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EL MAL CAMINO por Galev

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Notas del capitulo:

Hola, queridos (as) lectores (as) !

Qué tal su incio de primavera?

La mía un poco melancolica, ahora que está por acabarse una de mis series favoritas del momento (Osomatsu-san)...

Qué más les puedo decir. Este capítulo al final lo dividí en dos porque está muy largo y todavía no lo acabo.

Podría decirse que la primera parte es la calma antes de la tormenta, ya que se avecinan cosas muy fuertes en la parte que viene...

En fin, los invito a leer, no sin antes agradecer a todas aquellas personas que dejaron reviews y por ende también una sonrisa en mi rostro !!

Capítulo XXVII: La casa de los locos (Parte I)

 

No volvería a ver a Rommel jamás. De ello estaba prácticamente seguro. Ya no habría más conversaciones tontas, no más risas espontáneas; no más cálida compañía. Ese era el tren de pensamiento que recorría su mente desde hacía dos semanas… Desde que Rommel lo dejó. También estaba el arrepentimiento, ese que preguntaba “¿Por qué tuve que abrir mi bocota?” y continuaba exclamando “Si Rommel ya había decidido no tomarle importancia a lo que pasó en la fiesta y continuar siendo mi amigo… ¿Qué afán tuve yo por arruinarlo todo?”.

Sin saberlo estaba entrando en un estado anímico peligroso. Era notorio su cambio de actitud frente a la vida. Como ejemplo estaba ese día en la escuela… ¿O había sido el día anterior? No importaba, todos los días para Galen eran iguales ya. El día que hubiera sido, el maestro de ecología les había pedido una maqueta que explicase el ciclo del Nitrógeno. Todos sus compañeros la habían llevado. Los trabajos variaban en esmero de acuerdo a cada estudiante, algunos eran burdos y otros finos. No obstante, cuando el profesor preguntó por su trabajo y todos los demás esperaban la maqueta más sobresaliente de todas, Galen sencillamente contestó no haberla hecho. Definitivamente recordaría el rostro de todos de haberle importado, sus semblantes conmocionados llenos de incredulidad cuando el maestro le puso cero. Y cómo no si el Gringo Hunter, el alumno ejemplar, aquel quien siempre portaba el uniforme con una pulcritud absoluta, ahora simplemente aparecía con la camiseta desfajada y desabrochada, faltaba con sus tareas y ni siquiera parecía tener la más mínima noción de lo que estaban viendo en clase.

Por accidente había escuchado al grupo de chicos con los que a veces se juntaba en la escuela hablar sobre él después de clase.

—¿Qué creen que le pase al Gringo? ¿Por qué andará así?—preguntó Memo.

—Es obvio, ¿no? ¡Yo también andaría así si me hubiera cortado esa mamacita con la que andaba!

—¡Ay sí! ¡Mamita rica!—exclamó uno de los chicos, y escuchando eso último, Galen continuó su camino.

No le sorprendía que la gente pensara que estaba así por Melissa, en su casa también habían achacado a eso su desanimo; estaba ya harto de escuchar la frase “¡Ánimo, hay muchos peces en el mar!”. Detestaba no poder responder que Melissa no le importaba en lo más mínimo, que su problema era mucho más serio que haber perdido una novia, que se había dado cuenta de que un hombre le gustaba, un hombre que resultaba ser su mejor amigo, el cual ahora lo detestaba por haber descubierto su secreto de la peor forma. Eso lo volvía a él un maricón, lo que significaba que cada vez que Aarón lo llamaba así, por más que ello lo hiciera rabiar, no estaba más que diciendo algo cierto. No podía decirle a su tía, por más que ella se esforzara en averiguar qué había de malo en él, cuáles eran sus sentimientos. Y no podía decirle porque tita sabía lo que todo mundo sabía: que eso estaba mal. Que Rommel actuó bien al rechazarlo, como todo un hombre, mientras que él era toda una bazofia por tan siquiera haberle insinuado una cosa así a su mejor amigo.

 

Y lo peor era que ni siquiera estaba seguro de realmente ser homosexual. Rommel era el único hombre que le había gustado en la vida, pero ese sentimiento era de una intensidad abrumadora. Ya ni siquiera podía ver a la chica que antes le gustaba del salón y pensar que era atractiva, simplemente no pasaba nada dentro de él. De alguna manera se había obsesionado tanto con Rommel que, en esas dos semanas sin él, al menos pensaba en él una vez al día, ya fuera para recordar los buenos tiempos o para pensar en alguna forma de volver a encontrarlo… Sin éxito.

Se sentía completamente desesperado…

 

*

 

La plaza de armas estaba ya algo obscura cuando Galen se adentró en ella. Los colores violetas de las nubes hablaban ya de un atardecer; los pájaros rezongaban y revoloteaban sobre las copas de los árboles preparándose para ir a dormir. A lo lejos se escuchaba el fuerte silbido del carrito de los camotes, ese silbido que le recordaba a una locomotora en miniatura… Nunca le gustaron los camotes…

Más adelante estaba la explanada aquella donde la gente de la tercera edad solía bailar los domingos, pero Galen optó por cruzar la plaza por el centro, pasando por un lado del quiosco bajo el cual se encontraban los baños públicos. Y fue justo ahí, no en los baños públicos sino en una de las bancas que había a un lado de la entrada de estos donde miró algo que llamó su atención.

Era un vagabundo. Una de sus piernas caía descuidadamente por el borde de la banca mientras el resto de su cuerpo descansaba sobre ella cubierto con una sábana hecha de papel periódico. En realidad no tenía nada de raro ver a personas así, apoltronándose en esas bancas rechazadas por estar a un lado de los baños, sin embargo ¿Qué era lo que había hecho que se fijara en él?

En primer lugar estaba su juventud que saltaba a la vista —se notaba que era un chico y no un hombre de mayor edad como casi todos los indigentes— y en segundo, estaba esa chaqueta verde militar cuyo color se miraba cenizo debido a una gruesa capa de tierra y suciedad que llevaba encima. Galen apenas podía creer lo que veía. Ese cabello cubierto de mugre, ese rostro empolvado…

—¿Rommel?—Lo llamó por inercia al acercarse un poco.

Si la vista era mala, el olor que despedía era aún peor. Una mezcla de tierra, alcohol, sangre y vómito. Se le revolvió el estómago.

Ni siquiera obtuvo una respuesta, el chico parecía estar en una especie de estado de seminconsciencia.

—¿Rommel? —volvió a llamarlo, empujándolo suavemente esta vez.

Su ropa estaba pegajosa y acartonada, fue una sensación desagradable, pero al menos logró que Rommel entreabriera los ojos para mirarlo. Poniendo un gesto de fastidio al verlo.

—De todas las personas, tenías que ser tú—fue lo que dijo. Su aliento apestaba a mezcal barato, pero no se movió de ahí. Sólo puso uno de sus brazos sobre su cara para cubrirse de los últimos rayos del sol de la tarde. Se notaba que la cabeza le dolía.

—¿Pero qué rayos te pasó? ¿Qué estás haciendo aquí?—le preguntó Galen, mirando a su alrededor sin poder dar crédito a lo que estaba sucediendo.

A un lado de ellos acababa de ocupar una banca otro vagabundo de barba abundante y sucia que cargaba un gran costal que olía a orina.

—¿Qué te importa?—Rommel se giró dándole la espalda.

—¿Qué pedo? ¿Desde cuándo estás aquí?—lo cuestionó una vez más Galen, tomándose unos momentos para observarlo con tristeza.

Aparte de toda la suciedad, el chico frente a él lucía aún más delgado, tanto que podía ver las espinas de sus vertebras de la espalda perderse donde la manta de periódicos lo cubría. Definitivamente una escena de lo más sobrecogedora.

—¡Te dije que no te importa! ¡Pinche madre!—Despotricó Rommel—¡No me estés hablando! ¡Píntale de aquí!

—¡Pero…!

—¡Píntale, te dije! —el chico se giró nuevamente sólo para arrojarle una botella de plástico medio llena, la cual Galen apenas y pudo esquivar alejándose de él.

Se quedó un rato mirándolo desde unos cuantos metros de distancia, sin saber qué hacer. Pensando en que debería ayudarlo de algún modo, independientemente de que este tuviera la intención de alejarlo de sí. Pero finalmente llegó a la conclusión de que él no podía ayudarlo…

No solo, al menos…

*

Se sintió extraño volviendo a pisar por voluntad propia el interior de aquella miscelánea. El lugar por sí solo le acarreaba muchos sentimientos que no podía controlar.

Como siempre Mario se encontraba al fondo atendiendo clientela con ese rostro suyo inexpresivo y su fea manera de ser. Le dirigió una mirada al verlo, sin embargo, no le saludó hasta que la señora a quien atendía se marchó y Galen se colocó frente al mostrador.

—¿Qué necesitas? —le preguntó sin rodeos.

—Hablar contigo… No sé a quién más recurrir…—balbuceó él sintiéndose tonto al hacerlo.

—No puedo en este momento, Galen, estoy ocupado. Vuelve en cuarenta minutos cuando cierre la tienda—fue la respuesta fría que obtuvo de Mario, ante lo cual Galen optó que lo mejor sería ser directo.

—Rommel está muy mal.

Notó como al decir esto, había logrado romper un poco la expresión normalmente impávida en el rostro del otro, quien de inmediato le preguntó:

—¿Qué le pasa a Rommel?

—No lo sé—sus palabras salieron con un desentono chillón normal de la adolescencia—. Lo encontré en una banca. Creo que ha estado durmiendo en la calle…

Galen no tuvo que decir más. Mario giró su cabeza hacia un lado para avisarle a su abuela que saldría, recibiendo un ronquido de la señora dormida como contestación y rápidamente cerró la cortina de metal tras la reja que los separaba, saliendo poco después por una ruidosa puerta que había a un costado. Dejó cerrado con llave y entonces ambos partieron rumbo a la plaza de armas.

No hablaron nada en el transcurso. Y Mario se separó de él justo cuando fue capaz de reconocer a Rommel con sus propios ojos, quien seguía ahí, acostado en esa banca cubierto de papel periódico con esa pinta repugnante.

Galen se limitó a observar a Mario mover a Rommel, llamándolo hasta que el chico reaccionó y le lanzó un manotazo el cual Mario ni siquiera se molestó en esquivar, dejando que ensuciara de tierra esa camisa suya a franjas blancas y negras.

—¿Qué estás haciendo aquí, Rommel?—le preguntó hincándose en el piso junto a la banca, logrando que esta vez Rommel al menos volteara a mirarlo.

—Déjame, ¿Qué está haciendo este culero aquí? —fue lo que dijo éste al ver a Galen a unos pasos de ellos—. Dile que se vaya, que me deje en paz.

—Fue él quien me dijo que estabas aquí—respondió el gótico—, pero como gustes…

Galen vio a Mario levantarse, caminar hacia él y finalmente decirle que necesitaban un tiempo a solas. A lo cual él, sin más remedio, se alejó lo suficiente de ambos, ocupando una banca junto a la fuente de sodas. Una banca que poco después compartió con una pareja que tenía un bebé, el cual vomitó sobre ella, salpicándole a él un poco de leche agria.

Ni todas las servilletas que le dieron en la fuente de sodas pudieron borrar ese aroma. Los padres no le ofrecieron tampoco una disculpa…

Malhumorado pensó en comprar una soda para olvidar aquel mal rato, dándose un chasco al descubrir que, de todos los sabores, no tenían soda de limón, la cual era su favorita, sin mencionar que era la única que le gustaba.

Sus ojos se humedecieron luego de eso; le habían dado ganas de llorar, aunque claro no se permitió a sí mismo hacerlo. En ese momento sentía como si todo el universo conspirara en contra suya, habiendo sido lo peor sin duda esa mirada que Rommel le había dado, como si fuera la peste —cosa irónica considerando que era él quien apestaba— y le diera asco acercarse a él.

Se preguntó qué tanto estaría conversando con Mario, si Rommel le contaría lo que sucedió… Aunque sinceramente no lo creía…

Al cabo de unos minutos miró a Mario volver, trayendo a Rommel detrás suyo. Mario con su habitual mirada inexpresiva y Rommel con una expresión atufada.

—No sé lo que haya pasado entre ustedes—le dijo Mario confirmando sus sospechas—, pero tienen que arreglarlo—se dirigió esta vez a Rommel al decir esto último.

Galen se limitó a asentir antes de que el otro continuara.

—Rommel puede ir a tu casa a comer y a tomar un baño, si no te molesta, Galen.

De nuevo él asintió, un tanto confundido, observando a Rommel, quien sólo parecía un niño malhumorado tras una figura paterna a la cual no podía contradecir y que acababa de decidir por él.

—Bien, los dejo entonces. Debo ir a hacer inventario y hacerle de cenar a mi abuelita—dijo Mario por último, a modo de despedida, antes de sencillamente girarse e irse, dejándolos solos.

—Vamos, pues—susurró Galen nervioso, luego de unos instantes de incomodo silencio, haciendo un ademán con su mano para invitarlo a seguirlo.

 

*

 

Ya estando en casa, sin perder tiempo, Galen le ofreció ropa limpia y la regadera, tras lo cual Rommel, sin decir ni una sola palabra entró al baño, no saliendo de allí hasta que se hubo vestido, a diferencia de la última vez, cuando todavía eran amigos, en que le permitió verlo desnudo… Y no era que quisiera verlo desnudo, pero eran detalles como ese los que le recordaban que había perdido la confianza del otro.

En ningún momento le dirigió comentario alguno mientras Galen le servía un poco de caldo. Y ya ambos sentados a la mesa Rommel simplemente se concentró en comer, haciendo un molesto ruido al sorber el caldo, que fue el único sonido entre ambos durante lo que pareció ser una eternidad. Mientras tanto Galen esperó a que terminara, apoyando la cabeza entre sus manos, con la vista clavada en la mesa.

Estaba ya resignado a que Rommel se iría sin decir nada cuando de pronto escuchó su voz.

—¿Quién hizo la sopa? —hizo la pregunta serio, sin levantar la vista del tazón.

—Mi mamá se la compró a una señora que vive a la vuelta… Mi tita, después de lo que sucedió quedó sin fuerza en la mano izquierda y ya no cocina…

—Doña pelos—susurró Rommel.

—¿Qué?

—Doña pelos—repitió, confirmándole lo que creyó haber escuchado—, así le dicen a la señora a la que tu mamá le compró la sopa. Dile a tu mamá que no vuelva a comprar ahí.

—Se lo he dicho. Todos se lo hemos dicho—respondió Galen, dejando al aire la mitad de lo que realmente quería decir «… Excepto Aarón, él no le ha dicho nada porque quién sabe dónde rayos estará comiendo… Siento envidia por él…»

—La entiendo, es que da barato—Rommel se encogió de hombros, pero justo entonces ocurrió algo que parecía casi imposible que sucediera; dejó escapar una risita que acompañó sus próximas palabras—: Me acuerdo que hace tiempo me puse una peda de aquellas, güey, y al día siguiente pss obvio que andaba de la verga. Una crudota de esas de que no pinches mames cabrón… Total que pss me decidí a comprarme un pinche menudo acá pa’ la cruda. Y hast’eso recuerdo que aquella vez no estaba tan jodido de lana, o sea que me pude haber comprado algo bien, cabrón, pero no güey, al final se me ocurrió ir con esta vieja por el menudo—Chasqueó la lengua, dando a entender que había cometido un grave error—. Anda, para empezar me lo dio frío, así de mala gana, se le sentía toda la grasa, así de esas veces que se te pega en el paladar… Pero eso no fue lo peor. Pa’acbarla de chingar ¡estaba lleno de pelos, güey! Y deja tú… ¡De esos pelos cortitos chinitos feos! ¡Parecían pelos púbicos, güey!… Me agarró un asco, güey. Ya ni chinga la pinche vieja, ni me lo acabé, ahí lo dejé mejor, ¡Preferí quedarme crudo!

Él no pudo evitar reír por la anécdota, dejando que sus labios se movieran solos para decirle:

—¡Qué asco! Pero sí te creo… El otro día mi mamá le compró un mole a la señora y, además de que me salió una piedra en los frijoles, encontré un pedazo de uña en el mole ¡casi me vomito!

—¡Pinche doña pelos, cabrón! ¡Y luego la ensalada que vende huele a cola!

—¡A cola echada a perder!—Exclamó Galen.

—¡Como la tuya! —Rommel se echó a reír.

—¡No, como la tuya!

Ambos se echaron a reír, incapaces por unos segundos de dejar de hacerlo. Rommel se sujetó el estómago, tirando al hacerlo un poco de baba de sus labios entreabiertos, algo que acabó por hacerlos reír aún más.

—¡Ya no puedo más!—soltó Galen entre carcajadas, mirando a Rommel igual que él.

Aunque finalmente las risas cesaron, dejando al par un poco exhaustos.

Rommel fue el primero en suspirar después de eso, seguido por Galen, quien había dejado inconscientemente una pequeña sonrisa en sus labios. Y a ello le siguió un corto silencio, tras el cual el trigueño suspiró de nuevo.

—Ah… Ya extrañaba a mi amigo—dijo en voz baja.

—Yo también—masculló él, desviando la mirada.

—Supongo…—Asintió Rommel con un dejo de desilusión que sumió a ambos nuevamente en el silencio de la incomodidad.

—Podríamos volver a intentarlo—planteó Galen, al poco rato—. Tú sabes, volver a ser amigos, como antes…

Por un momento pareció como si Galen no hubiera dicho nada pues el otro no hizo nada por responder más que fruncir el ceño y, fue hasta después de unos cuantos segundos que, desviando la vista dijo:

—No sé, güey.

—¿Por qué no sabes? Vamos, Rommel, tú mismo lo dijiste… Yo también extraño a mi amigo, no es lo mismo sin ti.

—Pues sí, güey, pero no sé… Todo estaba muy bien hasta que pasó lo de la fiesta… Que pues sí, pasó y el pedo pero pss hasta ahí, es normal hasta cierto punto hacer pendejadas andando pedo… Pero lo tuyo ya no fue simplemente andar pedo, güey…

—¿Y qué? —Lo interrumpió—¿Qué tiene? Igual me gusta ser tu amigo… Somos compas ¿Qué no?

Rommel suspiró nuevamente. Parecía no saber qué contestar. Se rascó un poco la cabeza con un gesto de incomodidad antes de decirle—: Pues sí, güey, sí somos compas pero… Pss agarra la onda que ya no va a ser lo mismo…

Y habiendo dicho eso, se levantó de la silla, pasando realmente poco tiempo antes de que dijera lo que Galen temía que diría todo ese tiempo «Ya tengo que irme».

Resignado, el chico lo acompañó  hacia la puerta, despidiéndose, aunque saliendo junto con él, deteniéndose a cerrar con llave por fuera.

—¿Irás a algún lado?—le preguntó Rommel, acostumbrado a que su amigo permaneciera en casa luego de despedirlo.

—Sí, tenía ya planes para hoy. Por fin iré a la casa de Cumbres—dijo Galen como si nada, dejando en el otro una expresión de sorpresa que manifestó de inmediato con palabras.

—¿Hablas de aquella casa? ¿La que me habías dicho antes? Esa es una mala idea, Galen.

—Una mala idea más, una mala idea menos, qué más da ya—tarareó el muchacho alejándose unos pasos.

Esa actitud despreocupada era algo nuevo de Galen, seguramente pensó el otro, antes de adelantarse frente a él para impedirle el paso.

—Lo digo en serio, Galen, esa es una pendejísima idea. Todavía una casa de acá del centro, pero allá no… Podrían meterte al bote nada más por verte intentar romper una ventana…

—Por eso no voy a intentar romper una ventana—dijo Galen con voz triunfante, colocando una mano frente al rostro del otro, de la cual colgaba un llavero columpiando una llave.

—… ¿Es la…?

—Así es—lo interrumpió—. Es la llave de la casa.

—¿Cómo?—fue lo único que atinó Rommel a preguntar.

Había sido uno de esos días; su madre todavía molesta por lo de su noche de juerga en la fiesta le había ordenado alzar su habitación. Aarón como siempre sencillamente se había mofado de él, yéndose a la hora de la comida, alegando que comería en la casa de uno de sus amigos.

Él volteó los colchones de la alcoba, la suya y la de Aarón y, precisamente al hacer eso se percató que bajo el de su hermano estaba el llavero.

Era el que solía ser de su padre, lo sabía porque era de esos baratos que se compran en las ferias, los cuales pueden albergar pequeñas fotografías. Le dio nostalgia al verlo; por un lado tenía una pequeña foto de Aarón de pequeño en brazos de su padre y por el otro, creía recordar también que tenía una foto de su mamá y él, aunque esa parecía haber sido removida.

Se preguntó por qué Aarón conservaría la llave de su padre, aunque realmente no le interesaba mucho… Lo importante era el hecho de que se trataba de la llave de la casa y nada más.

 

—¿Y cómo sabes que es la misma llave?—lo cuestionó Rommel—. Lo primero que yo haría al comprar una casa sería cambiar las chapas.

—Pues es como echar un volado—explicó Galen—; la llave quizá abra o quizá no. Eso no lo voy a saber hasta que esté ahí ¿no lo crees?... Si abre entro y si no… Pues no entro y ya… Así de fácil.

—Pues tú sabes, a mí me sigue pareciendo una mala idea…

 

Galen lo ignoró después de eso. Se despidió con la mano y siguió su rumbo. Parecía decidido —muy distinto a cómo solía ser todo el tiempo— y Rommel de alguna manera temió por él. No parecía ser el mismo chico que había conocido. A simple vista no era muy evidente, pero esas dos semanas definitivamente lo habían cambiado… Aparentaba ser más impulsivo que de costumbre, más despegado de la vida…

Lo alcanzó en la intersección entre la Av. Juárez y la Constitución, a unas cuadras de la plaza de Armas. Allí lo detuvo para decirle:

—Iré contigo.

—¿Por qué? —preguntó el otro un tanto sorprendido.

 —Porque si suena una alarma, hay un perro o hay gente en la casa no vas a saber qué hacer, estoy seguro…

—De acuerdo—suspiró el muchacho, como si no fuera eso lo que había estado anhelando todo ese tiempo, retomando la marcha, esta vez de lado de Rommel—, pero que conste que vienes porque quieres…

 

 

Notas finales:

Gracias de antemano por leer y comentar!

Espero sus palabras de apoyo me animen pues he andado realmente desinspirada...

! Os quiero mucho ! :)


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