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EL MAL CAMINO por Galev

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Notas del capitulo:

Hola!!

Como ven, no tarde tanto esta vez! :D

No pude responder todos los reviews, y hoy andaré algo ocupara, por lo que ruego me disculpen. Intento ponerle a cada respuesta algo especial y no decirles nada más ay gracias. porque entonces que chiste tendría que comentaran. 

Realmente sus comentarios, todos, cortos, largos, etc, me hacen sentir bien y me motivan a continuar y no dejar de escribir. 

GRACIAS CON MAYUSCULAS porque sin ustedes no tendría caso estar actualizando el fic o siquiera subirlo a la red, MUCHAS, MUCHAS GRACIAS!

Capítulo XXII: Trébol de cuatro hojas.

Hacía tiempo que Galen no recordaba haber tenido una racha tan mala. Todo era un desastre. Su camiseta de la escuela estaba arruinada, llena, como el resto de su ropa, de un lodo espeso hecho de tierra y sangre que también le cubría algunos cabellos. Y su rostro... Su rostro era quizá la peor parte. Sentía la mitad de él completamente dormido, a excepción de cuando hablaba y sus nervios reaccionaban súbitamente dejándole la horrorosa sensación de que la piel comenzaría a descarnársele del cráneo. Aun no se había visto al espejo, pero estaba casi seguro de que Rommel lo había dejado irreconocible. Una sospecha que fue en su mayoría confirmada al estar frente a la esposa del vecino del catorce y  verla llevarse de inmediato ambas manos a su boca abierta, sin poder disimular la sorpresa.

Estuvo un momento en el hogar de aquellas personas —sus vecinos— después del incidente, quienes le ofrecieron una pieza de pan —para el susto— y un vaso con agua. La señora era muy amable y le había lavado la cara con una toalla empapada en agua tibia, aunque el hombre la apartó después poniéndole un trozo de carne helada sobre uno de los pómulos, con la intención de bajarle la hinchazón. No fue hasta unas dos horas más tarde que los adultos lo dejaron partir hacia su casa nuevamente. Antes de eso le habían propuesto quedarse a dormir ahí por si al "maleante" se le ocurría regresar, cosa a la cual Galen se negó convenciéndolos de que no sería así.

Lo primero que notó al entrar fue el panorama que le ofreció el espejito que su mamá tenía colgado en el recibidor. Y éste era muy poco alentador. Mostraba su par de ojos celestes contorneados por unos feos hematomas que daban la impresión de haber sido pincelados con óleo morado.

A Galen se le estrujó el estómago al verse así nuevamente –ya había pasado por eso una vez gracias a Rommel y el Mosca y las cosas con su madre no habían fluido muy bien-- empero consiguió aplacarse dando respiraciones profundas pese a que ello le costaba trabajo y le dejaba un nefasto resabio a sangre en la base de la lengua. Y, no obstante, nada de lo anterior se comparaba con el ardor caliente que se le anudó en la garganta al ver ahí, colgando sobre la percha, la delgada mochila desteñida de Rommel, como un estandarte clamando ser ajeno a aquella estancia.

La enfocó con las cejas bien juntas, dedicándose un rato a observarla como un niño tras el aparador de una juguetería, finalmente cogiendola, percibiendo al hacerlo una sensación terrosa en su superficie y poca consistencia en su interior. El tocarla también le provocó una descarga de culpa sin aparentemente razón alguna. Pero no le dio a eso la mayor importancia.

La llevó a su cuarto entonces, aferrada a su mano derecha como si se tratase de algo extremadamente valioso, y una vez allí la colocó sobre su cama. Su corazón en ese momento estaba bombeando sangre furiosamente. Era de lo más ridículo, pero comenzaba a atemorisarlo lo que sea que pudiera encontrarse  adentro, más tan sólo pensar en echarla a la basura le causaba malestar. Necesitaba abrirla. Necesitaba de verdad encontrar ahí algún indicio que justificara su comportamiento de antes.

Así se estuvo unos minutos, pensando en un sinumero de cosas, hasta que sin darle más vueltas al asunto, abrió el ziper con decisión, volteando la mochila al revés; sacudiendola con fuerza; siendo testigo del caer de varios objetos que se desparramaron sobre el colchón.

Estos no tenían congruencia unos con otros. Había una pequeña caja de metal un poco abollada y sucia, un par de cargadores de celular, ademas de una perturbadora máscara de látex. Aunque por algún motivo, lo que más atrajo su atención fue un delgado cuaderno profesional al borde de despastarse, entre cuyas páginas se asomaba una hoja negra algo gruesa y brillante, misma que Galen extrajó deslizándola cuidadosamente con el fin de observarla mejor.

Sin embargo, verla, lejos de saciar su curiosidad lo llenó aún más. En esta hoja había varias imágenes abstractas de forma cónica impresas en matices de gris que en el centro tenían en común un círculo de color negro. La hoja tenía también algunas anotaciones hechas en computadora ubicadas en el borde inferior izquierdo. La mayoría de estas parecían ser sólo códigos, los cuales Galen no pudo comprender, con excepción de una línea que claramente decía: “Ultrasonido gineco-obstétrico”. Y había algo más --Galen estrechó un poco los ojos para poder distinguir—unos delgados trazos a lápiz que envolvían el circulo negro de una de las imágenes, señalándolo con una pequeña flecha en cuya terminación marcaba “la primer foto de Natalia” junto al dibujo de una carita feliz.

El chico quedó por un instante inmóvil, recorriendo vehementemente las imagenes, encontrando otros cuantos trazos difuminados de lápiz.

— “Corazón”—Leyó dificultosamente las letras tras una flecha que apuntaba hacia una prominencia blanquecina dentro del circulo obscuro.

No le quedó duda, esa fea letra y garabatos sólo podían ser obra de Rommel. Escribiendo sobre el ultrasonido de su hija...

Los ojos de Galen se llenaron de lágrimas al comprender de pronto que Rommel tuvo de verdad que amar a esta niña para guardar tan celosamente la ecografía dentro de un cuaderno que, al observarlo mejor, se percató de que tenía unas letras con pluma escritas sobre la pasta. Unas letras que quizá al principio pasaron desapercibidas por el desgaste recibido al estar diariamente dentro de la mochila, pero que ahora podía verlas con nitidez. “para Natalia mi prinsesa”

Sus manos, ya temblorosas, sujetaron el cuaderno, pasando rápidamente por las páginas a punto de romperse. Eran cuentos... A puño y letra sus hojas estaban repletas de cuentos cortos. Las faltas de ortografía eran muchísimas, pero se notaba el esmero que había puesto en cada uno. Cuando llegó a la última página, comenzó a llorar abiertamente a la par que leía en voz alta:

“Natalia, la astronauta.

La gatita Natalia se encontraba como siempre buscando comida en los botes de basura. Cansada de no encontrar nada bueno, sólo suspiró, volteó al cielo y dijo: 'Dios gatito que estas en el cielo,  por favor mándame algo de comer que sea rico pero también abundante para darle a toda mi familia y mis amigos que viven conmigo'.

 

Y como por arte de magia el cielo nublado se despejó mostrando una luna llena y muy brillante. Fue entonces que la gatita Natalia tuvo una gran idea. 'la luna está hecha de queso y donde hay queso hay ratones'.

En ese momento Natalia llamó a todos sus amigos y una vez reunidos los convenció de construir una nave espacial con la promesa de traer ríos de ratones desde la luna. Así, sus amigos y vecinos de inmediato se pusieron a chambiar bien duro y construyeron rápidamente la nave espacial.

La nave estuvo lista en un dos por tres y la ahora capitana Natalia estaba lista para el vuelo. Se despidió de su mamá y de su abuelita, pero no encontró a su papá por ningún lado, aun así sin chistar trepó a la nave y encendió los motores.

Con un gran estruendo se elevó por los aires. El viaje fue muy largo, duró... una media hora, pero  cuando llego a la luna la recompensa fue muy grande ya que vio que ésta estaba a reventar de ratones, comenzó a perseguirlos y a atraparlos por cientos, subiéndolos todos a bordo. Y al cabo de un ratito llenó la nave, se subió e inicio el regreso. Pero había un grave problema, la nave pesaba demasiado y no podía elevarse. Un humo negro empezó a salir del motor. ¡Oh, no! su único medio de transporte se había descompuesto. Natalia se puso muy triste y comenzó a llorar porque pensó que no volvería a ver a nadie. Pero en eso, del cuarto de máquinas se escuchó un ruido. Era  su papá, que se había subido a la nave cuando nadie lo estaba mirando.

'No te preocupes' le dijo 'yo tengo un plan'

Natalia se puso muy contenta de mirarlo y le dio un fuerte abrazo, sabía que siempre podía contar con su papá. Y no se equivocaba porque él, utilizando su ingenio gatuno..."

La historia se cortaba en ese punto, dejándola inconclusa. Y Galen no supo a ciencia cierta por qué eso lo hizo sentir tan triste.  Las lágrimas se deslizaron sin parar por sus mejillas, mientras imaginaba a Rommel escribiendo aquello, con una motivación y un amor que ni él mismo podía comprender del todo bien.  

Melissa le había visto la cara al decirle que Rommel la había obligado a abortar a su hijo. Y tal vez ya era demasiado tarde para ofrecerle a su amigo una disculpa. Galen no cabía en sí mismo. La culpabilidad estaba empezando a esparcírsele por cada fibra de su ser.

Recordó amargamente cuando Rommel hizo el cuento para su clase de literatura. En ese momento le dijo que a veces hacía cuentos para cuando tuviera hijos, y ahora era más que evidente a quién iban estos dedicados.

Rommel debía odiarlo, y realmente no podía culparlo si lo hacía. Se había comportado como un idiota, tragándose toda la sarta de mentiras que Melissa había inventado con tal de separarlos.

Aunque quizá lo más triste de todo era que la verdad, muy en el fondo, nunca había creído ni una palabra de lo que Melissa decía sobre Rommel. Y sin embargo, él convirtió aquello en la excusa perfecta para poder alejarse de él, y así, a su vez, poder alejar de su vida al único chico que había logrado quebrantar un pilar tan sólido como lo era su orientación sexual.

Pero Rommel no tenía la culpa de que se estuviera enamorando de él --seguramente ni siquiera lo sospechaba--. Lamentablemente, eso no le quitaba el odio que sentía hacia sí mismo por pensar en él de esa manera. Nada podía quitarle esa sensación que como un juez dictaminaba que estaba cometiendo un acto impúdico, ni siquiera besar a Melissa.

"No es normal que uno esté pensando en un amigo mientras estás besando a tu novia..." las palabras que Memo le dijo esa mañana de pronto recorrieron su cerebro como una marquesina.

—Dios mío... —Se llevó las manos a la cara sin ser capaz de reprimir las fuertes sacudidas de hombros que le provocaban sus sollozos.

Su respiración irregular y miserable, además del canto de un grillo era lo único que rayaba la fina atmósfera de silencio nocturno. Hasta que, de repente, el ruido de la puerta que daba a la calle abriéndose para azotar contra la pared se intercaló con los demás sonidos. Tenía que ser Aarón. 

Galen apresuradamente volvió a guardar todo dentro de la mochila, echándola debajo de su cama, antes de enjuagarse las lágrimas. Y casi de inmediato, Aarón entró a la habitación tambaleándose; apoyando uno de sus brazos sobre el marco de la puerta.

—Pero miren a quién me encontré llorando como una niñita... —fue lo primero que exclamó al verlo, con una sonrisa ancha, aunque a la vez temblorosa—¿Pero qué le pasó a la princesita? ¿Acaso se puso triste porque su novio le dejó la cara hecha una mierda?

—Se ve que no te has visto en un espejo—Le respondió él usando un tono mordaz, notando que, pese a la distancia entre ellos, podía llegarle perfectamente una mezcla de hedores horribles donde destacaban como principales participantes el olor a alcohol, a cigarrillo, algo quemado y extrañamente también... carne fresca.

Una potente risa brotó de la boca de su hermano, quien hizo una mueca desquiciada, inclinando su cuerpo hacia enfrente para mostrarle un par de pupilas tan dilatadas que parecían depósitos de petróleo.  

Galen casi se cae de la cama al ver eso. Jamás había visto a Aarón así. Y sin embargo, manejó no lucir impresionado.

—Estás enfermo—Masculló. Pero a Aarón eso, lejos de ofenderlo, pareció deleitarlo ya que sólo continuó riendo con el rostro desencajado, aunque poco después bruscamente se puso serio.

—¿Dónde esa Adela o mi mamá? Tengo hambre ¡quiero cenar!

—No están. De seguro no te importa, pero mi tita se puso muy mal, mi mamá tuvo que llevarla al hospital.

—Tienes razón, no me importa—Aarón volvió a sonreír—. Es más, ojalá y se muriera. Al cabo que sólo es una vieja inútil.

—¡Cállate! ¡No hables así de ella! ¡Que tú no la quieras no significa que nadie más lo haga! —Galen se exaltó, poniéndose en pie de un brinco sin darse cuenta.

Su hermano también reaccionó acercándose violenta y velozmente hacia él, de manera tan repentina que obligó a Galen a sentarse de nuevo.

—¡Hermanito, hermanito, hermanito! —Canturreó a unos pocos centímetros—¿Cuántas veces te he dicho lo pendejo que te ves haciéndola de pedo? No te queda, así como tu vieja, que tampoco te queda—negó con la cabeza, ahogando una risilla—; por eso te voy a decir un secretito—aproximó su rostro entonces a donde Galen y, quedando finalmente a la altura de su oído, suavemente susurró—: … No tienes una idea de todo lo que hemos hecho esa noviecita tuya y yo... Si hubieras visto hoy... Hoy mi pidió que se lo hiciera por atrás... Aunque bueno, no es la primera vez que lo hacemos así... pero ¡shhhh!—se llevó un dedo a los labios, cuchicheando—, no se lo digas a Galen...

—¡TÚ!—bramó el rubio como si se tratase de un cartucho de dinamita al que acabaran de encenderle la mecha. De inmediato empujando a Aarón con toda su fuerza. Y este, quien en ningún momento dejó de reír, cayó de espalda, azotándose contra su propia cama.

El golpe no pareció haber tenido ningún efecto en él, cosa que a Galen lo sulfuró aún más —¡Te odio! ¡Te odio! ¡Maldita sea la hora en la que tuve que haber sido tu hermano! ¡Eres un cerdo! ¡Traidor!

—Fíjate bien a quien le dices traidor—escupió con cierto aire de superioridad, trepándose a la cama, señalándolo desde ahí con un dedo acusatorio—. Porque si hablamos de traidores, tú eres el peor de todos.

—¡¿De qué mierdas estás hablando?! ¡¿Yo cuándo rayos te traicioné?! ¡¿Qué...?! —Aarón de pronto lo calló con un gesto.

—¿Escuchaste?—se puso una mano tras de su oreja, llevado lentamente la cabeza hacia la almohada—Creo que la almohada está diciendo algo... Hay que escuchar que quiere...

Galen lo observó por un momento con el ceño fruncido, mirando la manera en la que apoyando por completo la oreja sobre su almohada, tras unos segundos, Aarón comenzó a roncar.

No se explicaba cómo su hermano había sido capaz de dormirse con semejante desfachatez en tales circunstancias y tan rápidamente, pero algo le decía que dejarlo así era lo mejor que podía hacer.

Por eso, aun todavía sintiendo la ira carcomiéndole en la boca del estómago, tomó su almohada, la mochila de Rommel y su sábana; y abandonó el cuarto apagando la luz. También cerró la puerta tras de sí. Consideraba que Aarón apestaba bastante, tanto figurativa como literalmente y no deseaba que el tufo penetrara toda la casa.

Esa noche durmió en la sala de nuevo, muy incómodo, cubriendo la mochila de su amigo con la sábana para que por si acaso su hermano despertaba —cosa que no creía—no pudiera verla y mucho menos tomarla.

*

A la mañana siguiente, lo asaltó un agudo dolor de espalda al despertar. El sillón en el que durmió ya tenía el forro algo desgastado y un travesaño se le había adosado bajo las vértebras todo el tiempo, haciendo que levantarse fuera un verdadero suplicio.

Todavía era muy temprano —apenas las seis según el reloj de péndulo— y no obstante, lo primero que vino a su mente fue su tita y su mamá. ¿Habrían llegado a dormir?

La respuesta era no. Sus habitaciones estaban solas, inclusive con las camas tendidas pulcramente cual si estas se hubiesen quedado aguardando por ser usadas. Por otro lado, la puerta de la recamara que compartía con su hermano permanecía cerrada, indicándole que el desgraciado aún seguía ahí durmiendo.

Galen no quería toparse con él despierto nuevamente. Sabía que una vez teniéndolo en frente comenzaría a gritarle hasta que éste lo callara de un golpe y entonces su estancia en la casa se transformaría en un infierno. En vez de eso se metió a bañar. Las gotitas de agua tibia casi siempre siempre lograban reconfortarle los músculos cuando estos le dolían. Aunque lamentablemente, en esta ocasión el agua no estuvo dispuesta a cooperar con la causa. Salía tan helada que poco faltaría --según la percepción del muchacho-- para que cayera en forma de hielo.   

Era evidente, a esas alturas, que la mañana no iba a ser la mejor parte de su día, y más porque forzosamente tenía que entrar al cuarto donde se encontraba Aarón para ir por su ropa.

Galen tomó un respiro, amarrándose la toalla al rededor de la cintura antes de girar la perilla de la puerta lo más lenta y silenciosamente que pudo.

No le produjo sorpresa alguna sentir como ese cuarto se despresurizaba, exhalando de su interior el hedor asqueroso que su hermano traía consigo la noche anterior, pero multiplicado por un millón de veces. Debía admitir que era una suerte que todavía no hubiera desayunado, pues ese aroma bien pudo haberle incitado las ganas de vomitar.

El causante aún seguía ahí, tirado en la cama —gracias a Dios— con su almohada parlante bien agarrada sobre la cabeza ya que obviamente lo molestaba la luz del sol. 'Como a las cucarachas' pensó Galen asqueado, quien agarró simplemente un cambio de ropa al azar antes de salir de ahí apresurado.

No tardó demasiado en salir de la casa tampoco, llevándose la mochila de Rommel consigo, algo que hizo luego de darle una mordida a una manzana y lavar sus dientes, al tiempo que ponía a remojar su playera de la escuela en cloro con la esperanza de que pudiera volver a utilizarla.

Ese día era viernes, había clases, pero no fue. No tenía ganas de ver a nadie, ni de batallar con la prefecto para que lo dejara entrar sin el uniforme. Sólo quería ir al hospital para ver a su tía.

Tristemente, esa fue la peor idea de lo que iba del día. Cuando llegó al hospital y su mamá lo vio, pareció volverse loca. Primero dio la impresión de que se desmayaría, pero después explotó. Comenzó a acusarlo de descuidado e irresponsable.

"Pero mira nada más que pinta traes, hijo. Pareces un malandro" repitió esa misma frase cientos de veces. Sólo para terminar diciéndole que no quería que su tía lo viera en ese estado.

Estando un poco más tranquila, le dio una de las peores noticias que pudo haber recibido en el día. Y esa era que la alta presión arterial le había provocado a su tita un derrame cerebral, el cual, pese a ya estar controlado con medicamentos, quizá había causado en ella un daño permanente. Todo era cuestión de esperar a que su cerebro se desinflamara y la sangre se reabsorbiera para poder evaluarla.

Luego de decirle esto, su mamá también dijo que hubiera preferido que Aarón estuviera ahí y entonces Galen, sin poder soportarlo, se fue, abandonándola a media frase. Sintiendo una piedra en el corazón que poco a poco se trasladaba hacia su garganta, ahogándolo con un dolor que jamás imaginó experimentaría en su vida. Ella no lo detuvo y él comenzó a caminar por el pasillo principal, con el semblante inexpresivo de un zombi, rumbo a la puerta.

Ese pasillo siempre era bullicioso. Atiborrado de las voces de las enfermeras y pacientes sentados en las salas de espera. Pero en ese momento, todo el ruido al rededor estaba siendo acallado por sus propios pensamientos.

"Hubiera querido más que tu hermano estuviera aquí" No podía creer que su propia madre dijera eso. Le era imposible sacarse sus palabras. 

Al estar a un par de pasos de las puertas del hospital, lo sobresaltó una mano sobre su hombro que le hizo girar la cabeza.

--Galen, hey, llevo rato llamándote. ¿Cómo estás, muchacho?--Lo saludó un hombre adulto, de unos cuarenta años; tez blanca y cabello castaño claro, el cual lucía jaspeado por las canas. Se trataba del médico amigo de su mamá. El doctor Adam Gutierrez.    

Galen de primera instancia no respondió, sólo le dedicó una mirada de confusión. Esto provocó que el médico lo llamara por su nombre un par de veces. Hasta que él finalmente parpadeando rápidamente salió de su trance.

—Ah, hola doctor, ¿cómo está?

—¿Estás bien, Galen?—le preguntó ceñudo, obteniendo sólo un asentimiento por respuesta—. Bueno—dijo no muy convencido—¿Y qué haces aquí? ¿Viniste a visitar a tu tía?

—Sí... Pero no pude verla.

—Ah, y ¿Por qué no? todavía es horario de visita hasta donde yo sé.

—Mi mamá me dijo que no sería buena idea que mi tita me viera así. Tal vez podría alterarse.

—Mmm... Y a todo esto ¿Qué te ocurrió?

—Me peleé--respondió con toda sinceridad.

—Oh, sí entiendo—le dedicó una sonrisa cómplice—. Bueno, espero que el otro haya quedado peor que tú—río un poco, aunque el hecho de no obtener una respuesta de Galen lo desmotivó —¿Seguro que estás bien? Te noto algo pálido ¿Ya desayunaste?

—No... sé... No, creo que no—Contestó débilmente, perdiendo por un segundo el equilibrio.

—Ven... Vamos a mi oficina—le dijo el médico, quien ya para entonces lo había sujetado por los hombros con preocupación.

Adam, además de ser urgenciologo en el hospital, era jefe de departamento, por lo que a parte de su consultorio, contaba con una oficina privada, a la cual Galen simplemente se dejó llevar sin decir nada.

"¿No es ese el hijo de Fatima?" logró pescar un comentario al pasar al lado de unas enfermeras. Y de pronto todo se tornó muy irreal. No sentía sus propios pasos, pero sabía que seguía caminando. Daba la impresión de estar flotando un una nube. Cuando acordó, se encontraba sentado sobre un sillón reclinable

—A ver. Extiende tu brazo izquierdo— Decía el doctor a la vez que le colocaba un estetoscopio sobre el pliegue del codo, adozándole el brazalete del baumanómetro que empezó a insuflar—.  Vaya, ochenta sobre sesenta. Tienes la presión algo baja—le informó al terminar—. Espérame un momento. No te muevas, ¿ok? Voy a pedir que nos traigan algo de comer.

Galen se habría quedado ahí aún si no se lo hubiese pedido. No era que planeara ir a ninguna parte. La cabeza le daba vueltas y tenía el pulso lento pero muy fuerte, tanto que sentía el palpitar en la base del cuello.

Al regresar, Adam le entregó tres gorditas de maíz sobre un plato de polietileno y una Coca-Cola. Colocó una porción igual sobre su escritorio y cerró la puerta.

—Come. Se te ha de haber bajado la glucosa—dijo destapando su botella  para  servirse un poco en una taza. Y el chico lo obedeció dándole una  mordida a una de las gorditas que resultó  ser de picadillo.

Masticar hacia que le doliera bastante la mandíbula, aunque sin quejarse, sólo se llevó una mano al mentón y continuó comiendo.

—¿Te duele verdad?—A Adam ese gesto suyo no le pasó inadvertido--¿Te gustaría tomarte un analgésico?

—No, no, gracias. No se moleste, estoy bien.

—No es molestia. Es más—decía mientras esculcaba dentro de uno de los cajones de su escritorio, pasándole al poco rato una caja de pastillas--Es ketorolaco, para el dolor. La tengo aquí por mi espalda. Últimamente me duele mucho—intentó estirarse, asiéndose de inmediato la zona lumbar—. Desde que me asaltaron ¿Si te contó tu mamá?

Galen negó con la cabeza solamente, a lo que el médico, sentándose en su silla junto al escritorio confirmó diciendo—: Pues sí, me asaltaron hace poco. Ya era algo noche cuando salí de trabajar.  Empezaré por decir que yo siempre he tenido la percepción de saber cuándo alguien me está viendo. Recuerdo que en esa ocasión me sentí observado. Y efectivamente, cuando volteé a ver hacia la ventanilla de mi auto, vi por el reflejo que había alguien atrás de mí. Traía una máscara, me acuerdo que estaba muy fea, era como de un lobo creo. Y yo, bueno, no lo pensé mucho y me volteé para darle un golpe. Pero sólo le di a la máscara. Se la tiré al piso y pude ver quien era.

» Sólo era un muchacho, tendría unos catorce o quince años, como tú; aunque se veía muy demacrado y tenía una cicatriz en la ceja. Se enojó muchísimo porque lo vi y comenzó a golpearme. Era muy hábil, de hecho.

Galen no necesitó de mucha más descripción para imaginarse que se trataba de Rommel, por lo que agachando la cabeza, continuó escuchando en silencio lo que el doctor tenía por decir.

» Pero créeme, que a quien le dio más coraje fue a mi. Ponle, a lo mejor no fue mucho dinero el que me quitó, tampoco valía mucho mi celular (ya lo quería cambiar, de hecho) pero es que me golpeó con una saña, no sé cómo decírtelo, como si se estuviera desquitando conmigo de algo... No sé realmente... Me dejó muy muy mal...

—Y—De pronto Galen lo interrumpió con una voz queda—... ¿Qué haría si lo vuelve a ver?

—¿Sabes? De manera interesante, volví a verlo antier. Ya era noche también y yo estaba aquí porque tenía que revisar unos expedientes. Entonces, no sé si te acuerdas de la doctora Rivera (la doctora gordita esa que nunca se casó y que es un poquito... em... amargada, las cosas como son, ¿no?) —Galen sí la conocía y sabía que decirle gordita era hacerle un gran favor, su mamá solía hablar pestes de ella—. Bueno, pues ella en ese momento salió ya para irse, y yo, no sé te digo, esas cosas raras que uno hace, me asomé por la persiana hacia afuera, y vi que el chavito este estaba ahí donde mismo donde me asaltó, detrás de un árbol. Pensé en llamar a la policía o en ir a ayudar a la doctora, pero al final sólo me les quedé observando. Creí que cuando la doctora pasara frente a él, él se le echaría encima, pero no. Me sorprendió mucho ver que él sólo la dejó pasar, como si nada...

» Tal vez no esté bien que yo lo diga, pero me imagino que para un asaltante, la doctora Rivera se ve como una presa fácil. Y sin embargo no. Por alguna razón él no la atacó a ella. Eso me dejó muy intrigado. Y más porque platicando con algunos colegas, me he dado cuenta de que no fui el único —ya lleva varios—. Casualmente, todos son hombres, altos y de una complexión fornida. Se me figura que es como si no quisiera verse tan abusivo. O quizá, como si estuviera buscando que alguien lo detuviera—Adam movió su cabeza de lado a lado—... Pero, ah, vamos. Esas son sólo figuraciones. Lo más seguro es que sólo sea un drogadicto más o algo así. No sé por qué te cuento eso.

—Tal vez porque... algo dentro de usted sabe que no es así y que quizá este chavo no es un drogadicto y sólo hace lo que hace porque tiene problemas... —dijo el menor como un susurro, más para sí mismo que para el propio doctor.         

—No sé, no sé. Supongo que nunca lo sabré--respondió el doctor pensativo, y luego de unos instantes, repentinamente miró a su reloj de pulsera, diciendo —: Ay Dios, ya tengo que irme a dar consulta. ¿Te molesta si te dejo aquí? Ahorita vuelvo, si quieres ponte cómodo, puedes prender la tele o no sé, como gustes—Y dicho esto, se fue, prácticamente corriendo, dejándolo ahí, con una cosa más en qué pensar.      

La primera media hora le tomó la palabra al médico. Cogió el control remoto y encendió el televisor. Para su decepción la calidad de los programas matinales en la televisión abierta brillaban por su ausencia, por lo que el chico terminó por desistir de ver algo.

Dentro de la oficina también había un librero lleno de libros gruesos. Trataban sobre temas médicos y algunos inclusive estaban en inglés. No se veían muy divertidos, pero no tenía algo mejor que hacer, por lo que cogió el que a su criterio exhibía el titulo más interesante. "Tratado de patología quirúrgica, por Sabiston".

"... Diversos análogos de acción prolongada de la somatostatina, como el ocreótido (Sandostatin), alivian los síntomas (diarrea y rubor) del síndrome carcinoide en la mayoría de los pacientes..."      

Galen bostezó, aunque continuó leyendo. Al poco tiempo, sus bostezos se repitieron cada vez con más frecuencia, y se descubrió a si mismo cabeceando. Rápidamente se quedó dormido y no despertó hasta que un sonido leve provocara en él la sensación de estar cayendo, haciéndole sobresaltarse demasiado.

—Tranquilo, soy yo. Intenté cerrar la puerta con cuidado para no despertarte, pero creo que fracasé--Le dijo Adam, quien acababa de llegar.

—¿Qué hora es? —preguntó el joven tallándose los ojos. 

—Son las doce cuarenta.

—Oh, ya es muy tarde.

—¿Ya debes irte?

—Sí, algo así. Sólo que primero no sé si podría ayudarme con algo—Galen abrió entonces la mochila de Rommel  y sacó  de  ella la ecografía, pasándosela al doctor —No sé si usted pudiera decirme cual  es la edad de este bebé.

—Imagino que esto no es tuyo—Comentó Adam  ya al tenerla en las manos, mirándola con una ceja arqueada.

—No.  Es de un amigo.  Me  pidió  que lo checara pero como yo no sé mucho de esto.

El doctor no tenía ningún motivo para sospechar de él, por lo que  sin hacer ninguna otra pregunta, sólo se dedicó a responder.

—Veamos... Pues a ver. Ya tiene formada la cabeza, la columna, brazos y piernas,  obviamente el corazón y según dice aquí ya tiene definido el sexo. Creo se ve de buen tamaño, así que yo diría que como  unos cuatro  meses, más o menos.

—Cuatro meses—repitió Galen—. En cuatro  meses ya parece un ser humano, ¿no es así?

—Sí, sólo que muy pequeño. ¿Y qué edad tiene tu amigo?

—Quince.

—Vaya.

—Aunque la mamá lo abortó... —expresó afligidamente.

—Que duro...

—Sí. Pero así es la vida a veces. Bueno. Ya me tengo que ir.

—Ok. Deja te acompaño a la salida.

—No se moleste. Ya conozco el camino.

*

Luego de haber estado un rato con Adam, Galen comenzó a tranquilizarse y pensar que su tormentosa racha de mala suerte parecía estar mejorando. Claro que eso fue antes de recorrer unas cuantas cuadras rumbo a su casa y ver que frente al árcade de la alameda se estacionó un BMW Z3 rojo del año, de donde salió su noviecita y un sujeto que daba la impresión de tener unos treinta y tantos años vestido con un traje negro elegante.

—¿Cuándo tú poder volver a salir conmigo?—dijo el tipo. Hablaba mal el español, por lo que podía deducirse que era un extranjero.

—Pues si tan sólo tuviera un celular de esos nuevos, tal vez podría llamarte, ¿no crees? —respondió ella, despotamente.

Ok, haberlo dicho antes. Mañana comprarte uno con esto—Galen vio al tipo extenderle a Melissa un fajo de dólares y entonces preguntar: —¿Crees que con esto tú alcanzar? con lo que sobra comprar un vestido bonito, nice.

—Pues ya veré que me alcanza con esto, ¿ok?

—Pasarle el número a mi secretaria. No olvidarte de mí.

—Sí, ya sabes. Bye.

El hombre volvió a subirse a su coche nuevamente y, mientras arrancaba, bajó la ventanilla de su lado para mandarle un beso, a lo cual ella simplemente respondió con un delicado gesto de su mano.

—Ay, por fin. Pensé que nunca se iría—la escuchó mascullar con fastidio.

—¿Quién era él? —Galen se dio a notar de pronto, haciendo que Melissa sobresaltada emitiera un chillido.

—¡Santo Dios! ¡O sea me asustaste! ¿Qué haces aquí tan temprano? ¿Ahora resulta que me estás espiando?

—No, de hecho vengo de ver a mi tía en el hospital.

—¿El hospital? Ay, pues no estaría de mal que a ti también te dieran una checadita, ¿no? O sea, que asco de cara traes.

—Gracias, esperaba que te gustara. Ahora dime ¿Quién era él? —rebatió él, cortante.

—Pues era mi... Tío. Resulta que hoy fue a la casa a visitarnos y se ofreció a darme un ride (1) al trabajo. De hecho ya voy algo tarde, ¿eh?

—Ohh, claaaro tú tío, sí—dijo con una voz irónica—¿No se supone que a esta hora estas todavía en la escuela?

—O sea pues lo mismo digo de ti. En mi caso vine ahorita porque una de las chavas que trabaja aquí conmigo se enfermó, y obviamente tuve que venir.

—Está bien. De hecho justamente tenía ganas de verte a ti. Quiero que me aclares unas cosas.

—Pues tendrá que ser después de que salga del trabajo porque ahorita, como ya te dije, ya voy tarde—Ella se dio media vuelta, caminando rumbo a la zapatería, a la que entró apresuradamente.

Galen entró después, yendo tras de ella, hasta quedar frente al mostrador donde ella acababa de apoltronarse.

—Sólo quiero que me contestes unas cosas muy sencillas, y me iré.

—Ok, ya, rápido. Antes de que llegue mi gerente.

—Primera pregunta--Galen tomó un poco de aire—. Quiero que me respondas con toda sinceridad, ¿entiendes?

—Si, ¿qué?

—¿Vino Rommel a traerte el dinero de los zapatos?

—¡Otra vez lo mismo! ¡O sea cuantas veces te lo voy a repetir! —Melissa alzó la voz, aunque se sosegó un poco al ver que una compañera suya, Karen, venía bajando de la bodega, con una caja de zapatos.

—Meli, ¿estos son los zapatos que me dijiste que te guardara la otra vez? —le preguntó ésta, sin siquiera darse cuenta de la presencia de Galen, o del tenso ambiente que en ese momento se respiraba.

—Melissa—La llamó el chico, incitándola a continuar con su respuesta.

—No, no vino, ¿sí? hace mucho que no veo a Rommel.

—¿Rommel?--repitió Karen—¿No es ese chavo morenito con una cicatriz aquí? —preguntó señalándose su ceja derecha,

—Ese justamente—dijo Galen, antes de que siquiera Melissa tuviera la oportunidad de contradecirla.

—¿No te acuerdas, Meli? Vino antier creo, a traerte quién sabe qué cosa. Pobrecito, lo regañaste mucho ese día, ¡sabrá Dios qué tanto le estabas diciendo!   

El rostro de la aludida se pintó instantáneamente con un color rojo brillante, a la vez que le lanzaba a la chica junto a ella cuchillos con la mirada. Rápidamente salió de detrás del mostrador, dándole a la pobre un codazo en un costado mientras lo hacía.

—Ven, vamos afuera—Le ordenó a Galen agarrándolo del brazo con la intención de conducirlo hacia la puerta. Sin embargo, éste no se movió ni un centímetro de su sitio. Parecía una estaca clavada en el suelo—¡Muévete!

—No—exclamó él simplemente—Aun me quedan unas preguntas que hacerte y no me iré de aquí hasta que me contestes.

—¿Te estás dando cuenta del ridículo que estás haciendo? O sea ¿Acaso te volviste loco?

—Segunda pregunta—La interrumpió bruscamente—. ¿Cuántos meses de embarazo tenías cuando abortaste al hijo de Rommel?

—¡Galen, por favor! ¡La gente nos está viendo!—Melissa miró a su alrededor. No era muy tarde por lo que todavía no llegaba el gerente ni había mucha clientela, aunque la poca que había sí los estaba viendo, y cuchicheaban.

—Tú fuiste la que no quiso platicar ahí afuera, así que ahora te aguantas. Te recuerdo que mientras más pronto me respondas, más pronto me iré.

—Tenía muy poco tiempo, como un mes o algo así, ¿contento?

—No. Tercer pregunta: ¿Tenía nombre?

—¿Quién?

 

—¿Hola? ¿Pues de qué estamos hablando? —Galen rodó los ojos—. Pues del bebé que abortaste desde luego.

—¡No! ¡No tenía nombre! ¡Rommel no lo quería y nunca lo discutimos!

—Qué raro porque, no sé, justamente ayer encontré esto—el chico se tomó un momento para sacar de la mochila el cuaderno maltratado de la noche anterior—. Es un cuaderno que estaba en la mochila de Rommel (la dejó ayer en mi casa después de que peleamos)--lo sujetó entre sus manos con cuidado y comenzó a hojearlo frente a Melissa—; adentro tiene un montón de cuentos que Rommel escribió para ese bebé que tú abortaste. Oh, y mira el título del cuaderno—Lo cerró señalando la portada—: “Para Natalia, mi princesa” ¿Por qué crees tú que habrá escrito esto?

Melissa ya para este punto había comenzado soltar lágrimas. Ese era quizá su mejor truco, no obstante, Galen no volvería a caer más nunca en él. Sin chistar, luego de una pausa en donde ella no dijo nada, continuó—: Creo que tiene que ver con esto—Deslizó por entre las frágiles páginas del cuaderno la hoja de ecografía, para mostrársela de igual manera—. Es un ultrasonido. Aquí indica que por lo menos este bebé tenía cuatro meses y ¿Sabías tú que los fetos de cuatro meses ya tienen brazos, piernas, corazón y tienen definido el sexo? Pues este feto era niña, y tenía un nombre, que está escrito aquí también—le señaló las palabras en lápiz que Rommel había escrito sobre la hoja—, se llamaba Natalia, y tú la mataste.  

—Cállate—Empezó a sollozar fuertemente —¡Yo le hice un favor a Rommel! ¡Era lo mejor para los dos! ¡El estúpido quería que tuviéramos a la niña! ¡Qué clase de futuro iba a tener yo!

—Una última pregunta—volvió a cortarla con frialdad—¿Disfrutaste el sexo anal con mi hermano? —Los cuchicheos se intensificaron—. Porque no creo que te haya dolido. No creo que sea la primera vez que lo haces. ¿Es así como no te confundes de quien es el padre de los fetos que abortas? Lo haces normal con tu novio y por el ano con todos los demás.

—¡LARGATE DE AQUÍ! —Explotó ella, con su rostro desfigurado por la furia. A tientas agarró una grapadora que se encontraba sobre el mostrador y se la aventó. Aunque ver que el joven la esquivó pareció enardecerla aún más—¡QUE TE LARGUES! ¡LARGATE IMBÉCIL! —Le gritaba aventándole todo lo que tenía a la mano, lo cual incluía el par de preciosos zapatos que Karen le había mostrado un poco antes.

Nadie se animaba a meterse entre los dos. Ni siquiera Karen, o el gerente, quien acababa de llegar sólo para toparse con tan comprometedora escena.

—Sólo una cosa más, mi vida. Por si no había quedado claro antes, ya terminamos—Y con esa frase recién salida de sus labios, Galen salió por la puerta, cerrándola tras de sí.

Escuchó un fuerte estruendo estamparse contra esta una vez estuvo afuera y unos gritos provenientes de adentro que le fue casi imposible pasar por alto.

—¡TE VAS A ARREPENTIR! ¡TE LO JURO POR DIOS QUE TE VAS A ARREPENTIR! ¡NO SABES QUIÉN ES MI HERMANO! ¡NADIE ME HACE ESTO A MI! ¡NADIE ME HACE ESTO A MI! ¡NADIE! ¿OISTE? ¡NADIE!

 

*

 

El chico se alejó de ahí apresuradamente, con el corazón latiéndole cual si hubiera corrido un maratón. No estaba seguro de haber hecho lo más correcto, pero se sentía demasiado bien como para arrepentirse. Por fin las cosas caían por su propio peso, cada pieza colocándose en su lugar.

Aunque sin Rommel a su lado, la victoria no le parecía que estuviera completa. Realmente no sabía dónde poder encontrarlo, aunque si de algo estaba seguro era que volvería por su mochila. Eso era quizá lo único rescatable de todo el asunto.

Comenzó a pensar que le diría cuando lo viera. Supuso que podría empezar al menos con un "discúlpame". Sí, eso sería lo mejor...

En eso estaba cuando al pasar frente a la rueda de la fortuna en la Alameda, un inconfundible aroma a waffle recién hecho lo deleitó. El olor provenía de la heladería, pues seguramente en ese instante estaban haciendo los deliciosos barquillos de vainilla.

Y fue automático, Galen comenzó a pensar en un delicioso helado de chocolate, de esos que traen almendra y malvaviscos «¿cómo se llaman? ¡oh, sí! rocky road» se le antojaba en particular ese que tenía trozos de chocolate amargo y galleta; y sobre ese uno de menta con chocolate, o tal vez un banana split, con nieve de pay de queso, cereza negra y choco chips, todo esto claro con crema batida, granillo de chocolate y nueces. Ya se lo estaba saboreando.

Decididamente llegó a la nevería, ya tenía inclusive preparado su billete y la orden en su mente cuando, en una de las bancas de enfrente, se topó con una pareja que no dejaba de comerse a besos. De principio la escena le llamó la atención porque la chica tenía el cabello pintado de un azul metálico, como si fuera alguna especie de algodón de azúcar extremo, pero no fue esa mujer de mal teñida cabellera lo que en seco lo frenó en la puerta, sino la persona que la acompañaba.  Rommel.

Galen se quedó estupefacto, tenía una mezcla de sentimientos. Por un lado sintió alivio de ver a Rommel y por el otro tuvo la sensación de que una parte de él se carcomía dolorosamente. No se percató que clavo su mirada en ellos y fue finalmente que salió de su trance cuando ella comenzó a gritarle

—¡Hey! ¡¿Que estas mirando?! ¡Piérdete perdedor!

Rommel también lo había volteado a ver, pero Galen no pudo evitar el lanzarle una mirada de reproche. Sabía que Rommel no lo querría de esa manera pero no se sentía listo para mirarlo estando así con alguien. No supo qué más hacer, así que salió corriendo de ahí con el alma hecha jirones y de ese modo su oportunidad de hablar con él se fue consigo.

Corrió hasta que sintió que era absurdo correr más. Todavía se encontraba cerca de la alameda pero más cerca aun de la plaza de armas.

Con nostalgia recordó como todo había iniciado en ese lugar. Él vendiendo dulces, Rommel descifrando su juego de ingenio que irónicamente, era una flecha que atravesaba un corazón. Quizá desde ese día Rommel lo había flechado sin que él mismo se diera cuenta.

Tontamente al poner un pie en la explanada y ver hacia el quiosco, le hizo querer buscar esa banca. Su banca. La banca de ellos dos.

No sabía exactamente qué haría cuando llegara a ella. Quizá su plan era sentarse durante toda la tarde, mientras se enfrascaba cada vez más en su desdicha. No era algo que lo hiciese sentir bien. De hecho, todo lo contrario, pero Galen no sabía cómo afrontar sus propios problemas. Su padre había sido el único apoyo que necesitó durante años. Cuando los demás niños de su salón se burlaban de él, o cuando su propio hermano hacía algo mezquino en su contra, podía contar con su papá para reconfortarlo.

Su papá decía que pese a sus terrores nocturnos él no necesitaba un psicólogo. Sólo necesitaba un poco más de apoyo de su parte. Y parecía desvivirse por él. Era quizá por esta razón que cuando las cosas se ponían realmente difíciles, a la mente de Galen acudía el recuerdo de su padre, opacado por ese resentimiento que tenía contra él por haberse ido.

Una vez llegó a la banca, se percató que entre la pata metálica y el piso estaba atrapada una carta de poker. Le pareció peculiar, la gente no va por ahí tirando cartas de poker al aire, por eso la recogió. Mirando con cierta curiosidad que se trataba de un cuatro de tréboles, y no sólo eso, sino que era una carta especial porque tenía impresa la imagen de Shiryu, el caballero del dragón. Su caballero de bronce favorito.

Se sentó en la banca entonces, observando el naipe, como intentando encontrarle una explicación mística. Y cuando la encontró alguien se puso frente a él, haciéndole sombra.

—¿Sabes? Algo me decía que te encontraría en mi banca.

Cuando Galen volteó a mirarlo, le pareció que el sol le hacía brillar el rostro de una manera diferente, e incluso el viento le alborotaba los cabellos de forma especial.

—Rommel...

Este tranquilamente se sentó a su lado, y sin ningún tono en su voz que denotara enojo, simplemente le preguntó—: ¿Qué vas a hacer con esa mochila?

—Devolvérsela a su dueño—respondió él sin siquiera pensarlo dos veces.

—Genial, el dueño se pondrá muy feliz si haces eso—le dedicó una pequeña sonrisa.

—Eso creo... Aunque me da flojera buscarlo, ¿crees que pudieras dársela tú?

—Sí, sólo dámela--dijo, y Galen de inmediato lo obedeció, entregándosela. Ya que Rommel la tuvo entre sus manos, el rubio se encogió de hombros y bajando la cabeza expresó con una voz muy afligida:

—Perdón por... todo.

—Nah, no importa.

—No, es en serio de seguro te la pasaste muy mal, lo lamento en verdad.

—Es en serio no pasó nada, sé que actuaste así influenciado por Melissa de alguna forma.

—Aun así no es excusa, actué como un patán en serio me siento muy mal por lo que pasó.

—Ya, no hay problema, además pegas como niña—Le contestó Rommel y en ese momento, abrazó a Galen por el hombro.

Notas finales:

:) 

Este capítulo me gusto en lo personal, espero también a ustedes. 

Dios quiera que tengan ganas, tiempo y paciencia para ponerme su opinión, lo agradeceré mucho ! :)


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