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El mundo de Ashol por AndromedaShunL

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Notas del capitulo:

Este es el siguiente capítulo de esta historia!! Espero que lo disfruten enormemente :P Aún queda mucho por contar!

    La casa de Shaka era bastante más modesta de lo que hubiesen imaginado. No se diferenciaba mucho de la taberna en la que habían pasado la noche anterior.
    

    Habían alcanzado el lugar al atardecer. Se trataba de una casa hecha con madera y tejas en el techo, de dos pisos y con dos habitaciones. Alrededor los árboles solo dejaban a la vista un estrecho sendero que conducía al valle desde esa colina. Era un lugar perfecto para esconderse de casi cualquier cosa.
    

    Fuera de la casa, había una especie de cobertizo cerrado con candado. A Camus le había entrado mucho la curiosidad por saber qué habría dentro, pero ni de lejos se atrevió a preguntar sobre ello.
    

    Shaka había acostado a Milo en una de las habitaciones y le inspeccionaba la herida de su hombro. No tenía buen aspecto pero tampoco era peligrosa, y Milo se resistía a que le diera nada para curarse.

—No necesito que me pongas nada. Estoy perfectamente —el rubio le colocó unas hojas sobre la herida y el peliazul ahogó un grito de dolor.

—Milo, cállate. Es por tu bien, ¿o quieres que se te infecte? —Le reprochó Camus asomándose a la puerta.

—Estoy perfectamente —repitió tozudo.

—Ya está —dijo Shaka cuando terminó de colocarle una venda.

—Ahora puedes retorcerte todo lo que quieras —le sonrió Camus malicioso.
    

    Milo se sentó en el borde de la cama y miró hacia su hombro. Le dolía, pero no quería mostrar debilidad ante un desconocido. Dio un suspiro y se levantó por completo de la cama, dando leves vueltas con el brazo.

—¿Qué hacíais en la aldea? —Preguntó Shaka con semblante serio.

—Íbamos de paso —contestó Camus—. Quedamos una noche en la taberna por la mañana...

—Toda esa gente era mi protegida —dijo Shaka sin cambiar de expresión.

—Un anciano nos había hablado de vos. Se ve que le tenían mucho respeto. Lo sentimos.

—Ya no hay nada que sentir. Todos están muertos.

—Fue Él seguro... —dijo Milo por lo bajo.

—¿Él? ¿Quién es Él? —Preguntó Shaka alzando una ceja.

—Alguien muy poderoso —respondió el peliazul.

—Nos han contado muchas cosas sobre Él, pero todas diferentes. Nos dijeron que era la reencarnación del mal, la reencarnación del bien, un dios... —respondió a su vez Camus.

—Nunca había oído nada sobre eso —dijo sincero Shaka.

—Es inmortal. Se dice, y es verdad, que ningún humano puede matarlo —insistió Milo.

—Bueno, pero eso no me importa... Yo en realidad estoy buscando a alguien. Lo que pase con ese rey de las tinieblas no me concierne —dijo Camus.

—¿Y a quién buscáis? —Preguntó Shaka no muy interesado.

—A mi hermano Hyoga.

—Tu hermano Hyoga —repitió el rubio—ese joven fue llevado por unas tropas hace muchos años.

—¿Lo recordáis? —Preguntó Camus esperanzado.

—Por supuesto. Yo sería un adolescente por aquel entonces. Las tropas de las que os hablé pasaron arrasando la aldea, y yo me escondí en una callejuela para que no acabaran también con mi vida, y en ese momento lo vi: un niño rubio al que llevaban secuestrado. Cuando los hombres que lo vigilaban se separaron de él para ayudar a otros de sus compañeros, él salió corriendo a donde yo me encontraba, y me clavó su intensa mirada al verme. Medio lloraba y le temblaba todo el cuerpo. Yo le tendí una mano compasiva para ayudarle, pero antes de que la cogiera, uno de los guerreros apareció y lo llamó por su nombre, Hyoga, amenazante. Tiró de su brazo y se lo llevó de donde yo estaba. Jamás podré olvidar ese día ni ese momento —bajó la cabeza cuando terminó de hablar.
    

    A Camus casi se le habían inundado los ojos de lágrimas, pero pudo contenerse. Milo, por el contrario, se había apoyado en la pared y cruzado de brazos mientras Shaka les había narrado aquella experiencia.
    

    El corazón le latía con fuerza al hallarse un poco más cerca del paradero de su hermano. Era poco, pero era algo, y no podía desperdiciar aquella información ni por todo el dinero del mundo.

—¿Sabeis... a dónde se lo llevaron? —Preguntó.

—Lo siento, pero no lo sé. Os he contado todo lo que sabía, pero desconozco su paradero.

—Gracias de todas formas. Aunque sigo sin saber si sigue con vida o no...

—Respecto a eso... igual puedo ayudarte también. Conozco un lugar, llamado Oráculo de Brissa, en el que se cuenta existe un gran poder y esencia que te muestra lo que se quiere ver. No sé si es verdad o mentira, nunca he estado allí, pero he oído muchas historias sobre ese oráculo y siempre dicen lo mismo. Hay muchos lugares mágicos en Ashol, y puede que ese sea uno de ellos.

—¿Y dónde está ese oráculo? —Preguntó Milo integrándose en la conversación.

—Al norte, en las Montañas Nevadas.

—¿Allí no hay gigantes? —Preguntó alzando una ceja.
    

    Shaka asintió con un leve movimiento de cabeza sin dejar de mirar al peliazul. Había algo que no le gustaba de aquel joven, pero no sabía lo que era. Ya lo había notado cuando lo vio en el suelo con el hombro herido, y hubiera preferido no ayudarle a levantarse.

—Bueno, pues habrá que coger una espada —se encogió Milo de hombros.

—Milo, ¿puedo hablar contigo un momento? —Preguntó Camus.

—Sí, ¿por qué?
    

    Camus le hizo un gesto y ambos salieron de la casa con permiso de Shaka. Era ya prácticamente de noche, y el frío empezaba a asomar, pero era perfectamente soportable.

—¿Qué ocurre? —Le preguntó ahora Milo.

—Verás... esto que estoy haciendo o intentando no te concierne a ti. Mi guerra no es la tuya, por así decirlo, y no tienes por qué acompañarme. En mi opinión es una pérdida de tiempo para ti

—intentó sonar lo menos brusco posible, ya que en realidad no quería que se fuera.

—En realidad no tengo más opciones, Camus. Me arrebataron mi vida cuando apenas era un adolescente... —parecía que le costaba articular cada palabra—. Verás, yo vivía formándome como guerrero aprendiendo de mi maestro de armas, pero un día las fuerzas del mal, por llamarlas de alguna manera, entraron en mi ciudad y arrasaron con todo a su paso. Yo pude esconderme, pero lo perdí todo, todo... a mi familia, a mis amigos, a mi maestro, todo. Cuando se fueron pensando que ya no quedaba nada por matar ni saquear, salí de mi escondite en uno de los tejados y me sentí tan impotente... tan solo, tan débil, tan inútil. Además, un guerrero como lo iba a ser yo, escondido temeroso de la muerte, sin atreverse a plantar cara... —se llevó una mano al rostro durante unos segundos y quitó los mechones que le caían por la frente—. Tuve que ir de ciudad en ciudad, de aldea en aldea, sin saber qué hacer ni a donde dirigirme en realidad. Fui creciendo y aprendiendo a manejar la espada de lo que veía, aprendiendo a usar puñales y arcos para robar y poder comer. Nadie me acogía, y me fui volviendo un lobo solitario a medida que crecía. Te aseguro que no quiero volver a pasar por todo aquello, y no me importa ayudarte en tu misión, ni aunque tenga que morir en el intento. ¿Qué más me da a mí la muerte ahora? —Se encogió de hombros y esbozó una sonrisa que más bien parecía una mueca de dolor.

—Vaya, lo siento, yo... no sabía nada de eso —dijo Camus sin saber qué decir.

—No tiene importancia. Todo eso pasó ya hace mucho tiempo —sonrió.

—Parece ser que no me voy a poder deshacer de ti nunca

—bromeó dando un suspiro.

—¡Eh! —Se quejó.

—Era una broma —rio—. Venga, volvamos adentro pues, compañero —le puso una mano amistosa en el hombro sano y le sonrió.
    

    Milo no pudo contenerse y acercó rápidamente su rostro al del otro para besarlo apasionadamente. Camus se sobresaltó, pero pronto agarró a Milo por la cintura y se sumó al beso que este le regalaba.


    

    No se había atrevido a pronunciar palabra desde que se había despertado. Orfeo le había intimidado más de la cuenta, y aunque Eurídice se había mostrado más amigable, no pudo sentirse cómodo en aquella casa.

—No se lo tengas en cuenta. Lo hizo para que no te pasase nada —le dijo la joven sirviéndole una hogaza de pan y dulce y sentándose con él a la mesa.

—Lo sé, no pasa nada —sonrió.

—Verás, es que últimamente ha habido por estos caminos muchos asaltos incluso a familias y carromatos, y Orfeo intentó ayudar a esas personas que eran sorprendidas, pero nunca consiguió llegar a tiempo...

—Es terrible. ¿Por qué está pasando todo eso? —Preguntó con los ojos muy abiertos.

—No lo sé, Mime. Hace mucho tiempo que no salgo de este lugar para no correr riesgos, y Orfeo no consigue apenas información de las aldeas más cercanas —bajó la cabeza.
    

    Mime pensó que seguramente sabía él más cosas que aquellos dos, pero no se atrevió a decir nada al respecto. Sabía de sobra que Él había movido ficha tiempo atrás, y que ahora estaba poniendo a prueba sus peones. Sabía que enviaba guerreros para acabar con lo que pudiera molestarlo. Alberich le había tenido informado de multitud de sucesos que pasaban en Ashol.
    

    Alberich... recordar su nombre, su rostro, su cariño, lo hizo entristecerse enormemente por dentro. No volvería a verlo jamás, y eso le dolía demasiado. Su corazón se sentía muy solo desde el día que lo vio morir en sus brazos.

—¿Estás bien? —Le preguntó Eurídice posando la mano sobre su brazo.

—Sí —mintió.

—Se te ve muy desanimado —le dijo preocupada.

—No es nada. Sólo recuerdos...

—Los recuerdos hacen más daño que las espadas.

—Lo sé.
    

    Orfeo entró en la habitación y le dio un suave beso a su esposa en los labios. Cargaba con él una lira bajo el brazo, y se puso a tocarla cuando se hubo sentado junto a ellos. Cuando las notas comenzaron a sonar, ambos quedaron sumergidos en ellas. Orfeo tocaba como los mismísimos ángeles, y su música era armoniosa y penetrante. Cuando acabó, Eurídice se echó sobre él y lo abrazó con todas sus fuerzas.

—Hacía mucho que no tocabas esa melodía, Orfeo —le dijo sonriendo.

—Quería verte sonreír, eso es todo—le dijo él.

—Tocais muy bien —lo halagó Mime.

—No hace falta que me trates con cortesía, joven. Hace mucho que perdí la costumbre —le sonrió—. Siento haberte pegado antes, era por tu bien.

—Me es igual.

—Aún no ha pasado el peligro, así que no te dejaré salir de aquí —se encogió de hombros.

—No seas así, Orfeo —le reprochó Eurídice.
    

    Un poco después sirvieron la cena y se fueron a dormir. Le cedieron una pequeña habitación a Mime y se fueron a dormir juntos a otra.
    

    No pudo dejar de pensar en Alberich. Lo echaba demasiado de menos. Además, había perdido su lira y su caballo. Sabía perfectamente que sin su lira él no era nada. Era ella la que le daba las fuerzas y la energía, la que lo protegía cuando él lo requería. Tenía que recuperarla a toda costa, y si era posible, recobrar también su caballo.
    

    Pero no podía hacer nada mientras estuviese en ese lugar. Orfeo era mucho más fuerte que él y lo detendría sin ningún problema. Pensó en escapar esa misma noche, pero ambas habitaciones estaban muy juntas y la madera rechinaba casi por estar sólo sobre ella. Por otro lado, le dolía mucho la cabeza y varias partes del cuerpo de la caída del caballo.
    

    Suspiró. Sabía perfectamente que aquella noche iba a ser un infierno sumido en recuerdos y en anhelos que no podría recuperar. Al menos dormía bajo un techo seguro.
    

    Pero algo alteró su descanso justo antes de quedarse profundamente dormido. Oyó ruidos de puertas abriéndose y varias pisadas diferentes entrando a trompicones. Se llevó las sábanas a la cabeza para cubrirse, pero pronto cambio de opinión, no queriendo ser tan cobarde, y se levantó de la cama preparando el cuerpo para cualquier sorpresa.
    

    Oyó la voz de Orfeo que gritaba para que se fueran. No pdo contenerse más y salió de la habitación, y allí los vio: eran los mismos bandidos que lo habían sorprendido por el camino. El rubio sostenía a Eurídice bruscamente por un brazo y la zarandeaba de atrás hacia adelante mientras Orfeo los amenazaba con matarlos a todos si no la soltaban. Éste se percató de la presencia de Mime y le hizo señas con el brazo para que volviese dentro de la habitación, y así lo hizo.

—¿Hay alguien más en esta casa? —Preguntó uno de cabellos sucios y castaños mirando en todas direcciones.

—Sólo nosotros dos. ¡Sodtalda, bastardos! —Gritó con rabia.

—Bastardos, dice. Y eso que aun no hemos empezado la fiesta —se rio otro de ellos.

—¡Orfeo! —Gritó Eurídice mientras el rubio le apretaba cada vez más el brazo.
    

    Al oírla, Orfeo se abalanzó sobre él y le asestó un puñetazo en la cara que hizo rugir de rabia al hombre. Este lanzó a la muchacha hacia atrás haciendo que cayera al encontrarse con la pared, y cogió a Orfeo por la camisa, lo levantó en el aire y lo tiró contra un armario con puertas de cristal y botellas dentro, que se le clavaron por todo el cuerpo. El rubio no le dio mucha tregua. Volvió a cogerlo por un brazo y lo lanzó de nuevo, esta vez contra el suelo. Luego un cuarto bandido le dio una patada en el costado y le hundió un puñal en el pecho cuando intentó levantarse.
    

    Orfeo intentó gritar, pero no le salió ningún sonido de la boca. Oía a Eurídice, su amor, llamarlo desesperadamente, pero él solo sentía dolor por todo el cuerpo y su vista se nublaba impidiéndole ver lo que sucedía a su alrededor. Pudo oír también las risas de los hombres mientras salían de su hogar. Él se quedó alli, agonizando, sin poder apenas moverse ni abrir los ojos.
    

    Sintió los brazos de alguien que lo levantaba y lo dejaba sobre su regazo.

—Eurídice... —la llamó con un susurro.

—Soy Mime, Orfeo, se la han llevado —dijo mientras le temblaban las manos y las lágrimas caían de sus ojos.
—Eurídice —volvió a susurrar.

—Os juro, Orfeo, por toda la vida de este mundo, que recuperaré a vuestra amada sana y salva. Os lo juro —le prometió apretando fuertemente el puño y los dientes con rabia en cada palabra.

—Mime —lo reconoció—. Sálvala, Mime, por favor —dijo alzando una mano— y dile... que la amo —sonrió por última vez y dejó caer los párpados cerrando sus ojos para siempre.

—Se lo diré —le prometió.
    

    Cargó como pudo con el cuerpo de Orfeo hasta dejarlo sobre su cama, y luego cogió algunas de las provisiones que encontró por la casa antes de salir de el que había sido el hogar de aquella pareja tan feliz.


    

    Salió de las ruinas de la casa como llevaba haciendo todas las noches desde que llegó a ese lugar, para seguir hablando con el espantapájaros. Los cuervos graznaban más de lo habitual, pero no le dio demasiada importancia.
    

    Cuando llegó al lado del ser escalofriante, lo sintió frío y sin vida, como debería haber estado siempre. Había un cuervo posado sobre su sombrero que le picoteaba uno de los botones que hacían de ojos.

—¿Espantapájaros? —Lo llamó con miedo, sin obtener respuesta.
    

    Quiso dar media vuelta para marcharse con el corazón en un puño y palpitándole con fuerza, pero unas raíces brotaron de la tierra bajo sus pies y lo sostuvieron por las piernas, dejándolo inmóvil. Gritó todo lo que pudo e intentó liberarse, pero fue incapaz.

—Me he cansado ya de jugar contigo, Shun —dijo el espantapájaros a sus espaldas.
    

    El joven giró la cabeza para mirarlo, y vio que este se había bajado de la madera que lo sustentaba y caminaba torpemente hacia él, amenazador.

—Espantapájaros —susurró Shun con lágrimas en los ojos—. ¿Por qué?

—Los humanos sois tan débiles y tan cobardes... —dijo parándose al lado suyo—. ¡Debería daros vergüenza existir! —Alzó una de sus manos y la bajó rápidamente, cayendo dolorosamente sobre la mejilla de Shun, quien gritó sin poder evitarlo.
    

    A pesar de estar hecho de paja, el golpe había sido muy duro y fuerte. El joven intentó liberarse inútilmente de las raíces otra vez.
    

    El espantapájaros se llevó una de las manos por encima de la cabeza y una espada oxidada apareció de la nada entre sus dedos de paja. Se rio macabramente antes de bajar la espada contra Shun, quien giró la cabeza y cerró los ojos fuertemente. Pero el golpe no le llevó. En vez de eso, había oído la colisión del acero contra el acero. Miró de nuevo y pudo comprobar cómo un joven rubio bien vestido blancia una espada con la empuñadura del color del hielo y la interponía entre el espantapájaros y él.

—¿Quién eres tú? —Quiso saber el espantapájaros.

—Tu peor pesadilla —susurró el rubio antes de soltarle un tajo por lo bajo que le separó la mitad inferior de la mitad superior, y la paja voló por los aires cayendo alrededor de ellos.
    

    Shun no podía creerse lo que le estaban mostrando sus ojos, y liberándose de las raíces que se habían debilitado agarró al muchacho de un brazo y le hizo soltar la espada.

—¡¡¡No lo mates!!! —Le pidió desesperado—. Es lo único que me queda en esta vida.

—Si no lo mato yo te matará él a ti —respondió frío ante su súplica.

—Pero...
    

    No le dio tiempo a decir nada más. El rubio ya cogía de nuevo la espada y se abalanzaba sobre el espantapájaros que también se posicionaba para recibir el ataque.
    

    El ser tenebroso no duró mucho más. El paso de tanto tiempo lo había debilitado considerablemente, y no pudo hacer mucho contra un joven guerrero tan habilidoso como aquel al que enfrentaba.
    

    El joven le dio ágiles estocadas por todas partes hasta dejarlo prácticamente vació, con toda la paja cayendo a su alrededor. Se dio la vuelva victorioso pero algo lo empujó hacia un lado, haciendo que se estampase contra el suelo y el maíz.
    

    Shun, por otra parte, no sabía a quién socorrer. El espantapájaros había sido su única compañía esos últimos días, pero le había atacado, en cambio ese joven extraño estaba acabando con su amigo pero después de que este lo atacase. Definitivamente tenía la cabeza hecha un lío, por eso apenas se movió del sitio.
    

    Un enorme campo de color gris, negro y morado fue brotando del espantapájaros y cubriendo poco a poco todo el espacio que lo rodeaba. Cada espiga que tocaba este campo se pudría y desintegraba casi en el acto. El joven rubio cogió a Shun por un brazo y corrió con él a medida que el campo se iba acercando cada vez más a ellos, pero el peliverde tropezó con otra de las raíces que le oprimía el tobillo y no lo dejaba levantarse.
    

    El rubio se dio la vuelta y suspiró, pensando que tendría que enfrentarse a él sí o sí. Avanzó unos pasos hacia delante con la espada entre las dos manos y con un rápido movimiento de los brazos hundió el filo en el campo y dejó una brecha por la que penetró, sintiendo su cuerpo deteriorarse. Corrió todo lo más aprisa que pudo hasta llegar al centro de aquella cúpula, y clavó con rabia su espada en la cabeza del espantapájaros, que apenas lo notó.

—No eres nada, humano —susurró.

—Ya veremos quién es nada cuando te corte a rodajas —contestó el rubio apretando los dientes y los puños.
    

    Alzó de nuevo su espada y le dio estocadas a diestro y siniestro. A su pesar, la energía oscura del campo que había creado el espantapájaros lo estaba debilitando por segundos. Tenía que darse prisa, pero no sabía qué hacer para remediar la situación.
    

    Por otro lado, Shun se estaba poniendo muy nervioso. Le temblaban las piernas completamente mientras intentaba liberarse de nuevo de la raíz que lo aprisionaba. Podía oír los gritos del joven desde allí. Un gran sentimiento de pánico inundó su corazón, y levantó las manos hacia el cielo, como pidiendo un milagro o una señal. Vio las estrellas, pero en ese momento sólo le parecían simples puntos de luz que no servían para nada.
    

    Se encogió sobre sí mismo cuando más raíces comenzaban a brotar del suelo y lo engullían poco a poco. Se sentía tan débil e inútil como un bebé.
    

    El joven rubio cayó al suelo ante el espantapájaros completamente debilitado por el campo y los múltiples ataques que había llevado a cabo contra el ser tenebroso frente a él. Éste se rio, y alzó su espada para acabar con la vida del joven. Pero, en el instante anterior a la tragedia, una onda de oscuridad sacudió todo el terreno, llevándose por delante todo el trigo que quedaba en pie, levantando la tierra, empujando al rubio hacia adelante, y atravesando al espantapájaros, quien se fue consumiendo por la oscuridad que trepaba por todo su cuerpo.

—¿Qué...? —El joven giró la cabeza cuando pudo empezar a moverse y allí lo vio, rodeado de oscuridad absoluta.

Notas finales:

Muchas gracias por leer y espero que les haya gustado :D


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