NADA QUE PERDER
Capítulo 8: Decisiones difíciles de tomar
Había algo que Rukawa jamás había conocido hasta que encontró a Sendoh. No era la amistad, ni el amor, ni la confianza, ni nada parecido eso, porque, al fin y al cabo, ya recibía todo eso de otras personas. No, era algo mucho más personal y cercano, íntimo incluso.
Era el tacto, y todo lo que podía recibir a través de él.
Los dedos de Sendoh le acariciaron la frente con delicadeza, apartando los mechones rebeldes que se le pegaban a la frente por el sudor. Lo acarició con la yema de los dedos, absorto, mientras sus ojos se perdían el uno en el otro.
Rukawa se incorporó todo lo que le permitía la posición y lo besó. Un beso pasional, puro fuego.
Con lentitud, Sendoh rompió el contacto, apoyando las manos sobre sus hombros para acomodarse mejor entre sus piernas.
-¿Estás bien?- le preguntó a través de la respiración ajetreada, sus cuerpos temblando desde su punto de unión hasta la punta de sus pies.
Asintió levemente, rodeando los brazos por el cuello de su compañero.
-Más rápido.
Hizo lo que le ordenaba, agarrándolo por la cintura y empujándolo hacia su pelvis. Lo hizo una vez, dos, tres, con ritmo lento, hasta que sintió como la sangre comenzaba a burbujearle dentro de las venas. Cuando no lo pudo soportar, los movimientos se volvieron erráticos y duros, empujándose y empujando a Rukawa a un estado de total desinhibición.
El cabezal de la cama casi parecía partir la pared mientras los nudillos de ambos se volvían blancos, aferrándose con fuerza a lo que tenían más mano.
Sus respiraciones forzadas y los sordos golpes era todo cuanto Rukawa podía oír antes de implosionar en un mundo etéreo y brillante, el universo en la punta de sus dedos.
-Es… extraño- murmuró Sendoh acomodado a su lado, mucho tiempo después de que su mundo se tornara bocabajo-. Nunca antes…
Rukawa entrelazó sus manos y las dejó caer sobre el abdomen terso y sedoso de Sendoh. El mayor se incorporó levemente y le dedicó una larga y profunda mirada.
-Va en serio- dijo- Nunca antes había conocido a alguien como tú- a su vez, Rukawa también se incorporó y dejó caer las piernas por un lado de la cama. El suelo estaba frío bajo sus pies desnudos-. Eres… no sé cómo decirlo. Entregas tanto tu corazón cuando…
Se puso en pie, buscando con la mirada su ropa.
-¿Y qué hay de malo en ello?- cuestionó llevándose un jersey a la nariz para saber si estaba suficientemente limpio o no-. No entiendo porque me he de reprimir contigo.
Sendoh le dedicó una sonrisa reconfortante y falsa.
-No te imaginaba así. Nunca lo hubiese dicho.
Volvió a tomar asiento a los pies de la cama, sintiendo al instante siguiente como el otro le rodeaba los hombros con brazos fuertes y poderosos.
-Eres genial, nunca cambies, por favor.
El beso ligero en el hombro lo hizo estremecer.
-Por supuesto que no.
Llegó tarde a su casa. Sus padres estaban abrazados en el salón, viendo una película antigua, mientras que sus hermanos estaban entretenidos en la cancha del patio trasero. Se acercó para saludarles y robar el balón de las manos de su hermano y encestar. Antes de que la pelota abandonara sus manos, Rukawa sintió como recuperaba las fuerzas, como esta le transmitía todo lo que una vez había sentido.
-Trata de cerrar más el codo de tu brazo izquierdo, Tôya- le dijo a su hermano, acariciándole de nuevo la cabeza-. Y apunta al tablón, nunca al aro.
-Ok.
Volvió a meterse en la casa y encerrarse en su habitación, tirándose al instante siguiente a la cama mientras escuchaba música del CD. Sendoh se lo había regalado para su cumpleaños hacía casi dos meses.
Recordó aquella noche, desde el enfado inicial al abrazo estrecho e incómodo de la madrugada; pero lo que más fresco tenía era cuando Sendoh se levantó a trompicones del sofá y le tendió un paquete violeta con estrellas.
-¿Qué es esto?- le preguntó aceptando el regalo.
-Tu cumpleaños es hoy- se sentó en el otro extremo del sofá, cediéndole espacio-. Lo compré hace tiempo, así que ya no lo puedes devolver…
Le dio las gracias y lo abrió con dedos casi temblorosos. Nunca nadie fuera de su ambiente familiar más inmediato le había dado nunca un regalo.
Era un CD de Prince, el tan esperado "The Black Album". Recordó habérselo querido comprar en cuanto salió, pero unas palabras acertadas de Sendoh en la tienda de discos se lo impidieron.
-Gracias- musitó con un nudo en la garganta.
Sendoh le apretó el hombro y le dedicó una sonrisa sincera.
Despertó de su letargo cuando el CD acabó. El Discman detuvo la reproducción de golpe e hizo el sonido vacío señalando el fin de la reproducción. Con tranquilidad, lo detuvo y volvió a darle al botón de "play". Las dos primeras frases de la canción, antes de que la música comenzara, lo saludaron como dos viejos amigos.
Cerró los ojos y se dejó caer sobre la almohada. Se quedó dormido en cuestión de segundos.
-¿Estás estresado?- le preguntó aquella tarde a Sendoh, mientras ambos disfrutaban de un merecido descanso tras un arduo y casi empatado uno contra uno-. Pareces estresado.
-Estoy…- Sendoh se apoyó en el suelo helado de cemento-. En un par de semanas voy a acabar segundo. ¿Qué va a ser de mí cuando acabe tercero?
Su voz había sonado débil, pero Rukawa no podía contestar a eso sin sentirse incómodo o perdido. Reconfortar o dar buenos consejos no era algo propio de su naturaleza.
-Tienes tiempo de pensar.
-El tiempo pasa muy deprisa- volvió a incorporarse y le dedicó una mirada que lo hizo estremecer por toda la profundidad que en ella había; diciendo todo lo que callaba.
"Quédate conmigo".
-Cuando sea el momento de pensar en ello, encontrarás la respuesta.
Sendoh asintió lentamente, y cuando se retiraron a su casa a descansar, Rukawa pudo sentir su frustración mientras le destrozaba el muro tras el cual se escudaba. Para él, esa parte era la mejor, el momento en que dejaba de sentir nervios y vergüenza y se entregaba a él con el corazón en la mano.
-¿Cómo van tus clases de inglés?
La pregunta no casual se la hizo una semana más tarde, mientras ambos esperaban su respectivo tren en la estación.
-Bien.
No le preguntó nada más, simplemente se despidió de él con un toque en el codo y se subió a su vagón. Rukawa se quedó parado en mitad del andén, preguntándose que estaba pasando.
-Me han ofrecido una beca en la Universidad Shintai- le dijo unos meses más tarde, poco antes de que comenzara el Torneo Intercolegial de Verano en el que se habían conocido.
-¿Shintai?
-Ahá- le robó el balón y se marcó un tanto. Sin embargo, ninguno de los dos lo contabilizó en el marcador.
-¿La misma Universidad en la que está Akagi?
-La misma.
Una retahíla de pensamientos le cruzó la mente. Para que Sendoh fuera admitido en la Universidad necesitaba…
-Este año es mi última oportunidad- lo interrumpió, viendo como cerraba los dedos en un puño y se quedaba absorto mirando el tablón descascarillado-. He de darlo todo. No puedo permitirme fallar, no otra vez.
Frunció el ceño y se acercó hasta estrecharle el hombro. Bajo la palma de la mano, Rukawa sintió que Sendoh estaba temblando.
-¿Estás entonces decidido a ir a Shintai?
Sendoh le dedicó una sonrisa triste antes de apartarse, como si todos aquellos meses de charla y contacto no hubiesen llegado a ningún lado.
-¿Qué otra opción tengo? No puedo seguirte allá a donde quieres ir.
Y ambos sabían que era cierto.
-Este año puedes conseguirlo- le dijo Anzai después de su entrenamiento diario especial-. Ser el mejor de Japón.
Rukawa sostuvo la pelota entre las manos. Antes, mucho tiempo atrás, eso era lo único que lo hacía sentirse vivo, le hacía sentirse útil, pero ahora…. Negó con la cabeza, tratando de apartar los pensamientos de su mente.
-¿No lo crees?- cuestionó Anzai extrañado, acortando la distancia entre ambos. A lo lejos, al otro lado de la cancha, pudo escuchar el griterío de Ayako y Haruko con los nuevos y Sakuragi.
-Si lo creo- dijo convencido-. Pero creí que no sería hasta…
-El entrenador de la selección me llamó la semana pasada- Anzai tomó asiento en el suelo, insistiéndole que él también lo hiciera. Desde que había perdido peso, el viejo estaba más ágil que nunca-. No hay nadie que esté a tu altura ya en el All Star. Ni el juvenil ni el Universitario. Has llegado más lejos de lo que nadie pudo prever en cuestión de meses.
Se aferró con más fuerza al balón, sabiendo que la ayuda que Sendoh le había prestado había sido la fuerza motora de su progreso. Sin embargo, todo se sentía tan vacío ahora que tenía lo que siempre había querido al alcance de la mano…
-¿Aún quieres perseguir el sueño americano?
Asintió decidido antes de que Sakuragi se detuviera delante suyo y lo retara a un uno contra uno. Suspiró derrotado mientras recogía sus cosas, pensando ya en la otra lucha que le quedaba.
-Tengo cosas que hacer- le espetó apresurándose a guardar el balón.
-¿Más que jugar contra mí?- se quejó el pelirrojo-. Últimamente rehúyes de todos nuestros encuentros…- se detuvo un momento en el que esbozó una sonrisita de superioridad-. ¿Tienes miedo, zorro?
Viró los ojos. Supuso que algunas cosas no cambiaban por mucho que pasara el tiempo.
-Otro día.
Sendoh ya lo estaba esperando para cuando consiguió llegar. Habían quedado en una cafetería para tomar algo y charlar. Aquella se había vuelto su costumbre desde que empezaran el nuevo curso. En vez de llamarse cada día, quedaban por las tardes y charlaban. Ya casi tampoco jugaban entre ellos para no mostrar todo su potencial antes del Campeonato. Aunque tampoco es que tuvieran mucho tiempo para dedicarle al juego, estando ambos bajo entrenamiento intensivo.
-Tenemos buenos novatos este año- lo saludó con una sonrisa, viendo como dejaba apresuradamente la bolsa de deporte sobre el asiento vacío y ojeaba la carta para pedirse algo-. Shohoku lo va a tener difícil.
-Más os vale- ordenó su pedido a la camarera que se acercó a su mesa y se volteó a mirar a Sendoh, que lucía una expresión entre enfadada y orgullosa en su rostro-. Lo digo en serio.
-Y yo, y yo- cacareó feliz volviendo la atención a su bebida-. ¿Este sábado vendrás a casa? Mi familia no está.
Se encogió de hombros, aceptando su refresco.
-Podríamos echarnos antes unos uno contra uno.
-Podríamos, pero no puedo. Antes he de ir hasta la Universidad de Shintai.
Tuvo que contenerse para no atragantarse y escupir su bebida. Sendoh le pasó una servilleta casi al instante.
-¿Por qué?
-Yayoi- respondió con una sonrisita-. Puede que mi equipo no sea muy conocido a nivel Nacional, y eso es algo que la Universidad de Shintai no le gusta especialmente, pero gracias a ella los directivos no son ajenos a mi juego- se detuvo y le dedicó una profunda mirada. Rukawa no dijo una palabra-. Quieren ver cómo me las arreglo contra su equipo.
-¿Es probable que te cojan?
-¿Tú qué piensas?
Hizo esfuerzos para sonreír.
-Eres bueno. Habrían de ser estúpidos para dejarte ir.
-A veces, dejar ir no es sinónimo de estupidez- algo en su tono le llamó la atención, igual que su mirada desviada-. A veces, dejar ir es sinónimo de inteligencia.
-Aún queda…
-Después del Campeonato, lleguemos adonde lleguemos- lo interrumpió respaldándose en su asiento-, me gustaría ir de vacaciones a algún lugar. ¿Querrías venirte conmigo?
Asintió.
Sentirse como el chivo expiatorio o el saco de boxeo de alguien era algo que Rukawa siempre había pensado que sería degradante. Sin embargo, entremedio de las respiraciones agitadas, el aliento caliente y las caricias, no sabía como lo había podido llegar a pensar. Ser el confidente de alguien era un orgullo, ya fuese para aguantar desesperaciones o felicidad.
Sendoh estaba feliz, podía sentirlo en cada por de su piel, en cada susurro, jadeo y contacto. Los dedos enredados en su cabello, instándolo a bajar por sus abdominales, también eran una prueba de ello. Y lo poco que tardó en llegar a su momento feliz, su pequeña muerte, cuando se dejó caer sobre sus caderas.
-Me han cogido- jadeó apresurándose a entrelazar sus manos y mirándolo con ojos brillantes obnubilados por el placer-. Me han cogido.
Su risa lo contagió y la pudo sentir subir por su espalda como un latigazo a través de sus cuerpos aún unidos.
-Me alegro- contestó dejándose caer, acariciando con los labios el fuerte cuello de su compañero-. Me alegro, Sendoh.
-Podrían cogerte a ti también.
El contacto entre sus cuerpos pasó de alentador y caliente a frío y violento. Se incorporó como pudo de su pecho, pero no le soltó las manos entrelazadas.
-Sabes que…
-…que no es ese tu camino- se atragantó con un nudo en su garganta y Rukawa lo vio voltear el rostro lejos de él-. Lo sé, pero aún y así…
Lo besó, sintiendo como comenzaba a temblar.
-Dejar ir no es malo- musitó entre beso y beso, respiración forzada y respiración ajetreada-. Dejar ir no es malo, Akira.
Sintió sus dedos en la nuca, aprisionándolo contra sus labios.
-Volveré a verte. Volveré a verte- repitió como un mantra, aprisionándolo contra él-. Y entonces te podré mirar como a un igual.
Su corazón y su piel ardieron aquella noche, sintiendo que cada caricia, cada beso y cada palabra era una despedida.
Una despedida que no sabía cuánto se iba a prolongar.