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El mundo de Ashol por AndromedaShunL

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Notas del capitulo:

¡Hola! Aquí les dejo el nuevo capítulo de esta historia. Siento muchísimo estar actualizando tan irregularmente, pero son cosas de los estudios.

Espero que lo disfruten!! :D

    El sol fue saliendo poco a poco de detrás de las montañas y de los árboles. Era un día apacible, aunque alguna nube negra de un poco más lejos amenazaba con lluvia. Las aves cantaban desde las ramas, y más allá podía oírse el sonido de un arroyo.
    

    Camus se despertó antes que Milo. Habían dormido en la misma cama y compartido una noche juntos. Tenía el cabello desordenado y estaba un poco confuso, pero se incorporó de un salto sobre el suelo cuando sintió los pasos de Shaka fuera de la habitación. Este abrió la puerta y le tendió a Camus una bolsa de cuero cerrada.

—¿Qué es? —Preguntó.

—Provisiones. Vais a ir muy lejos, y necesitaréis toda la ayuda que me sea posible brindaros —dijo este sin aceptar una negativa.

—Gracias, pero no era necesario —sonrió Camus.

—¿Cuándo partiréis?

—En cuanto despierte.

—Acaba de amanecer, podéis permanecer unas horas más si lo deseáis.

—No, gracias. Nos vendrá bien un poco de aire fresco.
    

    Milo se movió entre las sábanas y Camus se acercó para despertarle, pensando que si tenía que esperar a que lo hiciera él solo estarían allí días.

—¿Que nos vamos ya? —Preguntó frotándose los ojos.

—Sí, no hay tiempo que perder.

—Pero si apenas ha amanecido —se quejó.

—Ya te he dicho que no hay tiempo que perder.

—Está bien.
    

    Shaka salió de la habitación para despedirles cuando se hubieran preparado. Camus se puso su ropa de viaje, ya limpia después de haberla lavado el día anterior y Milo la suya, también limpia. Cuando estuvieron listos cogieron cada uno sus pertenencias y Camus miró dentro de la bolsa de cuero que le había dado Shaka. Dentro había hogazas de pan, dulces, queso, manzanas y una navaja. No era mucho, pero tampoco podían salir de allí llevando un montón de carga a hombros.

—Ya estoy listo, ¿me das mi daga? —Preguntó Milo.

—¿Por qué iba a dártela? —Se burló Camus.

—Ya viste lo que pasó ayer. Aún me resiento del hombro.

—Ya te la daré.

—No seas tacaño, es mi daga.

—La robaste.
    

    Milo se acercó a Camus, quien le daba la espalda, y le rodeó por la cintura, susurrándole al oído:

—¿Quieres que te robe a ti?

—Ahora no —sonrió.

—Vaya.
    

    Se separó de él y salió de la habitación. No vio a Shaka en la sala de estar, así que decidió salir de la cabaña. Allí estaba el rubio, mirando por el sendero por el que los vería marchar.

—Camus —dijo.

—¿Ocurre algo?

—No debéis confiaros demasiado. Tenedlo en mente —contestó, para sorpresa del otro.

—¿A qué os referís?
    

    Shaka estaba a punto de contestar cuando Milo salió de la cabaña cargando prácticamente con todo.

—Espero que el viaje os sea leve y encontréis aquéllo que estáis buscando —le deseó.

—Gracias. Jamás podré pagarle su hospitalidad —sonrió Camus.
    

    Salieron de aquel lugar dos horas después. Milo se había empeñado en seguir el camino equivocado entre un sendero que al final resultó no serlo. Además, Camus tenía que aguantar sus quejidos cada vez que le dolía la herida del hombro.

—Por fin hemos bajado. ¿Dónde están las montañas esas?

—Preguntó Milo.

—Por allí —señaló con el dedo una cordillera bastante alta cubierta completamente de nieve. Estaba muy lejos y si hubiera habido nubes blancas no la hubieran podido distinguir desde allí.

—Vamos a tener que andar un buen rato —dijo Milo.

—Comencemos pues.

    
    

    Cuando recuperó el conocimiento ya había amanecido. El sol le daba en la cara y le calentaba el cuerpo. Era una sensación agradable. Se levantó de entre el trigo y se llevó una mano a la cabeza, la cual le dolía a horrores.

—¿Qué ha pasado? —Preguntó en apenas un susurro.

—Te has desmayado —dijo una voz a su lado, sobresaltándolo.
    

    Shun miró hacia quien le había hablado: un muchacho de cabellos rubios y ojos azules, delgado pero fuerte, más o menos de su edad, que portaba una espada en la mano derecha. De repente comenzó a recordar todo lo que había pasado esa noche: el espantapájaros quería matarle, había aparecido ese chico para salvarle en el último momento, el campo morado que se agrandaba y mataba todo a su paso, él perdiendo el control... otra vez.
    

    Se encogió sobre sí mismo al recordar todo aquello y empezó a llorar sin poder evitarlo. El joven se sentó a su lado y le pasó un brazo por los hombros, abrazándolo. Intentó tranquilizarlo con las palabras y esperó hasta que Shun recobrase el habla.

—¿Estás mejor ya?

—¿Quién eres? —Le preguntó sin prestar atención.
    

    El joven se quedó un momento sin saber si responder o no. Tampoco él sabía quién era ese peliverde. Había recibido órdenes muy estrictas y ya estaba retrasando su regreso.

—Mi nombre es Hyoga —le ayudó a levantarse—. ¿Cuál es el tuyo?

—Shun —contestó secándose los ojos con la manga de la camisa—. ¿Por qué...?

—Es una larga historia, y no tengo tiempo de contártela. Tendrás que disculparme —se dio la vuelta para marcharse pero Shun lo retuvo por el brazo.

—Espera, no me dejes aquí solo —le pidió.

—No puedo hacer otra cosa. Tengo que irme, lo siento —se separó de él y una espesa niebla apareció entre ellos. Cuando desapareció, Hyoga ya no estaba allí.
    

    Se quedó en el sitio sin atreverse a dar un paso. Estaba solo de nuevo, y no quería volver a comprobar si seguiría el espantapájaros donde había estado desde que llegó a aquel lugar. Un poco más allá todo el trigo se hallaba marchito, y el paisaje se tornaba marrón y gris. Sin dejar de mirar caminó de espaldas unos pasos y después se volteó para salir corriendo dirección al bosque.
    

    Corrió hasta que las piernas le impidieron seguir. Se dejó caer en la hierba, y se sentó con la espalda pegada al tronco de un árbol joven. Jadeaba por el esfuerzo, intentando pensar que ya se encontraba lejos del espantapájaros. Sabía o creía que este ya no existía, pero no podía evitar sentir miedo, mucho miedo. Pensó que el corazón se le saldría del pecho cuando sintió ruidos en frente de él. Se levantó e intentó subirse al árbol, pero no pudo. Entonces aguardó al peligro, y suspiró fuertemente cuando comprobó que solo se trataba de un conejo de pelaje pardo que salió dando saltos en cuando lo vio.

—Por qué me estará pasando esto a mí... —se preguntó.

—Es el curso de la vida, supongo —dijo una voz proveniente de las ramas del árbol.
    

    Shun se dio la vuelta en seguida, pero se relajó al ver a Hyoga bajar de un salto y situarse a su lado.

—¿No te habías ido? —Le preguntó intentando recuperar el aliento.

—He cambiado de planes. Vamos, te llevaré a un lugar seguro —le tendió una mano amistosa, aunque Shun dudó si cogerla o no.

—¿Qué lugar?

—Cualquiera mejor que un bosque tan tétrico como este —sonrió.
    

    Estuvieron largo rato caminando por entre los árboles hasta que llegaron a uno mucho más grande que los demás. El tronco era de ancho como siete personas cada una al lado de la otra, aunque no se veía nada extraño en su corteza. Las ramas estaban ocultas entre la multitud de hojas que pendían de él.

—Vaya, es muy grande —comentó Shun.

—Es un pequeño refugio.

—¿Refugio?
   

    Hyoga se acercó al árbol y con tan solo tocar la madera, una especie de puerta se abrió entre la corteza, dando paso a unas escaleras que bajaban y bajaban sin dejar ver más que la oscuridad.

—¿Tenemos que bajarlas? —Preguntó el peliverde con algo de miedo en sus ojos, el cual se agrandó al ver asentir al otro.

—No te preocupes, aquí no va a llegar nadie.
   

    Hyoga empezó a bajar una a una las escaleras, y Shun no tuvo más remedio que seguirle. Cuando la luz de la superficie iba reduciéndose cada vez más, el rubio alzó una mano y una chispa brotó de sus dedos, convirtiéndose en unos segundos en una llama que iluminaba las escaleras.

—¿Cómo...? —Empezó Shun parándose en seco.

—Cuidado con los escalones, no son todos iguales —le advirtió.

—Está bien —suspiró y siguió bajando.
    

    Parecía que esas escaleras no se iban a acabar nunca, y Shun estuvo a punto de tropezar varias veces. Vio que Hyoga se paraba y esperó a que siguiera descendiendo, pero al poco se dio cuenta de que ya habían llegado a su destino.
    

    La improvisada antorcha desapareció de los dedos del rubio para dar paso a una iluminada sala de paredes de piedra gris. No era muy grande pero era suficientemente amplia. Había antorchas de verdad entre la roca, que titilaban creando extrañas formas en las paredes. Había una cama que no parecía ser muy cómoda en una de las esquinas, con apenas una manta para taparse. Una mesa de madera se encontraba en el centro de aquella habitación, con una bandeja con frutas y una vasija llena de agua. Había algunos cuadros colgados con pinturas de bosques y praderas, y un espejo algo resquebrajado apoyado en la piedra.

—¿Vives aquí? —Le preguntó Shun mientras admiraba uno de los cuadros.

—No —respondió con una sonrisa—, pero a veces me gusta venir hasta aquí para estar solo y separarme de mis problemas por un tiempo.

—¿No te sientes solo tan lejos de todo? —Se giró para mirarle.

—No necesito ese todo para nada, más bien huyo de él —suspiró—. Lo siento, solo tengo una cama, pero puedes dormir en ella, yo saldrá a coger algo para hacerme una.

—¡No, no! Encima de que me ayudaste no permitiré que me cedas tu cama. Puedo dormir en cualquier parte, no me importa —sonrió—. Además, no es muy grande pero podemos compartirla.

—¿Estás seguro?

—¡Claro que sí!

—Como quieras, pues —asintió sonrojándose.
    

    Shun lo miró y se sonrojó también sin poder evitarlo, dándose cuenta de lo que acababa de decir. Ese joven rubio era muy guapo, y sintió que el corazón se le aceleraba cuando Hyoga se acercó a él.

—No te preocupes, todo acabará pronto —le prometió con tristeza en sus ojos.

—¿Qué está pasando? —Quiso saber.

—Es complicado de explicar —respondió al cabo de unos segundos, suspirando—. Ahora no es momento para ello. Descansa un poco, yo iré a por algo de comer, que con esto no nos llega —dijo señalando la mesa con las frutas.
    

    Hyoga subió de las escaleras por las que habían llegado, y Shun volvió a sentirse solo en el mundo. Todo lo que había pasado desde que tuvo que huir de su aldea había sido muy complicado, extraño y triste. Había perdido a su madre y a todos aquellos que se supone habían ofrecido sus brazos para ayudarle. Había perdido al espantapájaros que tanta paz le trajo los últimos días, y ahora estaba en un bosque en no sabía dónde, perdido, con un desconocido del que solo sabía su nombre.

—Por qué me tiene que estar pasando esto a mí... —susurró sentándose en una de las sillas y hundiendo el rostro entre las manos.

 

—¿Tardaremos mucho en llegar hasta allí? —Preguntó Milo mirando a su alrededor.

—Las montañas están bastante lejos a simple vista, espero que podamos encontrar alguna ciudad o aldea por el camino.
    

    El sol se estaba casi poniendo y solo habían conseguido encontrar un camino de piedra con extensos prados a los lados. No sabían exactamente adónde les llevaría, pero era la opción más sensata.

—¿Y si no encontramos nada?

—Pues tendremos que pasar la noche a la intemperie —se encogió de hombros.

—Oh, no. ¡De eso nada! —Se quejó Milo acelerando el paso para situarse delante de Camus y cortarle el camino—. Prefiero no dormir.

—¿En serio?

—Sí. Sabes... me da igual no dormir en todo el camino, lo importante es llegar hasta las montañas Nevadas cuanto antes para encontrar a tu hermano —dijo bajando la cabeza.

—Milo...

—Sigamos, no podemos perder más el tiempo —dio media vuelta y continuó andando por el camino.
  

    Camus se quedó unos segundos en el sitio con el corazón latiéndole muy fuerte, y después comenzó a seguirle con una sonrisa en los labios.
   

   

 

    No supo cómo había encontrado el camino en el que había viajado antes de que Orfeo le dejara cobijo bajo su techo, pues los árboles crecían formando laberintos. Ya de noche hubo encontrado una edificación de casi tan gran tamaño como lo era el castillo Benetnasch, pero apenas podía ver más allá de unos metros por la oscuridad que tan repentinamente había llegado. Pensó que sería mejor, así no tendría que preocuparse por si alguien le veía o no.
    

    La misión que le había encomendado Orfeo era de alto nivel, pero en esos momentos lo último que se le pasaba por la cabeza era abandonar. Además, aquellos bandidos también le habían robado su lira, y tenía que encontrarla a toda costa.
    

    Cuando se hubo acercado más, comprobó que se trataba de un fuerte. Dio una vuelta alrededor con cautela hasta que encontró la puerta de entraba, la cual estaba completamente cerrada. Miró hacia arriba y vio algunas antorchas encendidas y oyó murmullos en lo alto. Se apresuró a pegarse a la pared para que no se percatasen de su presencia, y se sentó en la hierba a pensar qué podía hacer para penetrar en la edificación.
    

    Unos minutos después la madera de la puerta empezó a crujir a su lado, abriéndose poco a poco. Se tiró al suelo e intentó que la oscuridad lo ocultara por completo, sin mover ni un solo músculo. El corazón le latía con la fuerza de cien tormentas, y la respiración se le aceleraba.
    

    Cuando la puerta se hubo abierto por completo, una serie de hombres montados a caballo salieron al galope. No pudo distinguir ni sus rostros ni sus ropajes, pero le importó más el hecho de que no lo hubiesen visto allí tirado.
    

    Sin pensárselo dos veces, se levantó tan sigiloso y rápido como pudo y se adentró por la puerta sin despegarse ni un centímetro de la pared. Por suerte las antorchas de los hombres que estaban en lo alto de la muralla no alcanzaban a alumbrar mucho más que unos pocos metros.

—Eh, creo que he oído algo allá abajo —dijo uno de los que se encontraban en la muralla, asomando la cabeza para ver mejor.

—No seas tonto, yo no veo nada —dijo un segundo.
    

    El corazón de Mime comenzó a latir mucho más fuerte que antes, y cerró los ojos para contenerse el querer salir corriendo. También quiso gritar, y se reprochó una y otra vez haber salido de su hogar para ir a ninguna parte. Esperó aguantando las ganas de moverse a que las antorchas volviesen a su posición anterior.

—¿Ves como no hay nada? Sería un ratón o algo, esto está lleno de esas condenadas ratas.

—Voy a bajar.

—¿En serio? —Preguntó con incredulidad.

—Nunca se sabe.

—Sí, ten cuidado, no te vaya a comer una rata —se mofó.
    

    Mime oyó los pasos del sujeto bajando por las escaleras de piedra hasta el patio donde estaba él. No sabía qué hacer, si correr o permanecer en su sitio. De pronto palpó sin querer por debajo de su camisa y notó el filo de un puñal que había tomado de la casa de Orfeo y Eurídice. Lo sacó de sus ropas y lo sujetó fuertemente con la mano izquierda, aguardando a que el hombre se acercase a él.
    

    Los pasos se hacían cada vez más cercanos y cada vez notaba más el calor de la antorcha sobre su rostro. El hombre apareció por la esquina de la pared de piedra, espaldas a él. Tenía el pelo completamente enmarañado, y sus ropajes eran viejos y estaban rotos. Lo único que llevaba para defenderse era la antorcha en su mano derecha y un cuchillo de cocina colgado del cinto.
    

    La respiración se le hacía cada vez más pesada y no pudo evitar dejar escapar un suspiro que hizo que el hombre se girase bruscamente. Mime actuó tan deprisa como pudo y le clavó el puñal en el cuello, rezando por dentro para que no gritase. El acero se hundió en su carne y la sangre salpicó el rostro de Mime y su camisa, y los ojos del hombre, abiertos por la sorpresa, lo miraban abandonando la vida mientras su cuerpo se sacudía en el aire.
    

    Mime sacó el puñal del cuello del bandido y éste cayó al suelo, inerte. Miró hacia arriba con el corazón saliéndole del pecho por momentos para comprobar que el otro seguía allí arriba. Cuando vio que no se había dado cuenta de lo sucedido, se dejó caer al suelo al lado del cadáver, con los ojos como platos y todo su cuerpo en tensión. Era la primera vez en toda su vida que hería e incluso asesinaba a un hombre.
    

    Cuando recuperó la compostura, se levantó intentando no mirar al bandido. Volvió a pegarse a la pared de piedra y apagó la antorcha aún encendida echándole tierra encima. Comenzó a caminar sin rumbo aparente y rogando para que sus ojos se acostumbrasen pronto a la oscuridad que lo rodeaba. Un poco más allá consiguió distinguir una puerta que llevaba dentro del edificio, aunque no parecía que lo fuese a llevar a la zona principal. Corrió sigilosamente hasta ella y empujó la madera para intentar abrirla, pero estaba cerrada.
    

    Con el miedo en sus ojos miró en todas direcciones y pudo oír la conversación de otros dos hombres proveniente de uno de los lados. No llevaban antorchas pues no se reflejaba luz en ninguna parte.
    

    Nervioso y estresado, giró el manillar todo lo fuerte que pudo, pero la puerta seguía sin abrirse y la conversación cada vez se acercaba más hacia él.

—... que es muy guapa, sí. Y rubia, que es como a mí me gustan.

—¿Tú crees que nos dejará compartirla?

—¡Claro que no! Él es el jefe, hace lo que quiere. ¿En serio te parece que nos dejará siquiera olerla?

—La esperanza es lo último que se pierde.

—Como mucho nos dejará verla...
    

    Mime volvió a cerrar los ojos y cogió su puñal, atravesando la madera con todo el cuerpo temblándole con fuerza. Hizo una abertura en la puerta y metió el brazo para abrir desde dentro, llenándose de la piel de astillas. Apretó los dientes para aguantar el dolor y penetró en la construcción cerrando la puerta tras de él tan silenciosamente como fue capaz, y deseando que nadie se hubiese percatado de su escándalo. Se dejó caer al suelo, con una mano en el brazo herido, la respiración fuerte y entrecortada. Cerró los ojos sin poder evitarlo y lo invadió el sueño.

—Alberich...

Notas finales:

Muchas gracias por leer, y espero que les haya gustado!! No sé cuándo actualizaré, así que disculpas anticipadas!


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