Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

When I’m 64 por Kiharu

[Reviews - 13]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

the GazettE no me pertenece.

When I’m 64 es una canción de The Beatles, que, por mala fortuna, tampoco me pertenece.

 

Notas del capitulo:

Un fanfic que cambió mucho según lo iba escribiendo.

Por favor, si les gusta, quiéranlo.

¡One-shot!

When I’m 64.

Los conocí bailando.

Akira Suzuki y Takanori Matsumoto eran dos personas totalmente diferentes a mí. Yo trabajaba limpiando platos en un restaurante francés y ayudando en la unidad de paramédicos de la prefectura. Por buena o mala fortuna, aquella vez que había terminado de fregar trastes, de regreso a casa, me encontré con un círculo de personas observando algo con atención. Entonces los vi bailar; bueno, ¿qué digo bailar? Estaban casi convulsionándose unos con los otros. Para mí, eso era una manera muy abstracta de bailar. Mientras los dos bailaban, llegó un momento en donde  pegaron sus cuerpos y compartieron un húmedo beso que no me dejó nada a la imaginación. Yo nunca tuve problemas de sexualidad: me gusta el amor. No tengo una buena explicación para eso, pero no importa. Llevaba una bolsa de mano con mi paga de la quincena y unos pantalones negros con una camisa blanca; todo bastante formal.

Cuando la canción se terminó, Takanori, el más chico de los dos, me miró. Sus penetrantes ojos negros me calaron el alma. Lo admito, el chico estaba como poseído mirándome, pero igual yo no dejé de verlo. Akira por aquel entonces tenía el cabello casi igual de negro que Matsumoto; mientras él recogía algunas monedas a los espectadores, Takanori se acercó a mí. Sentí miedo. No era el chico más precisamente limpio que hubiera visto, dudaba si estaba borracho o drogado o qué, pero cuando estuvo casi a diez centímetros de mí, por alguna razón, no me moví. Debo aclarar: yo no conocía sus nombres. Ni siquiera me interesaba saberlos.

—Hola —me dijo. Le respondí lo mismo. Me sentí nervioso porque la gente comenzaba a dispersarse. Estábamos en el centro de la ciudad, mucha gente iba y venía. Observé su vestimenta: una playera negra que le quedaba antes del obligo, cubierta por un saco de estampado de leopardo. Sus pantalones eran flojos y color café claro. Iba descalzo. De reojo miré que Akira tan sólo llevaba unos pantalones hasta la mitad de la pantorrilla color azul cielo, descalzo, el pecho desnudo, y los cabellos libres. —Oye, ¿cuál es tu nombre? —me preguntó. —Yo soy Takanori Matsumoto y él es Akira Suzuki. ¿Qué hay del tuyo? —dijo presentándose formalmente.

Akira me miró.

—Uke Yutaka —dije en un susurro. No sabía qué era lo que tenía que hacer. Después de todo, era dos desconocidos. Por educación me había quedado ahí, no exactamente porque quisiera conocerlos. Ni siquiera les había dado algo de dinero por la actuación (tampoco es como si tuviera mucho dinero. La paga no pensaba gastarla).

—Chico, ¿tienes dónde dormir?

En ese momento me dije ¨te has metido con un par de vagos que seguro quieren asaltarte¨.  Bueno, me lo pensé. Mientras los miraba atentamente y ellos a mí, un chico de unos doce años pasó corriendo y logró arrebatarme el bolso. Ardí en una furia intensa, lo seguí un par de cuadras. Ahí iba todo mi dinero para los próximos quince días, tanto como de ayudante con los paramédicos como lo del restaurante. Exclamé algunas maldiciones, olvidándome totalmente de los hippies que habían preguntando por mi morada. Cuando me volteé, enojadísimo, vi que los dos estaban corriendo detrás de mí. Bufé, sintiéndome inflamar.

—Oye, ¿estás bien?

—¡¿Cómo voy a estar bien?! ¡Acaban de robarme todo el dinero que tenía para dos semanas! Joder, joder, joder, joder.

—Bueno, Uke Yutaka —dijo Matsumoto—, Akira y yo tenemos un poco de dinero. No es mucho, pero si apretamos un poco los pantalones, comeremos durante tres días, los tres. Luego habría que bailar más.

Estaba tan desesperado que me golpeé contra la pared. Akira me tomo por los hombros, me miró de lleno en los ojos y asintió. Y asentí. Tampoco estaba perdiendo mucho más de lo que ya había perdido. Me dije que tenía que ser calmo y aceptar lo que el destino me diera.

Caminamos hasta casa; no es que tuviera un hogar enorme (de hecho era un pequeño departamento, que por fortuna acababa de pagar la mensualidad); les presté un par de cobijas, diciéndoles que como la casa tenía alfombra, no sería tan doloroso dormir en el piso. Yo dormí en mi cama individual. O eso creí. ¡Casi me dio un paro al corazón cuando me desperté y me encontré con los dos, besándose a un lado de mí… en mi propia cama! Me asusté tanto que terminé en el piso (las cobijas que no usaron para pasar la noche, amortiguaron mi caída). Matsumoto se rió de mí. Suzuki se levantó de la cama y se metió al baño.

—¡Hagamos huevo! —gritó el chaparro aun en la cama, contento.

*

Los días siguientes, fueron así: Suzuki comenzó a hablarme. Resultó ser un tipo bastante gracioso. Los encontraba ahí, besándose con pasión sobre mi cama, sobre el piso, sobre la parrilla, en el baño, en la regadera, en la puerta principal… Siempre, siempre estaban besándose cada que yo llegaba. Se separaban para ir a abrazarme y recibirme, como si fueran un par de perros callejeros y yo un salvador. Ni siquiera yo me veo así. O sea, simplemente se metieron a mi casa porque yo me había puesto histérico ya que me habían asaltado.

En fin. Fui acostumbrándome.

El dinero no faltaba. Al tiempo que viví con ellos dejé de trabajar con los paramédicos, pues comenzaron a invitarme a bailar con ellos. Decidí dejar ese trabajo y acompañarlos una noche de marzo. En la mañana, cuando iba al restaurante, me dijeron: ponte los pantalones más viejos que tengas. No te bañes. Ve al centro y encuéntranos. Nos la pasaremos bien.

Cuando salí de un atareado día de trabajo, busqué en el centro, guardando mi ropa en una mochila que llevé ese día. Los encontré rápido, apenas estaban poniendo música en una pequeña grabadora que comentaron que habían conseguido desde hace ya muchísimo tiempo. Me vieron llegar y ambos me abrazaron. Suzuki me dijo que me relajara y que me dejara llevar.

Creo que nos dejamos llevar de más.

Acabé besándome con los dos. Ahora pienso que lo atractivo de esos espectáculos, más que nada era el morbo de las personas al ver a tres —incluyéndome— hombres besándose. Esa era mi teoría.

Cuando recogíamos las cosas para regresar a casa, mientras Suzuki comentaba que era la primera vez que obtenía mucho dinero en una sola tarde, vi a Takashima Kouyou por primera vez en mi vida. Lo recuerdo tan claramente que mi corazón late fuerte ahora mismo. Su cabello estaba largo, lacio y tenía un flequillo que caía sobre su frente. Era castaño. Alto, más que yo. Sin ninguna imperfección a la vista. Estaba pálido, con la frente llena de sudor y una expresión… extraña. Estaba enojado. Lo sentí mientras lo vi caminar. Llevaba una camisa floja de color naranja y unos pantalones ajustados color blanco. Estaba encorvado. Sus labios se apretaban con molestia.

Takanori observó a Takashima conmigo, sonriendo.

—Él es Takashima Kouyou —suspiró—. Era el mejor amigo de Akira cuando iban en la primaria. Akira estaba en sexto y Kouyou en primero. Ahora tiene quince, casi dieciséis. Y es un mamón.

—¿Por qué? —le pregunté.

—Pues porque como se ha vuelto famoso en el ballet, se ha vuelto un cabronazo. Dejó toda la pizca de humildad que tenía —bramó Akira.

—¿Baila?

—Como un mariposón. 

*

¿Cómo lo explico?

Yo soy una persona que olvida las cosas, que se molesta con facilidad, que intenta hacer las cosas lo mejor que puede. Cuando conocí a Takashima, Akira tenía mi edad, veinte; Takanori veintiuno. Él era el crío menor de edad que pasaba a diario, por el centro, justo por donde nosotros bailábamos. Jamás volteaba a mirarnos. Nunca se detenía. Sus expresiones cambiaban a veces. Había días en las que parecía todavía más enojado que la primera vez que lo vi, otras en las que incluso iba dando pequeños saltitos de felicidad. A veces parecía altamente aburrido.

Siendo sincero conmigo mismo: me obsesioné.

Y Matsumoto y Suzuki se dieron cuenta a la tercer semana. O quizá antes, pero no se habían quejado con anterioridad. Comenzaron a insinuarme cosas, como que Akira lo llevaría a casa o alguna pendejada como las que solían decir. Yo sólo me reía, incómodo.

Hasta que ese maldito día, que lo vi afuera del restaurante, fumando, tambaleándose, no me pareció para nada absurdo todo lo que le había criticado Akira en su momento. “Es un raro”, “es un vicioso”, “es un mamón”.  Parecía un tipo totalmente perdido en tiempo y espacio. No iba drogado, pero estaba ya muy borracho. No me acerqué porque fuera una buena persona o algo por estilo (la verdad yo no creo serlo, siempre que veo ese tipo de cosas, me siento amargo y paso de la situación), sino más bien porque tenía tiempo observándolo y mi sueño era poder hablar con alguien tan guapo como él. Simple curiosidad.

Pero el refrán habla con sabiduría: la curiosidad mató al gato. No me mató un refrán, ni Kouyou… ni la curiosidad. Sin embargo, caí en algo mucho más feo que la muerte… eso sucedió después.

Cuando le dije que se levantara, pasó totalmente de mí y siguió fumando. Me pareció algo bastante triste. Sus ojos estaban cerrándose de a poco y pensé que dejarlo ahí, nada más tirado, sería un crimen. Podría incendiarse él solito con tan solo tener ese cigarro a medio consumir. Me apiadé de él. Le  abofeteé con suavidad la cara, esperando una reacción buena; me pegó en las piernas. Francamente… yo perdí la paciencia en cuanto hizo eso, y pensé ¨a la puta mierda con este niño¨. Cuando iba alejándome, me giré para verlo; estaba llorando tan desoladamente que no pude más que pegarme con la palma de la mano en la frente y regresar por él.

—¿Qué sucede?

—Yuu no me deja ser el príncipe en El cascanueces. Me he acostado cuatro veces con él está semana y sigue rechazándome para el puesto… yo… ya no sé qué hacer… soy delgado, follo bien, sé bailar excelente… dice que no le doy todo… ¡Pues claro que le doy todo! No puede rechazarme a mí… simplemente no puede…

—Eh… —en aquel momento necesité de Matsumoto; él siempre tenía una pendejada pensada, lista para hacer reír hasta a un muerto. O a Suzuki, él es bueno con los sentimientos. Me sentí estúpido, esa clase de impotencia de no poder ayudar a alguien es amplia y me aquejó en ese momento. Observándolo bien, incluso aunque hubiera apagado el cigarrillo con violencia innecesaria, aunque llorara como una niña de cinco años berrinchuda, su cara seguía siendo lo más bonito que había visto en la vida. Sus ojos estaban bien chiquitos porque lloraba con ganas. Sus labios se abrían como si sonriera, sin embargo, parecía aullar por la intensidad del llanto. Takashima Kouyou no parecía la clase de persona que llora en silencio. —¿No irás a casa? —pregunté después de un rato; su lamento pareció calmarse de poco en poco, yo permanecí a su lado pacientemente, esperando un poco de serenidad.

—¿A casa? No quiero. No quiero estar solo. Si me regreso a casa seguramente querré ir con Yuu, voy a intentar seducirlo y seré todavía más patético de lo que ya soy…

Me miró. A mí persona, a pesar de no estar muy cerca de él, llegó el aliento etílico. Olía a tequila… ¿olía? ¡Apestaba! Me dio compasión. Él era una persona muy joven, hermosa, con toda una vida grande y amplia por delante y estaba desperdiciándola por una presentación, por un profesor mamón y por competencia.

—Pero aquí afuera te va a ir mal. Las condiciones climáticas no actuarán bien está noche… lo escuché la semana pasada, en el pronóstico.

—Pues qué bueno. Ojalá que me caiga un rayo. Seguramente así Yuu se sentirá mal por no dejarme ser el puñetero príncipe de la puta obra. Lo odio… lo odio tanto. Siempre está subestimándome, diciéndome que no podré hacer las cosas, que necesito ser todavía más flexible… joder, llevo en esto durante años… no… joder… —y volvió a soltarse a llorar.

—Oye…

—¿Qué quieres, mierda? Desaparece de una vez. Estoy muy borracho, no necesito personajes. No necesito que me folles, ¿sabes por qué? Porque no estoy tan bueno. Estoy flaco. Soy patético.

—Hey, yo no iba a decir nada de eso… y no te voy a hacer daño. ¿Te llevo a casa?

—¿Vas a violarme cuando lleguemos? —me preguntó, mientras ocultaba el rostro entre sus manos. Parecía avergonzado.

—No, no me gustaría hacerte eso.

—¿Vas a robar mi casa?

—No creo…

—¿Qué clase de persona eres? Me han violado cinco veces cuando salgo ebrio. A nadie le importa. Ni siquiera me miran cuando me follan. Soy realmente…

—Dime dónde vives, yo te llevaré.

La persona a la que yo miraba a diario, acababa de soltarme muchísimas cosas que la mayoría de la gente no dice por miedo, por angustia, por vergüenza.  Él lo decía de una manera que parecía que tan sólo deseaba humillarse a sí mismo. Era una noche fría. A pesar de ser verano, el viento soplaba con insistencia y la humedad de las recientes lluvias no elevaba la temperatura por las noches. Le ayudé a levantarse y él me dio una dirección, que no quedaba muy lejos de ahí. Me lo colgué en la espalda y, armándome de valor, comencé a caminar con él mientras me gimoteaba cosas inentendibles. En el trayecto, me contó que jamás en su vida había visto a una persona como yo, que no lo pisoteara. Que no lo mirara como un bailarín más. Yo no estaba respondiéndole, más, él seguía hablando. Me contó sobre Akira, sobre Yuu Shiroyama (desde que había mencionado lo cruel que lo trataba, se convirtió en una persona totalmente despreciable para mí). Habló tantas cosas que parecía un chico que era muy hablador. Ni siquiera parecía borracho. Charlaba con normalidad, con algunas pausas dubitativas, pero su fluidez era excelente.

Mientras caminaba con el bailarín a cuestas, me pregunté si aquellos dos se estarían besando con pasión, esperando a que llegara. Quizá hasta terminarían haciendo el amor en mi propia cama. Quién sabe. No quise pensar en eso porque luego sentiría ansias al acostarme ahí (ya después descubriría que los malditos habían follado hasta en la cocina de la casa, pero eso ya es otra historia de los muchos corajes que me tocó hacer con ese par de locos hippies).

Cuando llegamos a su casa, me dejó pasar, así que lo hice por no ser descortés. Quise decirle que ya me iba, que durmiera y que todo estaría mejor a la mañana siguiente aunque fuera una vil mentira. Pero vamos, yo estaba obsesionado con conocerlo, con saber más de él. Quería hablar con Kouyou cuando estuviera sobrio; ebrio sólo hablaba él. Lamentándose. Sin pudor.

—Puedes dormir aquí, supongo. Ya es tarde… hay peligro, me has sacado de ese sitio. Quédate. Sí quieres prepárate algo para comer…

—¿Quieres comer algo tú?

—No. Voy a engordar si lo hago. Pero tú haz algo para ti.

Me moví con agilidad por su cocina, que parecía nueva. En realidad todo el apartamento me sonaba nuevo y moderno. Con sofás de piel color blancas, una puerta cerrada(no encontraba la puerta del baño)… la cocina parecía algo muy elegante, me sorprendí. El chaval deprimido tenía más pasta de la que yo hubiera visto en toda mi vida. Eso me hizo sentir un poco mal conmigo mismo, pero el sentimiento desapareció cuando vi su alacena, llena de vegetales. Nada de carne, nada de pan, nada de huevos, nada de nada. Sólo había verdura y algo de frutas. Fui explorando toda la cocina, y encontré muchas cajetillas de tabaco, encendedores y más cosas verdes. A mí realmente no me gustan esas cosas. Así que hundí mi cabeza cuando encontré un poco de café. Eso sí me gustaba; por falta de leche terminé tomándome la bebida hecha de agua. Kouyou también pecaba de tener té en exceso, pero eso tampoco era de mi agrado. Cuando regresé a la sala, Takashima ya había fumado unos tres cigarrillos. El humo inundaba la casa y comenzaba a incomodarme.

—¿Por qué fumas tanto? —indagué.

—Porque me han dicho que estoy subiendo de peso. ¿Sabías que fumar hace que pierdas peso?

En este punto de la noche, dejó parecerme extraño que me hubiera ofrecido pasar una noche con él o que me hubiera contado sus problemas de buenas a primeras sin conocerme. Kouyou era un tipo totalmente raro. Rarísimo. Me acuerdo que comencé a verlo como si estuviera tratándose de un extraterrestre, una mujer con cinco pechos o un perro con cuatro cabezas.  Me sentí muy confundido con eso. Quizá porque yo nunca le había tomado una real importancia a ser delgado o porque no me gustaba fumar. Así que carraspeé con el café en la mano y le volví a preguntar—: ¿Por qué fumas tanto?

—Te lo he dicho ya.

—¿Te has vuelto adicto? —¡Apenas tiene quince años, por Dios! Exclamaba mi cabeza.

—Necesito bajar de peso.

—Pero… ¡estás ya muy delgado!

—Las perras con las que tengo que bailar pesan muchísimo menos que yo. No sé cómo le hacen. Incluso el imbécil que quiere robarse mi puesto como príncipe, pesa cinco kilos menos que yo. ¿Cómo voy a competir con eso? Necesito ser más delgado.

—Pero no estás comiendo…

—¿Y qué?

—Pues está mal eso. Muy mal.

Soltó una carcajada que me supo amarga. La manera elegante con la que fumaba, la manera en la que miraba su blanca pared y luego la luz blanca que caía de la lámpara de techo principal… no sabría decirlo con precisión, pero me tomó el cuello con un collar duro. Me sujetó firmemente como un perro a lo que era él. Fuese lo que fuese. Cuando dejé de admirar su cuerpo (yo sabía que él sabía que lo hacía), me dijo—: Tú, extraño, no has estado gordo. Eres delgado de nacimiento. Yo no puedo darme algún lujo. Por favor, no digas que está mal. Sí lo está o no, ya ese es mi problema.

—Pero…

—¡No eres mi madre, mierda! ¡No tienes voto ni autoridad! No sabes qué dices, no sabes qué estoy pasando yo.

—A mi no me levantas la voz, chico.

Lo repito: jamás he sido una persona paciente. Las cosas se hacen como quiero y cuando quiero (ese era mi pensamiento entonces). Respeto y tolero a la gente, pero llego a un punto, a mi punto límite y entonces, desbordo enojo. Mi carácter no es el mejor, pero intento moldearlo de a poco en poco. Toleré muchas estupideces con los que compartí hogar, así que en ese momento me creí capaz de hablar como una persona normal, pero que sabe imponer reglas, sin embargo, la cuestión se me fue de las manos… como siempre.

—¿No te la levanto? ¿No? Mira, pendejo… estás en mi jodida casa, te guste o no, respetas mi puñetera decisión. Si no estás de acuerdo, mueve tu patético y pobre culo hasta la puerta, que está grande y nadie te ata.

—¡Retráctate! No tienes derecho a criticar mi posición social, di que lo sientes.

—¿Que me disculpe? ¡No! ¡Vete a putear a tu puta madre, plebeyo de mierda! Ya tengo suficiente basura como para que llegues tú…

—¡Tú, puta! —grité—. No le insultas nada a mi madre. Que la tuya debe dar una vergüenza fatal, teniendo a un puto engreído de mierda como tú. Das asco de tan flacucho que eres… ¡Nadie te va a querer con esa putrefacta personalidad!

Soy una persona que odia y ama con una intensidad tan fuerte como la de un sol. En ese momento una furia arrebatadora se apodero de mi cuerpo. Lancé la taza de café contra el piso, él tiró su cigarrillo y se acercó a mí, ofendido. Creo que hice más que ofenderlo. Si conocía su estado, ¿qué rayos pasaba conmigo? Siempre lo mismo. Siempre Yutaka arruinando alguna situación amable.

—¿Puta? ¡Ni siquiera eres capaz de follarme! Eres un puto miedoso. Debiste de haber abusado de mí, que es lo único que seguro querías trayéndome a casa. ¡Eres como todos! Un maldito mentiroso…

—¡Ni siquiera tienes fundamentos para llamarme mentiroso! Y sí, puta tú. Acostándote como una perra arrastrada para poder obtener un jodido capricho que no tiene ni importancia… seguro que si no te ponen dónde quieres es porque no te lo mereces.

No sé qué demonios pensaba mientras le gritaba. Pero sé que eso último le rompió el alma, porque se puso a llorar (de nuevo). Me soltó una cachetada fuerte y lloró. Lloró muchísimo. Decidí largarme. Si me quedaba ahí más tiempo lo más probable era que me aburriera de su berridos y le pegara, para que tuviera algo físico y doloroso por lo que llorar como un niño recién nacido.

*

Mientras caminé a casa, me sentí como basura. No, ni siquiera debería ser llamado basura. Me sentía como una porquería que lentamente se fue pudriendo, hasta ser un charco de mierda con hongos horribles. Sí, más o menos así me sentí. Llegaba mi momento triste después las peleas. Naturalmente soy el clásico tipo que defiende el orgullo hasta morir; pero pareciérame raro incluso en ese momento, que hubiera perdido así de rápido los estribos con alguien que no conocía. Fue demasiado extraño.

Pero claro, lo más extraño de esa noche no fue solo eso; cuando iba llegando a casa (en mi mente me repetía una y otra vez que Dios habría actuado a mi favor y mis dos compañeros ya estarían muy bien dormidos y yo podría llegar a pegarme contra el vidrio del espejo del baño), todo parecía totalmente normal. Saqué la llave para entrar, la introduje en la cerradura y la gire. Con valentía, quise desprenderme de la negatividad que adornaba a mi cuerpo por lo menos esa noche, así que, como la puerta abría para fuera, la jalé hacia mí; pronto un sonoro gemido me llenó los tímpanos… y un impetuoso semen, los pantalones y parte de la camisa. No sé qué cara habré puesto. Pero incluso antes de que me diera cuenta de que tenía semen en la ropa, Takanori se aferraba a mí, como soporte de un abrasador orgasmo. Supongo que lo primero que hice fue sonrojarme, luego, vi la expresión de Akira. Una avergonzada. Él estaba desnudo, al igual que Takanori. A diferencia de que con él no podía sentir cómo le bajaba la erección por haber eyaculado ya. Él ya estaba flácido. Normalmente, uno encuentra a las personas follándose en su cama y arma un drama. Yo, por esa excelente fortuna —sarcasmo a fin de cuentas—, me los encontré, uno masturbando al otro, y el masturbado se me cayó encima porque estaban haciéndolo pegados a la puerta de entrada. Me hubiera dado por servido si lo hubieran hecho medio metro más allá de la puerta. La pared manchada de semen era menos estúpido que mis pantalones manchados de semen.

Sí. Me acuerdo que Matsumoto respiraba entrecortadamente en mi oreja, esperando sus cincuenta o sesenta —no sé qué tanto le duraba— segundos de placer orgásmico. Akira por su parte, se limitó a mirarnos. Creo que fue una situación vergonzosa para los dos. O los tres.

—Yutaka… yo… lo siento, es decir… no pensamos que llegarías justo ahora y…

—No, no se preocupen —respondí—. Sólo me cambio de ropa y todo estará arreglado, ¿verdad?

Las manos me temblaron y cuando menos me lo esperaba, estaba llorando amargamente en los brazos desnudos de quien eyaculó sobre mi ropa. Estaba tan enojado con ellos, con Kouyou, con la vida… pero por sobre todo, conmigo. Tanto, que me puse a llorar del coraje. Me repetí una y otra vez que  no podía ir por ahí insultando a la gente.

Esa noche los corrí de mi hogar por lo menos siete veces. Mismas en las que Matsumoto comenzaba rítmicamente a cantarme canciones de The Beatles. Cuando estaba a punto de llorar y les decía que todo era su puñetera culpa, Takanori comenzaba. La primera canción fue “Here comes de sun”, quizá para darme un poco de calma o qué sé yo. Sólo sentía su grave voz penetrándome cada entraña, diciéndome que no tenía porqué tomar un bate de béisbol para pegarme, pegarles, y destruir. 

Lloré mucho.

Desfogué con palabrotas un montón de enojo. Y creo que ya ni siquiera tenía que ver con lo que había pasado o algo, simplemente, lo necesitaba. Como a eso de las cuatro de la mañana, ellos seguían charlando conmigo, y entonces comenzaron a tocarme. Pensé en el bailarín todo el tiempo. Mientras me masturbaban yo me acordaba cómo lo había tratado y cómo se había puesto a llorar. El orgasmo que tuve me hizo sentir melancólico, pero con esa misma tristeza los masturbé a los dos, haciéndolos sentir bien. Porque ellos se sentían bien.

*

Los días en el restaurante pasaron rápido. De vez en cuando charlaba con las cocineras, a la fecha, sigo hablando con ellas. Son señoras (ahora, antes eran de mi edad o más jóvenes) realmente amables que me enseñaron a cocinar. Luego, en ocasiones llegué a ir a la estación de paramédicos para saludar un poco, pero tenían tanto trabajo que en vez de invitarme a comer, me pedían ayuda. Y así pasé algunas tardes con ellos; claro que, hubo veces en las que sí pude comer con mis paramédicos amigos. Más en la noche, a la hora que Kouyou siempre pasaba por la farmacia y por el nuevo lugar en el que nos habíamos instalado para bailar, yo lo esperaba pasar, mientras me abrigaba y ayudaba a recoger un par de cosas.

Logré dejar de mirarlo con enojo, y pude llegar a mirarlo con normalidad y deseo, como antes.

Él, como siempre, jamás miraba hacia dónde estábamos. Iba fumando, jugando con una consola portátil, con las manos en los bolsillos, con las zapatillas de ballet en las manos, con bolsos que parecían más de chica que de chico, con lágrimas queriendo salir… vi demasiadas facetas de él en tan solo unas semanas. Aprendí a observarlo. Fueron esas semanas que habían pasado desde la primera y única vez que había hablado con él las que me permitieron hacerle una historia de vida, en mi mente, claro. Matsumoto se reía de mí cada que me quedaba como idiota mirando su figura, Akira se carcajeaba con él.

Y yo no sabía por qué. Y tampoco me querían decir la razón.

*

Creo que sólo pasó un mes en lo que mi cerebro aceptó que, lamentablemente, me había enamorado de una persona con un nivel de rareza mayor a la torre de Tokio. Fue tan solo una vez que tuve que pelearme con él, o que tuve que gritarle que era una puta, para que Cupido me atravesara del culo hasta el corazón con un amor ingrato hacia Kouyou. Cuando desperté esa mañana, con el corazón saltándome a velocidad vértigo, mientras mi boca casi podía susurrar “te amo, estúpido”, me encontré con Matsumoto casi lamiéndome las bolas. O sea, literal. Akira estaba bañándose y Takanori estaba oliéndome la entrepierna. A veces no sé qué cojones se fumaban o si ya eran así de raros, pero me acuerdo que le pegué con el pie en la cara, haciendo que se cayera de la cama y comenzara a llorar porque estaba sangrando por el golpe en la cabeza. Lo tuve que curar, para que Akira no me regañara por hacerle daño a su hombre (como le decía);  le parché la cabeza antes de que Suzuki se terminara de purificar en el baño, temiéndome un poco el temperamento del otro, que si lo juntaban con el mío, uno de los dos terminaría más herido que Takanori (y no digo que éste no me diera menos guerra cuando nos peleábamos, pero con Matsumoto sólo nos insultábamos verbalmente, sin embargo, con Suzuki no había diálogo, había puños).

—Oye, Takanori…

—¿Qué quieres, bestia?

—No te enfades. Entiende que no es natural que estés en ese sitio sin mi permiso.

—A Akira le hago lo mismo y él se limita a pedirme que se la chupe.

—Pero tú y Akira están juntos, eso es natural.

—¿Y tú no?

—¿Eh?

—Los tres estamos juntos, ¿no?

La expresión de Matsumoto era tan seria, tan profunda, que pensé, por un momento, que lo mejor sería vivir como un trío. Al menos ellos dos no me daban problemas existenciales sobre qué o que no les grité. Al menos ellos arreglaban las cosas como hombres. Pero bueno, ya me había echado el compromiso del amor —de manera mental, no es como si hubiera firmado un contrato o algo—, y no quería dejar abajo todo lo que había pensado.

—Estoy… enamorado —dije, temiendo la reacción.

—¡¡Al fin!! —gritaron los dos.

—¿Al fin?

—Dios, Yuta, has estado mirando como pendejo a Kouyou todo el mes, si eso no era amor, era odio, así que… bueno, me alegro que sea amor.

Me habían dejado sin palabras. Akira estaba con una toalla en las caderas, palmeándome la espalda como si fuera lo mejor del mundo y Takanori hablando quién sabe cuánta cosa que realmente no me interesaba atender. Mi mente iba de ¨me gusta un hombre¨ a ¨me gusta un hombre que tiene complejos de diva y es hermoso¨. No sabía cuál me gustaba —o desagradaba— más.

—¿Y qué harás? —me cuestionó Akira.

—¿Hacer de qué?

—Bueno, te gusta, te enamoras de Kouyou. Estás jodido de amor. Estás jodido con ese chaval, también. ¿Cuál es el plan? Para conquistar a ese cabeza dura tendrás que hacer algo mejor que gritar y enojarte. Tendrás que ser como un leopardo atrapando al conejito. Sí, sí, ya te veo, acechándolo y…

—¡Espera! Yo no soy ningún leopardo. Y él no es tan conejito que digamos…

—Lo sé, es cabrón el muchacho.

Quería golpearme con la pared. Darme topes hasta poder regresar el tiempo, no haberles dicho, o es más… regresar el tiempo y no habérmelos encontrado en aquel baile pagano que montaban unos días después de mi cumpleaños. Jodida vida. Jodidos locos. Por su maldita culpa me estaba enamorando de un bailarín raro.

Guardamos silencio un rato, hasta que Akira dio la brillante idea con la que comenzó todo—: ¿Qué te parece si vas a un espectáculo que ofrezca? Lo del cascanueces, según veo en letreros, es hasta navidad o por esas fechas. Ahora está presentando una obra diferente pero que seguro que lo ves cuando salga. Quizá puedas ir solamente a verlo afuera…

—Ir a verlo bailar está bien para mí —dije.

*

Dicho y hecho, después de mirarlo bailar en medias, me fui corriendo a las puertas traseras, por donde salían. Ahí esperé un buen rato, mirando cómo salían varias personas, sonriendo o riéndose. Mientras esperaba, pensaba una y otra vez en la flexibilidad de Kouyou. Lo impresionante que se veía maquillado, lo bien que las mallas le quedaban… no le presté mucha —honestamente— atención a la presentación, sólo me devoré a el chico con la mirada. A eso de las diez y media de la noche, salió. En mallas y con una mochila pequeña. No como todos los demás, que se habían cambiado ya. Iba furioso.  Ni siquiera me vio. Pasó de mí.

—¡Hey, detente! —le grité. Cuando volteó para verme, me miró con desprecio y siguió andando—. ¡No me ignores!

—¿Qué mierdas quieres? —me espetó. Con una fuerza sobre humana, logré decirme que las cosas estarían bien si ponía de mi parte, así que intenté omitir de mi mente las palabras que me dedicaba.

—Quiero disculparme.

—No tengo tiempo, ¿sabes? Así que piérdete.

Siguió su marcha; seguí el sabio consejo de Matsumoto: ¨Sí huye —que es lo más probable—, síguelo hasta que te acepte. Quién sabe qué clase de cosas debe estar pasando¨. Lo seguí porque tenía razón, ¿por qué no era feliz después de la presentación? Todos iban y venían muy alegres, por el buen esfuerzo.

—Oye, espera… —dije después de seguirlo unos diez minutos.

—¿Qué? En serio, necesito hacer unas cosas y no tengo tiempo para que me insultes…

—No, de verdad, perdóname. No sé qué me pasó…  tal vez estaba ya muy estresado, claro, tú no tenías la culpa. De verdad, discúlpame —me incline, y esperé a que dijera algo. Se había detenido, así que pensé que lo consideraría.

—Joder, sólo déjame en paz —y siguió su marcha. Yo estaba tragándome el orgullo; ya me lo había tragado una vez, así que ¿qué diablos? Seguí su camino, como un acosador.

—Oye, espera… —le llamé—, ¿te ha pasado algo, verdad? Es que estás muy enojado y…

—¡Deja de seguirme!

—Pero sólo quiero ayudar…

—Cuando dijiste que ibas a ayudarme sólo me hundiste más, así que vete a la mierda.

Lo tomé con más fuerza de la debida y lo hice mirarme. Los ojos estaban llenándosele de lágrimas. Me pregunté, con verdadera preocupación, qué le habrían hecho. De pronto comenzó a llorar con premura; sus ojos lanzaban una lágrima tras otra, más sin embargo, él estaba tan callado como una roca. Aflojé el agarre. Creí que lloraba porque estaba magullándole el brazo.

—Está vez, si me lo permites, sí haré las cosas bien. Sólo quiero ayudarte. No es normal que vayas por ahí llorando.

—¿Por qué quieres ayudar? —su voz se quebró y bufó cuando de sus ojos salieron más lágrimas.

—Porque… no lo sé — no iba a decir “porque me gustas”, eso sonaba muy novelero en mi mente y yo no quería parecer falso. Igualmente, creo que si se lo hubiera dicho en ese momento me hubiera mandado a freír espárragos.

—No me importa.

—Bueno, si no te importa, déjame acompañarte hasta casa.

—No voy a casa —dijo, un poco más tranquilo, ya sin intenciones de huir y con las mejillas sonrojadas.

—¿A dónde vas?

—A comprar algo de ropa interior.

—¿Eh? —me sonrojé pensando en Takashima en ropa íntima. Desvié la mirada porque él comenzó a mirarme acusadoramente. Me froté las sienes y le dije—: Puedo acompañarte.

—Qué vergonzoso.

—Algún pervertido podría atacarte si te ve a estas horas andando en esas cosas —mencioné, refiriéndome a su atuendo.

—¿Y qué? ¿Eres mi guardián o qué?

—Venga, deja de estar tan a la defensiva. Vayamos por esa ropa interior.

Me gruñó, pero me permitió seguirlo a muy corta distancia. Sus lágrimas habían desaparecido. Eso me alegró bastante. Mientras caminábamos a algún sitio que él decidiera para poder comprar ropa interior, me pregunté cuál sería la razón de que debiera comprarla justo ese día a esa hora, con esa necesidad. No quería preguntárselo porque seguro que me ladraría o me pegaría, no tenía ni idea de qué clase de reacción podría tener.

Cuando llegamos a una tienda de abarrotes, me dijo que no entrara con él. Decidí obedecer. Le observé el culo mientras caminaba con la mochila en la entrepierna, tapando su hombría. Después desapareció unos minutos y regresó un poco más tranquilo hasta conmigo, sujetando una nueva bolsa con el producto requerido. No había tardado más de diez minutos, así que pensé que realmente no era tardado para escoger esa clase de cosas. Bueno, estábamos en una tienda de abarrotes conocida por él, así que seguramente no habría gran variedad.

Comenzó a caminar y nuevamente no objetó que lo siguiera. Agradecí mentalmente a mi maldita terquedad porque si no hubiera querido de verdad estar con él, conocerlo, jamás en mi vida habría gastado mi tiempo en una persona de su tipo. Cuando llegamos a su casa, el sitio me pareció un poco tenso. Incluso su espalda parecía más rígida todavía. Cuando me invitó a pasar, observé con atención, ya que la vez pasada prácticamente no había habido mucho que esperar de ver.

Había fotografías de paisajes colgadas en las paredes. La cocina, seguía tan ordenada y elegante como la recordaba. Los sillones de piel blanca seguían intactos; tenía una mesa de cristal adornando el centro de su sala que no había notado la vez pasada. Una pequeña mesa para máximo cuatro personas estaba cerca de la cocina, un conjunto de madera oscura. La casa estaba pintada de blanco. Aparentemente sólo tenía una habitación (la suya, que se veía justo al entrar, pero que era una puerta cerrada) y el baño, que seguramente estaría dentro de la habitación de Kouyou. No me daba ninguna personalidad la casa, parecía diseñada para alguien que sólo la ocupara para fines de negocio o pasar unos días.

—¿Cuál es tu nombre? —su voz grave me resonó en los oídos como si hubiera sido el estallido de un cañón. Estaba encendiendo un cigarrillo, para mi mala fortuna.

—Uke Yutaka. Puedes llamarme Yuta, o Yutaka, como quieras. ¿Cuál es el tuyo? —le  cuestioné. Aunque yo supiera su nombre no quería que pensara que era un perseguidor o algo por el estilo.

—Llámame Kouyou.

—Bien —respondí. Se sentó, sin quitarme la mirada de encima, en el sofá, justo como la otra vez. Fui a sentarme a su lado, y cuando lo hice, él recogió sus piernas y las abrazó con un brazo, mientras que con la otra seguía fumando. —Oye, Kouyou… ¿por qué has comprado ropa interior?

—Porque las zorras con las que bailé, robaron todos mis calzoncillos. Los llevaba en la mochila, y eran todos los que tenía. También robaron algo de ropa, por eso no me he cambiado.

—¿Por qué…?

—No lo sé, Yutaka —comentó frustrado—. Suelen quitarme las cosas, decirme que soy una puta, como tú comprenderás… ja, vaya novedad.

—Lo siento.

—Pues aunque no te crea, al menos tú dices “lo siento”. Ellas ni siquiera se molestan en ocultar sus actos, mucho menos en disculparse. Parecen disfrutar de burlarse de mí.

—¿Por eso llorabas?

Caló el cigarro y miró la mesa de cristal. La miré yo también. El chico que tenía a mi lado estaba obsesionado con tener el papel estelar de una obra en la que, primeramente el que la dirigía abusaba de él, y segundo, sufría de un bullying con sus compañeros de baile. Quizá era demasiado egocéntrico y por eso lo trataban mal. Como fuera que fuese, yo no iba a ponerme del lado de los mamones que maltrataban a Kouyou. Así que le dije que no llevara consigo todos sus calzoncillos la próxima vez; le dije que no llevara nada, que yo lo esperaría con ropa para que no ocurrieran problemas. Y me fui a casa.

 Él no me confió nada. Pero a la próxima presentación que tuvo, yo lo esperé afuera, mientras él salía con el cabello hecho un desastre; producto de que se había peleado con la mujer que sería Clara en el cascanueces. Me sentí molesto con todas las personas que estaban a su alrededor, dejando que lo maltrataran.

—Vaya suerte, Kouyou —le dije al verlo salir.

—¿Qué diablos haces aquí, Yutaka?

—Prometí que vendría por ti, ¿no es así?

—Pendejo —me soltó al tiempo que intenta alaciar su cabello. Yo le intenté ayudar, pero me golpeó la mano, quitándome la intención—. Mira, yo no sé si eres un psicópata o un fan loco, o algo por estilo… el punto es que, no me interesas. Lárgate. Ya estoy bien yo solo.

Supongo que pude haberme enojado por la humillación, pero pensé que realmente debió ser un mal día y que, naturalmente,  si lo quería, tenía que comprenderlo. Tenía un par de rasguños en el cuello —que siendo gruesos en partes y delgados en otros lados, sólo podían corresponder a unas uñas postizas de mujer—, y la cara colorada. Bien, tuve que haberme alejado de ahí, cuando todavía no estaba tan enamorado.  Pero siempre he sido obstinado, aquella vez no iba a dejarme vencer, no por alguien que me estaba rechazando sin conocerme. En aquel entonces, tal vez tenía un ego tan alto como el de él, por lo que no quise dejar que “se fuera con la suya”, así como el tampoco me dejaba ganar. Estábamos compitiendo mucho. Muchísimo.

*

Sinceridad ante todo: pelear con Takashima Kouyou era como pelear con Matsumoto y Suzuki juntos. Era un chaval que pega con todo (aunque no es muy fuerte que digamos) y que te ofendía cuanto las palabras le alcanzaran. No me pudo eximir de los problemas, porque yo también tuve mucho que ver con todos esos cardenales que de pronto adornaban sus costillas o abdomen. Siempre… siempre terminábamos discutiendo por algo. Que porque soy un pendejo, que porque seguía acostándose con Yuu (al final logró ser el príncipe), que no comía, que no dejaba de fumar, que me abrumaba tanto humo, que le cocinaba cosas grasosas, que lo trataba como un perro, que lo obligaba a comer y me demandaría por eso, que le escondía las cajetillas, que le compré ropa interior, que cuando él vomitaba para adelgazar yo le jalaba los cabellos, que no era su madre, que mi comida sabía mal, que su pito era virgen y yo no tenía porqué reírme, que su culo estaba más usado que quién-sabe-qué-cosa, que yo perdía porque seguía  siendo totalmente virgen, que…

¡Tantas cosas!

A veces creo que si Kouyou de verdad hubiera sido un maldito perro, al menos no hubiéramos gritado tantas cosas.

Pero no lo fue. Con cada pelea, con cada raspón, con cada poco llanto que él soltaba de vez en vez, mi corazón fue ¨ablandándose¨ como me dijo Suzuki. Pasaba más tiempo del que querría en su casa, haciéndole de comer o curando las heridas de los pies y una que otra vez, las de su trasero, que por más experimentado que fuera en el sexo, le llegaron a lastimar muchas veces. Sin embargo, mientras yo transcurría esa transición de enamoramiento, de entrega, de cambio, él iba en picada. Mientras yo me hacía más maricón, más sensible, más hogareño, más amable no sólo con él, sino con todo el mundo, él seguía siendo igual de mala cara, egocéntrico, estúpido y mandón.

Me desesperé mucho, porque pensé que sólo yo estaba enamorado.

Tiempo después él me dijo que se había enamorado de mí tan pronto le dije puta, pero que tenía cosas en la cabeza, en los pantalones… que le hacían sentir cierto rechazo hacia mí.

Su aspecto era, por aquellos días, más patético de lo que quisiera admitir.

Los ojos los tenía hundidos  y rojos. El cabello estaba frágil; de poco en poco, según los ensayos y los nervios, iba perdiéndolo. Sus labios solían estar resecos. Sus dientes comenzaron a tornarse amarillentos por tanto tabaco (algo casi como el sarro, no era muy notorio); su lengua solía verse blancuzca, por la falta de agua. La clavícula se le marcaba terriblemente en el pecho. Los hombros todos flacuchos parecían romperse.  Las costillas se le marcaban como un perro callejero. Su vientre era de un color curioso, más blanco y pálido que el resto de su cuerpo. El vello que salía de su ombligo e iba a parar en su entrepierna, era obscuro como la noche. Yo me sentía ilusionado cada que él me pedía que le ayudara a bañarse. Mirar su pene, pequeño y flácido, mirar sus depiladas piernas, sus rizos de púbico. Su negro cabello caedizo… sus pies delgados y largos, a veces maltratados, su ombligo que en ocasiones albergaba pelusa… si lo pienso así, sueno medio pendejo. Pero la verdad, estaba tan deslumbrado por su cuerpo, por sus latidos, por su manera de ser… tan obstinado, tan Kouyou. Estaba tan metido en eso, que dejé que pensar.

Dejé de pensar los tres meses en que lo acompañé a sus ensayos, a la peluquería, a rasurarse, a comprarse zapatillas dejando atrás unas viejas, a hacerle de comer (aunque solía rechazar la comida, así que me la llevaba a casa y se las ofrecía a mis compañeros). Dejé de ser yo mismo, dejé de ser el tipo agresivo que va por la vida resolviendo las situaciones con puños y con palabrotas. Dejé a Uke Yutaka atrás, lo dejé tanto como pude, porque estar con Kouyou era tener que estar desnudo, sin ninguna interrupción, sin adversidad.

Me entregué a él, a un chaval de dieciséis años recién cumplidos, mientras llegaba el invierno.

Cada noche, me decía, que al día siguiente podía hacerlo sonreír. O poder hacer que sus mejillas se sonrojaran. O hacerle un delicioso pastel que alabara.  Cada día, al despertar, con un extraño y abrumarte optimismo, me ponía la ropa, los zapatos y salía a caminar hasta poder llegar al trabajo. Miraba los árboles, a las personas, al cielo azul… y me sentía afortunado hasta morir. Sonreía con una necesidad impura, sonreía con unas ganas que hasta llorar podía llegar.

 

Aquel día, dejé hecho un desayuno sencillo para Akira (que no sabía cocinar) y para Takanori (a quién le daba pereza cocinar). Salí, miré el nublado cielo, suspiré, y decidí hacerle un rollo de sushi a Kouyou para cenar. Mientras caminaba al trabajo, yo me alegraba que con el tiempo, como en dos semanas, él pudo dejarme estar tanto tiempo como quisiera en su compañía. No sabía si le molestaba o no, pero pensaba que si no le agradaba, él podría bien sacarme por la puerta cuando más se le antojara. Sin embargo —para mi ego o para el de él—, ninguno de los dos dejaba de discutir con el otro, haciéndose sentir más o menos, seguíamos luchando entre nosotros. Claro que, también, estaban los días pacíficos en los que él se limitaba a mirarse al espejo mientras repetía una y otra vez la rutina. A veces por media hora, a veces por cuatro horas. Yo me limitaba a ver su espalda, sus pies, sus fracasos, sus glorias…

El trabajo había transcurrió normal. Nada nuevo, los mismos platos, los mismos residuos (que para ese momento ya ni me molestaban), los mismos compañeros, las mismas mujeres amables. Pensé en él a cada segundo de ese día.

 

Cuando estaba terminando el sushi ya en su casa, él llegó (ese día habíamos quedado en que yo haría la cena y él regresaría solo a casa), se descalzó y caminó hacia mí. Le saludé con energía, diciéndole que tendríamos una buena cena, que seguro que le gustaría el sushi de camarón y el de fantasía, que mi día había estado bien… hablaba demasiado rápido; intentaba mirarle y descubrir daños, pero parecía bastante sano. Me alegré. Y luego me asusté.

Me asusté porque no supe qué hacer.

Los besos que compartía con Takanori o Akira no eran tan profundos como lo que él le hacía en mi boca en ese momento. Su lengua rosó casi todos mis dientes, mi lengua fue violentada por la suya, haciéndome partícipe de su seductor deseo. Le tomé por los hombros, le miré los ojos, y él me dijo que le hiciera el amor. Yo, haciendo uso de mi naturaleza como hombre, le dije que sí, que le haría el amor cuando él quisiera como él quisiera en donde él me dijera. Me abrazó por los hombros, me susurró un par de cosas que no entendí, y me lo llevé a su recámara, que, obscura, me acogió con un frío intenso. Ni siquiera miré el lugar, mis ojos estaban clavados en sus orbes café claro, que en ocasiones, me desviaban la mirada.

Si escribo que, dejé de pensar, es porque realmente dejé de pensar. Me deshice del equipaje cuando me dejó entrar y estar con él. Me alejé incluso de la vida. Para mí sólo existían esas majillas chupadas, esa nariz respingona, esas cejas depiladas, esos labios de forma curiosa. Para mí, Takashima Kouyou era mi universo.

Mientras lo tiraba a la cama, lo más suave que pude, mi cabeza sólo repetía ¨hazlo bien, hazlo bien, hazlo bien, complácelo¨. Estaba pensando más en su erección que en la mía, por el simple hecho de que él era una persona medianamente experimentada y yo… yo era virgen. No tenía mucha idea de cómo complacer a un hombre (ni siquiera la tenía con una mujer). Vagamente comencé a imaginar que tendría que penetrarlo —o él a mí— y estimularlo. Estimularlo como  me estimulaba a mí.

—Acaríciame los pezones, Yuta… —me susurró. Su voz sonó grave.

Y lo hice, tanto como pude. Él comenzó a suspirar quedamente y mi corazón se sentía como un resorte escuchándole. Lo desvestí completamente, viéndole cada centímetro de piel de manera erótica. Su delgadez. Su color de piel. Los pequeños lunares de sus talones. Las uñas un poco largas de los meñiques. Le besé el cuello, lo lamí. Hice lo mismo con su clavícula. Olí su sudor, me pegué a sus axilas sin vello y aspiré su trabajo. Paseé mi nariz por todo su cuerpo, junto con mi boca y lengua. Él miraba el techo. Yo no sabía qué hacer luego de besarle. Quería seguir haciéndolo, quería seguir tomando su olor. Pero él me dijo que en el buró de un lado de la cama, había condones y lubricante.

Y como si fuera una marioneta, obedecí. Abrí el cajón y lo saqué lo que sus labios decían.

—Méteme los dedos, Yutaka. Y luego, mete tu polla…

En este momento, que escribo y recuerdo la sensación que me dejó meterle los dedos, es más o menos como una erección enorme y grande, claro, si pudiera tenerla. El lubricante se resbaló por mis dedos, por mi mano, mientras él se colocaba en cuatro en la cama, dejándome bien en alto su trasero. Mi dedo no entró. No entraba. Simplemente no lo hacía. Su ano parecía rechazar mis manos a como diera lugar. Él se contraía cada que lo tocaba ahí. Suspiraba bien fuerte. Su erección no había bajado ni un poco. Sus testículos se asomaban por la entrepierna. Entonces, me dijo que él lo haría, y me tomó de las manos, me las frotó y luego ahí estaba yo, mirándole cómo se penetraba él mismo, porque yo había sido un ingrato que no sabía hacerlo.

—Ya, ya, ya, fóllame…

Primero, me sorprendí por la palabra. Luego, a velocidad luz me desvestí, observé mi pene, lleno de alegría e irguiéndose entre mis piernas. Me puse el condón como me habían enseñado en la preparatoria a hacerlo en las clases de sexualidad. Abrí con cuidado, lo puse en la punta, y lo extendí. Me llené de lubricante la erección, y me acerqué a él. Pero me resbalaba. Así que tuvo que ayudarme también. Estaba que me moría de vergüenza.

Una vez dentro, me dejé caer un poco, besé su espalda, y me dijo que me moviera. Y lo hice. Hubo un momento en que su cuerpo tembló debajo del mío y sus brazos ya no lo sostenían, su cara se pegó en la almohada de su cama, y me dejó penetrarle con un vaivén sin ritmo, pero que yo lo sentía rápido. Entonces me corrí, pero él seguía jadeando. Se dejó caer a la cama. Me quité el condón, lo aventé por ahí, y acordándome del incidente con la puerta y mis amigos, lo masturbé hasta que me gritó que se corría. Y lo hizo en mi mano.

Y le vi las mejillas rojas, rojas de excitación.

No me dedicó palabras bonitas, ni yo a él. Estaba tan absorto en la cuestión que ni cuenta me había dado que le hice el amor. Pero yo sólo pude ser feliz en ese momento.

Me hizo dormir con él.

*

Cuando desperté al día siguiente, bueno, un total desastre.

Primeramente: Kouyou no estaba.

En segundo lugar: observando el reloj de mesa, ya era muy tarde como para ir a trabajar.

Y, en último lugar: la nota de ¨Eres un cerdo que sólo me quiere por mi cuerpo. Caíste tan rápido que me decepcioné. Deberías mejorar en el sexo¨, me sacó de la nube. Lo de mejorar en el sexo no me mortificaba, más bien era lo otro.

Eres un cerdo que sólo me quiere por mi cuerpo.

Rompí su reloj. Sus perfumes. Los platos con el sushi de la noche anterior, desacomodé su cama, su casa en general. Me enojé como no lo había hecho desde que había dejado a mí yo lleno de cólera. No eran exactamente las palabras que las que me molestaban, ni que me hubiera llamado cerdo, no, lo que me molestaba es que no me lo dijera en la cara, con cojones, y, pero no menos importante, que piense algo que yo jamás en mi vida había dicho, mucho menos pensado.

Si hay algo que odio, es que no tomen en cuenta los sentimientos de los demás. Así que, odiándolo (o al menos muy molesto con él) me fui de su casa. Y no regresé. Ni en la noche, ni al día siguiente, ni al que siguió…

Faltaban cinco días para la presentación del cascanueces,  cuando abandoné a Kouyou. Cinco días en los que me besé y toqueteé con mis dos amigos; volví a bailar, a enojarme por cualquier nimiedad y, lo peor: comencé a caer de un profundo sopor. Y comencé a encontrarme a mí mismo. Al olvidado Yutaka. Comencé a tener una regeneración.

Un Yutaka que se había convertido en cenizas por un crío que no valoró mis sentimientos en su debido momento. Yutaka solía ser un tipo que sonreía mientras estaba enamorado pero cuando no lo estaba, también sonreía. Era amable. Trabajaba duro. Les cocinaba a mis amigos. Les enseñaba cosas que sabía de primeros auxilios. Hice muchas cosas que para mí, valieron la pena durante mi vida. Entonces, llega Takashima Kouyou a romperme la balanza y dejarme en ceros, como si fuera un bebé. No sé nada, no sé qué hacer, no sé porqué ser amable, no quiero serlo, que rompí un plato, que le rompí la cara… ya ni me interesaba. Akira solía hablarme durante horas, diciéndome que Kouyou era así, pero que si yo de verdad lo quería, podría perdonar sus palabras y entablar una nueva relación. Olvidarme de todas las estupideces y hablarle con la frente en alto. Mientras tanto, Takanori me decía que a la mierda con ese hombre, que yo necesitaba alguien que me cuidara y amara incondicionalmente, no un chaval que a veces sí y a veces no.

Ambos tenía un poco de razón.

Y, ambos, me consiguieron un boleto para la actuación del cascanueces.

*

Me senté en un asiento que estaba realmente cerca del escenario. Observé a las demás personas, vestidas con elegancia y me sentí un poco fuera de lugar. En aquel momento comparé nuestra posición como la novela popular “La bella y la bestia”, en dónde yo era la bestia, la parte mala de la relación. Poco a poco, el coraje que le tenía, fue bajando. De por sí había estado extrañándolo mucho, sólo hacía falta un factor devastador para que me bajara una melancolía muy densa.  Él me llamó cerdo, yo le llamé puta, bla, bla, bla, bla. Estábamos destinados a hacernos daño. Uno tan grave como apuñalarse, pero… la verdad, en ese momento, mientras abrían el telón, yo me dije ¨Estoy enamorado. Va a dolerme. Tiene que.¨

Y lo acepté. Nuevamente, hice maletas, las tiré en el río, y decidí amarlo.

Mientras lo perdonaba, observé cómo bailaba. Cómo hacía todo aquello con una flexibilidad nata.  Me maravillé y le acepté los errores. Me incliné ante él. El espectáculo me llenó el alma de belleza; no sé cuánto duró, pero yo siempre estuve observando a Kouyou desde mi lugar.  Cuando terminó, cuando acabó el maravilloso baile, yo pensé que la vida me tomaría de la mano hasta poder decirle a Takashima que no me importaba si él pensaba que era un cerdo, que yo igual lo quería y que no pensaba dejarlo.

Pero… Yuu alejó mis planes a un lugar remoto.

Me adentré entre ese tumulto de gente, diciendo que era el hermano de Kouyou  (que por suerte dijeron “Ah, ha hablado de ti alguna vez”), viendo las flores a las bailarinas yendo y viniendo, hasta que llegué a su camerino. Cuando iba a tocar, me pregunté qué clase de hermano tendría. Luego, me lo pensé mejor y decidí simplemente abrir la puerta, quería sorprenderlo. 

La única persona que se ha ganado mi odio, ha sido Yuu.

Estaba gritándole ¨eres un imbécil¨, ¨lo hiciste muy mal¨, ¨no debí darte el papel¨,  ¨me dejaste en vergüenza¨, ¨me das asco¨… y lo abofeteó. Entonces seguí mirando atentamente, sin que se dieran cuenta de que estaba ahí; Kouyou no hacía nada. Nada de nada. Y Yuu seguía humillándole. No lo soporté por mucho tiempo. Yo no entiendo sobre ballet, ni siquiera sé si Kouyou se equivocó o no (a mí me pareció perfecto), sin embargo, entré con violencia ahí, haciendo que ambos me miraran.

—Deja a Kouyou en paz —le grité.

—¿Quién eres?

—Su amigo.

—De seguro que ya te lo follaste —dijo, con amargura—, ni lo dudo un poco. Shima va por ahí acostándose con quien puede y le da algo a cambio.

—¡Cállate!

—¿Así que ese es tu nuevo objetivo, perra arrastrada? —le dijo a Kouyou. Él comenzó a llorar, negándoselo.

—No le llames así — y me fui sobre de él. Le pegué en la cara, en el estómago, lo azoté contra la pared. Mientras peleábamos Yuu y yo, chocamos contra Kouyou y lo que escuché, seguidamente del choque, fue un doloroso sonido de cristal roto. Pero lo ignoré y seguí vaciando mi ira en contra del hombre que lastimaba al chico del que estaba enamorado. Cuando me separé de Yuu, su cara ya no parecía su cara. Miré a mi alrededor, buscando a Takashima, y lo que me encontré me hizo sentir mal. Muy mal.

Habíamos estrellado a Kouyou contra el espejo, y estaba sangrando.

*

Me lo llevé como un muñeco a la sección de mis compañeros paramédicos. Estaba llenándome de su sangre. Cuando salí con él en brazos las bailarinas me miraban interrogantes; empujé a unas cuantas que me estorbaban. Y corrí, corrí muchísimo mientras miraba su cara pálida, sin ganas. Parecía perder sangre en exceso. Me maldije mentalmente por ser tan estúpido, por golpear nada más de ganas y de coraje a la gente, de no poder controlarme. Pero claro, ya no podía arreglar mi error; lo único que me quedaba era llevarlo lo más rápido que pudiera para que fuera tratado y salvado. Cuando llegué me atendió un amigo con el que llegué a conducir una ambulancia. Me dijo que necesitaba puntos, que se lo dejara al médico (que por una suerte innata estaba ahí).

Y lo miré irse en camilla, en medias, en un charco de sangre.

La cabeza me punzaba por estar llorando. Los ojos se me hincharon, y mi amigo dijo que tendría que esperar, porque estaban limpiándolo y acomodándolo. Desde ese día me juré jamás volver a pegarle ni a él ni a nadie. Me lo repetí hasta que mi cabeza imploraba que pensara otra cosa. Me hice mil y un promesas que cumpliría.

Jamás en mi vida, volví a tocar —con propósito de violencia— a Kouyou, porque, cuando lo vi en la camilla, pálido y apenas pudiendo abrir los ojos, mi corazón supo que ese tipo era mi tipo. Era la persona más indicada para calmar a la fiera que llevaba dentro.

*

Cuando conocí a Takashima Kouyou, jamás pensé que nos íbamos a hacer tanto daño… al principio. Yo no era de esas personas totalmente positivas, yo no me quería mucho, no apreciaba con claridad las cosas, y, no estaba amando a nadie. Matsumoto y Suzuki le ayudaron mucho a mi corazón; me ayudaron a poder respirar un aire tan alternativo que me sentí vivo en un mundo diferente en el que siempre había vivido. Cuando me di cuenta, yo estaba amándolos con una profundidad tan inmensa, tan dura, tan cálida, que no me podía separar de ninguno de los dos; por  más que quisiera, por más que busqué durante todos estos años, jamás encontré a dos personas que estuvieran tan enamoradas entre sí. Nunca en mi vida volví a ver a dos personas mirándose con esa pasión, con ese deseo y amor mezclados, unidos por una brecha cortísima, que no hacía más que rosar unas con otras.

Aunque me eyacularan en la cara, yo me había enamorado de los dos. Por años han seguido conmigo, y los sigo queriendo como desde la primera vez.

Pero no me enamoré de ellos como de Shima. Shima, como me hizo llamarle (en mi mente, siempre que lo veo me digo ¨él es Takashima Kouyou, el amor de tu maldita vida¨), me cambió la cabeza. De repente me hacía hacer maletas y tirarlas al río, y luego me hacía sacarlas, sacar su contenido y secarlo, junto con él. Sí pudiera comparar su amor, diría que fue un tornado. Uno que me llevó con él, que me comió, que me internó entre un montón de cosas sucias y prohibidas, hermosas y cálidas, que no podía entender muy bien. Aunque tardé en deducirlo, aunque tardó en amarme con intensidad, él lo logró y me hizo el amor cientos de veces. Dejó de llamarme cerdo. Dejó de decirme y gritarme de lo que iba a morir. Yo, como él, dejé de golpear, de gritar, de humillar. Lo dejé todo… por él. Y él, por mí.

Me amó. Me amó tanto que escribirlo, aunque sea en pocas páginas, me crea un calor en mi adolorido corazón.

Me amó tanto como pudo. Y yo lo amé tanto… no, yo lo amo tanto que no puedo.

 Shima murió hace diez años, cuando yo tenía sesenta y cuatro y él, apenas cumplía, sesenta.

Dame una respuesta, rellena un formulario
Por siempre jamás
¿Aún me seguirás necesitando, todavía me seguirás alimentando?

Notas finales:

La primera vez que escribo con Kai como protagonista.

¿Qué tal?


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).