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EL MAL CAMINO por Galev

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Notas del capitulo:

Hola, aquí nuevamente ^_^ muchas gracias a quienes me siguen y a quienes comentan, aunque sobre todo a quienes hacen las dos cosas :D

Advertencias del capítulo: No sé... tiene gore, por lo demás está muy light.

 

 

Capítulo X: Muslitos de perro

 

Eran las doce cuarenta y seis de la tarde. Galen estaba a esa hora como de costumbre en clase, haciendo garabatos en la parte trasera de su cuaderno, mientras fingía poner atención, sentado en un pupitre lejano al pizarrón.

 

Su profesor de física, el señor Roberto Mejía, un hombre de unos treinta y tantos años, flaco y moreno, alias “El Bacalao” -quien mantenía el apodo por su no muy agradable aliento- intentaba enseñarles un tema nuevo, lidiando con más de treinta jóvenes bulliciosos de entre catorce y quince años.

 

-Los gases perfectos obedecen a tres leyes bastante simples, que son: la Ley de Boyle, la ley de Gay-Lussac y la Ley de Charles. –Explicaba el profesor con cierta desesperación. –Guarden silencio, sé que ya se quieren ir –Dijo por cuarta vez en ese rato, con cierto pesar de que su clase durara dos horas y cerrara el día escolar.

 

Los alumnos se callaron un momento, pero aumentaron el desorden en el instante en que el profesor se volteó a anotar algo en el pizarrón, siendo una explosión de risas escandalosas de un grupo de chicos la gota que derramó el vaso de la paciencia de su maestro.

 

-¡Ya basta!-Alzó éste la voz, muy enojado, dejando en un mutis total a los jóvenes-Este tema se da por visto. –Exclamó tomando su maletín. -¿Cuál es su problema? ¿Eh?, Mañana les iba a dar un repaso para el examen, pero ya no, mañana es el examen.

 

-“¡¡¿¿¿Qué???!!”- Se escuchó un grito al unísono, estaban a punto de reclamar algo, pero el profesor hizo caso omiso y simplemente les dijo: -“Estudien”- antes de salir del aula, furioso.

 

Bajo esas circunstancias aquella palabra auguraba algo fatal. La mayoría de los presentes salieron detrás del maestro para pedirle el cambio de fecha.

No era un secreto para nadie que el noventa por ciento del salón no sabía nada de física. Entre ese diez por ciento que sí, se encontraba Galen, quien optó por quedarse sentado en su banca, esperando sin entusiasmo a que sus compañeros resolvieran el problema que habían causado. Para él, la sorpresiva fecha del examen era algo que le tenía sin cuidado.

 

Aburrido, echó un vistazo a su reloj, contemplando por un instante el camino trazado por el segundero. Sin percatarse como poco a poco su mente volaba fuera de la realidad del salón de clases, divagando sin rumbo hasta llegar a un recuerdo repentino; un suceso muy especial para él:

Se trataba de la mañana de su séptimo cumpleaños, con lucidez recordó la manera amorosa en que su padre lo levantó de la cama, cargándolo sobre sus hombros hasta el jardín, y cómo ahí el cabello de ambos brillaba cual oro bajo los rayos sol, en un abrazo que pareció ser eterno. Los brazos fuertes de ese hombre increíble asiéndolo contra su pecho, que desprendía un sutil aroma a loción. “-Happy birthday, son-” Murmuró su padre, separándose un poco del niño, para entregarle una caja alargada y fina que el pequeño abrió rápidamente, descubriendo en su interior, un reluciente reloj de plata, el cual marcaba la hora con sus elegantes números romanos, cubiertos por una carátula azul, muy hermosa. -“Every man should have a nice watch, and little man, this is yours”1- Le dijo su padre al abrochárselo, cariñoso, como un padre debe de ser… Como su padre era… Antes de que dejara de quererlo…

 

Desde que su padre los abandonó, acordarse de aquello lo hundía en un estado anímico sumamente depresivo. Aunque ahora, el reloj también le traía a la mente otro recuerdo, uno que lograba disipar el sentimiento anterior, uno que sí lo animaba: era el del primer día en que, superando su introversión, invitó a su nuevo amigo a comer. 

 

Sí, consideraba a Rommel su amigo. Aquel muchacho delincuente a quien, irónicamente, estaría eternamente agradecido por liberarlo del secuestro, del cual él mismo fue participe. Una persona que de preferencia, no debería de frecuentar, pero que sin embargo lo hacía, desafiando su propia suerte; volviéndose cómplice de mentiras respecto a quien les estaba vaciando la panera y el refrigerador. No obstante, el riesgo y las mentiras valían la pena cuando Rommel lo visitaba un momento en la tarde para ir a comer.

Por dos semanas, el joven fue a su casa casi sin falta. Esas visitas eran su pequeño secreto, que aunado a la amena plática, hacían de su mutua compañía algo tan especial.   

Ese chico jamás juzgaba lo que Galen decía, lo halagaba sin saberlo y a veces, lo hacía reír tanto que el estómago terminaba por dolerle. Era impresionante cómo el momento más grato de su día, solamente le costaba un poco de comida recalentada, aunque, había algo por lo que incluso pagaría por ver a voluntad y eso era la bonita sonrisa sincera de su amigo.    

 

-¿Por qué tan sonriente, Galen? -La voz de su amigo Memo que recién llegó, lo trajo de vuelta a la realidad.

 

“¿Sonriente?” No tenía idea de que estaba sonriendo. Inmediatamente cambió su expresión a su seriedad habitual. Y entonces miró que todos sus demás compañeros regresaban al salón, solamente para tomar sus mochilas con un gesto apático. Entre ellos, el grupito de chicos con quienes se juntaba en los recesos: José Luis, Rodrigo, Armando, Vicente y obviamente, Memo.

 

-¿Qué pasó? ¿En qué quedaron? –Les preguntó Galen al ver sus expresiones serias.

 

-Nada, si nos va a poner el examen mañana –Le comentó Armando muy molesto.

 

-Nos va a ir de la verga, güey. Los únicos que le entienden al bacalao eres tú, German y Paco –Exclamó Vicente tomando su mochila, al igual que los demás.

 

-Güey, ayúdanos a estudiar ¿no? –Le dijo José Luis –Podemos ir a mi casa. Nos cooperamos para una pizza.

 

Los demás asintieron en aprobación, sin embargo, Galen simplemente negó con la cabeza para decir: -No puedo ir, mi mamá me pidió que estuviera en casa en las tardes porque no quiere que se quede sola mi tía. Aunque podemos estudiar ahí.

 

-Ahmm… ¿y si le pides permiso a tu mamá? –Propuso Armando.

 

-¡Sí! José Luis tiene Nintendo 64, se pone chido-Lo secundó Vicente

 

-No, ya les dije que no puedo ir, yo sólo puedo en mi casa. Si quieren podemos estudiar ahí-Dijo el rubio un poco ofendido por la reacia actitud de sus amigos para ir a su casa.

 

Dicho esto, notó un poco confuso que los integrantes de su grupito se miraban las caras unos a otros, como si estuvieran cuestionándose telepáticamente sobre una decisión de vida o muerte.

 

-Amm… Sí, está bien –Masculló Memo finalmente, siendo el primero en decir algo, pese a la mirada desaprobatoria de Vicente, aunque siendo apoyado por Rodrigo, un chico ligeramente gordo bastante serio que rara vez hablaba.

 -Vamos- A los demás no les quedó de otra que ceder. Era bien sabido que Memo era el líder no proclamado de ese grupito, y lo que él decía, se hacía.

 

 

Llegaron a su casa en menos de veinte minutos. Y no paso mucho tiempo cuando ya estaban todos acomodados alrededor de la mesa del comedor, haciéndole preguntas sobre temas que vieron a comienzos de mes, pero que obviamente planeaban resolver un día antes del examen.

 

Al principio Galen llegó a pensar que no tardarían mucho en entender los conceptos, pero se equivocó. Estos chicos literalmente no sabían nada de física. Estaban tan perdidos, que le tomó más de dos horas explicarles la tercera ley de Newton.

 

En ese lapso de tiempo, su hermano Aarón llegó de la universidad, fulminándolos a todos con la mirada, pasándose de largo a la cocina donde su tía le sirvió de comer.  Ella invitó a comer a los chicos también, aunque estos se negaron algo nerviosos, quizá en parte porque el hermano de Galen los intimidaba demasiado con esa mirada de psicópata, un sello muy personal suyo.

 

De hecho, Galen no tenía idea, pero su hermano era una de las razones principales por las que sus amigos solían muchas veces evitarlo…

Todo empezó cierta vez durante la segunda semana de clases en el bachillerato. Vicente, un chico algo menudo y ansioso de ojos negros, lo invitó a la pista de hielo, junto con otros camaradas del salón. El gringo -como apodaban a Galen- aceptó la invitación, diciendo que debía ir a su casa para pedir permiso y un poco de dinero.

Vicente lo acompañó  caminando, mientras platicaban efusivamente; una vez frente a la vecindad, Galen le pidió que lo esperara afuera mientras arreglaba todo.

 

Por un momento, Vicente se quedó quieto, contemplando el horrible barrio donde su amigo vivía. El sobrecogedor silencio, las banquetas llenas de agujeros, los árboles secos plantados a ras del suelo, donde solamente había botellas de cerveza vacías alrededor de las putrefactas raíces.

Pero de pronto, un sonido lastimero se escuchó entre el silencio. Era el inconfundible llanto de un perro. No se escuchaba muy lejos de ahí como chillaba de dolor en un grito agudo y desgarrador.

 

Vicente intentó ignorarlo, pero no pudo, su inmenso amor por estos animales no le permitió omitirlo.

Lentamente, comenzó a caminar un poco, para rodear la pequeña vecindad. Notó que a un lado de ésta, había un portón de madera roto por donde fácilmente cabía una persona esbelta. Hacia adentro de este lugar, el volumen de los chillidos se intensificaba. Asomó su cabeza ligeramente, aunque no pudo ver mucho, con la excepción de un alambre de púas que se encontraba desenrollado sobre un suelo de escombro y pastura corriente.

El muchacho se escabulló por la ranura con cierto recelo, pensando que seguramente el animal quedó enredado en el alambre.

 

Una vez adentro pudo percatarse que el terreno era mucho más grande de lo que parecía a simple vista, divisando regados por la inmensa explanada toda clase de objetos: llantas viejas, corcholatas, bloques de cemento, aunque sin duda la que más llamó su atención fue una muñeca sin ojos que daba la impresión de darle la bienvenida a ese sucio solar deplorable.  

Al fondo había una especie de cabaña sin puerta, las paredes de madera estaban cayéndose a pedazos y era ahí de dónde el llanto provenía.

 

Vicente se preguntaría por más de una semana el por qué pese al miedo que le produjo ver esa casucha, siguió avanzando. Recordaba perfectamente el momento exacto en que entró a ese lugar. Como los rayos del sol apenas alcanzaban a iluminar tenuemente el piso, siendo su propia sombra proyectada hacia enfrente, mientras un intenso olor a sangre le inundó de lleno las fosas nasales.    

 

Se quedó ahí, como un bobo contemplando lo que frente a sus ojos ocurría a media luz. En ese lugar, había una persona y un perro moribundo; juntos formaron la horrorosa imagen que lo atormentaría cientos de veces en sus pesadillas. El perro tenía las patas delanteras recién amputadas, y las patas traseras atadas con cinta industrial. Movía los muñones débilmente, dejando escapar un llanto estremecedor que le taladró los oídos, mientras la persona –si es que podía llamársele de esa manera- con cierta maestría, le clavaba varias veces una pala de metal oxidada y roma en la coyuntura de una de sus extremidades traseras, riendo al ver que un chorro de sangre salía a presión de la casi cercenada pata.

 

Vicente no tuvo que observarlo mucho para reconocer a este sujeto como el hermano del gringo, un tipo que de primera impresión le había parecido desagradable al momento de conocerlo.

 

Quizá por un golpe de suerte, Aarón no había detectado su presencia, pero su suerte terminaría rápidamente cuando intentó retroceder y el piso de madera crujió bajo sus pies.

De inmediato, el hermano del gringo levantó la mirada; sus ojos desorbitados se clavaron en él, revelando unas pupilas negras dilatadas por completo, y sus conjuntivas rojas como las del mismo diablo.

 

Para su horror, este sujeto comenzó a acercarse con un paso tambaleante, arrastrando la pala ensangrentada por el piso, dejando una estela roja y brillante. Su silueta lentamente se cubría por la luz solar que se filtraba desde la entrada, haciendo cada vez más notoria su alarmante proximidad.

 

-¿Qué estás mirando? ¿Eh? –Le dijo esbozando una sonrisa grotesca, ensangrentada, como su propio rostro -… Acaso es que... ¿Tú también quieres un muslito? –Articuló, mostrándole una de las patas amputadas del perro, soltando una carcajada desquiciada.

 

-¡No! ¡Por favor! ¡No! –Gritó Vicente, quien ya se había orinado del miedo, intentando correr lo más rápido que pudo, alejándose de ahí muy pronto. Dejó a Galen plantado, solamente frenando su huida cuando estuvo ya lo suficientemente retirado de esa casa de locos.

 

Ese tipo estaba drogado, estaba seguro de que lo estaba. El gringo ya les había comentado que su hermano parecía desubicado, pero no tenía idea a que extremo.

Al día siguiente, Vicente les platicó a los demás acerca de lo sucedido -obviamente omitiendo la parte en la que mojó sus pantalones- Razón por la cual se abstuvieron de hablarle un tiempo al Gringo, dejándolo solo en los recesos, vigilándolo seriamente hasta que estuvieron completamente seguros de que él no era un maldito psicópata como su hermano. Y pese a que Galen no les caía mal, el miedo acarreado por Aarón arruinaba cualquier tipo de acercamiento.

 

Memo impuso la regla de no verlo después de la escuela a menos de que la situación lo requiriera forzosamente. Sin embargo, había algo mucho muy serio, y era que si volvían a reprobar otro examen con el bacalao, seguramente perderían el año escolar, y esa era una emergencia.

 

Para alivio de los chicos, el hermano del rubio no tardó mucho en irse, dedicándole una muy especial mirada retadora a Vicente, al tiempo que salía por la puerta con la misma expresión fría con la que entró, provocándole al pobre muchacho un ligero escalofrío.

 

Después de un rato, la tía de Galen también se retiró, siguiendo su rutina habitual, despidiéndose amablemente:

-Voy a ir a mi rosario, se quedan en su casa muchachos.

 

Galen la despidió con una sonrisa al igual que los demás. No pudiendo evitar mirar su reloj con una mueca sorprendida, como si hubiese perdido la noción del tiempo y algo muy importante estuviera por ocurrir. Así parecía ser puesto que no pasaron ni cinco minutos de que su tita se había ido, cuando se escuchó que tocaron a la puerta.

 

Sus compañeros notaron extrañados como el chico prácticamente saltó de su asiento para asomarse por la mirilla.

 

-Voy, espera-Escucharon que dijo, abriendo la puerta con una expresión alegre muy extraña de ver en él.

 

A través del marco de la entrada, pudieron distinguir a un muchacho como de su edad, no muy alto, que asomándose a la casa le dijo a Galen con su voz un poco ronca: -…No sabía que estabas ocupado, si quieres vengo mañana.

 

-No, no, pásale –Exclamó Galen dejándolo entrar.

 

-Bueno…-Vaciló el otro, ingresando a la casa.

 

-Rommel, ellos son: Memo, Vicente, Armando, José Luis y Rodrigo –Los presentó a cada uno –Él es mi amigo, Rommel.

 

Los chicos le saludaron con un simple “hola”, que el recién llegado contestó con un movimiento de cabeza, esbozando una media sonrisa austera, al tiempo que colgaba sobre el perchero su mochila empolvada.   

 

Memo lo miró intensivamente con cierto prejuicio, estudiando cada detalle de “Rommel”. Su chaqueta verde, rota y sucia, al igual que sus pantalones de mezclilla y sus tenis negros deslavados, llenos de agujeros. Su cabello sutilmente largo, rebelde y alborotado. Su rostro, de facciones finas pero endurecidas. Esa mirada penetrante, astuta, enmarcada por cejas arqueadas, y del lado derecho, una cicatriz que terminaba por otorgarle a este joven, un toque muy rudo y amenazador.

 

-Puedes sentarte ahí –Mencionó Galen, apuntado un lugar en la mesa a un lado suyo y de Memo.

 

Rommel lo obedeció, sintiéndose un poco incómodo al sentir aquella mirada dura sobre su persona.

 

-¿Y qué edad tienes? –Le preguntó Armando, intentando sacarle platica.

 

-…Quince…

 

-Igual que nosotros -Dijo Rodrigo.

 

-¿Y en qué escuela estudias? -Preguntó ahora José Luis.

 

-…No… No estoy estudiando –Respondió Rommel un tanto cohibido. Detestaba esa pregunta.

 

-¿Y por qué no? –Lo cuestionó el mismo chico inquisidor.

 

-Porque no –Rommel lucía ya bastante incómodo.

 

-Entonces… -Habló Galen, intentando relajar el ambiente –¿No querían pedir una pizza?

 

-Emmm… no, mejor no –Contestó rápidamente Memo, antes que los demás, mirando a Rommel sin disimular su desagrado.

 

A éste último no le hizo falta ver la mirada de este chico para saber  lo que pensaba de él; que era un vago de los estratos más bajos de la sociedad, corriente, sucio, andrajoso y por si fuera poco: malandro.

 

Al igual que Memo, el resto de los chicos también negaron la invitación.

Ya habían terminado de estudiar, sólo estaban repasando un poco. Por eso mismo, estar en compañía de Galen ya no era necesario. Y como quien desecha el envoltorio de un caramelo, comenzaron a decir:

 

-Yo ya me voy, Galen- Vicente fue el primero, incorporándose de su asiento, guardando algunos cuadernos en su mochila.

 

-Sí, yo también, gracias güey-Agregó José Luis, haciendo lo mismo, a quien luego, le siguieron Memo, Rodrigo y Armando.

 

-Está bien –Les dijo Galen, levantándose de su silla para poder abrirles la puerta.

 

-Nos vemos mañana, gracias-Exclamó Memo, caminando hacia la salida, para después, dirigiéndose a los demás, preguntar: -¿Y de aquí a dónde vamos? –Eso último pareció haber salido de su boca con cierta saña, con la intención de que  Galen lo escuchara.

 

-Vamos al bosque –Respondió Vicente igual de cínico, saliendo de la casa.

 

Aquel descaro fue cruel e inusual, aunque al fin y al cabo, en esencia era lo mismo. Como siempre, acababa de ocurrir: Sus “amigos” hicieron planes sin invitarlo.  

Galen suponía que debía ya de estar acostumbrado, pero la verdad era que cada vez que sucedía se sentía muy mal. A veces él mismo se preguntaba por qué soportaba que solamente lo utilizaran cuando necesitaban algo… ¿Acaso era estúpido?...

 

Giró lentamente su cuerpo, cerrando la puerta tras de sí, con una expresión descompuesta, para toparse con la mirada de Rommel, todavía sentado en aquella silla del comedor.

 

Intentó sonreír un poco, tratando de alejar esos pensamientos de su mente mientras decía: -Deja te sirvo algo.

 

Rommel le agradeció con una voz casi inaudible, arrugando un poco el entrecejo, para luego expresar:

-Tal vez tus amigos se portaron así porque llegué yo… creo que tengo ese efecto en la gente -No era necesario ser muy listo para ver la expresión compungida de Galen y  saber que le afectó bastante lo que acababa de ocurrir.

 

El rubio movió su cabeza de un lado al otro, todavía sintiéndose mal.

-No fue tu culpa. En realidad nunca me invitan. Si estaban aquí, es porque querían que les ayudara a estudiar, pero a veces pienso que ni siquiera les agrado…

 

-Vaya, que ojetes–Dijo el trigueño, levantándose de la silla para acercarse un poco a él –No creo que sepan de lo que se pierden.

 

-… ¿Por qué lo dices?-Galen notando la cercanía, formuló la pregunta dejándose llevar por su propia curiosidad, cuestionándose internamente, qué podría Rommel decir para animarlo. 

 

-Pues… –Rommel titubeó un poco, aumentando el suspenso-… Será que eres gracioso y chidillo, como un perrillo –Terminó riéndose, restándole importancia a la situación.

 

Galen peló los ojos, era el peor consuelo que alguien pudiera haberle dado, pero la risa de Rommel era muy contagiosa y terminó cediendo ante esta. Como fuera, había funcionado, pero no se quedaría con las ganas de devolverle el cumplido.

 

 -Tu cola, güey

 

-¿Qué tiene mi cola? –Preguntó fingiendo estar ofendido.

 

-Pues que está toda hedionda –Se rio.

 

-Muy mi pinche pedo, yo sé si me la lavo o no ¿no? –Respondió sonriendo sutilmente y cambiando el tema bruscamente exclamó:  –Oye güey… ¿No quieres ir a algún lado?

 

-Amm… ¿Cómo a dónde? –Galen lo miró un poco extrañado.

 

-No sé, a donde sea, tu casa es aburrida –Su sinceridad a veces rayaba en lo grosero. 

 

-Pues, podemos ir a comer que ya hace hambre y hay un lugar que quiero conocer –Propuso bastante más animado.  

 

El otro dudó un poco antes de contestar: -Emm… Claro- Introduciendo su mano en uno de los bolsillos de su chaqueta. Estrujando con fuerza dentro de este, un solitario billete de cincuenta pesos a la vez que miraba la alegría reflejada en los ojos azules de su amigo –vamos.

Notas finales:

1: El papá de Galen le dice que feliz cumpleaños. Que todo hombre debe tener un buen reloj, y que ese es el suyo......  

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Bueno, Ahí está la razón por la que Galen no tiene amigos. Por que su hermano es un maldito psicopata.

Espero que les haya gustado tanto como a mi escribirlo.

Este capítulo me tomó más de 2 semanas escribirlo porque no me acababa de gustar. Me gustaría conocer sus opiniones, intento mejorar mi forma de escribir cada capítulo ! :)


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