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Sin colores por blendpekoe

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A pesar del cansancio esa mañana me desperté muy temprano y con un dolor de cabeza que no me quería dejar en paz. Mi ropa, toda desordenada, me molestaba y tenía los hombros doloridos por dormir en el sillón. Me senté enceguecido por la claridad de la luz hasta que recordé por qué me dormí en ese lugar, cómo terminó todo el día anterior. Mi pecho dolía ya de manera física y se me complicaba respirar con normalidad, un miedo sin nombre me pesaba en el corazón que amenazaba con hacerme llorar en cualquier momento.

Así que me levanté y, una vez más, me preparé para ir al trabajo.

Todo volvió a repetirse: las miradas, mi jefe preguntando si me sentía bien y enviándome a casa, yo trabajando hasta no saber qué más hacer. Mi celular yacía apagado en mi casa. Deambulaba queriendo llorar por todos los rincones, era tan débil que deseaba acurrucarme en algún lugar alejado para lamentarme hasta volver a dormir, porque no veía cómo el dolor podría detenerse. Incluso los pacientes notaban mi patético estado y se compadecían de mí, podía verlo en los gestos llenos de simpatía que me dedicaban. Al mediodía, al contemplar a mis compañeros prepararse para almorzar, me di cuenta que seguía sin poder ingerir alimento y que ya llevaba más de un día así. Bajé al primer piso del centro de diagnóstico, en donde se hacían análisis de laboratorio, y me escondí en una pequeña cocina en la que se preparaban desayunos para los pacientes. Allí tomé algo y comí a la fuerza un par de magdalenas. Cuando me di cuenta tenía más de una hora encerrado en ese lugar, desarmando una magdalena, todavía tratando de entender el engaño que sufrí. Al volver a mi puesto había pasado de mi hora de descanso y mi jefe parecía haber estado esperando por mí un buen rato. Me miró con seriedad y yo no tuve ganas ni de mentir ni de disculparme.

—¿Por qué no me haces caso? —preguntó sin esperar respuesta—. Si mañana sigues mal, no vengas. Por tu trabajo no te preocupes.

No respondí, solamente lo miré como un niño reprendido.

Una vez afuera y en mi auto, el miedo volvió a atacarme. ¿Qué tal si Julián regresaba a mi casa? No podría volver a enfrentarlo, no podría volver a echarlo. Fui al único lugar donde me sentiría a salvo: la casa de mis padres.

***

Mi casa familiar era tan grande que se desperdiciaba más de la mitad del lugar. Cuando era niño me parecía divertido tener lugares donde jugar y esconder, al crecer me percaté que era un poco desolado. Frente a la puerta pensé en que solo mi hermano podría llegar a darle más o menos uso el día que se casara y tuviera hijos. Cuando entré me encontré con un gran silencio, mi padre estaba trabajando y las únicas presencias eran la de mi madre y la mucama que no hacían ruido alguno.

Mi madre rápidamente corrió a mí como si estuviera sufriendo de alguna terrible enfermedad, supuse que mi aspecto dejaba que desear y su intuición de madre era grande. También supuse que podía preocuparla el hecho de que rara vez aparecía de esa manera.

—¿Qué te pasó?

Sus manos estaban en mi rostro y de mí no salían las palabras, algo me impedía decir que había terminado con mi supuesto novio. Así que sonreí con tristeza.

—El amor me está tratando un poco mal —respondí para que no pensara cosas disparatadas—. Me quiero recostar en mi cama.

Me miró sorprendida pero me dejó ir sin hacer otra pregunta.

Mi cuarto seguía igual, lo mantenían impecable, aunque estaba un poco vacío por las cosas que me llevé al mudarme. Sobre la cabecera de mi cama seguían los pequeños cuadros con insectos y mariposas disecados por mí, consecuencia de un pasatiempo que dejé de practicar al comenzar a estudiar mi carrera. Algunos más colgaban en otra pared. Esos pobres bichos quedaron allí, no me llevé ninguno conmigo. Pero en ese momento me recibieron para recordarme épocas más sencillas, de preocupaciones pasajeras y dificultades mínimas. Cuando el amor era una hermosa fantasía y no la decepción que resultó ser. Por primera vez sentí que respiraba sin problemas, allí estaba un poco más lejos de la horrible realidad. Cumplí con mi palabra y me acosté porque seguía sintiéndome muy cansado. Un rato después mi madre apareció con una bandeja que puso a mi lado en la que había té y galletitas.

—Es tilo y manzanilla.

Miré la bandeja, no me pareció una mala idea tratar de relajarme. Tomándome desprevenido, mi madre besó mi frente antes de irse. Cuando cerró la puerta quise llorar. El dolor en el pecho se hizo presente y, aunque incluso en ese momento sabía que era muy tonto, sentí que me quería morir. Estaba traicionado, usado y abandonado.

***

Me desperté de golpee, como si hubiera tenido una pesadilla y me costó reconocer el lugar. A mi lado mi hermano comía las galletitas que no toqué.

—¿Te desperté?

—Creo que sí. —Me recosté nuevamente—. ¿Qué haces aquí? ¿Qué pasó?

—¡Eso mismo iba a preguntar! Mamá me llamó preguntando si sabía qué te pasaba. ¿Y qué pasó con tu celular?

Suspiré.

—Está apagado.

—¿Y a ti qué te pasó?

—Mmmmm... —salió de mí y me di vuelta acurrucándome.

—¡¿Qué?! ¡No entendí! —reclamó levantando la voz, burlándose.

—Julián...

La opresión en mi pecho aumentó.

—¿Se pelearon?

No contesté y él tampoco preguntó más.

Decidí pasar la noche en la casa de mis padres pero eso no ayudó a mejorar mi humor. Mientras me bañaba, un extraño pensamiento me atacó. Me imaginé a Julián en mi departamento esperándome como el día anterior, intentando arreglar las cosas, enviándome mensajes que no llegaban al celular. Por alguna razón sentí culpa y un deseo de estar en mi casa escuchando todo lo que él tuviera que decir. La realidad era que quería estar con él, quería no haberme enterado de nada.

En la cena mi padre me miraba fijamente, sin disimulo. Yo sabía que se estaba aguantando las ganas de hacer preguntas y exigir respuestas. Lo más probable era que mi madre, o mi hermano, le había hecho prometer quedarse callado. Gabriel cenaba con nosotros pero no ayudaba en nada al silencio funerario que dominaba la mesa. Jugué un poco con la comida y me retiré consciente de que todos me observaban esperando alguna reacción de mi parte que los ayudara a entender qué sucedía.

Pude dormir, un sueño profundo que no creí que lograría, incluso dormí hasta media mañana. Cuando desperté y vi la hora, corrí hasta el teléfono para pedirle disculpas a mi jefe por no haberme presentado a trabajar.

—Me dormí —dije sin pensar, porque seguía sorprendido de haber dormido tanto—. ¡No! Quiero decir que me siento mal y no pude levantarme para avisar temprano.

—Eso está muy bien, porque te veías muy mal —respondió con amabilidad—. Además, tu madre ya me avisó esta mañana.

Sentí mucha vergüenza al escuchar eso. Ya no estaba en el colegio, pero ellos eran amigos, tenía la confianza como para hacer semejante cosa.

Después de la llamada, fui a buscarla para reclamarle el atrevimiento. La rastreé por toda la casa hasta que la vi por una ventana sentada en el patio.

—No hacía falta que llamaras a mi trabajo —me quejé temblando por el aire frío.

Me senté frente a ella en una silla de hierro muy incómoda porque le faltaba su almohadón. Ella se paró de inmediato.

—Vamos adentro que está muy fresco para que salgas así.

Se fue para la casa y la seguí de mala gana.

—Tengo que hacerte el desayuno también.

Mientras entrábamos a la cocina se me ocurrió que a mi madre la hacía feliz que uno de sus hijos estuviera en necesidad para poder cuidar de él.

Me senté en la pequeña mesa para desayuno y frente a mí fueron apareciendo tostadas, té, tres tipos de mermelada, queso, leche, servilletas, azúcar blanca, azúcar morena, cuchillo y varias cucharitas para las mermeladas. Viviendo solo descubrí que el desayuno con mi familia era un poco exagerado.

—Pensé en algo liviano porque seguro no te sientes muy bien —comentó sentándose a mi lado.

Sonreí ante el absurdo desayuno que, a pesar de todos los problemas con mi estómago, me daban ganas de comer.

Por un momento quise volver a vivir con mis padres para que me consintieran como siempre lo hicieron con desayunos exagerados, té en la cama, reuniones familiares los domingos, meriendas bajo los árboles del patio.

—¿Vas a contarme qué pasó?

La miré como asustado, la respuesta estaba en mi cabeza y sabía que nunca decírselo porque sería humillante. Sentí que me ardía un poco la cara y me apuré en agarrar una tostada, evitando su mirada.

—Nos peleamos y lo eché de mi casa.

—¿Te hizo algo? —sonó un poco alarmada y me impresionó que esa fuera su preocupación.

Negué con la cabeza mientras comía la tostada, no estaba acostumbrado a tener esas conversaciones con ella.

—¿Vas a comer tostada sola? —Tomó una con su mano izquierda y una cucharita con su mano derecha—. ¿No quieres mermelada? —Me miró ofreciéndose a prepararla por mí.

—De naranja —dije sin poder contenerme.

Cuando terminó de prepararla, dejé la que yo comía y la tomé. Mi madre brillaba de felicidad.

—Me cansé de la vida secreta —se me ocurrió decir para explicar mi situación—. Por eso nos peleamos.

Sentí las comisuras de mis labios temblar levemente.

***

Esa tarde volví a mi departamento y desde la calle comencé a observar los alrededores buscando algo que me advirtiera de la presencia de Julián. Cuando entré, fui en silencio como si yo fuera el intruso y al confirmar que no había nadie me senté en la frialdad de mi propia casa, sintiéndome aliviado y a la vez desilusionado. Miré mi celular preguntándome qué tanto habría intentado comunicarse conmigo, pero no lo toqué.

Volví a trabajar al día siguiente, descansado pero aún con la expresión triste y seria, con un mal humor que jamás creí que sería capaz de sentir. Trabajar me ayudó a componerme un poco más y al final del día descubrí que quería seguir trabajando, no por miedo a volver a mi casa sino porque me mantenía demasiado ocupado para pensar. No sé por qué relacioné la obsesión de Julián por el trabajo con su vida falsa de la que escapaba.

Esa noche, cuando ya no soporté más la desolación, tomé mi celular y lo encendí.

Notas finales:

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