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EL MAL CAMINO por Galev

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Notas del capitulo:

Hola! 

Gracias a todos los que leen esta historia, tanto a quienes comentan, como a quienes son mis lectores fantasmas :) 

Les platico que el otro día releí el principio de la historia y me dio vergüencita. Al menos siento que escribo un poco mejor ahora...

Voy mejorando un poquito y no sería sin su ayuda. Sin ustedes El Mal Camino no sería lo que es. !

Sin mas preambulos, los invito a leer el capítulo! 

 

Capítulo XXX: S&R

 

Ninguno de los dos durmió algo aquella noche. Rommel le había contado, por su experiencia en ese lugar, que era una terrible idea abandonarse allí sin tener a nadie que velase por uno. En cualquier momento una riña de drogadictos por algo tan trivial como un cigarrillo podría tornarse realmente violenta y, con un poco de mala suerte de por medio, uno podría quedar inmiscuido. Por ello su amigo se había ofrecido a cuidarlo si deseaba dormir, pero Galen sabía que ni aun estando en un sitio seguro, sobre una confortable cama habría podido hacerlo. Cada vez que cerraba los ojos Aarón aparecía en su mente, la imagen de sus nudillos blancos asfixiando a Melissa aún estaba fresca. Además de que no podía dejar de pensar en que él tenía algo que ver con la desaparición de su padre. Y mientras más pensaba en ello más mordía la uña de su pulgar hasta que, habiendo llegado a la carne, su boca se impregnó con un sabor metálico y Rommel lo detuvo cubriéndole la mano con la suya.

Aunque ni siquiera eso pudo contener por mucho tiempo su tren de pensamientos. Intentaba dar con alguna pista que lo orientara a entender por qué Aarón estaba en la casa de Cumbres y si en verdad su padre los dejó por voluntad propia o bien todo había sido obra de Aarón. Por su cabeza circulaba la posibilidad de que tal vez su padre fue el primero en descubrir lo que su hermano hacía. Saberlo lo había hecho huir, o quizá Aarón lo chantajeó para que se fuera… O tal vez Aarón lo mató

Pero… ¿Se habría atrevido? ¿De verdad se habría atrevido?

Definitivamente el concepto que poseía de su hermano mayor había cambiado radicalmente en las últimas horas. Ahora estaba seguro de que podía matar a alguien a sangre fría, no obstante, Galen estaba convencido de que su padre representaba para Aarón algo muy diferente; pensaba que si existía alguien en la faz de la Tierra a quien Aarón realmente amara esa persona debía ser él, por ende, pese a lo que había visto, sentía que su padre seguía todavía con vida en algún lugar.

Lamentablemente, asumir eso en vez de dejarlo un poco más tranquilo le causaba aún más dudas.  Temía que en algún momento, teniendo a Aarón enfrente —algo inevitable considerando que ambos vivían en la misma pequeña casa— ese manojo de dudas entremezclado con el odio que ya de por sí sentía hacia él le provocara enfrentarlo y al hacerlo, viéndose descubierto y acorralado, su hermano no tuviera más remedio que matarlos, pese a que aquello no hubiera figurado en sus planes de un inicio. Siguiendo esa línea, él mismo sería al final el causante directo de sus muertes…

Lo único que podría detener la secuencia sería forzosamente que ya fuera Aarón o él abandonaran la casa, para no volver a verse jamás. Y estaba bastante convencido de que tendría que ser él quien debiera marcharse. Sin embargo, a las siete con dieciséis minutos descubrió que, contra todo pronóstico, eso ya no sería necesario.

 

 

*

 

El reloj marcaba las 6:51 de la mañana cuando Galen y Rommel se detuvieron frente a la puerta número 11 de la vecindad. Fue allí donde se despidieron con la promesa de verse poco después ese mismo día en el árcade de la Alameda. Mientras tanto, Galen debía entrar a encarar a su familia, o dicho de otra forma: a su furiosa madre, a su tía y seguramente, a la persona con quien menos deseos tenía de toparse: su hermano, el cual, muy posiblemente por ser domingo, haciendo gala de todo su cinismo, estaría desayunando a la mesa junto a las mujeres unos ricos chilaquiles verdes, con la misma tranquilidad de quien tiene el alma libre de pecado.

Su mente había ya dibujado la escena con la que se encontraría con gran realismo. Su madre diría enfadada: “¿Crees que estoy pintada en la pared, Galen? ¿O que esta casa es un hotel?” y su tía lo miraría con decepción cuando sus ojos se cruzaran; sería entonces cuando Aarón tomaría su momento para decir algo horrible. No sabía ni siquiera qué pudiera ser este algo. Para Galen cualquier cosa que salía de la boca de Aarón era horrible. Su hermano bien habría podido decir una cosa tan inofensiva como: “¿Te paso la mermelada?” y para él habría sido lo equivalente a: “¿Me ayudas a vaciar el frasco de mermelada? Lo necesito bien limpio porque es allí donde quiero guardar tus ojos una vez te los arranque”, por supuesto esto dicho con su característico tono calmado, sosteniendo esa sonrisa de dientes perfectos digna de hacer suspirar a cualquier mujer.

Pero la escena con la que se topó al abrir la puerta resultó no concordar ni escasamente con lo que creía. Cuando el muchacho entró a la casa y asomó la cabeza por la cocina, fue sorprendido por el sonido de un amargo llanto y la visión de su madre llorando desconsolada apoyándose contra la mesa. No había rastro de chilaquiles, en vez de esto dos tazas de café negro adornaban tristemente la mesa, y tampoco parecía haber Aarón. Allí enfrente sólo estaba su tía, que trataba infructuosamente de reconfortar a su madre.

Reparando un poco más en los detalles, Galen notó que por la cocina parecía haber surcado un pequeño torbellino, ya que había pedazos de vidrio y cerámica regados caprichosamente por el suelo, correspondientes a fragmentos de vasos y platos.

¿Pero qué demonios había pasado allí?

Lo primero que se le ocurrió fue que alguien se había metido a la casa a robar, sin embargo volvía a equivocarse. A las 7:16 AM su tía lo puso al tanto de lo que su madre fue incapaz de hacer por su cuenta… Y eso era que Aarón —su pequeñito— quien Galen suponía desde siempre que era su hijo favorito, había llegado la noche anterior con una extraña y radical noticia… Se iría de la casa.

Según él, con el dinero que gastaba en transporte público para ir a la universidad, de forma mensual fácilmente podría costearse la renta de un departamento a una cuadra de la escuela, eso le ahorraría el dinero que usaba para el café internet donde hacía las tareas pues, al estar tan cerca de la universidad podría utilizar las computadoras y red de allí mismo, además claro de que ahorraría tiempo.

Desde luego ante tan precipitada decisión, su madre había tratado de convencerlo para que no lo hiciera. Había probado todo tipo de argumentos razonables y cuando estos se agotaron había recurrido inclusive al grado de prohibírselo. Al oír esto Galen pudo imaginar a su hermano por un segundo, exclamando: “¡¿Prohibirme algo a?! ¡Ja! Se nota que no me conoce ¿verdad, Galen?”. Y como era de esperarse, aquel viejo truco no funcionó con Aarón. Su hermano había objetado que, en realidad, al ser mayor de edad, sólo estaba compartiendo su decisión de irse de la casa y no —como pudiera parecer— pidiendo permiso.

Galen supuso entonces, conociendo el carácter de su madre, que ésta había enfurecido y empezado a romper las cosas que había sobre la mesa al calor de su berrinche, mientras su hermano sólo la observaba con su imperturbable calma, como un naturalista que observa tras un vidrio un momentus agresivo entre chimpancés.

Casi podía mirarlo, a Aarón con esa cara de aburrimiento —que siempre deseó romperle de un puñetazo— viendo unos cuantos platos caer a sus pies y romperse, hasta que su madre al no tener más que aventar había roto en llanto, esta vez suplicándole que no la abandonara. Pero si algo había aprendido Galen de Aarón la noche anterior, era que harían falta más que unas suplicas para ablandarle el corazón. Y su tita había confirmado lo que imaginaba al contarle que su hermano ni siquiera se había inmutado por la reacción de Fátima. Ante una imagen que a cualquier hijo le habría desgarrado el corazón, Aarón sólo se metió en su habitación y comenzó a empacar en una maleta algo de ropa que aparentemente ya tenía seleccionada.

«Es obvio que ese muchacho anda en malos pasos—comentó su tía en el rato en que Galen le ayudaba a recoger los pedazos de loza regados por el piso—. Vieras que frívolo… Parecía como si ni siquiera tuviera compasión por su madre, quien le dio la vida…»

Y aparentemente escuchar esto arreció el sentimiento de su mamá pues no tardó en atraparlo en un fuerte abrazo que lo dejó sin aliento.

—Galen, mi niño, mi angelito ¿dónde estabas? ¿dónde te habías metido?—le susurró entre sollozos—. Prométeme que tú no te vas a ir… Prométeme que tu no dejarás a mamá…

Ver y oír a su madre así, hablarle de ese modo tan cariñoso y a la vez desesperado por obtener de él la compasión que Aarón le negó era sumamente apabullante. Su madre no sabía lo que su hermano era, ni el favor tan grande que les estaba haciendo a todos al marcharse,  pero Galen se dijo para sus adentros que eso era lo mejor. Sólo deseaba que su hermano realmente desapareciera de sus vidas y que su abandono significara que dentro de toda su vileza había logrado aflorar algo de sensatez.

Así, repasando mentalmente todo lo que había sucedido en las últimas horas, acompañó en silencio a su mamá en su habitación, hasta que se quedó dormida, agotada de tanto llorar y lamentarse. Y sólo entonces Galen salió de su casa nuevamente, no sin antes haberse dado una ducha rápida y que su tía disimuladamente le diera un poco de dinero para que se comprara algo rico de desayunar, como compensación por no poderle cocinar nada por ella misma.

 

*

 

—Eso está muy raro—le dijo Rommel una vez él le hubo contado todo.

Ambos se habían reunido a las puertas del árcade y de allí habían caminado hasta tomar asiento en una de las bancas de la Alameda, donde habían empezado a comer unos tamales con café de olla que Galen había comprado de paso en la cafetería de la abuelita.

—¿Crees que Aarón ahora vivirá en la casa de Cumbres?—preguntó el rubio deshaciéndose de la hoja de maíz de uno de los tamales.

—No se me hace—respondió el otro, antes de sorber un poco del vasito de nieve seca que contenía su café—… Lo que sí creo es que puede ser que allí entregue a la gente que vende.

Nuevamente un escalofrío descendió por la espalda de Galen.

—¿Qué pedo?—exclamó—. Y pensar que cuando el Mosca me dijo que Aarón lo había ayudado a dejar de robar yo creí que podía ser que fuera buena persona después de todo…

—¿El Mosca?

—Sí. Creo que Aarón y el Mosca tienen un negocio juntos…

—… Así que ese era su proveedor de confianza… No mames…—Rommel achicó los ojos, perdiendo su vista en la superficie obscura de su café.

—¿Pasa algo?

—No… lo sé…—susurró algo distante.

Y Galen, pese a haber encontrado esto un poco desconcertante, decidió no darle demasiada importancia. Así pues, una vez que ambos terminaron de comer, recogió toda la basura en una bolsa de plástico y se levantó para dirigirse hacia el bote de basura más cercano, que resultó estar a varios metros de la banca.

Mientras tanto, Rommel lo miró alejarse, aun con una expresión perdida en su semblante. Por su mente de seguro había cruzado un pensamiento que lo había enganchado, pero sea cual fuera este, se vio mermado por una voz que lo devolvió a la realidad.

No era Galen, sino un hombre sencillo de mediana edad que llevaba cargando una gran canasta llena de dulces.

 —Con-el-corazón-en-la-mano, mijo, que-Diosito-está-de-testigo-que-me-trago-la-vergüenza-de-tener-que-pedir-que-ando-vendiendo-estos-dulces-para-no-tener-que-robar-y-llevar-algo-de-pan-a-la-casa-que-es-su-casa. Escójale-el-que-le-guste, uno-por-6-y-dos-por-10-pesos—le dijo el hombre con una monotonía y rapidez tal que era casi imposible seguir sus palabras exactas.

De reojo Rommel alcanzó a apreciar dentro de la canasta unas bolsitas de celofán con cacahuates enchilados, habas, malvaviscos, gomitas azucaradas, dulces y otras de papel canela que contenían semillas de calabaza.

—No traigo, cuate—respondió casi de inmediato, pero, y como es natural, el hombre siguió insistiendo.

—Un-dulcecito-que-me-compres, mijo. Que-Dios-te-lo-pagará. Pa-comprarme-al-menos-una-gordita-que-no-he-desayunado-y-el-hambre-es-canija-además-que-tengo-un-hijo-enfermo-en-el-seguro, y-la-medicina-apenas-la-consigo-por-fuera-500-pesos-cada-cajita…

—Pss déjame ver si traigo de a perdido un peso—suspiró el muchacho metiendo la mano a su bolsillo del pantalón para empezar a hurgar.

Y tan rápido como eso, sólo bastó que dejara de mirar al hombre un par de segundos para que al voltear de nuevo a donde Galen, extrañado por su tardanza, viera como este había comenzado a caminar hacia la banqueta algo renuente, escoltado por un par de muchachos más grandes y frente a él, el hombre que había estado pidiendo, le estuviera apuntando con una pistola bajo la canasta.

—Pa’ que te quede claro que no te mentí, sí tengo un hijo enfermo y pss estos cuates me van a pagar rete-bien por esto. Así que órale, sigue a tu amiguito y no hagas pedo pa’ que no te tenga yo que disparar—le dijo el señor, cambiando por completo su manera rápida y sumisa de hablar por una mucho más clara y autoritaria.

Y antes de decidir obedecerle Rommel lo vio a los ojos. Esperaba encontrar en ellos algo que reflejara a alguien que desea aparentar valentía o experiencia sin tenerla, pero lo que vio en cambio lo dejó abrumado. Los ojos de ese hombre eran los de alguien que está dispuesto a seguir su deber aunque para ello fuera necesario hacer cosas las cuales después le hicieran sentir culpable. Reconoció al monstruo… A ese mismo que él era debajo de la máscara de lobo y ello le hizo seguir a Galen sin intentar nada…

Había notado que disimuladamente uno de los muchachos le apuntaba a Galen con una pistola en las lumbares, mientras el otro abría la puerta trasera de un sedán plateado de vidrios polarizados y los apresuraba a entrar en él. Una vez Galen entró, recorriéndose en el asiento, Rommel lo siguió quedando a su lado, sintiendo un instante antes el frío cañón de la pistola apenas rozarle la espalda.

Adentro del auto ya les esperaban otros dos tipos, uno ocupando el puesto del conductor y otro de copiloto. Un par de jóvenes que no pasaban los 25 años que vestían camisetas holgadas y cadenas pesadas al cuello. Y pronto se les unió el par que estaba afuera, quienes sólo parecían haberse entretenido pagándole al hombre de la canasta, quien se alejó del vehículo guardando un sobre de papel con naturalidad en el bolsillo de su camisa sucia.      

Fue entonces que Rommel comprendió en silencio exactamente lo que estaba pasando. Volteando a mirar a Galen, cuyo rostro perturbado le indicaba que él todavía no lo hacía. No importaba realmente, pensó, cubriendo la mano pálida de su amigo firmemente bajo la suya, antes de que les cubrieran las cabezas con unos sacos que los sumieron en la obscuridad… Pronto lo haría…

 

 

*

 

 

El viaje en auto había comenzado de forma accidentada. Asustado, Galen había preguntado hacia dónde los estaban llevando, recibiendo un fuerte golpe en la cabeza con la culata de la pistola por parte del perpetrador que iba del otro lado, además de la orden de callarse, lo cual rápidamente derivó en un trayecto silencioso, casi fúnebre.

Finalmente, cuando el vehículo dejó de moverse, habiendo llegado a su destino, los tipos los obligaron a bajarse, y a caminar a ciegas sobre un terreno algo irregular, cubierto por un poco de grava suelta. Después, traspasaron por lo que supusieron era una puerta, que los recibió con un aroma a cigarrillo y con otro olor sólo ligeramente familiar para Galen: hierba quemada. Y siguieron caminando a trompicones a través de un pasillo angosto, escuchando otras voces más o menos cerca, lo que les informó que los acompañaba aún más gente ahí aparte de los cuatro del auto.

—¡Siéntense ahí en el piso, órale, rápido!—les ordenó uno de los tipos cuando aparentemente hubieron llegado a donde los estaban conduciendo, y los chicos, pese a no poder ver nada, estaban seguros de que en ese momento estaban siendo apuntados con la pistola.

Después de obedecer y encontrarse sobre el piso,  ambos pudieron oír el típico sonido que hace la cinta adhesiva al desenrollarse y sentir como rápidamente con ésta les envolvían ágilmente los tobillos y muñecas, amarrándolos contra sí mismos tan apretadamente que al poco rato empezaron palpitarles las venas y a adormilárseles los miembros.

Luego de poco, al sonido de una puerta cerrándose la sucedió un sentimiento de abandono. Los tipos los habían dejado allí, en una especie de habitación, en medio de toda aquella penumbra.

—¿Rommel? ¿Sigues ahí?—Preguntó Galen, agazapado y temeroso, a través del saco que tenía cubriéndole la cabeza.

—Aquí estoy, tranqui—la voz de su amigo le llegó como una caricia tibia.

—¿Qué quiere esta gente de nosotros?

Sin embargo, antes de que Rommel pudiera comenzar a darle una respuesta, el sonido de la puerta nuevamente los sobrecogió. Esta vez se acompañó por unos pasos que se acercaron a ellos y una luz que se coló ligeramente a través de la tela gruesa que les tapaba los ojos, como cuando se mira al sol detrás de los parpados cerrados.

—¿Qué puedo decir, además de “los atrapé”?—se escuchó una voz conocida. Y entonces, la luz les escoció los ojos a ambos muchachos cuando los sacos sobre sus cabezas les fueron arrebatados.

La expresión en el rostro de Galen se tornó aún más temerosa cuando comprendió la silueta que acababa de rebelarse ante ellos, e identificó bajo la brillante luz de la bombilla a la persona que inquietantemente sonreía para ambos…

 

*

 

—Supongo que se deben de estar preguntando qué hacen aquí…—aquel muchacho moreno caminó casualmente entre ambos, cargando una pistola en la mano derecha como si fuera un juguete; con ese piercing suyo brillando bajo el foco tal como Galen lo recordaba.

Justo como aquella horrible noche cuando Melissa lo dejó encerrado en su baño, desnudo y asustado… Aquella noche en que en vez de terminar destripado en algún lote baldío acabó compartiendo una cerveza con el Mosca, platicando de su padre y contemplando el grotesco grafiti de cerdo que había hecho… Volvían a ser protagonistas los mismos actores. El Mosca, Rommel y él… Sólo que ahora no creía contar con la suerte de entonces.

—Seguro que siempre te sentiste intocable, por tener al Chacal como carnal ¿no, güerito? Pensaste que tenías al toro por los cuernos, ¿ah?

Galen optó por mantenerse callado. Una opción que no pareció agradar a su secuestrador en lo más mínimo, pues como poseído por un arrebato de enojo sujetó al rubio de los cabellos, jalándolo hacia sí para obligarlo a mirarlo cara a cara, apoyando el cañón de la pistola contra su sien.

—¡Dime! ¿Quién crees que tiene al toro por los cuernos ahora, pinche putito culero?

—¡Déjalo!—gritó Rommel enfurecido, provocando que el Mosca soltara a Galen bruscamente para dirigirse a él.

—¿Qué pasa, Lobito? ¿No se siente chido que por fin me dejen de ver tú y este putito la cara de pendejo?

—¿De qué mierdas hablas, güey? ¿Por qué estás haciendo esto? No mames…—Rommel se revolvió un poco en su lugar como tratando de zafarse de sus amarres.

—¿Que de qué estoy hablando? ¿Qué de qué estoy hablando?—preguntó el Mosca con un tono que cada vez se tornaba más furioso—… ¿Sabes, Lobito? siempre me encantó esa forma tan tuya de hacerte pendejo, güey, neta. Pero no ahorita, ahorita estoy encabronado, emperrado… Te juro que me estoy aguantando las ganas de matarlos a los dos ahorita mismo. Porque es obvio que sabías que yo estaba al tanto de que andabas de poca madre por todos pinches lados con este güerillo pendejiento.

» ¿Crees que se me olvidó que me traicionastes? Seguro el putito te dijo que si lo ayudabas te iba a ir de poca con él y su carnal, y obvio yo que me fuera a la mierda, ¿verdad, culero?—le apuntó varias veces con la pistola para hacer énfasis—. Neta que no me lo quería creer, quería creer en ti, Lobito, quise darte otra oportunidad pese a que abandonaste acá a la banda… Ahí voy yo de pendejo a hablarte en buena onda, a invitarte al negocio de la coca y la chingada ¿y qué haces tú? Me vuelves a mandar a la verga. Todo por este pinche güero desabrido—se giró para mirar a Galen con desprecio, quien, pese a estar muy asustado, trato de sostenerle la vista.

—Voy a hacer que te arrepientas de haberte metido conmigo—le susurró arrimando su rostro muy cerca al suyo, de forma amenazante—. Pero sobre todo—añadió—voy a hacer que te arrepientas de haber desaparecido a mi carnala.

—¿Qué?—balbuceó Galen tomado por sorpresa.

—Lo que oíste. Pudiste haber vivido una buena y larga vida así como estabas, burlándote junto a Rommel y tu carnal de que me tenían bien jodido. Nunca te hubiera hecho nada, el pinche hijoeputa de tu hermano me dejó muy claro aquella vez lo que me esperaba si alguna vez se me ocurría hacer algo… pero ¿sabes qué? Ahorita en este momento la verdad es que ya me valió madre. ¿De qué me sirve ser el perro de ese cabrón? ¿de que me sirven estos lujos?—el Mosca se señaló a sí mismo, y por vez primera en todo ese tiempo Galen se percató de las gruesas cadenas y anillos de oro que éste llevaba, así como la camisa fina que portaba—¿De qué me sirve toda esta mierda? Si ni siquiera puedo tener a mi hermanita…

Su voz pareció romperse un poco al decir estas palabras y por un segundo Galen casi pudo sentir compasión por él.

—No te lo niego, era una perra, a veces incluso a mí me daban ganas de aventarla a un pinche barranco para que se pudriera—el Mosca inhaló fuertemente, produciendo ese sonido que se da cuando la nariz se congestiona—, pero eso no le quitaba que siguiera siendo mi carnalita y tú… ¡Y tú me la quitaste!—Gritó contra Galen lleno de cólera—De seguro la desapareciste por todo lo que te hizo y porque te amenazó.

 —¡No, eso no es verdad!—exclamó el rubio.

—Sí, sabía que no lo ibas a admitir—el vándalo hizo una pausa para acomodarse la pistola en el la cintura de su pantalón, dejando sólo la culata por fuera, y  sacar en su lugar que traía en el bolsillo trasero, para contonearlo frente a su cara, lo que se trataba de unas pequeñas tijeras de podar con la punta algo curveada, de esas que se utilizan para cortar troncos delgados, antes de continuar—: Pero creo que con una ayudadita, quizá con unos cuantos deditos menos, lo harás…

Ante ello, Galen sintió como su rostro se decoloró aún más, y empezó a moverse, luchando contra los apretados amarres en las muñecas, que no cedieron ni un poco.

—¡Melissa tenía muchos enemigos y tú lo sabes!—Gritó Rommel, observando con impotencia, sin poderse mover, que el Mosca se había hincado a un lado de su amigo, tratando de abrirle una mano a éste por la fuerza, quien como único medio de defensa las había apretado con todas sus fuerzas.

—Puede ser, pero no sé, puede que sea una corazonada o algún pedo así pero siento que este pendejo tiene algo que ver—respondió el Mosca sin titubear en su labor—. Eso aparte de que quiero ver tu cara cuando le empiece a cortar los dedos. A ver si no te arrepientes tú también de haberlo escogido a él en vez de a mí. 

—¡Espera!—gritó Galen cuando sintió que una de sus manos empezaba a ceder a la fuerza del Mosca—¡Sé que piensas que porque somos hermanos Aarón y yo estamos coludidos, pero no es así! La verdad es que no estoy involucrado en lo que sea que este metido, es más, ¡para empezar él y yo ni siquiera nos llevamos bien!  

—Ahorita dirías cualquier cosa para salvarte—susurró el otro dejando escapar una risa apagada.

—¡Sí es cierto! ¡Galen no tiene nada que ver con el Chacal, güey, estás perdiendo el tiempo!—intervino Rommel.

—La última vez que vi a Melissa ella estaba con mi hermano. Eso fue ayer en la tarde—dijo Galen, sintiendo como su corazón descansaba un poco cuando el Mosca pareció haber cedido con sus manos, esto para voltear a mirar a Rommel, quien prontamente le dio la razón.

Y por un instante, la habitación quedó en completo silencio, con Galen exhibiendo una notoria capa de sudor frío sobre su frente, tratando de recuperar su respiración al igual que su amigo, y el Mosca viéndolos a ambos con una expresión pragmática.

Entonces ambos vieron a éste levantarse del piso para quedar frente a Rommel, con el cual tuvo un cruce de miradas.

 —Órale—dijo poniendo una media sonrisa amarga—, parece que sí lo quieres mucho, ¿eh?... ¿Sabes…? Desde que te fuiste siempre me he preguntado qué tiene este pinche güerillo culero para que lo prefieras… Parece que estás dispuesto a meter las manos al fuego por él con tal de defenderlo, ¿verdad? ¿Pero tú crees que a él le importas igual?—llevó una de sus manos hacia el cabello de Rommel, para tomar ese mechón que le cubría una parte del ojo y acomodárselo detrás de la oreja— ¿Qué sabe él de la vida de gente como nosotros, Lobito?—le preguntó acercando la boca a su oído, hablando con una voz que empezó a sonar comprensiva—. No creo que este putito pueda entendernos… No… Las gentes como tú y como yo sólo podemos entendernos entre nosotros ¿Por qué no lo entiendes, Lobito?...

» ¿Sabes que es lo que creo que pasó?—el Mosca dio un paso hacia atrás, cambiando un poco el semblante—… Creo que se te subieron los humos. Empezaste a creerte la gran caca desde que andas de amiguito de éste ¿verdad? Es por eso que me miras con esos ojos… Porque comparado con él tú piensas que soy una mierda, ¡que no valgo verga! ¡¿Qué mierdas soy comparado con éste?!

Rommel tragó saliva mirando al Mosca tratar de contener un par de lágrimas que cayeron de sus ojos dejando unas veredas húmedas por sus mejillas, e inhalando fuertemente para que sus mocos no se le asomaran por la nariz.

—¿Pero sabes qué?—preguntó ahora con la voz rota—. ¡Ya no me importa! ¡De todas formas me voy a morir así que me vale verga! ¡Te dije que serías mi puta y vas a ser mi puta, aunque sea lo último que haga! ¡Y tú!—Giró la cabeza para dirigirse a Galen esta vez—. A ti te va a tocar ver cómo convierto a Rommel en mi puta, y después te voy a hacer cachitos hasta que no quede nada de ti. Se van a arrepentir de haberse burlado de mí…     

Y dicho esto, ante la mirada de horror de ambos muchachos, el Mosca se abalanzó contra Rommel, sujetándolo por los hombros para plantarle un brusco beso en los labios que sólo duró un par de segundos antes de que el Mosca dando un grito alejara rápidamente su rostro del otro con el labio roto, escurriendo sangre como una fuente, y Galen mirara a su amigo escupir el piercing del susodicho con desprecio, mirándolo furioso.  

Entonces, correspondiendo a esos ojos rabiosos que Rommel le dirigía, su captor se llevó prontamente una mano a la boca, que no tardó en empaparse también con la sangre fresca que continuaba brotando

—¡Pinche puto! ¡’Ora lo verás, hijo de tu chingada madre!—bramó recomponiéndose para darle a Rommel un puñetazo que le volteó la cara… El primero de varios que le dio, pese a los gritos de Galen suplicándole por que se detuviera — ¡Te di un buen de chanza para que fuera por las buenas! ¡Pero no! ¡Tenía que ser así, verdad, Lobito!—el joven parecía estar completamente fuera de sí, como poseído por alguna entidad diabólica.

Todos aquellos golpes habían terminado por tumbar a Rommel sobre el piso, dejándolo como un blanco fácil para que el Mosca se desquitara ahora pateándolo fuertemente en las costillas. Lo único que el chico pudo hacer para defenderse estando amarrado fue hacerse un ovillo manchado de la sangre de ambos, recobrándose de los golpes y entonces, con Galen como música de fondo gritando y luchando con todas sus fuerzas para intentar soltarse, el Mosca tomó a Rommel de los cabellos, aventándolo nuevamente contra el suelo, y una vez allí le dio la vuelta, posicionándose sobre él.

—Te dije que serías mi puta, te lo dije, ¿no?—le susurró el Mosca al oído, aun recuperando la respiración; moviendo sus manos frenéticamente por sobre la cintura del chico bajo su cuerpo, tratando de deshacerse a como diera lugar de su pantalón, mientras que Rommel se retorcía poniendo resistencia.

Pero no sirvió de nada. En un instante el Mosca había logrado agujerear el pantalón de Rommel con las tijeras, terminándolo de romper con las manos, provocando el ruido seco que hace la mezclilla al desgarrarse. Dejando entrever por la brecha los calzoncillos negros  que cubrían al muchacho.

—¡Déjalo! Lo que quieres es vengarte de mí, ¿no? ¡Déjalo a él!—Soltó Galen en un grito desgarrador, sin poder soportar mirar más la escena que ocurría a su lado.

—¡Cállate!—gritó el Mosca deteniéndose por un instante para mirar al otro chico con unos ojos acuosos, y su labio inferior temblando de rabia, todavía lleno de sangre que lo hacía ver como algún animal carroñero—¡Todo esto es tu culpa! ¡Maldigo la pinche hora en la que me topé contigo y con tu hermano! ¡Yo no quería que las cosas fueran así… yo…!—se detuvo en seco cuando, al girar su cabeza hacia Rommel, se encontró con algo que le hizo poner una cara de espanto.

Ante sus ojos Rommel lo había volteado de mirar. El Mosca estaba ya acostumbrado a ver su mirada furiosa, altiva. Sin embargo, la mirada con la que se encontró esta vez no era de furia. La mirada con la que se encontró fue una de ojos llorosos, que lo veían con una mezcla de impotencia y dolor. Una mirada que lo hizo sentir una punzada en el corazón.

¿Cómo era posible que esa manera de mirarlo causara tanto revuelo dentro de sí?

Él mismo lo había dicho, preferiría estar de pie un año a estar de rodillas toda la vida. Esto significaba que pese a saber que quizá no viviría demasiado, se daría por bien servido si podía obtener lo que quería. Y una de las cosas que siempre quiso era justamente esto. Siempre quiso tener a Rommel. Desde hacía muchísimo tiempo que hacerlo con Rommel se había vuelto una obsesión para él…

Lo recordaba bien, Rommel alguna vez fue uno de esos tantos muchachillos que andaban detrás de Melissa. Recordaba haber visto esa sonrisa tonta suya que le dedicaba a su hermana desde la ventana de la puerta.

«¿Qué pedo con ese grafiti?—le había escuchado preguntarle a Melissa, contemplando lo poco que llevaba él dibujado en ese momento plasmado en la pared—… Me da ñañaras»

«Ñañaras…», pensó entonces el Mosca. Y por alguna razón, la palabra terminó dando vueltas en su cabeza durante toda la semana.

Después supo que Melissa había comenzado a ser su novia. Bueno, novia suya y de unos cuantos chicos de dinero, esto ya que su hermana nunca daba un “paso sin huarache” y seguramente lo había aceptado de novio, obviamente no por su dinero —pues se notaba que de hecho el muchacho no tenía ni para caerse muerto— sino porque era atractivo, de alguna manera encantador y era posible que fuera bueno en la cama.

Así fue como empezó a convivir con él esporádicamente, y había podido tomarse el tiempo para entender el por qué Melissa se había encaprichado con él pese a no tener ni un cinco. El Mosca había comenzado a preguntarse entonces cómo sería acostarse con él. Tenía una bonita figura, en especial el contorno de su espalda. A veces fantaseaba con besársela de arriba hacia abajo ¿Sentiría ñañaras?

Hasta ese momento todo estaba, dentro de lo que cabía, normal para él. No era la primera vez que fantaseaba con los novios de Melissa —ésta siempre había tenido buenos gustos y los muchachos con los que salía generalmente eran apuestos— pero las cosas comenzaron a tornarse un poco más profundas con Rommel, aunque eso no fue de inmediato. Primero tuvieron que pasar algunas cosas como que Melissa quedara embarazada de él y ella —aun en su etapa de encaprichamiento— accediera a que se casaran. Eso conllevó a que ella le pidiera que entrara a la banda y que él aceptara.

Allí pudo conocerlo inclusive mejor, sin su hermana de por medio, y sin saberlo poco a poco había quedado prendado de su manera de ser. De esa sencillez, de ese carisma único… Con el tiempo los demás miembros de la banda parecieron haberse dado cuenta de que algo era diferente con Rommel pues siempre daba la impresión de que era a él a quien le asignaba las tareas más fáciles. Eso era quizá algo inconsciente. Pero llegó el momento en que todos estos pequeños actos tuvieron sentido para él mismo y lo entendió todo… Que estaba enamorado…

Atesoraba ese recuerdo en su memoria. Después de un largo día en la guarida de la banda lo encontró casi por casualidad sentado en una media pared de concreto en el patio de afuera. Como fondo tenían el pastizal seco cubierto por botellas de cerveza vacías y un violáceo atardecer con notas doradas. Rommel parecía concentrado en escribir algo en un cuaderno un poco maltratado y él no había deseado molestarlo, no obstante, Rommel pareció percatarse de su presencia y asustarse un poco, dejando caer el cuaderno que, a su vez, al desplomarse había soltado unas cuantas páginas y una hoja brillante de color negro con unos garabatos al medio.

Sinceramente, él jamás encontró la forma del bebé en la ecografía, para él sólo eran unos cuantas manchillas blancas y grises y tal vez Rommel tampoco la había hallado, pero se notaba que sin importarle encontrarla o no, eso era algo que ilusionaba al muchacho en un grado que él jamás podría entender.

Tampoco sabía qué estaba Rommel escribiendo, aunque pudo imaginar que eran cosas para su hija. En ese momento pensó que quizá sólo Rommel podía tener ese grado de ternura e inocencia y a la vez maldad para hacer las cosas que hacía para la banda… Era simple y sencillamente hermoso…

Después de eso, dejó de imaginarse haciéndolo con Rommel sólo por el hecho de hacerlo. Cuando fantaseaba con él se veía a si mismo besándolo con entrega, tomándolo con cuidado para evitar lastimarlo y deseando que él también lo disfrutara… Y mientras más lo pensaba, más llegaba a la conclusión de que no podría tomar a Rommel de buenas a primeras y reparaba en el hecho de que quizá sería más sencillo que Rommel lo tomara a él, pese a lo mucho que deseaba que fuera al revés… Aunque en realidad, nada de lo que pensaba tenía sentido porque Rommel no sólo era heterosexual, sino que además era el prometido de su hermana, la cual, por cierto estaba embarazada de él.

Por donde se viera, la situación era desfavorable. Rommel nunca sería suyo pero ¿qué haría con todos esos sentimientos? Le habría gustado borrarlos aunque no podía mandar en su propio corazón. Al principio había pensado en que se conformaría con ayudarlo a ser feliz, lo liberaría del yugo de su padre y cualquier otro problema que el chico pudiera tener… Durante esa etapa había agregado a su grafiti —que representaba para él un resumen de su vida— un roto collar de perro con las letras “S&R” escritas en la medalla en honor a “Saúl y Rommel” y a su amor imposible.

Con esa mentalidad había permanecido un tiempo, pero, lamentablemente tampoco podía controlar su carácter tan voluble. A veces estar enamorado de Rommel sin ser correspondido lo ponía furioso y en esos momentos dejaba de tratarlo bien, dejando al muchacho muy confundido. Siempre se terminaba arrepintiendo de aquellas ocasiones porque, sin importar cómo se viera por fuera, él lo quería de verdad, y cuando Rommel lo dejaba de ver como siempre lo hacía para hacerlo con miedo o recelo él sentía una punzada en el corazón… Pues sólo quería verlo feliz…

Fue por ello que, toparse con esa mirada que Rommel le estaba dirigiendo en ese momento, en que él prácticamente estaba a nada de tomarlo por la fuerza, lo descolocó por completo y lo hizo frenar, para dar unos cuantos pasos hacia atrás…

—… Ro… Rommel… Lo… Lo Siento…—masculló, sintiendo como de pronto parecía despertar de un sueño y tomara consciencia de sus impulsivos actos—… Perdóname por… Por… favor…

Por un segundo sintió como si fuera a desmayarse, y luego de aventar las tijeras con fuerza hacia una esquina, como si estas lo quemaran, se sujetó las sienes con ambas manos.

—Perdóname… soy un imbécil… perdóname—repitió, tratando de acercar su mano a Rommel nuevamente, aunque sin atreverse realmente. Observando la manera en que Rommel había dejado de mirarlo, para ver ahora un punto muerto en la habitación.

—Jódete, güey—fue lo primero que dijo Rommel después de todo aquello, con un tono frío—. En lugar de estar haciendo estas pendejadas, deberías de ir por Melissa… Ya sabes con quien está…

—No…—suspiró el Mosca lleno de pesar, soltando un par de lágrimas más—… Si Melissa fue tan pendeja como para meterse con ese tipo seguro ya ni siquiera existe… Es por eso que al menos me desquitaré matando a este pinche güero de mierda…

—Eso no necesariamente es verdad y tú lo sabes, cabrón. Todavía hay posibilidad de que Melissa este viva aunque sea chiquita, pero de nada te va a servir matar a Galen…

—Pinche madre—el Mosca se revolvió los cabellos con desesperación, tomándose un momento para pensar, inhalando y exhalando profundamente.

Y sin decir nada más, después de dirigirles un vistazo rápido a los dos muchachos en el piso, caminó hacia la puerta y salió de la habitación, volviendo a dejarlos encerrados.

 

  

*

 

Saúl no podía evitar que las lágrimas se derramaran sin descanso de sus ojos miel. Estaba seguro de ser el blanco de la mirada de algunos de sus subordinados, pero no le importaba. Sin Melissa ni Rommel se sentía completamente derrotado. Era un vacío indescriptible que no se iba de su pecho por más que lo deseara. Y sabía lo que tenía que hacer… Al menos debía de intentar recuperar a su hermana como le dijo Rommel…

Por lo que, sin apartar sus ojos hinchados de un punto muerto en la pared, abrió una bolsita de plástico que traía en el bolsillo del pecho de su camisa, introduciendo en ella apenas la uña de su dedo meñique para llevarla a su nariz y aspirarla rápidamente. Sólo entonces pudo recomponerse tomándose un momento para tomar su teléfono celular y comenzar a marcar un número. Y cuando éste dio tono, sintiendo como su corazón se aceleraba, esperó allí de pie a que una voz contestara del otro lado.

—No te llamo pa’ saludarte.  Sé que tú la tienes, sé que tienes a mi carnala, maldito perro, pero yo también tengo algo tuyo…    

Notas finales:

Gracias por leer, espero les haya gustado!

Como ya se dieron cuenta ya no tengo un día que actualizo... Sólo como que es al azar, así bien raro... :I

Esto esta igual de complicado que mi vida... he fallado en ponerle un orden a todo el rollo... bla bla bla... como hablo... (mejor ya no me hagan caso...)

 

Hasta pronto!

Les mando mis mejores deseos y un gran abrazo!!

 


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