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Hoy por ti, mañana por mí por Marbius

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2.- El turno de Bill.

 

Vacaciones en México y todo apuntaba a ser la semana más grandiosa de sus vidas.

Casi, errando y por mucho.

Porque era increíble cómo el comer los platillos de la localidad habían superado a los paseos en la playa, las increíbles puestas de sol, los baños al atardecer en la playa de la cabaña que habían rentado, las salidas en bote a las islas aledañas y las sesiones de sexo al amanecer desde su balcón, rodeados por botellas del más fino champagne y la brisa salitrosa proveniente del mar. Y no para bien, sino para mal.

—Me voy a morir —gimió Tom la madrugada del quinto día, abrazado al inodoro de su habitación compartida con Bill y aspecto de haber pasado la noche en vela en esa misma posición—. Oh Dios, voy a morir en México por comer esa porquería de platillo... —Alcanzó a maldecir, antes de inclinarse sobre el retrete y devolver lo poco que quedaba dentro de su estómago.

—No dramatices —le dijo Bill, de cuclillas a su lado y acariciándole la espalda en reconfortantes movimientos circulares—. Además, fue tu culpa por comer esa cantidad de mariscos de una sentada.

—Estaban deliciosos —fue la respuesta del mayor de los gemelos, su voz haciendo eco en el interior de la bacinica de porcelana.

—Nunca dije que no fuera así, recuerda que yo también estuve ahí—le ayudó después Bill a enjuagarse el mal sabor de la boca con un vaso de agua estratégicamente preparado de antemano y después a limpiarse con una toalla el sudor del rostro—. ¿Te sientes mejor?

—Sólo... menos peor —respondió Tom en un quejido—. Cama, quiero irme a la cama.

—Concedido —le prestó Bill el brazo para ponerlo de pie y entre los dos acercarse a la mullida cama donde menos de veinticuatro horas antes, habían hecho el amor apasionadamente. Costaba creer que era el mismo sitio donde ahora unTom con aspecto de enfermo terminal, se dejaba caer bajo el peso de la gravedad y rodaba sobre su costado hasta quedar hecho un ovillo.

—¿Estás seguro que no quieres que llame al médico del hotel? —Se sentó Bill al lado de su gemelo, apartándole los mechones de cabello que se le pegaban a la sudorosa frente.

Aquella no era la manera en la que había imaginado que pasarían su cumpleaños cuarenta. En su momento, México había sonado exótico, romántico, un sitio paradisiaco con sus playas de arena blanca y playas cristalinas donde celebrar el inicio de una nueva década en sus vidas y de paso un aniversario más en su relación como pareja. Celebración doble por sus dos vínculos más importantes, como gemelos y como amantes.

En definitiva, la realidad no se acercaba ni por asomo a lo que habían imaginado en un inicio.

Que si bien los primeros días habían sido de lo más increíbles, tal como en sus fantasías, el golpe de gracia había caído la tarde anterior al salir a caminar por la playa y encontrar un restaurante con buen aspecto desde donde emanaban los vapores de la comida al ser preparada, de tal manera, en que se les había hecho agua la boca y habían decidido entrar y disfrutar de la comida local.

Tom en especial con eso último, pidiendo una charola selecta con mariscos y platillos con nombres impronunciables, para encanto de la camarera, quien después de atender su orden, les había guiñado un ojo con picardía.

La tarde había dado paso a la noche con ellos degustando cada nuevo plato con comida que el cocinero les mandaba, al grado en que al momento de pagar la cuenta y retirarse a su hotel, les había costado levantarse de sus sillas por el peso extra en sus estómagos.

Caminando de regreso por la playa bajo el cielo estrellado y el ruido de las olas al romper en la costa, el momento había sido perfecto. Tomados de la mano y compartiendo besos aquí y allá, una vez en la habitación no se habían podido contener en desnudarse el uno al otro con desesperación y pasar uno de los momentos más románticos de su vida.

De sólo recordarlo, a Bill se erizaba cada vello del cuerpo...

Y cual si Tom se propusiera en arruinar más el día, soltó un gruñido, seguido del más sonoro, largo y oloroso gas que el menor de los gemelos hubiera olido jamás. Que para alguien que había olido los de Georg después de que éste hubiera comido pan de ajo relleno de mozarela, era ya mucho decir.

—Ugh, Tom —se quejó desde detrás de su camiseta, cubriéndose la nariz—. ¿Seguro que sólo comiste mariscos y no algún zorrillo con buena preparación?

—Bueno... —El mayor de los gemelos tuvo la decencia de al menos lucir avergonzado—. Mariscos y otras comidas más. El menú se veía tan apetitoso, que no me pude resistir. Comí algo con pollo, picante, pero yumi. Y había postre de tuna, sea lo que sea, también sabía delicioso.

—¿Tuna? —Inquirió Bill, con una ceja arqueada—. Suena pescado.

—Nop, fruta. Creo que era una fruta. Al menos a eso sabía. Ya no sé más, igual pudo ser estiércol, pero no me importa porque es lo mejor que he comido en mi vida—rodó Tom en la cama, dejando salir más gases en el proceso—. Oh, quiero más.

—Olvídalo —se levantó Bill de la cama a abrir las ventanas para dejar que el aire fresco circulara en el interior de la habitación. Por su propio bien y el de su nariz, más valía que así fuera—. Las únicas palabras que sé en español son ‘sí’, ‘no’, ‘gracias’ y ‘te quiero puta’; dudo que eso nos lleve al hospital si empeoras, así que de momento, olvídate de la tuna y cualquier otro platillo que hayas comido en estos últimos días.

—Guacamole... —Balbuceó Tom—. Eso también tiene buen sabor.

—Me rindo contigo —se presionó Bill el tabique nasal entre dos dedos.

Tom rió por lo bajo, aún con la expresión en el rostro de estar dando a luz a un cactus por medios naturales, o tan naturales como su cuerpo masculino pudiera.

—¿Qué es tan gracioso? —Bufó el menor de los gemelos, viendo que Tom seguía con una sonrisa en los labios y de vez en cuando el sonido de la risa alcanzaba sus oídos—. Si tienen que lavarte el estómago por intoxicación, no te parecerá tan divertido que te metan una manguera por... Ya sabes dónde.

—Nah, sólo recordaba cuando éramos niños. Cuando la tía Norah aún vivía y a mamá le dio por cocinar, ¿te acuerdas? Y que vomitaste sobre su asado. Aquel día te enfermaste como yo ahora, ¿pero me quejé? ¿Te dejé abandonado a tu suerte? —Bufó—. Yo creo que no. —Dejó una pausa para que sus palabras calaran hondo en su gemelo—. Me la debes, Bill.

El menor de los gemelos soltó un suspiro. —Punto a tu favor, te la debo, como dices...

—Ven acá —extendió Tom los brazos al aire—, y bésame.

—Ugh, aún recuerdas eso —enrojeció Bill, pero de cualquier modo se sacó los zapatos y se acostó al lado de su gemelo, cuidando en no moverlo mucho  y provocarle otra oleada de náuseas con el bamboleo de cama—. En mi defensa, diré que tenía fiebre, mucha fiebre, y no sabía lo que decía o lo que hacía.

—Pero igual te besé —murmuró Tom, pasándole una pierna por encima de la cadera y atrayéndolo más de cerca—, ¿o no?

—Hiciste trampa —fue el turno de Bill de reírse—, así que yo haré lo mismo contigo.

—Lo dudo, soy de gustos simples—balbuceó Tom—. Yo sólo pido una pastilla para los gases y un buen trago de Pepto-Bismol.

—Tomi...

—Bueno, y un beso. Pero en los labios o no hay trato.

Bill se rió entre dientes. —Cuarenta años juntos y seguimos iguales que siempre, ¿uh?

Tom clavó sus ojos en su gemelo. —¿Esperabas algo diferente?

Bill so tomó un minuto para pensarlo. —¿La verdad? No.

Y lo cierto es que al decirlo, hablaba con la mano sobre el corazón.

Que estuvieran celebrando sus cuarenta años de vida no era lo asombroso, sino que a pesar de los altos y bajos tanto en su vida personal como en la profesional y pública, aún siguieran juntos. En el camino habían tenido que superar muchos obstáculos. Ya fuera en la forma de su madre, reticente a aceptar el lazo incestuoso que los unía y que al final había terminado por ceder, con la condición de que en algún futuro, sin importar lo lejano, le dieran al menos un nieto; las fans que incluso cinco años después de su último disco aún los seguían recordando o la infinita lista de piedras que habían intentado tambalear su relación sin éxito alguno.

Tantos años después y se seguían amando como el primer día. Si algo merecía celebrarse, era eso.

—Entonces prométeme otros cuarenta años así, los dos juntos sin que nadie pueda interponerse entre nosotros —se acurrucó Tom a su lado—. Porque volveremos a esta misma playa en nuestro cumpleaños número ochenta y comeremos en ese mismo puesto de mariscos.

—Eso si salubridad pública no lo cancela después de la demanda que les ponga por intoxicarte, Tomi —gruñó Bill, conmovido por las palabras de su gemelo, pero repelido al mismo tiempo por una mañana completa de escucharlo vomitar.

—Déjalos en paz, fue culpa mía —exhaló Tom—. Voy a confesarlo, pero no te enojes mucho... Cuando volvíamos de camino al hotel...

—¿Sí? —Alzó Bill las orejas, atento a cualquier revelación que su gemelo estuviera a punto de hacer y listo para reñirle si era necesario—. Sigue.

—Pensé: “Diablos, ¿cuándo voy a poder comer esto de nuevo?” No es como si pudiera suceder de nuevo este año, con los nuevos proyectos y esa gira el próximo mes, así que... Después de que te fuiste a dormir.

—Tom... Dime que no hiciste lo que creo que hiciste...

—Sí —tuvo la decencia el mayor de los gemelos de al menos lucir arrepentido y avergonzado por su mal  comportamiento—. Regresé ahí y seguí comiendo. El pulpo era delicioso, pero el calamar... Jamás pensé que tendría ese sabor tan exquisitito y eso que sólo lo cocinaron en una plancha por unos segundos, ¡ah! —Suspiró con anhelo en su tono—. Sólo diré que valió la pena.

Bill frunció el ceño. —Así que como dije, ¿fue la cantidad y no la calidad?

—Probablemente —murmuró el mayor de los gemelos—. Pero no es nada que mucho descanso y otra visita al sanitario no alivie, ¿verdad? Digo, al menos no me quedé con la tentación. Sabes lo fatal que me sienta eso.

«Lo sé», pensó Bill rememorando todos aquellos momentos en que Tom había dicho ‘a la mierda’ con esperar y había ido directo a lo que quería sin aguardar a nada ni nadie; «claro que lo sé». Era por eso que estaban juntos, porque su gemelo había mandado al cuerno todo prejuicio preestablecido en su mente y había dado un salto al abismo, llevándolo a él consigo. La mejor decisión de sus vidas.

—¿Crees que después, cuando me sienta mejor, podamos ir de nuevo a ese restaurante? —Preguntó Tom de la nada, haciendo que Bill le respondiera con un golpe en el brazo—. ¡Ouch!

—¿Responde eso tus inquietudes? —Fue la seca contestación de Bill, que a pesar de su violento acto, lo abrazó más de cerca y le depositó un suave beso sobre la frente.

—Cuarenta años juntos y me sigues pegando como cuando teníamos tres —refunfuñó Tom—. Le diré a mamá lo que hiciste... —Amenazó en voz baja, ganándose a cambio una carcajada.

—Pfff —se giró Bill, incapaz de contener las risas ante la idea de su madre, sobrepasando los sesenta años y aún detrás de sus pasos como si se trataran de niños pequeños. Que con todo, mejor era tomar en serio las amenazas de Tom, ya que Simone, a pesar de su avanzada edad, aún se mantenía tan lúcida como siempre y era capaz de regañarlos sin importarle que tuvieran más de veinte años sin vivir bajo su techo y sus reglas.

Quejarse era una acción inútil, porque ella respondía con un categórico “No me importa, siguen siendo mis hijos, tenga cinco o cincuenta, compórtense o yo me encargaré de ponerlos en orden” que zanjaba las discusiones sin oportunidad de replicar.

—Hagamos un trato —ofreció Bill—, comemos ahí si prometes no excederte y... —Alargó la pausa—. No decirle a mamá.

Tom se le pegó más, pasando ahora el brazo por su cintura y alineando sus pechos. —Acabas de hacer un trato del que no te puedes escapar.

Con la brisa del mar limpiando el mal aroma que los gases de Tom se empeñaban en mantener, además del golpear las olas que amortiguaba su ruido al salir de su trasero, los dos pronto cayeron en una suave modorra.

Así era la existencia. Porque con lo bueno, venía lo malo; que su amor fuera tan grande como para superar los embates que se les presentaban en el largo camino denominado vida, era todo lo que necesitaban para aferrarse a la esperanza de otros cuarenta años de felicidad al lado del otro.

Sanos o enfermos, su compromiso con el otro era más fuerte que cualquier obstáculo.

 

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