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EL MAL CAMINO por Galev

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Notas del capitulo:

Hola gente!

Aquí estoy de regreso, para traerles este capítulo "corto" que espero que disfruten.

Muchas gracias a quienes todavía andan por ahí :) y a quienes recién se van integrando a este proyecto.

 

 

Capítulo XXIX: El rincón de los olvidados

Calles, avenidas; imágenes difusas de mil lares atravesaban sus ojos. Imágenes que no permanecían, sólo se disgregaban como el vaho en la superficie de un espejo, inmersas en una realidad que más bien parecía la de un sueño; donde se sentía flotar como un fantasma, avanzando hacia alguna parte, en medio de negrura y medias luces de arbotantes maltrechos.

Iban y venían, había demasiada gente allí para estar tan obscuro. Mujeres con faldas cortas y zapatillas de tacón de aguja, que se contoneaban al caminar, mientras otras sólo permanecían fijas, esperando de pie sobre la banqueta de las esquinas, con un cigarrillo entre sus dedos adornados por largas y pintadas uñas… Algunas eran tan sólo unas niñas. Niñas que al acercarte preguntaban: “¿Quieres pasar un buen rato?” con esos labios suyos embadurnados de coloretes chillones, mirándote a través de una mata de pestañas postizas.

Pero al igual que el humo, su cuerpo se escabulló entre la gente, dejando atrás los aromas mezclados de perfumes baratos y barullo callejero, hasta quedar de frente a un gran portón, el cual atravesó tan pronto la mano que lo había estado dirigiendo todo ese tiempo lo jaló dentro, conduciéndolo por un laberinto obscuro sorteado de pasillos y escaleras.

Allí olía a abarrotes. Le pareció mirar un puesto de fruta apenas iluminado por el tenue brillo de la luna que se filtraba por los tragaluces del lugar y, fugazmente además, un local de santería, repleto de hierbas secas y figurillas de la santa muerte.

Comenzaba a reconocer aquello. De no estar equivocado, ese sitio debía de tratarse del mercado Juárez. Nunca lo había visto por dentro de noche, era realmente distinto. Podría decirse que seguía habiendo movimiento, pese a que los puestos estaban apagados y muchos de ellos cerrados por toldos y cortinas de metal, pero la gente que había allí a esas horas lucía de una u otra manera intimidante.

Atravesó una nube de humo de cigarrillo que exhaló un hombre al pie de las escaleras cuando subió guiado por la mano que lo llevaba hacia el segundo piso. Arriba sólo había locales vacíos, o al menos eso era lo que parecía a a simple vista, pues al ver hacia adentro, uno podía distinguir a personas en algunos. La mayoría indigentes cubiertos de harapos y mugre, pero también, en uno que otro había espectáculos nada gratos que dejaba ver una lona rota, como el de la escena de sexo que sostenían una jovencita que seguramente ni siquiera llegaba a pisar los trece años, notoriamente embarazada, con un hombre parcialmente vestido con el uniforme de la policía estatal.

Un par de prostitutas travestidas lo siguió con una mirada penetrante al pasar por enfrente de ellas. Sus rostros masculinos cargados de maquillaje mantenían una sonrisilla burlona que hacia juego con sus facciones endurecidas por la mala vida. Aunque sus semblantes desaparecieron de su memoria apenas se perdieron de vista, siendo suplantados por el roce de unas manos toscas las cuales alcanzaron a entregarle una caricia grosera en la espalda baja.

—¡No lo toques!—Un grito enfurecido repercutió en su oído derecho, atenuado por su propio embotamiento mental , y entonces ante sus ojos se formó la imagen de un hombre de piel sucia y ropa acartonada, cayendo al piso con fuerza, riendo pese al golpe, mostrando sus pocos dientes amarillos, cuales granos de elote. Y al mismo tiempo miró el perfil rabioso de Rommel, cuyo puño aún estaba suspendido en el aire, enrojecido; bajando y subiendo al ritmo de su respiración agitada.

Después de eso observó a su amigo dirigirse a él; sus labios se movían, parecía estarle diciendo algo, pero él no supo qué fue. Sintió su mano aferrarse a su muñeca otra vez y luego tirar de él para dirigirlo nuevamente.

Pese a su escasez de consciencia se percató de que Rommel los introdujo a uno de los locales vacíos, obligándolo a sentarse en el piso empolvado bajo sus pies. 

Y no supo cuánto tiempo permaneció allí, con la mirada perdida, enganchada en una cucaracha que yacía patas arriba —ya de un color cenizo— casi en la esquina del local, escuchando como música de ambiente una pelea entre vagabundos y los gemidos de una prostituta, hasta que Rommel,  quien se había sentado a su lado, le ofreció una botella de la cual tomó, topándose inopinadamente con un líquido que le quemó como brea hirviendo apenas tocó su lengua, haciéndolo toser de forma brusca.

—¿Me diste tíner?—gruñó, escupiendo molesto aquel líquido que aún le hormigueaba en la boca.

—Mezcal—le dijo su amigo, arrastrando las palabras, con una media sonrisa que poco tenía de alegre—, del más corriente que hay.

Galen parpadeó un par de veces, quedándose serio. Parecía que acababa de despertar de alguna especie de pesadilla. Miró a su alrededor con extrañeza, preguntándose cómo es que había llegado allí. Recordaba tan poco. Lo último que estaba claro en su mente era haberse encontrado agazapado en el cuarto obscuro, mirando a Aarón a través de las rendijas del ducto de ventilación, ahorcando a Melissa y después todo se volvían fragmentos; confusas partes de un rompecabezas muy extraño.

—¿Dónde estamos?

—¿Qué? ¿Apoco no sabes?—le preguntó su amigo, dándole un gran trago a la botella antes de responderle—. Es el mercado Juárez. Quise llevarte a tu casa, pero apenas viste la vecindad te pusiste histérico. Decías que no querías regresar. Y pss la neta no se me ocurrió a dónde más ir.

Escuchar eso le refrescó un poco la memoria. Rommel había sido quien lo sacó de la casa de Cumbres, a punta de jalones y empujones, debido a que él había entrado en una especie de estado de shock después de lo que vio.  Rommel había estado guiándolo todo ese tiempo por las calles, hasta llegar allí.

Aparentemente la gente podía pasar la noche en el mercado Juárez, como si este fuera un hotel y rentar una “habitación” por nada más y nada menos que diez pesos, un precio muy ad hoc para un espacio que quizá estaba destinado a ser un local comercial algún día, pero que en ese momento sólo era un cubículo con suelo de concreto cubierto de tierra y cadáveres de cucaracha, limitado por tres paredes atiborradas de grafitis —varios de los cuales sólo eran burdos dibujos de penes—, en donde se  gozaba de la “privacidad” que proveía una lona azul hecha girones.

Un sitio como ese desde luego contaba con una selecta clientela que pasaba por prostitutas y vagabundos, hasta drogadictos e inestables de mente.

—Toma—el chico le ofreció la botella nuevamente, ignorando las negativas que Galen le dio—. Es neta, güey, hoy se necesita, hoy si de plano se necesita. Necesitamos sacarnos de la cabeza esa pinche imagen.

Vio por primera vez a Rommel conscientemente. Sus ojos brillaban especialmente en ese momento y la boca del estómago se le constriñó al percatarse de que eran lágrimas sin derramar. La botella en su mano extendida soltó un destello cuando Galen se decidió a tomarla, posándola cautelosamente en sus labios para darle un trago que después de poco volvió a hacerlo toser.

Entendía a lo que Rommel se refería. Era horrible tener estancada la escena en el cerebro, aunque era mucho peor estar consciente de que su hermano fue la estrella principal. Sencillamente porque ni siquiera parecía parte de algo real. Aarón y él jamás tuvieron lo que podía llamársele una relación muy estrecha, más que nada porque su hermano nunca dio pie para que eso pudiera ser posible, no obstante toda la vida estuvieron juntos. Su madre les servía la comida en la misma mesa, el mismo guisado; a veces salían ellos dos cuando niños, Aarón lo obligaba a arrojarle piedras a los autos y Galen obedecía para ganarse su simpatía. Y aunque después Aarón se aisló con mayor frecuencia en sí mismo, decidido a buscarlo sólo para hacerle la vida imposible, seguían juntos. Pese a que su hermano cada vez exhibía comportamientos más erráticos y peligrosos, la misma sangre corría por sus venas y tenía la esperanza de que algún día él entrara en razón. No era tonto, en algún momento tendría que darse cuenta de que en lo que sea que estuviera involucrado no lo llevaría a ninguna parte. Aunque claro, imaginaba a Aarón vendiendo droga en algún vecindario —lo cual era algo ya de por sí bastante malo— no matando y torturando personas. Tan sólo recordar las manos temblorosas de Melissa cayendo inertes a los costados de su cuerpo fue suficiente para producirle escalofríos otra vez.

—¿Qué tengo que hacer ahora?—dejó escapar para sí, aunque Rommel rápidamente le respondió bruscamente:

—¡Nada! No vas a hacer nada, Galen.

—¿Y dejar las cosas como están? ¿Estás diciendo que debo volver a casa y fingir que no pasó nada? ¿Dejar que Aarón entre y salga de la casa donde vive mi mamá y mi tita? ¿Y esperar a que un día llegue y nos mate también? ¿Qué hay de Melissa?—la respiración de Galen empezó a agitarse—. Nosotros vimos lo que pasó. Tenemos que ayudarla.

—No, no tenemos qué. Mira, sé que esto se va a oír muy mamón y todo lo que tú quieras pero ella se lo buscó, güey. No hay nada que nosotros podamos hacer, ni pedo.

—No podemos dejar todo así nada más, Rommel…

—¿Y qué chingados propones, Galen?—exclamó su amigo, alzando un poco la voz  con un tono exasperado, volviéndola a bajar de inmediato al recordar en donde se encontraban—¿Vas a denunciarlo? Tú viste la cuadra donde está la casa, güey. ¿Qué crees que les pasó a los vecinos? ¿Crees que a todos se les ocurrió irse de vacaciones o algo así? Esa gente no se anda con mamadas, güey. Obvio los polis están comprados para que no la hagan de pedo. Y aunque no lo estuvieran ¿Crees que podrían hacer algo contra esa  gente? Tu hermano seguro está metido en algo de tráfico de personas; el güey vendió a Melissa. Ya para esta hora debe estar en camino a quién sabe dónde vergas. Ella se lo buscó, güey, ni pedo. Sé que se oye muy culero pero pss así son las cosas—Rommel volvió a darle otro trago al mezcal, todavía haciendo gestos al cedérselo después.

Y Galen esta vez sólo tomó de él sin decir nada, dando un fuerte resoplido y torciendo la cara ante el sabor.

Imaginaba la sonrisa de Aarón reflejada en el cañón de su pistola, antes de que este apuntara al pecho de su madre. Podía ver los ojos de ella ensancharse con sorpresa, soltando un grito agudo seguido por un estruendo y una mancha de sangre extendiéndose por ropa blanca.

—Tu hermano no las matará, güey—le dijo su amigo poco después, como leyéndole el pensamiento, dándole unas cuantas palmadas en su espalda—. Ya lo habría hecho de haber querido, créeme. Es mejor dejar las cosas como están.

—¿Entonces cuál fue el sentido de haber sabido esto?—Galen se apartó bruscamente—, si de todas formas no voy a hacer nada.

Su rostro mostraba un ceño fruncido y unos ojos llorosos; sus labios se apretaron con enojo, en un intento por no dejarlos temblar.

—Galen, escúchame…

—¡No! ¡Tú escúchame a mí!—Gritó, arrepintiéndose al igual que Rommel momentos antes, bajando la voz—… No lo entiendes, Aarón es mi hermano. Es de mi hermano de quien estamos hablando… Es de mi familia de la que estamos hablando—dijo  intentando sonar más calmado—. Creo que Aarón tiene una enfermedad mental o algo así… Él… Él no haría esas cosas si su cerebro estuviera bien, ¿no crees?… Mis papás, yo, todos siempre supimos que había algo raro en cómo él era… Pero nadie hizo nada… Y estoy seguro de que si de nuevo volvemos a hacernos de la vista gorda, las cosas sólo empeorarán… 

Hizo un mutis, encontrándose con los ojos de Rommel en medio de la obscura luz de la luna, mirándolo fijamente con un ligero fulgor de tristeza, hasta que él volvió a desviar la vista.

—Pero no hay nada ya que pueda hacerse—susurró su amigo como derrotado—. Si abres la boca sólo empeorarás todo… En cambio, si dejas las cosas como están es muy probable que jamás pase nada. 

—¿Y cómo mierda puedes estar tan seguro?—Exclamó él, aun en voz baja, pero con la piel del rostro estrujada en cólera—. ¿Cómo sabes que un día no se le dará la gana llegar y acabarnos? No vas a ser tú el que tendrás que dormir sabiendo que hay un asesino en tu casa.

Intentó recobrar el aliento. Sabía que había dejado a Rommel sin palabras, puesto que este ya ni siquiera lo estaba mirando. Tenía la cabeza gacha ahora, sólo alzándola un poco para tomar otro trago del mezcal, haciendo ya casi ningún gesto al pasárselo por la garganta. Y Galen no sabía si ello le causaba aún más enojo, pero aun así sujetó la botella cuando el otro se la pasó.

Estaba seguro de que jamás le encontraría el gusto a aquella horrible bebida, sin embargo, si algo le agradaba era la forma en que ésta le empezaba a nublar la mente.

«Es lo mero bueno de la vida», pensó en aquello que le dijo Rommel antes de ir a la fiesta de Mario. Pensó en la sonrisa que tenía cuando lo hizo y en la agradable sensación que representaba despegarse de la realidad… De una realidad cruel que lo enfermaba…

«Claro que es lo mero bueno de la vida—pensó con amargura—… Cuando tu vida es tan mierda que quieres olvidarla»

—Sí sé lo que se siente…—escuchó después de mucho a Rommel hablar por lo bajo, y él sólo volteó a mirarlo en espera de más—… Sí sé lo que se siente... Tener que vivir con un asesino y no poder hacer nada…

 Rommel continuaba manteniendo el rostro abajo, asomando una ligera mueca de amargura que brilló con las chispas que su encendedor soltó cuando sus manos comenzaron a juguetear con él.

—Para serte sincero, a veces ni siquiera recuerdo bien cómo era la cara de mi mamá. Pero, si recuerdo que fue mi padre quien la mató—susurró, no deteniéndose a reparar en que Galen se había llevado una mano a la boca al escucharlo—. El hijo de su chingada madre la golpeó cuando estaba embarazada. La golpeó como siempre lo hacía…

El corazón de Galen se comprimió en un puño al mirar la forma en que Rommel  estrujaba sus labios y trataba de controlar sus manos que empezaron a temblar.  

—Ni siquiera se detuvo cuando la tuvo en el suelo… Sólo la siguió pateando… Hasta que empezó a salirle sangre de abajo—su voz había perdido toda fuerza, y se hizo evidente que finalmente su amigo se había quebrado—. Entonces el hijo de puta la llevó al hospital, y dijo que se había caído… Ni siquiera pudo inventarse una mentira menos pendeja…—su frase se cortó con un sollozo ahogado, y el resto de lo que dijo tuvo que escabullirse de entre sus manos que le habían cubierto el rostro—… ¿Quién chingados le iba a creer esa mierda?... La trabajadora social me hizo contarle lo que pasó… Todos los doctores que la atendieron sabían que él lo había hecho… Pero ese maldito viejo tuvo que llegar a meter su pinche cuchara…

—… ¿Quién?—Preguntó Galen apenas con un hilo de voz.

—El pinche coronel… El compadre de mi papá… Ese pinche caca grande… Es el que siempre saca a mi jefe de todas las chingaderas que hace… Si no fuera por él, mi papá estaría metido en el bote desde hace un vergo… 

—Rommel…

—Ese viejo desapareció a todos los doctores que iban a atestiguar en contra de él… Nunca se supo que pasó con ellos… Todo por… querer ayudar…

Galen se hincó frente a él. Estaba consciente de lo doloroso que había sido para Rommel desenterrar aquello. En ese momento no podía mirar al Lobo allí, sólo a un muchacho lastimado y vulnerable tratando de tragarse sus propios sollozos y lágrimas.

—No sabes cuantas veces he pensado en matarlo… Pero sé que eso sólo empeoraría todo…—El chico bajó sus manos para volver a mirarlo con sus ojos enrojecidos, y él no pudo contenerse más; lo envolvió en un fuerte abrazo, sintiendo sus propias lagrimas calientes humedecerle las mejillas.

Y allí, en el barullo y la obscuridad de ese horrendo lugar, sintió las manos de Rommel posarse en su nuca, abriéndose camino entre sus cabellos, entregándole suaves caricias, mientras él descansaba su rostro en el ángulo de su cuello.

—Haría algo si pudiera… De verdad—lo escuchó decir, a lo cual él respondió simplemente asintiendo con su cabeza débilmente.

El sentimiento que existía entonces era indescriptible. La desesperanza en su punto cúspide y una sensación de frío que apenas podía ser mitigada con la cercanía del otro.

Galen alzó su cabeza cuando sintió que Rommel lo separaba débilmente de sí. Sólo para mirar que el chico lo observó un segundo con esos ojos llorosos suyos, dedicándole con esfuerzo lo que parecía ser una media sonrisa triste antes de, sin previo aviso y para su sorpresa, plantarle un beso en los labios.

Definitivamente ese era un beso distinto a los otros. No era un beso parecido a los de la fiesta, en donde la lujuria era la principal chispa que los hacía arder, no. Este era un beso que aparentaba querer suplicarle algo. Un beso lleno de necesidad y miedo. Sus mejillas mojadas se cobijaron con las manos de Rommel en algún punto, que quizá fue el mismo punto en que él también había empezado a responder al beso y a los que siguieron de éste.

No sabía que los besos pudieran transmitir sensaciones como esas. Era como pender de una soga que flotaba por lo alto de una quebrada cubierta de piedras incandescentes. Como si cada beso lo afianzara a la vida. Sus corazones latiendo frenéticos deseosos de escapar de entre sus costillas, a la par que sus labios se fundían desesperados, saboreando el ligero sabor a mezcal que como un fantasma escapaba con sus alientos.

Sin embargo, no tardó un fuerte golpe en la falsa pared a sus espaldas en sobresaltarlos. Provocando que ambos rápidamente se separaran tal si nada hubiera pasado entre ellos. Transportándolos de nuevo hacia el espacio a su alrededor. A esas repugnantes paredes llenas de garabatos obscenos; al piso lleno de polvo y basura; a ese olor a orina y sudor…

En un abrir y cerrar de ojos Rommel se había hecho de su navaja, relajándose un poco al darse cuenta que sólo se trataba de una pelea de prostitutas. Del otro lado ellas —travestidos en su mayoría— habían comenzado a hacer un escándalo, discutiendo con groserías sobre de quién era el cubículo de enseguida. La frase “perra babosa” dicha por una de ellas los había hecho reír un poco a ambos.

—A veces paso aquí la noche, tú sabes, cuando mi jefe se pasa de vergas… —le comentó Rommel en voz queda, una vez el barullo se hubo calmado un poco—… Y cuando los polis se ponen mamones y no dejan que nadie se duerma en las bancas… No sabes cómo se pone cuando llueve… O cuando hace frío… Todo mundo peleándose por entrar…

Él no dijo nada, sólo intentó pasar saliva pese al doloroso nudo que acababa de formársele en la garganta. No podía dejar de pensar en las horribles cosas que Rommel tenía guardadas. Cosas que para él eran normales… No habría sabido qué decir aun sí se hubiera decidido a hablar. Porque para empezar él jamás había dormido en algo que no fuera un colchón, con excepción de la noche de la fiesta en que durmió en el pasto, pero nunca en un sitio como ese o en una banca en la calle, pasando frío…  Pensaba que era por eso que Rommel casi nunca hablaba de sí mismo… De su vida… Resultaba simplemente abrumador…

Su cabeza tocó el hombro del chico a un costado suyo casi por casualidad, quedándose allí; gozando de la aprobación que Rommel le dio al no moverse ni decirle nada al respecto.

—Galen, perdóname…—le escuchó susurrarle poco después.

—¿Por qué?

Sintió en silencio a Rommel pasarle un brazo por el hombro, posando su mano en su cabello para comenzar a acariciarlo de nuevo.

—Por esto… Mira a donde te vine a traer… 

Notas finales:

De antemano gracias por leer y sus comentarios :)

 

De verdad me sorprende que todavía alla personas por aquí ^^U Gracias al doble! En serio los aprecio mucho, gente!

Después de pensarlo mucho llegué a la conclusión de que sólo puedo actualizar los fines de semana y que como siempre, no puedo prometerles una fecha, y no puedo negarlo, me tardaré, es un hecho... Así que pido paciencia :/


Os mando un fuerte abrazo!

 

 


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