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Nada que perder por Ankin

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Notas del capitulo:

Aclaraciones al final del todo.

Disclaimer: Slam Dunk pertenece al gran Inoue Takehiko. Yo solo uso a sus personajes para divertirme un poquito.

Advertencias: Situado X días tras el Campeonato Nacional (Bueno, en realidad X tiempo después del Ten days after, que eso deben de ser un par de meses... (Si alguien se aclara mejor con la cronología que yo, que me lo diga, porfisxD)) ¿Qué sólo habéis visto el Anime? Corred a leeros el manga, aún queda mucha tela que cortar. Así que, obviamente, Spoilers

Advertencias II: Yaoi (eventualmente). De momento y hasta nuevo aviso, amistad. Aunque en realidad en este capítulo hay un ligerísimo atisbo de shounen-ai.

NADA QUE PERDER

Capítulo 5: Ganancias

Era la primera vez que lo ganaba desde que se conocían. Ninguno de los dos dijo nada en cuanto marcó la canasta de la victoria, pero estaba seguro que ambos sabían que algo se acababa de romper con esa jugada. El equilibrio osmótico que los mantenía unidos acababa de desaparecer. De repente, toda la sal se había desplazado a una cabina, dejando a la otra diluida y desamparada. La membrana que los separaba y ayudaba se había hecho trizas. Y Rukawa podía afirmar que había sido el sonido placentero de la pelota al pasar por el aro el que lo había hecho.

El sonido que se formó entre ellos al hacerlo fue seco, reservado incluso. Lo único que se oía en la cancha eran sus propias respiraciones, y el sonido atronador de la sangre pulsante en las orejas. El tiempo pasó, y la posición en la que se encontraban era igual que en la última jugada. Sendoh no se había levantado del suelo después de caer, y él aún estaba de rodillas delante de la canasta, observando la pelota con gesto ausente, como si en realidad no la viera.

La rivalidad no había durado ni un año, porque estaba completamente seguro, y sabía que Sendoh pensaba lo mismo, que esa última jugada, en la que había puesto el cuerpo y el alma, había marcado el final. Había finiquitado la relación en la que ambos se habían volcado durante mucho tiempo.

-El camino de la gloria está plagado de obstáculos- lo oyó murmurar cuando el Sol ya se ponía.

Se volteó a mirarlo, notando por primera vez el frío que hacía. Estar tanto rato quieto había hecho que su sudor se enfriara, haciendo que su temperatura disminuyera.

-Nadie dijo que fuera fácil.

Sendoh se incorporó a su espalda, frotándose la nuca en un gesto despreocupado. Pero Rukawa podía decir por su mirada que aquello había calado hondo en él.

Sintió pena por su compañero por primera vez en su vida.

-No deberías compadecerte de mí- musitó dirigiendo un rápido vistazo hacia él-. Saldré adelante, las derrotas no tienen porque significar el final de algo.

Con parsimonia se puso en pie, arrastrándose casi hasta recoger el balón.

-No te compadezco.

-Tú siempre tan amable.

-Sendoh- lo cortó lanzándole el balón-. Es el fin.

Sendoh le devolvió el balón con fuerza.

-No para mí.

Volvió a pasarle el balón, escuchando con cierta pena el sonido sordo que hizo al golpear las manos de su rival.

-Aún no me has ganado en un partido oficial.

Recibió la pelota con tan mala suerte que le escoció la palma de la mano.

-Te ganaré.

Balonazo.

-Inténtalo.

Debía ser media noche cuando el balón se les resbaló de las manos después de estar pasándoselo durante lo que parecieron horas infinitas. Hacía frío, el viento invernal soplaba sin compasión, congelándoles la piel descubierta y cortándoles la cara, los brazos, las piernas y los labios, pero algo en aquella situación los hacía sentirse vivos. Hasta que, por razones obvias, tuvieron que dejar de hacerlo.

-Ven a mi casa. Hoy no hay nadie.

No supo porque lo dijo, simplemente las palabras salieron solas de su boca. De todos modos, aquella no era la primera vez que Sendoh se quedaba el fin de semana con él. Si tenía que contar las veces que lo había hecho desde que habían entablado una amistad, pasaban de veinte.

-¿Y eso?- le preguntó vistiéndose de nuevo.

Se encogió de hombros como única respuesta.

No tardaron en llegar a su casa, puesto que los viernes siempre decidían jugar cerca de Shohoku al acabar éstos el entrenamiento más tarde, aparte de que, entre otras muchas cosas, esa cancha si estaba iluminada.

-¿Mañana irás al entrenamiento?

-Sí, ¿Tú no?

-¿Entonces para qué voy a dormir a tu casa?- cuestionó mirándolo fijamente.

-No puedes coger el tren, y si vas andando…

Sendoh se colgó la bolsa de deportes al hombro.

-Déjalo, ¿Quieres? Mejor nos vemos mañana después del entrenamiento- le espetó sin razón alguna. Rukawa frunció el entrecejo-. A las cuatro en la cancha cerca de mi casa.

-Sendoh- lo llamó cuando ya se estaba alejando-. ¿Pasa algo?

-No.

Pero Rukawa no le creyó, ni tampoco se quedó tranquilo cuando llegó a su casa, se duchó y se tumbó en la cama acariciando al gato persa distraídamente. El esfinge jugueteaba a sus pies con una bola, mientras Prince ronroneaba peleándose con sus calcetines. Con suavidad, se dio la vuelta en la cama y encaró la cama supletoria en la que Sendoh dormía y que ya ni se molestaba en guardar. Se la quedó mirando largamente, hasta que su cerebro pareció llegar a una conclusión. Era ya entrada la madrugada cuando se decidió a llamarlo por teléfono.

-Sendoh- musitó cuando descolgaron.

-"¿Por qué llamas a estas horas?"- fue la réplica somnolienta que recibió.- "He de despertarme dentro de tres horas".

En realidad no sabía qué era lo que le había hecho marcar el número.

-¿Por qué no te has quedado?

Al otro lado de la línea se oyó un hondo suspiro.

-"¿Qué iba a hacer yo sólo en tu casa mañana por la mañana?"

-Podrías haber ido a entrenar- sugirió.

-"¿Después de que me patearas el culo?"- cuestionó.- "Paso. Estoy deprimido. Después de Sawakita eres la única persona que me ha ganado en mucho tiempo".

-Sendoh…

-"No voy a ir" -continuó con tono mordaz. -"Estoy muy cómodo en mi cama".

-Sendoh.

-"He dicho que no".

-Sendoh.

Se hizo el silencio, y tras un largo minuto, la excusa que había esperado, apareció.

-"Pero me preparas la cena".

-Enseguida.

Se levantó de la cama de un salto nada más colgar. El gato persa le gruñó, el esfinge intentó morderlo y Prince se colgó a su pantalón. No le importó en absoluto, simplemente hizo oídos sordos de sus tres maléficos gatos y fue hasta la cocina.

Sendoh llegó cuando ya eran casi las tres de la madrugada. No dijeron nada cuando se vieron, sólo cenaron, se cambiaron y se tumbaron cada uno en su cama, mirando el techo fijamente.

-Lo de hoy me ha hecho pensar- musitó Sendoh cuando el reloj había tocado ya las cinco de la mañana-. Tal vez no deba centrar tanto mis esfuerzos en ser alero, tal vez deba ser base.

Se incorporó sobre sus codos para verlo mejor.

-¿Eres tonto?

Sendoh también se volteó a mirarlo.

-¿Qué quieres decir con eso?

-No te metas a base, Sendoh.

-¿Y por qué no?- fue la réplica subida de tono que recibió.

-Porque tú eres alero.

-En realidad nunca he encontrado mi posición- refunfuñó más para sí que para él-. Y ser base no se me da mal.

-No tienes tanta práctica.

Sendoh lo golpeó con el cojín.

-¿Y tu si tienes suficiente práctica en la posición de alero?- le cuestionó-. He oído que en tu antiguo instituto jugabas en todas las posiciones.

-¿Y eso que tiene de malo?

-Nada- supuso que se encogió de hombros, porque Sendoh siempre lo hacía cuando la respuesta era indeterminada-. Nada en absoluto.

Se quedaron en silencio, pero lejos de ser el incómodo y, hasta cierto punto, tenso que habían mantenido durante toda la noche, aquel era tranquilo y relajado. Uno de los silencio preferidos de Rukawa para ser más exactos.

-Odiaría si lo hicieras- musitó cuando los ojos empezaban a cerrárseles-. No quiero que dejes nunca de ser mi rival. Y así te conocí, y así quiero recordarte.

-¿Soy ya una memoria?

-Sólo si te rindes.

Y por primera vez en su vida, alguien ajeno a su familia le dio la mano. Estaba caliente, y la calidez que se extendió por su pecho al notarlo fue lo más placentero que había podido sentir alguna vez.

-¿Sendoh?

-¿Mm?

-No dejes de ser como eres.

-Lo tendré en consideración.


Finalmente ninguno de los dos fue aquella mañana a entrenamiento. En cierto modo, cuando se despertó casi a las dos del mediodía, se sintió culpable. Nunca se había saltado un entrenamiento tan deliberadamente, es más, de ser posible, incluso los repetía. No obstante, despertar cogido de la mano de Sendoh hacía que los remordimientos desaparecieran durante unos segundos.

-Sendoh- musitó intentando captar su atención al ver que, media hora más tarde, su compañero seguía igual de somnoliento-. Sendoh- intentó de nuevo con igual resultado-. ¡Sendoh!

No consiguió que despertara, pero sí que diera la vuelta sobre sí mismo y le soltara la mano que, durante unos minutos, se sintió helada. Viendo que no iba a conseguir nada, se puso en pie y se dirigió a la cocina, entreteniéndose en el camino para alimentar y mimar a los gatos. Los cepilló a los tres, les dio de comer y jugueteó con Prince antes de encerrarse en la cocina.

-El gato que da mal rollo me ha asustado- oyó un tiempo después, cuando ya estaba condimentando el arroz.

-No hay ningún gato que dé mal rollo.

-El esfinge da miedo, reconócelo- continuó apoyándose en la encimera. Sendoh aún llevaba el pijama, y tenía el cabello revuelto. Desprovisto de su acostumbrado pelo puntiagudo, Rukawa solo pudo pensar que era raro verlo así. Raro y familiar al mismo tiempo-. De todos modos, ¿Cómo se llamaba? Al final del único nombre que me acuerdo es de Prince.

-Queen. El persa Jun, Junko en realidad.

-Pues Queen me da miedo- aclaró robando un trozo de calabacín crudo que acababa de cortar.

-Le das más miedo tú a ella.

-No lo parecía cuando me ha saltado a la cara.

-Pensaría que eras yo, o Touya, siempre nos lo hace.

Sendoh volvió a robar ingredientes que acababa de trocear. Para advertirle, lo golpeó en la mano con la espátula cuando iba a coger un nuevo trocito de calabacín.

-Tu hermano mide cincuenta centímetros menos que yo. ¿Me puedes explicar como una gata sin pelo ha conseguido llegar a esa conclusión?

-Queen es de pelo corto, no sin pelo- clarificó-. ¿Y realmente crees que sé lo que piensa?

-Tú eres el que tiene gatos.

-Y tú tienes un perro y no por ello sabes lo que piensa.

-Mentira- puntualizó robando un nuevo trozo. Esta vez no lo golpeó, pero lo miro mal, muy mal-. Cuando Kuro mira la pelota fijamente sé lo quiere, y cuando mira los calcetines, o cuando me golpea en las piernas. Sé exactamente lo que mi perro piensa en ese momento.

-Pues yo no sé lo que piensan mis gatos, ¿Contento?

-Me hubiese conformado con un 'Le gustas a Queen'.

-¡Vete a la mierda!


No salieron de casa en todo el día para su disgusto. Tampoco es que hiciera buen día, porque por lo visto, a media mañana el cielo se había encapotado y por la tarde había lloviznado. Sendoh no había parecido preocuparse excesivamente por eso, pero él, que todos los días de su vida desde que tenía memoria había tocado un balón, estar en casa sin hacer nada le ponía de los nervios. Bien entrada la tarde, mientras jugaban a hundir la flota, Sendoh se levantó de su sitio sin previo aviso y desapareció durante dos largos minutos. Al volver llevaba un balón entre las manos.

-No podemos jugar un uno contra uno en el jardín de tu casa- dijo con una sonrisa-, pero si podemos echarnos un veintiuno. ¿Qué me dices?

Recibió el pase y los nervios desaparecieron al instante.

Tal y como era de esperar, para cuando finalizaron el juego, empate a veinte para los dos, estaban empapados. Casi tuvieron que correr al baño para no coger un resfriado, aunque Sendoh estuvo a punto de morir por resbalarse en las escaleras por ello. Le hizo tanta gracia que se sentó a su lado, riendo a baja voz.

-Ojalá te hubieras caído tu- lo reprendió.

-No.

-¿No?- cuestionó volteándose a mirarlo. Aún se estaba fregando la nuca por el golpe-. Podría haberme caído por las escaleras y acabar en el primer piso con el brazo torcido.

-Eso te hubiese pasado si hubieses sido tonto, pero como sólo eres estúpido simplemente te has resbalado.

-No sé si tonto es una categoría superior a estúpido…

-Sendoh- lo acalló cuando comenzó a divagar-. Vete a la ducha.

-La usaré después de ti, no te preocupes por ello.

-Soy el anfitrión, eres tu quién debe usarla primero.

-Está bien…- se quejó con tono divertido mientras se ponía en pie-. Me meteré en la ducha y gastaré todo el depósito de agua caliente.

Esbozó una sonrisa ante aquello.

-No lo vas a conseguir.

-¿Hacemos una apuesta?

No la hicieron, pero lo mandó escaleras arriba con un empujón. Mientras Sendoh se duchaba, aprovechó para limpiar el desastre que habían organizado y para buscar los panfletos del restaurante francés que su madre guardaba en algún lugar de su despacho. Para cuando los encontró, Sendoh ya se estaba vistiendo.

-Había pensado que podríamos pedir un poco de comida francesa. ¿Te gusta?

-Si te soy sincero nunca he comido algo francés- contestó subiéndose los pantalones-. ¿Está bueno?

-Más que la pizza seguro.

-Déjame dudarlo.

-Mientras me ducho llama a este número, te he marcado los platos que has de coger. El número de teléfono está anotado detrás del auricular, y la dirección de la casa también te la he apuntado. ¿Podrás hacerlo?

-¿Crees que soy idiota?

-Te has caído por unas escaleras- sentenció, provocando que Sendoh se volteara a mirarlo con las mejillas encendidas-. Y has dejado que una gata se te lanzara a la cabeza, y has suspendido trigonometría, y…

-¡Vete ya a la ducha!

Y lo empujó fuera de la habitación mientras murmuraba algo parecido a imbécil.


Aquella noche también se quedaron despiertos hasta la madrugada, con la pequeña diferencia de que lo hicieron mientras se sostenían las manos. Era un contacto amistoso, frágil y puro, y en ningún momento pensó que se podría malinterpretar hasta que Sendoh comenzó a subir distraídamente los dedos por su antebrazo. Para cuando llegó al codo, el amanecer empezaba a despuntar, igual que sus alertas de que aquello no era normal. No les hizo caso, simplemente mimetizó el movimiento y se deleitó en la sensación inocente del contacto humano. Al despertar, porque era incapaz de recordar cuando se quedó dormido, lo hizo con los dedos de Sendoh entrelazados entre los suyos en un gesto claramente íntimo.

-¿Qué hora es?- oyó como Sendoh le preguntaba cuando había comenzado a hacer círculos con la yema de los dedos.

-Tarde.

-¿Te quieres levantar?

-No.

Así que se quedaron tumbados en la cama durante un par de horas más, continuando con las caricias que, sin saber muy bien como, habían comenzado a regalarse.

-¿Cuántas de esas admiradoras tuyas darían su vida por esto?- le preguntó Sendoh cuando su consciencia oscilaba entre un estado de sueño y vigilia.

-No lo sé.

-¿Nunca has hablado con ellas?- curioseó masajeándole la parte interna del antebrazo. Le hizo cosquillas cuando llegó a la zona del codo.

-¿Para qué?

Oyó el movimiento del pijama de Sendoh al encogerse este de hombros.

-¿No te has interesado jamás por ellas?

-Nope.

-Pobrecitas- murmuró apoyando la cabeza en el colchón de su cama. Parte de los pinchos de su característico peinado le tocaron el brazo y tuvo que reprimir un escalofrío-. Me compadezco de ellas.

-¿Por?

Notó la mano subiendo por su brazo, acariciando por encima de la piel. Retuvo un segundo escalofrío cuando llegó a su hombro.

-Eres difícil, no pones las cosas fáciles.

La mano se detuvo en su cuello.

-No me gusta estar con personas tan ruidosas como ellas.

-Yo soy ruidoso.

-Tú- y se obligó a abrir los ojos al decirlo-, hablas hasta debajo del agua, pero no eres ruidoso.

-Oh- musitó con un tono que casi pudo identificar como sugerente-. Gracias.

Y la mano se apartó tan rápidamente de su cuello que tardó un rato en darse cuenta de que ya no estaba allí. Para cuando lo hizo, Sendoh ya se había incorporado y recogía la toalla que había dejado tirada la tarde anterior en la silla de escritorio.

-Sendoh.

El aludido se volteó de inmediato.

-¿Qué?

-¿Por qué no te duchas después de un veintiuno?

Pudo ver la amplia sonrisa extendiéndose por su rostro.

-¿Y por qué no un uno contra uno en la cancha de siempre? Así podría volver a casa después de patearte el culo.

Se deshizo como pudo del edredón antes de ponerse en pie.

-Soy yo quién te va a machacar.


El lunes el entrenador Anzai le pidió algo que no quería. Le pidió expresamente, y cuando decía expresamente, era expresamente, que ayudara a Sakuragi todas las tardes a partir del día siguiente. Como la lesión había remitido, le dijo que podía ayudarlo a mejorar, o, cuanto menos, a recuperar el ritmo que había conseguido en Agosto, y al agradarle lo mismo a él que al pelirrojo ese tipo de trato, el primer día fue un desastre de proporciones épicas. Más incluso que cuando un mes atrás había tenido que mostrarle lo que ya había aprendido.

No llegaron a los niveles de violencia verbal y física a los que estaban acostumbrados, pero, y según palabras textuales de Ayako, las perlitas que habían dejado caer eran rayanas en lo obsceno. Finalmente, hacia el final de la semana consiguieron llegar a un acuerdo y, hasta cierto punto, pequeña comprensión. Dejando de lado sus diferencias, que eran muchas, Sendoh había tenido razón cuando había dicho que eran más parecidos de lo que en realidad creían.

Aunque lo que le sirvió de ayuda a Rukawa para no partirle la cara a Sakuragi en cualquier momento fue controlar el carácter caprichoso del pelirrojo. Si quería alardear sobre algo, lo dejaba, si quería conseguir que hiciera algo que él denominaba cutre, lo tentaba con cosas más potentes, si quería obtener una repetición de un ejercicio por tiempo indeterminado sólo tenía que pedir ayuda a Haruko Akagi. Así que para el viernes por la tarde habían conseguido llegar a una especie de acuerdo tácito.

-Lo haces mal- le espetó aquella tarde cuando Sakuragi trató de pasar inútilmente su defensa-. No te has de lucir, sino tratar de ser efectivo.

-Tú te luces- le soltó de mala gana recuperando el balón.

-Rukawa se luce porque lo hace bien- oyeron murmurar a Haruko-. Fíjate mejor en sus movimientos, Sakuragi.

Sakuragi se volteó a mirarlo con el ceño fruncido antes de lanzarse como un kamikaze a por él. Terminaron ambos en el suelo, tal y como era previsible, pero el pelirrojo se levantó de nuevo con exhalación y terminó marcando.

-¿Ves Haruko? Así está mejor, ¿No?

No escuchó la respuesta de la chica ya que se distrajo al ver que había alguien parado en la puerta del gimnasio. El pelo puntiagudo y la altura no tenían pérdida, así que cuando Sendoh entró en la cancha no se sorprendió en absoluto.

-¿Qué haces aquí?- le preguntó.

Sendoh se acercó a él con una sonrisa.

-Me has dejado plantado por casi dos horas en la cancha. Empezaba a preguntarme si había pasado algo cuando recordé que me dijiste que hoy no vendrías.

-Mi pregunta sigue siendo la misma.

Esta vez se encogió de hombros.

-Vuelves a estar sólo en casa, ¿No?

Asintió mudamente antes de voltearse hacia Sakuragi y Haruko.

-Me voy, vosotros haced lo que os dé la gana.

Al oírlo hablar, ambos se voltearon a mirarlo. No obstante, no le prestaron la más mínima atención en cuanto vieron a Sendoh.

-¿Qué haces aquí, Sendoh? ¿Espiando al genio?

Sendoh soltó una carcajada.

-Sí, puede que sí. Te estás volviendo un hueso duro de roer.

Iba a voltearse para decirle que no dijera eso cuando Sakuragi soltó la mayor risotada que le había escuchado alguna vez.

-¿Me tienes miedo, puercoespín?

-¿Puercoespín?- preguntó sin entender. Rukawa simplemente le señaló su pelo-. ¡Oh! ¡Muy ingenioso, Sakuragi!- rió-. Pero aún te falta un poco de práctica para desafiarnos.

Pesando que el pelirrojo iba a explotar, Rukawa ya se preparó para taparse las orejas. Sin embargo, le sorprendió que simplemente esbozara una sonrisa y le tendiera la mano a Sendoh.

-En el Campeonato de Invierno os voy a dejar a todos tiritando.

-Lo estaré esperando.


-Os lleváis mejor, ¿No?- le preguntó mientras caminaban de regreso a su casa.

-Hemos llegado a un acuerdo, pero yo tampoco lo consideraría como llevarse mejor. Ya te dije que eso sería imposible con él.

-Nunca dijiste que sería imposible- le replicó-. Simplemente altamente improbable- aclaró-, pero también era altamente improbable que tu y yo congeniáramos y míranos, durmiendo en casa del otro.

-Tú eres diferente.

-Siempre dices que soy diferente pero nunca me dices el porque.

Detuvo la bicicleta y lo observó fijamente. Sendoh le devolvió la mirada con la misma intensidad.

-Tú tampoco me has dicho nunca porque soy diferente.

-Eres diferente a los demás. ¿No te vale con eso?

Negó con la cabeza.

-Tendrás que especificar.

-¿Y si digo que no sé por qué eres especial pero que simplemente lo eres?

-Creí que hablábamos sobre ser diferente, no especial.

-Llega un punto en que todo confluye.

-¿Todo?

-Todo.

Y antes de darse cuenta, Sendoh lo había tocado por encima del codo en un gesto amistoso e inocente.

Notas finales:

Lo cierto es que no sé qué decir acerca de este capítulo, es completamente distinto a los otros, así que podemos decir que es un punto de inflexión. El desarrollo de este capítulo, en si, no lo tenía muy claro, así que me he dejado llevar bastante por la historia. ¿El resultado? Lo que acabáis de leer.

En fin, finalmente ya ha habido contacto personal entre Sendoh y Rukawa, y si me preguntáis el por qué se dedican a hacer manitas y a estos jueguecitos estúpidos no os sabría contestar, u os diría que la manera más natural que se me ocurre de que pasen las cosas. Creo que son dos personajes, que, a su manera, se toman las cosas con calma, así que no es difícil imaginar que pudiera pasar. Además, ¿Nunca habéis tenido ese sentimiento extraño de que una caricia dice más que cualquier cosa?

Respecto al título la verdad es que no hay mucho que decir. Al contrario que los otros capítulos, este he tenido que pensarlo seriamente, así que he acabado divagando y poniéndole Ganancias por el simple hecho de que en este capítulo, tanto Sendoh como Rukawa han ganado algo, aunque aún no sepan lo que es. (Aunque si os paráis a pensarlo, para el lector es muy fácil dar con la respuesta).

Y hasta aquí mis aclaraciones, porque la verdad es que no había mucho que contar esta vez. Sólo que os agradezco de todo corazón los reviews y que conseguís sacarme una sonrisa con las palabras de apoyo. Realmente ayudan mucho a la hora de continuar escribiendo.

Saludos, Ankin.


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