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EL MAL CAMINO por Galev

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Notas del capitulo:

Hola, lectores y lectoras !!!

Si supieran desde cuándo tenía terminado el capítulo de seguro me linchan! jaja Pero no lo podía pasar en limpio! (ustedes saben, mi compu es un desastre).

Pero como lo prometido es deuda, aquí está en los primeros diez días de noviembre (que yo lo quería subir los primeros 5 días... pero no se puede todo en esta vida)....

Les agradezco por todo el apoyo y sus reviews tan geniales!

Espero les guste este capítulo!!

Capítulo XXXII: 48 horas

 

Gritó su nombre lleno de angustia. Ni siquiera podía ver su rostro. El cuerpo del Mosca se había desplomado sobre Rommel y lo único que se miraba de éste era una de sus manos ensangrentadas.

Las pupilas en medio de sus irises ultramar se ensancharon aterrorizadas; estaban inmersas en ese charco escarlata que comenzaba a extender un brazo hacia él, con esa viscosidad y ese brillo tan propio de la sangre.

 

«No es verdad…», repetía su mente una y otra vez «No puede ser cierto»

 

Y sin embargo ahí estaba, la mano inerte de Rommel, cuya piel había adquirido ya un tono pálido.

 

«¡¿Está muerto?!»

 

Tenía que mirarlo por él mismo.

Intentó desesperadamente soltarse de aquella cinta que lo mantenía inmóvil pero lo único que logro fue hacerse daño. Sentía tanta impotencia, una sensación que se multiplicó súbitamente cuando vio a uno de los hombres que le habían disparado al Mosca —a uno de esos soldados— acercarse a donde estaban los cuerpos de los muchachos; de un movimiento apartó el cuerpo del Mosca sin reparos, prácticamente arrojándolo a un lado como si se tratase de un costal de basura, para contemplar a Rommel.

Galen quería gritarle que lo dejara, pero la impresión de ver el rostro de su amigo sobrecogió su corazón. Algo de cabello se le había adherido a la cara con la sangre del Mosca, pero aun así se podían ver sus ojos entrecerrados, circundados por esa piel de un color enfermizo, básicamente mortecino.

 

—Mi coronel: Aquí hay dos huercos amarraos—escuchó que gritó el militar, helándosele la sangre cuando lo oyó añadir—: Aunque se me hace que uno de ellos ya está muerto.

 

Galen habría podido jurar que en ese momento perdió la consciencia (la vista se le redujo a un túnel y sintió que su mente emigró lejos… muy lejos), aunque eso no podía ser verdad ya que posteriormente se percataría que era capaz de recordar ciertas cosas que sucedieron después. Como ejemplo, podía recordar que el soldado tomó la mano ensangrentada de Rommel para revisarle el pulso. Así como recordaba haber visto a un hombre robusto de pie frente a él. Las condecoraciones en el pecho de su uniforme brillando con elegancia serían lo que más presente tendría de él en un futuro, ya que ni siquiera vio su rostro al estar envuelto en toda aquella conmoción.

 

—Tranquilo, bebé, voy a sacarte de aquí—le dijo el hombre mientras cortaba la cinta que aprisionaba sus pies y por alguna razón sólo la palabra “bebé” terminó dando vueltas en su cabeza… Hacía años que nadie lo llamaba así… De cierto modo no se sentía correcto…

 

—Ven, vámonos—le ordenó después, jalándolo para que se levantara del piso.

 

—¡No!—Gritó Galen—¡Rommel! ¡Tiene que salvar a Rommel! ¡Salve a Rommel!

 

El muchacho estaba tan aturdido que no fue capaz de notar la forma en que los ojos del hombre se engrandecieron bruscamente reaccionando a sus palabras.

 

—¿Rommel? ¿Dijistes Rommel?—exigió saber el militar estrujando su brazo bruscamente, a lo que el chico asustado sólo atinó a asentir fuertemente con su cabeza.

 

—¡Ayúdelo!—suplicó.

 

De ahí en adelante las imágenes de lo que ocurrió se tornaban inclusive más difusas. El militar que lo había liberado lo abandonó para ir a donde Rommel, mientras tanto algo (posiblemente otro solado) lo jalaba lejos de la escena pese a que él oponía resistencia. Luego tenía la noción de haber entrado a un vehículo… Éste aún conservaba el aroma a recién sacado de la agencia…

Después había un hueco profundo en su memoria que jamás recuperaría y lo siguiente era la sensación de estar siendo observado por algunas personas.

De fondo escuchaba la voz llorosa de su mamá y la del doctor que la acompañaba… Él estaba diciendo algo sobre un episodio de catatonía o algo por el estilo, no entendió mucho, aunque sus siguientes palabras fueron un poco más claras.

 

«Le vamos a administrar una dosis de Lorazepam… Con eso tendrá que estar bien…»

 

Y luego de oírlo decir eso no pasó mucho para que dejara de saber de sí mismo nuevamente…

 

*

 

Cuando logró recobrar la consciencia —lo cual pudo haber sido horas más tarde, el día siguiente o meses después, ya que a Galen no parecía importarle realmente— lo primero que notó fue que estaba en una cama de hospital y que su tía Adelita estaba sentada a un lado suyo, tejiendo algo que abandonó apenas percatarse de que él había despertado. Sus ojos se le habían llenado de lágrimas y Galen rápidamente se vio inmerso en un abrazo cariñoso, al que poco después su mamá también apareció para unírsele.

 

—¿Dónde está Rommel? ¿Está vivo?—fue lo primero que dijo una vez las mujeres lo soltaron.

 

—¿Rommel?—miró a su mamá fruncir un poco el ceño con confusión, mirando a su tía por un segundo sólo para toparse con una expresión que lucía exactamente igual—¿Él… también estuvo allí?

 

—Sí—respondió él con urgencia—, le dispararon ¿Dónde está?

 

Notó entonces, con un horrible presentimiento, como un silencio denso se apoderó de ellas… Era una muy mala señal que su mamá apretara los labios de esa manera y paseara los ojos barriendo el piso en busca de palabras. Aunque peor señal todavía era la mandíbula temblorosa de su tita, eso sólo podía ser indicativo de que tenía ganas de llorar…

 

—Galen—la voz de su mamá abandonó sus labios con una mezcla de fortaleza y miedo, una combinación inusual que sólo lograba transmitir cuando le tocaba decir las peores noticias —… Rommel no llegó al hospital…

 

—¿Qué?

 

Sintió su pequeño mundo tambaleándose una vez más, a punto de caerse a pedazos… Intentaba procesar la situación lo mejor que podía… Llegar del punto A al punto B y de ahí al punto C… Rommel no había llegado al  hospital porque… ¿Estaba muerto?... ¿Realmente estaba muerto?...

El rostro desesperanzado de su tita no le indicaba otra cosa y el de su madre tampoco…

 

Ellas estaban esperando la peor reacción posible de su parte, se percibía por su mirada… Él mismo también había pensado que saber que Rommel estaba muerto lo haría estallar en llanto… quizá hasta el punto de gritar y maldecir… No obstante, para el desconcierto de todos, él se quedó quieto, simplemente dejando que una sombra obscureciera su semblante.

 

—¿Mamá?—la llamó entonces, palideciendo—… ¿Dónde está Aarón?

 

 

*

 

 

Fue dado de alta ese mismo día en la tarde y salió por la puerta trasera del hospital acompañado de su familia que lo ayudó a evitar a varios periodistas que deseaban hacerle unas cuentas preguntas sobre el incidente.

 

Al parecer el suceso había sido muy sonado y la gente tenía mucho interés en la noticia. Según el periódico local “una peligrosísima banda de narcotraficantes involucrados también en el tráfico de órganos fue detenida gracias a las fuerzas militares encabezadas por un renombrado coronel”. El periódico señalaba que habían podido rescatar a una de las víctimas, quien en esos momentos se encontraba en revisión en el Hospital Universitario para evaluar su estado general de salud. Decía que gracias a todo el empeño y valentía de hombres como el coronel Ahumada y de todos los representantes de las fuerzas militares, el estado podía mirar una luz al final del túnel de la inseguridad y apoyar una esperanza de un mejor futuro para todos sus habitantes…

 

«¿Una peligrosísima banda de narcotraficantes?», repitió Galen en su mente con desdén. No podía decir que conocía mucho de grupos delictivos pero para él era más que obvio que el Mosca y su banda no habían estado al calibre de la noticia. ¿Eso era lo que le devolvía a su ciudad y a su estado la tranquilidad? Que unos militares hubieran acribillado a una pandilla de jóvenes, matando a uno de los secuestrados en el proceso… ¿A eso era a lo que la gente llamaba “el rayo de esperanza”?

Le daba asco. ¿El Mosca, Rommel y todos esos chicos tuvieron que morir para que sacaran esa estúpida noticia? ¿Era en serio? Nunca había sentido tanta repulsión y decepción por su patria…

 

Para Galen, haber visto ahí mencionado al coronel Ahumada Monreal, no le representó entonces ningún impacto. No sabía que había sido él el mismo que Rommel le dijo que había ayudado a su padre para que nadie presentara cargos en su contra cuando éste había terminado matando a su madre, y tampoco tenía idea de que el hombre abusó de su amigo cuando era muy chico. Si Galen hubiera estado consciente de aquella llamada de alerta que representaba ver una mención de aquel hombre, se habría al menos podido dar una idea más amplia de la turbiedad implicada en el asunto. Pero no era así. Sólo podía mirar un poco la superficie del problema y suponer que había algo más abajo, en las raíces… Aun así, eso era mucho más de lo que casi toda la gente podía ver…

 

*

 

El primer día después de lo que sucedió, como era de suponerse, Galen faltó a la escuela. Nadie podía reprocharle que ni siquiera tuviera ánimos para salir de la cama o probar bocado y el chico agradecía calladamente que su familia respetara su espacio. Aarón había ido a verlo con una caja de chocolates el día anterior y habían tenido una incómoda charla fingida frente a su madre, quien estaba complacida por verlos “llevarse bien”.

 

Habían sido como diez minutos de convivencia antes de que su hermano expresara que tenía que irse a atender un asunto pendiente. Diez eternos minutos en los cuales Aarón aprovechó para aparentar ser una persona normal preocupada por su familia. Diez minutos en los cuales Galen no tuvo idea de cómo logró contener toda esa rabia, miedo y repulsión que su hermano le despertaba; esas ganas de partirle la cara a golpes y estallar mientras lo hacía gritando: “¡Por tu culpa Rommel está muerto, maldito cabrón de mierda!”.

 

El segundo día llevaba el mismo rumbo que el primero o inclusive peor… Su tita había intentado prepararle su comida favorita con la intención animarlo, pero su falta de fuerza y sensibilidad en su brazo, secuela del derrame cerebral que había tenido hacía no mucho tiempo, le causaron un susto cuando no sintió que la manga de su blusa se encendió con la llama de la hornilla. El accidente no paso a mayores afortunadamente, sólo le había quedado un pequeño enrojecimiento en la piel, pero sirvió como recordatorio para todos del por qué su tía no podía seguir cocinando y un motivo para que Galen se sintiera culpable por lo que pasó…     

 

Más tarde ese mismo día recibió una llamada. Era Memo, quien quería hablar con él para asegurarse de que estaba bien. La noticia desde luego se había propagado por toda la escuela, cosa que lo hacía sentir inclusive más infeliz, pues no se creía capaz de soportar las miradas de todos encima suyo apenas plantara un pie en su salón de clases nuevamente.

 

—No te escuchas muy animado—le dijo Memo, como si no fuera algo obvio—¿Te gustaría que fuera a tu casa?

 

—No—contestó él rápidamente de forma cortante, algo de lo cual se arrepintió por lo que intentó enmendarlo diciendo—: Gracias, de verdad estoy bien.

 

—Bueno… Si tú lo dices… Sólo quería decirte que, sin importar lo mal que parezcan las cosas, siempre hay algo bueno… Entiendo que en estos momentos no estés nada animado… Quizá ni siquiera tengas ganas de hablar… Imagino que debe dar bastante miedo pensar que te van a quitar un riñón o algún órgano, para venderlo… Pero estás bien y eso es lo que importa…

 

—¿Un riñón?—preguntó Galen extrañado, y luego recordó—. Ah sí… Narcos traficantes de órganos… ¿Eso era lo que decía en el periódico, verdad?

 

Memo se quedó serio por un momento y entonces dijo—: ¿Cómo? ¿No eran traficantes de órganos?

 

—Eso fue mentira—admitió Galen con un tono agrio.

 

De nuevo hubo silencio del otro lado del auricular.

 

—… Pero entonces… ¿No te secuestraron?—preguntó Memo confundido.

 

—No, eso fue lo único real…

 

—¿Entonces?—Lo incitó a continuar.

 

—Pues todo lo demás… ¿Una peligrosísima banda de narcotraficantes envueltos en tráfico de órganos y quién sabe qué más? Por favor, sólo eran cholos… Tal vez sí vendían drogas, pero no eran narcos ni mucho menos… Creo que los militares esparcieron esa noticia porque querían quedar bien o qué se yo… Pero lo único que hicieron fue llegar y matar a todos los cholos.

 

—¿De veras?... No manches—dijo Memo con una voz muy pensativa—… Que mamones…

 

—Sí… Y lo peor, algo que ni siquiera pusieron en la noticia fue que…—Galen pareció dudar, quedándose a media frase.

 

—¿Fue que…?

 

—Que Rommel...—el rubio volvió a quedarse pensativo nuevamente, mirando desde la ventana de su habitación a un pájaro color marrón que acababa de posarse sobre el alfeizar—… Que Rommel también estaba secuestrado junto conmigo y que uno de los militares le disparó… Y que desde entonces nadie sabe nada de él porque no lo llevaron al hospital... Porque de seguro está muerto... —hizo lo mejor que pudo para no dejar que su voz se rompiera a causa del sentimiento que se le estaba anudando en la garganta.

 

—¡No manches!—exclamó el otro chico—No manches, Galen, no juegues…

 

Por tercera vez se instaló un silencio en la línea y en un instante Galen pudo imaginar la cara de Memo llena de consternación.

 

—No manches… No manches… No manches—Lo escuchó repetir con una voz algo asfixiada ya que seguramente se había cubierto la boca con una mano—¿No es broma, verdad?

 

—No—aseguró él rápidamente.

 

—Galen—Memo pareció recobrar un poco la compostura—… Si Rommel estuviera muerto su cuerpo estaría en la P. G. R., ¿no?

 

—Eso creo…

 

—Mira, tengo un primo que trabaja ahí… Voy a preguntarle ¿ok?

 

—Ok.

 

—¿A quién más le has dicho esto?

 

—A nadie más—dijo el muchacho sin entusiasmo.

 

—Bien, eso es bueno—suspiró Memo—. No se lo digas a nadie más ¿ok? Al menos hasta que sepamos qué ocurrió con Rommel, ¿ok?

 

Galen dudó un poco, como si la petición de su amigo hubiera implicado apilar aún más cosas en una montaña a punto de desplomarse, pero aun así estuvo de acuerdo con él.  

 

—Sí… ok…—le dijo, y no pasó mucho para que colgaran, quedándose Galen solo con sus pensamientos, mirando por la ventana al pájaro que antes veía alzar el vuelo y perderse en el cielo grisáceo que opacaba la tarde.

 

*

 

A la mañana siguiente volvió a su rutina habitual. Su despertador sonó al diez para las seis y con pereza se levantó de su cama para meterse a bañar. El agua estaba helada de nuevo, pero su cuerpo ya se estaba acostumbrando. «A todo se acostumbra uno, menos a no comer» decía su tita, y la frase resultaba ser cierta.

Su mamá se había tomado la molestia de hacerle de desayunar antes de irse, para variar. Un huevo revuelto bajo una tortilla. El huevo estaba salado y la tortilla un poco más quemada de lo que a Galen le hubiera gustado. Pero era un gesto de amor suponía el chico, por la nota que acompañaba la comida y que decía: “Te quiero, hijo” escrito a las carreras.

 

Ya en la escuela sucedió justo lo que pensó que pasaría. Sus compañeros notaron su presencia y se acercaron de inmediato, como buitres a un cadáver, a preguntarle por lo del periódico. Querían saber si estaba bien, obviamente no porque les importara un bledo lo que a él le ocurriera, sino por el morbo de estar al margen de una noticia tan escandalosa como aquella… Así era la gente en su pequeña ciudad. Como no había muchas cosas interesantes que hacer, cualquier novedad era un gran alivio para la aburrida población, que tenía que explotar el tema hasta que no fuera más algo interesante. Eso sucedía hasta por la cosa más tonta, claro que no era divertido sentir en carne propia que uno era el circo que entretendría a la gente mientras no encontraran algo más que ocupara tu lugar.

 

Así, las primeras horas de la mañana tuvo que aguantar que compañeros, que normalmente tenían poca o nula interacción con él, lo atiborraran de preguntas con tal de conseguir un poco de información sobre el incidente y tener algo que contar en sus casas. Y lo peor era que los maestros también caían en ese juego.

 

*

 

No fue hasta la hora del receso cuando pudo por fin alejarse de eso. Aunque aun así el tema lo acosaba a donde quiera que fuera.

 

«… Pss dicen que eran de un cartel de acá de los fuertes, comadre», decía la señora de la cafetería, mientras que Galen esperaba a que le surtieran su orden de gorditas.

 

«Ande sí, comadre. Pero pos dicen que este coronel, éste que no me acuerdo ‘orita de cómo se llama, se los escabechó, comadre», dijo la cocinera, paloteando habilidosamente unas bolitas de masa que puso sobre el comal.

 

«Ay, pues ojalá que así le sigan y que acaben con todos los malos…»

 

Las voces se desvanecieron a medida que el muchacho se alejó de ahí con un plato de gorditas en una mano y una bolsa de refresco en la otra.

Tenía ganas de acurrucarse en el rincón más aislado de todos para poder comer, pero primero debía ver a Memo. Por suerte no le tomó esfuerzo encontrarlo. Estaba en la cafetería que estaba afuera de la escuela, esa en donde además de gorditas, molletes y burritos, vendían banderillas, hot-dogs y unas papas fritas con cátsup, mayonesa y queso para nachos.  

Memo estaba pagando frente a la señora de la caja registradora, sosteniendo con una mano un plato con un mollete grande de chicharrón y un agua de horchata en una bolsa.

El mismo Galen habría admitido que los guisados de ese lugar eran mucho mejores que los de las gorditas de la escuela, pero rara vez él compraba allí. La razón era que siempre había demasiada gente y por ende podían llegar a tardar mucho en atender. Eran dos cosas que odiaba en un sólo sitio, esperar y la gente.

 

Su amigo se acercó a él, saludándole con la mano apenas lo vio y él hizo lo mismo, con un gesto más modesto.

 

—Me preguntaba cuándo podría hablar contigo, te has vuelto demasiado popular—dijo Memo en un intento por romper el hielo, aunque lo único que consiguió fue una sonrisa poco emotiva por parte del otro chico.

 

Resignado, Memo dirigió la marcha hacia unas bancas no muy concurridas detrás del auditorio. Quitó un poco la tierra de una de ellas con una servilleta y tomó asiento, seguido por Galen.

 

—Si quieres te puedo pasar los apuntes de los días que faltaste… Ya casi son los exámenes…—Le dijo, acomodando su plato con el mollete sobre la mesa de concreto que los separaba. Y Galen, mientras tomaba su fanta de naranja de la bolsa, notó la cierta renuencia que tenía el chico por sacar el tema que justamente los había hecho reunirse a solas.

 

—Eso estaría bien…  

 

—… Ayer hablé con mi primo, el de la P. G. R.…—Memo hizo una pausa exageradamente larga, en la cual le dio un mordisco a su mollete, masticó muy bien el bocado, lo pasó por su garganta, luego le dio un sorbo a su agua y sólo después de eso continuó—… Me dijo que todavía había ahí en la morgue varios cuerpos sin identificar… Pero que no había ninguno que checara con la descripción de Rommel…

 

Otra pausa… Otro mordisco al mollete… Otro trago al agua de horchata…

Galen se quedó serio analizando lo que se le acababa de decir.

 

—¿Entonces dónde está?—preguntó con incertidumbre.

 

Memo se encogió de hombros, se mordió el labio y negó con la cabeza.

 

—No lo sé—contestó—. Mi primo dijo que si estaba muerto tendría que estar ahí y si estaba vivo en el H. U., igual que como te llevaron a ti.

 

—¿Y si tu primo no lo reconoció?—Preguntó Galen.

 

Memo repitió su procedimiento ‘mordisco al mollete y trago al agua’ antes de responderle:

 

—No, no creo que sea eso, le dije a mi primo que le buscara una cicatriz en la ceja y me dijo que ninguno de los muertos tenía algo así.

 

—Bueno, pero si no está ahí y tampoco en el hospital entonces ¿dónde?

 

—No sé… Y él tampoco me supo decir… Pero mi primo me dijo algo más, Galen—La voz de Memo se tornó algo sombría—… Me dijo que te aconsejara no excavarle mucho al asunto…

 

El chico tardó en contestar esta vez, y cuando lo hizo, lo hizo con una pregunta inquietante.

 

—¿Tu primo cree que desaparecieron a Rommel?

 

Memo parecía cada vez más incomodado por el rumbo de la plática, tan era así que esta vez no repitió su ciclo con el mollete y el agua. Y era que sabía que aunque lo intentara no podía evadir contestarle a Galen por siempre, así que supuso que lo mejor era sencillamente soltar la bomba y esperar que no hiriera tanto.

 

—Mi primo sólo me dijo que si el chavo no tenía familiares o gente que se preocupara por él era fácil que lo desaparecieran, y más por lo que me dijiste que fueron los mismos militares los que la cagaron al dispararle... Y que obviamente no quieren que eso se sepa… Digo, ve a la gente, es de lo único que habla, ahorita son unos héroes…

 

—Pero Rommel si tiene familia, su papá... —Empezó Galen, aunque se detuvo, sintiendo el palpitar de su corazón en la base de su garganta y el escozor tras sus ojos que comenzaban a verse vidriosos.

 

«Su papá», pensó y entonces revivió las palabras de Rommel «Me odia».

 

Se quedó pensativo. Rommel le había dicho que su mamá murió cuando tenía cinco años y que a su papá nunca le importó lo que le pasara. Jamás había mencionado nada de sus abuelos o tíos, primos o cualquier otro tipo de familiar… Era como si prácticamente Rommel no existiera… Y su muerte no afectara a nadie. Un perro callejero atropellado a la orilla del camino que nadie extrañaría.

Las lágrimas desbordaron sus ojos sin que él se percatara.

Memo sólo desvió la mirada.

 

—Lo siento, Galen…

 

«Ni siquiera te agradaba Rommel», pensó al escuchar eso, pero no lo expresó. Agradecía que al menos Memo estuviera a su lado en ese momento como un amigo y no fastidiándolo con preguntas estúpidas como los demás…

 

 

*

 

El resto del día en la escuela transcurrió sin mayor relevancia. Cuando el timbre sonó y todos guardaban sus cosas dentro de sus mochilas Galen aún seguía perdido dentro de sus pensamientos, reviviendo las palabras que Memo le había dicho momentos antes sin poder sentirse mejor.

 

Le costaba acallar su mente. Hacia no mucho, cuando le sucedía algo así, todo se arreglaba cuando veía a Rommel y este comenzaba a decir sus payasadas habituales… Pero ahora Rommel estaba quién sabe dónde, quizá en una bolsa de plástico debajo de un montón de basura que terminarían quemando. Imaginar eso le era insoportable. Se negaba a creer que Rommel, su mejor amigo, terminaría de la misma forma que una llanta vieja… Podía entender que así acababan algunas personas, quizá algunos vagabundos, de esos que solía ver durmiendo en las calles, con los cabellos apelmazados en mazacotes sucios y ropas hediondas y desgarradas… Pero no Rommel…

 

No podía aguantarlo, pero ¿qué podía hacer un muchacho solo contra aquella poderosa autoridad? Inclusive, suponiendo que el padre de Rommel lo amara y estuviera dispuesto a recuperarlo ¿Haría una diferencia?

 

*

 

 

Memo se había ofrecido a acompañarlo a su casa. Sin embargo él dijo que no. No pensaba llegar a su casa todavía. Lo que necesitaba era ver a alguien y Memo definitivamente no era ese alguien. Sentía que tenía que ver a una persona que conociera también a Rommel, pero que además sintiera por él cariño como lo hacía Galen.

 

En realidad no sabía exactamente qué le diría cuando lo encontrara y tampoco le importaba mucho. En ese momento se conformaba con verlo y tal vez intercambiar con él algunas palabras.

 

Por eso había ido allí, a aquel lugar que poco a poco iba tornándose familiar con cada visita, o por lo menos ya era capaz de ubicar en dónde estaba cada cosa. Escobas y trapeadores a la izquierda, frutas y verduras a un lado del mostrador; latas, conservas y todo lo demás al fondo. Sí, se trataba de la tiendita de la abuelita de Mario y era a él a quien estaba buscando. 

 

Debía admitir que esperaba ver más clientela al entrar, pero no fue así. Afortunadamente para Galen, Mario acababa de atender a una señora, que salió pronto con bolsas en cada mano.

Esta vez el muchacho pálido llevaba puesta una camiseta negra de ‘HIM’;  sus antebrazos estaban cubiertos por unas pulseras de picos metálicos, además de que se notaba que traía los ojos delineados con lápiz negro. Parecía el mismo de siempre.

 

Él decidió acercarse.

 

—Galen, qué rox—lo saludó Mario con su usual tono muerto.

—Qué onda, Mario—dijo él y eso fue lo único que bastó para que el chico se levantara de su silla para abrirle la reja, dejándole pasar.

Esto desconcertó a Galen, pero aun así entró.

 

—Abuelita, éste es Galen, otro de mis amigos—le dijo el chico a la viejita, que estaba sentada en su mecedora—. Vamos a estar adentro, ¿está bien?

 

La señora alzó su mirada y se colocó sus lentes para ver al invitado con escrutinio. Entonces se sonrió y asintió.

 

—Vaya—exclamó contenta—, Gracias, San Juditas Tadeo, hasta que se me hizo que trajeras un amigo decente… A ver si se te pega algo…

 

Mario sólo rodó los ojos, apartó la cortina que separaba la tienda de la casa y le hizo una señal para que pasara.

 

Aquella era la segunda vez que Galen entraba a la casa de Mario y no se parecía en nada a como había lucido la primera. Era diferente sin el humo de cigarro y hierba flotando en el ambiente y toda la gente haciendo locuras en cada rincón. En aquella ocasión no lo había notado con el bullicio—y las copas encima— pero la casa era algo obscura y fría.

 

Se metieron a la cocina y Mario lo invitó a tomar asiento, también le ofreció un vaso de agua que Galen rechazó cortésmente.

 

—Me doy una idea de por qué estás aquí—le dijo una vez ambos estuvieron sentados a la mesa—. Vi el periódico… Supuse que no podían estar Saúl “el Mosca” y tú en una noticia sin que por ahí anduviera en medio Rommel…

 

A Galen no le sorprendió que Mario supiera del Mosca. Eso facilitaba las cosas.

 

—El Mosca… Saúl—se corrigió—nos tendió una trampa a Rommel y a mí, nos secuestró por unas horas, hasta que llegaron los militares haciendo una dizque labor de rescate y los mataron a todos... Y de paso le dispararon a Rommel…

 

Mario no movió ni un músculo. Tenía unos nervios de acero que Galen estaba comenzando a envidiar. Justo en ese momento, al decir que le habían disparado a Rommel, sintió que podía volver a desmoronarse y tuvo que luchar por no hacerlo.

 

—¿Dónde está ahora? —le preguntó el gótico con su voz estoica.

—No lo sé… Pero tengo razones para pensar que lo —se obligó a decirlo—... que lo desaparecieron…

—Ah…—masculló Mario como respuesta.

 

Galen esperó a que dijera algo más, pero eso fue todo. Le había dado la impresión de que el otro no había entendido la situación del todo bien por lo que aclaró a continuación:

 

—Mario, Rommel está muerto.

 

Vio entonces que Mario fijo su vista justo en sus ojos y afirmó—: Rommel no está muerto.

 

Las palabras le habían dado al rubio un vuelvo en el corazón, pero dentro de su naturaleza se afianzaba la sólida creencia de no aceptar conceptos como ciertos de buenas a primeras. Para creer algo necesitaba siempre las pruebas por delante, así era su madre y antes que ella su abuelo. Eso se notó en la pregunta que le hizo a Mario como respuesta.

 

—¿Por qué lo dices?

 

—Lo sé, así de simple—dijo Mario sin más.

 

—¿Por qué? —Insistió Galen—, yo vi cuando le dispararon.

 

—¿Ya no tienes fe a nada, verdad?

 

Por alguna razón aquella observación que Mario le había soltado causó en él un fuerte impacto. Por un segundo uno de sus oídos le empezó a pillar y una escena sacada de un sueño que había tenido tiempo atrás se reprodujo en su mente. En ese sueño había una pared de la que colgaba un cuadro de Jesucristo con su corona de espinas ensangrentadas y debajo, en el suelo, estaba su tía tirada; su trenza blanca era lo único que se miraba de ella y un charco de sangre extendiéndose…

Galen sacudió la cabeza para quitarse aquella imagen y Mario aprovechó su silencio para decirle:

 

—Rommel no está muerto ¿Quieres que te lo demuestre?

 

Su corazón comenzó a palpitar con fuerza esta vez. No tenía idea de qué forma Mario podría demostrarle que Rommel estaba vivo pero quería verlo, así que asintió fuertemente.

 

—Muy bien, espera aquí—le ordenó Mario saliendo de la cocina para adentrarse aún más en su casa y Galen lo escuchó subir por la escalera.

 

No le tomó mucho tiempo volver. En una de sus manos traía una vela blanca y delgada y en la otra unos fósforos y una camiseta percudida.

Mario volvió a sentarse en su lugar, acomodando todo en la mesa bajo la mirada ceñuda de Galen.

 

—Mira—le dijo mostrándole la camiseta—, es de Rommel, la dejó aquí hace años.

 

Galen entonces miró que Mario le sacó un hilo de la vastilla y comenzó a enredar con él el pistilo de la vela. Una vez hecho esto, irguió ésta sobre la mesa y cerró los ojos. Aparentemente se estaba concentrando en algo. Su respiración se había vuelto más profunda y rítmica. Luego abrió los ojos y encendió un fósforo frotándolo contra el costado de la caja.

 

La flama chisporroteó un instante en la cabecita azul del cerillo y posteriormente se tornó dócil cuando alcanzó la madera.

 

—¿Rommel está vivo? —preguntó Mario, aproximando el fuego al pistilo de la vela que prontamente se encendió.

 

«Que absurdo», pensó Galen sin decir nada.

 

A continuación vio a Mario soplarle a la vela y a la llama inclinarse hasta quedar completamente horizontal empujada por el soplido, pero no apagarse.

 

—¿Ves? Rommel no está muerto—dijo Mario, señalándole el fuego que ardía como si nada.   

 

—No creo que esto pruebe nada—masculló Galen entre dientes.

 

—¿Quieres intentarlo?

 

El gótico colocó la vela más al centro de la mesa y esperó a que Galen hiciera algo más que sólo verse escéptico.

 

—Pregunta: “¿Rommel está vivo?” y entonces sopla la vela.

 

El rubio se miró algo indeciso, no del todo convencido de seguir lo que él consideraba como un juego, pero al final terminó por hacer lo que se le decía.

 

—¿Rommel está vivo?—preguntó sin convicción y luego inspiró profundamente para soplar con fuerza.

 

Para su asombro, la llama sólo pareció arrastrarse violentamente en la dirección del viento, pero volvió a erguirse pese a todo.

 

—Rommel está vivo—afirmó Mario.

 

Pero Galen estaba cansado. Harto de hacerse ilusiones respecto a cosas que podían hacerlo feliz. Pensaba que lo mejor era aceptar la idea de que cosas horribles pasaban en el mundo y nada ni nadie podía evitar que sucedieran. Al menos eso dolía menos…

 

Sin emoción mojó con saliva sus dedos índice y pulgar y, viendo a Mario directo a los ojos, apretó el pistilo de la vela que se extinguió con un siseó, declarando con un aire sombrío:

 

—Rommel está muerto.

 

Pasaron unos segundos en que ninguno de los dos habló ni hizo nada, tras los cuales Galen se percató que Mario no lo estaba ya mirando a él sino al pistilo de la vela. Y entonces notó lo que estaba viendo; que casi imperceptible quedó todavía en él, justo donde se unía el hilo de la camiseta a la mecha, un diminuto puntito incandescente que se había reusado a morir. Ambos lo observaron en silencio por un rato, observando con creciente intriga que, por más imposible que pareciera, aquel puntito rojizo empezó a cobrar cuerpo lentamente. Al principio parecía ser sólo una ilusión óptica, pero después fue más que real. Pese a la saliva y a todo, esa chispita insignificante creció hasta convertirse en una llamita y esa llamita pronto se transformó en una alta flama. 

 

Fue entonces que los ojos se Mario abandonaron la luz del fuego y se cruzaron con los suyos. Galen no tuvo que escuchar sus palabras para saber lo que quería decirle.

 

Y Justo en ese momento su celular comenzó a timbrar en su bolsillo.

Lo que sucedió a continuación fue más que inusual.

Galen apenas despegó sus ojos de los de Mario para llevarse el teléfono a la oreja y para cuando dijo “¿bueno?” las miradas se habían vuelto a conectar. En medio de ellos se erguía una vela encendida cuya flama era la más alta que Galen hubiera visto jamás.

 

Del otro lado de la línea contestó su madre. Pudo haber dicho tantas cosas. Sin embargo, entre tantas posibilidades, un segundo antes de que ella hablara él ya sabía lo que iba a decirle.

La llama de la vela dio un rápido latigazo al tiempo que su madre y su cerebro expresaran al mismo tiempo:

 

«Rommel está vivo»

—Rommel está vivo.

 

Los ojos de Galen se abrieron más que nunca. Y Mario, pese a no haber podido ser capaz de escuchar la noticia, pareció saber de qué se trataba. No hizo realmente ninguna expresión, pero Galen podía de algún modo sentirlo sonreír. Así, aun manteniendo miradas con él, lo único que Mario hizo fue susurrar quedamente —podría jurar que triunfalmente—: —Te lo dije.

 

 

 

Notas finales:

Gracias por leer !

Espero les haya gustado!

Quiero ser optimista y decir que para el 20 de diciembre ya ande subiendo el siguiente...

Por cierto, esperen una sorpresa que voy a subir otro fic en estos días...

:3 

Nos seguimos watchando! 

Os quiero <3


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