el vientre descubierto, Bill a su lado tomándolo de la mano y su ropa doblada con cuidado encima de una silla.

—¿Están listos para comenzar? –Preguntó la doctora Keller, con cuidado colocándose unos guantes.

Bill intercambió una mirada con Tom y contestó por su gemelo al decir ‘sí’.

—Bien, el gel está un poco helado –dijo con profesionalismo al presionar el tubo que lo contenía y depositar una cantidad considerable en el estómago del mayor de los gemelos—. Aquí vamos –murmuró.

Durante todo el proceso, Tom optó por esconder el rostro en el cuello de Bill, ambas manos aferrándolo por el cuello, temblando como una hoja al viento, sin el menor ánimo de ver la pantalla, aterrado de que fuera lo que fuera, se mostraría en el monitor como una sentencia de muerte.

—Curioso… —Murmuró la doctora, guiando su instrumento de lado a lado por el vientre del mayor de los gemelos—. No encuentro nada.

Tom contuvo el aire, demasiado aliviado al escuchar aquellas palabras que temía el momento en que respirara de vuelta y descubriera que todo era un error, que el tumor se encontraba del otro lado.

—Voy a bajar un poco, respira con normalidad –le indicó la doctora al extender más gel ahora sobre el vientre bajo de Tom y guiar su instrumento por aquella zona.

—Tomi, quieto –lo amonestó Bill al ver como se retorcía.

—Cosquillas –murmuró Tom con voz opaca, asustado de que el problema estuviera en los intestinos y no en el estómago como se había creído en un principio. Él no era estúpido. En los días pasados mientras Bill dormía, él había buscado información en línea. Fuera cáncer, fuera un tumor, las posibilidades eran aterradoras; los tratamientos, el dolor, los costos, todo resultaba elevado; sobrevivir era un terrible paso, pero la recuperación lo era por igual. Eso sin contar con el final más probable: Muerte.

—Mmm, esto no puede ser cierto –masculló la doctora con incredulidad.

—¿Qué? –Se atrevió Tom por primera vez desde que estaba tendido de espaldas a sacar el rostro del cuello de su gemelo—. ¿Qué sucede? ¿Es un tumor? ¿Son varios? ¿Voy a morir mañana?

—No precisamente –se puso de pie la doctora, avanzando hacía un pequeño teléfono en la sala. Lo descolgó—. Biggi, llama a la doctora Dörfler para una consulta urgente a la sala veinticinco, sí, inmediatamente. Gracias –terminó la llamada para luego regresar al lado de los gemelos que la observaban con curiosidad—. Siento el inconveniente, pero una colega nos acompañará en unos minutos.

Tal como lo predijo, pasados unos momentos la puerta se abrió para dar paso a una enérgica mujer que llevaba igual bata blanca.

—¿Cuál es la emergencia? –Preguntó sin siquiera presentarse.

—Vienen por un ultrasonido para descartar o confirmar la posibilidad de un tumor, pero mira las imágenes –indicó la doctora Keller a su colega—. ¿Ves? Tú sabes qué podría significar eso. ¿No tuviste un caso parecido hace un par de años?

—Claro, pero entonces las circunstancias eran diferentes…

Bill escuchó aquel intercambio de palabras y su vista se posó en el monitor. ¿De qué hablaban? Lo único que él veía en la pantalla era un pequeño bulto de apariencia oscura, no mayor a una nuez de la india. ¿Por qué tanto alboroto?

La mano que sujetaba a Tom de pronto fue estrujada por éste, que igual que él, no soportaba la tensión.

—Disculpe –interrumpió Bill a las médicas—, ¿Puede decirnos qué diablos pasa?

—Tendrán que volver mañana –dijo la segunda doctora—. Los resultados no son concluyentes hoy.

—¿Qué resultados? –Se puso Bill de pie, no dispuesto a irse sin una respuesta clara—. Hasta donde yo sé no han dicho nada. Exijo saber qué sucede.

—Temo informarle, señor Kaulitz, que tienen que volver mañana –confirmó a su vez la doctore Keller, ella con más tacto—. Antes de irse, queremos realizarle a Tom un análisis de sangre y de orina. Con ello mañana podremos dar un diagnóstico confiable.

—¿Está bien por ti, Tomi? –Preguntó Bill con un tono molesto. Él por su parte quería consultarlo en otro hospital. No se creía esa patraña de ‘resultados no concluyentes’ cuando cuchicheaban a sus espaldas de aquel modo. Por desgracia para él, Tom estaba drenado de energía y en lugar de exigir otra clínica con un nivel profesional más alto, aceptó dar ambas muestras y su promesa de volver al siguiente día.

 

Más tarde aquel mismo día, los dos yacían acurrucados bajo una ligera manta en el sillón frente al televisor viendo películas alemanas de los años 30’s. Apenas llegar y darse un baño para quitarse el olor a antiséptico que reinaba en los hospitales, ambos habían decidido pasar la tarde en pijamas y comiendo chatarra. Para ello, habían ordenado dos pizzas tamaño familiar de las cuales ya llevaban más de la mitad y para beber una Coca-Cola de dos litros que ya estaba por terminarse. De postre, helado de moras, el favorito de Tom.

—¿Te sientes bien? –Se acurrucó Bill en los brazos de su gemelo—. Si te sientes mal, puedo traer tu cubeta de los vómitos –le aseguró.

—Nah, hoy estoy bien –se dio unos golpecitos ligeros en el vientre—. Cualquiera que sea el resultado mañana, estoy preparado.

—Yo también, Tomi. ¿Y sabes por qué? –Tom alzó una ceja con curiosidad—. Porque siempre estaré para ti, sin importar qué tan malo sea.

Incluso aunque la sentencia fuera la muerte, Tom encontró en aquellas palabras y en nueva cucharada de helado el consuelo que necesitaba.

 

Al día siguiente ya de vuelta al consultorio, fue incluso más incómodo que la jornada anterior. De nuevo ambas doctoras intercambiando miradas secretas que tuvieron a Tom al borde del llanto y a Bill al del colapso nervioso. Tomando asiento en la sala de observaciones, ambos gemelos sintieron una opresión que se manifestaba tanto en la electricidad de la habitación como en la postura de las dos médicas.

—¿Y bien? –Cuestionó Bill, no pudiendo contenerse más—. ¿Qué dicen los análisis? ¿Es cáncer?

—No, es algo bastante diferente –dijo la doctora Keller con una tímida sonrisa—. Bueno desde un punto de vista médico, aunque… No, no es cáncer. Tampoco un tumor –aclaró antes de continuar, viendo que el paciente parecía perder color con cada segundo.

—Yo tomaré el caso de ahora en adelante –dio un paso adelante la otra médica—. Soy la doctora Sandra Dörfler, especialista en ginecología y obstetricia y dependiendo de su decisión, seré su médica personal.

—¿Qué decisión? –Bill entrecerró los ojos con desconfianza—. Exijo saber qué pasa. Nadie dice nada y la verdad es que esta situación me está dando desconfianza.

—Yo me encargo a partir de aquí –dijo la doctora Dörfler a su colega, que al instante de despidió y salió de la sala sin apenas hacer ruido.

—¿Y bien? –regresó Bill a la carga.

—¿Dice que no es ninguna de las opciones que el doctor Müller nos había dado? –Tom alzó la mirada de su regazo—. ¿Tan grave es? ¿Voy a morir? ¿Será muy… doloroso?

—Poco, no lo permitiremos y quizá un poco, pero como dije, dependerá de su decisión –respondió la doctora las preguntas de Tom—. Antes que nada, quiero que tengan en cuenta que el diagnóstico es un bastante diferente de lo que pensaron en un principio, así que requiero su completa y total disposición para inhalar todo el aire del mundo y relajarse.

—Lo hace sonar como si debiera estar muerto desde hace cinco minutos atrás –intentó bromear Tom con los labios temblorosos—. ¿No es eso, verdad?

—Para nada, cariño –le palmeó la doctora la rodilla—. Llámenme Sandra, yo también los llamaré por su nombre si así lo desean.

—Bien –asintió Tom con timidez—. Gracias.

—Ahora bien, la noticia que les tengo que dar… Iré por partes, ¿de acuerdo? –Dos pares de ojos se fijaron en ella—. Encontramos una masa en tu vientre. La doctora Keller requirió mi presencia en el caso dado que lo que ella encontró era un ovario…

La boca de Bill de abrió tan larga como era, mientras que Tom se atragantó.

—¿Un ovario? –Indagó el mayor de los gemelos, no muy seguro si había entendido bien la palabra y en caso de que lo fuera, si su significado era el que tenía de sus clases de biología—. ¿Qué no es eso lo que tienen las chicas para guardar sus huevos?

—Exacto. –La doctora se mordió el labio inferior, como debatiéndose si lo conveniente era decirlo de golpe o gradualmente—. El asunto con ese ovario es que ha estado trabajando con normalidad. Al menos como si estuviera dentro del cuerpo de una mujer.

—¿Quiere decir que hay huevos dentro de mi cuerpo o algo así? –Los ojos de Tom se abrieron al grado que parecían salírsele de sus órbitas.

—No, los óvulos son expulsados de tu cuerpo con regularidad. Es más, al no tener un útero recubierto por células propias de éste que aniden el huevo, salen más rápido de tu organismo.

—Ah… —Soltó Tom, sintiendo que se perdía de algo grande.

—No entiendo qué tiene que ver eso con la salud de mi hermano –interrumpió Bill—. Si de cualquier modo salen de su cuerpo, ¿qué importan?

—Aún no lo puedo asegurar, ya que antes necesito una muestra, pero estoy casi 99% segura de que son fértiles. Es decir, que en combinación con el esperma las probabilidades de embarazo son altas.

—¡Es imposible que Tom… Ow! –Chilló el menor de los gemelos al apreciar como Tom lo sujetaba de la mano con fuerza suficiente para lastimarlo—. ¡Ouch, Tomi, duele! ¡Suelta!

—¿Qué tan altas? –Cuestionó Tom con un hilo de voz—. Es decir, si yo… Si se diera el caso de que yo… Ya sabe, hiciera eso… ¿Puedo embarazarme, eso dice?

—Más bien –carraspeó la doctora—, digo que estás embarazado. Está confirmado no sólo por el ultrasonido, sino por pruebas de sangre y orina. Felicidades.

—Wow –musitó Tom.

¡Plop! Resonó el cuerpo de Bill al deslizarse inconsciente sobre de la silla en la que estaba al piso.

 

—Mmm –trató de articular Bill desde el suelo. En vista de que Tom estaba delicado y la doctora no era precisamente levantadora de pesas profesional en las Olimpiadas, el menor de los gemelos se tuvo que quedar en el piso—. ¿Qué p-pasó? –Articuló con la boca pastosa—. ¿Qué tontería era ésa de que estabas embarazado? ¿Están bromeando?

—Ninguna tontería –respondió Sandra Dörfler en lugar de Tom, que parecía haber perdido la boca al comprimir los labios al punto de convertirlos en una fina línea—, tu hermano tiene un embarazo de poco más de ocho semanas cumplidas.

—¿Está segura que no son gases? –Murmuró Bill con la repentina sensación de que él también iba a vomitar—. Porque él ha estado comiendo mucha comida chatarra y…

—Totalmente, sí.

Mierda.

Simone lo iba a matar por embarazar a su otro hijo…

Jost lo iba a matar por embarazar a su guitarrista estrella…

Peor que ellos, ¡Tom lo iba a torturar, descuartizar y luego matar por embarazarlo!

—Tomi… —Alzó la voz con cuidado, casi como si fuera caminando por cáscaras de huevo—, ¿estás bien?

—No lo creerías –declaró el mayor de los gemelos con un tono plagado de sarcasmo—, en serio que no.

Escalofríos recorrieron a Bill de pies a cabeza. Con ayuda de la doctora, se logró sentar primero y luego parar con cuidado, no fuera a sufrir un nuevo desvanecimiento.

—Voy a traerte un vaso con agua –indicó la médica apenas lo tuvo de nueva cuenta sentado—, un segundo. No tardo –dijo antes de desaparecer por la puerta, Bill demasiado aturdido como para detenerla y así evitar su propio asesinato.

Apenas los pasos se dejaron de escuchar por el corredor, una mano con la fuerza de una garra se posesionó de su brazo con rudeza. –Bill…

El menor de los gemelos cerró los ojos esperando el primer puñetazo… Que nunca llegó. Cuando los abrió de nueva cuenta, Tom estaba temblando.

—Te dije que usaras condón –gruñó a través de los dientes—. E incluso si no lo hice, tú debiste usar uno.

Bill carraspeó tratando de aligerar la tensión. –En el momento se… me… olvidó –dijo con las mejillas enrojecidas—. Además, no pensé que esto pudiera pasar. Vamos, ¿qué tan real puede ser?

—Tan real que en siete meses vamos a ser padres. O mejor dicho, tu padre, que yo seré la madre –se cubrió el mayor de los gemelos los ojos con ambas manos, los temblores que le recorrían el cuerpo empeorando—. Eres un idiota de lo peor.

Bill abrió la boca para replicar, pero sin palabras coherentes que decir, optó por volverla a cerrar. Limpiándose el sudor de sus manos sobre los pantalones, consideró por un segundo lo serio de aquel asunto. Tom, su Tomi estaba embarazado y el bebé era suyo… La simple idea le volteaba el mundo al revés. ¿Qué iba a pasar con su vida? ¿Con la banda? ¿Y su familia? Y Tom… Él iba a ser quien cargaría con el peso no sólo del embarazo, sino de ocultarse de los medios, cargar el estigma y después enfrentar el parto… Además, tener un hijo no terminaba con su nacimiento, sino que el camino realmente duro comenzaba de ahí en adelante. Un niño no se asemejaba en nada a una mascota; era totalmente diferente a lo que hubieran tenido y los cambios serían permanentes.

La perspectiva lo aterrorizaba más allá de lo que podía elaborar con palabras.

—¿Y bien? –Tom se enjugó los ojos con el dorso de la manga antes de hablar—. Dime algo antes de que… No sé. Imbécil –repitió con amargura—. Idiota, retrasado mental, descuidado. ¡Hijo de…!

—Hey, hey, tranquilos los dos –regresó la doctora Sandra llevando consigo no uno, sino dos vasos de agua que extendió a cada gemelo—. No es buena idea que peleen. ¿Han hablado algo?

—Aparentemente soy un desgraciado –murmuró Bill.

—Lo es –confirmó Tom entre grandes tragos de agua—. Tarado.

La doctora arqueó una ceja. —¿Hay algo que deba saber?

Ambos gemelos callaron de golpe. Una cosa era dejarle saber del estado de Tom y otra el contarle con pelos y señales la relación que mantenían.

—Bien –suspiró la médica—, Tom –se dirigió al mayor de los gemelos—, en vista de lo delicado del asunto, creo que es importante que decidas si te quedarás con el bebé o lo abortarás. Un legrado es considerado una cirugía menor que apenas requiere hospitalización así que…

—¡¿Qué?! –Se puso de pie Bill, el corazón agitado en el pecho. Aquella mujer tenía que estar desquiciada para irle proponiendo con tanta tranquilidad un aborto a Tom. Mucho más que eso si creía que iba a permitírselo. El bebé también era suyo—. Ni en mil años, va a tenerlo.

—Bill, cállate y siéntate de una vez –susurró Tom aún con los brazos cruzados. Tomó aire—. ¿Hay posibilidades de que el bebé… nazca bien?

—Claro que sí –confirmó la médica—. De momento es de alto riesgo, tu organismo se adapta al nuevo cuerpo que crece en tu interior, pero los cambios son drásticos y hay altos riesgos de un aborto espontáneo, no te voy a mentir –finalizó con mesura.

Tom sonrió con timidez para pocos segundos después soltarse llorando.

Aceptó tanto la caja de pañuelos de la doctora Dörfler como el abrazo en el que Bill lo envolvió. Si estar embarazado le daba el derecho de estar sensible, llorón y con las hormonas a todo lo que daban en niveles de locura, planeaba hacer uso de eso.

 

El camino regreso al apartamento fue uno de los más tensos que los gemelos jamás hubieran experimentado. Una rápida parada en el restaurante de comida tailandesa había sido la única pausa y el único intercambio de palabras cuando Tom había dicho ‘paquete cuatro’ y Bill ‘de acuerdo’.

Ya una vez en el apartamento, Tom había enfilado directamente a la cocina por un plato, un tenedor, un vaso con Coca-Cola y hielos y su ya sempiterna cubeta de los vómitos al lado. Plantándose en el sillón de enfrente del televisor, procedió a comer sin dignarse a mirar a Bill, ni siquiera admitir que se encontraba en la misma habitación con la boca abierta de la sorpresa.

—No me puedes ignorar –rehusó el menor de los gemelos a ser pasado por alto, plantándose frente al televisor—, así como tampoco debes beber esto. No es sano –le quitó a Tom el vaso con refresco. Tenemos que hablar.

—Nfo –movió la cabeza de lado a lado el mayor de los gemelos, con un gran bocado de comida en la boca—. Mfe niefgo –declaró con los ojos fijos en su plato.

—¿Es porque estás molesto? –Se arrodilló Bill a menos de un metro de su gemelo—. Si es por no haber usado un condón, pues lo siento, pero es que jamás pensé que esto pudiera suceder. Además, sólo lo hicimos una vez –reiteró con vergüenza. Luego de aquel bastante ebrio incidente, a la mañana siguiente habían fingido amnesia severa; Tom porque no creía lo mucho que había cedido con Bill y el menor de los gemelos porque su comportamiento había pasado de sumiso a lascivo del mismo modo.

—¡Pues aparentemente sólo una vez basta! –Bufó Tom, poniendo su plato de golpe sobre la mesa de la sala, el tenedor repiqueteando contra la vajilla. El mayor de los gemelos estaba más que molesto, luego de que la dotora les hubiera explicado lo afortunado que era, dado que con un solo ovario, las posibilidades de un embarazo disminuían considerablemente. Eso y Bill no usando un condón los tenía a ambos jodidos.

—Ya te lo dije, nunca pensé que pasaría –intentó Bill asirlo por las piernas, abrazarse a él para implorar su perdón si era necesario, humillarse hasta obtenerlo, pero no fue posible en el segundo en que su gemelo se apartó de él, llorando de nuevo—. Tomi, tienes que tranquilizarte…

—¡Tranquilízate tú! –Estalló el mayor de los gemelos—. Vamos a tener un hijo, o mejor dicho, yo voy a tenerlo. ¡Yo! ¡Yo solo! ¿Qué crees que le voy a decir a mamá? ¿O a Georg o a Gustav? David va a tener una embolia apenas se entere –se cubrió el rostro, demasiado abochornado del modo en que sus ojos se nublaban con lágrimas—. Estoy solo en esto.

Bill no soportó ni un segundo más de aquello. Abrazando a Tom pese a su renuencia, lo cubrió en besos por todo el rostro, demasiado eufórico al ver que no era apartado de golpe, que su gemelo respondía a los cariños con la misma familiaridad.

—No estás solo, nunca lo estarás, ¿ok? Estoy aquí, Tomi, a tu lado. Siempre –murmuró en su oído, sujetando su cabeza con una mano y recorriéndole la espalda con la otra—. Vamos a tener el bebé más hermoso del mundo, tuyo y mío, los demás no importan –enfatizó.

—Pero mamá… La banda… —Tom apoyó la mejilla en los hombros de su gemelo—. ¿Qué les vamos a decir? ¿Quién va a ser el padre?

—Ya pensaremos después –lo miró Bill a los ojos—. Luego. Ahora sólo necesitas estar bien.

Tom pensó en la prescripción de vitaminas prenatales que la doctora les había dado, así como en algunos otros medicamentos que iban a controlar su salud al menos hasta que su cuerpo lograra asimilar la idea de que estaba creando vida. Si de verdad querían que aquel embarazo se lograra, tenían que poner todo de su parte.

 

—… No es nada grave, Dave, sólo que Tom no podrá estar en el estudio para el próximo mes… No, todo está bien. Sólo necesitamos un poco más de vacaciones… Me niego.

El subir y bajar de una conversación sacó a Tom del país de los sueños para traerlo de vuelta a una realidad en donde las náuseas matutinas lo tenían despertando muchas horas antes de lo que él consideraba sano.

Incorporándose sobre un brazo, utilizó la otra mano para tallarse los ojos, aún adormilado pese a las diez horas de sueño ininterrumpido. Acusaba él por encontrarse en estado, pero más que nada por un pequeño bache depresivo que se extendía sin fin en su futuro. Apenas tenía una semana de saber que llevaba dentro de sí a su bebé y al de Bill, pero la noticia seguía sin caerle del todo bien.

Pese a que desde el primer momento había amado a la criatura que llevaba en su interior, era el resto de cambios el que no le terminaban de cuadrar. Ya fuera en familia o con la banda, por no hablar de los medios, el panorama se veía negro hollín.

La voz de Bill hablando con David por teléfono y explicándole sin en realidad hacerlo, que no iban a ser capaces de comenzar a grabar el próximo disco tan rápido como hubieran querido tampoco era motivo de ánimo. Por las respuestas que alcanzaba a escuchar de su gemelo, las negociaciones no iban tan bien como planeaban en un principio.

—Dave, no, no, escúchame tú a mí, Tom está cansado y nada más. Necesita unas largas vacaciones que lo curen todo… Por tercera vez no, no hablo por él. Es él quien no quiere… Bien, haz lo que quieras –se dejó de escuchar la conversación. Tom escuchó los pasos de su gemelo a lo largo del apartamento y luego fuera de su puerta donde se detuvieron.

—Sé que estás ahí –murmuró el mayor de los gemelos, demasiado cansado como para alzar la voz—, ¿qué dijo Dave? –Preguntó sin verdaderas ganas de enterarse. Por lo que había oído, las malas noticias abundaban.

—Prefiero no hablar de eso –entró Bill en la alcoba y se dejó caer en la cama, con cuidado de no aplastar a Tom—. Mejor pensemos qué le vamos a decir a todos una vez que desaparezcamos por meses completos.

—Bill, sé realista –lo amonestó su gemelo con el ceño fruncido; aquella mañana las náuseas lo tenían con el sabor ácido en la boca—. No podemos desaparecer así porque sí.

—Entonces dime sugerencias. Podemos fingir tu secuestro si lo prefieres. Así nos daría meses de ventaja, más si alegamos estrés post-traumático.

—Olvídalo –rodó Tom por el colchón hasta quedar recostado sobre su vientre.

—Entonces, Señor ’yo-lo-sé-todo’, dime una buena excusa –tamborileó Bill los dedos sobre su brazo.

—Decir la verdad.

—Ni loco –masculló el menor de los gemelos—. ¿Acaso hablas en serio? Si alguien se llega a enterar… No, me niego. No soportaría que te alejen de mi lado, Tomi.

—Pero sería más sencillo. David tendría que entenderlo, los mismos ejecutivos de la disquera se encargarían de cubrirlo… Es menos de un año y el nuevo disco apenas está en planeación –dijo Tom con serenidad, guardándose para sí en secreto el que ya tenía días planeando sus palabras ante Bill.

—¿Y qué les dirías? “Hey, tengo un ovario y por una noche de borrachera salí embarazado. A mi favor digo que no sabía que podía suceder”, uhm, yo no lo creo –se cruzó de brazos Bill.

—Exactamente con esas palabras, pero menos descaro –dijo Tom al mirar a su gemelo directamente a los ojos—. Omitiré que eres el padre y ‘saldré del clóset’ o algo por el estilo.

Bill se mordió el labio inferior. El plan de Tom, si se le miraba con objetividad, no sólo era el único sino el más viable. Él sabía muy bien que en el momento en que David Jost se metiera en la cabeza que ya era suficiente con sus berrinches telefónicos, derrumbaría la puerta de su departamento de un simple golpe y los arrastraría al mundo real sin importarle que Tom tuviera el vientre plano o una barriga de nueve meses. Mejor antes que después y sin embargo…

—¿Quién vas a decir que es el padre? –Cuestionó con un hilo de voz, una nota de celos en su tono.

El mayor de los gemelos tensó la mandíbula. –No diré nada, así de sencillo.

—Si la prensa se entera, no te dejará en paz –musitó Bill con culpa—. Y mamá, ella se pondrá furiosa… Querrá castrar a quien te hizo eso.

—Entonces no habrá problema –dijo Tom con repentina dulzura al inclinarse sobre su gemelo y depositar un beso en su mejilla—. Sólo así nos protegeré a ambos. Tengo que mentir, Bill, porque tú no puedes ser el padre de mi bebé. Lo siento tanto –susurró con voz ronca.

—Yo también lo siento mucho, Tomi, yo también –rompió en llanto Bill al abrazarse a su gemelo y desahogar un poco la carga que lo asfixiaba.

 

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