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No... por Marbius

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… Pases por alto todas las posibilidades [Mes 1]

 

—Más vale que sea algo bueno –refunfuñó Bill a lo largo del pasillo en el hotel en el que se hospedaban. Una hora antes había recibido un mensaje urgente seguido de tres !!! por parte de Tom que le pedía pasara por McDonald’s y le trajera una BigMac con todo menos mayonesa y cebolla. Que no olvidara las patatas fritas y el refresco de cola más grande que pudiera encontrar. Diez minutos después a ese mensaje había llegado otro diciendo que olvidara todo lo anterior, que prefería la Whooper de Burger King y agregaba al pedido un helado de chocolate.

Bill, quien en esos instantes estaba ocupado siendo el sexy vocalista de la internacional banda Tokio Hotel en todo su esplendor para una revista extranjera, optó por apagar su teléfono móvil al menos en lo que la sesión fotográfica en la que participaba diera fin. O era el hermano atento que cumplía los repentinos caprichos de su gemelo o la estrella del rock que todos amaban; decidir no era fácil como quisiera, incluso en horas de trabajo.

Por desgracia, de vuelta al hotel –luego de una parada veloz a KFC, según el último mensaje recibido de Tom en su móvil, por una cubeta de pollo frito y puré de papas con extra aderezo-sus mil esfuerzos por traer la comida aún caliente fueron en vano apenas cruzó el umbral de la suite que compartían y el tufo a vomito le llegó a la nariz.

—¿Tomi? –Siguió inseguro los ruidos de las arcadas y muy para su disgusto, llegó justo a tiempo para encontrar a su gemelo vomitando en la cubeta de los hielos—. Oh, Tomi…

El mayor de los gemelos, ajeno a la preocupación de Bill, dejó el cubo en la mesa de noche y prosiguió con seguir comiendo galletas de un enorme paquete que iba ya a la mitad. Concentrado en mirar la televisión y cambiando los canales con la mano libre, saludó de reojo a su gemelo.

—¿Trajiste comida china? –Preguntó como un niño el día después de Navidad, esperando su tan ansiada bicicleta de quince velocidades—. ¿O era sushi lo último que te pedí? Dios, estoy tan hambriento que me podría comer un caballo.

—Tienes que estar de broma –dijo Bill en tono de regaño al dejar la comida lo más lejos de la mesa de noche que Tom ocupaba con su balde y acercarse a la cama—. ¿Planeas en serio comer pollo frito si no hace ni un minuto que vomitaste?

Tom dejó el televisor en un canal de caricaturas para encogerse de hombros. –Tengo hambre –declaró como si tal—, y la comida ya está aquí. ¿Comemos?

Bill rodó los ojos. Su gemelo solía ser así. La testosterona que le corría por las venas lo convertía en un cavernícola tragaldabas al que no le importaba si a un lado tenía un campo de flores o un vertedero de desechos químicos industriales altamente tóxicos; él tenía que comer sin importar las circunstancias.

—Bien, bien, comamos –trajo Bill la comida a la cama. Abriendo empaques con cuidado para no derramar su contenido sobre las sábanas satinadas, arrugó la nariz—. Pero antes deshazte de ese asqueroso cubo. No pienso comer con tu desayuno regurgitado a un lado, muchas gracias.

Tom, pierna de pollo ya en mano, denegó. –Nfo pfuepdfo –dijo con la boca llena. Al ver la cara de asco que su gemelo esbozaba, tragó un poco antes de repetirlo—. Dije que no puedo. –Ante el enorme signo de interrogación que se pintó en el rostro de su gemelo, aclaró—: Es que tengo toda la mañana vomitando. Sólo espero a que se llene antes de ir a vaciarlo. ¿Me pasas la salsa? –Pidió como si nada.

—¡Tom Kaulitz! –Estalló Bill—. ¡Quiero que vacíes esa asquerosidad en el retrete ahora mismo! –Exigió. Para dar énfasis a sus palabras, arrancó la pieza de pollo que Tom llevaba en la boca y el pan de la mano al que parecía darle un mordisco—. ¡AHORA!

El mayor de los gemelos resopló audiblemente.

Saltando de la cama, tomó la cubeta con sus vómitos y se dirigió al baño. Segundos después el sonido del retrete se escuchaba en toda la habitación.

—Ahí está, ¿contento, su majestad? –Gruñó Tom al posesionarse de vuelta de su trozo de pollo una vez de regreso y mascar un gran trozo, asustado al parecer de que se lo volvieran a quitar.

—Mucho mejor –aprobó Bill, comiendo un poco de ensalada con mejores maneras.

Masticando sus alimentos en aparente tranquilidad, el menor de los gemelos apenas si apreció el repentino cambio en su gemelo, que de pronto soltó el trozo de pollo y tomando la cubeta de vuelta, devolvía los contenidos de su estómago en un fluido movimiento estomacal.

—¡Oh por Diosss…! –Saltó Bill de la cama, horrorizado de que alguna gota hubiera caído sobre su ropa.

Tom por otra parte parecía más concentrado en retomar su comida justo donde la había dejado, acomodándose a un lado el balde, casi con amor.

—Dime que no estás comiendo con… ¡eso! Enseguida. Es de lo más desagradable –se cubrió Bill la boca con una delicada mano—. Oh no, no, no, no… Pensé que hasta tú tenías un límite con las asquerosidades que podías lograr, pero esto… Esto es total y complemente repulsivo, Tom.

El aludido suspiró largo entre masticadas. –No es como si pudiera hacer algo –apuró un trozo de pan con un largo trago a su Coca-Cola de dos litros—. Tengo toda la mañana así.

—¿Y sigues comiendo?...¡Hombres! –Se tuvo que contener el menor de los gemelos de darse en pleno rostro contra la pared más cercana.

—Ya te dije, tengo hambre –murmuró Tom—, no es como si tuviera que dejar de comer sólo porque no paro de vomitar…

Bill torció la boca de lado, decidido a solucionar lo antes posible aquel contratiempo.

Sin darle tiempo a su gemelo de volver a llenar su cubeta con quién sabe qué cosas tuviera ya no en el estómago, sino en los intestinos, llamó al servicio de habitaciones pidiendo un frasco nuevo de Pepto-Bismol y un desodorante de ambientes.

 

—¿Ya te sientes mejor, amigo? –Codeó Georg a Tom, los dos en el ascensor y listos para enfrentar lo que serían sus últimos días antes de unas pequeñas vacaciones y de vuelta al estudio para sacar lo que sería su tercer disco—. Bill nos contó –se explicó.

Tom asintió. –Creo que comí algo en mal estado.

—¿Pero ya está todo bien o debo sentarme lo más lejos posible de ti? –Bromeó el bajista con sonrisa ligera. Tom le contestó con un amplio bostezo.

—Ya estoy bien –refunfuñó el mayor de los gemelos—. Como siempre, Bill exageró. Dijo que había vomitado tanto que Jost va y escucha, me pregunta todo serio, con su cara de ‘crío, sé que andas en drogas, confiésalo’ si “he sentido tendencias bulímicas” –remarcó con comillas en el aire.

Georg estalló en carcajadas, lo mismo que Tom, justo a tiempo para presentar rostros sonrientes en el lobby donde Gustav, Bill y el resto del equipo esperaba.

Saliendo del elevador con las maletas necesarias a cuestas, enfilaron rumbo hacía donde estaban sus compañeros de banda, que los recibieron con cejas alzadas.

—¿Qué es tan gracioso? –Cuestionó Bill cruzándose de brazos—. Porque si es lo que creo que es, prefiero no oírlo. Paaaso.

Tom iba a hacer de las suyas con un claro remarque a lo que había pasado la noche anterior, pero la simple idea de hacer gárgaras le revolvió el estómago. Decidido a no decir nada y dejarlo pasar, en su lugar sonrió con complicidad a Bill, que a cambio le devolvió el gesto con un guiño.

Ajenos a ellos dos, Gustav y Georg comenzaron a hablar del itinerario que les esperaba.

 

—Esto se está volviendo cansino –gruñó Tom por primera vez en las siguientes dos semanas, esta vez encerrado en el baño del autobús del tour que compartía con Bill, los dos regresando de la última gira al menos por ese año.

Con una mano en el vientre haciendo movimientos circulares, pasó un eructo con sabor a pan de ajo lo más discretamente posible, rezando a todos los ángeles y los demonios que lo escucharan, que Bill no despertara.

Al principio por no considerar que fuera un gran problema y luego por un sentimiento de miedo que crecía día con día, Tom se había acallado sus subsiguientes episodios de nauseas y vómito.

En parte, alguna milésima parte de su cerebro seguía culpando a sus orgías gastronómicas por sus síntomas. No era ningún secreto que los hábitos alimenticios del mayor de los gemelos llevaban semanas alterados. Lo que antes era una comida bien servida pronto había dado paso a dos o tres de ésta, que de algún modo, Tom estaba seguro, era lo que lo tenían vomitando; sus excesos y no la calidad.

Si no, ¿qué más podría ser? Bufó aire, un ardor en el esófago persistente a causa del jugo gástrico que subía y bajaba a diario por ahí con cada uno de sus malestares.

—¿Tom? –Alguien tocó a la puerta. Con prisas, el aludido se limpió la boca con un poco de papel de baño y a fuerza de voluntad se incorporó.

—Ocupado –dijo en un tono que esperaba soñoliento, como el de quien va y orina en medio de la noche, no como el que va y vomita la comida, bulímico o no—. No tardo. –Para darle efecto a su declaración, abrió la llave del agua unos segundos y luego la cerró de vuelta—. Ya voy, ya voy –repitió por los golpecitos tímidos que su gemelo volvió a dar contra la puerta. Tiró de la cadena del retrete, casi despidiendo con tristeza el delicioso sándwich de jamón y extra pepinillos que había cenado unas horas atrás y miró alrededor del pequeño cubículo asegurándose de que todo seguía bajo control.

Apenas abrió la puerta, se encontró con un muy adormilado Bill.

—La litera está fría sin ti –medio bostezó, tomando de la mano a su gemelo y arrastrándolo de vuelta a la zona donde se encontraban los compartimientos.

Una vez envueltos bajo las mantas y con la cortinilla que separaba su litera del resto del mundo, con Bill dormido como debía ser dadas las cinco de la madrugada, Tom por primera vez se dio cuenta de que algo no iba tan bien como él pensaba…

 

—Uhm, ¿Bill? –El aludido volteó a ver a su gemelo con ojos curiosos—. Verás… —Tom ya sentía los dedos sudorosos resbalarse del volante. Los dos de vuelta a su departamento apenas haber llegado a su destino. Por delante tenían largos meses para preparar la llegada del nuevo disco, tomarse unas merecidas vacaciones y el resto del tiempo olvidar que eran estrellas internacionales.

—¿Olvidaste cerrar la puerta antes de irnos? –Adivinó Bill.

—No, no, nada de eso. –Tom consideró por un segundo la opción de no decir nada. Al fin y al cabo, no era como si sus síntomas le impidieran llevar una vida normal y… Arrugó la nariz. De reojo, apreció como su gemelo abría un frasco de esmalte para las uñas y procedía a hacerse manicure. En otro momento la acción le habría parecido inofensiva, pero con el estómago delicado por semanas de malestares, pegó un brusco frenazo que sacó todo en el interior del vehículo fuera de su lugar.

—¡Tom, mierda! –Gritó Bill con indignación, sus pantalones arruinados cuando el esmalte de uñas cayó sobre ellos—. ¿Por qué…? –Se paralizó en medio de su pregunta, viendo como Tom luchaba por quitarse el cinturón de seguridad y abrir la puerta en un mismo intento—. Espera –lo ayudó con el cinturón.

Apenas se vio libre, el mayor de los gemelos abrió la portezuela y sin alejarse más de dos pasos, cayó de rodillas para devolver el contenido de su estómago. Una mezcla de Gatorade, papas fritas y unas pocas de galletas que habían comido en el camino que le salpicaron los zapatos.

Bill gateó por entre los asientos, observando el cuadro ante sí con la boca abierta, su pantalón echado a perder en el olvido. –Tomi… —Musitó.

Limpiándose la boca con el dorso de la mano, el mayor de los gemelos se recompuso lo mejor posible. Después de vomitar, como siempre, se sentía de maravilla. Por desgracia para él, su apariencia sudorosa, con los ojos inyectados y las manos temblorosas, no convencía a nadie de que se encontraba bien. Por encima de todo, Bill no lo iba a creer.

—¿Qué fue eso? –Salió del automóvil el menor de los gemelos, incrédulo de lo que acababa de ver—. ¿Te sientes mal? ¿Fiebre? ¿Comiste de nuevo algo que tuviera moho? Porque sabes que esos retos que haces con Georg nunca son sanos. Mierda –se presionó el tabique nasal.

—No es nada, en serio –escupió Tom el regusto amargo que aún llevaba entre labios—. Será algo que comí, ¿sí? No me sentía bien, pero ya que vomité estoy mejor. Lo prometo –alzó una mano, como haciendo un juramento. Por desgracia para él, con el pulso tembloroso, su credibilidad estaba por los suelos.

Y así, muy para su pesar, Bill no le creyó. –Recuéstate en el asiento de atrás –le abrió el vehículo—, y quédate ahí hasta que lleguemos.

Tom iba a protestar, pero algo en las facciones de su gemelo se lo impidió. –Bien –cedió al fin—, pero si le haces algo a mi auto…

—Bah, ése es el menor de tus problemas –gruñó el menor de los gemelos—. Ocúpate de dormir y después hablamos de lo demás.

—Mmm, ok –cedió Tom, demasiado agotado. El estómago le daba tumbos. Quería él creer por alguna infección severa por comer lo que vendían en las gasolineras de paso y que Jost compraba muy seguro cuando estaban de gira.

Tenía que ser eso. Si no… No, tenía que serlo.

 

—Dave, es serio… —Tom miró a su gemelo caminar de aquí a allá por lo largo y ancho de la habitación que compartían en su departamento. Técnicamente era la de Bill, al menos a ojos de los demás, pero dado que llevaban años sin dormir separados, era la suya por derecho de antigüedad—. Amarillo, verde, morado, se ha puesto de todos colores y no cesa de vomitar. No, dice que se encuentra perfectamente, pero alguien que lo está no te devuelve las tripas en unas botas de €500.

El mayor de los gemelos aplastó la cabeza contra la almohada. Fuera de su repentina incapacidad de mantener lo que comía en su sitio, lo demás estaba bien. Perfectamente bien. Quería creer que Bill exageraba como siempre, que sus malestares eran causados por alguna amiba o algo parecido y que lo único que requería era medicamentos fuertes, descanso y muchos líquidos. Que acaso en el peor de los casos fuera necesario una visita al hospital, un tratamiento de cinco días y salud, bienvenida de vuelta.

Para contradecirlo, su vientre hizo un ruido extraño. –Oh, no… Bill –gruñó con malhumor. El menor de los gemelos, aún al teléfono con su manager le acercó una olla que estaba cerca. A falta de cubeta, suplían el utensilio con una olla que Simone les había regalado un año atrás cuando se habían mudado a su propio apartamento. Seguramente ella nunca pensó que en lugar de pasta, lo que acabaría en su interior serían los vómitos de su hijo mayor.

—¿Lo escuchas, Dave? –Acercó Bill el teléfono a Tom, que lo apartó de un manotazo, ocupado en no perder la dignidad cuando su estómago se comportaba tan extraño—. Está enfermo. Quiero una cita con un doctor particular… No, nada de prensa, ¿estás loco o qué?… ¡Es la salud de mi hermano de la que estamos hablando, claro que es inmediato! –Tomó aire—. Bien, estaremos listos. Sí, sí, adiós –colgó.

—¿Qué dijo? –Alzó Tom los ojos hundidos.

—Mañana a primera hora. –Bill se sentó a un lado de la cama, apartando la olla sin el menor gesto de asco, sólo preocupación pintada en sus facciones tensas—. ¿Crees poder aguantar hasta entonces?

Tom iba a responder con una frase autosuficiente de cómo él se las podía arreglar sin problemas, pero un escalofrío lo recorrió completo de pies a cabeza. Quería ser mimado, no ser fuerte por ambos por una vez.

—Tengo frío –musitó—, y miedo.

—Estoy aquí, Tomi –murmuró Bill, tomando su lugar bajo las mantas y abrazando a su gemelo por detrás. Ambas manos cálidas rodeando el vientre de Tom—. ¿Quieres un masaje?

El mayor de los gemelos dio un suspiro de relajación. –Sí, por favor.

Con las cejas fruncidas en preocupación, Bill lo hizo por largos minutos hasta que su gemelo cayó dormido al fin en un intranquilo sueño.

 

Una semana después, tras una exhaustiva sesión de análisis médicos y toda clase de pruebas, Bill y Tom se encontraban en el despacho de su médico general esperando los resultados.

—Es bastante extraño, señor Kaulitz –revisó de nueva cuenta el doctor Müller los síntomas de su paciente. En la lista estaban anotados las náuseas, el vómito y un ligero dolor de estómago, un claro caso de severo envenenamiento por alimentos que se curaba con medicamento que no requería prescripción médico; pero al mismo tiempo, más síntomas, síntomas que no encajaban, seguían apareciendo.

Tom clamaba repentinos cambios en cuanto a la dieta. Tanto si era por un repentino antojo de comer algo que jamás habría considerado dos veces o por el repentino aborrecimiento a otro alimento que antes podía comer sin problemas y que ahora no podía ni pensar en él sin sentir que unos dedos pútridos reptaban por sus intestinos y los estrujaban.

También hacía hincapié a los aromas. Como ciertos tipos de olores le producían dolores de cabezas, más náuseas o le habrían el apetito sin razón.

Para cerrar, también mencionaba una sensación de anormalidad que había estado presente incluso desde antes de que cualquiera de los otros malestares comenzara. Una sensación que no tenía nombre, pero que Tom le aseguró con seriedad y mejillas teñidas de rojo, que presagiaba todo lo que ahora sufría.

—De momento, señor Kaulitz, son sólo unos pocos síntomas los que podemos tratar…

—Tom, llámeme Tom –murmuró el mayor de los gemelos, las manos heladas sobre su regazo. A un lado de él se encontraba Bill que no cesaba de brincar en su asiento.

—Bien Tom, puedo recomendarte algunos medicamentos y una dieta nueva. Pero si quieres honestidad, no estoy seguro que tus síntomas coincidan con un clásico cuadro de intoxicación –dijo el doctor sin más preámbulos, quitándose los lentes. El hombre, ya mayor pero con unos luminosos ojos azules que inspiraban confianza, soltó un suspiro cansado—. Si quieres que te diga la verdad, yo diría que existe la posibilidad de que tus síntomas revelen un padecimiento más… grave.

—¿Grave como ‘más medicamentos y mucho reposo o…? –Interrumpió Bill de golpe—. ¿O quizá grave como hospitalización? Tomi siempre ha sido muy sano.

—Bill, calma –extendió la mano el mayor de los gemelos para presionar la rodilla de Bill y tranquilizarlo—. ¿De qué estamos hablando?

—Hay muchas posibilidades, pero según los estudios médicos, se pueden concluir tres posibles… —Revisó el médico de reojo el expediente—. No, espera, dos posibles opciones. Una es una bacteria resistente a los medicamentos más modernos. Sería la opción más probable. Lo que no encaja es que todos los casos detectados acusan a un mismo tubérculo que se da en las regiones de China del sur.

—Nunca he comido eso –afirmó Tom con un hilo de voz.

—Exacto. Es por eso que la opción ha sido descartada. –El doctor golpeteó con el bolígrafo sobre el expediente del mayor de los gemelos—. La otra opción restante es… Lo siento mucho, cáncer. Quizá un tumor. El dolor que mencionaste tener cuando la enfermera te examinaba puede ser una señal de alerta.

—¿Cuál es la tercera opción? –Preguntó Bill con la mandíbula tensa—. Dijo que eran tres opciones, ¿no? –Se enjugó de pronto los ojos, lágrimas corriendo sin remedio por sus mejillas—. ¿Cuál es la otra idea?

—Es imposible que ésa sea…

—¡Quiero saber! ¡Dígalo! –Bill se inclinó sobre los hombros de su gemelo, siendo abrazado al instante por un Tom incrédulo de lo que escuchaba. Había ido por un diagnóstico de intoxicación alimenticia, no para regresar con una posible sentencia de muerte.

—Embarazo –dijo el doctor—. Es por eso que se ha descartado la posibilidad. En las mujeres, en casos extremos, menos del 1% de la población, se presentan síntomas severos en los que el cuerpo ataca al mismo producto al considerarlo ajeno al organismo. Lo hace como una medida de preservación, que si no es tratado a tiempo, puede ocasionar la muerte de la misma madre. –Carraspeó con incomodidad—. Es por obvias razones que hemos descartado la posibilidad. Incluso con los altos niveles hormonales que las pruebas han revelado, es imposible.

—¿Entonces es cáncer o un tumor? –Tom cerró los ojos, incrédulo de lo que escuchaba. Si apenas un mes atrás se encontraba en perfecta salud… Creer que por delante tenía un muy difícil tratamiento o la muerte lo aterraba. No sólo por sí mismo, sino por Bill, que lloraba en sus brazos; Bill que no sabría enfrentar la pérdida si llegara a ocurrir—. ¿Hay algo que podamos hacer?

El doctor apartó la vista; el cuadro ante sí demasiado íntimo.

—Lo primero es realizar un ultrasonido. La enfermera confirmó palpar una zona ligeramente abultada; de ser positivo el resultado… Es necesario comprobar el avance de la enfermedad. De ahí prosigue lo obvio: Quimioterapia, radioterapia. En el mejor de los casos, podríamos extraer la masa dependiendo qué tan sólida sea y proseguir con los tratamientos. Hoy en día, ser diagnosticado a tiempo es sinónimo de vida.

Tom asintió, un nudo en la garganta impidiéndole hablar.

—Lo siento mucho –dijo el doctor Müller de todo corazón—. Voy a firmar una orden para esta misma semana. De confirmarse los resultados, la doctora Keller llevará su caso.

—Muchas gracias por todo, doctor –se puso en pie Tom, ayudando a Bill que parecía haberse quedado sin energías.

Tras despedirlos y verlos avanzar en tumbos rumbo a la salida, el doctor Müller no pudo sino desearles suerte. Incluso aunque el resultado fuera negativo, cualquier opción tendría tintes fatalistas.

 

—Quiero ser cremado –dijo Tom con voz firme apenas regresaron a su apartamento. Bill, que iba detrás de él, dejó caer las llaves contra el parqué en un sonoro estruendo—. Y no quiero un gran funeral. No prensa, no medios, sólo tú, mamá, Gordon… —El bofetón que recibió en pleno rostro lo hizo callar.

—¡No digas eso! ¡No te atrevas! –Gritó Bill con rabia—. ¡Basta!

—Debemos ser realistas –prosiguió Tom con voz monocorde—. Quiero morir rodeado de mis seres amados, no con lospaparazzis lanzando flashes.

—¡Si mueres, yo… yo…! –Bill soltó un chillido quebrado.

—No, no, vas a estar bien –abrazó Tom a su gemelo con fuerza, la presión de sus brazos haciendo que Bill perdiera el aliento—. Todos estarán ahí para cuidar de ti. Porque si muero…

—Tom, no vas a morir –murmuró Bill contra su cuerpo—. No importa que tengas, vivirás hasta anciano. Hasta que nosotros dos seamos muy viejos y no podamos movernos de la cama –lloriqueó—. Seremos tan ancianos que incluso nos costará recordar esto y cuando lo hagamos será para reírnos de cómo un día creíste que ibas a morir y en lugar de eso sólo tenías gases.

—¿Gases? –Repitió Tom con la boca temblorosa, los ojos arrasados en lágrimas por igual.

—Gases y un nuevo tipo de resfriado. O tendrás varicela o una pierna rota. No sé, pero te vas a salvar –sorbió la nariz el menor de los gemelos. Las manos de éste rodeando la cintura de Tom con firmeza—. Nos reiremos tanto que las enfermeras tendrán que acomodarnos la mascarilla de oxígeno. Tanto tiempo viviremos… Sólo no me dejes antes de tiempo. –Se abrazó con más fuerza a Tom, que perdía la rigidez y recuperaba la calidez que lo caracterizaba—. Si me abandonas no sabré qué hacer conmigo mismo.

—Bill… —Tom tragó saliva con dificultad—. Si los resultados fueran positivos, si yo muriera…

—Entonces yo también moriría, Tomi –apartó Bill el rostro del cuello de su gemelo, viéndolo a los ojos—. Moriría de tristeza, un poquito cada día. Te extrañaría tanto… Así que no me hables de funerales y cremaciones por ahora.

—Ok –le aseguró Tom—, tú ganas.

Apoyando la cabeza en el hombro de su gemelo, Tom cerró los ojos para mecerse en aquel vaivén que de pronto parecía envolverlo.

 

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