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EL MAL CAMINO por Galev

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Notas del capitulo:

Hola lectores!

Les agradezco su infinita paciencia!!

Uno piensa que saliendo de la escuela va a tener más tiempo en su vida y resulta ser una gran mentira... Cuando entras a trabajar y la vida real te da un puñetazo en la cara es cuando comprendes por qué peter pan no quería crecer jajaja.

En fin,

Una gran disculpa por la tardanza de siempre y a quienes no respondí sus reviews! Prometo que lo haré, en serio! :)

No me extiendo mucho, sólo les dejo el capítulo, rezando para que lo disfruten.

Así que sin más preambulo los invito a leer... :)

Capítulo XXVIII: La casa de los locos (Parte II)

 

Llegar a la casa no había sido una tarea sencilla. Tenían que abordar dos camiones para tan siquiera acercarse a Cumbres y, dado que la colonia no figuraba en las rutas habituales,  necesitaban caminar de parada en parada para tomar el siguiente autobús, momentos que Galen aprovechaba para mirar sobre su hombro nerviosamente, hasta que Rommel, un tanto fastidiado por su actitud, terminó por cuestionarle—: ¿Qué tanto volteas?

A lo que el chico decidió contarle, un tanto incomodo, que desde hacía días tenía la sensación de estar siendo seguido; siendo lo peor lo ocurrido el martes. A razón de sus propias palabras, cuando descubrió a un hombre moreno que llevaba un sombrero ranchero y gafas de sol observándolo desde una camioneta color plata de vidrios polarizados que al parecer lo estaba grabando con una cámara de video, pero  que sin embargo, al verse descubierto subió prontamente el vidrio de la ventana y la camioneta se puso en marcha.

Desde luego no le contó a Rommel el escalofrío repentino que le recorrió por la espalda al verlo partir, ni que sin pensárselo dos veces regresó a su casa aquel día sin desear salir de nuevo.

—Quizá que le gustas—se burló Rommel sin humor, siendo respondido por una risa apagada por parte de Galen.

Pero olvidaron lo del hombre en cuestión cuando llegaron a Cumbres y la belleza de aquella colonia los enganchó.

Cumbres era una de las colonias de más alta alcurnia de la ciudad a pesar de su antigüedad y sus casas eran ocupadas por dueños de industrias renombradas e inversionistas millonarios. Cumbres además sería de las primeras colonias en amurallarse y poner una caseta de vigilancia en los tiempos realmente violentos, sin embargo, para ese entonces presente año dos mil, estaba todavía abierta, haciendo posible que el par de muchachos pudieran entrar libremente.

Galen ya había olvidado lo que era estar allí. No tener que mirar hacia abajo con el temor de tropezar con algo pues las aceras estaban integras y siempre limpias; los camellones centrales llenos de flores que nadie arrancaba; la fuente de la glorieta central con sus aguas cristalinas y no lamosas y con un aroma acedo como la fuente de la alameda o las de la plaza de armas.

Era simplemente otro nivel; como proyectarse a alguna ciudad de ensueño de un país de primer mundo. Por lo mismo Rommel no parecía saber hacia dónde mirar primero, dando la impresión de jamás haber contemplado la posibilidad de ver tanta riqueza junta. Caminaba por las cuadras mirando las casas —que por su tamaño muchas podrían haber sido catalogadas como mansiones— como un niño que anhela un juguete tras una vitrina.

—¡¿De verdad vivías en una de estas?!—Exclamó sin disimular su asombro—¡No me chingues! ¿Cuál de todas era la tuya?

—La de nosotros no era tan ostentosa… Creo—respondió Galen un poco nervioso—… Vamos, es por acá.

«Himalaya» se leía en el anuncio de nomenclatura. Ese era el nombre de la Avenida donde estaba la casa, entre las calles Andes y Alpes.

Tal como lo recordaba había un arce de hojas rojas en la esquina y al verlo no tardaron en llegar a su mente memorias nostálgicas. Siempre le había parecido que el árbol estaba en llamas cuando el sol se ponía tras sus hojas en las tardes de otoño. Era extraño, pero le había dado verdaderamente mucho gusto verlo allí nuevamente, como si hubiera encontrado a un viejo conocido, de esos que al verte exclaman algo así como “¡Pero mírate cómo has crecido!”

Y a medida que caminaba, más y más recuerdos iban aflorando. Ya estaba ansioso por ver la casa que había sido su hogar; por alguna razón moría de la emoción, como si adentro fuera a encontrar de nuevo a su padre ahí esperándolo…

Sin embargo, Rommel repentinamente lo hizo volver al presente cuando exclamó de pronto:

 —Achís, que raro.

—¿Qué?—preguntó él.

—Nada que… Esta cuadra no se ve como las demás…

Galen tardó en entender a qué se refería el otro, deteniéndose ahora a observar con mayor cuidado, percatándose con este nuevo enfoque en algunos detalles. Lo primero que llamó su atención fue que en los pórticos de la mayoría de las casas allí había acumuladas hojas secas, bolsas de plástico y demás basura, algo extraño si se consideraba que la última tolvanera había ocurrido a principios de marzo. Aquello le hizo fijarse también en los jardines delanteros de estas casas, topándose con zacates secos, algo ralos, rosales un tanto marchitos y buganvilias descontroladas. Rommel tenía razón; esa cuadra no lucía como las demás. La mayoría de las casas estaban abandonadas, aunque pese a ello, no tenían ni siquiera algún letrero de «se renta» o «se vende» por ningún lugar.

Finalmente se detuvo frente a la que fue su casa.

Todo el esplendor que recordaba de ella, sus arcos follados de enredadera, el bonito jardín delantero… ¿Qué había sucedido ahí?

La enredadera ahora seca, ceniza por el polvo que la cubría, enmarañaba ahora unos arcos de ladrillo llenos de telarañas. Los arbolillos del jardín eran apenas unas ramitas marchitas deprimentes, como el resto. Ni siquiera el número parecía hacerse salvado del abandono, el número nueve del 895 se hallaba colgando al revés, luciendo como un seis.

—Parece una mansión embrujada—soltó su amigo, arrebatándole las palabras de la boca.

La luna se había puesto sobre la casa, vislumbrándose en el cielo como una sonrisilla maliciosa, que la alumbraba con perversidad. Y por primera vez en el día Galen experimentó algo distinto del nerviosismo de ser atrapado en la casa; le dio terror la casa en cuestión.

—¿Qué esperas? Ya acércate y mete la llave para que nos podamos ir de aquí.

Él asintió rápidamente, tal si acabara de recordar el propósito que lo había conducido allí en primera instancia. Sacó la llave y, acompañado por Rommel, mirando hacía un lado y hacia otro —algo innecesario considerando que la calle estaba completamente desierta— metió ésta por la cerradura, tomándose su tiempo antes de hacerla girar.

—¿Qué pasa, güey?—le preguntó Rommel metiéndole presión, aunque Galen no respondió nada. ¿Cómo podía decirle que repentinamente se le habían quitado las ganas de entrar? ¿Que todo lo que habían recorrido para llegar había sido en vano…? Quedaría como un cobarde; de esas gentes que hablan demasiado pero no hacen nada.

Con todo eso en mente concluyó que realmente no tenía otra opción que hacerle caso y en un movimiento rápido dio vuelta a la llave en el cerrojo que, tras atorarse un poco, lanzó un ligero chasquido que sonó como un clic.

Su corazón se detuvo por un segundo… La puerta estaba… abierta…

Un airecillo mortífero sopló de pronto por la calle, arrastrando un poco las hojas secas de los pórticos, produciendo un sonido similar a cascabeles.

Los cascabeles que advertían que no debía entrar a esa casa… La idea le atravesó por la cabeza al mismo tiempo que empujaba la puerta, abriendo el paso hacia un obscuro recibidor y un frío un poco húmedo.

Los arbotantes acababan de encenderse, formando una alfombra de luz que proyectó sus sombras largas en el piso.  

—Espero que hayas traído una lámpara—comentó Rommel.

—Sí, lo hice—respondió él, sacando una muy pequeña del bolsillo de su pantalón, encendiéndola para aluzar mientras cruzaban el umbral.

Se adentraron por el recibidor un poco cohibidos, hasta llegar a un espacioso salón vacío. Allí había estado años atrás una grande y linda sala, aunque ahora resultaba difícil imaginarla puesta, inclusive para Galen quien la había visto ahí, con esa tupida capa de polvo que cubría el piso.

El tiempo no parecía haber sido benévolo con la propiedad. El enjarre de las paredes tenía grietas en ciertas partes y lucía desquebrajado debido al salitre.

—No creo que hayamos sido los primeros en entrar aquí después de que se mudaron—dijo su amigo apuntándole hacia el suelo donde había una bolsa de frituras y unas cuantas colillas de cigarrillos y mientras Galen iluminaba esto, inopinadamente un sonido, como el de alguna lata cayendo se escuchó del otro lado, seguido por un repiqueteo y otro ruido que parecía ser el de la lata rodando por el suelo.

La linterna de inmediato apuntó hacia allá un poco temblorosa.

—¿Qué fue eso?—preguntó Galen, no percatándose de que se había prácticamente pegado a Rommel, mirando nervioso hacia donde alguna vez fue la cocina, la cual era tan grande que la luz de la lámpara no alcanzaba a llegar hasta el fondo, por lo que lo más profundo era prácticamente tragado por un manto de obscuridad, a través del cual seguían escuchándose los ruidos, acompañados por algunos chillidos agudos, aunque silenciosos.

—De seguro ratas—masculló Rommel, dejando escuchar su voz que lo tranquilizó un poco—¿Dónde está eso que dices?

—Es por acá—Galen se puso en marcha nuevamente, hacia una imponente escalera de madera, la que seguramente con la limpieza e iluminación adecuada habría lucido bastante bella, pero que bajo la suciedad y obscuridad que había entonces, se veía realmente tétrica.

La escalera rechinó un poco bajo sus pies, apenas estos la profanaron. Él no recordaba que rechinara antes; pero eso se debía a que la madera se encontraba un poco hinchada. Probablemente una de esas lluvias fuertes que habían azotado la ciudad el año pasado había creado una gotera en el techo, estropeando la madera… O quizá había sido producto de pies mojados… Eso último parecía ser lo más seguro. Sí había marcas de pisadas impresas en el polvo. Y perturbadoramente, eran marcas no muy antiguas…

Más arriba, la escalera ya no rechinaba tanto. Pero fue cuando la lámpara comenzó a fallar; parpadeó por un segundo dejándoles a obscuras, por lo que Galen prontamente le dio un par de golpecillos haciendo volver la luz. Debió prever que algo así sucedería y cambiar las baterías, aunque ya era algo tarde para eso.

Una vez en el segundo piso, dobló hacia la derecha, dejando atrás el pasillo donde quedaban las habitaciones. Allí delante había una puerta que correspondía al estudio de su padre, justo a un lado de la sala de televisión, la cual continuaba a una puerta corrediza que desaparecía tras la pared.

Rommel reparó en ella mientras Galen batallaba nuevamente con la lámpara. La puerta estaba entreabierta, dejando una rendija por donde se colaba una luz opaca de luna. Por alguna razón sus ojos se habían quedado observando el riel por donde ésta se deslizaba para abrirse, fijándose en el hecho de que se miraba demasiado limpio, desentonando con el desastroso lugar… A decir verdad, parecía haber habido algo que se arrastró a través de la entrada; lo delataba que, lo que sea que esto hubiera sido, se llevó el polvo del suelo, dejando esa parte brillante… ¿Qué habría podido ser? Se preguntaba ¿Una bolsa de basura, quizá?

Lo devolvió al momento el sonido que su amigo hizo al abrir la puerta del estudio, logrando voltear a mirarlo en el instante en que su cuerpo desapareció por el marco y entonces él lo siguió. Mirando con sus propios ojos el lugar a donde se habían adentrado.

Era una habitación pequeña, aunque sorprendentemente, pese a no poseer ventanas, el aire se sentía inclusive más fresco y limpio que en el pasillo. En medio había un escritorio de madera que no concordaba con la falta de muebles del resto de la casa y que daba la impresión de jamás haberse movido de allí. Una gruesa capa de polvo cubría su superficie, aunque había huellas de manos y dedos descuidadamente dejadas en éste, algo que le confería un aspecto inquietante junto con las manchas de quemaduras características de cigarros en ciertas partes y unas cuantas colillas.

Galen pasó esto por alto a decir verdad. Traía un objetivo en mente que lo apresuró a tocar la pared de fondo, palpando ésta con sus manos en busca de la puerta que creía se escondía allí y Rommel rápidamente se dispuso a ayudarlo haciendo lo mismo, dando también por su parte unos pocos golpecillos que sonaron huecos y que le hicieron creer que quizá Galen no estaba equivocado.

Y no tardó mucho en convencerse al cien por ciento de que realmente existía tal puerta, cuando él mismo la reveló empujándose contra la pared casi llegando al rincón del lado izquierdo.

Quizá jamás habría podido dar con ella de no saber que existía. Estaba muy bien pensada, pese a tratarse de algo tan simple. El truco consistía sencillamente en que no se miraban los bordes debido a unas columnas de material que había en las cuatro esquinas del cuarto, dando la impresión de que la pared se continuaba cuando en realidad había una puerta.

Unos empujones más, y una abertura fue lo suficientemente grande como para que cupiera una persona.

Haciendo eco en el silencio se escuchó de pronto como Galen pasó saliva. Se notaba que estaba muy nervioso y que tenía mucho miedo de lo que pudiera encontrarse detrás, por lo que Rommel lo esperó a que decidiera por fin asomarse y por fortuna eso no le llevó mucho tiempo, ya que el chico pareció armarse de valor y con cuidado entró, esfumándose tras la pared con Rommel siguiéndolo de cerca.

El espacio allí era muy angosto. Y más al sumar que había objetos descuidadamente dispuestos en el suelo, con los que tuvieron cuidado de no tropezar; objetos que pudieron ver eran cajas de cartón cuando Galen las alumbró con la luz cada vez más débil y tintineante de la lámpara. A Galen le llamaban la atención estas cajas, pero no tanto como unas vitrinas altas de cristal que se hallaban en el fondo. 

Rápidamente se apresuró a llegar a ellas y a mirar dentro, alcanzando a ver a través del vidrio de una de estas, que colocados sobre la repisa más alta de la vitrina descansaban varias reliquias. Claramente distinguió un reloj de ferrocarrilero de plata algo ennegrecido y unas copas de oro. Parecía haber muchas cosas de oro en realidad, de distintos grados de pureza, desde anillos, hasta una pequeña tortuga con un caparazón adornado con rubí. Aunque de las cosas que más resaltaban se encontraban unas alhajas de un dorado muy brillante que, a simple vista al menos, daban la impresión de estar hechas de oro de 24 quilates y zafiro.

Ambos estaban embobados admirando todo aquello, cuando de pronto, la luz parpadeó con mayor frecuencia que antes y fue menguando, sin responder más a los golpecillos que Galen le daba maldiciendo, hasta abandonarlos por completo, dejándolos envueltos en una penumbra absoluta. 

—‘Pérame, yo lo arreglo—susurró Rommel rápidamente y aunque Galen no podía verlo, lo escuchó abrir el zíper de su mochila, revolviendo cosas. Y no pasó mucho antes de que reventara una chispa en medio de la obscuridad y una flama flotante apareciera iluminando sus rostros con luz danzarina.

Era la llama de un encendedor, la cual pronto se situó frente a la vitrina que habían estado mirando.

—No mames güey… Fácil en esta madre hay un millón de pesos.

—Son sus tesoros… De mi padre… No puedo creer que sigan aquí—la voz de Galen salió como en secreto—… ¿Pero por qué los dejó?

—Güey, no mames, ya supéralo ¡qué importa! ¡Somos ricos! ¡Digo! ¡Eres rico, no chingues!—Exclamó su amigo con una sonrisa y la mirada perdida en los objetos—Vamos a abrir esto, ándale, y metamos todo lo que quepa en mi mochila.

—Sí… Es sólo que no entiendo…—volvió a hablar Galen sin la mitad de la emoción de Rommel—… Si lo que mi padre quería era todo nuestro dinero ¿Por qué dejó todo esto?

Esta vez su amigo no contestó. Aunque él no esperaba una respuesta realmente. La pregunta había ido dirigida más que nada para sí mismo. Era extraño, pero tenía la esperanza de encontrar el hueco tras la puerta completamente vacío; eso le habría provocado más tranquilidad. Habría significado que su padre huyó con todo lo que pudo, que quizá ese cuarto era un secreto inclusive para su madre porque estaba repleto de cosas robadas, de cosas que hurtó a otras familias de donde él también pertenecía. Eso lo habría hecho pensar que no era la primera vez que su padre hacía eso. Llegar a un lugar, hacer una familia con una persona adinerada y luego marcharse, con todas las riquezas que pudiera acumular… Pero sus tesoros seguían allí en ese cuarto ¿qué significaba eso?

Estaba seguro que el valor de los objetos tan sólo en la primera vitrina que vieron superaba la cantidad dicha por Rommel, por el sencillo hecho de que no sólo se trataba de oro o plata, sino de antigüedades. Entendía que fuera difícil cargar con tantas cosas y pasar desapercibido, lo cual pudo haber sido una razón para dejarlas, pero eso no desechaba que tuvo la posibilidad de haberlas vendido o empeñado antes de irse para sumarse mucho dinero a su cuenta. Sentía que allí había algo que no coincidía con la historia de que su padre era un ladrón desgraciado que su madre les manejó.

Mientras pensaba en todo esto Rommel continuaba aluzando las reliquias con el fuego de su encendedor, contemplando fascinado, como niño que mira un circo de pulgas, todos los tesoros que yacían tras el aparador. No eran sólo joyas. Había también una que otra cosa exótica ahí dentro. Máscaras africanas y estatuillas de ónix y obsidiana. Una alta pila de onzas se equilibraba sobre el vidrio de la repisa que miraba, donde quizá una cayó, pues el cristal se veía estrellado, formando una telaraña de grietas. Pensó que tal vez la moneda se había caído al momento de que colocaron lo que se encontraba en la parte de atrás, que aparentemente eran unos frascos empañados por el polvo que los cubría, haciendo difícil poder mirar lo que había adentro.

Rommel estrechó los ojos, en un intento por ayudarse a distinguir mejor. Los frascos no tenían nada de glamoroso a primera vista; algunos parecían haber sido de mayonesa o salsa de tomate, pero ahora estaban llenos de una especie de líquido transparente. Y algo flotaba dentro de éste. El muchacho se acercó más y más al vidrio que lo separaba sin darse cuenta, con los ojos fijos en uno de los frascos, demasiado intrigado para notar que tenía la boca abierta, hasta que su frente estuvo a unos escasos milímetros de tocar el cristal. Y fue entonces que logró ver de qué se trataba.     

Acelerado dio un paso atrás, golpeándose la espalda contra la pared, con sus ojos completamente abiertos y una mano cubriendo sus labios que habían dejado escapar un sonido de asombro. Estaba seguro de lo que había visto. Era una mano blanca e hinchada suspendida en el frasco de mayonesa. La imagen no abandonaría jamás su cerebro, por más que lo intentara. Siempre al evocar el recuerdo sería capaz de ver esas uñas cortas casi desprendidas de la punta de los dedos.

Y de repente, la obscuridad embebió el pequeño espacio donde se encontraban, debido a que Rommel había dejado de presionar el pulsador, algo que lo sacó de su conmoción inicial, volviendo a restaurar la luz tan pronto como le fue posible, topándose de frente con el rostro extrañado de su amigo.

—¿Qué clase de… coleccionista de tesoros… era tu padre, Galen?—le susurró intimidado cuando se sintió capaz de hablar nuevamente.

—¿De qué hablas?—le preguntó éste susurrando también, finalmente girando su cabeza para dirigirse a mirar donde Rommel le había señalado sin decir nada. 

Y al igual que su amigo, Galen tardó en poder enfocar, alejándose y acercándose al aparador, hasta que su rostro se arrugó deformándose con un gesto de aversión, pelando sus ojos aguamarina bajo sus cejas arqueadas.

—No… Mi padre no… Esto no es de mi padre… Mi padre no… Él jamás…—balbuceó repetidas veces, agitando la cabeza con fuerza.  

—No mames, güey… tu padre… tu padre era un asesino… Por eso se fue…

—¡No! ¡Cállate!—Gritó él chico violentamente, asustando a Rommel.

Su rostro se malograba de muchas formas por la luz tambaleante del fuego y sus ojos tenían el brillo acuoso característico de lágrimas sin derramar.

—No vuelvas a decirlo. No vuelvas a decirlo jamás—le advirtió—. Puede que mi padre sea cualquier cosa… Me trago cualquier versión. Ladrón, canalla, lo que sea, pero no asesino… Mi papá no puede ser un asesino… 

Galen estaba a punto de llorar y por lo mismo desvió la vista. Rommel sólo tragó saliva permaneciendo en silencio. Y de hecho ambos se refugiaron en él, sin volver a hacer ni un solo ruido durante varios minutos.

En ese lapso Galen tomó el encendedor y siguió mirando los frascos en las repisas, contemplando cada vez con menor asombro piezas humanas flotando dentro de los perversos recipientes. En uno de papilla para bebé, había un dedo pulgar hacia arriba, como dando su aprobación por tener una tapadera con la imagen de un bebé regordete mostrando una sonrisa risueña; mientras en otros más altos, como de aceitunas en conserva, estaban acomodados por orden los diferentes dedos de la mano de lo que parecían ser distintas personas, por su diferente grosor y largo, además de variados tonos de piel. Daba la impresión de que se trataba de un juego para quien hubiera hecho eso, quien quiera que este hubiera sido, pues desde luego, se negaba a creer que se había tratado de su padre.

—Creo que deberíamos irnos—escuchó a Rommel decirle por encima del hombro.

Pero él no le hizo caso. Acababa de notar algo que absorbió toda su concentración. Los frascos tenían algo escrito en las tapas con marcador. Unos números. Fechas para ser exactos. El bote de papilla tenía la fecha del 15 de mayo de 1997 y los de aceitunas estaban fechados para 1998; sin embargo no eran los últimos, los años 1999 y 2000 figuraban también allí macabramente.

En un segundo el color del rostro del muchacho se había desvanecido. Ver esos números lo habían dejado sin aliento. Nada tenía lógica. Si sus cuentas no le fallaban él y su familia dejaron la casa a finales de Enero de 1998, dos semanas después de que su padre se fue. ¿Por qué había entonces fechas de 1999 y 2000?

 

Sin darse cuenta se alejó del aparador dando un paso hacia atrás, tropezándose con una de las cajas, pero salvándose de golpearse debido a que Rommel lo sostuvo por detrás. Después de recomponerse se percató que la sacudida que le dio a la caja la había volteado, dejando abiertas sus pestañas de cartón, como dos portezuelas sucias por donde se asomaban unos rectángulos obscuros.

 

No se trataba de otra cosa más que videos VHS. La caja estaba colmada de ellos. Parecía que a alguien a quien le fascinaba sacar grabaciones. Alguien que había encontrado el cuarto secreto de su padre antes que ellos y tenía mucho cuidado de etiquetar sus cosas ordenadamente, entre el polvo y la obscuridad. La sola idea fue suficiente para que se le erizaran los cabellos de la nuca y por su espina dorsal comenzara a recorrerle un sudor frío.

 

La sensación mórbida del peligro se le arrastró helada hasta los hombros como una víbora de cascabel sacudiendo su cola de sonaja. La misma víbora se había ensortijado también sobre Rommel, cuyo miedo se reflejaba en sus pupilas dilatadas como las de un gato, que apenas si dejaban ver el anillo achocolatado de sus irises.   

 

—Vámonos, Galen—Su amigo lo sujetó del brazo, jalándolo hacia atrás y él no opuso resistencia. Tenía tantas ganas de irse como Rommel.

Pero fue en ese momento en que un sonido los hizo brincar de sorpresa de vuelta al cuarto. La puerta de la casa se escuchó lejanamente abrirse y azotarse, y a este ruido lo siguió el rechinido que hacía la escalera en los primeros peldaños.

Debía ser forzosamente una persona que también tenía la llave de la casa, pensó Galen con el corazón comprimido en un puño en la base de su garganta.

Seguramente la dueña de los espantosos frascos…

 

Un temblor incontrolable se apoderó de sus piernas. Lo último que había visto antes de que Rommel apagara su encendedor, sumiendo a ambos en las sombras, había sido la navaja de mano que su amigo sacó de su chaqueta, poniéndose en guardia.

Luego de unos instantes, unas voces acompañaron a los pasos. Eran dos, la de un hombre y la de una mujer. Ambos parecían ser jóvenes y también, extrañamente, conocidos...

 

Y para su horror, el volumen de estas voces poco a poco fue en aumento, a razón de cuanto alcanzaban a aproximarse, hasta que pudieron escucharlas realmente cerca cuando llegaron al pasillo.      

Era inquietante pensar que estaban a tan sólo unos cuantos metros de esas personas, quienes fueran. Lo único que tenían que hacer para encontrarlos era abrir la puerta del estudio; entonces podrían darse cuenta de que el sitio secreto tras el escritorio estaba abierto y no les tomaría tiempo sumar dos más dos para saber que había alguien ahí adentro.

 

Sin embargo, aunque una puerta fue abierta, no fue esta la puerta del estudio, sino la del cuarto contiguo a ellos. La sala de TV. Pudieron escuchar la madera arrastrarse por su riel, a la vez que las voces acompañadas por pasos y risas se trasladaban allí. Y para la sorpresa de ambos chicos, una vez que escucharon a los otros ingresar a este cuarto, casi de inmediato unos listones horizontales de luz brillaron en la obscuridad de su escondite, los cuales se correspondían con una rejilla de ventilación que unía ambos cuartos.

 

—¿Y bien? No has dicho que te parece mi casa—La voz del hombre se coló a través del ducto resonando en las láminas de éste, como lo hace el sonido que pasa por un largo túnel.

 

—Supongo que debo admitir que cuando dijiste que tenías una casa en Cumbres esperaba verla un poquito diferente, o sea, no te lo tomes a mal. Quizá sólo le hace falta el toque femenino—rio la mujer.

 

Aun nerviosos, ambos chicos no pudieron evitar fruncir el ceño ante las voces, dirigiéndose mutuamente una mirada rápida que les hizo entender que estaban pensando lo mismo. Que al menos la voz de la mujer era inconfundible. Si no, había muy pocas posibilidades de que fuera otra, pero casi con toda seguridad era ella… Melissa.

 

Y para horror de Galen, también tenía un nombre y una cara para su acompañante. Su voz podía no ser tan característica como la de Melissa, ni tener una palabra que repitiera constantemente como el típico “o sea” de ella, no obstante, crecer escuchando los constantes cambios de tono de una voz desde la niñez hasta la adolescencia pueden volverte un experto en reconocerla.

Un escalofrió le hizo estrujar el cuerpo entero. No tenía duda de quién era, y por lo mismo sentía el piso temblar bajo sus piernas de gelatina. Del otro lado del cuarto, tras esa voz juguetona y seductora estaba una persona con quien compartía la sangre, su único hermano: Aarón.

 

—Creo que la casa habría sido más de tu agrado si la hubieras visto antes, cuando papá vivía aquí con nosotros—la voz de Aarón de pronto pareció opacarse un poco.

 

—¿Lo extrañas?—preguntó Melissa, con ese tono tierno y comprensivo que a veces también solía usar con Galen.

 

La luz que se colaba entre las rendijas del ducto de ventilación tiritaba levemente, lo que les hizo suponer que ambos, Melissa y Aarón se encontraban apenas alumbrados por las frágiles flamas de unas velas. 

 

—Igual y sí, igual y no—el joven respondió la pregunta luego de un breve mutis—, pienso en él a menudo, ¿eso cuenta?

 

—O sea, obvio—dijo Melissa apresuradamente—. Pero lo que no entiendo es por qué se fue…

 

—Fue todo culpa de Galen—Aarón dejó salir con un tono amargo, a la vez que un olor a humo de cigarrillo se filtraba sutilmente hacia los jóvenes ocultos.

 

Galen había abierto los ojos con sorpresa debido a lo repentino de su confesión, y casi sintió que Melissa le arrebató las palabras de la boca cuando le preguntó por qué.

 

—Hoy eso ya no importa, ¿no lo crees?—el cambio en el tono de Aarón fue drástico, como si de pronto alguien hubiera oprimido un interruptor, haciendo que su voz sonara juguetona de nuevo—, siempre he pensado que el pasado ya pasó y lo único que importa es el hoy, y más específicamente, el momento que estamos viviendo…

 

—¿Ah sí?—susurró la chica con una voz traviesa también, que fue proseguida por un gemido, al cual otros más le secundaron.

 

Ni el más mínimo sonido se perdía entre las habitaciones contiguas, lo que incluía el ruido metálico que hizo la hebilla del pantalón de Aarón al caer al suelo; el zíper de su bragueta abriéndose y el de sus pantalones cayendo junto a la ropa de Melissa. Y de pronto, un silencio que precedió al sonido repetitivo de resortes oxidados de algún camastro o sillón viejo.

 

La música del sexo en su máximo apogeo, marchando entre la oscura luz de las velas, dentro de esa casa muerta; haciendo eco en cada una de las paredes de su escondite. Parecía algo casi satánico, como si dentro de esa escena pornográfica se agazapara algo turbio, algo que desfiguraba el aire que rozaba sus cuerpos, algo que estuviera a punto de ocurrir…

 

Rommel lo había tomado de la mano y él ni siquiera había reaccionado. Demasiado embobado cual polilla sigue el albor de los arbotantes, se había acercado a la rejilla, dejando que la luz menguante que atravesaba del otro lado acariciara su rostro.

 

Sólo así fue capaz de mirar la espalda de Aarón, acosada por esa cara demoniaca tatuada en su piel, mientras tomaba a Melissa como un par de animales en celo. Y entonces pudo mirar con sus propios ojos, como el aire a su alrededor se transfiguraba y salía a la superficie lo que fuera que le estaba erizando los cabellos de la nuca desde el principio.

 

La mano de Aarón había dejado la cadera de Melissa para buscar a tientas por arriba de un alto cajón de madera, chorreado por la cera de las velas, hasta encontrar lo que aparentaba ser un trozo largo de alambre. Lo suspendió en línea recta con ambas manos a espaldas de Melissa, acercándose cuidadosamente a ella, como un hombre que con el diario hecho un rollo se dispone a matar a una mosca esperando el momento justo para hacer un movimiento rápido. Y justo así, Aarón enredó el cuello de Melissa, apretándolo con una fuerza tal que sus nudillos adquirieron un color blancuzco.

 

Un chillido sofocado salió entonces de la boca de ella, mientras su cuerpo se convulsionaba aun ensartado en el miembro de su terrible amante. Sus manos habían ido hacia su cuello en un vano intento por liberarse.

 

—Oh, pobrecita…—Canturreó Aarón con la garganta reseca, al tanto que Melissa manoteaba descontrolada—. ¿En serio pensaste que yo era el príncipe azul que te iba a sacar de tu nido de cucarachas?

 

La situación parecía encender aún más su libido, pues en ningún momento dejó de embestirla, penetrando con una fuerza casi bestial a la mujer temblorosa en que se había convertido Melissa.

 

—Seguro pensaste que una puta como tú sería llamada señora…

 

El cuerpo de Melissa lentamente dejo de forcejear, y sus manos alrededor de su cuello cayeron a sus costados, pálidas. Sólo entonces Aarón dejó de asfixiarla con el cable, arrojando con desprecio su cuerpo inerte, que rebotó en el sillón entre una espesa nube de polvo que éste soltó al ser azotado.

 

Por un momento el cuerpo de Aarón tapó la luz que se filtraba por el ducto, al pasar por enfrente de él, al rodear el sillón para aparentemente buscar algo que se encontraba fuera de su vista. Algo que resultó ser un rollo de cinta industrial, con el cual comenzó a enredar las manos y pies de Melissa. Para ese momento, su hermano estaba ya de frente, haciendo posible que Galen lograra ver su rostro.

 

Era algo tan perverso, mirar a Aarón mantener el mismo semblante despreocupado mientras ataba el cuerpo —quizá sólo inconsciente— de su ex-novia. No sabría explicarlo, era como verlo comiendo palomitas de maíz mientras les ponía salsa picante; simple y sencillamente como quien hace algo irrelevante. Esa no era la cara de un primerizo. No. Esa era la cara de alguien que ha hecho algo tantas veces y de tantas formas que hacerlo no le provoca ya ningún tipo de emoción.  

 

Después de atar a Melissa —la cual Galen se percató que realmente sí seguía con vida al verla mover un poco la cabeza— su hermano buscó entre sus cosas su teléfono celular por el cual hizo una llamada.

 

—Ya tengo a nuestra “reina Azteca”—dijo a través del auricular, con ese porte elegante que tendría cualquier hombre de negocios. Como si no estuviera hablando alguien sin pantalones, con el sexo apenas cubierto por una camisa desabrochada y una mujer casi muerta yaciera frente a él.

 

Esa sonrisa blanca suya era encantadora; su rostro galán. Fácilmente Galen pudo haberlo imaginado en las Bahamas tomando un coctel con hielos a la orilla de la playa mientras la brisa marina refrescaba sus mejillas. No sabía por qué tuvo esa imagen en ese momento, ni por qué fue eso lo que terminó por empañar sus ojos con lágrimas, hasta el punto de no poder más contemplar la escena real detrás de las rejillas.

 

Sólo podía ver al Aarón de la playa, mirando hacia el horizonte, hacia un mar teñido de rojo, donde flotaban cuerpos y piezas humanas que eran arrastradas por las olas hacia la arena. Allí, solo, con esa sonrisa que cada vez más se transformaba en una mueca, antes de que todo se volviera negro…

 

 

 

Notas finales:

Gracias a quienes todavía siguen el mal camino después de 55 millones de años y una era glacial interponiendose entre mis actualizaciones, 

en serio gracias !

Gracias!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

 

Espero el capítulo les haya gustado :) y me dejen su opinión! 

 


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