Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

EL MAL CAMINO por Galev

[Reviews - 365]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Hola!!! qué tal gente :) cómo están???

Yo aquí pasandola, con una serie de contratiempos y problemas, pero bien al fin y al cabo.

Bueno, odio demorarme en actualizar!!! realmente lo siento tanto!!!! >_< pero sólo Dios sabe lo que me he esforzado para poder seguir escribiendo con tanta cosa!

Oigan, muchisimas gracias por sus comentarios!!! en serio que leerlos me levanta la moral como en un 300% ^^ es que, todos son tan geniales!! soy feliz ! :)

Pensaba "no pues con la escuela y eso pues mejor la dejo en stop" pero no!!! los comentarios no me lo permiten!!!

Que no terminé de contestarlos, pero lo haré, ya saben :D

Sin más preambulos, los invito a leer

Capítulo XX: Lágrimas de cocodrilo.

 

Galen salió a la calle a toda prisa; con los abrasadores rayos del sol cayendo de lleno sobre su espalda.

Ni siquiera se cambió el uniforme de la escuela para ir a con Melissa; pese a que cualquier otro día habría tenido el cuidado de vestir como sabía que a ella le gustaba —con una camisa casual y unos vaqueros ajustados—. Esta vez estaba tan furioso que ni la idea parecía haberle cruzado por la mente.

 

Aún tenía la sangre hirviendo a unas cuadras de su casa.

Recordaba cual imagen lejana a su tía intentando averiguar si había pasado algo malo entre él y Rommel y el por qué quería salir como alma que lleva el diablo para ver a Melissa.

No debió alzarle la voz. Lo sabía. Nadie tenía la culpa de que él estuviera perdiendo los estribos.

 

«¡Sólo voy con Melissa! ¡No tengo que darles santo y seña de todo lo que haga! ¿Verdad?—le había dicho—¡No me tardo!»

 

Tan sólo acordarse de la mirada que le dirigió su tita entonces lo volvía a hacer sentir como una mierda. En ese momento, Aarón y él no parecían ser tan diferentes. Los genes gritaban desde adentro que no por nada tenían al mismo padre vil.

 

*

 

El camino sirvió para sosegarlo un poco. Y luego de quince minutos, se encontró por fin tras las puertas de la zapatería. Aunque, como ya lo sospechaba, Melissa no estaba afuera esperándolo.

 

«¡No, no, no! ¡Pero qué esperanzas que su majestad espere afuera a su plebeyo! Eso podría arruinar su perfecto cabello, sus zapatillas, o ¡qué sé yo!», murmuró una vocecilla sarcástica dentro de su cabeza.

 

Él entró. Melissa estaba en una de las bancas probándose un par de zapatos de tacones altos color rosa pálido; o como ella lo llamaba, color salmón — ¿o era palo de rosa?—. Fuese como fuese, podría jurar que la vio hacer una mueca de disgusto al verlo.

 

—Hola—la saludó casi inexpresivamente, acercándose un poco.

 

—O sea, ¿no pudiste haberte puesto algo que te hiciera ver más soso?—rezongó ella exhalando con apatía, mirando de soslayo la zapatilla puesta en su pie a través de uno de los espejos.

 

—Necesitamos hablar—le soltó él, ignorando lo anterior—. Vamos afuera, ¿te parece?

 

—Ok—ella se notó tranquila—. Espérame en la esquina. Sólo voy a despedirme.

 

Galen suspiró y, sin decir nada, salió nuevamente al sol.

Temía que Melissa —como siempre— tardara para salir, por lo que se resguardó bajo la sombra de un tejadillo.

No se equivocó; ella duró más de veinte minutos adentro. No estaba tan mal. A veces debía esperarla mucho más, como si no tuviera él algo mejor que hacer que estar ahí.

 

La miró caminar hacia su dirección, con un pavoneo de caderas; lenta como ella sola. Se había cambiado ya el uniforme del trabajo por una de sus blusas escotadas y un pantalón strech. Lo único que no se quitó fueron sus zapatos negros de tacón. Esos eran para toda ocasión, naturalmente.   

 

—Imagino de lo que quieres hablar—dijo ella cuando estuvo lo suficientemente cerca.

 

—Sólo quiero saber la verdad. Ayer le di quinientos pesos a Rommel para que te los diera. ¿Qué pasó?

 

La chica torció la boca; rodó los ojos y, con una voz fastidiada, respondió—: Creí habértelo dicho bastante claro cuando te hablé. A Rommel no le vi ni un pelo ayer. O sea, ni siquiera se apareció. No pudo darme el dinero porque no vino. ¿Está más claro ahora?

 

—¡Pero es que no puede ser!—se exaltó sin darse cuenta—¿Por qué me lo dices hasta ahora?

 

—Mira, en primer lugar no me grites, ¿sí? No sabes lo mal que te ves haciéndolo—protestó cruzándose de brazos—. Si no te lo dije antes pues fue porque yo no sabía que él iba a traerme nada.

 

—¿Cómo qué no? —él parpadeó varias veces, confundido—. Yo vi que él te llamó. Es más, de hecho yo le presté mi celular para que te avisara.

 

—Sí, me llamó. ¡Y vaya que sí lo hizo!—afirmó ella de prisa—. Pero, o sea, ¿qué no estuviste ahí cuando lo hizo? ¿No oíste todo lo que me dijo?, o sea, estoy segura de que no—entornó los ojos—¿Dónde estabas, Galen? ¿Ah? ¿Dónde estabas cuando marcó?

 

«Vomitando… Vomitando esos malditos tacos», la idea pasó por su mente como una estrella fugaz.

 

Era cierto. Él no había escuchado la conversación por el celular. Melissa tenía un punto a su favor. Y ella no tenía por qué mentirle, ¿verdad?

—Yo… Pensé que te había avisado… Él… De verdad parecía que sí tenía ganas de ayudarme…

 

—Está bien, no te culpo—Melissa suavizó un poco sus facciones, recogiendo un poco los hombros—. Hasta yo caí en su juego no hace mucho.

 

—Pero… Es que no me cuadra—pensó en voz alta—. Hoy Rommel fue a mi casa. ¿No crees que sería muy cínico exponerse así después de lo que hizo?

 

—Se nota que no lo conoces.

 

Él se quedó absorto. Evidentemente estaba analizando cada parte, juntando las piezas del rompecabezas; haciéndolas coincidir… La evidencia trazaba hacia una sola dirección. Y aun así...

 

—No… No lo sé…

 

—¡O sea! ¡¿Por qué no puedes darte cuenta?! ¡Ese es el Rommel del que te hablé! ¡¿Crees que estoy mintiendo?! ¡A él no le importa nada con tal de llevarse unos pesos a la bolsa!—Su novia había perdido la paciencia. La voz le temblaba; la garganta parecía cerrársele—¡A él no le importó echar a perder su amistad! ¡Así como no le importó echar a perder mi vida!

 

Ella comenzó a respirar violentamente, sacudiendo los hombros. Sus ojos se veían vidriosos; ribeteados de venillas. Había un par de lágrimas ahí, queriendo salir. Y había dolor en su rostro, de verdad lo había.

 

—¿Qué tienes? ¿Estás bien?—Galen estaba empezando a preocuparse.

 

—No—chilló, sacando unos pañuelos de papel de su grande bolso, para enjuagarse las lágrimas—. Quiero sentarme en algún lado. 

 

—Sí. Sí, ven. Vamos a la Alameda.

    

Él la abrazó por el hombro, como un ave que protege a su polluelo bajo el ala. Acompañándola a cruzar la calle,  sin separarse ni un solo instante, hasta que llegaron.

*

La Alameda los acogió cálidamente a esas horas del atardecer, con los colores del arcoíris brillando a través del velo de bruma de la Fuente de Neptuno.

Se respiraba un aire tranquilo en ese día despejado. Había pocos puestos y no demasiada gente.

 

Melissa pronto escogió una banca escondida entre la sombra los árboles para sentarse, seguida por él, quien agradeció internamente estar lo suficientemente apartado del estanquillo de los tacos del Cochipuerco —pues tan sólo el olor de la manteca quemada, que aspiró cuando pasaron por ahí, fue suficiente para marearlo—; aunque esperaba que a ninguno de los pájaros, que se escuchaban revoloteando arriba, se le ocurriera evacuar sobre sus cabezas.

 

—¿Cómo te sientes?

 

—Mal—contestó ella con una voz desentonada—. Me acordé de muchas cosas.

 

—¿Quieres hablar?—Galen empezó a acariciarle la espalda cuidadosamente, abriéndose paso a través de los sedosos cabellos de su chica.

 

—O sea, y ¿de qué me serviría?—sollozó, entreabriendo sus ojos irritados—¡Tú sólo le crees a él! ¡Lo que yo te diga no te importa! ¡Ni siquiera porque soy tu novia!

 

—No, mi vida… No digas eso… Cuéntame, por favor…—intentó apaciguarla. Si había algo que lo incomodara más que cuando ella lo trataba mal, eso era cuando lloraba.

 

—¿Nunca te dijo por qué terminamos, verdad? Porqué lo odio tanto…

 

—No—contestó. Y tuvo un mal presentimiento al respecto.

 

—Nunca te contó de nuestro bebé…

 

—¿Su qué?—Galen desencajó el rostro.

 

—Rommel fue mi primera vez, y… y—le temblaba un poco la quijada; sus lágrimas empezaron a deslizarse por su rostro, corriéndole el delineador—… Yo quedé embarazada… íbamos a ser papás… 

 

Melissa volvió a sacar los pañuelos de su bolso, restregándose uno por los ojos; aunque además sacó su cigarrera de aluminio y su encendedor.

 

—Pero él n-no q-quería—continuó, colocándose con dificultad un cigarrillo en los labios. Y acunando la palma de su mano libre alrededor del fuego del encendedor, lo prendió dándole la primera calada. Después, lo tomó entre sus dedos—. S-se puso como loco… ¡No creía que fuera suyo!—sollozó con fuerza, con el humo escapándosele en cada gimoteo—. Me gri-gritó mucho… Y t-tardé mucho en convencerlo...

» A-Al final dijo que iba a-a hacerse cargo… P-pero sólo l-lo dijo, porque se desapareció mu-mu-muchísimo ti-empo… ¡Qui-so olvidarse de mí, Galen! ¡Es-toy segura!—Sus delicados hombros subían y bajaban violentamente—¡Me dejó embarazada y s-sola! Yo… ¡N-no sabía que hacer! ¡Me sentía tan mal! Mi mamá no se podía enterar… ¡No conoces a mi mamá! ¡Me hubiera corrido de la casa!—Ya para este punto Galen la había abrazado, estrechando su delgado cuerpo aprensivamente hacia sí, en un desesperado intento de transmitirle su calor—. L-lo fui a b-buscar a su ca-sa… É-él no quería que su p-papá se en-te-rara… Y m… me dio di-nero… S-según él era lo su-suficiente p… pa… para… que…—Ella hundió su cabeza en el pecho de él y comenzó a sacudirse con mayor ímpetu. Casi no podía entenderse lo que decía, con excepción de la última frase, que salió de su boca fuerte y clara—: Abortara a nuestro hijo.

 

—Yo… no… no tenía idea…

 

Pensaba escuchar algo malo de Rommel. Algo que probablemente lo hiciera enfurecer. Pero esto de lo que acababa de enterarse, no tenía nombre.

Si antes había dudado de que Rommel —quien acababa de convertirse en “ese imbécil”— pudiera ser tan desalmado, ya no le quedaba ni la menor duda.

 

—… Yo… lo hice…—le oyó murmullar lastimeramente—. Yo… a-aborté… aborté a mi bebé… Y… y… y n-no hay d-día e-en que—sus palabras se le atoraron en la garganta por un momento—… n-no hay d-día e-en que no m-me arre-pienta de l-lo que hi-hice… 

 

—Ya, preciosa… Ya no recuerdes eso —Galen trató de consolarla—… deja de torturarte, por favor.

 

Besaba su cabello con ternura, enterrando su nariz entre los sedosos mechones ébano. No recordaba que oliera a rosas.

Jamás se había sentido tan conmovido por alguien. La manera en la que Melissa lloraba por su bebé le resultaba simplemente imposible de pasar por alto.

 

—G-Galen… T-tú eres… el me-jor hom-bre que-e he c-conocido—susurró ella quedamente sobre su pecho.

 

*

 

Casi podía vérsele con su armadura de caballero soltando pequeños destellos carmesíes con el sol del ocaso. A él, Galeno Hunter Leyva, el héroe que salvó a la damisela en apuros del recuerdo maldito de Rommel, el monstruo descorazonado…

 

¿En qué momento su vida se había vuelto un cuento incoherente donde arriba era abajo, el blanco era negro; dos más dos eran mil setecientos; Rommel era un monstruo y él se había enamorado de ese monstruo?

 

Justo entonces no parecía existir una sola razón que le impidiera volverse loco. Tenía tantas emociones agolpadas su enrabietado corazón, que ganas no le faltaban de derrumbar una pared a golpe limpio, hasta que sus nudillos quedaran despedazados; de gritar y llorar tan fuerte, que sus cuerdas vocales terminarían desgarradas y sus ojos convertidos en dos valles áridos.

Era como un deseo de autodestrucción. Quizá realmente lo era. Pero no le importó.

 

 

Melissa, aun abrazada de su pecho, dejó caer su cigarrillo al suelo. La ceniza se desprendió en forma de un par de chispas incandescentes que murieron en el zacate mal cuidado bajo sus pies.

Poco después ella se separó, dedicándole una de sus sonrisas cálidas de antes.

 

—Te quiero—murmuró, acercándose suave y seductoramente a su rostro para besarlo.

 

—Yo también te quiero—respondió él, siguiendo el compás de los labios de su novia, fundiéndose con ella en un beso en el que él… no sentía nada—¿Me regalas un cigarro?

 

—Claro—ella misma se encargó de encenderlo para él.

 

*

 

Galen le dio un profundo primer toque al pitillo. Sentía el humo chamuscándole la garganta; difundiéndose hacia sus alveolos pulmonares, como un vapor nocivo, autodestructivo y cálido.

 

Fumaba en honor a la amistad rota y al espíritu maltrecho; fumaba por ese pequeño ser humano que alguna vez creció dentro del vientre de Melissa y que desapareció de la faz de la tierra sin haber podido dar jamás su primer aliento de vida; pero sobre todo, fumaba porque no quería seguir llorando.

 

Ese día no derramaría más lágrimas.

 

Se inclinó a besar a Melissa decididamente. Sus labios jugaron insistentes, cada vez más ansiosos y desesperados, mostrando una pasión vacía, pero anhelante; como si pretendieran encontrar todo el amor y el cariño que necesitaban donde no lo había.

 

—Karen me dejó las llaves de la zapatería—masculló ella con su respiración entrecortada—. De seguro ya cerraron… podemos ir ahí y tú sabes…

 

Él asintió levemente en respuesta. Melissa no necesitó terminar la frase para que él comenzara ya a experimentar una sensación calorosa en sus pantalones. Eso era el único consuelo que le quedaba para sus emociones abigarradas de furia y dolor; volcar toda su desesperanza en roces lujuriosos y gemidos obscenos.

        

Entonces sólo se dejó llevar hacia aquel sitio, poniendo una especie de candado mental para no pensar en nada. A esas alturas, qué más daba ya si era un caballero o un patán. ¿Importaba acaso si besar a Melissa no se hubiera sentido ni la mitad de bien que el beso de Rommel? ¿Eso convertía a Melissa en un títere o en un titiritero? Probablemente tenía más de lo segundo, ¡pero al diablo todo! ¡Cómo gozaba Galen cuando ella ponía su pene en su boca y comenzaba a chuparlo!

 

Parecía perderse en sus caricias eróticas y en el vaivén de caderas; en el subir y bajar de los senos. Dos cuerpos fundiéndose con el único afán de la propia satisfacción egoísta.

 

Pero poco a poco los gemidos cedieron ante la obscuridad de la noche naciente, y el orgasmo arribó, dejándolos tendidos sobre la dura y vacía realidad de un piso helado, cubierto de cajas apiladas de zapatos.

 

*

 

 

—¿Cuánto me quieres?—Ronroneó Melissa quien, acurrucándose a su lado, comenzó a acariciar la firme piel de su pecho.

 

—… Mucho.

 

—¿Y por qué no te escuchas tan convencido? ¿Qué no me quieres?—Besó a tientas sus labios entreabiertos.

 

—No, no es eso. Sí te quiero mucho, muchísimo, no lo dudes… Es sólo que, no sé… Sigo pensando que no puedo creer que Rommel haya podido engañarme de esa manera…

 

—Pues ya ves. Yo tuve que pagar de mi bolsa el abono de los zapatos—a su voz le acompañó un suspiro afligido—. O sea ¿Y sabes qué es lo peor? Que ese era el dinero que le iba a dar a mi mamá para pagar la luz… Pero bueno, qué se le va a hacer, supongo que nos la cortarán y ya…

 

—¡No! ¡No, cómo crees! —Exclamó el chico sin pensarlo—Yo te lo voy a reponer, no te preocupes.

 

—¡Ay! ¿De verdad, mi vida?

 

Un “sí” casi inaudible salió apenas de sus labios; sintiéndose nervioso a medida que tomaba una mayor consciencia del compromiso que acababa de adquirir.

 

Suponía que no había sido una buena idea. Recordaba haberle confiado a Rommel el último dinero que le quedaba y no creía que su madre quisiera darle para ayudar a Melissa. Aunque antes de que pudiera seguir analizando la situación, un timbrazo de celular resonó dentro del bolsillo de su pantalón a uno o dos metros de distancia.

 

—Aish, en serio que ese tonito de tu celular ya me tiene harta.

 

—Ha de ser mi mamá—le informó él, incorporándose para ir tras el aparato, que lo guiaba con la luz verde de su pantalla filtrándose a través de la mezclilla.

 

—¡No contestes!—ella lo detuvo por el brazo.

 

—¿Por qué no?

 

—Pues porque yo quiero estar más tiempo contigo—le dijo al oído.

 

—Nada más déjame ver que quiere.

 

—Ay, o sea, pues qué va a querer. Sólo quiere que ya te regreses a tu casa como siempre. No le respondas—le dio un beso húmedo en el lóbulo de la oreja.

 

Galen se estremeció un poco. Tenía que admitir que ella sabía perfectamente cuales eran sus puntos débiles, pero aun así —batallando bastante—, logró zafarse de su agarre.

Rápidamente sacó el celular de su bolsillo y, no dándole la oportunidad a Melissa de arrebatarle el teléfono de las manos, contestó.

 

—Hola, hijo. ¿Dónde estás?—En efecto, se trataba de su madre. Aunque, de manera inusual, ésta expresaba un dejo de angustia en la voz.

 

—Hola mamá. Aquí estoy con Melissa ¿sucede algo malo?

 

—Sí, hijo. Necesito que regreses a la casa—le dijo—Tu tita se empezó a sentir muy mal y voy a tener que llevarla al hospital.

 

—¿Qué? pero ¿por qué? ¿qué tiene?

La sangre del muchacho se le fue hasta los talones; de inmediato contagiándose con la misma angustia que aquejaba a su madre.

 

—Trae muy alta la presión y tiene muchas nauseas. Ahorita no te puedo explicar muy bien pero…

 

—Yo las acompaño al hospital—la interrumpió él, quien ya había comenzado a vestirse aun a cuestas de los berrinches de Melissa.

 

—No, Galen. Escúchame hijo. Necesito que vayas a la casa. No pude localizar a tu hermano, así que quiero que le digas en cuanto llegue. Ya me tengo que ir, pero yo me comunico con ustedes cuando pueda—y habiendo dicho lo último colgó.

 

*

 

No pasó mucho después para que el muchacho saliera con prisas de la zapatería.

Lamentó no haber sido capaz de convencer a Melissa de que lo que le sucedió a su tita fue algo real, y no una excusa para dejarla sola pero —con el perdón de su novia— eso era lo último que le preocupaba en ese momento.  

 

Faltarían unos cinco minutos para las diez cuando por fin arribó a la vecindad. Ya para esas horas la luna estaba bien puesta en la cúspide del cielo estrellado, como un foco blanco y brillante, circundado por un halo de plata.

Pero Galen no reparó en la redonda luna ni en las estrellas. Había demasiados pensamientos arremolinándose ese momento mismo por su mente. Aunque el peor era, sin duda, el de la muerte.

«Dios, por favor, no te la lleves a ella también», rogaba en silencio como recitando un mantra; mientras subía de dos en dos los escalones.

 

En los últimos peldaños, le acompañó la luz mortecina de la bombilla sobre el pórtico de su hogar, tiritando de manera desesperante y asediada por pequeños insectos alados, de los cuales algunos le pasaron revoloteando sobre la cabeza mientras que él sacaba la llave con la que abrió el cerrojo.

 

No muy lejos, se escuchaba el llanto desgarrador de un perro, acompañado por algunos ladridos extraños,  que contrastaban burdamente  con la quietud de alrededor.

Galen empezaba a detestar seriamente a estos animales. Era muy molesto el hecho de que cada cierto tiempo los oía lloriquear así por ahí. Cómo si realmente alguien estuviera allí torturándolos; algo que, desde luego, era una idea ridícula.

 

Se mofó un poco de su estupidez al tiempo que traspasaba por el marco de la entrada; encendiendo las luces del recibidor y cerrando el postigo, con lo que amortiguó un poco el sonido.

 

La casa vacía le dio la bienvenida con una inusual frialdad, poniendo en manifiesto el abandono de una presencia cálida y amorosa.

Y de fondo, podía advertirse un tenue ruido, como un silbido agudo e intermitente proveniente de la cocina. Era el pitido del teléfono alámbrico que tenían instalado en la pared, el cual, descolgado de su base, se mantenía en línea recta suspendido por medio de su cable rizado.

 

Galen acomodó el auricular en su sitio, aunque inmediatamente volvió a descolgarlo, decidido a marcar al hospital para contactar a su madre.

Aunque muy extrañado, se percató  del hecho de que le resultaba imposible recordar los últimos dos dígitos. Era tan raro. Había llamado a ese número cientos de veces, inclusive sólo poniendo los dedos sobre las teclas, pero ahora, no podía acordarse.

 

Ya como último recurso, se dispuso a buscar en la agenda de teléfonos de emergencia que su tenía su tía sobre el buró. Y en eso estaba cuando escuchó que tocaron a la puerta.

 

*

 

Se preguntó quién podría ser. Dudaba que fuera cualquiera de su familia, aunque también era una hora inusual para que tuvieran alguna visita. Pese a todo, aún cabía la pequeña posibilidad de que su madre y su tía estuvieran de regreso; por lo que —no sin cierto recelo— volvió hacia la puerta, hasta detenerse justo frente a ella; y una vez allí, se asomó por la mirilla.

 

No pudo creer de primera instancia quién era el que se encontraba detrás, mirando hacia él fijamente con sus ojos chocolate, como si de verdad pudiera alcanzar a verlo a través del portón.

Era ese imbécil. El Lobo. ¿Cómo se atrevía a regresar a su casa después de todo lo que había hecho? Aunque, recapacitando un poco, no estaba mal que hubiera vuelto, así al menos podría hacerle saber lo que pensaba de él.

 

Cuando Rommel estuvo a punto de tocar la puerta nuevamente, Galen abrió de golpe, encontrándoselo de frente con una cara de pocos amigos.

 

—Ah… Um… Hola güey—Le saludó el chico algo vacilante—. Vine hace rato, pero tu mamá me dijo que habías salido, así que pensé en darme una vuelta más tarde…

 

—¿Qué quieres? —Lo cortó Galen con hostilidad.

 

El Lobo se mordió un poco los labios, denotando cierto nerviosismo, a la vez que pasaba la mirada por el suelo. Parecía no poder encontrar la manera de expresarse, aunque finalmente, haciendo un esfuerzo, dijo:

 

—Bueno, estee… Yo sólo quería… emm… tú sabes, disculparme contigo por lo de ahorita en la tarde… Lo de tu hermano y eso… No sé… Metí la pata… La… La cagué... Pero… Es que no sabes lo…

 

—Vaya manera de decirlo—El rubio lo cortó con un tono mordaz a través de una sonrisa cansina, que hacía juego con la expresión de su rostro apático—. Pero bueno… No es como si de verdad se pudiera esperar mucho de ti.

 

Galen inconscientemente imitó el porte intimidante de Aarón; algo que pareció funcionar bien pues notó como después de que hubo dicho eso, Rommel enjutó un poco el cuerpo, parpadeando rápidamente varias veces; hizo una pequeña mueca con la boca, y entonces, mostrándose sumiso hasta cierto punto, intentó sostenerle la mirada.

 

—… Mira güe… En serio yo sé que la cagué, neta —Desvió de nuevo la vista, hablando cada vez más bajo—… Por eso vine ahorita… Aunque tal vez debí de haber venido mañana, no sé… sé que te duermes tempra… yo…

 

—Podrías dejar de fingir que te importo—lo interrumpió Galen de nueva cuenta—No es necesario. Ya por fin me di cuenta del asco de persona que eres. Y sí, es cierto, tú me lo advertiste ¿verdad?, yo siempre supe a qué te dedicabas, pero pensaba que incluso alguien como tú, tenía algo de bondad.

 

—¿Qué? ¿De qué estás hablando, güey? —la voz de Rommel se escuchó muy confundida; al igual que el resto de su cara.

 

—¡Qué cínico eres! ¡De verdad no me puedo imaginar que se sentirá ser tan desgraciado! Contigo nadie se escapa, ¿verdad?    

 

—Mira güey, en serio. Sé qué estás molesto, pero neta como que ya te estás pasando.  La regué, no te lo niego, pero pss ya estuvo, ¿no?; digo, la razón por la que vine a disculparme es porque pss eres mi amigo, mi camarada, güey.

 

—¡No! ¡Yo no soy tu amigo, ni mucho menos camarada! ¿Entiendes?

 

—… Ok… Bueno…—dijo Rommel luego de una pausa, con un susurro herido. Era obvia la manera en que la quijada comenzó a temblarle; aunque intentaba ocultarlo apretando los dientes—No pss está bien… Ya qué… Yo… Pensaba que… Bueno… No importa… Sólo… No sé si al menos pudieras… darme mi mochila… que la dejé aquí en la tarde…

 

Galen solamente suspiró con fastidio, dirigiéndole una mirada cargada de desprecio. Ya se le estaba haciendo raro que Rommel hubiera ido a su casa sólo para decirle eso; desde luego había algo de por medio.

Pero él ya estaba harto de que la gente le viera la cara de imbécil, de ser esa persona amable y bonachona. Tal vez debería ser más como Aarón, pensaba, así nadie se atrevería a volver a burlarse de él. Empezando por Rommel.

 

—No—Su voz salió seca y firme.

 

—Ya güey, mira: sólo dame la mochila y ya no te volveré a molestar.

 

—Ya te dije que no. La voy a tomar por el dinero que me robaste. Además ¿cómo sé que no tiene adentro cosas de aquí de la casa?

 

—¡Ah chinga! ¡De qué hablas, güey! ¡Yo no te agarré nada!—Protestó el chico rápidamente.

 

—¿Qué? ¿De verdad pensabas que no me iba a dar cuenta? Melissa ya me dijo que no le llevaste ni madres del dinero que te di.

 

—¡¡Ay qué no mame!! ¡¡Claro qué sí se lo llevé!! ¡¡Si hasta me la hizo de pedo porque se lo llevé bien tarde y quién sabe qué chingados!!

 

—Ajá—contestó el rubio sarcásticamente—. ¿Por qué tendría ella que mentirme?

 

—¡Pos no sé güey! ¡Porque es bien culera! ¡Ya te dije que si se lo di!—gritó el Lobo con impotencia, buscando una pizca de razón en los ojos azules de su compañero—¡Dile que no esté mamando! ¡Si no me crees, pregúntale a la otra vieja que trabaja con ella! ¡Es más! ¡Si quieres mañana vamos con Melissa, para que…!

 

—¡¡Ya deja a Melissa en paz!! ¡Ya me dijo todas las pendejadas que le hiciste cuando andabas con ella! ¡Los celos! ¡Cómo te violentabas con ella! ¡Como fuiste tan canalla para obligarla a abortar a su hijo!  

 

—¡No! ¡Eso no pasó así!—Exclamó el muchacho con enojo—¿Pero sabes algo? Allá tú si eres tan pendejo para creerle. Y yo que pensaba que tú eras más listo que yo. Sólo dame mis cosas y ya.

 

—¡Ya te dije que no! ¡Lárgate!

 

—¡No! ¡No me voy a ir hasta que me des mis chingaderas! ¡¿Entiendes?! ¡Y más te vale que me las des por las buenas!

 

—Jódete—dijo Galen al cabo, dando la discusión por terminada, a la vez que empezaba a cerrar la puerta.

 

Evidentemente no pareció considerar el hecho obvio de que Rommel no se quedaría de brazos cruzados mientras que él se salía con la suya. Éste de inmediato empujó el portón violentamente, estampándolo contra la pared.

 

Lo que sucedió después fue más de lo que ambos pudieron controlar.

En un arranque de furia, al ver que Rommel ponía un pie adentro, Galen arremetió fuertemente contra él, en un intento de sacarlo de la casa; logrando que el joven retrocediera un par de pasos, tropezando al llegar a los escalones, por donde cayó estrepitosamente.

 

No eran muchos por fortuna; aunque, el estruendo que hizo al desplomarse, rompiendo algunas macetas de abajo, fue tal, que Galen salió tras él, para observarlo desde el marco de la entrada, con un sentimiento mixto de preocupación y rabia.

 

Rommel no tardó mucho en recomponerse, apretando los dientes al asirse de un costado. Y dirigiéndole una mirada furibunda desde abajo, rugió con fuerza—: ¡¡YA TE CARGÓ LA VERGA!! — Inmediatamente comenzando a subir de nuevo las escaleras.

 

En sus ojos se reflejaba la ira y su cuerpo estaba tenso y erizado, lleno de adrenalina. La visión era absolutamente intimidante. Galen nunca había visto a Rommel en esa presentación tan amenazadora. Aunque él tampoco se quedaba muy atrás. En ese momento también lucía fuera de sí; su mente estaba completamente nublada por el coraje.

 

Galen apenas pudo cerrar la puerta tras de sí, cuando antes de notarlo, ya tenía a Rommel frente a él lanzando un golpe hacia su cara. Fue casi un milagro que pudiera bloquear el ataque, pero así fue. A sólo unos centímetros de su rostro, desvió el puño con su antebrazo y decidió contraatacarlo. En un instante encogió su cuerpo a la vez que giraba, tirándole un gancho directo al abdomen.

Esperaba que con eso su ex amigo quedara fuera de combate aunque fuera unos momentos, no obstante, quedó muy extrañado de ver que éste recibió el impacto como si nada hubiera sucedido; y en menos de lo que dura un parpadeo, Rommel lo tomó bruscamente por la camiseta y jaló de él, dando una media vuelta para lanzarlo hacia atrás, por esos malditos escalones. 

 

El muchacho salió volando sobre estos, cayendo de porrazo sobre el piso terroso. Y antes de que pudiera comenzar a incorporarse, sintió el peso del cuerpo de Rommel sobre el suyo.

Este Rommel frente a él, no estaba dispuesto a mostrar piedad alguna. Comenzó a pegarle en la cara con tal ímpetu, que cada golpe que le daba, provocaba que su cabeza rebotara contra el piso.

 

Sabía que estaba sangrando. No sentía la mitad del rostro. Intentó cubrirse con sus brazos, pero los golpes seguían siendo tremendos.   

Sólo entonces, cuando su adversario se detuvo un momento a coger aire, pudo aprovechar para de un movimiento rápido sujetarlo por la nuca, tirando con fuerza para sacárselo de encima. Dejándolo de espalda contra el suelo, invirtiendo los papeles.

 

Ahora era Galen quien golpeaba el rostro de Rommel y este sólo podía cubrirse. Pero cabe mencionar que, aun encontrándose en clara desventaja, el Lobo seguía siendo un hábil peleador; harto de experiencia en riñas, aunque sobre todo lleno de trucos. Sin miramientos, tomó un poco de la tierra que se hallaba desperdigada por el piso y mientras se bloqueaba de los furiosos ataques del rubio, lanzó el puñado hacia éste, quien lo recibió con los ojos abiertos.  

 

Éste pues, quedó cegado por unos cuantos segundos suficientes para despojarlo de su sitio en la cima. Supo que estaba perdido cuando se sintió aterrizar nuevamente sobre su costado a causa de un puñetazo en la sien que le sacudió el cerebro y le hizo escuchar por un instante un pitido agudo dentro de su oído izquierdo. Por mero instinto, se enroscó sobre sí mismo, cubriendo su cabeza con sus brazos, casi a la vez que su perpetrador se alzaba cual resorte para comenzar a patearlo fervorosamente.

 

—¡Eres un pinche malagradecido! ¡De no haber sido por mí, tal vez ya te habrían encontrado hecho cachitos en algún vado! ¡Nadie más vio por ti aquella vez! ¡Sólo yo fui tan pendejo para ayudarte!—escuchó que le gritó con un tono extraño; como si la voz se le fuera a quebrar en cualquier momento.

 

Él por su parte no podía seguir cubriéndose. Estaba ya demasiado cansado y dolorido; tanto, que a momentos advertía el hecho de que iba perdiendo la consciencia.     

Como último pensamiento lógico, a su cabeza acudió el recuerdo del temor y la impotencia que le provocaba haber estado secuestrado, y la manera en la que Rommel se había convertido en su salvador.

 

De pronto, los golpes cesaron.

El escándalo provocado por la riña llamó la atención de los vecinos de alrededor. Era lógico. Seguramente estuvieron al tanto de la pelea desde que empezó, pero no fue hasta que las cosas se pusieron realmente mal cuando hicieron su intervención.

 

El vecino del número 14, el señor Echavarría; un maestro albañil, decidió por fin abrir la puerta de su casa, mostrando un físico imponente para alguien de su edad. Sesenta y seis años con músculos marcados y correosos. Miró la escena por un instante, y entonces volteando hacia adentro  vociferó con claridad—: ¡Rápido! ¡Llama a la policía!

 

Eso fue suficiente para que Rommel se separara de él. Dando un par de pasos veloces hacia atrás para abrigarse entre las sombras de la noche.

Aun así, Galen fue capaz de ver sus ojos brillando entre estas, atravesándolo como un par de rayos laser. Lo miraba acusadoramente, quizá echándole en cara algo incomprensible para él.

 

De pronto, sus labios se movieron, dejando escapar una frase en voz baja.

 

—Ya estás centrado—fue lo que dijo, antes de irse dejándolo ahí, tirado y solo.

Notas finales:

Sinceramente espero que no me odien por esto!

Este no es mi capítulo favorito, pero bueno, el que sigue la narración se inclina más a Rommel...

Espero poder actualizar más rápido.

:3 Muchas gracias de antemano por leer y comentar.

Hasta el martes!

 

 

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).