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Él no ellas por Marbius

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PENÚLTIMO

 

—¿Qué? –Bill miró a Tom sin entender si aquello era una broma o no. El papel y la pluma extendidos de frente no mentían—. ¿Quieres un autógrafo? –Repitió la petición que su gemelo le había hecho al tiempo que tomaba ambos objetos no muy convencido.

—Ahora resulta que eres muy famoso para darme uno –ironizó Tom. Sin embargo lo que le salió de la boca fue un inútil lamento de ‘No me preguntes, no me preguntes por favor’ que de nada sirvió ante la curiosidad de Bill.

—Tom…

—No, olvídalo. Es tonto –murmuró arrebatándole las cosas y enfilando por la puerta en la que había venido. Bill sólo denegó sin entender nada.

 

—Tomi, don’t be mad… —Susurró Bill con pésimo acento, al inclinarse en su gemelo y abrazarlo desde atrás. Recibió un suspiro como la más clara contestación de que por primera vez en mucho tiempo, él no era la culpa de su malestar—. ¿Es para una de tus –frunció la nariz… Ya sabes? —Si lo era, Bill iba a tener que aguantarse y darlo.

Tom negó.

—Bien, entonces te firmaré lo que quieras. David tiene por ahí un par de CD’s y…

Tom se estremeció y Bill no lo dejó pasar por alto. Lo abrazó con tanta fuerza que los brazos le dolieron, pero ni así se detuvo.

—Oh Tomi, haré lo que quieras pero reanímate –le susurró apoyando la barbilla en la base de su gorra. Resopló un par de mechones que se le vinieron en la frente para recibir la más extraña e inconexa petición jamás antes recibida de Tom.

—Tienes que conocer a Jules… Julie… —Sin importar quién fuera, Bill lo iba a hacer.

 

… Y resultó ser una cría pequeña y delgada. Chiquita como ella sola que se perdía entre los pliegues de un abrigo rojo, enorme, que le llegaba por debajo de las huesudas rodillas. Una que extendía la mano temblorosa al saludarlo y se refirió a él de ahí en adelante con ‘El señor Bill’, al parecer a instancias previas de su madre que la acompañaba. Bill la amó por ello desde ese instante, aún pese al embarazo que le dio. Tantos años con fangirls locas y gritonas casi había matado la esperanza de encontrar una como Julie.

Sin entender bien todo aquello, ellas dos y ellos dos, en este caso Bill y Tom, se sentaron en una mesa apartada dentro de aquella cafetería. Pidieron sendos cafés con mucha espuma y pasaron una agradable hora y media.

Incluso Tom.

Bill firmó todo aquello que tuvo a la mano y se despidió de Julie y su madre cerrando la puerta del taxi en el que partieron. Se dio vuelta para encontrar a Tom con un amago de sonrisa en los labios.

—¿Dónde las conociste, eh? Lo generoso es algo que no te conocía, Tom –le bromeó codeándolo. Recibió un encogimiento de hombros como toda respuesta—. ¿Estás mejor?

—Eso creo. –Repitió su gesto anterior. Recordó a Georg y repitió—: sí, eso creo…

 

Para sorpresa de Georg, que ni sabía nada y mucho menos se lo imaginaba, fue como una patada en la base del estómago enterarse de que Bill había conocido a Gretchen y a su hija. Más que nada por lo que aquello significaba o creía que significaba. Le ardía el rostro de rabia mientras lo oía mencionar de un emocionado Bill que le describía a Julie como una niña encantadora.

Rechinando los dientes, soportó de aquello cinco minutos y no más. Sin dar explicaciones a Bill que pareció ofendido o a Gustav que se resignó cruzándose de brazos, enfiló en línea recta directo a las literas en búsqueda de una explicación por parte de Tom.

Creía merecerla y el sentimiento permaneció hasta que abrió la cortinilla que daba privacidad al espacio de Tom y lo encontró con su cámara en mano mirando atentamente las fotografías que se habían tomado aquella tarde.

—¿Qué? –Preguntó sin trazas de emoción; cambió de imagen.

—Fue estúpido y riesgoso. Por nada. Nada que valiera la pena –masculló Georg. Su nerviosismo enviando señales paranoicas que lo tenían alerta a alguna presencia ajena—. Por Dios, Tom… —Siseó incapaz de contenerse—, pudo haber pasado cualquier cosa.

—Mira –respondió Tom, sin importarle nada de lo que Georg tuviera qué decir—. Ella es Julie –puntualizó al señalar a la pequeña niña en la imagen. Su abrigo rojo destacaba por encima de todo, pero daba a su rostro una viveza especial. Belleza clásica no era y sin embargo difícil sería encontrar a una niña más cautivadora que ella.

—Mierda, no –soltó la cámara Georg. Sus manos cubrieron su rostro en un instante y gimoteó—. No quiero verla. Es enfermo pensar que Gretchen es su madre. Que nosotros… —Se ahogó—. Damos asco, Tom. Tú y yo –y al decirlo suspiró. Era la primera vez que se refería a ellos dos en lo perteneciente a ese asunto.

Sin saber qué más decir, enfiló media vuelta por donde venía.

 

Precisando, Tom nunca pidió disculpas por algo que consideró lo correcto.

Julie estaba feliz, Bill igual y Gretchen había recibido algo bueno. ¿Cuál era entonces el problema? Cierto, hacerlo le dejó en un estado de agotamiento tal que los siguientes días le costó moverse hasta para realizar las tareas más rutinarias. Lavarse los dientes en la mañana nunca fue tan pesaroso, pero sobrevivió a ello lo mismo que Georg. Todo iba bien o al menos recuperaba su anterior ritmo.

Golpeando su hombro con un suave puño ya que llegó a la conclusión de que no le iba a recriminar nada más, todo regresó a la normalidad.

No fue necesario hablarlo porque incluso aquello era referirse a lo que venían desde años atrás eludiendo. En su lugar volvieron a cerrar los ojos a la realidad.

Georg con una sonrisa falsa entre labios; Tom pugnando por no llorar.

 

Dos meses sin Gretchen fueron sólo eso.

Berlín se alejó en sus planes de visita así que se encogieron de hombros recorriendo primero Alemania de arriba abajo, luego Europa y al final América.

Para cuando regresaron, para cuando contactaron a Gretchen, para cuando sintieron que todo recobraba su viejo aire de ‘normalidad’, hasta el dolor se había convertido en algo soportable.

 

Hablando con seriedad, Tom sabía de sus sentimientos por Georg, lo mismo a la inversa. Ambos tenían claro todo aquello excepto por el punto de que no era un enamoramiento de adolescentes con las hormonas al tope, sino algo más maduro y torcido a la desolación. Era del tipo de dolor del cual sabes causa, procedencia y manera de solucionarlo, pero no quieres porque temes vivir sin ello.

Apretando el botón del mismo ascensor al cual subían juntos ellos dos y nadie más, apartaron la vista uno del otro para consolarse pensando en Gretchen y en el fin de su larga espera.

Llegaron al piso, se desnudaron y tendidos en la cama a un lado de ella, se abrazaron con toda la delicadeza de quien recupera algo muy valioso y teme arruinarlo o perderlo para siempre…

 

Es un ir y venir por parte de ambos al mismo lugar. Como depositar flores al mismo sepulcro o al menos con la misma devoción a algo que está muerto y no tiene ya oportunidad de prosperar.

Ahondando en ello, era comprensible: no era superable, pero tampoco era amor. Al menos no del clásico, pero Julie, Jules, cualquiera de las dos, había demostrado que lo peculiar incluso era lo más atractivo a sus cánones de belleza. Gretchen lo confirmaba silenciosa mientras se apartaba para dejar a aquellos dos en paz.

 

Pensando en ello, su rostro contorsionado en una máscara de indiferencia, Tom sacó a Bill de su cuarto alegando un terrible dolor de cabeza. Recibió aspirinas, un vaso de agua y un beso de buenas noches en la mejilla, de los cuales tomó uno y desechó los dos restantes.

Tendido sobre su estómago, ojos cerrados mientras discurría formas a lo que sus ojos cerrados veían, escuchó tres golpes en su puerta, seguidos de otros tres y otros tres más hasta que ignorarlos no fue una opción viable.

Descalzo, arrastró por pies por el alfombrado hasta toparse con Georg, que sin mediar palabras se invitó solo a la habitación. Descarado como nunca, se acostó en la cama justo como Tom estaba instantes antes y abrazó la almohada en la que su cabeza descansaba.

—Odio cualquier ciudad que no sea Berlín… —Murmuró lo bastante audible como para que Tom soltase el picaporte de la puerta y saliera corriendo por el pasillo hasta perderse. Incapaz siempre de tener que soportar el traer a colación aquel anhelo que los dos sentían.

 

Entendiendo que era su turno, Tom fue directo hacía la litera de Georg y sin pedir permiso de ningún tipo, se introdujo en ella haciendo caso omiso del enorme par de ojos que lo miraban exigiendo razones. De rodillas y apoyado en sus brazos temblorosos, se inclinó sobre su rostro hasta besarlo en labios una vez, dos veces y una más.

En la litera de enseguida, Gustav cambió de posición.

—Tienes que conocer a Julie –dijo de la nada Tom—. Tenemos que salir de ese maldito cuarto de hotel y pasar un buen día. Quiero que estén Bill, Gustav; que estemos nosotros. Quiero que sea normal y olvidar que Gretchen es algo más que la madre de Julie, ¿Okay?

Georg puso sus manos en la cadera de Tom maravillado de lo suave que todo aquello iba. ¿De verdad era real? Recibiendo un nuevo beso, llegó a la conclusión de que lo era y asintió.

 

No llegó a nada más que un par de besos perdidos esa noche, pero incluso días después, aquello los hacía sonreír. Intercambiar miradas cómplices al caminar lado a lado antes de un concierto cualquiera.

En backstage y a meros pasos, Gretchen y Julie fuera de Berlín por invitación expresa de la banda entera, hablando con Bill y Gustav de todo y nada.

Carcajearse de todo aquello y estar listos para el show.

 

—Shhh, es un secreto –balbuceó Julie al ver los ojos grandes de Bill. Los suyos posándose en su regazo, nerviosa por no saberse guardar la lengua a tiempo y arruinarlo. Una mala experiencia anterior en la escuela le había enseñado que comentar el trabajo de su madre no ocasionaba nada más que problemas. Los segundos de tenso silencio eran prueba de ello.

—Secreto, entonces –dijo Bill haciendo con señas como que se cerraba la boca con un candado y tiraba la llave muy lejos.

Cambió el tema para ir por derroteros más agradables, pero no pudo evitar en el transcurso de aquella aparente tarde tranquila, mirar cada tanto por encima de su hombro con resquemor. No a Gretchen, sino a Tom y a Georg, no muy seguro de querer saber algo.

 

Gretchen, volviendo a ser sólo ‘La Mujer’, tomó de la mano a su hija mientras se despedían de los chicos. Apretando el paso mientras se alejaban y escuchando de Julie lo ocurrido con respecto a su secreto, al cruzar la calle, lanzó lejos su teléfono y se juró por encima de todo aquello, que no habría una nueva vez con Tom y Georg.

Iluminándosele los ojos ante lo que su hija decía, se sintió por primera vez en paz al entender que la vida honesta que tanto deseó y que su hija necesitaba, estaba sólo a un paso de su propia decisión.

 

Bill nunca confrontó de frente a Tom respecto a lo que Julie había dicho no porque no supiera que incluso su peor suposición se podía quedar corta con la realidad, sino porque como de algún modo Georg estaba incluido –lo intuía más que nada con toda la malicia del mundo, pero no juzgaba su sexto sentido- y aquello lo intimidaba.

En su lugar, regresando al hotel, le cruzó la cara con una bofetada sonora y limpia que incluso años después cuando todo llegó a su fin, nunca se atrevió a justificar…

 

—Esto es… —Quiso decir ‘condenadamente gay’, pero se contuvo viendo que era la opción más viable entre todas aquellas posibles. Si arruinaban esta, no habría una segunda vez para intentarlo bajo el mismo método.

Tendidos uno a lado del otro, desnudos y sin una tercera persona, no les quedaba de otra que apretar la delicada sábana bajo sus dedos con tensión. No iba a ser nada diferente de tantas otras veces, exceptuando que el pretexto que Gretchen, ahí a su lado y en la misma posición proporcionaba, ya no existía.

Así que venciendo todo aquello, Georg se acercó un poco, Tom hizo lo propio y sus caderas desnudas se tocaron. Un ramalazo de corriente eléctrica los recorrió a ambos, mientras evitaban mirarse al apagar las luces y abrazarse.

Aquello, lo que no tuvo de correcto, lo tuvo de tranquilizador…

 

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