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EL MAL CAMINO por Galev

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Notas del capitulo:

Hola! Pues aquí estoy otra vez, trayendo conmigo la segunda parte del 17

Quería publicarlo el martes pasado, sin embargo me faltaba todavía escribir un poquito.

 

Explico algunos terminos que pienso que pudieran ser útiles para mis lectores(as) no mexicanos(as):

*Ligar: Significa querer emparejarte con alguien. También se entiende como seducir, coquetear.

*Culero: Es algo o alguien muy malo o terrible.

*Decir que estás "clavado" con algo o alguien: Es decir estás muy enamorado. Que te lo tomas muy en serio.

*Apapachar: Consentir, hacer cariños.

Creo que son todos (?)

 

Advertencias: No sé. Quizá que pongo excenas eróticas explicitas.

Es el capítulo más yaoi que he escrito hasta el momento.

 

Que lo disfruten !!

 

 

Capítulo XVII: Fuera de lugar (Parte II)

 

 

-¡¿Qué?! –Prácticamente gritó, como no pudiendo dar crédito a las palabras que el rubio acababa de proferir.

 

Después, se mantuvo en un silencio incómodo; contemplándolo fijamente, quizá esperando a que Galen se retractara. Pero no fue así. El único sonido que salió de él fue el de su queda respiración.   

 

-… D-de verdad… ¿Q-quieres que te bese? –Preguntó notoriamente nervioso cuando finalmente salió de su estupor.

 

-… Sí… -Galen esquivó su mirada de asombro, sintiendo como se elevaba bruscamente la temperatura de sus mejillas.

 

El corazón le golpeteaba arrebatadamente en el pecho… Cada segundo que Rommel permanecía callado parecía una eternidad… 

 

-… Está bien… -Accedió finalmente el antedicho con una vocecilla tímida, insuflando el pecho, dándose ánimos posiblemente.

 

El rubio lo vio relamerse los labios… Sus suaves y sensuales labios…

 

-Pero primero… -Rommel estrechó aún más el espacio entre sus rostros.

 

Podía sentir su aliento acariciándole sutilmente cerca de la boca...

Cerró los ojos… E inclinó un poco hacia delante su mentón… Estaba ansioso por ese beso… Probar esos labios…

 

-Pero primero… -Sus bocas estaban a punto de tocarse –… Despiértate, güey.

 

-¿Mande? –El rubio parpadeó confundido. En lugar de un beso, Rommel le había dado varios golpecitos rápidos en el cachete.

 

-Despiértate –Insistió su amigo, volviendo a darle de golpecitos –Esto te va a ayudar

 

-¿Ah?

 

Súbitamente, Galen abrió los ojos, cayendo en cuenta -aun sobresaltado por la vivacidad de la experiencia onírica- de que acababa de despertar.

 

Aparentemente se quedó dormido recién apoyó la cabeza en el descansabrazos.

Su regreso a la realidad no le pareció del todo bueno. Empezando porque su mejilla estaba empapada de un líquido cálido y viscoso, al igual que el tapizado del sillón contiguo… Por supuesto no tardó en comprender que se trataba de su propia saliva.

 

-Babeas un chingo, güey -Rommel estaba de pie frente a él, al igual que en su sueño, sólo que, a diferencia de éste, no parecía ser tan sensible o tímido, y muchísimo menos de tener intenciones de besarlo…

 

En su mano sostenía una taza humeante, que dejó sobre la mesilla de centro. Esperando, con cierta desesperación, a que Galen saliera de su letargo.

 

-¿Qué es eso? –Preguntó él con algo de vergüenza, colocando el cojín que abrazaba sobre la mancha húmeda de saliva, al tiempo que enderezaba la espalda para quedar sentado.

 

-Ah, pss es un té. Con este te alivianas –Le dijo entregándole la taza.

 

-Amm… gracias… Y ¿de qué es?

 

Miró la taza entre sus manos. El líquido en su interior poseía un color ámbar ligero y emanaba un delicado aroma a naranja.

 

-Ay, ve tú a saber. De hierbas y mamadas, pero el chiste es que te aliviana, tómatelo.

 

En cualquier otra ocasión Galen le habría hecho saber lo importante que era conocer el nombre de las cosas, en especial si iban a ser ingeridas, pero no en esa. Estaba todavía muy consternado por el sueño que acababa de tener. Era horrible, precisamente porque no le parecía horrible…

 

Maldijo la fiebre. Le hacía tener sueños extraños y perturbadores… Porque ¿Él pidiéndole a Rommel un beso?... Ni en sus pensamientos más locos…

 

Bueno, no era que su amigo fuera feo. Al contrario, tenía todas esas cosas que hacían suspirar a las chicas… Pero él no era maricón… Como prueba, simplemente, recordaba que la primera mujer que le gustó fue a los seis años, su maestra de primaria, de la cual ahora no recordaba ni su nombre… Después le siguió una niña llamada Rosa y después Alejandra, Citlalli y Jimena; en la secundaria le gustaba Mireya, y hasta hacía poco Mariana Aguilar. En fin, algunas le llegaron a gustar más que otras, pero eso sí, jamás le gustó ningún hombre.

 

Intentaba recordar los nombres de más chicas que le gustaron, tratando de olvidar las imágenes de ese sueño extraño. Aunque más que nada, quería quitarse de la mente la escena en la que Rommel se relamió los labios sensualmente, y el sentimiento que eso le había provocado.

 

Ni siquiera se fijó, por estar tan ensimismado, que le dio un sorbo a la taza, aullando a continuación al haberse quemado los labios y la lengua.

 

-Está caliente, eh –Comentó su amigo, habiéndolo visto quemarse, sin ser de mucha ayuda realmente.

 

-Sí, gracias –Galen arrastró las palabras con marcado sarcasmo, teniendo ahora la precaución de soplarle antes de tomarlo.

 

-De nada. Oyes, por cierto ¿A qué horas va a llegar tu tita?

 

-Amm… Pues ¿qué horas son?

 

Acababa percatarse de que los rayos de sol ya no traspasaban la ventana del recibidor. Y también de que él había pensado que su tía le había preparado el té, cuando obviamente en su ausencia sólo quedaba que Rommel lo hubiera hecho.

 

-Tú traes reloj –Señaló el trigueño, sonriendo ante su descuido.

 

-Ah sí, es cierto-Volteó a ver su reloj de inmediato –Las siete. ¿Ya te tienes que ir?

 

-Mmm-El chico pareció indeciso, tomándose unos segundos para meditar la respuesta, que empujó apenas la tuvo, casi a la fuerza: -Sí… Pero ni modo.

 

-Pero… Entonces sí te tienes que ir… -Musitó Galen, pensando en que detestaría que Rommel dejara de hacer algo importante por quedarse a su lado.

 

-Nah… Luego voy.

 

-¿Qué tienes que hacer?

 

Era la primera vez que su amigo insistía en quedarse, considerando que normalmente era él el que parecía tener urgencia en irse.

 

-Lavar una ropa, hacerle de cenar a mi jefe…

 

-Deberías ir... –Le aconsejó, recordando que había escuchado por Melissa que el padre de Rommel lo golpeaba -según ella- todo el tiempo. No deseaba meterlo en problemas y mucho menos que lo golpeara por su culpa.

 

Sin decir nada, Rommel se acomodó sobre el sillón aledaño y agachó la cabeza, mirando en dirección al suelo. Sabía que Galen tenía razón, pero estaba tan hastiado de tener que regresar a su casa, sólo para encarar al maldito de Marcos, quien jamás podía comportarse de una manera civilizada.

A medida que pasaba los días en compañía su padre, decrecía su capacidad para soportarlo. Eso no era bueno para él, pues le costaba -al menos una vez al día- algún tipo de agresión por parte del adulto... Y ni hablar de Melissa y el Mosca… ¿de dónde carajos iba a sacar los cuatrocientos diez mil pesos en efectivo para el fin de mes?

Se sentía derrotado en ese mismo momento, con ganas de mandar todos sus problemas a la mierda… Al menos quería pasar más tiempo con la única persona que le hacía olvidar lo desesperante que era su vida.

 

-Rommel… -Le escuchó llamarlo y él alzó el rostro, encontrándose con sus ojos azules contemplándolo dubitativos.

 

-¿Qué?

 

-¿Estás bien?

 

-Seh

 

De nuevo la pared… Cuánto odiaba Galen cuando el trigueño alzaba su barrera entre ellos. Lo mejor era cambiar de tema.

 

-Oye, por cierto –Musitó–Gracias por lo del cuento… No fui a clases hoy pero, creo que hasta podría ganar algún concurso. No sabía que escribieras tan bien…

 

-Ah… De nada. Lo hice al ay se va-Le cambió un poco el semblante a uno más relajado.

 

-Pues, estaba muy bien para estar hecho nada más al ay se va ¿Ya habías escrito cuentos, verdad?

 

Por alguna razón, Rommel sonrió retraídamente, ladeando ligeramente la cabeza hacia el lado contrario al rubio, mordiéndose superficialmente su labio inferior.

 

-Sí –Asintió, con un tono de voz que casi dijo por sí solo “me descubriste”-A veces… Para cuando… -Soltó una risita nerviosa, pues evidentemente lo que estaba por decir lo abochornaba –Tú sabes. Para cuando tenga hijos y así… Contarles cuentos.

 

-Pues, vas a tener mucho tiempo para escribirles, digo, de aquí a que te cases y los tengas-Sonrió Galen ampliamente, proyectándose en su propio plan de vida. Casarse entre los veintiocho y treinta años, y tener hijos hasta los treinta y cinco.

 

Nunca pensó hablar de ese tema con Rommel. Lo enterneció la idea de imaginarlo cargando a un recién nacido, contándole un cuento a un niño pequeño antes de dormir. No sabía por qué eso lo emocionaba. Sentía que quería acercarse más a él, charlar sin tanta lejanía entre sus cuerpos…

     

-Ya sé…-Le sonrió de vuelta-Oye, y por cierto. ¿Pss qué comiste que te enfermaste tan culero?

 

-Ah… Unos tacos con Melissa.

 

-Ah, órale. Yo la única vez que me he enfermado así de ojete, fue también con unos tacos. Unos que están en la mera esquina de la Alameda.

 

-¿A un lado de la fuente de Neptuno? –Preguntó Galen suspicaz.   

 

-Sí güey, anda ¿No me digas que le entrastes a esos?… No mames, con razón andas tan de la verga, ¡te comiste los tacos del Cochipuerco!

 

Galen se le quedó mirando con consternación a razón que decía: -Ese cabrón le hace honor a su apodo, es bien marrano. Dicen que los tacos son de perro y que todo lava con el agua de la fuente.

 

De pronto las náuseas le regresaron. Se acordaba de haber visto niños orinarse en esa fuente. Los perros tomaban agua de ahí, había visto flotando una cucaracha muerta una vez ¡Cuántas palomas no se habrían cagado en el agua!… Y él… Se comió…

 

El rostro se le descompuso, palideciendo por el asco. Pero antes de que volvieran a asaltarlo los arqueos, escuchó las reconfortantes y sabias palabras de Rommel.

 

-Ya, ya, güey. Una vez leí que sin querer uno se come al año quien sabe que tantos insectos y caca. Así que ya bájale. Además te vas a sentir mejor con el té.

 

-… Sí… Gracias... –Masculló, aun teniendo la sensación de haberse comido lo equivalente a una o dos cucarachas directamente del caño junto con esos espantosos tacos –Aunque técnicamente no es un , sino una infusión

 

-Se nota que ya te sientes mejor-Rommel rodó los ojos por su corrección, aunque admitía que las extrañaba hasta cierto punto.

 

-Sí, creo que si me está ayudando… Por cierto, tú lo hiciste ¿verdad?

 

-Simón…

 

-Ah… ¿Pero de dónde lo sacaste? Aquí en la casa nada más tenemos té de manzanilla, y eso porque mi tía lo esconde para que mi mamá no se lo tire a la basura –Entrecerró los ojos, dejando escapar un bostezo, al mismo tiempo que trataba de sonreír. 

 

-Fui a mi casa por él. Y en serio si te ayuda, porque cuando yo estaba morrillo, me cuidaba una viejita que era medio bruja –Se rio de pronto-Y cuando me enfermaba del estómago pss me daba eso y me curaba. Haz de cuenta que ella te podía curar de todo, pero con plantas. No iba al doctor para nada.

 

-… ¿Todavía vive la señora?

 

Galen estaba intrigado, era una plática muy normal; sin embargo, era el hecho de que Rommel hubiera empezado a hablarle de su pasado, lo que lo la hacía tan atrayente.

 

-No… Ya estaba muy viejita, tendría casi los noventa, yo digo…  

 

-¿Y tu mamá? –No iba a desaprovechar la oportunidad que su amigo le había brindado para sacarle un poco más.

 

No fue quizá el mejor tema, lo supo al momento en que lo vio volverse a poner serio. Aunque dibujo una pequeñísima sonrisa en su boca.

 

-Mi mamá murió cuando yo tenía cinco. A los veinte años –Suspiró con serenidad al recordarla –Tenía una mamá muy joven… Y muy bonita –Levantó el dedo índice para dar énfasis a lo último.

 

-… Yo creo que se parecía a ti… -Dijo Galen sin pensárselo mucho. Lamentando haberle hecho recordar algo tan triste…

 

Su amigo lo atisbó de pronto, ampliando bastante más su sonrisa; entonces, mostrando sus dientes blancos y soltando ruidosamente el aire de su nariz -como reprimiendo una risa- cruzó una pierna sobre la otra, irguió la espalda y le dijo con voz amanerada, imitando a los maricones de la alianza.

 

-Ay ¿si, güey? ¿Por qué? ¿Te parezco bonita?-No pudo evitar reír a la vez que hacía un ademán con la muñeca-Voy a pensar que me quieres ligar, eh.

 

El rubio se carcajeó de tan sólo mirarlo, agradado de que no volviera a parecer desanimado.

 

-Y cómo no, Rommel, si estás ¡biennn bueno!-Le siguió el juego con el mismo tono de voz.

 

-Ay, sí. Lo sé. Siempre me lo dicen. ¿Y qué es lo que más te gusta de mí? ¿Eh? ¿Güero ardiente?

 

No podía ni hablar de la risa… ¿Güero ardiente? ¿De dónde sacaba Rommel tantas cosas?

 

-Ay, pues esa boquita tuya-Se le salió, sintiéndose extraño de golpe al recordar su maldito sueño.

 

Una fuerte carcajada broto espontáneamente de su amigo, quien tardó en reponerse, y Galen lo copió riendo también, esforzándose por no evidenciar su incomodidad.

 

-Ya, ya estuvo, güey-Dijo Rommel entre risas-Ya no hay que jotear.

 

-Sí-Asintió el otro con una sonrisa nerviosa –No se nos vaya a hacer costumbre, ¿verdad?

 

-Ya sé…-Concordó recobrando el aliento y deshaciendo su postura fingida-Oye güey, pero cambiando de tema… Si estás bien clavado con esta vieja, ¿’eda?

 

Galen infería que tarde que temprano el tema saldría a la plática. No era un buen tópico, sin embargo. Al igual que no lo había sido mencionar a la madre de su amigo…

 

-... Pues…- Involuntariamente se le vino a la cabeza el momento en que su rosa de cristal cayó a la banqueta, rompiéndose en mil pedazos, como una secuencia de imágenes en cámara lenta-… Sí, supongo…

 

-Pos como que no te oyes muy convencido que digamos –Opinó el trigueño- Pero bueno, ahí tú sabrás…

 

Sospechaba que Rommel deseaba decirle algo más, algo que por razones propias prefirió reservarse. No se le habría hecho raro que lo que quisiera expresarle fuera algo similar a lo que le dijo en su sueño… O mejor dicho, lo que le dijo su subconsciente escudado tras su figura…

 

-No es eso, es que… Me gustaría que ella… -Empezó a susurrar en un tono amargo, pero, como si hablar le carcomiera por dentro, abruptamente se cortó diciendo –No, olvídalo…

 

-¿Qué? Dime.

 

-Nada… Sólo que… Hoy me habría gustado que…-Balbuceó tímidamente, volviendo a retractarse-No, nada…

 

-¿Qué? Ándale. Ya casi me decías –Insistió el castaño, quedando sentado casi al borde del asiento, expectante.

 

-Bueno… que…-Se forzó a sí mismo a hablar- Melissa en lugar de exigirme el dinero de los zapatos… Hubiera… Tú sabes…-Torció un poco la boca con desanimo–Hubiera venido a verme... para apapacharme, no sé… me siento mal… Tenía ganas de que me consintiera…

 

Qué extraño fue haberse abierto de esa forma con él. Se arrepintió en el acto. Su revelación había puesto al descubierto ese lado sensible y frágil suyo, algo que a su vez le provocaba una horrible sensación de vulnerabilidad.

Y no era que esperara de Rommel un comentario alentador –porque de hecho previó que lo llamaría homosexual de alguna manera- pero sin duda le sentó bastante mal la completa falta de tacto que éste manifestó al soltar un resoplido burlesco, luego del cual exclamó:

 

-¡Anda! ¡Ni te hagas ilusiones! Porque para que Melissa te consienta yo creo que le vas a tener que pagar, güey. Tendrías que ser el presidente o…

 

Bruscamente detuvo la frase, dándose cuenta algo tarde de su error, al mirar el rostro del rubio que se ensombreció con desconsuelo.

 

Un silencio abrumador se apoderó de ambos jóvenes. Aunque resultaba obvio saber cuál de los dos la estaba pasando peor. El muchacho enfermo ni siquiera parpadeaba, sumido en sus pensamientos. Sus ojos se tornaron vidriosos, cubriéndosele de venillas rojizas que auguraban las lágrimas.

 

-Ya, güey –Volvió a hablar Rommel después de un rato –Acuéstate.

 

-¿Por qué?-Galen le lanzó una mirada de extrañeza.

 

-¡Tú acuéstate, chingado! –Le ordenó con tono golpeado. Agresivo hasta cierto punto.

 

El chico lo observó un segundo o dos, sobrecogido, parpadeando rápidamente un par de veces por el desconcierto. Aunque poco después acató a su mandato sumisamente, recostando su torso a lo largo del sillón y dejando caer su cabeza suavemente sobre el tapizado.         

 

-¡Pero sube las piernas, güey!-Le volvió a exigir fuertemente, sobresaltándolo a tal grado que esta vez no tardó en obedecerlo.

 

Una vez estuvo Galen completamente recostado, Rommel se incorporó, únicamente para sentarse junto a él, colindando con su cabeza.

 

El rubio se apoyó de lado contra el respaldo, con las piernas ligeramente flexionadas. No se miraba muy satisfecho, más bien lucía como un temeroso conejo agazapado en una esquina. Tampoco se movía; tenía los ojos muy abiertos y fijos en un cuadro de flores que colgaba de la pared. El otro por su parte, contemplaba serenamente el vaivén del péndulo del reloj.

 

Así se estuvieron por un rato, sin que ninguno dijera o hiciera algo. Y no fue hasta que Galen estuvo por romper el silencio, cuando Rommel lo sorprendió colocando una mano abierta sobre su cabello. Comenzó a moverla posteriormente, revolviéndole el pelo. Las yemas de sus dedos le propiciaban una presión tosca en el cuero cabelludo. Era como un masaje, aunque uno muy brusco.

 

No sabía porque su amigo estaba haciendo eso, aunque tampoco le resultaba incómodo. Era muy relajante a decir verdad.

Lo tocaba como si fuera un gato intentando amasar una almohada, que en ese caso era su cabeza… Tenía entendido que los gatos hacen esas cosas para demostrar su afecto…

 

Acabando de pensar en eso, abrió aún más los ojos, cayendo en cuenta que esa era la manera de Rommel para consentirlo…

 

Le fue inevitable, después de haber entendido esto, cubrirse por un repentino rubor.

Su tacto era tan agradable. Eran unas caricias rudas, pero caricias al fin y al cabo... Lo estaba haciendo por él, lo hacía porque quería reconfortarlo. Había una calidez inexplicable en sus acciones, una calidez que le inundaba el pecho.

 

No podía creer que un chico pudiera llegar a hacerlo sentir de esa manera… Quería abrigar para siempre sus caricias. Quedarse quieto, siempre y cuando continuara haciéndolo… Habría deseado recargar su cabeza en su regazo, dejándose querer tal como lo haría un gatito.

 

Rodó sus ojos hacia arriba para mirar su rostro. Preguntándose qué clase de expresión sostenían sus facciones.

Definitivamente no esperó encontrarse con sus ojos cerrados y semblante impávido. Parecía como si el mismo se tranquilizara al acariciarlo… Estaba tan sosegado, que daba la impresión de que comenzaría a roncar de pronto.

 

Su tranquilizad lo contagió sin previo aviso, sumiéndolo en una quietud armoniosa. Estaba siendo arrullado por las caricias y el rítmico sonido del péndulo… Sus parpados se volvían cada vez más pesados…

No se había sentido tan protegido y apaciguado desde que su padre se fue…

 

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De un momento a otro, Galeno se encontró a sí mismo caminando en línea recta a través de un largo y angosto pasillo.

No tenía ni la menor idea de cómo era que había llegado ahí, y por lo que aparentaba, tampoco le interesaba saberlo.

 

El camino se extendía hacia adelante y atrás, perdiéndose de vista en ambos extremos, tragado por la obscuridad, no muy lejos de donde él estaba.

La poca luz que había era la proveniente del fuego menguante que coronaba algunas antorchas aferradas en las paredes, esos muros que se erigían a sus lados y que se veían muy imponentes. Estaban constituidos por gruesas lajas de roca ígnea talladas con tal perfección que relucían lisas y lustrosas. Se podían notar los depósitos minerales en estas, como pedacitos de cuarzo que centelleaban a razón del tiritar de las llamas. También había columnas labradas en ónix que tenían detalles en oro fundido, que les otorgaban un aire de realeza.

 

El suelo estaba forrado por una alfombra roja, suave bajo las plantas de sus pies descalzos. Tenía entretejimientos con fibras de seda dorada, con los que se formaban intrincados diseños.

Le habría encantado mirar con mayor detenimiento todo aquello. Sin embargo, por algún motivo, no llevaba ningún tipo de ropa puesta, además de que ahí se sentía un inclemente frío glacial, que le provocaba que todos los vellos claros de su piel se le erizaran, como pequeños filamentos. Y que el aliento que escapaba de sus helados labios saliera en forma de denso vaho blanquecino. 

 

Ya tendría tiempo de observar con más calma a su alrededor. Pero por el momento le urgía encontrar algo con lo cual cobijarse.

 

Apretó el paso. Se le figuraba que cada segundo que permanecía ahí arreciaba más el frío, y lo peor era que no hallaba nada que pudiera ayudarlo. Sólo tenía la opción de continuar adelante, o retroceder, y nada le garantizaba que atrás fuera a haber algo.

 

Aun se debatía en ese predicamento interno de si volver o continuar, cuando de pronto, poniendo un poco más atención hacia enfrente, se percató de que ahí, en medio de las penumbras, resaltaba tenuemente el brillo ambarino de un objeto metálico.

 

Sin pensárselo mucho, se  dirigió rumbo a este punto, caminando lo más aprisa que sus pies casi congelados le permitían.

Ya al acercarse bastante, distinguió esperanzado de que lo que había visto a lo lejos se trataba de la ostentosa maneta orfebre de una puerta. Y no de una puerta cualquiera, sino de un imponente portón de madera, afiligranado con  grabados muy elaborados, que la hacían ver magnifica pese a la falta de buena iluminación.

 

Sintió un escalofrío repentino recorrerle por la columna apenas giró la manilla. Aunque se lo atribuyó al aire frío que fue arrastrado hacia el otro lado, como si hubiera descomprimido un envase al vacío.

Decidió esperar un poco antes de abrirla, temeroso a lo que pudiera encontrar en el extremo contrario; respirando hondo frente al objeto de madera una vez se animó a hacerlo. Entonces haciendo uso de sus dos manos, haló con fuerza, batallando para moverla debido a que aunado a que pesaba demasiado, las bisagras se atrancaban y soltaban rechinidos tal como si lo maldijeran por siquiera querer profanar lo que estaba a punto de dejar al descubierto.

 

Con todo su esfuerzo, sólo logró emparejarla, separando una angosta brecha por donde apenas pudo escabullirse gracias a su esbeltez.

 

De inmediato quedó maravillado por la imagen que se revelaba ante sus ojos. No recordaba jamás haber visto una pieza como aquella.

Era un espacio inmenso, cubierto por un alto techo cóncavo de forma  esferoidal, de cuya cúspide colgaban unos hermosos candelabros de cristal cortado.

Se alzaban varias columnas caprichosamente a cada vértice del grandioso hexágono que se hallaban delimitando las paredes. Estas últimas eran similares a las del pasillo, hechas también de  roca basáltica, aunque de un color verduzco con vivos listones brillantes de malaquita.

 

Al fondo, podía apreciarse una gigantesca chimenea de granillo de mármol, que poseía una  impresionante cámara de humos, la cual asemejaba una pequeña catedral barroca, con todo y sus simbolismos garigoleados y sus torres. Enmarcando desdeñosamente el hogar con un anillo tallado de piedra arenisca.

 

Adentro de esa chimenea, había un danzante fuego naranja, que ardorosamente se alimentaba de un montón de leña cuidadosamente acomodada sobre la losa. Y que iluminaba pobremente los detalles del recinto.

Contrastaban entre la oscuridad las chispas que de vez en cuando soltaba. Chispas que a su vez se miraban como pequeños insectos al rojo vivo saltando sobre los troncos y el carbón, pero que al caer quedaban inertes, muriendo transformados en cenizas.

 

El muchacho, muerto de frío, rápidamente corrió hasta quedar frente a las llamas. Y aunque el piso en este lugar ya no estaba forrado por la alfombra, no resintió la falta de esta debido que  ya se había templado con el calor del fuego.

 

Fue indescriptible la sensación de alivio que experimentó cuando el fuego empezó a calentarle el cuerpo.

Ese calor que irradiaba la chimenea lo envolvió acogedoramente en una letanía cautivadora, que le hizo olvidarse de todo lo que no correspondiera a provocarle placer a su vulnerable ser.

 

Girando un poco sobre sí mismo, buscó con la mirada algo que pudiera servirle para tomar asiento, y así poder calentarse más fácilmente las plantas de sus pies, todavía engarrotados por el frío de afuera.

 

No había muchas cosas ahí a pesar de tratarse de una habitación tan grande. Por un lado, divisó una estatua gigante de un halcón elaborada en obsidiana. También había un elegante taburete de madera con incrustaciones de oro, sobre el cual descansaba un bello Narguilé.

 

Abrigando el piso se encontraba resaltando, cual detalle señorial, la piel de un oso pardo, con su cabeza intacta, abriendo las fauces fieramente, como a punto de atacar.

También estaban varias otras pieles. La de un jaguar, con su radiante pelo  aterciopelado cubierto por motas ébano; y la de un tigre, de contrastantes rayas majestuosas sobre anaranjado encendido. Aunque había una que le llamó especial atención. Casi no se apreciaba por la obscuridad. Se trataba de una hermosa piel color plata, con pelaje de apariencia suave y espesa.  

 

Sólo por capricho, Galeno decidió que quería sentarse sobre ésta a un lado del fuego. Y confianzudamente comenzó a caminar en esa dirección.

Mientras más se acercaba, más detalles podía admirar. Como por ejemplo, que el color del pelo no era uniforme, sino que era más bien jaspeado, intercalando entre el blanco y el marrón en ciertas áreas. Su cabeza era una de estas áreas; el pelaje de su perfil era más claro, aunque poseía contornos obscuros alrededor de los ojos, nariz y hocico, y un pelo casi negro muy fino dentro de sus orejas puntiagudas.

 

Este animal era un lobo. Sus pequeños ojos almendrados lucían salvajes, de un encantador color amarillo. Se había embelesado al contemplarlo. Ya deseaba tocarlo y saber lo que se sentía pasarle la mano por la cabeza, aunque estuviera prácticamente disecada.

 

Sin embargo, un detalle que bien pudo haber pasado desapercibido le hizo subir la guardia. Después de haber dado el último paso, notó perturbado que los ojos de este animal centellearon, como dos linternas iridiscentes, tal como lo harían si el depredador estuviera vivo.

 

Dio un pequeño brinco hacia atrás, al mirarlo parpadear, apagando por un segundo ese par de faros que lo clavaban penetrantemente. Y casi se cae de espaldas al verlo mover sus extremidades como vuelto a la vida.

Desde luego, viendo al animal a un lado de un montón de pieles y cabezas disecadas, era de lo más lógico deducir que no había un corazón palpitante latiendo todavía en su pecho.

 

Nervioso, observó al animal alzarse en cuatro patas, mirándolo fijamente. Caminaba levemente de lado, receloso ante su presencia imprevista. Quizá examinaba si Galen se trataba de una amenaza en el gran salón, su territorio.

 

Qué porte tan fiero poseía ese lobo, atemorizándolo con su amenazadora figura, y sus ojos bravos. Se acercaba lentamente hacia él, con pisadas ligeras, pero firmes. Todo su cuerpo estaba diseñado para destruir. Ni siquiera hacía falta que mostrara sus dientes, para temerle a su mordida…

 

A medida que la fiera avanzaba, Galen retrocedía. Parecía como una danza intimidante, en la cual el lobo se le echaría encima en cualquier momento.

Le resultaba imposible leer las intenciones en esa mirada intensa que le lanzaba la fiera. Si estaba hambrienta, no habría poder humano que pudiera salvarlo en ese momento; lo devoraría sin miramientos, de la misma forma instintiva en que él corrió a calentarse.

 

Pero no podía retroceder para siempre. Eso se lo recordó la creciente radiación calorífica en su parte dorsal. Cada paso que daba lejos del lobo, lo acercaba más a las ardientes llamas de la chimenea.

Vaya gran ironía, la hermosa chimenea que momentos antes lo salvó del congelamiento, ahora lo acorralaba contra el lobo, como una elegante arma de doble filo.

Tendría que hacer uso de su cerebro si quería salir de ahí con vida.

 

No era buena idea correr. Sabía que los depredadores generalmente reaccionan negativamente a esto. Aunque suponía que los lobos, al ser canes, debían ser como perros y entendía parte del comportamiento de estos. Quizá si se agazapaba lo suficiente contra el piso, la fiera tomaría su lenguaje corporal como una señal de paz y dejaría de verlo como una amenaza, pasando de él, dándole la oportunidad de vivir.

 

A menos de dos metros del fogón, pensó que debía arriesgarse y poner en práctica su idea, esperando que no se tratara de la última que se le ocurriera en la vida.

Así que -bastante nervioso y con el corazón palpitándole embravecido- sin despegar la vista del lobo, flexionó lentamente las rodillas, con mucho cuidado de no hacer ningún movimiento brusco, quedando hincado frente al animal.

 

El fuego crepitante iluminaba trémulamente la piel tersa y nacarada de su espalda, dándole un especial realce a sus glúteos una vez que él posaba los codos sobre el suelo, quedando ligeramente empinado hacia enfrente, como si pretendiera hacerle una reverencia.

 

En ningún momento perdió contacto visual con el lobo, que sólo lo miraba con curiosidad. Éste, luego de permanecer un rato sin hacer otra cosa más que atisbarlo, emprendió de nuevo el acercamiento hacia el muchacho.

 

Cuando por fin lo tuvo frente a él, Galen cerró los ojos al mirar con zozobra la manera en que el animal recelosamente le aproximaba el hocico al rostro, comenzando a temer que la bestia le disipara una mordida en la cara.

Empero esto no sucedió. El lobo sólo comenzó a olfatearlo, tal cual lo haría cualquier animal para saciar su curiosidad, acariciándolo cálidamente con el aliento que desprendía su nariz.

 

Olfateó también su cabello, despeinándolo ligeramente. No parecía que fuera a atacarlo. Aun así, no deseó arriesgarse haciendo un movimiento en falso.

Después de abandonar su cabeza, el lobo le pasó por un costado, inundándolo por unos instantes del sutil toque de su pelaje contra sus costillas, además de un singular calor corporal que lo abandonó rápidamente.

 

El lobo estaba ahora detrás de su cuerpo. Y aunque no podía verlo -pese a que ya había abierto los ojos- sentía su mirada en la zona media de sus nalgas. Las cuales había dejado un poco abiertas al haber adquirido esa postura tan comprometedora.

 

Iluminados en demasía por la luz del fuego, se podían ver sus bien contorneados glúteos redondos, entre los cuales se hallaba expuesta una pequeña cavidad corrugada de color rosado, firmemente apretada y virgen. Más abajo se exhibía con todos sus matices su zona perineal, muy blanca y de apariencia suave al tacto. Se notaba la falta de exposición solar en esa área tan íntima.

Más abajo, de un color sutilmente más obscuro le colgaban las bolsas escrotales que albergaban sus delicados testículos. Y su laxo pene circuncidado, adherido a su pelvis. Estaba un poco retraído por el nerviosismo, pero aun sí lograba vislumbrarse su glande de tono rosáceo.

 

Ensanchó los ojos bruscamente al sentir de pronto, el alargado hocico del lobo apenas rozarle el ano. Lo había empezado a olfatear como a un igual, tratando de recaudar información proveniente de sus “glándulas genitales”.

Su nariz realmente lo estaba examinando profundamente. Podía sentir su cartílago húmedo pasarle varias veces alrededor de su esfínter, el cual respondía contrayéndose cada vez que esto sucedía.

 

Sus mejillas se tornaron de color rojizo. Sabía que era un lobo, un animal que no tenía la menor intención de avergonzarlo o excitarlo. Pero cuando el hocico lo rozaba en esa parte, además de descender lentamente por su periné, la piel de los testículos se le constreñía erizada, y perdía un poco la fuerza en los muslos, entre los cuales, sentía el suave y cálido pelaje de este ser.

 

Se esforzaba por no dejar escapar algún sonido que molestara a este animal salvaje, sin embargo casi todo su temple flaqueó al percibir el tacto caliente y húmedo de su lengua lamerle el escroto. Fue como un haz de electricidad que le recorrió todo el cuerpo y le hizo abrir la boca, por la cual casi se le escapa un gemido.

 

El cambio de temperatura provocado por esa lengua lograba poner bastante sensible su cuerpo. Esa sensación de calor y frío en sus genitales, empezaba a volver locos a sus nervios pubianos. Su mandíbula comenzó a temblarle ligeramente. Su pene ya no estaba tan laxo como momentos antes, un palpitar exuberante lo estaba hinchando. Nunca nadie además de él, desde que era un niño pequeño, había tocado o visto  esa pequeña zona escondida de su cuerpo… 

 

Era un contacto tan placentero como abochornante. Cómo era posible que él no hiciera nada por detener aquella hábil lengua que se esmeraba en explorar sus recovecos más íntimos. Debería sentir vergüenza por dejarse tocar de esa manera por un animal y más aún por responder ante sus caricias obscenas.

 

Se separó lentamente de aquellas caricias, gateando torpemente hacia adelante. Sentándose cruzado de piernas a lo indio posteriormente en el suelo -aun con la extraña sensación de tener el ano y sus alrededores mojados- y las manos cubriéndole decididamente su pene.

 

Habiendo hecho esto, giró su cabeza para mirar al lobo, que se encontraba de espalda a las brasas. Por alguna razón incomprensible, a Galen no le pareció extraño haberlo visto transformado en un muchacho.

Ese chico, llevaba puesta la cabeza de un lobo disecado a modo de máscara. Esta dejaba ver su atractivo rostro entre las fauces del animal, tal como las máscaras de los guerreros aztecas. Además de esto, su espalda se cubría por un manto de piel peluda, idéntica a la del lobo original. Básicamente era como si se hubiera echado el pelaje del primer lobo a cuestas sobre su cuerpo de tez trigueña y, además de lo antes mencionado, completamente desnudo.

 

El jovencito tenía el perfil bajo, relamiéndose los labios con su lengua muy roja. Ya que seguro todavía tenía el gusto de sus genitales en la boca. 

A Galen no le quedó de otra que sonrojarse furiosamente. Le parecía que este “lobo” era hermoso, tenía unos brillantes ojos castaños enigmáticos, que reflejaban salvajismo e inocencia -una verdaderamente extraña combinación que no hacía más que enardecerlo- recalcados por sus largas y negras pestañas tupidas y un par de cejas abundantes. Su rostro se delimitaba perfectamente por sus facciones finas, de las cuales resaltaban su nariz marfileña y bonitos pómulos. En uno de estos comenzaba una cicatriz profunda en dirección ascendente hacia su ojo, que le desproveía de pelo en una pequeña porción de su ceja derecha. No reparó mucho en eso. Cómo hacerlo si lo habían hipnotizado esos marcados labios bermellones entreabiertos y algo brillantes por su propia saliva.

 

Su cuerpo era también algo encantador sin lugar a dudas. Poseía una bella forma androide, fuerte y seductora. Le gustaban sus hombros realzados y pectorales definidos, adornados con un par de tetillas morenas, que subían y bajaban al compás de su respiración. Su vientre plano, cubierto apenas por algo de vello púbico que le recorría hasta abajo, abrigándole un poco la base de su pene fláccido recargado sobre sus testículos.

 

No podía soportarlo más, esa criatura era más de lo que su autocontrol era capaz de aguantar. Su mente había perdido por completo toda lógica. No le importaba ya que fuera un animal, nadie los estaba mirando, ¿Verdad? Qué más daba lo que sucediera en ese salón, el lobo no le diría a nadie y él tampoco. Ese lobo lo estaba incitando a dar rienda suelta a sus más obscuras pasiones y dentro de ese gran hexágono no había reglas ni consecuencias…

 

Sin pensarlo dos veces, Galen se lanzó contra los hermosos labios del otro, besándolos lujuriosamente  como poseído, como si desde hacía mucho hubiera deseado dominarlos, morderlos. No… Devorarlos.

Eran tan suaves y húmedos, tan cálidos y deliciosos, y lo mejor era que le respondían de la misma manera voraz en que él se había impulsado a profanarlos.

Quería más. Tenía los ojos cerrados, abriéndolos de vez en cuando para encontrarse con los parpados cerrados del lobo. Sabía que lo estaba disfrutando tanto como él.

Y era muy atrevido, lo mordía con fiereza dejándole la boca ardiendo, aunque a la vez con un deseo irreprimible. Lo desmoronó bruscamente al irrumpir en sus labios con su lengua, esa lengua caliente que momentos antes se había dedicado a lamerle imperiosamente las partes más íntimas de su humanidad.  

 

Las manos del rubio se movían impetuosamente por el pecho trigueño, contorneándole los pectorales abultados, al tiempo que respondía exacerbado aquel beso impúdico, con un juego de lenguas que buscaban explorar lo más posible dentro de la boca ajena. Dominar una sobre la otra, sin que ninguna se quedara atrás.

 

Galen comenzó a circundarle, apenas con la yema de sus dedos, las pequeñas areolas oscuras de sus pezones, dándoles un delicado masaje que provocó que el lobo dejara escapar un gemido casi ahogado en el fondo de su garganta. Luego, atrapó sus tetillas empezándoles a dar ligeros tironcitos y pellizcos, suficientes para volverlos tan duros como un par de piedritas.

  

El lobo comenzó a rasguñarle la espalda ligeramente con sus garras, causándole sacudidas que le hacían arquear la columna, apretar un poco sus esfínteres y echar la cabeza hacia atrás.

Por un instante, Galeno puso los ojos en blanco, víctima de una onda de sensibilidad lúbrica que se apoderó de su cuerpo al sentir los hiperactivos dedos del lobo frotándole suavemente entre los muslos, justo en la parte interna, casi sólo con las uñas, apenas rozándole los testículos. Un jadeo salió a duras penas de su boca ocupada, además de un listón de saliva que le recorrió por el mentón.          

 

Nunca se había sentido tan excitado en su vida. Un líquido cristalino y viscoso comenzó a ser expulsado de la punta de su miembro; parecía moco, aunque se trataba de líquido seminal. Este se le embarraba ocasionalmente en la mano a su amante, cada vez que le rozaba - aparentemente por error- la punta del glande.

 

Él también bajó su mano, entre las piernas de este bello lobo, entrando en contacto con el largo pelaje de la capa bajo sus nalgas, ascendiendo lentamente para tocarle suavemente la bolsa escrotal que se apergaminaba en su mano, sintiendo sus testículos firmes en el interior. Después, encontrándose con su pene lacio, comenzó a masajearle en círculo alrededor de la corona de su glande -poniéndole especial cuidado a la zona del frenillo- y de vez en cuando, paseaba sus dedos suavemente alrededor de la cabeza, dando pequeños giros cerca de la abertura de la uretra, que al igual que en su caso, también había empezado a chorrear ese líquido mucoso.

 

No le importó llenarse los dedos de esta sustancia pegajosa, para aprovechándola, lubricarle bien la zona donde normalmente se encontraría el prepucio. Y entonces, apretándole repentinamente el tronco del órgano genital con la mano, prosiguió a brindarle un insistente masaje por todo su pene empapado.

 

El placer que esto le produjo al joven lobo debió ser muy intenso pues, llevó hacia atrás la cabeza, dejando un efímero hilillo de saliva pendiendo de sus labios al separarse ligeramente de los del otro chico; mordiéndose fuertemente  el labio inferior con su colmillo afilado a la vez que se su garganta escapaban varios gemidos. Además de que su miembro comenzó a punzarle frenéticamente, inundándosele de sangre, haciéndolo tomar rápidamente una marcada erección. 

 

El castaño no se quedó atrás, tomando el pene del rubio entre sus manos, empapándolo en su propia lubricación viscosa al tiempo que lo masturbaba con ahínco. Primero a un ritmo lento y después, alternándolo con movimientos más rápidos y caricias en el glande.

Con cada movimiento que el lobo le hacía, Galen experimentaba cada vez más fuerte la sensibilidad. Estaba a punto de venirse, pero no quería hacerlo todavía…

 

Tomó la mano del lobo entre las suyas, suspendiendo por completo el juego erótico por un momento.

El trigueño lo atisbó entonces con esos ojos que expresaban adorable ingenuidad. Seguro no tenía idea de lo que el rubio acababa de maquinar.

 

Éste no tardó mucho en manifestar sus deseos, acorralándolo contra su propio cuerpo, para sujetándolo de los hombros empujarlo hacia atrás, volviéndolo a besar apasionadamente mientras lo hacía. Provocando que el muchacho poco a poco fuera cediendo, quedando finalmente completamente tendido sobre el suelo cálido, con sus rodillas flexionadas aunque ligeramente abiertas, mostrando un poco de sus glúteos.

 

Sin mucho esfuerzo, Galeno le separó aún más las piernas, para meterse entre ellas.

Era una vista increíble, podía mirar su rostro desconcertado, con sus ojos muy abiertos. Su pecho que se insuflaba nerviosamente, y su terso abdomen sobre el que se apoyaba su pene erecto.

 

Con ayuda de sus dedos pulgares, trazó un camino por la parte interna de sus muslos y de sus ingles, causándole estremecimientos que terminaron por ponerle la piel de gallina, además de hacerle expulsar más líquido seminal.

 

Volvió a darle un masaje rápido por su pene, con la intención de que su erección no disminuyera y entonces, colocándole ambas manos en la parte interna de sus rodillas, las cargó hacia enfrente, exponiéndole el trasero deliberadamente.    

 

Si pensaba que la vista anterior era increíble, no había palabras para describir esta. Había quedado frente a las firmes nalgas del otro, que parecían querer darle la bienvenida con la imagen de un bien circunscrito esfínter anal de arrugados rebordes morenos, como unos labios delgados que lo invitaban a probarlos.

 

Su corazón le latía eufórico, nublando su cerebro de cualquier resquicio de su tímido e inseguro antiguo “yo”. El palpitar le resonaba en el cuerpo de su pene, que no había bajado su erección en ningún momento.

Con sus dedos índice le haló hacia los lados los pliegues de su ano, sólo para poder acceder mejor en el momento en que acercó su rostro hasta quedar contiguo a éste.

 

Exhaló un poco adrede, únicamente con el propósito de que el lobo pudiera sentir su aliento rozándole en la zona más íntima de su ser.

Le agradaba mucho sentirlo arquearse ante él, y más aún cuando lo tocó con su lengua, encajándole la nariz en el rafe perineal.

 

Prosiguió con su masaje en el pene, al tiempo que le lamia con esmero las delicadas plegaduras de su ano, tratando de forzar la entrada con su lengua.   

 

Escuchar sus gemidos de goce en el otro ser lo incitaban. Quería penetrarlo, hacer el amor con él… Pero no deseaba lastimarlo. Si iban a hacerlo, al menos tenía que prepararlo bien para recibirlo en su interior… La sola idea le ponía el pene como una piedra.

 

Dejó de insistir con su lengua, apartando su cara para evaluar la expresión de su amante. Este tenía el rostro abochornado y parecía nervioso. Galen intuyó que al igual que para él, esa era la primer vez del lobo. Situación por la cual, con mayor razón, el rubio decidió tratarlo con más delicadeza.

 

Observó el pequeño orificio una vez más, comprendiendo que debía de acostumbrarlo de alguna forma para recibir su pene.

No tardó en maquinar una manera, una manera que de hecho a él mismo lo ruborizaba.

 

Irguiéndose un poco se aprontó a meterse dos dedos a la boca para sacándolos completamente empapados de su saliva viscosa, pasárselos repetidamente por la entrada a la criatura, que continuó gimiendo.

 

Con la yema de su dedo índice empezó a darle un delicado masaje circular que alternaba empujándole suavemente en medio, abriéndole de a poquito.

Después solamente se concentró en esto. A la vez que dejando su mano en su sitio, se dispuso a besarle tiernamente el abdomen, pasando la lengua por todo el largo de su pene, encontrando satisfecho que haciendo esto, el lobo relajaba considerablemente más este esfínter.

 

De poco en poco, su dedo se fue abriendo camino en su interior tan estrecho y sumamente caliente. Mientras él saboreaba su hombría con júbilo, consciente de que tenía una parte de él dentro del otro.

 

Esperó unos momentos, hasta que el musculo dejó de contraerse alrededor de su dedo, ya más acostumbrado a su intromisión. Y entonces, terminó por empujarlo hacia adentro, descolocando un poco a su hospedero, quien gimió en una mezcla de excitación y dolor.

 

Continuó lamiéndole el pene. Despacio, no quería que se corriera antes de tiempo. Y cuando volvió a sentirlo relajado, movió el dedo que tenía en su interior de lado a lado, explorando minuciosamente toda la superficie de esa húmeda y caliente cavidad.

     

Volteaba a mirarlo de vez en cuando. El lobo tenía los ojos apretados, mordiéndose fuertemente los labios por donde le escurría un poco de saliva.

Había encontrado lo que buscaba. Podía sentirlo a través de la delgada capa que representaba su intestino. Era su próstata, como una nuez, con lo que acababa de dar.

 

Le excitaba en demasía tener a un animal tan fiero amansado de esa forma. Lo podía sentir deshacerse ante sus caricias. Arquearse, babear y gemir de placer, y apretarle un poco el dedo con el musculo de su esfínter.

 

Le abrió y subió aún más las piernas para maniobrar mejor, empezando a meter ahora el segundo dedo. 

 

     

 

 

 

Y de pronto, sin previo aviso, sintió como si una poderosa fuerza, a la que no podía oponerse, cual si fuera la ley de la gravedad, lo estuviera jalando, sustrayéndolo lejos de esa atmósfera de ensueño, devolviéndolo abruptamente a la realidad. 

 

La realidad en donde él sólo era un muchacho enfermo del estómago, recostado míseramente sobre el sillón más largo de la sala y que seguro se movía mucho al dormir puesto que había terminado hecho un ovillo con el rostro de frente al respaldo.

 

Dos cosas que no le pasaron desapercibidas poco después de despertar fueron, en primer lugar que estaba cubierto por una sabana, que por lo que parecía se trataba de la de su cama. Y en segundo lugar, quizá la más importante y perturbadora, era que sentía mojada la tela de su pantalón y ropa interior por un líquido viscoso y tibio. Semen. Eso era algo que le ocurría mucho últimamente al despertar, pero que sin lugar a dudas no dejaba de ser odioso.   

 

Gracias a todos los santos que podía recordar, su pequeño incidente estaba bien oculto por la sábana. Sin embargo, eso no le ayudaba en nada para la tremenda consternación que sentía en ese momento al caer en cuenta que el protagonista de su sueño erótico –Sí, el protagonista ¡¡un hombre!!- no era ningún otro que Rommel “el Lobo” su mejor amigo.

 

Abrió los ojos bruscamente por la impresión. En su sueño había tenido relaciones sexuales con Rommel, lo deseaba, sentía una imperiosa necesidad por besarlo y tocarlo… No podía ser… ¿Por qué había tenido un sueño tan enfermo?… Para empezar ¿Era la primera vez que soñaba de esa manera con él?... Recientemente había tenido sueños húmedos, pero jamás los había recordado, hasta ahora… 

 

-De eso ya hace tiempo, señora. Si me gustaría regresar a la escuela, para ser alguien, ¿’eda? Pero pss ahorita no puedo, tengo que trabajar para ayudarle a mi papá… Pero un día de estos ya verá…

 

A Galen se le heló la sangre al escuchar esa voz. Era la inconfundible voz de Rommel la que había hablado, haciendo evidente que todavía estaba ahí.

No quería voltear si quiera a verlo, estaba seguro de que se sonrojaría delatándose. Sentía tanta vergüenza que prefirió fingir que seguía durmiendo.

 

-Primero Dios, muchacho, primero Dios –Oyó ahora la voz de su tía, quien había llegado mientras que él se hallaba inconsciente –Mi sobrino también la ha pasado muy mal, no creas. Fue un golpe muy duro para él haberse tenido que separar de Eisen, su padre. Ellos eran como uña y mugre. Nadie entendemos el por qué se fue y menos Galeno. Yo creo que él todavía no lo ha superado. Se ha aislado tanto… Pobrecito, se ha se sentir tan solo; le hace mucha falta la compañía… Es bueno saber que ahora estás tú aquí para acompañarlo. Es una lástima que no estés estudiando ahorita…. Pero me alegra mucho que seas su amigo… Cuídalo mucho Rommel, por favor, te lo encargo mucho.

La mirada azul de Galen se entristeció al oír las palabras de su tita, sobre todo cuando hizo mención de su padre. Aunque a la vez le dio mucho gusto saber que a ésta le había agradado su amigo, pues esto significaba que de ahora en delante no sería necesario ocultarle su amistad con él.

 

-Claro que sí, señora –Murmuró Rommel pausadamente -Ahí le echo un ojo.

 

-Como que ya hace hambrita ¿No gustas unos frijolitos? ¿Un pan de dulce, o algo para cenar?

 

-No, no, Señora. Muchas gracias –Él se disculpó rápidamente- De hecho ya me tengo que ir… Me… está esperando mi papá… -No se escuchó muy animado al decir eso último.

 

-Bueno, en ese caso al menos deja te acompaño a la puerta-Le pidió su tía, a la vez que se escuchaba el sonido de ambos levantándose de los sillones donde habían estado sentados –Espérame aquí tantito, voy a darte algo.

 

-Am… Sí. Gracias.

 

El rubio pensó aliviado que se había salvado de verle la cara a Rommel por el resto del día, pero estaba en un error. Lo supo cuando sintió sus “cariñosos” golpecillos en el hombro y tuvo que fingir despertar, girándose hacia él para mirarlo, de inmediato encontrándose con su rostro.

 

Las cosas dentro de su cabeza no podían andar peor. El verlo de nuevo en la realidad le generó una sensación traumática inclusive mayor de la esperada. Y era que anticipó sentirse incomodo junto a él después del sueño, pero jamás pensó que terminaría concluyendo que el rostro de su amigo era mucho más atractivo de lo que le había proyectado su inconsciente y que sus labios eran todavía más provocativos.

 

-Güey, sólo quería decirte que ya me voy. Ya llegó tu tita.

 

¿Acababa de decir algo? Sólo había visto sus labios moverse, como invitándolo a… a… ¡a nada! ¡Tenía mucha fiebre por el amor de Dios! Sentía las mejillas ardiendo.

 

-¿Estás bien?

 

Claro que no estaba bien, intuía que seguramente tenía mucha calentura. Sólo por eso podría soñar esas barbaridades y ser capaz de pensar en ese tipo de cosas… ¿Verdad?

 

-Am… Sí… Sí… Perdón… –¿Por qué no podía dejar de mirarlo como un imbécil?

 

Seguro que a Rommel le pareció extraña su conducta, pues rápidamente le colocó gentilmente la palma de la mano en su frente, para medirle la temperatura.

 

-Bueno. Al menos ya no tienes fiebre –Le dijo convencido, muy al pesar de Galen.

 

-Sí –Se sonrió nervioso, haciendo el amago de levantarse, volviendo a percibir aquella sensación pegajosa en su entrepierna.

 

-No, no te levantes-Lo detuvo su amigo –Descansa.

 

-Rommel –El aludido volteó ante la voz de la tía de Galen -quien todavía no se había percatado de que su sobrino ya había “despertado”- esperándolo con una bolsa de papel en la mano fuera de la cocina, casi a un lado de la puerta que daba a la calle.

 

-Alíviate –Le susurró finalmente Rommel al rubio a modo de despedida, restregándole bruscamente los nudillos en el cuero cabelludo con gesto fraternal, antes de darle la espalda para ir a con su tía, quien le entregó la bolsa –que parecía ser de pan- dejándole salir.

 

-Gracias, señora. Con permiso.

 

-Nos vemos, vete con mucho cuidado –Se despidió su tita cerrando la puerta, a la vez que Galen lo observaba todo tendido todavía sobre el sillón.

 

Su tita le explicó que, tras hacer una larga fila para poder pedir las medicinas que le encargó su mamá en el seguro social, tuvo que esperar a que checaran media hora en el inventario, todo para terminar explicándole que no la tendrían quizá hasta el día siguiente, por tanto ella tuvo que ir caminando hasta el centro, donde resultó que la farmacia del pueblo estaba cerrada, y varias más desventuras que Galen no escuchó pues su mente estaba demasiado ocupada contemplando la disparatada posibilidad de que quizá su subconsciente sólo estaba tratando de decirle que… Rommel… le… ¿gustaba?

Notas finales:

:) jeje

Lo sé, lo sé.... Tal vez tengan ganas de matarme. Pero les aseguro que se pondrá bueno lo que sigue. 


Otra cosa es que ando enferma, me pegó muy feo la gripe. Por lo cual creo que me tomaré más tiempo para subir el siguiente... Al menos hasta que deje de sentirme tan mal. Hoy ni siquiera fui a la escuela u.u

Gracias por leer y comentar !!

Me siento increíble cada vez que me llegan sus opiniones, es mágico !!!! MUCHAS GRACIAS A TODOS Y A TODAS !!


Sin más que decir, l@s veré uno de estos martes que vienen ! Nos vemos!

 

 


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