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EL MAL CAMINO por Galev

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Notas del capitulo:

Hola, qué tal gente!

Sé que tardé mucho en actualizar, oh sí que lo sé. ¿Tengo una excusa? Oh sí, también la tengo. Pero no los aburriré dandoles excusas, por qué no mejor les dejo el capítulo. 

Este no lleva advertencia alguna, no hay gore, si hay violencia pero bueno, creo que ya quedó claro que este es un fic violento. 

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Por otro lado, ¡¡¡Gracias por sus comentarios!!! 

¡Son lo máximo!

Espero que este capítulo les guste!

Capítulo XXI: Cartas al aire

 

Esa noche, como tantas otras, la obscuridad lo acunó en su manto frío, dejándolo ver apenas como una figura fantasmagórica que recorría las calles pardas de la ciudad, realzadas tenuemente por el mórbido brillo lunar. Sus pasos sobre la acera emulaban el mover casi etéreo de un felino y, al igual que uno, sus ojos albergaban el mismo fulgor libre, iridiscente y místico.   

 

Entre la negrura, podía distinguirse el cigarrillo encendido que mantenía en su boca, como una luciérnaga anaranjada que danzaba de un lado al otro cuando lo tomaba entre sus dedos para tumbarle la ceniza, mientras que el humo se disolvía entre la nada cual espuma de mar.  

 

La soledad le había cedido la corona del rey de esas calles desiertas y áridas a él, un muchacho de ropas desgarradas y sucias que caminaba con el peso del orgullo y cuerpo heridos. Y que, al llegar a la plaza de armas, se detuvo abruptamente, apretando sus puños dentro de los bolsillos de su chaqueta.

 

Los nudillos todavía le palpitaban, recordándole la sensación que le produjo momentos antes el chocar de sus huesos contra los de la quijada de su adversario. Sentía aún su sangre pegajosa en los dedos.

 

Qué suerte tuvo Galen de que su vecino hubiera intervenido en ese momento. Ni el propio Rommel sabía en qué pudo culminar todo aquello. A veces perdía el control; no era algo de lo que estuviera orgulloso —al contrario, tristemente sus arranques de violencia demostraban que él y el desgraciado de Marcos no eran tan diferentes como a él le gustaría— pero cuanto más lo analizaba, más lo asustaba darse cuenta de que quizá al haber tomado consciencia de sus acciones Galen ya estaría sumergido en un charco de su propia sangre, con el rostro fracturado y con los ojos en blanco. Y sin embargo sólo recordar la manera en que lo trató lo volvía a hacer rabiar.

 

No sintió el dolor al golpear el tronco de un árbol cercano; las astillas enterándosele en la piel del dorso de sus dedos, o la sangre brotando como un delgado río de rubí.

Nada de eso parecía importarle en aquel instante. A su razón la cegaba la furia que le provocaba no poder entender el por qué Galen lo había desechado como a un trapo sucio. Dejado que toda esa amabilidad y aparente cariño que le había brindado, se echara a perder por las palabras cargadas de veneno de Melissa.

 

En un arrebato, se sacó el cigarro de la boca, para arrojarlo con ira hacia el suelo, donde la ceniza reboto en forma de chispas al rojo vivo que se extinguieron al contacto con la tierra seca.

 

«¡Ay! ya vas a empezar a hacer tu teatrito, ¿verdad? Perdí a la niña, o sea ya supéralo, ¿quieres? ¡Era lo mejor para los dos!»

¿Por qué esa voz se tenía que repetir tantas veces en su mente? Parecía un disco rayado. Un fragmento de algo que lo atormentaba, que le hacía sentir furia y vergüenza al mismo tiempo.

 

En su cabeza pasó por un segundo la vieja ilusión de cargar a su pequeña hija bebé, la ilusión de pensar de qué color serían sus ojos y no obstante ahí estaba otra vez la voz maldita. «Ya no me quiero casar contigo, ¡perdí a la niña! Se acabó Rommel». Pero, ¿realmente había terminado? La pequeña niña no existía más, y una parte de él había experimentado un alivio al escuchar esas palabras... ¿Qué clase de persona era? No, no una persona, debía de ser un monstruo...

 

¿Por qué tuvo Galen, después de tanto tiempo, cuando todo aparentaba ya ser parte de un sueño olvidado, haber llegado, como un dedicado arqueólogo, a desenterrar los restos de ese doloroso recuerdo? De aquella experiencia que, sin lugar a dudas, marchitó una parte de su espíritu. 

¿Qué clase de propósito nefasto fue el que unió a su Melissa con su mejor amigo? O más bien, su ex mejor amigo. Porque era eso lo que él había dicho, ¿no? Que no eran nada.

 

Frunció el ceño, imaginando la imagen de Melissa tomando a Galen de la mano para alejarlo cada vez más de su lado, hasta que ambos se perdieron de vista.

 

—Bah. Ni quien te necesite—masculló entre dientes, sacando de su bolsillo la cajetilla de cigarros para acomodarse uno entre los labios. Fumar era un acto ya tan automático en su vida, que cuando se percató que lo estaba haciendo prácticamente ya estaba saboreando su amargo sabor.

 

Eso lo puso furioso de pronto. Hacía mucho ya que no recordaba cuánto detestaba fumar. Ese hábito horrendo que Melissa dejó en él, como una huella indeleble que marcó desde aquellas tardes cuando le pedía que fumara junto a ella. Algo que él obedecía cual cordero estúpido que camina directo al matadero.

 

Lo último que necesitaba ahora en su complicada vida eran más tragos agrios e ilusiones rotas.

De algún modo, arrojar al suelo esté nuevo cigarro, así como la cajetilla completa le brindó consuelo. Así es, ahí estaba de nuevo esa promesa de no volver a fumar. Una promesa que se complementaba con la saña con la que pisoteó los pequeños cilindros de papel blanco enrollados hasta que sólo fueron trazas de envoltorio y tabaco esparcidas por la tierra seca.

 

Era casi como sí cada cigarrillo representara una porción de su jodida suerte. Le gustó hacer de cuenta que uno de ellos era Galen negándose a entregarle su mochila con la ridícula excusa de que sospechaba que tal vez adentro encontraría cosas de su casa.

 

Sonrió un poco para sí. Galen tenía que ser un verdadero estúpido para no darse cuenta de que sí de verdad él hubiese querido robarlo, lo habría hecho desde el principio. ¡Tuvo tantas oportunidades realmente! Y aunque la idea había rondado por su mente los primeros días, ese tan anhelado contacto humano y el aprecio que rápidamente desarrolló por él fue lo que a final de cuentas término por abstenerlo.

 

Pero, ese día al menos, la pizca de magia que hacía posible su amistad parecía haber desaparecido.

Se sentía ahora un poco imbécil por haberle conseguido lo que de su bolsillo sustrajo sosteniéndolo en una mano para mirarlo con una mezcla de decepción y enojo. Una caja dorada de plástico, que contenía el juego de cartas de póker de los caballeros del zodiaco. ¡Oh cómo amaba Galen esa serie! Desde que la vio en el aparador de premios en el árcade de la Alameda supo que debería conseguirla y regalársela. Cada carta era diferente, cada una tenía la imagen de un personaje. De hecho la caja misma tenía la forma de la armadura de Pegaso.

Se había hecho de ella debiéndole un favor a un amigo del tianguis, pero eso no importaba, suponía que Galen estaría encantado con su regalo; que sus ojos brillarían al abrir el empaque y recorrer con la mirada las barajas con entusiasmo.

Pero estaba equivocado, lo único para lo que había servido esa maldita caja era para habérsele encajado en un costado cuando Galen lo tiró por las escaleras.

 

Su costilla afectada le dio una punzada como dándole la razón, y antes de que se diera cuenta, ya estaba aventando la caja al piso con todas sus fuerzas, que fueron las suficientes para astillar el plástico. No contento con esto, volvió a levantarla, para ahora estrellarla con coraje contra un árbol. Esto provocó que la tapa se abriera mandando a volar los naipes, los cuales se dispersaron por un instante como un velo colorido que acabó por desplomarse por dónde quiera.

 

La actitud de Galen lo había lastimado. Y pese a que podía entender sus razones hasta cierto punto, en ese momento lo odiaba.

Nunca pensó, por más tonto que pareciese, que de todas las personas del mundo Galen fuera capaz de hacerle daño.

No él. No aquel muchacho en cuyos ojos de zafiro se reflejaba toda la nobleza que podía caber en un ser humano y cuya sonrisa sincera lograba acelerarle un poco su propio corazón. Todos menos Galen.

 

Le dio una patada a las barajas en el suelo, enterrando una que otra entre la grava suelta, en un intento de liberar el resto del coraje que lo había inundado a la vez que bufaba fuertemente; para posteriormente, dándole una ultimo vistazo a las cartas, alejarse de ahí, sintiendo como rápidamente su labio inferior había comenzado a temblarle de nuevo y sus ojos se humedecían un poco.

 

Definitivamente no fue el mejor momento para que recordara que debía volver a su casa a hacerle la cena a su padre. En especial ya siendo tan tarde –no tardaban en ser las once–, pero sabía que sí no deseaba hacerse de más problemas, tenía que ir. Sólo esperaba que su padre estuviera lo suficientemente embelesado con la pelea de box como para omitir su tardanza, aunque no albergaba en ello muchas esperanzas.

 

Tan sólo pensar en la cara gordinflona y sebácea de Marcos riñéndole por cualquier estupidez, lo hacía querer volver a fumarse otro cigarro; no obstante, a medida que caminaba rumbo a su casa, esa sensación de necesidad fue disipándose, para dar cabida a un mal presentimiento.

 

*

 

Se pasó una mano por la nuca con ansiedad. Sentía como si a cada paso que daba, el peso de la noche le fuera presionando fuerte los hombros. Una tensión incomprensible —un sexto sentido quizá— que repetidamente le indicaba que se estaba acercando sin desearlo al filo del peligro.

 

Asumió, sin ahondar mucho en esto, que era probable que se tratase sólo de Marcos. Que tal vez estuviera de mal humor —como siempre últimamente—, y quisiera desquitarse con él. O peor aún, que hubiera invitado a todos sus compadres a una de esas noches de reunión infernales.

 

Suspiró. Realmente no sería algo extraño que Marcos de pronto saliera con ese tipo de sorpresas desagradables.

Imaginarse en que de nuevo tendría que verle la cara al maldito del Coronel Ahumada casi le hacía rechinar los dientes. 

 

Aunque en un parpadeo, al doblar la esquina, una imagen, como un dardo a las pupilas, lo sobresaltó. Tres figuras, obscuras aún bajo el cendal de luz del arbotante, parecían estarlo esperando, y de hecho, casi podía asegurar que así era.

 

Uno de ellos giró la cabeza hacia su dirección. El corazón se le comprimió en un puño, a la vez que sentía como una ráfaga de adrenalina se le esparcía por la piel crispándole los vellos de la nuca.

¿Lo había visto? Ni loco se quedaría para averiguarlo. Viró rápidamente su cuerpo, listo para perderse de nuevo entre los callejones poco iluminados de donde venía. Sin embargo, con un dejo de súbito horror, sus intenciones se vieron abruptamente frenadas por una superficie blanda, aunque a la vez firme y estoica como una roca que chocó contra su pecho. Pero no era una roca, sino una mano que en seco lo había detenido.

 

Rommel siguió con la mirada el rumbo de esa mano ancha y áspera hacia un antebrazo moreno de venas verdes y saltonas, que se articulaba con un brazo grande, robusto, como un tronco. Finalmente para dar con un rostro recio y amenazador, y un par de ojos pequeños muy negros, que recordaban dos norias cuyo fondo parecía interminable.

 

—Qué onda, Lobo, ¿ibas a alguna parte?

 

—No, supongo que ya no—dijo, reconociendo al tipo frente a él como el Gorila. El miembro más imponente de la banda del Mosca. Y no sólo porque sus músculos y estatura eran ridículamente descomunales, sino también por su ciega y firme lealtad hacia su jefe.

 

—Ya tienes bastante que no te pasas por la casa—escuchó la ronca voz como un eco lejano al tanto que volteaba hacia atrás la cabeza para analizar sus rutas de escape. Sólo para darse cuenta de que los demás ya lo habían cercado —. Te manda saludos el Mosca. Dice que te extraña.

 

A su alrededor estaba el Vinchuca, el Patitas y un tipo al que apodaban el Limones. También integrantes de la banda.

 

—¿Neta? ¡Pues a toda madre! A lo’tra que venga nos tomamos unas chelas bien muertas, ¿o qué?—soltó él formando una sonrisa que dejaba entrever su colmillo,  además de un exagerado esfuerzo por mantener la calma. Esto a la vez que daba un medio giro, con el afán de observar a todos y cada uno.

 

—No te quieras pasar de vergas, Lobo—dijo el Patitas, acercándose un poco más—. Él nos dijo que todavía le debes un chingo.

 

—¿Y qué? él sabe que sí le voy a pagar—exclamó Rommel mirando como rápidamente sus compañeros cerraban un pequeño círculo en torno a él.

 

—Pos yo no sé, vato, ¿a mi qué me dices? Yo sólo vengo a entregarte un mensaje—el Patitas torció los labios remedando un gesto avergonzado, encogiéndose de hombros como para desasirse de toda culpa.

 

Para Rommel se tonó bastante evidente que, en cualquier momento, esa vieja y fea esquina —a donde de pronto llegaba un olor rancio a orina— se convertiría en un campo de batalla.

No había mucho que hacer en esa situación realmente, aunque tampoco estaba dispuesto a dejárselas tan fácil.

 

Sin pensarlo mucho, se abalanzó contra el Patitas. Sabía que él era el único que podría alcanzarlo mientras huía. El maldito era el tipo más veloz que había conocido en la vida; no por nada había ganado a pulso su apodo “el patitas de oro” —todo el mundo alardeaba que el jodido habría podido ganar las olimpiadas de haberlo querido—. Pero, una vez derribado, ni el Vinchuca, el Limones y mucho menos el Gorila podrían alcanzarlo, especialmente porque no conocían todos los recovecos del territorio tan bien como el propio Rommel.

 

Parecía ser un buen plan. Lamentablemente, el Patitas ya estaba preparado para su ataque. 

Lo esquivó dando un paso hacia atrás, ágilmente empujándolo de vuelta al centro del círculo, donde se azotó fuertemente contra el pecho del Gorila, quien lo recibió sujetándolo con un candado de lucha.

 

—¡Son unos maricones!—jadeó lleno de rabia al verse inmovilizado—¡Sólo así pueden contra mí! ¡Pinches maricones montoneros! ¡Pinches cuatro contra uno!

 

Y comenzó a pisar al Gorila fuertemente, en un intento de que esté lo soltara, pero fue en vano. De antemano sabía que el tipo era casi de roca. Aun así, continuó forcejeando.

 

—Ya, ya, vato. Neta que no es nada personal güey, mejor cálmela o va a ser peor—le dijo Vinchuca, quién se encontraba a un lado del Patitas, antes de que este quedamente susurrara una disculpa «¡Ay sorry, vato! pero tú ya sábanas como es este busisness» casi al mismo tiempo en que le plantaba un fuerte golpe en la boca del estómago.

 

Seguido de este, el Limones y Vinchuca también comenzaron a darle de puñetazos como si fuera un saco de boxeo. Y aunque él lanzaba patadas hacia ellos, no conseguía quitárselos de encima. Estar ahí era como encontrarse dentro de un avispero.

 

Ya le habían abierto el labio inferior, y uno de sus ojos empezaba a cerrársele por la hinchazón. No estaba seguro de poder aguantar mucho más, la pelea con Galen lo había dejado casi exhausto.

 

—Ya güey. Mira, podemos dejar esto por la paz... tu solo danos un adelanto, vato, y ya con eso, na más pa’ callarle la boca al Mosca—le dijo el Vinchuca de pronto, con un aire preocupado. Se notaba que al menos él no deseaba hacerle daño, tal vez ninguno de ellos realmente, con excepción quizá del Patitas —quien ya desde antes se notaba le traía algo de ojeriza—. Pese a ello, Rommel sabía que pudieron haberlo golpeado con mucha más saña aún, o haber utilizado algún arma blanca.

 

—No...—dijo intentando recuperar el aliento, dejando escapar una hebra de sangre y saliva de la boca—, ahorita no tengo nada...

 

—No estés mamando, cabrón—exclamó el Patitas examinándolo minuciosamente con los ojos entornados—. Que no creo que sea por nada que se corrió la voz de que hay un pinche lobo suelto por la noche, asaltando gentes. ¿O me dirás que no?

 

Rommel sólo paseó los ojos por la banqueta, soltando un suspiro bastante hondo. Pensaba que sí tan sólo el encuentro hubiese sucedido el día anterior habría podido darles dinero sin problemas, y no tendría que volver a ver sus miserables caras en un mes o dos, pero hoy, gracias a Galen, y a su radical cambio de actitud, eso no era posible. Todo el dinero que había estado juntado lo había guardado en su mochila, ya que temía que de guardarlo en su casa, por mejor escondido que estuviese, tarde que temprano, Marcos terminaría por dar con él.

 

—Pinche madre... —masculló furiosamente para sí en voz alta.

 

—¿Qué?

 

—Que no tengo el pinche dinero—aclaró, haciendo que de inmediato Vinchuca frunciera la boca en un gesto de desagrado, al tanto que el Patitas exhalaba fuertemente tronándose las vértebras del cuello al inclinarlo de lado a lado.

 

—Bueno, pos ni hablar. Más tarde más triste, ¿Qué no?

 

*

 

Cuando terminaron con él, apenas si podía dar dos pasos juntos. Su cuerpo se había convertido en el hogar de múltiples cardenales y heridas abiertas, que punzaban al compás de sus latidos.

De manera irónica, el Gorila lo ayudó a llegar hasta la puerta de su casa, murmurando descontento que "se dio baño el Patitas", aunque también que era bastante probable que regresaran la próxima semana, por lo que le advirtió que sí no conseguía el dinero, lo mejor era que no se apareciera por su casa en un tiempo.

 

Rommel solamente lo miró un segundo o dos, con los ojos entrecerrados, mascullando un "gracias". No esperaba más de él. Suficiente había hecho ya al haber detenido la golpiza. Podía ser muy su amigo, pero no podía darle la espalda a la banda. Era lo único que tenía.

 

El Gorila tenía su propia historia en esa banda. Él era muy pequeño cuando sus padres lo abandonaron. La calle fue su única madre, y no supo lo que era tener un hogar hasta que el Mosca lo rescató de las coladeras. El Mosca habría tenido unos catorce años por aquel entonces.

 

Por esa y muchas otras cosas, Rommel sabía que el Mosca no era malo. Excepto cuándo sí lo era... El tipo era un caos, era una verdadera mosca, tenía todo lo que al Lobo le disgustaba, y lo peor era que siempre encontraba la manera de acorralarlo.

 

Pero, dejándolo de lado, aún tenía que lidiar con el neurótico de su padre. Por un instante consideró muy seriamente la posibilidad de dormir en un lote baldío, quizá lo habría hecho de no ser porque en muy poco tiempo las nubes se habían congregado dando cierto indicio de lluvia.

 

Sólo Dios sabía con qué se encontraría al abrir esa maldita puerta. Ojalá fuera a Marcos tirado en el piso boca abajo sufriendo una congestión etílica. Oh sí, eso sería maravilloso, aunque para cómo iba su suerte seguramente se lo hallaría ya con el cinto en mano. (El cinto, la botella de tequila, un ladrillo, cualquier cosa que sirviera para azotarlo con ella).

 

No abrió hasta cuándo por fin se sintió preparado para afrontarlo. Tenía los músculos muy tensos, imaginándose ya la sensación de la ira de Marcos estrellándose contra su magullada piel. Sin embargo, lo desconcertó encontrarlo echado en el sillón, mirando la pelea de box, mientras metía la mano dentro de una bolsa grande y grasienta de chicharrones dándole después un trago a su caguama.

 

—¡Dale! ¡Dale! ¡Mátalo!—gritaba estridente, antes de ofrecerle una “calurosa” bienvenida—¡¿Y tú qué puto?! ¡¿Qué ves, pendejo?! Ya se te está haciendo tarde para hacer la cena —No había siquiera terminado la orden, cuando al verlo mejor, lo asaltó una sonora risotada—. ¡Ja! ¡Mira na’ más como te dejaron! ¡Te ves peor que tampón de vieja!

 

Rommel apretó los dientes, conteniendo una frase que tenía prácticamente asomándosele por los labios «Y usted parece un pinche marrano ojete asqueroso».

 

Lo único que deseaba en ese momento, era encerrarse en ese inmundo cuartucho lleno de cosas y acostarse por fin sobre su catre. Seguramente dormir le ayudaría a olvidarse por unas cuantas horas de lo mucho que le pesaba su cuerpo dolorido. Pero sabía que Marcos no lo dejaría ir tan fácilmente.

 

Su propia casa parecía estar diseñada para hacerle siempre las cosas más difíciles. Si realmente quería ir a su cuarto, primero debía pasar forzosamente por el reducido espacio entre Marcos y el televisor y, si acaso lograba sobrevivir a este punto, debía ir a la cocina que daba al patio y cruzar por este para llegar. Todo un campo minado.

 

—¿Y qué va a querer de cenar?—preguntó el chico con una voz derrotada.

 

—¡Ajás! ¡Esa voz me agrada!—su padre sonrió girándose para recargar sus pies contra el descansabrazos del aporreado sillón—Pos a ver, yo digo que unos chilaquiles con unos frijolitos a un lado y mi huevo estrellado. Porque ya no tengo tanta hambre, como ya me estuve llenando con los chicharrones, con eso de que no llegabas...

 

—Sí, ahí voy—el mismo tono. Marcos no podía estar más satisfecho.

 

Desde el sillón, miró a su hijo cojear hasta la cocina, y sacar con mucho esfuerzo las cosas de la alacena. El joven respiraba irregularmente, seguía sangrando, tal vez tenía fiebre, pero nada de eso parecía conmover el temple cruel de aquel hombre, quien sólo continuó viendo la pelea engullendo sus grasosos chicharrones.

 

A cada grito que soltaba, a cada risotada, su enorme barriga velluda subía de arriba a abajo de una manera nauseabunda.

A esas alturas de su vida, parecía imposible de creer que alguna vez fue un muchacho flaco, como Rommel.

 

Este, por su parte, se apresuró a alistar la cena. Había hecho todo lo que su padre le encargó y no veía la hora en que por fin pudiera irse a dormir.

 

—Ya está listo, papá.

 

—¿Y luego? ¿Qué estás esperando? Pos traémelo, ¿o qué? ¿Quieres que vaya yo hasta allá?

 

Rommel exhaló pesadamente. La cocina si mucho se hallaba a cuatro metros de distancia de donde su padre estaba. Prácticamente lo único que éste debía hacer para llegar allá era levantarse de su amado sillón. Pero no, eso era demasiado pedirle a su fatiga crónica. El chico asumió que lo mejor era tomar las cosas con calma, y hacerle caso para no enfadarlo, aunque ya en ese punto, dar tan sólo un paso era como volver a abrirse todas sus heridas de una sola vez.

 

—Aquí tiene.

 

Inmediatamente después de entregarle la cena, su padre comenzó a atragantarse con ella tan vorazmente como un perro hambriento.

 

—Esto está bien desabrido—refunfuño algo molesto, aunque sin dejar de comer.

 

—Bueno, pues ya me voy a dormir.

 

Rommel pretendía quitarse finalmente el yugo de su padre de encima cuando:

 

—A ver, a ver. Antes de que te vayas—Marcos lo interrumpió tajantemente apenas él giraba sobre sus talones—. Quiero que me limpies toda la casa. Porque invite a mis compadres mañana y ¡Mira! parece un pinche chiquero. Ándale, na’más terminas y te puedes ir a jetear.

 

Los puños del chico se apretaron con fuerza. La vileza de Marcos no tenía límites. ¿Cómo era posible que su padre fuera semejante tirano? ¿Que estaba pensando su madre al enredarse con esa alimaña?

 

—No—movió su cabeza de lado a lado—. Por favor ya déjeme en paz. Ya no puedo ¿Que no ve cómo estoy? Un día, sólo un día déjeme en paz—su voz se tornaba a momentos débil y quebradiza.

 

—Haber, pendejo. ¡Tú vas a hacer lo que yo te diga!—Marcos alzó la voz, mirándolo cual si estuviera frente a un despojo—¡Yo no tengo la culpa de que tu estés así todo jodido! ¡Órale! ponte a chambear antes de que me hagas encabronar.

 

—¡Ya déjeme en paz! ¡Si la casa está hecha un chiquero, es por su culpa! ¡Esos viejos que invita son bien cochinos, se orinan donde quiera y apestan a miados!

 

—¡’Ora si, pendejo!—exclamó su padre encolerizado—¡’Ora si ya sacaste boleto!

 

Hizo el ademan de incorporarse del sillón; pero al echarse hacia atrás para tomar impulso, el soporte bajo el asiento se venció, sucumbiendo en un crujir sordo, tras el cual se hundió, llevándose la mitad del corpulento hombre junto con él, dejándolo atrapado.

Aquella escena bien podría haberle resultado hilarante en otras circunstancias —mirarlo batallar para sacar su gran trasero del hueco mientras vociferaba maldiciones y obviamente le echaba a él toda la culpa— pero en ese momento, lo único que Rommel atinó a hacer fue aprovechar aquello para alejarse de ahí cojeando, mientras su padre lo seguía con los ojos echando chispas de furiosa impotencia.

 

—Vuelve acá, hijo de puta ¡te voy a romper la madre! ¡Regresa acá, puto de mierda!

 

Cada vez se oía más desesperado. Azotaba el respaldo contra la pared, produciendo sendos crujidos. Parecía que en cualquier momento, podría derribar el muro. Su fuerza bruta haciendo grietas en la madera pandeada del sillón, junto con sus alaridos entonaba una música casi satánica que acompañó a Rommel en la torpe huida hacia su cuarto.

 

Y a medio camino, a unos cuantos metros de la puerta, lo sacudió de su sitio un estruendo ensordecedor que hizo temblar la tierra. Su padre acababa liberarse al caer sobre su propio peso destrozando por completo lo que quedaba del sofá, por lo que no había nada ya que contuviera a esa titánica bestia encabritada.

 

—¡Voy a hacer que te acuerdes de este día! ¡Desearás nunca haber nacido!—Sus pasos pesados, como los de una mole, hacían rugir al piso. Cada vez más cerca, peligrosamente cerca.

 

El muchacho corrió hacia el cuarto utilizando sus últimas fuerzas, y entró a la habitación. Su corazón arremetía violentamente contra sus costillas. No estaba seguro que la puerta fuera capaz de resistir semejante fuerza destructiva, así que rápidamente comenzó a atrincherarla con lo que tenía a la mano. Y vaya que en ese cuarto había muchas cosas. Un refrigerador y un aparato de aire lavado llenos de óxido fueron los primeros en ir al frente, seguidos por un buró y una pesada y empolvada silla metálica, rematando con su propio cuerpo.

 

—¡Abre! ¡Abre esa chingada puerta!—Todos los objetos vibraron violentamente. Su padre estaba golpeando el portal con un ímpetu descomunal.

 

Era una pesadilla mirar el marco de la entrada resquebrajarse; dejando salir un poco de polvo rojo de ladrillo que flotaba momentáneamente en el aire. El refrigerador temblando como la copa de un árbol en medio de una tromba y dentro de este, las repisas agitándose como si estuvieran hechas de cartón, mientras la puertezuela se entreabría de a poco.

 

—¡Que abras, chingado! ¡Abre, putísima madre! ¡Abre sí sabes lo que te conviene!

 

Por un instante, la habitación entera dio la impresión de venirse abajo. Y Rommel, quien parecía tan pequeño entre las paredes temblorosas, contemplando con vivo horror ese escenario caótico, no supo en qué momento se separó lo suficiente de la puerta temiendo que esta se colapsara sobre él, ni cuando termino sentado en el piso abrazando sus propias piernas.

 

Con su rostro hundido en sus rodillas, emitió un sollozo débil y lastimero. Eso trazó la pauta para que una pequeña lágrima, recorriera su rostro, humectando nuevamente esa costra de sangre seca que todavía se hallaba adherida en la comisura de su labio inferior.

 

¿Cuánto tiempo hacía ya que sus ojos no soltaban una de esas? Desde siempre el dolor se había vuelto un prisionero en la celda de su pecho, pero ya había llegado al punto en que ya no quedaba más espacio donde abigarrar ese coraje y el desconsuelo. Ahí adentro todavía había lágrimas para su madre, algunas otras se las llevaba Natalia, aunque las últimas, sin duda, tenían el nombre de Galen.

 

Esa noche, todas aquellas lágrimas, olvidadas y recientes, empaparon su tez, dibujando un cauce de sal.

Llorar era agotador. Llorar era perderse en un vacío donde no importaba mucho a qué hora su padre se cansó de estrellar sus puños contra la puerta.

Hacia tanto que no experimentaba la sensación de dormir llorando. En esa posición en la que estaba, como si su cuerpo hubiese bajado un interruptor que le desconectaba de todo aquello que lo hería.

 

Y extrañamente, en ese sueño no había pesadillas.

 

*

 

Despertó cuando los fuertes rayos del sol que se filtraban desde la ventana, empezaron a molestarle inclusive a través de sus párpados cerrados. Sus músculos abigarrados se acalambraron al estirarse, pues aparentemente toda la noche había permanecido en la misma posición —sentado sobre el piso mugriento, abrazando sus rodillas—.

Miro a su alrededor desconcertado, sin poder recordar qué lo había orillado a dormir así. Pero de inmediato, ver el montículo de objetos frente a la puerta le refrescó la memoria. El  aparato de aire lavado seguía donde lo había dejado, aunque el armatoste del refrigerador tenía abierta la puerta, y algunas de las repisas se hallaban regadas por el suelo. No importaba. La trinchera improvisada con la que se amuralló había resistido lo que parecía ser el ataque de un gigante.

 

¿Dónde estaría su monstruoso padre en aquel momento?, se preguntó receloso.

A juzgar por la intensidad de la luz natural, debían de ser más de las once. Seguramente Marcos ya había regresado de trabajar.

Rommel agudizó su oído. Si su progenitor estaba dentro la casa, lo más probable es que estuviera dormido.

En efecto, no tardó en escuchar uno de sus estruendosos ronquidos, de esos en los que parecía que se iba a asfixiar, pero que por mala suerte no lo hacía.   

 

Tenía que salir de ahí. Lo más rápida y silenciosamente posible.

 

Como pudo se levantó del piso. Sus músculos dañados se quejaban ante el cualquier mínimo esfuerzo haciendo que cada paso que daba se convirtiera en un suplicio.

Quitar los objetos que el día anterior, gracias a la adrenalina, parecían tan ligeros como hojas de papel y que ahora se afianzaban a su sitio cuales montañas, no fue una tarea fácil. Pero una vez dejo el camino libre hacia la puerta, giró el pomo, no sin una creciente desconfianza.

 

Se asomó por la puerta entreabierta, hacia el patio trasero, donde la luz del sol pegaba mucho más fuerte. Allí afuera, el color azul celeste del cielo y el verdor de unas cuantas plantas que crecían entre las grietas del concreto transmitían una falsa sensación de tranquilidad. O al menos eso era entonces, mientras su padre dormía a pierna suelta en su recamara —porque claro, donde éste dormía sí era una recamara habitable, ya que a diferencia de en la suya, que estaba justo a un lado, no había objetos estorbosos y tenía aire acondicionado—. Era de ahí de donde sus ronquidos escapaban, dándole a Rommel la luz verde para salir de su escondite.     

 

Éste estaba muy nervioso. Aunque, decidido a escapar, caminaba tratando de dar pasos lentos y silenciosos a la vez que pedía internamente poder ser lo suficientemente callado al atravesar todo ese camino que a momentos daba la impresión de alargarse kilómetros de distancia.

 

Mientras pasaba por enfrente del cuarto de Marcos, percibió como desde el portón abierto de par en par emanaba una fresca —aunque maloliente— brisa. De ahí también continuaban brotando esos aturdidores ronquidos que lo animaban a seguir adelante. Aunque fue justo entonces que…

 

—¡¡TE ATRAPÉ!!—un fuerte grito cruzó la atmosfera del lugar como una flecha rápida y certera destinada a atravesarle el pecho.

 

Rommel sintió como su corazón se elevó hasta su garganta y la sangre abandonaba la piel de su rostro. Pero no corrió. No tenía ya la suficiente fuerza. Su padre iba a destrozarlo. En cualquier instante lo vería emerger desde adentro envuelto en llamas de furia.

 

Aunque se quedó esperando en vano.

 

—¡SOY MEJOR QUE HUGO SÁNCHEZ Y…!—un nuevo grito salió del cuarto, pero sólo la mitad era inteligible. El resto, carecía completamente de sentido.

 

El chico no tardó en darse cuenta que su padre sólo estaba hablando en sueños, y suspiró con gran alivio al escuchar que al poco rato, los ronquidos volvieron a hacerse presentes. Aun así, no podía darse el lujo de bajar la guardia.

 

Haciendo acopio de toda su energía restante, caminó hacia la puerta que daba a la cocina, y una vez dentro, se dedicó a salir rápido de ahí.

 

Era increíble cómo, a unos pasos fuera de la casa, los ronquidos de su padre seguían escuchándose pese a la distancia.

 

*

 

Una vez en la calle realmente no tuvo idea de a dónde dirigirse. Pero un rugido proveniente de su estómago le hizo sospechar que lo primordial era buscar algo de comer.

 

Esperaba poder completar algo mejor que los habituales tres hotdogs por quince pesos, pero aquella esperanza se vino abajo cuando al examinar su bolsillo se percató de que estaba inclusive más pobre de lo que pensó. Solo traía tres pesos.

 

Nada más recordar que la tarde anterior había estado contemplando que, gracias al dinero que obtuvo de la apuesta con el hermano de Galen, ese día podría tener tres comidas como una persona normal, lo hacía sentir inclusive más miserable. Fueron seguramente los de la banda quienes tomaron ese dinero mientras él se encontraba en su momento de mayor aturdimiento.

 

Pensó en su mochila entonces. Tenía que recuperarla a como diera lugar, aún si para ello debía mandar a Galen al hospital. Aunque pensándoselo mejor, consideró que quizá no sería necesario tomar medidas tan drásticas si iba allá a esa hora. Hasta donde él sabía, Galen estaría en la escuela toda la mañana, y aun si su mamá no estuviese, era probable que la señora Adelita pudiera ayudarlo.

 

Sin pensarlo mucho más se dirigió rumbo a la vecindad. Asegurándose al llegar que nadie lo hubiera visto entrar —pues temía que alguien pudiera reconocerlo por la pelea de la noche anterior—, y entonces se escabulló hacía las escaleras, subiendo al portón número once donde Galen vivía.

 

Sin perder tiempo, tocó la puerta, aguardando tras ésta por unos instantes, aunque al no recibir respuesta, volvió a tocar con más efusión. Así se estuvo un buen rato, hasta que luego de unos minutos, la puerta del número 14 se abrió de imprevisto.

Rommel dio un paso nervioso hacia atrás al ver que de adentro de ésta salió el mismo señor que la noche anterior detuvo su pelea con Galen amenazando con llamar a la policía.

 

—No, no están joven—Le dijo al verlo, dando la impresión de no haberlo reconocido—Los muchachos se fueron a la escuela y la señora también se fue, lo que pasa es que la señora Adelita (la señora ya grande) se puso muy malita y se la llevaron al hospital desde anoche.

 

—Achís pero—Rommel lució desconcertado—Pero ¿qué le paso a la señora?

 

El vecino se encogió de hombros entonces y dijo—: No, no sé. Ayer na’más vi que se la llevaron en una ambulancia. Y no he podido hablar con su sobrina.

 

—Oh…

 

—Pero el muchacho más chico regresa como a eso de las dos, yo creo que para esa hora ya lo encuentras.

 

—Ok, muchas gracias—masculló desanimado, al tanto que el señor asentía con la cabeza para meterse a su casa nuevamente.

 

Soltó un suspiro largo y pesado, asumiendo que su suerte no había mejorado nada.

Sólo esperaba que la tía de Galen se encontrara bien y, al mismo tiempo, tontamente, deseaba que éste también lo estuviera.

Se preguntó por un momento si Galen ya sabía lo de su tita antes del enfrentamiento. De ser así, tal vez en parte fue eso lo que lo llevo a actuar de esa manera tan irracional. Aunque realmente no entendía por qué estaba intentando justificarlo.

 

Como fuera, no conseguiría nada quedándose ahí. Habría de volver después como le sugirió el hombre. Pero mientras tanto, encontraría algún modo de matar el tiempo.

Seguía teniendo tres pesos. Lamentablemente no le alcanzaba para comer, pero sí para jugar en las maquinitas del árcade de la alameda por un buen rato.

 

*

 

Pasar por la Alameda, no fue quizá el tramo más agradable. Allí había mucha gente comiendo en los estanquillos y llegaban un sinnúmero de olores deliciosos. Casi podía saborearse los guisados que le ponían a las gorditas de maíz, o el pan recién hecho de la panadería Garza y Garza, de la cual se filtraba un aroma sutil a chocolate y mantequilla, además de que la vista de las donas glaseadas y las conchas en el aparador lograba derretirle los sentidos.

 

Por eso mismo, decidió apresurar el paso, sin mirar y prácticamente respirar tampoco, hasta arribar al salón de juegos. Una vez allí, miró con agrado que la máquina de su juego favorito estaba vacía. El buen KOF 98, sí señor.

 

Sin vacilar, se instaló frente a la máquina, metiendo un peso por la ranura y comenzó a jugar. Hasta que una palmada en la espalda, acompañada por una voz familiar le robó parte de su concentración.

 

—¡Hey, Rommel-kun!

 

Ni siquiera tuvo que voltear a verlo para saber quién era. Sólo había una persona en el mundo que lo llamaba de esa manera.

 

—Que rollo

 

Roberto, o “Ikari”, como él mismo se había autonombrado, era un sujeto más o menos de su edad, alto, aunque un poco pasado en kilos; de tez muy blanca; con una cabellera larga, castaña y rizada. En realidad era un tipo bastante introvertido, aunque solía ser muy amistoso con las personas que lograban ganar su confianza, todo ello sin mencionar que sus comentarios siempre iban acompañados por alguna referencia a Japón.

 

—¿Y eso que andas aquí tan temprano?

 

—Pues ya ves—respondió sin dejar de jugar—, me caí de la cama.

 

—Sí—Roberto se mordió un poco los labios—, y bastante feo, por lo que parece.

 

—Lo que se ve no se pregunta, ¿no?

 

—Supongo—el otro soltó una risilla nerviosa, mientras acomodaba uno de los tantos pins que traía ensartados en su mochila—Aunque... etto, dime qué onda ¿cómo te fue con tu novia?

 

—¿Mi novia?—repitió Rommel bruscamente.

 

—Sí. ¿Qué ya se olvidó que ayer me pediste el juego de cartas de los caballeros para tu novia?

 

Y fue entonces que Rommel recordó que le había dicho a Roberto que las cartas eran para su novia sólo con el fin de que le hiciera ese favor. Y no era que el chico se hubiese negado de otra forma —era el sobrino del dueño del árcade por lo que tenía acceso a los productos que salían de premio— pero sabía que diciéndole eso no batallaría para convencerlo.

 

—Ah, sí mi novia—dijo en voz baja, al tiempo que trataba de fingir una sonrisa —. Eso, bueno... Creo que ya no le gustan los caballeros...

 

Roberto se llevó una mano a la nuca con un gesto incomodo, antes de decir—: Híjoles, no me digas  que te cortaron. Yo te dije que esas cosas no les gustaban a las chicas, aunque no pensé que fuera para tanto. Gomen nasai, Rommel-kun.

 

—No, no creo que ese haya sido el problema.

 

—Qué lástima, digo, se ve que sí estás bien clavadillo con ella.

 

—¡¿Qué?! ¡No! ¡No es cierto!—Se exaltó rápidamente.

 

—Oh, vamos, Rommel-kun. Todos hemos estado en esa situación. Aparte, no te culpo. A mí me gustaría que a mi novia le gustaran los caballeros, digo, si tuviera una claro... Además de mi novia Rei Ayanami, tú sabes.

 

Rommel arrugó ligeramente el ceño por un segundo, un poco confundido a causa de sus últimas palabras. Pensó en responder algo, aunque finalmente optó por mejor no hacerlo.

 

—Además, recuerda lo que se dice Rommel-kun: “Ooku no sakana wa umi ni arimasu

 

El antedicho asintió lentamente, instalando en su rostro el mayor gesto de incomodidad que había hecho en su vida.

 

—Sí, estaba yo por decir lo mismo.    

 

Roberto volvió a abrir la boca; seguramente estaba a punto de decir algo más, pero justo en ese momento, una voz firme, aguda, y un tanto lejana lo cortó de tajo.

 

—¡Ikari! ¿Qué haces? ¡Ya me cansé de estarte cuidando el puesto!

 

Ambos voltearon hacia donde la voz provenía. Y Rommel se percató que esta pertenecía a una chica de tez clara, no muy alta de ojos marrones, cuyo cabello estaba teñido en partes de color azul metálico.

 

—Ay, no había notado que estabas con alguien—Exclamó acercándose—¿Quién es él?

 

—Mira Rommel-kun, deja te presento a Dany-chan. Aunque aquí nosotros le decimos Akane. Ella es como mi imouto.

 

—¡En primer lugar! Tú eres el único que me dices Akane, así que deja de hacerlo. Y en segundo, yo no soy ninguna moto—Se quejó Dany.

 

—Es toda una tsundere—Replico Roberto a la vez que emitía una risa simplona

 

—Ay ya, mira, no sé ni que signifique eso, pero ya vete a tu puesto o estoy segura de que le van a ir con el chisme a tu tío de que no estás ahí.

 

—¡Shimatta! ¡Es cierto!—Se exaltó el joven manoteando en el aire—. Bueno Rommel-kun, tengo que irme, pero aquí te dejo con Akane.

 

—¡Que no me digas así!—Bufó ella molesta, en dirección a Roberto, quien ya había empezado a correr rumbo a su puesto tras el mostrador de premios de nuevo—. ¿Cree de verdad que entiendo de lo que me habla cuando dice ese tipo de cosas?

 

—Pero es chido el güey… Supongo.

 

—Sí, es un buen chavo y todo, pero me cae gordo que sea tan raro—suspiró, antes de cambiar de tema—. ¿Pero cómo se supone que te llamas?

 

—Pues… Se supone que me llamo Rommel—Contestó éste volviendo su vista al juego.

 

—¿Rommel? ¡Qué clase de nombre es ese! ¿Es otro de esos nombres chinos japoneses raros?

 

—No. Es mi nombre de verdad.

 

—¿En serio? ¡Guou! ¡Tienes un nombre muy genial!

 

—Gracias—dijo, pensando que esa frase marcaría el final de la conversación, pero Dany continuó diciendo:

 

—¿Sabes? Me gusta tu nombre ¡Lástima que juegas pésimo! ¡Creo que hasta mi hermanita lo podría hacer mejor que tú!

 

Eso ocasionó que por un instante, Rommel despegara los ojos del juego, para mirarla con indignación al tanto que rebatía:

 

—¿Ah sí, chucha? ¡Y tú muy buena! ¡Hazlo tú entonces pa’ creértela!

 

—Ok, pues hazte a un lado—respondió Dany, dándole unos dos empujones para hacerse de un lugar a su lado frente a la máquina. 

 

Cuando ella empezó a jugar, Rommel no pudo negar que lo hacía bastante bien, aunque no estaba dispuesto a admitir que era mejor que él.

 

—Sí—Soltó—No juegas tan mal. Pero la neta no me llegas. Sigues jugando como niña. Lo que sí es que juegas mejor que un compa que tengo.

 

—Juguemos unas retas entonces. A ver si de verdad muy bueno. Y sirve que agarro a mis personajes. ¡Vamos, ponle un peso!

 

—¡Achís! ¡Pónselo tú!

 

—¡Jhm! ¿Dónde quedó esa caballerosidad?—Le reprochó Dany, mientras sacaba un peso de su cartera, metiéndolo posteriormente en la máquina.

 

—La caballerosidad se va al caño cuando no traes ni siquiera para caerte muerto.

 

—Puras excusas—Rodó los ojos, comenzando a elegir a sus personajes.

 

—Ay, pos si me crees.

 

Jugaron un poco, hasta que, lo que empezó como unas simples retas, se tornó en un duelo a muerte. En donde ninguno de los dos estaba dispuesto a perder contra el otro. Pero finalmente Dany terminó por darle una buena paliza humillante en su juego favorito.

 

—¡Ja! ¡Te dije que eras bastante malo! ¡Te gane-é!—Se burló sin piedad alguna, mostrándole la lengua.

 

—Lo que pasa es que estoy muy cansado. Y tengo mucha hambre—Rommel se cruzó de brazos atufado, poniendo una expresión sombría en su rostro.

 

—¡Pretextos! Tienes mucha hambre, ¿Y qué? ¿Por eso perdiste?

 

—¡Sí! ¡No he comido nada desde ayer en la tarde, y no creo comer nada hoy!—le dijo enfadado.

 

—¿Y luego? ¡Yo no tengo la culpa de eso! ¡Yo lo único que sé es que tú perdiste y yo gané!

 

—¿Sabes qué? Mejor ya déjame en paz, vieja loca—exclamó dándole la espalda.

 

—¡Uy! ¡Que genio que te cargas, princesita! ¿De verdad así tratas a toda la gente que acabas de conocer?

 

—No, sólo a la gente loca cómo tú.

 

—Bueno ¡gracias! Siempre me ha gustado mucho que la gente diga que estoy loca. ¡Eso al menos quiere decir que no soy como las demás!—dejó escapar una risilla—En fin, y ¿a dónde quieres ir a comer?

 

—Ya te dije que no traigo dinero. Y aunque lo trajera no invitaría a comer a una vieja loca como tú—refunfuño él, sin siquiera dedicarle una mirada.

 

—¿Y qué si la vieja loca te invitara a ti a comer?

 

Rommel la volteó a ver entonces, con desconfianza, a la par que preguntaba—: ¿Y por qué harías eso?

 

—Oh, pues porque me caíste bien. ¿Nos vamos? Yo también tengo hambre.

 

—Ok—él suavizó un poco las facciones—. Pero que conste que sólo lo acepto porque tengo mucha hambre, además de que ni creas que te voy a pagar.

 

—Ay, cállese.

 

*

 

Dany lo llevó a comer a una lonchería frente a la Alameda, donde le compró el lonche más caro que había. Uno que tenía arrachera de res, queso, frijoles, aguacate, tomate y chipotle— toda una majestuosidad entre dos panes—. Además de un refresco de cola.

 

—Estos lonches yo los conocía como pepitos—Le comentó Dany.

 

—Pos como se llamen, están poderosos.

 

—Parece que eres más agradable cuando no tienes hambre, Rommel—le sonrió ella, dándole una gran mordida a su lonche—. Por cierto ¿Cómo es que te hiciste todo eso?—Preguntó después, señalando sus moretones y heridas.

 

A lo cual Rommel, sin mucho ánimo, comenzó a contarle de forma escueta las cosas que habían sucedido la tarde anterior, omitiendo desde luego la bochornosa parte en la cual besó a Galen.

 

—Vaya suena a un mal día, ¿eh?

 

—Pues te diré, así son la mayoría de mis días—Suspiró el chico, poniendo una mirada algo triste.

 

—Oh, vamos. ¡Ánimo Rommel! Me pregunto qué puedo hacer para animarte—Pareció pensar un poco para sí misma.

 

—No sé, ¿qué tal picharme otro lonche?

 

—No, ¡ya sé! ¡Vamos por una nieve!

 

—Ok, eso también ayuda.

 

Así, luego de terminar de comer, se dirigieron a la Alameda, a una nevería que estaba a unos pasos de la rueda de la fortuna y los demás juegos mecánicos del área infantil.

 

—Un cono estaría bien, ¿no crees?—Le preguntó Dany recorriendo con la mirada la tabla de menú que tenían en la pared tras el mostrador.

 

 

—Yo digo que sí.

 

—Bueno, ¿y de qué lo vas a querer?

 

—De fresa.

 

El dependiente estaba a punto de poner la bola de fresa sobre el barquillo cuando Dany exclamó—: ¿Qué? ¡¿Fresa?! ¿En serio de todos los sabores que existen tú tenías que pedirlo de fresa? Ese es un sabor muy femenino, ¿no lo crees? ¿Por qué no mejor lo pides de chocolate que es un sabor más varonil?

 

—A chinga, no sabía que había sabores que fueran sólo para mujeres o para hombres. ¡Neta que sí estás bien loca!

 

—Piensa, la fresa, el chocolate. Todo sale por contexto—explicó la chica.

 

—Entonces, se lo doy de fresa o…—interrumpió el empleado, todavía sosteniendo la bola de helado con la cuchara.

 

«¡Fresa!» «¡Chocolate!», gritaron ambos al mismo tiempo.

 

—Puedo ponerle una bola de cada una.

 

—No sé. Yo no soy el que paga—Resopló el chico, desviando la mirada con algo de fastidio.

 

—Sí, póngale las dos—Sonrió Dany nuevamente, mostrándole a Rommel sus dientes perfectos—¡Oh, vamos! ¡Estaba jugando! ¡Quita esa cara!

 

—Me haces como quieres porque tú estás pagándome todo, ¿verdad?

 

—No te hago como quiero. Y es precisamente eso lo que me gusta—Dijo ella en voz baja, casi para que Rommel no pudiera ser capaz de escucharla.

 

—¿Qué?

 

—Nada, nada—masculló, girando su cabeza hacia el dependiente—Yo voy a querer uno de pay de queso con zarzamora, gracias.

 

Y una vez ambos tuvieron sus helados en la mano, Dany decidió que sería una buena idea comerlos sentados en una de las banquitas techadas que había por ahí. De manera, que eso hicieron.

 

—Me alegra hoy haberme echado la vaca de la escuela.

 

—¿Por?—Rommel, quien estaba demasiado ocupado por lamer la nieve que se derretía rápidamente a causa del calor, no se percató de la intensa mirada que Dany le estaba dirigiendo.

 

—Porque así pude conocerte.

 

—Ah, pues igual no te hubieras perdido de mucho—le respondió este saboreando el dulce sabor del helado.

 

—Quien sabe. Por cierto, comes como un cochinito.

 

—Ah, gracias—expresó él con sarcasmo.

 

—De nada. Te lo digo porque tienes todo alrededor de la boca manchado de helado.

 

Rommel entonces, comenzó a chuparse los labios, aunque Dany de inmediato lo detuvo diciendo.

 

—Espera, mejor te ayudo, ¿no?

 

Y fue en ese momento que ella, poniéndole una mano en su mejilla, se acercó a su rostro, para plantarle un pequeño beso en los labios. Retirándose un poco después; mirándolo a los ojos, como buscando alguna señal que le indicara que podía continuar.

 

El jovencito, quien en ese momento la observaba con su par de ojos muy abiertos, se había cubierto por un intenso sonrojo.

 

—Vaya, y dicen que yo soy atrevido—dijo al salir del estupor.

 

Dany recogió un poco sus hombros

 

—Pero no te estás quejando ¿o sí?

 

—No—sonrió con picardía—, no lo estoy haciendo.

 

—Ay, y luego ¡mira! Sigues teniendo nieve—Suspiró con un tono juguetón.

 

—¿A sí? Pues creo que hay que quitarla—Rommel utilizó el mismo tono travieso.

 

—Sí, sí hay que.

 

En esa ocasión, fue Rommel quien se inclinó para besar a Dany de una manera tierna. Y mientras lo hacía, la tomó de la mano suavemente, entrelazando sus dedos.

Besándola cada vez con una mayor pasión, hasta que fue ella misma quien se separó de él de forma abrupta.      

Tenía su mirada clavada en un punto tras él, y lucía algo consternada.

 

—Ese tipo lleva rato mirándonos, no me gusta—Exclamó, apuntando con su cabeza en esa dirección—¡Hey! ¡¿Qué estás mirando?! ¡Piérdete perdedor!

 

De inmediato Rommel volteó hacia allá, sólo para toparse con unos ojos azules que fijamente lo atisbaban con reproche y una mezcla de sentimientos indescifrables. En cualquier lugar habría sido capaz de reconocerlo… ese era sin duda…

 

—Galen…

Notas finales:

Bueno, no puse la traducción del japonés de Roberto porque Rommel no supo siquiera que había dicho, así que bueno. 

También sé que hoy no es Martes. Mi plan era subirlo ayer, pero se me hizo tarde y como ya se me hizo gacho esperarme una semana sólo para subirlo el martes pues aquí esta. 

Gracias a todos y a todas. 

De antemano muchas gracias por sus comentarios. Son mi paga, como dice una autora muy linda de AY también!

 

Nos vemos! :)


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