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EL MAL CAMINO por Galev

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Notas del capitulo:

Hola!

Cómo están?? Los saludo después de siglos de no aparecerme por aquí (una enorme disculpa u.u) 

He tenido muchas cosas que arreglar ultimamente, incluida mi computadora), pero por fortuna ya estoy aquí.

Este capítulo además se me hizo muy difícil de escribir, no sé por qué... 

En fin, un agradecimiento enorme a ustedes lectores y lectoras, pues sin su ayuda esto no sería posible.

Ahora sí, a lo que venimos...

Les advierto que este capítulo está muy heavy... Y seguro muchos me odiarán por él... Pero bueno, os invito a leer.

 

 

Capítulo XXXI: Lobos, moscas y chacales…


 


Una alegre voz brotaba como manantial cálido desde el corazón de una aterciopelada obscuridad. Entonaba una canción que parecía sacada de una divertida tarde de verano.


“Wake me up, before you go-go…”


El cantante era muy joven, aunque sus facciones poco alcanzaban a notarse entre las sombras de aquella gran cocina en ruinas, rodeado de gabinetes forrados de polvo fino como el talco y telarañas.


Sus espectadoras eran unas cuantas ratas escondidas entre los recovecos, las cuales aportaban un poco de ambientación con sus chillidos silenciosos, olfateando con añoranza aquello que el muchacho calentaba con tanto gusto sobre una pequeña parrilla eléctrica, mientras tronaba sus dedos al ritmo de la canción.


Las ratas estaban impacientes. Una carne de hamburguesa del grosor de una pulgada silbaba en la parrilla desprendiendo un agradable aroma y el queso borboteaba en la parte de arriba. También tenía un pan dorándose y una que otra semilla de ajonjolí brincaba con el calor al tostarse…


Los roedores sabían que yéndose el joven, apenas se enfriara el comal, podrían atacar las sobras… Siempre quedaban allí migajas y, con un poco de suerte, podrían lamer algo de grasa de carne y queso.


El muchacho por su lado volvió a repetir el coro de la canción al no recordar lo demás.


—Que canción tan pegajosa—se dijo en voz alta, riéndose un poco de sí mismo.


Y mientras trataba de buscar en su mente la continuación de la canción su celular comenzó a timbrar.


—¿Sí?—dijo colocándose el auricular en la oreja, sosteniendo el aparato con el hombro cuando ocupó ambas manos; una para acercar un plato y la otra con unas pinzas de asador con las que dio vuelta al pan.


—¿Qué yo tengo a tu hermana?—preguntó extrañado—¿de dónde sacas eso?


A aquello le siguió un silencio


—¿Mi hermano? Pues… ¡Mhn!  De verdad que no lo sé, eso está muy raro ¿Por qué diría algo así?—el muchacho  comenzó a armar la hamburguesa en el plato al tiempo que oía la respuesta al otro lado del auricular.


Entonces resopló un poco, como queriendo dejar escapar una risa que al final no salió.


—Sí… Puede ser que ayer la haya yo visto, pero eso no significa que yo tenga algo que ver ¿no lo crees?... Esa hermanita tuya anda con tantos tipos…—Tomó un puñado de papas fritas y las acomodó en la parrilla.


—¿Por qué no te calmas, eh? No hay necesidad de llegar a esos extremos…


El chico ahora se enfocó en buscar en una bolsa de plástico hasta encontrar una botella de cátsup.


—Hagamos un trato ¿ok? Yo me encargaré de buscar a tu hermana dónde sea que se haya metido y tú no le haces nada a Galen en lo que está ahí, ¿de acuerdo? Después olvidaremos esto y quedaremos como si nada hubiera pasado…


Odiaba esas botellas de vidrio de cátsup… No importaba cuanto deseara dosificarlas nunca salía la cátsup de buenas a primeras. Tenía que darle un par de golpes al fondo de la botella, pero esto irremediablemente terminaba con un montón de cátsup más de la que hubiera deseado, como lo que acababa de ocurrirle… Sólo quería poner un poco de cátsup en un lado del plato y lo que consiguió fue un cerro de cátsup que casi abarcaba una cuarta parte del plato.


—Dame hasta las seis—dijo—te veré a esa hora…


Y con esa frase colgó, haciendo un gesto que derivó en un suspiro de frustración ante su terrible suerte con la cátsup, gesto que poco a poco se convirtió en una sonrisa maligna a medida que su mente se perdía en sus pensamientos.


Su nombre era Aarón; algunos lo llamaban «el chacal», y no había algo que lo agradara más que las cosas marcharan tal y como las había planeado… A diferencia de la cátsup, pero esa era otra historia…


Una historia que involucraba limpiar el exceso de aderezo y acomodar meticulosamente las papas fritas para obtener finalmente ante sus ojos una majestuosa hamburguesa con queso derretido saliendo por los bordes y papas digna de una fotografía de restaurante estadounidense.


Así es como tenía que ser, sencillamente «perfecto». De no haber sido así no habría podido tomar el plato y llevárselo… No habría podido ver a su comensal a los ojos con algo inferior a aquella perfección. La cátsup casi lo había arruinado, pero esa perra se equivocada si creía que ella mandaba…


Por lo tanto, sólo cuando la hamburguesa se miró con tal grado de armonía cogió el plato y salió con él por la oxidada puerta que daba al patio, cruzando éste a través de un pasillo angosto que lo condujo a un cuarto tapizado por varitas secas de enredadera. Y una vez se encontró frente a la puerta de ese lugar, Aarón tomó su llave para abrirla con cierta dificultad.


La puerta se atrancaba en el piso. Tan era así que éste tenía ya raspado un semicírculo debido a la fricción. Pero pronto se abrió lo suficiente para dejarlo pasar, descubriendo el lugar obscuro que resguardaba.


La luz del sol acarició por un segundo unas repisas que había hasta el fondo, adosadas a la pared, donde colgaban organizadamente algunas herramientas cubiertas del mismo polvo que se miraba que flotaba serenamente como partículas de brillantina con los haces de luz natural. Luz cálida que pronto fue reemplazada por la de un foco blanco cuando el muchacho oprimió el interruptor e ingresó cerrando la puerta tras de sí.


Allí, en medio de aquel taller empolvado había una gran mesa de trabajo y tras de ella un hombre adulto sentado sobre una silla. El hombre se encontraba atado a ésta y tapándole la boca tenía un grueso pedazo de cinta industrial.


Sus ojos azules le escocieron al recibir la luz repentinamente y sus pupilas se contrajeron hasta quedar como cabezas de alfileres, al haber estado demasiado tiempo acostumbradas a la obscuridad. Su respiración también se había alterado, se tornó agitada al mirar a Aarón, quien tomó asiento frente a él  en un banco del otro lado de la mesa, habiendo antes colocado sobre ésta el plato que llevaba.


El joven sonrió apenas sus miradas se conectaron.


—¿Qué tal? ¿Se ve bien? Hoy tuve ganas de sorprenderte. La pedí con carne de sirloin como te gusta, bien cocida ¿cierto?. Supuse que podría animarte un poco. En fin, tú disfruta, yo supongo que comeré más tarde, no tengo hambre todavía…


Sus palabras flotaron en la atmósfera de aquel obscuro rincón, coronadas por el silencio que el hombre al otro lado le otorgó, sólo mirándolo fijamente con esos ojos turquesa enmarcados por algunas arrugas y su rubio ceño fruncido. El único sonido que provenía de él eran algunos gimoteos ahogados y el que producía la silla cuando se tambaleaba a causa de alguno de sus infructuosos intentos de movimiento.


—¡Oh, pero que idiota de mí!—exclamó Aarón de pronto, dándose una palmadita en la cabeza—¿Cómo es que espero que comas con esto en la boca?


Sólo hubo más silencio como respuesta…


—… Es sólo que… No sé, llámame paranoico pero… de pronto pensé que gritarías si te lo quitaba…


Los ojos del joven perdieron el brillo por un segundo, un parpadeo en el que su sonrisa sólo pareció ser un cuadro obtuso colgado en la pared. Algo que dio la sensación de representar a una ilusión poco después, cuando el joven soltó una risilla cortés, al tiempo que tomaba la negra pistola que siempre cargaba en la chaqueta para colocarla sobre la mesa.  


—Pero sé que estoy equivocado… Tendremos un momento tranquilo, ¿verdad, papá?


Aarón se levantó de su asiento y acercó su mano hasta el rostro pálido del hombre, quien sólo cerró los ojos en el instante en que el trozo de cinta gris le fue removido de la boca, arrancándole en el proceso algo de vello facial. Así, donde había estado la cinta, apareció un rectángulo rojizo, con unos pequeños puntitos de sangre, que circundaba unos labios deshidratados, como el resto de la piel de aquel rostro semicubierto por la barba de varios días.


—¡Por favor!¡Te lo suplico, suéltame! ¿Por qué haces esto?— Comenzó a implorar el mayor apenas le fue retirada la mordaza.


—Papá…—Intentó el joven decir algo, no logrando sin embargo que el hombre frente a él lo escuchara.


—¡Dime, por favor, dime por qué! Podemos arreglar esto… Nadie tiene que salir herido…


—Papá…—Aarón de nuevo trató de llamar su atención, lanzando al aire un suspiro de frustración al no conseguirlo…—Papá… Por favor… Sólo come en silencio…


—Por favor…—La voz del hombre salió esta vez como un lloriqueo patético—… Déjame volver… Déjame volver…


—Sólo come en silencio, papá…


El taller se volvió de pronto el recinto de sollozos y suplicas entre llantos.


—Sólo quiero volver a verlos… Por favor…—Imploraba su padre con desesperanza…


Sin embargo un fuerte estruendo lo congeló justo en su sitio. Había sido un tiro. El muchacho había tomado la pistola y la bala que había disparado le había pasado de largo silbándole a escasos milímetros de la oreja para terminar clavándose en el suave yeso de la pared a su espalda.


El cañón de la pistola le apuntaba ahora en el entrecejo, mirándolo con ese ojo negro y profundo.


Ya no había rastro de la pícara sonrisa de Aarón, en su lugar sólo había una línea recta muy tensa y unos ojos fríos, entremezclados con colera.


—Te dije que comieras en silencio—Sus palabras brotaron de entre sus dientes apretados con el filo de navajas de bisturí—… Lo único que quería era pasar un maldito rato tranquilo contigo. ¡Sólo un jodido rato! Hasta te compré la hamburguesa que te gusta de ese pinche restaurante, y ahora te la vas a comer. Te la vas a comer y la vas a disfrutar—ya para este punto la quijada le había empezado a temblar y su piel apenas parecía pintada sobre los músculos tiesos de su cuello—… Es la última vez que te lo digo, así que: Cómete. La. Pinche. Hamburguesa. En. Silencio. Papá.


Así estuvieron por un instante. El hombre paralizado por el miedo como un ciervo en medio de la carretera a punto de ser arrollado por un tráiler, todavía escuchando el zumbido del disparo taladrándole los oídos y el joven apuntándole con la pistola sin titubear, hasta que el adulto temblorosamente bajó su vista hacia aquella hamburguesa, luego dirigiéndola al joven y entonces a la hamburguesa nuevamente antes de agachar la cabeza para comenzar a comerla resignadamente como lo haría un animal.


Sólo en ese momento, con un “click” Aarón le colocó el seguro a la pistola, para recargarla otra vez sobre la mesa.


—Bueno, en fin, con todo esto casi haces que se me olvide lo que te iba a platicar. ¿Quieres saber?


El hombre alzó su cara para mirarlo, con los ojos enrojecidos conteniendo el sentimiento de temor y humillación que lo invadía, mostrando su rostro manchado de cátsup.


—Lo que te iba a decir es que creo que tu hijito va a estar bien… Tal como acordamos. Y digo creo porque tú sabes cómo es esto ¿no? Sólo tenemos algo seguro en esta vida…


Los ojos azules del hombre se desviaron de nuevo a su plato ofuscados, a sabiendas de que decir algo le habría supuesto un disparo en la frente.


—A veces me pregunto si él sigue siendo para ti una bendición…  O si habrá días en que te arrepientes de haberlo traído al mundo… —Aarón estrechó sus ojos color avellana, tomando una papa frita del plato para sumergirla en la cátsup minuciosamente—Deberías odiarlo… Sabes que por él estás aquí, papá… Mientras que él esté allá afuera viviendo su pendejita vida tú estarás aquí… ¿Crees que eso es lo justo?—se llevó la papa a la boca, masticando tranquilamente mientras analizaba el efecto que sus palabras causaban en el rostro de su padre—¿Por qué no lo dejas ir?... Déjalo ser libre…  ¿Es que no quieres ser libre tú también?... Yo quiero que tú seas libre… Por eso debemos cerrar el círculo papá… ¿No crees?


—P-por favor… No le hagas daño… Por favor…—le dijo su padre con una voz temblorosa.


—¡Déjame matarlo!—Exclamó Aarón poniéndose de pie de golpe, dando un porrazo contra la mesa, haciendo temblar el plato.


—Por favor… No lo lastimes… No lo lastimes…


—¡Sí!—Aulló el joven, apoyando ambas manos en la mesa como si estuviera a punto de abalanzarse sobre el hombre—Déjame matarlo! ¡Déjame matarlo! ¡Es la única forma! ¡Por favor, papá, déjalo ir!


—¡No! ¡No le harás daño a mi hijo! ¡¿Entiendes?!—Gritó su padre sobreponiendo su ira al terror que sentía. Terror que comenzó a incrementarse sustancialmente cuando se percató de que su arranque de valentía fue seguido por silencio y miró el rostro del chico frente a él adornarse con una mezcla de tensión y furia fría…


Aarón permaneció donde estaba por unos segundos, hasta que una sonrisa forzada se esbozó en sus labios, y un pequeño suspiro abandonó su boca.


La atmósfera se sentía como hecha por pedacitos de hielo craquelado que estallarían en cualquier momento y su padre temió por su vida.


La mano del joven entonces se dirigió al plato nuevamente, tomando esta vez un bonche de papas fritas, y sin quitarle la mirada de encima directamente a aquellos ojos azules que observaban con espanto cada uno de sus movimientos, cerró su mano en un puño hasta que las papas hechas puré se deslizaron entre sus dedos…


—Perdón—susurró con una sonrisa un poco más tranquila, abriendo su mano para dejar caer aquello sobre el plato—siempre olvido que prefieres el puré a las papás fritas, ¿verdad?


En el plato, el mazacote de papas fritas yació allí, con la forma de su puño demasiado bien marcada como una figurilla de yeso, a un lado de la hamburguesa desmoronada a medio comer, como un recordatorio de algo que el hombre no necesitaba recordar…


—En fin, mira la hora—el muchacho se encogió de hombros, echándole un vistazo a su reloj—. Se me hace tarde para lo que tengo que hacer… Después de todo, tengo que asegurarme de que tu hijito esté bien, ¿verdad, papá?


Dicho esto, Aarón le guiñó un ojo, sacando de su bolsillo su teléfono celular, marcando rápidamente un número, esperando tras la línea un breve instante hasta que dijo:


—Qué onda, sí, soy yo—hizo una pausa—. Nada, todo tranquilo…—tras esto hubo un nuevo intervalo de silencio en el que el joven pareció escuchar atentamente, todo para finalmente curvear sus labios en una pequeña sonrisa y añadir—: Sí, respecto a eso he estado pensando… ¿Qué tal te vendría ser un héroe?...


 


*


 


El Mosca miró su reloj de pulsera, levantándose de la silla donde estaba sentado para comenzar a caminar de nuevo por el pasillo.


En su andar había pisado un mazo de barajas con las que jugaba un grupo de los de su banda, pero poco pareció importarle. Estaba tenso, tanto que sentía que le costaba llenar de aire su pecho. De pronto le daba la impresión de que la camisa le apretaba el cuello… ¿Esa maldita camisa podía ser más incómoda? Se suponía que era una marca cara ¿no por ello debía de sentirse como seda sobre su piel?...


Se desabrochó los botones bruscamente. Realmente sentía que le faltaba el aire… Y… ¿era su imaginación o también sus anillos de oro ajustaban demasiado sus dedos?… Podía sentir los vasos sanguíneos palpitándole alrededor del metal que los aprisionaba… Era como si de pronto su cuerpo rechazara todo aquello que él no merecía y que había tomado de la vida por la fuerza…


¿Por qué justo ahora pensaba en esas cosas?, se preguntó. Cuando el dinero empezó a llegar a su vida apenas si podía deshacer la sonrisa que adornaba sus labios. Por fin todo lo que había deseado estaba a su alcance; autos, ropa, lujos, armas, compañía… Al principio todo lucía tan brillante, tan divertido… Sin embargo ahora aquello parecía deshacerse de esa chapa de oro, revelando un color corriente y un olor pútrido. A su mente acudía su madre y una imagen de Melissa antes de que se convirtiera en una perra, cuando todavía no se hablaban con groserías… Antes de que ninguno de los dos decidiera exprimir la vida con tanta maldad y arrogancia…


 


¿Qué era esa nostalgia tan repentina que lo transportaba a esos años de su infancia? Y ese pesar tan extraño en la base de la garganta que poco a poco iba condensándose tomando forma de miedo. Un miedo infundado a su parecer, pensaba cuando al mirar a su alrededor sus ojos se topaban con el respaldo de sus hombres armados…


Quizá por primera vez en mucho tiempo la cocaína le había sentado mal…


Si pudiera volver a pintar un grafiti, plasmaría la mirada de Rommel. Esa mirada herida que le había sacado, y la cubriría con una imagen de su propio corazón hecho pedazos… Pedazos de carne desgarrados con espinas y clavos…


Si pudiera volver a ver a su madre le pediría perdón… Le diría que sentía nunca haberla sacado de la mentira de que su padre los abandonó… Que él supo que lo habían matado y que su destino había sido la fosa común…


Si pudiera volver a ver a Melissa…


¿Por qué estaba pensando como si estuviera con un pie entre los vivos y otro con los muertos?, se preguntó por un segundo, antes de que la respuesta lo sobresaltara con un tremendo estruendo.


La puerta de la guarida había salido disparada varios metros. Y los muchachos que estaban más cerca de ésta apenas habían hecho el movimiento de tomar sus armas cuando una fuerza atronadora y prácticamente invisible los había hecho convulsionarse, despidiendo hebras de sangre desde varias partes de sus cuerpos.


El Mosca había mirado todo aquello como en cámara lenta, pero a la vez lo suficientemente rápido para impedirle hacer nada. Por un instante fue consciente del aroma a pólvora y a sangre que flotaba delicadamente en el ambiente, así como de cada uno de los disparos que salieron en las ráfagas que se estampaban contra la carne de sus muchachos, y el tintineo que producían los casquillos vacíos al caer al piso… En ese momento también, pudo ver a los causantes…


Eran aproximadamente cinco hombres que habían entrado, portando un impecable uniforme verde de las fuerzas militares, cada uno cargando un fusil de asalto con el que disparaban varias balas de una sola vez…


Todo se resumía en pocas palabras: Niños contra soldados… Hombres entrenados que estaban utilizando armamento de infantería para aniquilar a una pequeña pandilla de delincuentes…


Los muchachos alcanzaban a disparar una o dos veces a lo mucho cuando les era devuelta una ráfaga de balas… Así fue como el Mosca vio caer a cada uno de sus “hombres”. A aquellos niños que él alguna vez rescató de las coladeras y de hogares de prostitutas, y a aquellos nuevos que simplemente querían un mejor futuro… Ahora sólo eran obstáculos sanguinolentos sobre el suelo que él tenía que brincar a medida que corría por el pasillo hacia aquel cuarto…


 


Sólo esperaba que al menos sus hombres que restaban pudieran hacer algo de tiempo… Sólo necesitaba un poco…


Tanto tiempo desperdiciado en su vida… Tal vez años enteros… Era irónico pero habría dado su alma por cinco minutos…


Poco a poco podía ver la puerta más y más cerca, entre municiones que le pasaban zumbando junto a su cuerpo, dejándole ensordecido. La abrió de golpe apenas la tuvo a su alcance, topándose con los ojos azules y castaños sorprendidos de los muchachos amarrados en el piso. Estaba claro que ellos eran allí los más vulnerables, solos e indefensos a la merced de las circunstancias. Quizá Rommel era de los dos quien más tenía consciencia de la situación en la que estaban, pero eso no quitaba que estaba asustado…


El verlo así no hizo más que volverle a generar un pinchazo de culpa en medio de toda aquella adrenalina. Aun así Saúl no perdió el tiempo, de inmediato se arrojó a donde Rommel, para desesperadamente tratar de liberarlo… Pero parecía imposible, el tiempo se deslizaba cual agua entre los dedos y los amarres no habían cedido nada…


Al otro lado del cuarto, descansaban completamente ajenas a la situación, aquellas tijeras de podar que él había arrojado momentos antes. Pensó en llegar a ellas, pero era ya demasiado tarde... Lo primero que sintió fue un intenso ardor en el hombro, al que le prosiguió otro en una costilla y otro que podría haber descrito como un choque sobre su columna vertebral, justo en medio de la espalda, y entonces una calidez que comenzó a empapar su camisa…


Fue en ese momento en que se atrevió a mirar a Rommel a los ojos y sus miradas se conectaron por unos segundos que se alargaron hasta parecer minutos, dándoles la oportunidad de mantener una conversación que realmente nunca fue dicha con palabras, pero sí con la expresión en sus ojos…


«Perdóname, Rommel… Perdóname por todo lo malo… Te cuidé todo el tiempo que pude…», se leía en la mirada de Saúl.


«… Lo sé, tranquilo», decía la de Rommel con resignación.


La camisa de éste último era de un color marfil, pero pronto una mancha escarlata se extendió formando un círculo irregular sobre la tela alrededor de un pequeño agujero en su flanco izquierdo. Le habían dado. La bala que atravesó el cuerpo de Saúl lo penetró también… 


Por un instante dio la impresión de que el tiempo se hallaba encerrado en una burbuja donde sólo existían ambos; independiente de lo demás que ocurría afuera… Allí todo transcurría lento… El cuerpo de Saúl se desplomó eternamente en un bucle cósmico hasta que cayó sobre Rommel, quien a su vez cayó suavemente sobre el piso.


Galen por su lado, había sido testigo de aquella escena con una mirada horrorizada y un grito que había muerto ahogado en su garganta. Aparentemente lo aterraba más la idea de que Rommel estaba hundiéndose en un charco de sangre al hecho de que estaba a punto de perder su propia vida… 

Notas finales:

Gracias por leer!

De antemano agradezco sus comentarios!

Y de nuevo una disculpa por la tardanza, prometo no volver a demorarme tanto.

Nos leemos en la sección de reviews! y en el próximo capítulo que estará en esta página, si todo sale bien, ya para finales de octubre o comienzos de noviembre.

Les mando un beso <3


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