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EL MAL CAMINO por Galev

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Notas del capitulo:

Holaa, ya hace mucho mucho tiempo!!!!

Diosss!!!! Maldigo la hora en la que me metí a un curso de gastronomía, desde entonces las cenas de navidad, año nuevo, cumpleaños de familia y ese pedo se han vuelto responsabilidad mía. Mi mamá cumple años hoy y hay me tienen cocinandole un pastel, después llega mi padre y me dice, "oh y por qué no haces otro pastel?" Sweet jesus!

Mi abuelo cumplio años el 28 y ahi está su servidora haciendo los tamales... ¿cuando descansaré?? ¡¡¿Cuando??!! Ahhhhh!!!


Bueno, si ya se chutaron todo mi rollo anterior, bien podrán escuchar mi excusa para los dos meses que tarde en actualizar, el capítulo lo hice dos veces porque ya casi terminandolo la primera vez, de buenas a primeras decidí que no me gustó! Y pues lo vuelvo a hacer, luego me enferme de nuevo, y todo de lo que me estuve quejando antes, y después... la inspiracion no venía, en fin. Después de tanto martirio, aqí está. jo jo jo

 

Una enorme disculpa pues no tuve tiempo para contestar todos los review antes de subir el capítulo. Lo haré, disculpenme en serio!!!!

Muchisimas gracias por sus comentarios, son los que me impulsan a escribir, realmente!

Capítulo XVIII: Lo que no se debería sentir.

 

A la mañana siguiente, Galen despertó apenas el resplandeciente sol de marzo acarició con sus haces de luz la superficie de los cerros áridos del oriente.

Si mucho sería la hora seis cuando él, haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad para no dejarse envolver de nuevo por sus sabanas frescas y caer de vuelta rendido a los brazos de Morfeo, decidió levantarse de su cama, dirigiéndose hacia el baño para darse una ducha.

 

El día auguraba ser mejor que el anterior, o al menos eso era lo que quería pensar. Pues, a pesar de que todo su cuerpo se sentía como poseído por una frustrante lasitud —una de las secuelas temporales de la fiebre entérica—, ya no tenía calentura, ni la molesta sensación nauseosa recordándole todo el tiempo que cualquier cosa que comiera sería inevitablemente devuelta en el váter.

 

Sí, los medicamentos lo habían ayudado bastante. Aunque, con una pequeña sonrisa en los labios, Galen empezó a sospechar que gran parte de su recuperación se debió también a los cuidados que Rommel le proporcionó.

 

Recordó, en medio de la regadera, el efecto que le produjo la mano de éste acariciándole toscamente el cuero cabelludo y otra vez sintió esa bruma relajante envolviéndolo por completo; haciéndole cerrar los ojos mientras disfrutaba de las gotas tibias de agua caer sobre los músculos abigarrados de su espalda.

 

Sin embargo, de la mano con ese recuerdo, los dos extraños sueños que tuvo, en los cuales él deseaba hacer que Rommel jugara el rol de no precisamente un simple amigo, también invadieron su cabeza, borrándole la sonrisa bruscamente y arrancándole un poco la delicada tranquilidad en la que acababa de sumergirse, sustituyéndola por el mismo sentimiento que había tenido al despertar de éstos: vergüenza.

 

No quería ni imaginar qué hubiera pasado si Rommel o su tía hubieran descubierto que bajo la sábana que lo cubría, escondía una latente erección y una mancha de semen. Seguro si no lo vieron fue sólo cuestión de suerte.

Aunque, dejando de lado el hecho de que esa situación lo apenaba bastante, no sabía que pensar al respecto, tenía un revoltijo de emociones guardadas, las cuales estaba consciente debería de poner en orden tarde que temprano.

 

Su corazón se aceleraba cuando venían a su mente algunas escenas fugaces. El rostro durmiente de su amigo, sus labios entreabiertos, ese olor a lluvia entremezclado con una esencia a madera y sándalo, el vaivén tranquilo de su pecho y el sonido de su corazón fuerte y decidido.

¿Por qué deseaba que Rommel lo abrazara como en su sueño? Que lo acariciara y lo dejara recargarse sobre su regazo, como si no existiera un calor más reconfortante que el que él poseía.

 

No quería admitirlo ¡realmente no quería! pero era inútil seguir ocultándolo más de sí mismo; desde hacía tiempo que se había percatado que sus sentimientos por Rommel estaban tomando un rumbo muy extraño, uno que perturbadoramente bordeaba una delgada línea, la línea del límite entre el cariño y la atracción. Quería a Rommel más de lo normal, más de lo que debería ser al menos. Y sus malditos sueños sólo habían sido un recordatorio de lo mucho que tenía ganas de estrecharlo entre sus brazos y que su amigo no lo apartara lejos, de lo mucho que ansiaba ser alguien especial para él, y poder decir que Rommel era lo único que era de verdad sólo suyo.

 

Esos sentimientos se le estaban saliendo de las manos —si es que en algún momento tuvo control sobre ellos—. Ya ni siquiera sabía qué era lo que sentía por Melissa. Comenzaba a pensar que ella sólo había sido un capricho de su hombría que se vio mancillada en el momento mismo en que se percató de la atracción prohibida que Rommel había empezado a causarle aquella tarde en “Via Lattea”.

 

*

 

—¡¡Déjame entrar!! ¡¡¿Por qué te encierras, cabrón?!! —De pronto una voz furiosa lo devolvió abruptamente a la realidad.

 

Esta voz precedió a unos fuertes golpes contra la puerta tras la cual se encontraba Galen. Se trataba de su hermano, quien aparentemente tenía intenciones de empezar, como todos los días, su habitual discusión por utilizar la regadera.

 

— ¡¿Qué quieres?! ¡Ya casi termino! —Rugió él molesto desde adentro, terminando de enjuagarse la espalda.

 

—¡¡Ábreme te digo!!

 

Galen exhaló con fastidio, cerrando las llaves del agua; dando un paso fuera de la ducha. Se amarró a la cintura su toalla y, de mala gana, abrió la puerta por donde entró Aarón hecho una furia.

 

— ¿Pues qué chingados haces ahí adentro que te tardas tanto?

 

— ¿Pues qué voy a hacer? Bañarme—Respondió con enfado, pretendiendo salir del baño, lo cual le fue impedido por Aarón, que interpuso su cuerpo entre él y el marco de la entrada.

 

Una risa burlesca escapó de los labios del mayor, quien miraba sin disimulo el cuerpo escuálido del otro, comenzando a intimidarlo.

 

— ¿Y ahora qué?

 

—Nada, nada —dijo Aarón con una sonrisa maliciosa adornándole los labios —. Es sólo que todavía no me explico cómo es que un pendejete como tú puede andar con un viejorrón como Melissa.

 

—Ah, ¿sí? ¿Por qué? ¿Piensas que habría sido mejor que Melissa anduviera contigo? —Lo encaró tensando su cuerpo húmedo, con una valentía que no sentía.

 

Aarón suprimió una súbita carcajada, que finalmente salió estruendosamente. —De veras que no puede ser—Se pasó los dedos por uno de sus ojos que le lagrimearon por la risa—En serio que cada vez me sorprendes más, hermanito. Es que ¿cómo es posible que no te des cuenta de que a esa vieja ni le vas ni le vienes? La única razón por la que anda contigo es por dinero. Y para la miseria que me dijo mi mamá que te dieron de beca, para estas fechas ya no has de tener nada con que pagar a esa vieja.

 

—Sí, lo que digas —Murmuró el más chico con los dientes apretados—¿Ya terminaste? ¿Ya me dejas ir?

 

—¿Qué? ¿Ya te molestó oír que alguien te diga la verdad? Porque es cierto, una vieja como esa es imposible que quisiera ser la novia de alguien tan patético como tú. ¿O qué? ¿Qué le iba a atraer de ti? ¿Tu cuerpo de marica? ¿La personalidad que no tienes? ¿O la cara de pendejo que siempre traes? —Se tomó un momento para sonreír con altivez—Acéptalo, nadie querría estar con semejante perdedor de mierda. O dime, ¿cuántos amigos tienes?, digo: hasta tu papá se dio cuenta al final de que no valías la pena, por eso te dejo.

 

—¡Ya déjame en paz! —Furioso, Galen intentó empujarlo a un lado para poder salir.

 

Sin embargo, Aarón, quien era mucho más fuerte, empujó al chico violentamente hacia el otro lado, haciendo que éste se golpeara contra la placa del lavabo justo en las costillas; entonces dedicándole una mirada de desprecio que acompañó a un resoplido burlesco, aprovechó lo que el menor tardaba en recomponerse del dolor, adentrándose en el baño, para después, dándole la espalda, comenzar a deshacerse de su camiseta interior y bóxer —lo único que llevaba puesto— al tiempo que decía—: Cierras la puerta al salir, si eres tan amable, gracias.

 

Cuando Galen por fin fue capaz de descomponer la posición encorvada que le hizo adquirir el golpe, volteó a ver a su hermano con una mirada furibunda que murió apenas atisbó los ojos negros mate de un diablo con la piel del rostro colgando, observándolo desde la espalda de Aarón.

Era sin lugar a dudas el tatuaje más espeluznante que había visto en la vida, y el sentimiento que le produjo verlo le hizo perder el aliento, por lo que, antes de si quiera darse cuenta, ya estaba afuera del baño, respirando entrecortadamente tras la puerta que acababa de cerrar.

 

Esa cara diabólica… Era como si ya la conociera… Pero claro que la conocía... La había visto a los cuatro años, cuando un relámpago iluminó el rostro de su hermano que lo observaba entre la obscuridad del taller de herramientas de su padre el día que… El día que Aarón decidió robarle sus ojos…

 

*

 

—Hola, buenos días—Galen saludó a su tita cordialmente al entrar en la cocina, agradeciendo mentalmente el hecho de que ella siempre madrugara para prepararles un rico desayuno a él y a su nefasto hermano.

 

—Hola, ¿Cómo estás mijito? ¿Ya amaneciste mejor?—Lo cuestionó, sirviéndole un poco de suero sabor manzana en un vaso de vidrio. —Parece que te ves más sanito.

 

—Sí. Ya me siento mucho mejor, la verdad. Gracias—Asintió el muchacho con una sonrisa triste sentándose a la mesa, donde lo esperaba un plato sobre el que había una rebanada de pan tostado con mantequilla—¿Y mi mamá?

 

—Pues ya ves que ayer se quedó de guardia en el hospital, yo creo que ya no tarda.

 

Galen no pudo evitar lanzar un suspiro al aire al pensar que era rara la ocasión en la que podía convivir con su madre. Sabía que ella nunca había sido muy cariñosa o consentidora; en realidad hasta podría decirse que era un poco seca y había sido la parte estricta de sus padres, más sin embargo, antes de que su padre se fuera, podía sentir su cariño; ahora, ella trabajaba todo el tiempo y ni siquiera podía cuidar de él cuando se enfermaba. Era obvio que su madre lo seguía queriendo, tal vez no tanto como a Aarón —o al menos eso era lo que éste último se había encargado de que él creyera desde muy chico—, pero debido a su constante ausencia, le resultaba muy difícil ya lograr sentir su afecto.

 

—Tita… ¿Tú crees que a mi mamá alguna vez le volverá a gustar estar con nosotros? —Dejo escapar, comiendo de su pan con un semblante taciturno.

 

—Ay mijo, pero ¿por qué dices eso? Para Fátima no hay nada mejor que estar con ustedes, mi amor—Dijo apresuradamente ella, acercando un poco su mano de piel apergaminada para acariciarle suavemente una mejilla —Tú mamá los adora. Sé que últimamente no ha estado mucho aquí, pero todo lo que hace es por ustedes, para que puedan estudiar, comer bien, para que no sientan que les falta nada.

 

—Desearía poder trabajar para ayudarle—Dijo, de nuevo sintiéndose culpable por haber decidido gastar su dinero en Melissa en lugar de dárselo a su madre.

 

—No, tú todavía estas muy chico para pensar en trabajar. Si quieres ayudar a tu mamá, estudia, es todo lo que tienes que hacer.

 

—Lo sé… Aarón es el que debería ponerse a trabajar.

 

—Ay hijo—Suspiró su tita, como si no fuera una conclusión nueva a la que Galen acababa de llegar—. La verdad es que yo a tu hermano ya ni le digo nada, Dios sabe que he intentado por todos los medios saber qué es lo que piensa, pero no, ese muchacho está peor que en chino. No sé de dónde sacó él ese carácter tan… bueno, no importa—Se interrumpió cambiando de tema—: ¿Seguro que quieres ir hoy mijito? ¿No te irás a sentir mal en la escuela?

 

—No, no creo. Además es mejor que sí vaya. No quiero perder clases y tampoco confío en los apuntes que toman mis compañeros.

 

—Bueno, ándale pues. Pero que no se te olvide tomarte tus medicinas —Le recordó, poniéndole enfrente una caja de pastillas.

 

—Sí, gracias—Sonrió el muchacho tomando una de las pastillas junto con un poco de suero, y finalmente, dejando el vaso vacío sobre la mesa, exclamó—: Bueno, ya me voy, antes de que salga Aarón de bañarse.

 

—¿Sabes, mijito? Pienso que deberías acercarte más a tu hermano. —Le comentó ella mirándole coger su mochila—Sé que no tiene muy buen carácter, pero, quiero creer al menos, que es porque en el fondo, él se siente más solo que tú.

 

Galen solamente desvió su mirada hacia el piso, sopesando que su tía no tenía ni idea de la calaña que era su hermano, aunque de hecho, ni siquiera él mismo lo sabía bien.

 

—Sí tita—Masculló con una voz apagada, abriendo la puerta de la calle al tiempo que tomaba su llavero—Lo intentaré…

 

*

 

Ya no le quedaba ninguna duda. No había sido un sueño. Cuando eran niños, su hermano había intentado hacerle algo terrible. ¿Cómo pudo olvidarlo? Aarón siempre fue el monstruo de sus pesadillas, y el monstruo de su vida real… él era el diablo…

 

A Aarón le gustaba asustarlo saliendo de lugares obscuros, porque a Aarón le gustaba la obscuridad…

Su hermano siempre tenía cosas macabras que contar y sus palabras se convertían en pesadillas, pero no en pesadillas cualesquiera. Eran terrores nocturnos que lo hacían despertar llorando, con los pantalones mojados. A veces soñaba a las personas despellejadas que Aarón decía existían atormentadas en el infierno, y otras, a judíos cegados bajo montañas de sal.

 

Y aunque Galen ya veía lejana la funesta época en la que su hermano lo acosaba diariamente —pues éste prácticamente lo había dejado de hacer desde que su padre se fue—, esa época parecía amenazar con repetirse, y lo peor era que la única persona que podía ser capaz de detenerlo, ya no estaba más…

 

Si tan sólo su padre todavía estuviera ahí, él habría sabido qué hacer, él jamás hubiera permitido que la familia se desintegrada de esa manera… ¿Pero qué estaba pensando? Su padre fue de hecho quien desintegró a toda la familia. ¡Y él pensando que él era el mejor hombre que existía! ¡¡Que era lo mejor a lo que se podía aspirar en la vida!! Para él no había mayor bondad que la de su padre, no obstante, a éste no le importó destruir todo en lo que él creía, no le importó desquebrajar todo lo que él mismo le había inculcado.

 

Su hermano tenía razón, él era patético, porque desde un principio nunca le importó a nadie… Era hora de enfrentar la realidad, su padre jamás lo quiso, su madre no lo quería lo suficiente, sus amigos sólo lo utilizaban cuando necesitaban algo, su tita le tenía lastima, Rommel no confiaba en él y Melissa… Para Melissa él solamente era una billetera… Sí, una billetera que ya en ese momento, no tenía nada…

 

Ella era igual a su padre, porque al igual que él, primero le hizo creer que era el afortunado… Que era especial y lo quería, y después de llevarlo muy muy alto, solamente lo dejó caer, para que el golpe fuera de lo más tremendo y doloroso posible…

 

¡Se sentía tan mal! ¡¿Qué de su vida valía la pena?! ¡¿Qué?!

 

*

 

Caminó las seis cuadras de su casa a la escuela sin siquiera fijarse al atravesar las calles. Sólo pensaba en que así debía de sentirse estar muerto… Con un gran vacío en el pecho que parecía imposible de llenar.

 

Y estúpidamente, sólo venía a su cabeza, a Rommel sentado junto a él acariciándole el cabello, con un gesto cariñoso…

 

Se preguntaba qué pensaría Rommel de enterarse de los sentimientos que comenzaba a desarrollar por él… ¿Se asquearía? ¿Se halagaría? ¿Existía acaso la mínima posibilidad de que lo correspondiera?

Le aterraba la sola idea… Porque realmente no podía imaginar que Rommel pudiera llegar a quererlo así

 

La vida a veces no es muy buena y las cosas siempre pueden ir peor, pero no ese día. En ese momento escuchó un claxon muy cerca de su cuerpo y, deteniéndose a contemplar a todos lados, Galen se encontró a sí mismo en medio de la carretera, entre un semáforo en verde y un flamante auto rojo, cuyo conductor había empezado a gritarle un par de groserías.

Se apresuró a moverse de ahí, consciente de que sólo un milagro lo había salvado de haber sido arrollado.

 

Ya estaba a menos de una cuadra de llegar al portón de enrejado azul de su bachillerato.

Miró a su reloj, sólo para leer la hora y darse cuenta de que, como pocas veces, llegó unos cuantos minutos antes de la hora; era un hecho peculiar considerando que Galen solamente se limitaba a llegar justo a tiempo, eso debido a que no le agradaba mucho tener que convivir con sus compañeros de la escuela más de la cuenta.

 

—¡¡Gringo!! ¡Que milagro!—Escuchó a alguien detrás de él saludarlo efusivamente cuando estaba a punto de traspasar la reja.

 

Volteó; era Memo, el mismo chico a quien le había contestado groseramente algunas semanas atrás por llamar a Rommel “tipo corriente”.

 

—Hola—Sin entusiasmo, se encaminó hacia adentro, seguido por el otro joven, que rápidamente se situó a su lado para acompañarlo rumbo al salón.

 

—Se nos hizo raro que ayer no vinieras, ¿estabas enfermo?

 

—Sí, me sentía mal.

 

—Eso creo. Se te ve un poquito pálido, pero ¿ya te sientes mejor?

 

—Sí—Galen miró con extrañeza su preocupación, preguntándose si en el día en que no asistió a clases vieron algún tema especialmente difícil y Memo lo necesitaba para explicarle, porque obviamente de otro modo ni siquiera estaría hablándole.

 

—Me imagino que si te has de haber sentido muy mal, digo: de verdad es muy raro que faltes—murmuró el chico en un tono condescendiente—. Ayer casi no tuvimos clases. Vinieron unos médicos del seguro a darnos una plática sobre el SIDA, el condón y esas cosas, y Castillos quiere que hagamos un ensayo de eso; si quieres ahorita te paso unos apuntes.

 

Aquella última frase no le cuadró del todo, generalmente él era el que los ayudaba con las tareas de la escuela y no al revés. Tenía razones para sentirse desconfiado, Guillermo se estaba comportando tan amigable ahora, cuando hacía sólo un par de días, ni siquiera le dirigía la palabra.

 

—Ah, claro, gracias.

 

Una vez Galen entró al aula, fue sorprendido por el hecho de que los demás chicos de su grupo también empezaron a saludarlo. José Luis le dio un leve golpecillo en el hombro diciéndole que ya no faltara, al tanto que Rodrigo murmuró algo que sonó como un “¿ya estás mejor?”.

 

El rubio solamente asintió y saludó con cierta cautela. Jamás solían ser tan atentos con él, seguro ese era el día de “portarte como nunca lo haces” y nadie le avisó. Hasta Armando le dio varias palmaditas en la espalda al verlo. Aunque su desconcierto se acrecentó al mirar a Vicente, quien con una cara de amargado, desde su mesa-banco, de vez en cuando se limitaba a dirigirles miradas asesinas a Memo y a él especialmente.

 

Salvo por ese hecho, las horas de clase transcurrieron de manera normal. Como siempre la profesora de química, María Inés del Toro, una mujer muy joven, prefería divagar en asuntos triviales sobre su arruinada vida matrimonial en vez de esforzarse por darles una clase decente, decidiendo compensar esto exigiéndoles una excesiva sarta de tarea.

Después, el profesor Maldonado, de ecología —alias el Huevo— los arrulló con su típico monologo sobre las desventajas de tener tan cerca de los límites urbanos un relleno sanitario, como en el caso de su municipio, y todos los proyectos que se podrían realizar con el dinero de los impuestos si los políticos corruptos no se lo robaran.

 

Ya había empezado a hablar sobre su gran favorito —los vehículos ecológicos— cuando tocaron a la puerta.

El maestro abrió, con cierta renuencia por dejar de expresarles lo antes dicho, dejando ver a la señorita Carmen Flores, la prefecta, quien siempre remarcaba su título de “señorita” con celo, pese a sus sesenta y tantos años.

 

Ella, sin moverse de la puerta —haciendo gala de su traje sastre color vino bien planchado y de un porte impecable—le comentó al Sr. Maldonado en voz muy baja algo que los alumnos no alcanzaron a escuchar, pero que de inmediato lo hizo reaccionar a él cambiando su semblante a uno más serio y dando varios asentimientos quedos de cabeza.

 

No hablaron mucho más. Y cuando la señorita Carmen se hubo retirado, el profesor les informó sobre la terrible noticia de que la madre del director acababa de fallecer y que se suspenderían las clases, puesto que todos los profesores debían asistir al velorio.

 

“Mejor me hubiera quedado en casa”, sopesó Galen con desgana, guardando sus útiles en la mochila al tiempo que el maestro los despedía y sus compañeros hacían un revuelo por las clases libres.

 

—Eh, gringo ¿ya te vas a ir? —Memo se acercó de nuevo a donde él, ofreciéndole una sonrisa.

 

—Sí. Te veo mañana—le dijo echándose su mochila a cuestas, dispuesto a despedirse de los demás para regresar a su casa.

 

—¿Por qué no te quedas un poco? Apenas han de ser como las diez. Estos güeyes y yo vamos a jugar baraja ¿quieres venir?

 

De primera instancia él sólo contestó encarnando una ceja. ¿Estaba soñando? ¿La bolita de Memo había hecho un plan y él estaba invitado? Eso parecía demasiado bueno para ser verdad, ahí tenía que haber gato encerrado.

Sabía que hacia menos de un mes él habría aceptado para agradar a esa gente, pero ya no. ¡Tenía dignidad, carajo! No podía seguirse dejando utilizar cada vez que a ellos se les ocurriera que debía ayudarlos a pasar los exámenes, hacer las tareas o los trabajos. Además, no los necesitaba; después de todo, ya estaba acostumbrado a estar solo.

 

—No, gracias, güey. Me gustaría llegar ya a descansar a mi casa, todavía no me siento bien del todo—Se negó, a la vez que movía la cabeza de lado a lado, despidiéndose de algunos compañeros con un simple movimiento de la mano y un “Hasta mañana” —. Nos vemos, Memo.

 

—Espera—Galen ni siquiera había terminado de girarse del todo para caminar rumbo a la puerta cuando el otro lo detuvo—, deja te acompaño a tu casa.

 

—Ah... No, no creo que sea necesario—contestó apresuradamente haciendo un ademán nervioso con las manos—Aparte, vas a ir a jugar cartas ¿Qué no?

 

—No, de hecho no—admitió Memo apretando los labios—Sólo quería ver si podía hablar contigo. Déjame acompañarte a tu casa, ¿sale?

 

—Bueno… está bien—Asintió no muy convencido. Sabía que había gato encerrado.

 

*

 

Guillermo caminaba a un ritmo bastante lento, a diferencia suya, que siempre daba la impresión de ir a las carreras.

 

—Bueno, y ¿De qué quieres hablar conmigo? —Se animó a preguntarle, rompiendo el silencio incomodo que se había instalado entre ellos.

 

Memo no contestó de inmediato; antes tomó un profundo respiro, tal si no estuviera seguro de cómo decirle lo que fuera que quería hablar con él.

 

—Mira, lo que pasa es que—Comenzó, deteniendo su marcha; echando su cuerpo hacia un lado para recargar un pie sobre el muro de una vieja escuela abandonada—… Yo creo que te debo una disculpa —Se rascó la nuca con aire nervioso—. Bueno, creo que puedo hablar también por los demás cuando digo que todos te la debemos. Nos hemos portado muy mal contigo.

 

El chico se quedó callado nuevamente y  por un instante ninguno de los dos dijo algo. Galen sólo lo observaba con atención, buscando algún rastro de mentira en los ojos casi negros del otro, sin encontrarlo.

 

—Soy un imbécil, la neta—Memo negó con la cabeza haciendo una expresión compungida—… ¿Qué más te puedo decir?... Ese día en tu casa nos pasamos de mamones, en serio no sé… no quería hacerte sentir mal, ni a ti ni a tu amigo, es sólo que… No sé qué rayos me pasó cuando lo vi…

 

—Está bien—Respondió el rubio una vez se recompuso de la perplejidad inicial; apoyándose en el muro al igual que su compañero—Mira, pues yo acepto tus disculpas. Aunque pienso que más bien es a Rommel a quien tendrías que pedirle perdón.

 

—Sí… Supongo… —Suspiró el otro, agachando el rostro—Pero va a estar difícil que lo vea, ¿no crees?

 

—Eso sí.

 

—Gringo, tú podrías… Tú sabes… ¿Decirle que me disculpe y eso?

 

—Oh… um… sí, supongo que sí puedo—Asintió—. Aunque bueno, conociendo a Rommel ni siquiera ha de recordar quién eres, pero sí, yo le digo.

 

Casi sin darse cuenta, una pequeña sonrisa brotó de sus labios, y en respuesta Memo le brindó una también. ¿La razón de aquel gesto?, nada en especial. Era el simple hecho de que nunca nadie se había disculpado con él por un mal trato, jamás nadie consideró siquiera intentarlo por hacerle sentir mal.

Sólo Aarón, cuando eran niños, le había pedido perdón por algo, y eso a cuestas de que su padre lo obligó a hacerlo.

 

«Perdóname hermano por haberte dicho maricón, y dejar que te perdieras en el mercado»

 

—Mmm… oye, ¿no hueles? —Lo llamó su acompañante, olfateando el aire—, por ahí han de estar haciendo café, que rico.

 

—Cierto—Memo tenía razón, un delicioso aroma a café recién molido era arrastrado por la brisa.

 

Rápidamente asociaron el origen de aquel olor con una vieja casa ubicada en la esquina cruzando la acera de enfrente. No se miraba muy ostentosa, aunque mostraba un grande y bien cuidado jardín frontal, con un frondoso árbol de naranja; que ya para esos días del mes, lucía sus ramas cubiertas por pequeñas flores de azahar.

 

Bajo la sombra del naranjo, sobre un fresco pasto verde brillante, se hallaban unas tres mesas para jardín de hierro forjado, pintadas de color blanco, con algunas sillas acordes a éstas. Se miraban confortables, apenas acicaladas por los escasos rayos de sol matutino que lograban escabullirse entre el follaje.

 

Dos señores conversaban tranquilamente en una de las mesas; había además algunas otras personas delante de una barra, tras la cual una señora atendía.

 

Todo parecía indicar que el lugar era alguna especie de cafetería, sospecha que confirmaron al percatarse de la existencia de una manta anaranjada, atada a la reja de poca altura que bordeaba el jardín, en la que se leía como título: “Jugo de naranja fresco todos los días, café y desayunos”, y más abajo venía una pequeña lista de alimentos, bebidas y precios.

Tenían lo básico: molletes, gorditas, sándwiches y huevos al gusto, además del antes mencionado jugo de naranja, café americano y de olla.

 

—Órale, nunca había visto este lugar.

 

—Ni yo. Y eso que paso por aquí todos los días—Replicó Galen igual de asombrado.

 

—Me recuerda bastante a la casa de mi abuelita. ¿No quieres llegar?

 

—Um… Claro.

 

Realmente no pensaba consumir nada —sabía que debía dejar reposar un poco su estómago—, no obstante, había algo en ese sitio que lo hacía sumamente acogedor; tal vez era por lo que dijo Memo, esa casa recordaba a la de alguna abuelita.

 

— ¿Qué vas a pedir? —Le preguntó éste al entrar.

 

—A ver si tienen alguna infusión de manzanilla.

 

de manzanilla más bien, ¿no?

 

—Sí, bueno, vulgarmente le llaman así—murmuró Galen de inmediato, sin notar la mirada resentida que le brindó su acompañante—, pero en realidad sólo puedes hacer con las hojas de la planta de té, tú sabes, rojo, verde, blanco. Todo lo demás son infusiones de hierbas o frutas.

 

—Sí, sí, cómo sea, olvidaba que eres un genio que todo lo sabe —Resopló el otro en un tono irónico.

 

—La verdad no soy un genio—El rubio se sonrojó ligeramente—. Sólo creo que me gusta leer cosas que a nadie más le importan.

 

Memo estuvo a punto de responderle algo, pero justo en ese instante, la voz amable de la señora tras la barra lo interrumpió, diciendo—: ¿Y bien? ¿En qué puedo servir a este par de muchachitos tan apuestos?

 

Ambos sonrieron abiertamente ante el comentario, sintiéndose tanto halagados como un poco abochornados. Ella era la viva imagen de una abuelita, tenía su cabello totalmente blanco agarrado en un chongo cual cebollín, unas gafas de armazón redondo y vidrios gruesos que hacían ver sus ojos mucho más grandes y expresivos, aunque lo más característico de ella, era su sonrisa radiante, que le hacía parecer tan viva como cualquier flor de primavera.

 

—Ah, pues quería pedir un mollete de chorizo con papas verdes, y un café de olla también—Dijo Memo.

 

—Muy bien, entonces un mollete de chorizo con papitas y un cafecito de olla—Asintió ella anotando el pedido en un trozo de papel— ¿Y para ti güerito? ¿Qué va a ser?

 

—Amm… bueno, yo sólo quiero una em… si tiene alguna infusión de manzanilla o algo así…

 

—Sí, un té de manzanilla, claro que sí. ¿Y qué más te damos? ¿Unos huevitos con tocino? ¡Ah!, hoy además tenemos tamalitos de asado, de rajas y de dulce.

 

—¡Mmmm! ¡Yo voy a querer uno de dulce! —Exclamó Memo a un lado, se veía que ya se lo estaba saboreando; la señora respondió con una amplia sonrisa.

 

—No, no, muchas gracias—El rubio desvió un poco la mirada—. Todo suena muy rico. Es sólo que ayer me sentí muy mal del estómago y hoy no quiero comer mucho.

 

No sabía por qué estaba dándole explicaciones a la señora; pensó que era obvio que a ella no le interesaban sus excusas, y sin embargo, ella lo sorprendió bastante con su respuesta.

 

—Oh, ¡pobrecito!—Exclamó—. Toma, para cuando te sientas mejor—Le extendió la mano, ofreciéndole una pequeña charola de pan dulce—Cortesía de la casa.

 

—Ah, pero…

 

—Ya, vayan a sentarse, que está muy bonito el día —Lo cortó la señora, guiñándole un ojo.

 

—Vaya… Pues ¡Gracias! ¡¡Muchas gracias!!

 

Aquello último fue para Galen como un recordatorio que decía que: pese a todo, la vida siempre está llena de sorpresas que esperan su tiempo antes de ser descubiertas...

 

*

 

—Que señora tan amable, ¿no lo crees? —Le dijo Memo tomando asiento en una de las sillas.

 

—Sí. Me recuerda mucho a mi tita…

 

—A mí me recuerda mucho a como era mi tita antes…—Murmuró el chico con un tono nostálgico—Tú sabes, antes de que le diera Alzheimer… Porque ahora, bueno, ya te imaginarás… ni siquiera nos reconoce…

 

—Memo…—Galen no supo cómo continuar. No quería ni imaginar cómo se sentiría vivir una situación así.

 

—Pero tenemos suerte, Gringo—Aparentemente el otro no había esperado una respuesta de su parte—Digo, tú tienes a tu tita y a tu mamá… Yo tengo a mi papá y a mis hermanos todavía conmigo. Podría ser peor ¿sabes?

 

—Eso creo…—Desvió un poco la vista, hacia la punta al rojo vivo de un cigarrillo, que se consumía soltando un listón de humo ondeante, sobre el cenicero de la mesa de un lado.

 

— ¡Ah! creo que ya está mi mollete y lo demás. Deja voy a traerlo. —Exclamó Memo de pronto, poniéndose de pie, para dirigirse hacia la barra nuevamente.

 

Rápidamente fue y volvió, y luego de colocar las dos tazas humeantes sobre la mesa, salió disparado devolviéndose por su mollete que había tenido que dejar en barra aguardando a su segunda vuelta.

 

—Bueno, pues compromiso—Fue lo primero que dijo al tomar asiento, relamiéndose los labios. Y tomando el mollete entre sus manos, le dio una mordida voraz—¡Guaaau! ¡Este mollete no tiene mamá! Deberías probarlo—Exclamó, a la vez que Galen observaba la escena con cierta envidia.

 

Éste último, frunciendo los labios, tomó un poco de su infusión; pensando amargamente en que de no haber sido por los horrorosos tacos de la Alameda, en ese momento seguramente habría estado disfrutando de un café de olla delicioso como el que Memo pidió, endulzado con piloncillo y con un toque acanelado, y asimismo ¿por qué no? de un mollete de asado rojo… Aunque también pensaba en cosas menos triviales…

 

—Memo… ¿Puedo hacerte una pregunta?

 

—¡Mmjhm! —Asintió el chico que, después de darle otra mordida al mollete, tenía la boca demasiado llena.

 

—Bueno, pues... no sé,  hace rato me dijiste que ustedes me trataban mal y eso… Yo… sólo quiero saber: ¿por qué?... ¿Por qué lo hacían?

 

Habiendo dicho esto, Memo se tensó notoriamente y Galen casi pudo ver la manera en la que el bocado que se pasó le recorría lentamente por el cogote.

 

—No es algo que importe realmente…

 

—A mí me importa —Murmuró—Nunca había tenido la oportunidad de preguntarle a alguien que supiera por qué la gente me evita… Y bueno, sé que tú lo sabes. A principio del año recuerdo que empezaban a llevarse bien conmigo y, de repente, de un día para otro ya ni siquiera me hablaban, no me invitaban a nada que hacían, a veces se escondían de mí en los recesos…

 

—Mira, sí, sé que fuimos horribles, lo sé. Pero todo fue un malentendido. Lo importante es que pues ya, se acabó...

 

— ¿Qué clase de malentendido?

 

—Ya te dije que es algo sin importancia.

 

— ¿Qué malentendido? ¿Qué fue lo que hizo que durante meses estuvieran evitándome? —Insistió Galen cada vez con un tono más firme.

 

—Nada, ¡pensábamos que te parecías a Aa…!—Se interrumpió bruscamente— ¡Pues no sé! creíamos que eras como que uno de esos tipos serios, listos y raros que resulta que al final son asesinos en serie o algo así…

 

—¡¿Qué?! ¿Y cómo por qué habría yo de ser un asesino en serie?

 

—Pues no sé, eres como siempre sale en las películas, algo así como Carrie. No sé Gringo, no te gusta ver la tele, y muchas veces hablas solo y… y… te gustan los gatos… y ¡tomar !

 

Infusión —Lo corrigió Galen automáticamente.

 

—¿Ves? Eres demasiado listo, no digo que eso sea algo malo, sólo que es diferente… Todo el tiempo te la pasas corrigiéndonos. ¡Rayos, por qué me haces decir estas cosas, te dije que no importaba! —Reprochó, dándole una mordida furiosa al mollete, manchándose todo alrededor de su boca, e inclusive hasta la punta de su nariz.

 

—No, está bien. Bueno, en realidad no sé muy bien que pensar al respecto—Dibujó una sonrisa torcida—. Pero, considerando que todo el tiempo pensé que no me hablaban porque les daba vergüenza ser mis amigos, creo que me parece mejor que hayan pensado que soy peligroso.

 

—¿En serio? ¿Eso piensas?... Y luego te preguntas que por qué la gente dice que eres raro—Memo se echó a reír, limpiándose la cara con una servilleta.

 

—Ya—Galen comenzó a reír también—. Aunque de mi familia yo no soy el asesino en serie—Murmuró con cierto tono siniestro—Ese es mi hermano…

 

— ¿Qué?—Memo cesó de reír repentinamente, poniéndose tan pálido que por un instante pareció como si hubiera visto un fantasma.

 

—Era una broma—Resopló el rubio, ligeramente decepcionado por la reacción del otro—Sé que no se me da, no sé por qué sigo intentándolo… Creo que Rommel es el único que piensa que soy gracioso, porque ni mi mamá…

 

—¡Oh, vamos! Eso no es cierto—Disintió el otro joven, después de haber dado un profundo respiro de alivio —. Si eres bueno haciendo bromas—rio de su propia idiotez—, es sólo que yo soy bastante lento para captarlas.

 

—Bueno, si tú lo dices.

 

—Sí, yo lo digo—Masculló haciendo un mohín extraño—. Pero ya, cambiando de tema. El sábado vamos a ir al cine; queremos ir a ver la de Destino Final. Dicen que está buena, ¿Cómo ves? ¿No quieres venir?

 

—Ehh… pues no lo sé.

 

—¡Vamos! ¡¿Por qué no lo sabes?!

 

—Pues porque no lo sé. No sé si sea buena idea.

 

—¡¿Y por qué no sería buena idea?! ¡Vamos, ya me disculpé contigo!

 

—Sí, lo sé —Galen exhaló fuertemente—. Es sólo que no sé si me sentiría a gusto, es todo.

 

—¿Por qué?

 

—Porque creo que le caigo bastante mal a Vicente, o si no es eso al menos me mira como si me odiara, aunque quizá sean figuraciones mías —dijo apenado. Sabía que Memo y Vicente eran bastante unidos y temía que eso pudiera llegar a incomodar al primero.

 

— ¿Te ha dicho algo? —Guillermo adoptó un semblante parco.

 

— ¿Sobre qué?

 

—Pues no sé… sobre ti... o sobre mi

 

—No. ¿Cómo qué tendría que decirme? —Parpadeó el rubio confuso.

 

—No, pues no sé…

 

— ¿Por qué le caigo mal a él? ¿También piensa que soy un asesino serial o algo así?

 

—No, no le caes mal. Es sólo que —Se apresuró en contestar Memo, deteniéndose por un instante  como si estuviera intentando escoger las palabras más adecuadas —… Bueno, se podría decir que hay otro malentendido.

 

— ¡¿otro?!

 

—Ajá…

 

— ¿Y de qué se trata esta vez? —Lo cuestionó abrumado, entrecerrando sus ojos claros.

 

El otro apretó los labios y tardó bastante tiempo en responder. Daba la impresión de estarse rebatiendo internamente alguna situación pues hizo una mueca indecisa.

 

Su cabello negro refulgía castaño bajo la luz del sol, enmarcando su rostro de tez clara, que azuleaba en su mandíbula con una inconfundible sombra de vello facial.

 

Finalmente, luego de lo que pareció una eternidad relajó sus labios y dijo en voz baja—: Mira, Gringo, te voy a contar esto, pero quiero que sepas que si te lo cuento, es porque te tengo confianza, ¿Entiendes? No quiero que se lo cuentes a nadie.

 

—… Sí, está bien.

 

—Lo que pasa es que… bueno, Vicente y yo no éramos precisamente amigos… —Comenzó a jugar con sus dedos nervioso—Él y yo éramos… bueno, tú sabes…

 

Galen negó con la cabeza. Realmente no tenía idea.

 

—Él y yo éramos… novios…

 

— ¿Qué? —Preguntó por inercia, dudando en si de verdad acababa de escuchar aquello o si sólo se trataba de una broma de sus sentidos.

 

—Sí… soy… gay, y también Vicente… —admitió avergonzado.

 

Los ojos azules de Galen se ensancharon impresionados. Ya no le quedaba duda de que sí había escuchado bien, pero era un tipo de información difícil de digerir. Le parecía bizarro. Siempre tuvo la idea de que los homosexuales eran amanerados y femeninos y, sin embargo, Memo parecía una persona normal, así como Vicente.

 

—Ok... —Masculló finalmente, sin poder ocultar su expresión desencajada—. Pero… eso… em… ¿qué tiene que ver conmigo?

 

—… Pues… —La blanca piel de Memo se cubrió por un intenso sonrojo y desviando la mirada le soltó—: Vicente piensa que terminé con él porque me gustas o algo así…

 

— ¡¿Ah?! ¿Y de dónde sacó esa idea? —Exclamó Galen como aturdido.

 

—… No sé… —El muchacho se mordió un poco los labios, aun con el rostro ruborizado. Por un momento pareció olvidar el mollete que con tanto ahínco había estado devorando, llevando su vista hacia la nada—. Pero la neta, espero que ahora que sabes esto no me mires como un bicho raro…

 

—No, no lo haré… Yo… Gracias por confiarme esto…

 

—No tienes que agradecerme, como te lo dije antes: confío en ti—Le dirigió una sonrisa algo triste. Sabía que seguramente Galen no había captado que Vicente estaba en lo correcto…

 

*

 

Galen por su parte, no sabía por qué, pero aquella revelación le había vuelto a alborotar todo aquel enjambre de emociones que cargaba en el pecho desde temprano.

 

—Se siente bien contárselo a alguien ¿sabes? Eres el primero que sabe esto de mí, claro además de Vicente.

 

— ¿En serio?

 

—Sí… Mi familia ni se lo imagina. No tengo ni idea de cómo voy a decírselos…

 

—Ha de ser difícil—Pensó el rubio en voz alta.

 

—No sabes… —Masculló el pelinegro dándole un par de tragos a su café.

 

—Eso creo… ¿Puedo preguntarte otra cosa?

 

—Sí.

 

— ¿Cómo fue que descubriste que eras… así?

 

— ¿gay? —Lo confrontó—No fue hace tanto. En segundo año de secundaria me empezó a gustar mi mejor amigo, aunque él no era gay—Suspiró—… Bueno, yo digo que no era… la verdad es que nunca le dije…

 

—Pero… ¿nunca te gustó nunca alguna chava?

 

—Pues sí—Se encogió de hombros—, incluso hasta me animé a andar con una, pero pues como que no funcionó muy bien, Gustavo me gustaba más…

 

“Vaya… Justo como me pasa con Rommel”, divagó Galen de pronto, sobresaltándose al tomar conciencia de lo que acababa de pensar “¡Espera! ¿Qué? ¡No!, ¡No debo pensar en Rommel de esa forma! ¡Él es mi amigo!”

 

—… Digo, no es normal que uno esté pensando en un amigo mientras estás besando a tu novia—continuó Memo.

 

—… No… No lo es.

 

—Y bueno, ya para no hacerte el cuento muy largo, pues así fue como supe que me gustaban más los chavos.

» A veces pienso que me hubiera gustado haberle dicho a Gustavo lo que sentía por él, porque de todos modos él se fue a los Ángeles acabando la secundaria y ya no lo volví a ver. —Torció un poco la boca y agregó—: Como te podrás dar cuenta no es precisamente una historia de amor… La verdad no es chido ser así. La gente no acepta eso…

 

—A la gente no le gusta lo que es diferente—dijo el de ojos azules, no notando el pequeño sonrojo que adquirieron momentáneamente las mejillas de su compañero.

 

—Ya sé. Es por eso que cuando entré al bachillerato no pensaba decírselo a nadie. Bueno, de hecho no se lo dije a nadie—rectificó—No sé cómo fue que Vicente se dio cuenta. Creo que tiene un radar gay.

 

Galen rio un poco ante la idea. No estaba muy seguro de que tal cosa de verdad pudiera ser cierta, pero por un segundo se preguntó si Vicente habría podido detectar algo en Rommel.

“¡¿Por qué, cerebro?!”, se reprendió nuevamente por sus pensamientos.

 

—Se supone que los gays pueden saber cuándo alguien es gay, pero yo no puedo—El chico sonrió nuevamente—. Tal vez no soy lo suficientemente gay.

 

Ambos volvieron a reír, quedando poco después en un silencio que estaba lejos de ser incómodo —en el cual Memo aprovechó para terminarse su mollete “huérfano de madre” y su tamal—. Y una vez que ambos dejaron sus tazas vacías sobre la mesa, pagaron en barra y salieron de ahí dedicándole una gran sonrisa de agradecimiento a la anciana carismática que los atendió; despidiéndose amistosamente antes de emprender cada uno su propio rumbo.

 

*

 

Cuando Galen entró a su casa, lo primero que notó fue una inquietante quietud, que se traducía con la ausencia de su tita a la vista. Lo usual cuando él llegaba de la escuela era encontrarla en la cocina, preparando la comida, aunque también lo usual era que él llegara de la escuela a la una y media y no a las once como marcaba el reloj de péndulo en la sala.

 

Quizá su tía fue a comprar alguna cosa a la tiendita —a esa nefasta tiendita—, o estaría con alguna vecina “echándose el chal”, pensó, dejando su pequeña charola de pan sobre la mesa del comedor. Pero se dio cuenta de que su tía aún estaba ahí debido a que sus fuertes ronquidos la evidenciaron.

Galen sonrió para sus adentros al acercarse a su habitación para cerrar la puerta, asomándose al cuarto de su madre sólo porque sí.

 

Le sorprendió un poco el verla ahí, profundamente dormida sobre su cama, aun con su uniforme puesto, aunque con su cabello castaño —normalmente recogido en un chongo apretado oculto por su cofia de enfermera— cayendo suelto por su almohada como una brillante cascada.

 

El hecho de haber visto a ambas mujeres dormir tan plácidamente desde luego que tuvo un efecto en él; al poco rato ya estaba bostezando, y era que el tiempo que estuvo con Memo se había olvidado de lo fatigado que se sentía, pero aparentemente ya lo había recordado. Por lo tanto, sin sentir energía como para hacer otra cosa, decidió tomar una siesta.

 

No señor, no había nada como cerrar las cortinas y poner la cabeza sobre una almohada fresca. Pero aun en esos momentos de tranquilidad, venían a su mente el rostro de Rommel apacible, como a punto de echarse a dormir, de cuando le acariciaba la cabeza.

 

“Me estoy volviendo loco”, concluyó más dormido que despierto “¿No estaré mal de las hormonas? Tal vez estoy segregando hormonas de mujer…”

 

Y con ese último pensamiento rondando por su cerebro, se sumió en el ancho mar de los sueños.

 

*

 

No supo cuánto durmió, le pareció que sólo duró un parpadeo entre el haberse quedado dormido y cuando su tía lo despertó, entrando a su cuarto para llamarlo a comer.

 

—Ya mijito, ya levántate. Se te va a enfriar la comida—Le escuchó decir—Además, ya llegó tu amigo.

 

— ¿Qué amigo? —preguntó todavía adormilado.

 

—Tu amigo el de ayer, ándale ya levántate.

 

—¿Rommel? Pero todavía es muy temprano para que venga—Reaccionó, levantándose de golpe de la cama.

 

—Sí, ayer yo lo invité a comer mientras tú estabas dormido. Ya vente, no lo hagas esperar.

 

—Ok, ahorita voy. Sólo voy a llegar al baño—Contestó, mirando a su tía salir por la puerta.

 

*

 

¿Qué rayos estaba pensando en el baño mientras se arreglaba el cabello, se miraba de todos los ángulos habidos y por haber y hacía gárgaras con enjuague bucal para el aliento? Ni él lo sabía.

¿Por qué estaba tan nervioso por ver a su mejor amigo? ¡Sólo era Rommel! ¡Por Dios!

 

“… Tal vez si está pasando algo raro con mis hormonas después de todo…”

Notas finales:

Bueno, no es el capítulo con más acción del mundo, pero es necesario. El que viene está que arde así que preparence.

 

De antemano muchas gracias por leerme, tenerme paciencia para esperarme a que actualice y sus buenos deseos de que me recuperara. Ya estoy sana (yey!) gracias en serio!!!

 

Les deseo un año que viene lleno de felicidad y propositos cumplidos!!! :)


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