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EL MAL CAMINO por Galev

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Notas del capitulo:

Hola gente! De nuevo perdón por la tardanza. Se que much@s esperaban la actualización, pero Dios que en serio no tienen ni idea de todo lo que batallé esta vez.

Entre trabajos, mi TESIS, mi TESIS... D: y luego como que se me fue la inspiración, el capitulo lo escribí más de dos veces porque no expresaba lo que yo quería... La primer versión estaba padre, pero yo la odie, la odie con toda mi alma, aaaaahhhhhh porque de plano era tan tan dramatico.... Drama, drama everywhere ! y no me gustó, se me atascaban las palabras, de plano no salían... 

Espero que les guste en serio y prometo que no tardaré tanto esta vez jejeje

 

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No hay advertencias. 

Capítulo XXIII: La puerta prohibida

Escuchaba sus propias palabras a medida que estas iban brotando de sus labios; apiñándose para dar lugar a oraciones amargas que hacían que la garganta le escociera y los ojos se le cubrieran de lágrimas. Nunca pensó que hablar sobre su vida le provocaría ese efecto tan odioso. «Sí quieres llorar hazlo, güey» le había dicho Rommel un poco antes, con un gesto comprensivo, sin embargo, él no se permitió verter sus lágrimas; sólo elevó la vista al cielo —que en ese momento semejaba un lienzo azul pintarrajeado a brochazos de nubes blancas—conteniéndose las ganas de romper en llanto, hasta que sintió que podía continuar desahogándose. 

Le contó que Melissa lo engañaba con Aarón; también sobre el desprecio que sintió por parte de su madre, y duró un buen rato expresándole el terrible miedo que le acarreaba pensar que su tita moriría. Todo el tiempo su amigo lo había escuchado con paciencia, hablando solamente para dedicarle frases de aliento. Reconfortar no era algo a lo que pareciera estar habituado, aunque sin duda hizo un gran esfuerzo por tratarse de él. Galen no lo notó al instante, pero cada palabra lo liberaba un poco más; había inclusive enderezado la columna, como si acabara de deshacerse de una enorme laja de piedra que llevaba cargando. Desde luego, sus problemas seguían estando ahí, pero saber que volvía a tener alguien en quien apoyarse había logrado renovar su fortaleza. 

—Y, no sé, ¿puedo preguntar qué te pasó a ti?—le cuestionó un tanto apenado, cuando llegó a la conclusión de que Rommel seguramente tenía suficientes problemas propios como para seguir lidiando con los suyos—. No te ves muy bien tampoco.

Su amigo lanzó al aire un largo suspiro y dijo:

—Cuatro tipos me asaltaron anoche, después de irme de contigo. Aunque bueno, al menos me salvé de que mi jefe me acabara de tranquear más todavía. Yo creo que ahí sí me hubiera matado.

 

—¿Es en serio?

 

—Dúdalo, güey. Es que no sabes cómo es él de ojete—su tono tranquilo se tornó enfadado por un momento, aunque después volvió a la normalidad cuando expresó—: Pero ya, no quiero acordarme ‘orita de ese pendejo, hoy me ha ido muy bien.    

 

—¿Ah, sí?  

 

—Sí. Hasta ahora ha sido un buen día. Recuperé mi mochila y además, bueno, está Dany.

 

—¿Dany?—preguntó haciéndose el desentendido. 

 

—Sí, la chava de pelo azul con la que ahorita estaba. La conocí hace rato en el árcade, es chidilla. 

 

—Oh, sí. La de los pelos raros con la que te andabas besuqueando—inconscientemente Galen dejó que su tono se empapara con una nota de fastidio.

 

—Ándale, esa mera. La neta que me hubiera gustado presentártela. Es de esas locas chidas; se me hace que podría caerte bien. 

 

En respuesta, Galen torció un poco la boca con un gesto agrio, antes de decir—: Pues no  estoy muy seguro; siempre he pensado que ese tipo de gente, con los pelos pintados de colores locos, lo único que buscan es llamar la atención. 

 

—Nah, a mí se me hace que ella no es así. Se ve que es diferente, no es la típica chava apretada. Te digo, está loquilla, tiene un no sé qué que me gusta. Será que nunca había conocido a una chava como ella—dijo esbozando una pequeña sonrisa. 

 

Galen no respondió nada esta vez. Empezaba a sentir como de nuevo, una mezcla de tristeza y odio le apuntalaba el corazón. De alguna manera era algo que no podía evitar. Tan sólo imaginar que una chica salida de la nada tenía más posibilidades con Rommel que él le carcomía por dentro. Era demasiado cruel.

 

—Pero bueno—su amigo volvió a hablar al cabo de un rato—, no es como si estuviera ya pensando en decirle que sea mi novia o algo por el estilo, la acabo de conocer y pss sí, se me hace bonita. Es todo—volteó a mirarlo con una mueca divertida al añadir—: Ya, no es necesario que te pongas de celosita. Sabes que soy sólo tuyo, Galen. 

 

—¡Ay, bájale! No estoy celosa—Apretó los ojos con fuerza— ¡celoso!—corrigió de inmediato. 

Lo que Rommel dijo había sido una broma, claro está. Aunque eso no quitaba que haber escuchado aquellas palabras le había provocado mariposas en el estómago. Una parte de él ansiaba poder responderle que él también era suyo, pero ello habría sido una estupidez. 

 

—Oye, güey. ¿Tu casa está sola?—la pregunta surgió luego de que ambos dejaran morir las bromas. Rommel quería bañarse y Galen estuvo de acuerdo en que —¿por qué no?— podía hacerlo en su casa. Supuso que sería una buena forma de demostrarle que podía contar con él. 

 

*

 

El ambiente fresco de su hogar fue lo primero que Galen notó al abrir la puerta. Algo normal considerando que nadie había prendido la estufa desde la tarde del día anterior. Su mamá no parecía haber llegado; y tampoco había rastros de Aarón o del desagradable olor a carnicería que lo acompañaba, por lo que dilucidó que efectivamente no había nadie en la casa, además de Rommel y él, obvio. Éste primero no tardó en meterse a la regadera, mientras él, quien se había ofrecido a buscarle un cambio de ropa limpia —puesto que no le agradaba la idea de que su amigo  después de bañarse tuviera que ponerse la misma ropa sucia de antes— había ido a su habitación para esculcar en su ropero.  

 

Para esta tarea lo entretuvo el hecho de que Aarón, quizá por descuido, o por alguna otra razón inentendible, había tirado el colgadero del closet que compartían, por lo cual todas las playeras, camisas y pantalones se hallaban regados sobre el piso del mueble.

Le costó mucho trabajo volver a colocar la vara de madera en su sitio, y ordenar de nuevo su ropa —la de Aarón podía seguir quedándose tirada—. Y en eso estaba cuando Rommel apareció atravesando la puerta de su recamara, escurriendo de cabeza a pies, aunque quizá lo más notorio del asunto era que, aunque llevaba una toalla, no la estaba usando precisamente para cubrirse, sino para secarse el cabello, dejando completamente a la vista su cuerpo desnudo.

Lo saludó con un "hey" que traía consigo toda la naturalidad del mundo, tal como si lo hubiera visto en la calle. Y entonces simplemente se sentó en la cama de Aarón —por ser esta la más cercana a Galen— para continuar secándose.

 

Rommel probablemente no lo notó, pero Galen se le quedó mirando fijamente, boquiabierto. La sangre le había comenzado a hervir en las mejillas. Tenía la sensación de que su cuerpo empezaba a calentarse rápidamente. No era sólo por tener aquel cuerpo sin ropa frente a él, sino además una angustia la cual lo asaltó.

 

—¿Qué?—Lo cuestionó el antedicho al percatarse de aquella mirada insistente sobre él que por poco lo traspasaba.

 

—¡¿Qué de qué?! ¡Pues qué te pasa, güey! ¿Por qué saliste así? ¡Qué tal si ahorita llegara mi mamá, o Aarón!—exclamó él descompensado, sin poder disimular su sonrojo.

 

—Pues por eso te pregunté que si estaba sola la casa.

 

—Pues sí, pero no sé hasta qué horas vaya a estar sola—le rebatió molesto, arrojándole de inmediato las primeras prendas que pudo tomar—. Ya, ten esto, vístete. 

 

Le pasó por un lado antes de abandonar la recamara con rapidez, cerrando la puerta de golpe, para encaminarse rumbo la sala, donde se sentó dejándose caer sobre en uno de los sillones. Esto último le había provocado algo de dolor, ya que sentía como si de pronto su pantalón le ajustara en la entrepierna, aunque sabía de sobra que más bien se trataba de su miembro viril, el cual se había hinchado ligeramente respondiendo a la imagen que momentos antes tuvo frente a sus ojos. Esa imagen del cuerpo desnudo y húmedo de Rommel aún estaba fresca dentro de su mente. Tanto así, que al cerrar los parpados, podía ver de nuevo la línea nítida de su pliegue inguinal difuminándose sobre el pelo púbico de sus genitales. Era terrible, pero a la vez inevitable el efecto que aquello producía en él. Lo llenaba de culpa y vergüenza. No se suponía que eso debiera sucederle al ver el cuerpo de otro chico sin ropa.

 

—Maldita sea—murmuró para sí mismo, colocándose un cojín sobre el regazo, tratando de alejar los morbosos pensamientos de su mente. Para su fortuna, no era una erección muy marcada la que tenía entre los muslos, por lo que para cuando Rommel se encontró con él en la sala, ésta ya había desaparecido completamente.  

 

Le echó un vistazo. La ropa que le había dado se veía extraña puesta en él. Como si Rommel quisiera repentinamente convertirse en otra persona. En una persona elegante y preocupada por su apariencia. Estuvo tentado a hacerle un comentario, hasta que al fijarse en su rostro notó que su acompañante no parecía estar muy contento. Mantuvo un semblante inexpresivo desde que apareció por el pasillo, hasta que se sentó a un lado suyo en el sillón; haciendo que Galen se sintiera súbitamente bastante incómodo. Comenzaba asustarlo el pensamiento de que quizá Rommel había notado su erección. Pero no tardó en percatarse que no era así. Entre sus manos, Rommel sostenía una hoja de papel rayada. No le fue necesario verla mucho para suponer de donde pertenecía. Era una hoja del cuaderno ese donde tenía escritos los cuentos para su hija, el mismo cuaderno despastado que estaba dentro de la mochila. Rommel había descubierto la hoja tirada al borde de su cama, en la recamara. Lo más probable era que ésta había caido del cuaderno la noche anterior, cuando Galen fisgoneó entre sus cosas, y ahora él lo sabía.      

 

—Realmente tuviste que esculcar la mochila para ver que no me hubiera llevado nada de tus cosas, ¿verdad?—lo escuchó expresar después de un rato de sólo mirar hacia el papel. Su tono de voz parecía una combinación entre enojo y desencanto. 

 

—¡No!—exclamó él de inmediato—No fue por eso, bueno... No del todo—admitió, viendo hacia abajo, con una vocecilla que apenas si podía escucharse, sumamente avergonzado—. La verdad es que tenía curiosidad… yo siempre te estoy contando cosas de mí y siento que no se mucho de ti. Sé que no es excusa, en serio me da mucha pena, perdóname…

 

Rommel se quedó un momento quieto, frunciendo un poco los labios, pero sin hablar. Quizá estaba meditando acerca de qué hacer. A Galen le dio la impresión de que lucía como su padre cuando su hermano o él hacían una travesura y contaba hasta diez en su mente. Finalmente, le dirigió una mirada cansada, suavizando las facciones y encogiéndose de hombros para decirle: 

 

—Bueno, ya, no hay pex. 

 

—¿Me perdonas?—le preguntó él con sincero arrepentimiento, pensando en que habría podido ser capaz de hincarse a los pies de Rommel si este se lo hubiera pedido. 

 

—Sí, sí, ya te dije que no hay pex—insistió su amigo, restándole peso al asunto—. Na’más que, güey. Si quieres que te cuente cosas, pos na más pregúntame, cabrón. No que pareces una pinchi vieja celosa ahí esculcándome. Es más—agregó como en un arranque—, dime ‘orita qué quieres saber de mí, y te lo cuento.

 

—Pues… Este—Galen comenzó algo nervioso debido a lo repentino que fue todo eso. Pero al mismo tiempo, con una emoción naciente dentro de su pecho al ser aquella la primera vez que la puerta a las cosas privadas de Rommel se había abierto para él—… Por ejemplo nunca me has contado nada de tú papá, o del bebé que esperabas con Melissa.

 

Rommel subió los pies al descansabrazos, recargándose en el respaldo antes de empezar.

—A ver, ¿pos qué puedo decir de mi papá?—fingió meditarlo un poco—. No tiene nada de especial, es un pinche viejo borracho que nada más se la pasa cagándome la vida...

 

Le contó que desde que su madre falleció, siendo él todavía un niño muy pequeño, su padre lo había obligado a servirle en casi todos los aspectos. Prácticamente lo había arrojado a las calles a conseguirle dinero para sus tragos, pidiéndole semanalmente una cuota que debía de cumplir, y por si eso fuera poco, también era él quien debía de prepararle la comida, lavar y planchar su ropa y, en general, encargarse de toda la casa. Su amigo le confesó, sin ningún tipo de sentimiento en la voz, que siempre había sabido que Marcos lo odiaba —aparentemente éste pensaba que la vida de Rommel no era más que un accidente producto de una noche de calentura—, pero que era algo que le tenía sin cuidado ya que él también lo odiaba. No era para menos, realmente. Marcos, aparte de lo anterior, solía violentarse con demasiada frecuencia. Estuviera o no ebrio, cada cierto tiempo, le propinaba una paliza que lo dejaba bastante mal parado. En una de esas, Rommel recordó cómo le había roto una botella de tequila en el rostro, razón por la cual ahora, años más tarde, aún seguía teniendo esa cicatriz atravesándole la ceja. Y sí, Marcos era bruto, increíblemente bruto como para tener a un niño bajo su cuidado. 

«Y por qué no lo denuncias?», Galen le había preguntado en alguna parte del relato, sin embargo, la contestación era quizá lo más triste de todo «Porque no puedo». 

Según lo que pudo entenderle, Marcos, a pesar de ser un donnadie, tenía amistades influyentes que podían tenderle una mano para salir impune de cualquier problema legal que tuviera. De modo que hacer algo en contra de él ni siquiera valía la pena. 

 

Después, cerrando el tema de su padre, Rommel abordó acerca del bebé suyo que Melissa esperaba. Ese era un asunto mucho más complicado, según parecía. 

Respecto a eso, comenzó por señalar que Melissa y él habían comenzado salir no precisamente por tener mucho en común ya que, en realidad, en lo poco que coincidían era que a ambos les gustaba tener sexo; prueba de ello era que comenzaron a tener relaciones antes de si quiera ser una pareja. Y nunca utilizaron preservativo. Esto trajo como consecuencia que ella quedara embarazada de él, o al menos eso era lo que ella afirmaba porque, hasta donde Rommel sabía, el bebé pudo o no haber sido suyo. Pocos días antes de que ella le dijera lo de su embarazo, él la había descubierto besándose con otro hombre, algo que en un principio lo hizo mostrarse renuente a creer que el bebé había sido fruto de su semilla. Sin embargo, la constante insistencia de Melissa, logró por convencerlo para asumir su paternidad, de manera que le dio su palabra de apoyarla en cualquiera que fuera su decisión al respecto. Al final, Melissa decidió tener al bebé, sin embargo, esto acarreaba otro inconveniente y eso era que ella, al ser una "chava bien" —Rommel había pretendido hacer el par de comillas con los dedos al decir el apelativo— no podía tener un hijo fuera del matrimonio. Esto básicamente empujó a Rommel a pedirle casarse con él. Pensaba que una simple boda por el civil sería suficiente, pero se equivocó, Melissa simplemente aborreció la idea. ¿Y cómo no? Su sueño de toda la vida  era tener una boda de estilo telenovelesco; fantaseaba con una iglesia ataviada de adornos de flores, un vestido blanco de cola larga y una fiesta increíble. Aunque eso no terminaba ahí, oh, no. Melissa también quería tener una casa propia. 

No importó cuantas veces Rommel tratara de convencerla de que aquello no era algo dentro de sus posibilidades, ella siempre llegaba a la misma respuesta «De verdad yo no quiero abortarlo, pero parece que tú no me estas dejando otra opción». Ante esto, él, ya rendido, le preguntó cómo podía conseguir tener el dinero para sus ridículas condiciones y fue entonces cuando ella sacó a su hermano Saúl a la conversación. Ella le dijo que Saúl estaba interesado en que Rommel trabajara con él en un negocio muy rentable de "autos o algo así", junto con otros varios compañeros suyos. Si lo hacía, Saúl se encargaría de arreglar todos los problemas que les surgieran para la boda, como por ejemplo, la firma que necesitaban del tutor de Rommel para que éste pudiera casarse. El dinero correría por su cuenta y no sólo eso, también les conseguiría una casa a los recién casados. Todos felices, ¿no? Aparentemente así sería. Lo malo fue que cuando Rommel por fin se enteró de que el negocio de "Autos o algo así" de su futuro cuñado era en realidad "autos, los robamos, revendemos, además que extorsionamos a los dueños de los puestos de las plazas del centro", él ya estaba tan endemoniadamente endeudado con él, que salirse habría sido una idea tan pésima como suicidarse.

En el negocio de Saúl, mejor conocido como “la banda del Mosca”, Rommel había dado los primeros pasos de su vida delictiva. Descubrió, que al trabajar con él, contaba con una manera de obtener dinero muy rápida y relativamente sencilla. Aunque también, que poco a poco, dejaba de lado su humanidad para dar paso al monstruo que hasta entonces se hallaba encerrado dentro de él. Cada vez que una víctima de extorción se negaba a cooperar, él lo golpeaba con una ira que parecía provenir desde lo más profundo de su ser. Le asustaba dejarla salir, a la par que lo disfrutaba. Se ganó el apodo de “Lobo” allí, no sólo por la máscara que le cubría la cara, sino también por la ferocidad con la que solía abordar a sus asediados. No pasaron muchos meses para que también se revelara otro lado obscuro de este negocio. Los compañeros de la banda solían rotar seguido, ya que en ocasiones, peleas con otras bandas rivales les costaban la vida. En la misma banda había altercados violentos. La mayoría se debían a que Saúl, alias el Mosca, no era una persona muy estable de carácter, y cuando alguno de los integrantes cometía una falta, él mismo se encargaba de hacérselo pagar. Una vida así, acarreaba por sí sola una pesada carga en el alma, que siempre lo hacía sentir culpable. Su único motivo para salir adelante, era irónicamente el que lo había metido allí. Su bebé.

Cuando se sentía derrotado, pensaba en eso. Trataba de imaginar cómo sería su hijo. Ocupaba su tiempo creando historias y canciones que entretendrían al niño cuando naciera. Todo lo que hacía, estaba encaminado a que su pequeño creciera dentro de un amoroso seno familiar. Sabía que nunca podría ser el mejor padre, no obstante, luchaba para no terminar siendo uno como el suyo.

Para el segundo mes de embarazo de Melissa, estaba arreglada una buena parte de los preparativos de la boda, y la casa ya estaba comprada. Recientemente se habían enterado que el bebé era una niña, y Rommel estaba tan ilusionado que le había comprado de una vez una pequeña cuna, una almohadita y frazadas, además de muchos muñequitos de peluche. Había gastado también en biberones y pañales. Marcos no tenía ni idea de por qué de pronto su hijo parecía estar siempre tan alegre y soñador. Rommel pensaba que por fin podría librarse de él cuando formara su propia familia. ¡Qué error tan grande! Muy tarde ya, las cosas se vinieron abajo cuando cerca del quinto mes de embarazo, Melissa desapareció repentinamente durante unos días. No respondía llamadas, y nadie tenía idea de dónde estaba, ni siquiera su madre, supuestamente... Fue cuando volvió a verla, que descubrió que ella ya no estaba embarazada; resulta que había ido a una clínica clandestina a que le practicaran un aborto con el dinero que él le había dado para pagar las consultas de su obstetra. ¿La razón? Lo había estado pensando y había llegado a la decisión de que no tenía ganas de lidiar con un bebé. Su cuerpo se estaba descomponiendo y eso no le agradaba en lo más mínimo, además de que no quería casarse aún. Sentía que todavía era muy joven como para arruinar su vida de esa manera. Según ella era lo mejor para los dos…

 

El chico se quedó por un instante sin decir más, la voz se le había quebrado un poco y los ojos cubierto de venillas delgadas. Galen pensó que lloraría, él mismo se sentía a punto de hacerlo también, pero Rommel no hizo; sólo dio una respiración honda antes de continuar diciendo que pese a que él dejó a Melissa después de eso, al Mosca no le importó ya que siguió cobrándole el dinero de la casa y de todos los preparativos de la boda que ella había cancelado. De forma que continuó en la banda, hasta que de verdad le fue imposible seguir aguantándolo, cosa que sucedió después de que secuestraran a Galen.  

 

—Entonces… ¿es por eso que robas?—le preguntó éste último, con una voz compungida, una vez que Rommel terminó de hablar.

 

—Sí, güey ¡cómo me fui a meter en esta mierda!

 

Galen recargó su mano cerrada sobre su boca, mirándose muy pensativo. Quería encontrar alguna forma de resolver sus problemas o ayudarlo tan siquiera un poco, pero no sabía cómo hacerlo. ¡Se sentía tan mal por él! Deseaba al menos poder abrazarlo.

 

—Tiene que haber alguna manera de salir de esto—dijo como tratando de convencerse a sí mismo, más que al propio Rommel—. No puedes seguir robándole a la gente, sólo te estás arriesgando a que te atrapen.

 

—Nah, no lo van a hacer—masculló su amigo con ligereza.

 

—Rommel, es en serio, ya hay gente buscándote—Exclamó, recordando lo que el doctor Adam le había dicho en la mañana—, eso ya se está volviendo peligroso. De hecho creo que deberías dejarlo, al menos por un tiempo.

 

—Nah. No pasa nada, yo sé lo que hago, no te apures.

 

—¡No, si me apura! ¡No quiero que te vayan a meter al bote o algo así! ¡Tenemos que encontrar otra forma!—alzó la voz en esta ocasión.

 

—Galen, Galen ¡shhhh! cámara güey—Rommel le habló despacio, extrañado, intentando relajarlo—. Tengo un plan.

 

—¿Qué?

 

—Pues mira, la verdad es que para qué hacernos pendejos, nunca le voy a poder terminar de pagar al Mosca. También ya estoy hasta la madre de Marcos. Tengo algo de dinero ahorrado, no es mucho, pero con un poco más que junte, me voy a ir lo más lejos que pueda, para empezar desde cero en otra parte.

 

Galen no podría jamás haber descrito lo que sintió en ese momento, como si, sin aviso previo, un rayo le hubiera aterrizado sobre la cabeza, o como si el piso bajo sus pies acabara de derrumbarse. ¿Rommel acababa de decir que planeaba irse de la ciudad? Las palabras lo habían prácticamente noqueado. A tal grado que le fue imposible hablar por un momento. Y finalmente cuando se recuperó, actuó con una preocupación digna de una madre.

 

—P-pero... No... No puedes irte así... ¿Te irías tu solo? ¿Cómo le vas a hacer? ¿Tienes a alguien con quien quedarte?

 

—¡Güey! Si ni quiera sé a dónde voy a ir, tú crees que tengo a alguien con quien quedarme. Yo creo que los primeros días voy a tener que dormirme de plano en la calle, pero ni pedo, no será la primera vez que lo hago.

 

—¡No Rommel!—A Galen no pareció importarle perder la compostura— ¡No puedes irte! ¡Tú dijiste que éramos compas! ¡Compadres, güey! ¡Los compadres no se abandonan así! ¿Me vas a dejar solo?

 

—¡Galen! ¡Shhhh! Ya güey, cálmate. Sí, somos compas. Por eso si me voy no significa que ya no nos vamos a ver nunca jamás. ¡Claro que nunca te dejaría así! Podríamos seguirnos hablando, por correo o algo, me conecto en un café internet, ¡qué sé yo! ya de perdis por mensajitos del celular.

 

Galen no dijo nada, sólo volteó a mirar a otra parte, con una expresión taciturna opacándole el azul de sus ojos.

 

—¡Ya, güey! ¡Ni te hubiera dicho nada! ¡Te comportas como si me fuera a ir mañana! Todavía ni sé bien qué pedo. Me gustaría que...

 

—¿Qué?

 

—No nada, olvídalo.

 

—Dime.

 

—Nada, que me gustaría decirte que me acompañaras, pero sé que tú sí tienes gente aquí que te quiere. Por eso entonces mejor no...

 

Galen permaneció serio, aunque había cierta chispa en sus ojos, que indicaba que seguía dándole vueltas al asunto. Daba la impresión que la idea de escapar con Rommel había causado mucho revuelo dentro de su mente. Pero que sólo la posibilidad de abandonar a su madre y a su tía fue suficiente para desanimarlo.

—¿Y si encontrara la manera de solucionar las cosas? —le preguntó luego de mucho pensar, con una voz determinada—¿Podría hacer que te quedaras?

 

—Supongo, aunque está cabrón. 

 

Por unos cuantos instantes, un silencio algo incómodo los rodeó. Se notaba que Galen deseaba seguir indagando sobre el asunto, pero no Rommel. Este ya lucía algo fastidiado, aunque no lo denotó abiertamente. Disimuló mirando hacia el reloj y, antes de que el rubio pudiera decir otra cosa, le propuso que prendieran la televisión, pues a esa hora seguramente estaban transmitiendo el programa de “Dragón Ball Z”.

Él estuvo de acuerdo al ver la expresión hastiada de su acompañante, sugiriendo a su vez que fueran a la recamara de su madre a ver la televisión, puesto que era la que recibía la mejor señal del “canal 5”. Una vez ahí, los dos se recostaron sobre la cama y encendieron la T. V. sólo para darse cuenta, luego de una larga serie de comerciales, que efectivamente se estaba transmitiendo un capítulo de Dragon Ball Z, pero que éste, además de ser un capítulo repetido, era uno que a ambos les parecía aburrido.

 

No pasaron ni quince minutos cuando Rommel comenzó a roncar, mientras que Galen —quien tenía el sueño igual de atrasado— no paraba de bostezar, intentando no quedarse dormido, fracasando al final en el intento.

Sin duda fue extraño que recién cerrara los parpados, el sonido de fondo de la televisión y todo lo demás simplemente se extinguiera, y una imagen vivida cobrara realismo frente a sus ojos, como un evento de la vida cotidiana.

Se vio a sí mismo, caminando por un pasillo obscuro. Aunque a diferencia de en la mayoría de sus sueños, sabía perfectamente donde se encontraba. Reconocía el lugar perfectamente, era su antigua casa. Y él en ese momento era un niño todavía. Iba por un vaso de agua a la cocina que quedaba en la planta baja. Así que descendió por los escalones alfombrados cogiéndose con cuidado del pasamanos. Esas escaleras siempre le habían dado un poco de temor, aunque realmente habría podido ser capaz de bajarlas con los ojos cerrados. Estando abajo, en el comedor, miró por el gran ventanal que daba al jardín de atrás. Afuera sólo podían distinguirse algunas sombras, y los arboles negros meciéndose con el viento. Era una noche de tolvanera, de esas de semana santa, y las hojas secas bailaban haciendo ruido; los cristales vibraban amenazadoramente. Desde ahí, la cocina se veía tan lejana, tan obscura, peligrosa, como si en ese inmenso cuarto en tinieblas estuviera acechando un monstruo. Solamente esperando agazapado a que un niño ingenuo bajara por un poco de agua a la mitad de la noche. De pronto Galen no sentía que tuviera tanta sed como para arriesgarse a ir a la cocina con el monstruo. Y rápidamente volvió a subir los escalones. Sin embargo, cuando estaba a punto de meterse a su cuarto, le pareció peculiar percatarse que bajo la puerta del estudio se colaba un haz de luz ámbar.

Se acercó a pasos lentos; la puerta estaba emparejada solamente. Decidió tocar un par de veces y esperar. Aunque al no recibir respuesta, se animó a empujarla lentamente, dejando que la luz que había adentro bañara sus ojos ya acostumbrados a la oscuridad. Los entrecerró un poco, antes de mirar al frente, para protegerse de la intensa luminosidad. Lo hizo después de unos cuantos segundos, dejándolo sumamente sorprendido el hecho de ver la pared de madera del estudio, esa que estaba detrás del escritorio de su padre, abierta de par en par.

Galen se frotó los ojos, sin poder dar crédito a lo que veía. Había un cuarto secreto justo detrás de la pared todo ese tiempo... Como en las películas; un pasadizo secreto al cual sólo se puede acceder por medio de una trampilla, pero real. En su casa.

Pudo darle un vistazo rápido. Ese espacio estaba repleto de vitrinas, las cuales se hallaban atiborradas de cosas que a simple vista se miraban valiosas. Trofeos dorados, una escultura de halcón en piedra negra, un narguilé de oro, armas antiguas como las de los vaqueros o piratas, y muchas, pero muchas monedas enormes y relucientes, plateadas y doradas.

Su padre estaba ahí, de pie en medio de la habitación, frente a una de esas bellas vitrinas, colocando dentro, un objeto de oro, que pendía de una cadena. Parecía estar muy concentrado en sus asuntos, hasta que repentinamente se percató de su presencia, lanzando un alarido.

«uff, you scared me big man—exclamó llevándose una mano al pecho con un gesto de alivio.

Entonces, apresurándose a cerrar la vitrina, rápidamente se dirigió a él para decirle en voz baja «This is daddy's secret spot, could you please tell nobody about this?»

Galen solamente atinó a asentir fuertemente con la cabeza. Su padre sonrió complacido, y en ese momento, cerró cuidadosamente la pared del estudio, ocultando a su vez todos aquellos pequeños tesoros de su vista.

«Galen, remember—sintió como su padre lo sujetó suavemente por el hombro. Se llevó un dedo a los labios—¡Shhh!»

Y con aquella imagen desdibujándose rápidamente, como desvaneciéndose dentro del recoveco más profundo de su mente, justo de dónde provino, despertó.  

 

Lo primero que vio al volver del país de los sueños fue una grieta en el techo, que estaba en medio de una gran mancha amarilla que parecía un patito de hule. Y después, lo segundo, fue a su amigo acurrucado entre las almohadas de plumas de su mamá, profundamente dormido. De inmediato se incorporó de la cama de un brinco. Sentía una enorme emoción corriéndole por sus venas. No podía esperar.

 

—¡Rommel! ¡Rommel! ¡Despierta!—empezó a zarandear a su amigo por el brazo.

 

Al instante, logró que éste abriera los ojos, mirando hacia todas partes como si estuviera desorientado, manteniendo una expresión de aturdimiento en su rostro.

 

—¿Qué? ¿Qué pedo, güey?

 

—¡Ya sé cómo!—exclamó Galen lleno de excitación. 

 

—¿Qué? ¿De qué estás hablando?

 

—¡Ya sé cómo hacerle para que no tengas que irte!

 

—¿A dónde?—le preguntó todavía sin acabar de despertar del todo.

 

—De la ciudad ¡Ya sé cómo le puedes pagar al Mosca!

 

—Achís, pero si no le voy a pagar nada al güey.

 

—Rommel ¡Recordé que mi papá tenía una fortuna en un cuarto secreto de mi antigua casa!

 

—¿De qué mamadas estás hablando, Galen?—Rommel se frotó los ojos con una mano—. Ya, no estés chingando, mejor vuélvete a dormir.

 

—¡No, Rommel, escúchame! Mi otra casa tenía un pasadizo secreto. Bueno, un cuarto oculto en el cual mi papá guardaba onzas de plata y oro. Nadie de la familia lo sabía, sólo mi papá y yo. De hecho, fue un accidente que yo lo supiera, pero lo descubrí metiendo unas cosas a la mitad de la noche ¡Ahí habrá habido una fortuna! ¡Lo acabo de recordar en un sueño!

 

Rommel se sentó en la cama, mirándose más despierto cuando le dijo, en el tono de quien deduce algo obvio:

—Tú lo acabas de decir: en un sueño. Lo soñaste, nada más, güey. La neta eres bien pinche fantasioso, esa es la verdad, además—añadió—, suponiendo que fuera cierto: ¿no me dijiste una vez que tu papá los dejó porque debía mucha lana del otro lado y eso? ¿Qué te hace pensar que no se lo llevó todo?

 

—¡Porque no lo hizo!—respondió de inmediato—, recuerdo muy bien el día en que se fue. Era viernes, mi papá debía regresar para el lunes; sólo llevaba la ropa que llevaba puesta y una maletita bien pequeña donde sí mucho cabía un poco más de ropa y cosas personales.

 

—Galen, además de que fue un sueño, tu papá se pudo haber llevado las cosas de poquito en poquito, y ustedes pudieron nunca haberse dado cuenta.

 

Ante estas palabras, el rostro lleno de ilusión del joven se apagó tan notoriamente como el fuego vivo de una veladora al morir a causa de una brisa.

 

—Sí, supongo que pudo haberlo hecho—dijo en medio de un suspiro triste—. Es sólo que—se contuvo por unos instantes, abochornado—. Nunca se lo he dicho a nadie, pero—parecía estarse dando valor para confesar aquello—… Siempre he pensado que mi padre volverá. Que algo pasó con él y tuvo que dejarnos así, pero que cuando vuelva nos explicara por qué lo hizo, y entonces todos lo perdonaremos y, de alguna forma, regresaremos a ser la misma familia de antes—Galen soltó una risa vacía—… ¡Qué estúpido! ¿No crees? Que a más de dos años de que se fue y no sabemos nada de él yo siga pensando en eso…

 

Al escuchar esto, Rommel pareció sentirse incómodo. Probablemente no sabía cómo actuar. Había un ligero reflejo de compasión o lastima en su mirada, que hizo a un lado al momento de decirle con una voz algo dulce viniendo de él:

—No, no creo que seas estúpido. Tú conocías a tu padre más que nadie más. Tú sabías lo que era capaz o no de hacer. Yo… No sé, creo que si tú piensas que tu padre no se fue porque quiso, entonces yo también, ¿ok?                

 

Galen lo observó por un instante, buscando tal vez alguna señal que indicara que Rommel no hablaba en serio, aunque al no encontrarla expresó:

—Sí. Yo pienso que si se fue así es porque algo malo debió pasarle.

 

—¿Y qué es lo que piensas hacer?

 

—Pues en primer lugar quiero volver a entrar a la casa para saber si es cierto lo de mi sueño. Con lo que hay ahí podrías pagarle al mosca, podría ayudar a mi madre, y no sé, quizá también pueda encontrar alguna pista de qué pasó con papá—le dijo con una voz tan decidida que había logrado extrañar a su yo interno.

 

—Mmm… ¿pero esa casa tiene dueño?—Aparentemente ya había hecho que Rommel se interesara en el asunto.

 

—Se supone que sí. La compraron después de que la embargaron.

 

—¡No mames! ¡Y dices que yo soy el arriesgado…!

Notas finales:

Este capítulo se supone que iba a salir bien rápido porque sólo es como un nexo, que une una cosa con la otra, pero en fin. El siguiente capítulo es el que sí está padre.

Preparence para entrar a una de las partes más intensas de la historia.

El proximo capítulo.

Capítulo XXIV: La casa de los locos (Madhouse)

Un capítulo que augura ser mi orgullo...

 

 

De antemano, gracias por leer y comentar. ! ! ! 

 

Les deseo de todo corazón, una muy feliz Navidad y un año nuevo 2015 lleno de bendiciones !!!!!!!! 


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