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EL MAL CAMINO por Galev

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Notas del capitulo:

Hola!! 

Gente, espero que esten muy bien, sé que les debo una explicación para mi ausencia de casi seis meses. Bueno, la razón es que he andado muy ocupada ultimamente. Todo mi día lo ocupa mi escuela, servicio social, etc. Y pues además, para acabarla de fregar hace tiempo me pasó una cosa que pues me deprimió mucho, y luego otra que acabó de hacerme sentir mal, y pues bueno, estuve bloqueada bien horrible :C 

Pero ya, creo que esa etapa de tristeza ya acabó :) .... lo malo es que sigo estando ocupada, pero pues como ustedes y yo sabemos, teniendo ganas de hacer las cosas, hasta de debajo de las piedras se encuentra el tiempo.

En serio quiero no volverme a perder tanto tiempo, les prometo que haré todo lo posible para poder seguir subiendo capitulos más o menos regularmente aunque los tenga que dividir o bien hacerlos más cortitos. 

Este capítulo es un monstruo, está super largo jajaja... espero les guste!!!

Capítulo XXV: Aguas Locas

 

No bien había descendido el sol por completo, dejando una estela de tonos rojizos y violáceos en el cielo antes de ser engullido por los cerros, cuando ella había comenzado a mirar de soslayo su reloj. Y no era que deseara irse. En verdad le gustaba su trabajo —ya se habría vuelto loca de no ser así, pues vaya que tenía bastante que hacer—, era sólo que no se sentía tranquila, sino de alguna manera preocupada y triste al mismo tiempo. Una mezcla de sensaciones que le estrujaban la garganta, como cuando se está al borde de las lágrimas.

Ella, siempre vestida con su pulcro traje de enfermera y su cabello recogido cubierto por su cofia; ya tiempo atrás había sabido sobrellevar bien la muerte de su hermana mayor, así como la larga agonía y muerte de su madre y posteriormente también la de su padre. Inclusive había podido salir en pie del abandono de su marido. Pero ahora la situación era diferente; no era ella ya la misma persona que en aquel entonces; simplemente su espíritu no era el mismo. Podría decirse que antes había intentado ver la vida con cierto optimismo; pensaba que debería haber alguna pequeña luz aguardando detrás del muro de las tragedias, pero lo único que parecía encontrarse allí era una maraña espesa de obscuridad.

Cuando no era una cosa, era la otra. No había salido de la gran deuda que su esposo le dejó cuando la tía Adela cayó enferma. Porque sí, su esposo le dejó una gran deuda, ¿de qué?...

Nadie más tenía idea, ni sus propios hijos, pero su esposo jugaba clandestinamente. Había sido un hombre excelente, nunca se habría atrevido a negar aquello, sin embargo, bajo esa sonrisa radiante que le arrugaba las esquinas de sus bellos ojos azules, tenía escondido un maldito vicio que acabó por destrozarlo todo. Ella lo había sabido desde el principio, pero nunca hizo nada; tal vez pensaba ‘Hey, Fátima, ¿qué hombre es perfecto realmente?’, además él siempre decía que lo dejaría. Aunque eso nunca sucedió.

Por lo general las cosas se ven mejor desde lo lejos y, en este caso, así parecía ser. Recordaba que estaban en su gran cama King size cuando Eisen se lo propuso, salir de allí, ir a Massachusetts, «cambiar de aire le vendría bien a todos» dijo; además, había una clínica allí, una clínica de rehabilitación que trataba casos de ludopatía como el suyo. En aquel momento pensó que Eisen no habría dicho eso de no ser porque en verdad deseaba cambiar —en ese aspecto era como su padre, que rechazaba todo lo que tenía que ver con psicólogos o aún peor, psiquiatras—, y supuso que lo mejor que podía hacer era tomarle la palabra antes de que cambiase de opinión. Quizá ese había sido su primer error. O mejor dicho, el segundo —su primer error fue el no haberle puesto un alto a Eisen cuando se enteró de su condición—. Debió de haber intuido que era algo extraño que le pidiera el dinero que su padre acababa de heredarle, para comprar una casa en Massachusetts, un sitio al cual él acudiría solo

¿Cómo pudo ser tan ingenua como para no sospechar que algo raro estaba sucediendo? Su amor por él fue quizá demasiado ciego. Lo demás era historia. Eisen desapareció y en su lugar sólo vinieron los cobradores. La dejaron a pie llevándose su bonita Silverado 97 y le dieron quince días para desalojar la casa.

«¡Quince días por Dios santo! ¡Sólo quince días!», se exaltó al recordarlo.

Tuvo que dejar atrás tantas cosas. Sus preciosos muebles de diseñador, el jacuzzi, todo lo de su bella y gran cocina de lujo. Al menos había podido llevarse consigo su colección de ángeles de porcelana, su juego de lámparas Tiffany y el reloj de péndulo —una reliquia de su padre— que ahora tenían en la sala.

¿Qué? ¿Qué por qué nunca les había dicho a sus hijos la verdadera razón de que su padre se fuera? Bueno eso era en parte porque tenía miedo que Galen o Aarón  —en especial este último— decidieran seguir esas peligrosas y nefastas huellas que se perdían para siempre en los casinos, aunque, la razón de mayor peso estaba en que deseaba evitar a toda costa que los muchachos tuviesen que lidiar con el estrés de saber que los cobradores los acechaban día y noche. Era terrible esa angustia; a veces se le caía el cabello a mechones mientras se peinaba, las uñas se le quebraban; las ojeras le estaban escarbando dos lagos purpúreos bajo los ojos. La mujer vivía con el peso de la paranoia sobre su cansada espalda, y lo más terrible de todo era que al parecer Galen  era quien siempre terminaba por pagar los platos rotos con sus reclamos y episodios neuróticos —la única vía de desahogo que conocía—. Ella estaba consciente que él no se merecía eso, era un buen chico. Sabía que era Aarón y no Galen con quien debía tener mano firme, pero no podía… En algún momento que pasó completamente desapercibido para ella, Aarón escapó de su control. ¿Cuándo fue que se volvió tan desafiante? ¿Acaso mientras ella gastaba sus noches llorándole a su desdichada suerte? Cada vez le resultaba más difícil comprender ciertas acciones suyas, como si estuviera ante la presencia de un extraño; de algo completamente ajeno al niño que alguna vez engendró en sus entrañas. Y sin embargo no hacía nada por corregirlo; había algo que la tenía prendada en miedo. Existía una delgada línea que separaba las cínicas acciones de su hijo el mayor que se situaba entre las faltas de respeto que Fátima trataba de ignorar siempre y lo verdadera y absolutamente intolerable. ¿Temía que la golpeara en caso de que ella lo regañara? Así era aparentemente. Que su propio hijo la golpeara. No habría nada más que pudiera hacerse después de que eso llegara a suceder, la línea habría sido traspasada para entonces y jamás podrían llegar de nuevo al estado inicial donde él no se había atrevido todavía a algo así. Donde una acción tal sólo existía en instantes dentro de su mente pero nunca en la realidad. Eso era horrible, y más cuando se ponía a pensar que se trataba del mismo niño que comía galletas y leche columpiando sus pies sentado en una de las enormes sillas de la cocina.

Viéndolo desde ese punto de vista, había demasiado por qué preocuparse, no obstante era Galen ahora quien la tenía mortificada. Hacía más de un par de horas que el Dr. Adam le había comentado haber visto a su hijo dentro de la clínica, según él éste iba a una fiesta y quería ver a su tía antes de irse. Cuando visitó a la tía Adela comprobó la versión. A razón de sus propias palabras “el muchacho se miraba poquito golpeado pero contento”, le había explicado que Galen dijo que Rommel y él se habían peleado por una tontería pero que ya se habían reconciliado, y que lo habían invitado a una fiesta donde conocería muchachos más o menos de su edad. Ella le había dado su bendición para que fuera, no obviando recordarle que le avisara a su madre. Algo que el chico aparentemente “olvido” así como así.

 

Para Fátima era más que evidente que Galen no lo olvido. Sencillamente seguía molesto con ella por lo del medio día. Tal vez la tía Adela tenía razón, se había vuelto cruel y estricta con él. Debería darle un poco más de libertad; su hijo ya le había demostrado ser un niño inteligente y responsable; debía confiar en que él era capaz de distinguir la diferencia entre lo que estaba bien de lo que no lo estaba.

Cuando volvió a checar su reloj, faltaba un cuarto para las nueve. Se preguntaba si Galen ya habría llegado a la fiesta. Cuánto detestaba hacer ese papel de mamá gallina siempre detrás de él, pero lo quería demasiado y se preocupaba, más ahora que tenía una especie de mal presentimiento.

A lo mejor no estaría de más llamarle al celular para recordarle que debía llegar temprano a la casa, pensó mientras mantenía en mente todo lo anterior, sacando su propio teléfono de su filipina, marcando el número con cierta prisa, como si solamente hubiese estado buscando una excusa que le indicara hacerlo.

 

*

 

Acababan de llegar a la casa de Mario cuando el celular timbró, sin embargo, el muchacho, luego de extraerlo perezosamente del bolsillo de su pantalón, miró la llamada entrante con fastidio, volviendo a guardarlo.

 

—¿Número equivocado?—le preguntó su amigo.

 

—Sí—contestó él. 

 

No podía negarlo, esa noche tenía una esencia que auguraba ser distinta a todas las demás. Lo podía sentir inclusive allí, afuera de la tienda de Mario, cobijado por el nada especial toldo de la Coca que, a esas horas ya, no parecía cumplir función alguna. Se notaba que adentro había un fuerte entretejer de sonidos encerrados que hacían vibrar el vidrio del postigo de esa casa vieja, como un perro desesperado por salir haría crujir a empujones la madera de un antiguo cobertizo. Y Mario fue el responsable de liberar los decibeles embravecidos de ese perro musical al abrir el postigo para asomarse a verlos.

 

—¡Hola! Aproveché para invitar a otro amigo ¿No hay pedo?—Canturreó Rommel escondiendo su rostro tras el de una calavera que hizo hablar como si se tratase de una marioneta.

—Guao—exclamó el gótico, antes de que levantara la cortina de metal para dejarles pasar—¿Es de verdad?

—A huevo—respondió, arrojando el cráneo en dirección al joven, quien lo recibió ágilmente, para observarlo cuidadosamente—. Sé que ya pasó pero es por tu cumple.

—Genial. ¿Cómo lo conseguiste?—Preguntó ‘emocionado’, si es que se le puede llamar estar emocionado a tener la misma expresividad que la calavera que sujetaba entre sus manos y tener muerta la voz.

—Por ahí, sólo digamos que soy chido…—Sonrió Rommel.

—Bastante…—contestó Mario, haciendo evidente el hecho de que trató de imitar la sonrisa del otro, habiendo sólo atinado a hacer una mueca perturbadora. 

 

Galen por su lado simplemente giró la cabeza fingiendo desinterés. Muy para su pesar estaba un tanto celoso. Y es que recordaba cómo horas atrás, encontrándose todavía en la Facultad de Medicina, Rommel había hecho hasta lo imposible para poder llegar al esqueleto en el tejado y robarse el cráneo, pues según él “Mario sería capaz de matar por algo así”. Y lo peor era que ese sentimiento sólo adquirió más fuerza a medida que Mario y Rommel interactuaban.

 

—¿Haz comido algo, además del pay?—le preguntó, respondiendo de inmediato cuando Rommel negó simplonamente con la cabeza—: ¿Quieres que te prepare algo?

—No es necesario—dijo el chico mientras atravesaban el pasillo que llevaba a la casa, en la trastienda, lugar donde primero encontraron una enorme sala repleta de gente que bebía cerveza y fumaba acaloradamente.

 

La letra de la canción They don’t write ‘em resonaba fuerte en el fondo de lo que parecía ser un jardín grandísimo. Pero Mario los condujo primero a la cocina, invitándolos a tomar asiento junto a una mesa redonda.

 

—De rato le caes allá afuera con la banda. Por lo pronto me interesa que comas algo. Recuerda que puedes tomar cualquier cosa del refrigerador, pero sin abusar que te conozco—le dijo y dirigiéndose por primera vez a Galen añadió—: Cuida que coma algo nutritivo y no cualquier cosa. Tú también puedes agarrar algo si gustas—Y habiendo dicho eso, salió dejándoles momentáneamente solos.

 

Apenas se fue, Rommel de inmediato se abalanzó a abrir el frigorífico, apresurándose a sacar de éste un paquete de jamón, un cuarto de queso y un racimo de uvas, además de un litro de jugo de naranja el cual bebió directamente del cartón.

 

—¿Quieres? Voy a hacerme un sándwich—le preguntó con la boca llena de uvas, extrayendo un par de rebanadas de pan de una telera que encontró a un lado de la estufa.

—No, gracias—respondió él sintiéndose incómodo, a lo cual su amigo masculló algo que sonó como un «Bueno, tú te lo pierdes» mientras proseguía a armar su emparedado.

 

—Tú y Mario parecen ser muy buenos amigos—dijo poco después, un poco aburrido de mirarlo atragantarse con la comida.

—¡Sí!—pudo escuchar cómo Rommel se pasaba un gran bocado antes de que terminara de responder—. Ya llevo mucho de conocerlo. Desde que se mudó aquí con su abuelita. Sus papás se murieron en un choque según tengo entendido o algo así y pues bueno, desde que lo conozco es así de serio…

—Ya veo…

—Sí... Me acuerdo que me costó mucho sacarle palabra la primera vez que lo vi… Al principio pensé que era mudo—rio un poco—… Es buena onda el güey, sólo que tarda en tomar confianza.

—Son muy unidos ustedes, ¿no es así?—Preguntó no pudiendo evitar sentirse de nuevo excluido.

—¿Tú crees? ¡Anda! Y eso que no nos viste antes, antes éramos un chingo más unidos, hasta que—su amigo enmudeció repentinamente, y por un segundo Galen pudo notar cómo un dejo de desencanto le ensombreció la mirada—… Bueno, la neta no importa, el caso es que antes éramos más.      

 

Aquello fue suficiente para dejar pensando a Galen un rato, aunque pronto se transformó en un detalle que olvidó una vez que Rommel terminó de comer, invitándole a ir a la sala, lugar donde encontró conocidos a diestra y siniestra. Y pese a que éste fue lo suficientemente cuidadoso para presentarle a todas y cada una de las personas allí presentes, a los pocos minutos Galen no era capaz de recordar quién era quien… Siempre fue tan pésimo con los nombres…

 

—La idea es que todos tomemos—dijo uno de los jóvenes que Galen acababa de conocer, y cuyo nombre estaba seguro empezaba con A, antes de ponerles un pequeño vasito enfrente del lugar que ocupaban en la mesa de la sala, a ellos y aproximadamente otras seis personas, que en su mayoría eran muchachas.

—No… Yo no tomo—trató de excusarse él, proseguido de una parvada de abucheos, y frases entre las que resaltaron claramente «aburrido» y «ñoño».

—Vamos, Galen—Le incitó Rommel a un lado suyo, quien ya se había hecho de una botella de cerveza mientras él no miraba—. Está chingón, neta.

—Si no tomas no participas, no obligamos a nadie, güero—Le dijo A… ¿Adrián? ¿Alberto? Para presionarlo.

 

Él pareció meditarlo un poco con la cabeza abajo. Rommel esperaba que tomara. Para él era “lo mero bueno de la vida” y temía defraudarlo de no hacerlo. El mismo ambiente parecía sugerir la locura. Acababa de empezar la canción Rock the night y estaban inmersos en una densa cortina de humo de cigarro. Además, eran las diez de la noche y él no había ido a esa fiesta a ser el mismo tipo soso de siempre.

«Vamos, Galen», se dijo.

 

—De acuerdo—asintió, sintiéndose orgulloso al hacer que todos dieran un agudo gritillo de triunfo y Rommel exclamara contento «¡Así se habla, campeón!», dándole unas palmadas en la espalda.

 

Eso lo relajó aún más. Algo que hacía feliz a tanta gente no podía estar tan mal, ¿cierto?

 

“A” terminó de explicar las reglas. Eran realmente sencillas —como cabría suponer de un juego llamado Chichi-nalga—. Así como estaban ordenados alrededor de la mesa, cada juego comenzaría con una persona que empezaría por decir la letra “a” en voz alta, prosiguiendo a seguir la secuencia del abecedario en su mente hasta que la persona contigua dijera “basta”, tal como en el famoso juego del mismo nombre; posteriormente esta persona tendría que decir una palabra que comenzara con la letra resultante, y la persona siguiente debería decir una palabra que comenzara con la letra con la cual la anterior acabó, pero ésta debía tener forzosamente relación de alguna forma con la que su compañero dijo.

 

—Por ejemplo si yo digo caca y ella dice ano, está bien—comentó “A”, haciendo reír a la mayoría—; pero si este otro güey dice, no sé, ornitorrinco pues entonces ya no tiene ninguna relación con ano ¿estamos de acuerdo?

 

Para esos casos la palabra podía quedar impune, siempre y cuando alguien no gritara la palabra chichi-nalga para cuestionar la relación sobre esa ésta con la anterior. De ser así, la persona que dijo la palabra se vería obligada a argumentar por qué ambas estaban relacionaras. Finalmente si la mayoría no estaba de acuerdo con esta correlación de ideas esta persona sería “sancionada” debiendo elegir entre tomar un shot de tequila o bien, quitarse una prenda de vestir. Sin embargo, si la relación era aceptada, la persona entonces era perdonada, debiendo aceptar el castigo aquel quien gritó chichi-nalga. Por último una misma persona no podía tener dos veces seguidas el mismo castigo, por lo cual si en un chichi-nalga eligió tomar, en el siguiente forzosamente debería quitarse una prenda.

 

De esa forma la primera ronda de chichi-nalga dio comienzo con “A”, quien debió decir una palabra que comenzara con “p”.

—¡Puto!—Exclamó rápidamente.

—Homosexual—Continuó un tipo el cual Galen creía recordar era Víctor.

¡¡Chichi-nalga!!—Exclamaron tres o cuatro al unísono, Galen incluido, rebatiendo que homosexual empezaba con “h”, ante lo cual Víctor aceptó su castigo bebiendo un shot de golpe, respingando un poco al hacerlo. Y esa fue la pauta que abrió las puertas a muchos shots gastados y prendas de ropa regadas por el piso.

 

Era sumamente notoria la manera en la que esos pequeños vasitos de tequila iban haciendo su efecto de a poco. Marcando a sus integrantes con expresiones tontas en sus rostros y risitas fuera de lugar. Rommel tenía razón, aquello era muy divertido. Mirar a las chicas intentar negociar con los chicos por dejar de sacarse la ropa, y los argumentos de los muchachos al intentar justificar la relación entre palabras sin relación alguna. La mayor parte de las veces en que Rommel perdió se debieron a su mala gramática, aunque seguía manteniendo su encanto sin camisa, calcetines y un poco borracho. En realidad todos estaban en situaciones similares con excepción suya hasta que…

 

—¡Chichi-nalga, güero! ¡Eso no tiene nada que ver!

 

Había sido en la secuencia alhaja-anillo-oro-onza en la que él había dicho animal. Supuso que debía sospechar que nadie conocería al pobre gato onza, en peligro de extinción. Y no importó cuanto tratase de defenderse, todos creyeron que estaba inventándolo. No había sido una buena idea elegir beber como primer castigo; fue algo que supo prácticamente de inmediato luego de que el fuerte destilado le resbaló raspándole por la garganta haciéndole toser, llegando a su estómago vacío para asentarse como una piedra incandescente que rápidamente se difundió en su sangre logrando atolondrarlo un poco. Y a partir de ese momento la brecha de chichi-nalgas para Galen se amplió significativamente.

 

En un abrir y cerrar de ojos todas las chicas se hallaban ya en brasier y bragas, aunque con la risa a flor de piel. Cada vez haciendo más escándalo. Alguien dijo la palabra oso y Rommel contestó hocico; luego de su chichi-nalga, se quitó los pantalones, quedando solamente con un bóxer negro. Llegó a haber Chichi-nalgas por doquier y por cualquier razón, justificadas o no. Chichi-nalgas por que las palabras se repetían una y otra vez, como si alguien les hubiera asesinado la imaginación, Chichi-nalgas porque tardaban demasiado en responder, Chichi-nalgas porque podía decirse Chichi-nalga

 

«¡Chichi-nalga! ¡Chichi-nalga! ¡Chichi-nalga!», La palabra sonaba de lo más graciosa dentro de su mente.

Él mismo se sentía ridículamente risueño. ¿Cuántos vasitos de tequila se había tomado? En realidad sólo habían sido tres. Aunque en el calor del momento, Rommel le había regalado un vaso grande que contenía según sus propias palabras “jugo de piña, Vodka y quién sabe qué más”. Y no había notado cuán rápido la cruza de esa bebida con los shots lo puso mal hasta que al decir una incoherencia y tener que quitarse una prenda de ropa —en este caso un calcetín— se levantó, sintiendo de inmediato un embotamiento extraño en la cabeza. Y no sólo eso, ahora que lo notaba, su visión estaba un poco borrosa y le costaba coordinar sus movimientos, además de que no parecía pensar con el mismo ágil sentido común con el que normalmente solía manejarse; tanto era así que para quitarse el calcetín se había puesto de pie, en lugar de hacerlo sentado como sería lo más lógico. Se le vio tratando de equilibrarse en un solo pie, dando saltitos ridículos, hasta que finalmente perdió la batalla que libraba contra la gravedad, cayendo de bruces contra Rommel, quien ya se había levantado segundos antes con la intención de ayudarle, y éste de inmediato lo sujetó para amortiguarle la caída. 

 

Aquel fue sin duda un momento incómodo para Rommel, el cual se encontraba con su ropa interior como única barrera entre su cuerpo y el de Galen, que ya lo bastante ebrio había terminado por abrazarlo melosamente.

—¿Por qué eresh tú quien shiempre me shalva? ¿eh?—le susurró en la oreja con una voz arrastrada que sonó ligeramente seductora, logrando que a él se le erizara prácticamente la totalidad de la desnuda piel de su espalda.

—Basta Galen, ponte de pie—le ordenó quedamente, tratando de separarlo, a la vez que miraba a su alrededor avergonzado, pero el chico daba la impresión de haber decidido no dejarlo ir.

Y como cabría esperar de una situación así, las bromas no se hicieron esperar.

«¡¡Iiiiiiiihhh!!—Gritaron los demás ebrios—¡Hacen bonita pareja!» «¡Beso!¡Beso!¡Beso!¡Beso!», vitoreaban.

Rommel hizo esta vez su máximo esfuerzo por separarse, logrando quitárselo de encima, sujetándolo fuertemente de ambas muñecas. 

Quizá pensaba que se había librado de seguir siendo atosigado cuando de pronto, una voz apaciguada sin emoción se escuchó al fondo diciendo—: Arriba los novios.

Desde luego se trataba de Mario, quien acababa de unirse a la trifulca, mirándolos con una mueca terrorífica que Rommel interpretó como una sonrisa abierta. Ello lo avergonzó aún más, aunque no contento con eso, Galen lució todavía bastante dispuesto a humillarlo cuando poniéndose de pie dificultosamente, tratando de hacer una pose digna y orgullosa; arrastrando las palabras exclamó en dirección a Mario—: ¿Queé? ¿Eshtás celoso?

Esto dio lugar a un nuevo arrebato de aclamos por parte de los ebrios que pretendían encender la mecha de una pelea ficticia, y que la mueca en la cara del gótico desapareciera, volviendo su seriedad habitual. Galen parecía estar satisfecho con eso, pero, antes de que tuviera tiempo de mirar la expresión de Rommel, que por cierto era de furia, éste lo empujó con fuerza lejos de sí, tirándolo al piso.

 

—¡¿Qué te pasa, pendejo?! ¡¿En serio que qué te pasa?!—le gritó con una mirada asesina desde arriba y el rostro desencajado; recogió su propia ropa que estaba regada en el suelo y entonces, dándole un último vistazo se largó de ahí dedicándole unas cuantas frases nada agradables a su madre.    

 

Los presentes enmudecieron en el acto de forma contundente; atónitos habían visto a Rommel irse enfurecido y a Galen, todavía tirado en el piso, tratar de levantarse sin mucho éxito, hasta que Mario le tendió una mano para ayudarlo.

 

—Que novedad, ¿no? Rommel la volvió a hacer—comentó “A” hacia los demás con un tono de fastidio acercándose a donde Mario para ayudar.

 

—Siempre es lo mismo con ese güey—se unió Víctor concordando con “A”—. Nunca paga la cuota de la fiesta, bebe de a madre y para acabarla de chingar, siempre termina poniéndose bien pinche agresivo y haciendo su pancho. Pero este güey siempre lo quiere invitar—dijo mirando a Mario, que haciendo oídos sordos a las quejas de los demás, se encargó de conducir a Galen de nuevo a la cocina donde, junto con “A” y Víctor, lo acomodó sobre una de las sillas.

 

—Creo que la cagué—mencionó Galen luego de meditarlo un poco.

 

—No güey, no mames. La neta tú no le hiciste nada. Ese güey está mal, neta. Primero llega y te presenta como su compa, es más, no, no es cierto, como ‘su compototota’ fue lo dijo, ¿sí o no, güey?—dijo Víctor buscando apoyo en “A” quien de inmediato asintió con la cabeza—. Y luego te pega y te mienta la madre, no se vale.

 

—Sí, no se vale, güey, no te dejes que te trate así—lo segundó “A”—. Digo, no es mala persona el güey pero cuando toma, no sé, como que cambia un chingo, es bien mala copa como el jefe.

 

Galen escuchó sus palabras, mirando a la vez como Mario observaba al par con una seriedad rotunda en sus ojos negros. Quizá eso mismo provocó que ambos los dejaran solos pronto, lo que el gótico aprovechó para ofrecerle un vaso con agua.

 

—No creo que tú hayas comido nada—le dijo mientras Galen terminaba de beber el agua, aunque no tuvo que escuchar su respuesta para descifrar que se trataba de un “no”.

 

Galen todo ese rato pareció estar absorto en la madera de la mesa delante de la cual estaba, contemplando las betas como si hubiera descubierto algo sumamente interesante. Sin embargo, lo próximo que saldría de la boca de Mario lo haría voltear a verlo con los ojos como platos.

 

—Sé que Rommel te gusta.

 

—¿Mande?—preguntó ofuscado. Aquellas palabras tan directas prácticamente las sintió golpearle el rostro como una mano húmeda sobre piel desnuda.    

 

—Dije: sé que Rommel te gusta—repitió Mario.

—No… yo no…

—No tiene nada de malo—le interrumpió—. Supongo que ibas a decirme que no eres gay y te creo. Si te hace sentir mejor escucharlo: no te ves gay. Quizá al igual que la mayoría de la gente te dejaste atrapar por los conceptos rígidos e inapelables de la orientación sexual, donde no existe nada además del molde de la hetero y homosexualidad.

—No te entiendo—dijo el rubio, quien ya comenzaba a sentir como el alcohol poco a poco se le iba bajando de la cabeza.

—Lo que quiero decir es que no tienes que ser gay para que te guste un muchacho, ¿sabes? Porque bien puede ser que lo que te atraiga de una persona sea su manera de ser, sin importar qué sexo oculte bajo sus ropas.

 

Galen no respondió nada esta vez. Las palabras del gótico frente a él lo habían dejado muy confundido y no sabía que decir. No obstante, Mario prosiguió pese a su silencio, diciendo algo que lo impresionó aún más.

—Hubo un tiempo en el que a mí también me gustó Rommel…     

—¿Qué? ¿Cómo…? ¿Tú…?—no pudo siquiera poner sus ideas en orden cuando Mario lo interrumpió de nuevo.

—Se nota que esta plática rebasa la excentricidad a la que estás acostumbrado—el joven soltó un ligero suspiro, dándole momentáneamente la espalda para dirigirse hacia la estufa, donde tenía calentando un par de quesadillas—. Digamos que hace tiempo Rommel fue la persona que me sacó de la depresión más devastadora que he tenido en mi vida, una depresión que pudo haberme hecho suicidarme tal vez.

» Tú sabes, Rommel fue para mí como esa piedra a la orilla del río a la que te anclas para no terminar cayendo por la cascada. Le debo muchísimo, y bueno pues sí, me terminó gustando. De hecho podría decirse que todavía ahora me sigue gustando un poco, aunque claro, no tanto como lo que se aprecia que a ti te gusta…

—¿Por qué piensas que a mí me gusta Rommel?—exigió saber él, recibiendo una mirada insistente por parte del otro antes de obtener una verdadera respuesta.

—¿No te has dado cuenta, verdad? Es que… es realmente tan obvio… Digo, no sólo es la manera en que lo miras, lleno de admiración y cariño… Eso es en parte algo, pero no sé, a la vez es quizá como actúas a su lado, como si te derritieras cada vez que Rommel se fija en ti. Como si desearas ser lo único en lo que se posaran sus ojos… Y eso se nota en especial cuando te pones celoso de mí—Mario hizo una pequeña pausa para sacar las quesadillas del comal, no mirando el furioso sonrojo que impregnó el rostro de su compañero—. Se me figura que Rommel ya lo sabe.

 

Esta última declaración petrificó el corazón de Galen, que dejó la boca abierta al tiempo que el otro le ponía enfrente un plato con una quesadilla para que comiera. Y es que nunca le habían pasado por la cabeza la mitad de cosas que Mario acababa de decir. Era realmente terrible la forma tan acertada con la que había dilucidado sus sentimientos aquella persona ajena; de alguna manera lo hacía sentir violado, pero también admirado y a la vez lleno de miedo por lo que acababa de afirmar.

 

—Sí, estoy casi seguro que él sabe… O si no al menos lo sospecha… Creo que por eso actuó así hace rato—continuó el joven—. Él es muy sensible con ese tipo de cosas…

—Él me odiaría si pensara eso de mí. Detesta a los homosexuales—masculló Galen.

—Sí, eso es lo que él dice, pero no es cierto—Mario se sentó a la mesa, sosteniendo la otra quesadilla en una de sus huesudas manos; llevando la vista hacia un punto muerto—. Podría decirse que en él aplica la frase ‘por uno la llevan todos’.

—¿Por uno? ¿Quién? ¿Alguien le hizo daño?—Inquirió él inmediatamente.

—Rayos, creo que hablé de más—le vio reprenderse a sí mismo cerrando un puño contra su frente—. Lo siento, pero si es una cosa que tú no sabes yo no tengo por qué decírtela. Esa es una cuestión que Rommel sabrá si te la cuenta o no.

Él no insistió. De alguna manera sobreentendía la delicadeza de lo que el tema por sí mismo implicaba —sabía que una repulsión tan fuerte hacía los homosexuales tenía que ocultar forzosamente algo terrible, aunque no comprendiese muy bien de lo que esto se trataba—, por ese lado el tema había muerto pero, para ser sinceros, no fue realmente aquel desliz que Mario tuvo en la conversación lo que lo tenía tan intrigarlo. En realidad, no entendía muy bien el por qué Mario había decidido involucrarse en una plática de tal magnitud con él. Aunque, sin darle muchas vueltas al asunto, llegó a la conclusión de que sólo era por el hecho de que estaba tomado —no tanto como él aparentemente— pero oh sí que lo estaba. Como fuera, ese pensamiento acarreó otro y otro, y entonces a su atolondrada mente arribó una idea más o menos concisa.

Logró percibir que en ese momento Mario, cual cuerda dorada descendiendo desde el haz de luz más luminoso del cielo, borracho y gustoso de platicar y dar información, pese a su escalofriante apariencia, era una verdadera ventana abierta hacia los sentimientos de Rommel… Lo único que él debía hacer para poder mirarlos era encontrar el ángulo correcto… o, dicho de otra manera, hacer las preguntas adecuadas… 

—Pero si él piensa eso… Y no me odia—Galen decidió ser directo— ¿Qué siente entonces?

Mario estrechó los ojos, como meditando; dándole una mordida a su quesadilla, tomándose su tiempo para masticar bien el bocado y tragarlo, antes de decirle—: No sé, pero se está haciendo el tonto.

Ante tal respuesta, Galen sintió de pronto como en su pecho comenzaba a desarrollarse una chispa de furia. ¿Así de simple? Sus sentimientos pasados por alto con tal desfachatez…

Mario debió notarlo pues de inmediato se apresuró decir—: No sé qué esperabas que te dijera ¿Qué tú también le gustas? La verdad no tengo ni idea, lo único que sé es que, pese a esa máscara de simplicidad que deja ver, él es más complicado de lo que él mismo cree. Él es mucho más difícil de leer que tú, porque en primer lugar sus sentimientos no están en orden. Por eso intentar saber qué siente con respecto a ti me resulta imposible. Sé que no le desagradas, pese a que sabe tus sentimientos por él, por la manera en que te trata… Pero también sé que éstos le causan un conflicto interno por la manera en la que actuó ahorita… ¿Puedo darte un consejo?    

—Seguro—titubeó Galen.

—Creo que deberías dejar todo eso morir por la paz… Porque, aunque siempre he pensado que a Rommel sí podría llegarle a atraer otro hombre, no creo que llegara a ser fácil para él aceptar algo así… Él no es del tipo de personas que toman muy bien aquellas cosas que les traen conflicto, aunque me parece que eso tú ya lo sabes… ¿Rommel te hizo eso, verdad?—preguntó señalando su ojo morado que él ya no recordaba que tenía, ignorando posteriormente su falta de respuesta—. En fin, mi consejo es ese. Olvida a Rommel. No porque piense que él no podría llegar a sentir algo por ti, sino porque creo que no podrás con todo el sufrimiento que te depara sean cuales sean sus sentimientos hacia ti… No vale la pena por un capricho, Galen.

 

Esas fueron sus palabras. Él quedó perplejo. Había mucho que asimilar en un sólo una línea. Demasiados acordes en la estrofa y qué de bemoles… La dualidad de lo blanco y lo negro combinada en un remolino grisáceo. Sólo podía enfocarse en una cosa a la vez sin que su cabeza empezara a palpitarle furiosamente. A su mente vinieron recuerdos que pensó que había pasado por alto. Rommel acariciando su cabeza. Aquella sonrisa en Via Lattea. El latido de su corazón y esa voz de preocupación «¡Sí, tal vez me preocupo demasiado por ti!»… Hasta ese momento Galen estaba tan seguro que era imposible que Rommel sintiera lo mismo por él que no se había detenido a pensar por un instante en nada que pudiera probar lo contrario…

«¿Y qué me dices de ese beso?», le dijo la voz que siempre escuchaba y por la que a veces pensaba que se estaba volviendo loco.

—Sí… el beso…—repitió esta vez, con un volumen de voz tan inaudible que seguramente Mario no fue capaz de escucharlo.

Su mente se situó en la memoria de ese beso por el que Aarón y Rommel apostaron… En ese momento no lo había podido ver… No como ahora que parecía ser un error en la Matrix: obvio y claro. Un beso a otro chico no sonaba a algo que un muchacho que aborrecía a los homosexuales estuviese dispuesto a hacer…

«… A Rommel sí podría llegarle a atraer otro hombre», de nuevo las palabras de Mario, no podía sacarse esa frase de la cabeza. Galen estaba perfectamente consciente que su intención había sido hacerlo desistir de seguir con esas locuras en mente, pero había dicho cosas que para bien o para mal habían suscitado en él el efecto contrario. Jamás pensó que Rommel podría estar correspondiendo sus sentimientos hasta ese día. Y ese peligroso tren de pensamientos le daba alas. Alas. Demasiadas. Alas que lo hacían volar cada vez más por arriba del suelo.

Mario aprendería algo sobre Galen ese día, y eso era que el muchacho no estaba del todo bien de la cabeza. Sólo escuchaba lo que quería escuchar y al igual que Rommel, era demasiado terco como para dar marcha atrás a una idea, por más pésima que esta fuera…

 

—Tengo que ir con Rommel—habló Galen al cabo de unos instantes, apresurándose a ponerse de pie, aunque yéndose de lado al hacerlo. Y Mario intentó persuadirlo de no actuar en ese estado etílico en el que todavía se encontraba; quiso convencerlo de ir afuera a escuchar a la banda pues, aunque estaba bastante seguro de que Galen ya no se encontraba tan borracho como lo había estado momentos antes, sabía que seguía alcoholizado y que, fuera lo que fuera que le había pasado por la cabeza, sería algo que ya completamente sobrio lamentaría.

 

En la sala todavía se encontraban “A”, Víctor y los demás. Ya nadie traía ropa. Parecía como una escena sacada de un sueño, envuelto en una atmosfera que se abría a través de una cortina de humo, opaca y muy densa que impregnaba sus cuerpos con un olor a cigarro y a hierba. Ambos trazaron su camino entre la gente. Galen a la cabeza y Mario detrás de él. Los senos morenos de una joven se replegaron de pronto contra uno de los brazos del rubio, retirándose casi tan pronto como llegaron ahí, aunque él pareció no notarlo. Así como tampoco pareció notar otro tipo de situaciones tan comprometedoras que harían persignarse a la tía Adelita.

Una pareja de jóvenes estaba teniendo sexo abiertamente en una esquina, mientras una congregación mixta de muchachos, a no mucha distancia, aspiraba el humo que burbujeaba dentro de una especie de pipa de vidrio, la cual calentaban con un minúsculo soplete, riendo tontamente después de hacerlo.

 

—¿A dónde van?—Apenas si escuchó Galen, en medio de toda esa algarabía, la voz de Mario gritar. Volteó al pensar que se dirigía a él, pero no era así, Mario estaba mirando en dirección a una pareja de muchachos que habían empezado a subir por las escaleras—. Arriba está mi abuela, déjenla dormir o podemos ir dando por terminada la fiesta.

 

—¿Tu’abuela eshtá en la casha?—preguntó perpleja la muchacha, quien apenas podía sostenerse en pie con ayuda de su novio—¿Homo puede hormir con tanto rhuido?

 

—No escucha prácticamente nada sin su aparato—le explicó Mario—. Tampoco nunca se levanta en la noche, así que podemos hacer todo lo que queramos, pero sólo aquí abajo… ¿Entienden?

 

La pareja asintió, empezando a descender; Mario se quedó esperando a que terminaran de hacerlo y en eso, Galen simplemente se perdió de vista.

 

*

 

Lo estuvo buscando por toda la casa, claro, deteniéndose de vez en cuando a platicar con algunos de sus camaradas, tomando un trago aquí y allá, hasta que finalmente dio con él en el pasillo. Lo vio caminando hacia su dirección con el rostro ensombrecido y lleno de furia. Quiso detenerlo, pero ni siquiera pudo cruzar palabras con él pues Galen rápidamente volvió a perderse yendo hacia el jardín como si él no hubiese estado llamándolo a un lado suyo. Se empezaba a preguntar apenas qué bicho le había picado cuando, al centrar su atención enfrente miró lo que semejaba una nube color azul eléctrico hecha de cabello y a su dueña, una chica de unos quince o dieciséis años que estaba besándose acaloradamente con alguien. No tuvo que mirarlo para saber de quién se trataba; la expresión en el rostro de Galen se lo había dejado suficientemente claro. Era Rommel.

 

Mario dejó salir un suspiro poco emotivo de sus labios pálidos. Sabía que esa mujer iba a dar problemas y no se equivocó. Ella era prima de T-Rex, uno de sus amigos que tocaban en la banda, y estaba loca como una cabra. No le agradaba, pero, tampoco le desagradaba. Lo poco que la había tratado le había dejado en claro el hecho de que ella, con toda esa extrovertida y eufórica manera de ser, violaba la barrera de su espacio personal, cosa que no le gustaba. No sabía que Rommel y ella se conocieran o mucho menos que tuvieran relación alguna, ya fuera esta del tipo sentimental o carnal.

 

Se acercó a ellos, colocándose justo a un lado, esperando por ser notado, lo que no ocurrió hasta que él decidió llamar a Rommel directamente, logrando que el chico rompiera un poco la pasión de los besos.

 

—¡Hey! ¿Qué onda? ¿Qué no vesh que eshtamos algo ocupadillos?—Dany fue la primera en quejarse ante su intromisión, batallando un poco para hablar.

—Necesito hablar con Rommel.

—¿Es importante?—le preguntó el muchacho con un tono ligeramente fastidiado.

—Sí.

—Bueno, pues, dime.

—Preferiría hablar contigo a solas—dijo, mirando a Dany de soslayo, quien de inmediato rodó los ojos, soltando un bufido, antes de irse tambaleando por el pasillo.

—Neta que ya andábamos bien cachondos, de verdad espero que sí sea importante, güey—le comentó Rommel.

—Es sobre tu amigo—Mario ignoró lo que acababa de decir, así como su aliento alcohólico.

—¿Qué tiene?—le preguntó mostrándose arisco.

—¿Sabes dónde está?

—Sepa la chingada—respondió bruscamente, sin darle la menor importancia.

—¿Así es como tratas a quien llamas tu compa?—ni el tono o la expresión de Mario cambió en lo más mínimo, aunque Rommel quizá fue capaz de percibir algún tipo de reproche en sus ojos estoicos pues de inmediato se escudó diciendo:

—Oye, no me mires así ¿ok? Sí, es mi compa y todo lo que tú quieras, pero, no mames, no me gustó que se me insinuara y menos así en público.

—¿En qué momento se te insinuó?—preguntó el gótico de inmediato—. Nadie vio eso. En cambio lo que si vimos todos fue a ti tirándolo al piso y ofendiéndolo.

—¡Pues él se lo buscó! Eso le pasa por andar de joto.

—Mira, pues no lo sé. Pero a nadie le pareció lo que hiciste allá.

—Me vale un kilo de verga—exclamó Rommel sin pensar.

—Bueno, pues ojalá tampoco te importe que no vuelva a invitarte a una fiesta—Mario dio la impresión de estar más serio que de costumbre.

—Ay, no manches Mario, ¿y ahora por qué tan nena, güey? No manches.

—No—rebatió el susodicho con un ligero dejo de enfado en su normalmente inalterable rostro—. Aquí la única nena que he visto has sido tú. Siempre Lobo, en todas las fiestas, sucede algo que te hace explotar. Si no sabes tomar, lo mejor sería que no lo hicieras y si no te sabes controlar mejor ni siquiera vengas.   

—Eh, güey, no manches, ¿Por qué me dices eso? ¿Qué ya se te olvidó que somos compas o qué? ¿O qué? ¡¿Te gusta Galen?! ¿Es eso?

—Pues no, y de lo que somos compas ya no estoy muy seguro tampoco. No estoy seguro de querer tener un compa que por cualquier tontería me va a dejar abandonado con un montón de gente que no conozco.

 

Rommel enmudeció por un momento, mirando a Mario, cuyo rostro se había ensombrecido, y sus mejillas ardieron. Parpadeó varias veces asombrado, recobrando la nitidez mental aunque sea por un segundo. Una nitidez mental que le informaba que había vuelto a hacerlo. Que de nuevo había caído presa de esos sentimientos suyos de violencia que cuales petardos, explotaban lastimando a las pocas personas que pretendían ayudarlo. La culpa le picó en la base de la garganta. Mario y él habían sido unidos hasta el punto de compartir paletas de dulce; incontables veces se metió en aprietos con su abuela por regalarle comida de la tienda y él todavía tenía el descaro de tratarlo mal. Igual sucedía con Galen… El chico hasta ahora le había entregado todo lo que una persona podía ofrecer, sin ningún costo… Y aun así le resultaba difícil abstenerse de hacerle daño…

 

Que horrible sensación era aquella, en verdad. Le hacía tener ganas de agarrar nuevamente la borrachera… Cuanto odiaba estar sobrio y ser consciente del monstruo…

 

—Iré a buscarlo—dijo ya con la voz acompasada, desmoralizado, rompiendo un espaciado silencio entre los dos—. Sólo deja le digo a Dany que ahorita vengo…—añadió y, sin perder tiempo, encaminó sus pasos por el pasillo, por el cual Dany momentos antes.

No tardó en encontrarla, su cabello era como un anuncio de luz de neón que delataba su presencia donde quiera que estuviera, aunque no se alegró de verla esta vez, la visión que consiguió de ella lo desencantó enormemente. Dany tenía sus labios unidos en un beso con otra persona, los mismos labios que sólo instantes antes habían estado en los suyos ahora se posaban contorneándose obscenamente sobre los de una mujer. Una mujer de unos cuarenta y tantos años, corpulenta como un toro y vestida con ropa de hombre. Era la famosa Troca. Una señora lesbiana que solía ir a fiestas de chicos de preparatoria en busca de jovencitas con las cuales pasar la noche.

Ello no hizo más que aumentar su abatimiento. Podía sentir su orgullo de hombre embarrado sobre el piso como la sangre de un gato atropellado. Pero no dejó entrever nada que pudiera evidenciar sus sentimientos. De inmediato pasó de largo, a un lado de Dany quien se encontraba demasiado entretenida para notarlo.

 

No sabía de qué se sorprendía, pensó Rommel. Nunca había sido especial para nadie, mucho menos para ninguna mujer. Comenzaba suponer que todas eran iguales.

Respiró hondo conteniendo el aire por un momento mientras atravesaba por el pasillo, al darse cuenta de que la casa parecía un sauna. El humo suspendido en el aire se había vuelto una niebla muy espesa en algunas partes y tenía un característico aroma a marihuana que lo mareaba. Echando un vistazo hacia su alrededor, en busca de Galen, logró captar a una muchacha vomitando en un vaso, mientras sus amigas bailaban arriba de la mesa de la sala al compás de la música de la banda.

Galen no estaba en la cocina, lo supo cuando entró y se encontró a una bolita de chicos tomando y riendo histéricamente, mientras uno de ellos orinaba en el fregadero. Rápidamente salió de allí, para abrir la puerta de una habitación en la que estaba una pareja sin ropa a punto de consumar el acto sexual. Rommel cerró la puerta antes de que ellos pudieran verlo y se dirigió entonces afuera, atravesando una larga fila de gente formada para entrar al baño, escuchando unos efímeros susurros de la gente de alrededor que decían cosas como “Creo que está vomitando” y “He tomado de a madre”.   

 

Casi se alegró cuando salió al jardín, el aire estaba mucho más limpio ahí, además de fresco y, aunque de primera instancia la banda se escuchaba exageradamente fuerte, el sonido se fue mermando a medida que se alejaba de la fuente, volviéndose nuevamente un agradable fondo musical. De lejos lo saludaron Ikis, el vocalista y T-rex, el de la guitarra eléctrica mientras él paseaba la mirada por allí tratando de encontrarse con el cabello corto y rubio de Galen. Había demasiada gente frente al grupo, tomando, gritando y saltando. Pero no estaba allí tampoco.

 

Dejó escapar entonces un fuerte suspiro, comenzando a preguntarse si Galen no habría decidido irse ya a su casa. Eso es lo que él habría hecho de estar en su situación, al menos. Bueno, en realidad habría ido a buscar alguna chica con quien follar —era algo que ahí sobraba—, sin embargo, conociendo un poco a Galen y por el hecho de que acababa de terminar con Melissa, supuso que esa no habría sido una opción viable para su amigo. Quizá si se había ido a su casa después de todo, razonó, aunque, aun así optó por seguir buscando un poco más antes de darse por vencido.

El jardín era muchísimo más grande de lo que aparentaba ser a simple vista. Aunque por la forma en la que estaba cubierto de plantas y maleza silvestre fuera de control nadie se había animado a adentrarse mucho. La gente suele huir de lo que le cuesta trabajo después de todo, y vaya que fue trabajoso para Rommel traspasar aquella pequeña porción de jungla entretejida de espinosos tallos secos. Pero cuando finalmente lo hizo se encontró con una piscina seca, bordeada por árboles frutales y arbustos de buganvilia que caprichosamente crecían lanzando sus ramas cubiertas de flores por doquier. Pese a lo descuidado que lucía todo se podría decir que contaba con cierta belleza grosera.

Galen estaba allí, en medio de todo esto, solo, sentado mirando a la nada, al borde de la alberca con sus pies perdidos dentro de ella. Parecía disuelto en sus pensamientos cuando Rommel lo encontró. Con su mano derecha sostenía una botella verde de la cual tomó un trago, estremeciéndose antes de que él se hiciera notar carraspeando un poco para llamar su atención antes de hablar.

 

—¿Qué onda, güey? ¿Qué haces aquí? La fiesta está del otro lado—Apuntó con su dedo hacia atrás, donde la música, los gritos y risas de alboroto se escuchaban tenuemente.

—¿Y qué?—preguntó el chico secamente, volteando a mirarlo tomando otro trago, pero desviando su mirada de nuevo.

 

Rommel suspiró acercándose a donde él. Le había dado la impresión que Galen estaba llorando por el tono carmín que había adquirido la piel de su rostro, aunque al mirarlo mejor se percató de que no era así. Su piel se veía roja debido a los cardenales que él le había causado cuando pelearon. Repentinamente se sintió culpable otra vez, y sacudió la cabeza para alejar esa sensación.

 

—Ven, vamos adentro—lo sujetó por el brazo para intentar ayudarlo a levantarse, casi tropezándose cuando Galen retiró su brazo bruscamente y con fuerza.

—No quiego, quiego eshtar aquí, déjame—le dijo molesto, llevándose nuevamente la botella a los labios.

—Ok—Rommel torció la boca mirando a su alrededor como buscando algún testigo antes de tomar asiento silenciosamente en el borde de la alberca junto a Galen, justo como él.

 

Ambos permanecieron callados unos minutos, escuchando las canciones de la banda en el fondo y el agudo sonido de los grillos que agujereaban la noche con sus cantos, hasta que Rommel se animó a hablar de nuevo.

—Galen yo…—comenzó tan discretamente que el volumen de su voz apenas competía con la música de los grillos. Y Galen lo interrumpió sin siquiera mirarlo.

—¿’or qué eshtás aquí? Penshé que eshtabas muy agushto con tu Dany—prácticamente escupió el nombre de la chica de su boca.  

—Ay, güey ¿Dany qué? —respondió Rommel cortante.

—Ay, ¿Dany qué? ¿Dany qué?—le arremedó—Me cambiashte por Dany

—No es cierto.

—Ajá—Galen le dirigió una mirada de enojo, echando la cabeza hacia atrás, empinándose la botella para darle otro trago cuando Rommel se la arrebató de los labios.

—Ya no tomes, güey. Vas a terminar vomitandote. ¿Qué es a todo esto? ¿Whiskey? Jag… Jager… Jagermei… meist—empuñó los ojos para intentar leer la etiqueta—¿Está bueno?—no dio si quiera tiempo para una respuesta cuando le dio el primer trago torciendo un poco la cara.—¿Pega duro, eda’?

 

Su amigo sólo lo ignoró. Mirando fijamente al fondo de la piscina, a los pequeños azulejos antiguos cubiertos de un polvo fino como talco, y hojas secas.

 

—Güey… Ya no estés así. Sé que me la bañé ahorita en el chichinalga. A veces, no sé, la cago re gacho… Pero ya, borrón y cuenta nueva ¿sale?—le dijo Rommel, casi como un susurro, intentándole restar importancia a lo de momentos antes.

—Sí, sí, ya… Eso no imphorta—Galen se encogió de hombros—. Te perrdono, ya vhete con tu Dany.

—Y dale con la pinche Dany—Increpó el otro rápidamente cruzándose de brazos—¿Qué tiene la pinche Dany? ¿Por qué te molesta tanto?

—¡Porque me cambiashte por ‘la pinshe Dany’, eso tiene ‘la pinshe Dany’!    

 

Ante la respuesta Rommel alzó las cejas sorprendido, asintiendo varias veces con la cabeza como si estuviera frente a la realización de algo; se quedó por un momento serio, tomándose un tiempo para darle otro trago al jäger antes de volver a hablar despacio, como si estuviera consciente de que acababa de llegar a una zona de hielo frágil.

 

—Güey, no mames, ¿Por qué te pones así? Dany sólo es una vieja, tú eres mi compa. Yo prefiero estar contigo…

—¡No esh cierto! —Exclamó el rubio enfurruñado, aunque no viéndose tan fiero cuando al final de la frase su garganta dejó escapar un agudo hipido.

—¿Por qué dices que no?—lo confrontó Rommel—Tú no sabes lo que siento, no mames. Además, ¿qué tiene que me vaya con Dany? Yo no te la hice de pedo cuando andabas con la pinche Melissa. Te valió madre si me cagaba o no que anduvieras con ella. Te dije que era bien culera, sabías que me emputaba y te valió cola, aun así te la tirabas, ¿no?

 

Galen no dijo nada de inmediato; tragó saliva, hipando en silencio, dejando que las palabras de Rommel se disolvieran como un eco en el aire, arrastradas por la brisa nocturna que tenuemente soplaba, pero que ninguno de los dos sentía debido al alcohol. Desde el primer trago de jäger se había sentido mareado, ajeno de sí mismo, y pese a ello siguió bebiendo. Justo ahora sabía que ya le había dicho muchas cosas a Rommel que lo ponían en evidencia, pero no le importaba mucho. De alguna manera, parecía inconscientemente ya haber tomado la decisión de ser sincero.

 

—… Sí—Masculló—… pero Melissa no significó nada parah mí.  

—Sí, cómo no…—Rommel rodó los ojos.

—¿No me creesh? Melissa eshtaba shelosa de ti… Sabía que te quería másh a ti… Aunque esha fuera mi novia… Eso la hacía encabronar…

 

Habiendo dicho esto Galen vio a su amigo desviar la mirada, con un ligero sonrojo coloreándole las mejillas. Era poco probable que después de todas esas palabras Rommel no fuera ya consciente de sus sentimientos, pensó. Aun así no dijo nada al respecto.

 

—Pinches viejas, güey. ¿Te fijas que na’ más llegaron a cagarnos todo?—fue lo que dijo en cambio—. Estábamos mejor tú y yo solos.

—Sí—Galen no podía estar más de acuerdo.

—Ya no hay que dejarlas entrar en nuestras vidas, güey, que se queden fuera las cabronas. Solos tú y yo, los compas, así na’ más.

—Sí—asintió Galen con fuerza, sonriendo esta vez.

—Sí, ¿quién las necesita? Na’más lo hacen sufrir a uno con sus chingaderas—Rommel se pegó la botella a la boca, casi gritando cuando añadió—. Que se las jodan, me vale madre—y entonces, como en un arrebato, le pasó un brazo por el hombro, susurrando—. Tú y yo, Galen, na’más tu y yo… Como debió ser desde el principio.

 

—Sí… Los puros compash—masculló el rubio sonriendo, dejándose abrazar por Rommel, quien le sonreía de vuelta—. Por eso no te vayas…  

 

—Pues vente conmigo, no seas culo—respondió su amigo sin pensarlo, con la voz tan baja que parecía estar diciendo un secreto—… Si tanto quieres estar conmigo.

 

—¿Y dejo a mi mamá?—Galen acercó un poco su rostro.

 

—¿Qué tiene? Ahí está tu hermano, ¿qué no?

 

—Sí, peroh Aarón esh un imbécil—susurró.

 

—Que se joda pues por culero—exclamó el otro espontáneamente, con los ojos entrecerrados y con una sonrisa adornándole la boca.

 

Él soltó una risita tonta, de la nada concientizándose del íntimo espacio que se había acortado entre los dos. Su corazón dio un brinco. Los labios de Rommel todavía estaban un poco húmedos por el trago que acababa de darle al jäger y, alumbrados bajo la fantasmal luz de la luna, sus ojos destellaban con un excéntrico color ocre. Podía ver sus pupilas dilatadas, mirándolo fijamente, aunque no precisamente a los ojos, sino más abajo, a los labios.

De alguna manera supo que estaban pensando lo mismo y sintió su aliento caliente rozarle el rostro conforme se fue acercando, sin titubear, traspasando la distancia que separaba sus bocas.

 

Cerró con lentitud los ojos. No supo en qué momento aferró su cabeza con sus manos, sujetándolo por la nuca, acariciando levemente sus labios con los suyos; saboreando esas gotas de alcohol. Empezó a moverse entonces, cada vez con más urgencia, ahondando el beso, sintiendo una débil respuesta por parte del otro chico. Su respiración se tornó entrecortada, ansiosa. Una onda electrizante sacudía todo su cuerpo. Rommel lentamente había empezado a corresponder, sin embargo, no pasó mucho antes de que lo alejara de sí.

 

—… No, güey… no mames—dijo, luchando contra su propia respiración agitada, sacudiendo un poco la cabeza.

 

Pero sus palabras no tenían convicción y Galen lo supo. Por lo que, ignorando esas manos sobre sus hombros que trataban de rechazarlo, volvió a asaltar sus labios con fuerza, provocando que su amigo inclinara un poco hacia atrás su cuello, cediendo lentamente ante él, fundiéndose en el contacto húmedo de esos labios sobre los suyos que lo forzaron a moverse con un ritmo acelerado. La urgencia de Galen por poseer esa boca lo quemaba por dentro, cada vez besándolo con mayor desesperación, moviéndose torpe pero apasionadamente, quebrando de vez en cuando el silencio de la noche con su respiración degradada en jadeos anhelantes.

Su corazón le martillaba furiosamente el pecho, bombeando alocadamente un flujo de pasión que borboteó por todo su cuerpo, diluyendo su raciocinio en cada palpitar.

 

Sabía que habían llegado a un punto de no retorno cuando sintió de nuevo que las manos del chico sobre sus hombros querer empujarlo lejos y él no se lo permitió.

—No güey… Esto no… esto no está bien… —le escuchó susurrar entrecortadamente entre besos y jadeos. 

—Pero tú quieres—afirmó él, dándole un beso rudo que fue más dientes que otra cosa. Abriendo un poco la boca en los besos que le sucedieron, para recorrer el borde de los labios de Rommel con su lengua, hasta que finalmente logró irrumpir en su boca. Encontrándose adentro con aquella suave lengua húmeda, que comenzó a rozar y acariciar la suya acaloradamente. Y a medida que los besos se hacían más profundos, sentía como las mismas manos que momentos antes habían intentado alejarlo ahora habían decidido aferrar los cortos cabellos de su nuca con urgencia, y vagar desesperadamente por su espalda, cada vez bajando un poco más y más. Podía sentir sus caricias despertar en él sensaciones que se disparaban a través de sus nervios como cosquillas que lo hacían arquearse y retorcerse. Sus manos no tardaron en también comenzar a fluir por sobre la espalda de Rommel, recorriendo cada centímetro con frenesí. Rápidamente reconociendo el glorioso tacto de sus hombros bien torneados, el filo de sus omoplatos, pero sobre todo, la forma en que el diámetro de su torso iba disminuyendo al bajar por sus costados hasta confluir en una pequeña y firme cintura.

 

Empezaba a sentir una ansiedad ardiendo dentro de sí mismo mientras los roces se intensificaban, como una fuerza invisible pero poderosa que lo hacía intentar enlazarse fervorosamente a Rommel, empujándolo cada vez más hacia atrás con cada beso apasionado que le daba, hasta que prácticamente lo dejó atrapado bajo su cuerpo, sobre la hierba seca del piso.

Realmente no había planeado que las cosas llegaran tan lejos, pero tener a su amigo así, despertaba en él sentimientos mucho más íntimos y primitivos, y supo que Rommel podía sentir lo mismo cuando sus respiraciones se volvieron gemidos al momento en el que él empezó a darle besos húmedos en el ángulo de su cuello. Fue entonces que sintió una mano sujetarlo bruscamente por los cabellos, jalando su cabeza hasta que sus labios nuevamente se alinearon. Rommel empezó a besarlo con una fuerza casi bestial, clavándole los dientes entre besos, como si estuviera enfocado a hacerlo sangrar. Sus manos rápidamente bajaron por su espalda, hasta aterrizar en sus caderas, aferrando sus glúteos firmes.

 

Saboreó el hierro de la sangre dentro de su boca en el momento en que Rommel se separó un poco para respirar, dándole un instante para enlazar miradas con él.

El pecho de su amigo se expandía y contraía contra el suyo de manera irregular. Y en sus ojos podía distinguirse el brillo de una pasión animalesca que lo sobresaltó, provocándole un hormigueo en el estómago. La idea de que estaba soñando floreció por un segundo dentro de su mente, marchitándose al instante en que su amigo se abalanzó contra él con salvajez, chocando sus labios y dientes bruscamente contra su boca, empujándolo con fuerza hacia atrás para tumbarlo de espalda contra las hierbas, invirtiendo los papeles.

Por vez primera Galen fue consciente de lo que había provocado, sintiendo el bufido que Rommel causaba con su respiración al recorrer su cuello, mordiéndolo a la vez que succionaba su piel posesivamente. Sus manos vagaban por su cuerpo con una urgencia que denotaba una necesidad que exigía ser cubierta, inundándolo de todo tipo de sensaciones que centelleaban como luz brillante de lujuria, las cuales se dispararon hasta límites inimaginables cuando Rommel comenzó a prestar más atención en acariciar el bulto que se formaba en la entrepierna de sus pantalones, avivando los gemidos que su boca intentaba infructuosamente de acallar.

 

Quiso detenerlo. Pese a su estado de ebriedad sabía que las cosas estaban sucediendo demasiado aprisa. Colocó ambas manos sobre sus hombros e intentó empujarlo, sin embargo, así como él había hecho con su amigo momentos atrás, éste no lo permitió; embistió su boca con la suya, embarcándose en un juego de lenguas con él, alzándole a la vez sus caderas con sus manos, hasta quedar entre sus piernas abiertas.

 

Él había empezado a ponerse inquieto, no sabía hasta qué punto quería llegar con Rommel, pero esto rebasaba y por mucho cualquier cosa que hubiera tenido en mente. Sin embargo, por la manera excitada en la que estaba su cuerpo ya y por las caricias que el otro le daba en la punta de su pene a través de la tela del pantalón, además, claro de todo el alcohol que transitaba felizmente por su sangre, dejó que Rommel comenzara a restregarle su cuerpo, moviendo sus caderas contra las cuyas como si estuvieran consumando un acto sexual.

Casi le alegró que sus labios estuvieran unidos en un beso, pues en algún punto, sin poder evitarlo, había comenzado a gemir como una perra en celo, abrazando con las piernas la espalda de Rommel, quien mantenía su ritmo con fogosidad.

 

Sabía que había algo que lo embriagaba más que el alcohol, y eso era el cuerpo de Rommel sobre el suyo, esa pasión salvaje manifiesta que lo asustaba pero a la vez no hacía más que excitarlo… Y ese aroma a lluvia que parecía compenetrar todo su cuerpo…

 

Había estado en lo correcto, esa noche tenía un aire que la hacía distinta de las demás… Esa noche podría decirse que Rommel y él hicieron el amor con la ropa puesta… 

Notas finales:

Espero haya valido la pena esperar todo este tiempo!

De antemano muchas gracias por leer y comentar!

Los quiero mucho gente !

 


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