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EL MAL CAMINO por Galev

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Notas del capitulo:

Hola, gente!

Parecía imposible, pero aquí estoy de vuelta...

No tienen idea de la cantidad de cosas que pasaron en este tiempo ! 

No les miento, llegué a pensar que no podría volver a subir un capítulo nunca más... 

De vez en cuando me pasaba por la caja de comentarios de la historia y veía los reviews... Y pensaba "no, no puedo dejar esto así"...

Ultimamente veo mi trabajo y mi vida y pienso:  "ah que bonitos sueños los que tenía cuando era chica" ... Nostalgia... La vida adulta desde hace rato me ha dado una que otra zarandeada que me hace desilusionarme... 

A veces pienso que debiera olvidarme de escribir fanfics y de otras cosas... y ponerme a invertir mi tiempo en algo más de acuerdo a mi edad... Pero entonces también una parte de mi me regaña y me pregunta que por qué forzosamente ser adulto es sinonimo de dejar de lado lo que te hace feliz...

En fin, perdón, ya ven que me encanta divagar. 

Lamento la espera. Y también lamento haber pensado en dejar de escribir esta historia. 

Les prometo que mientras haya al menos una sola persona que esté dispuesta a leer el final, tarde o temprano yo lo publicaré. 

Les agradezco la espera.

 

Capítulo XXXIII: El perro que no deja de ladrar

 

Aquel día temprano, mientras Galen se bañaba para ir a la escuela, no muy lejos de allí una situación muy delicada estaba a punto de salir a la luz pública. El detonante: un perro que no paraba de ladrar.

Se llamaba “Rocky” y era un perro criollo con características de Pastor Alemán el cual estaba atado a un árbol dentro del patio de una casa. El “desgraciado perro” como lo nombró el vecino de la casa de atrás, cuando llamó para poner su denuncia ciudadana, llevaba ya ladrando tres días y lo peor era que, no contento con ello, ladraba también por las noches.

Sus dueños habían salido de la ciudad a visitar a unos parientes y el pobre Rocky se había quedado amarrado a un nogal en el patio, con la única compañía de un tazón con agua y uno lleno de croquetas, que debería ser suficiente para todos los días en que ellos no estuvieran.

Afortunadamente Rocky era un perro inteligente, de alguna manera entendía que debía racionar su alimento si no deseaba pasar hambre después, así como entendía que no debía comer los señuelos de carne envenenada que el vecino de atrás le había arrojado antes de decidirse a poner la denuncia. Pero algo aún más interesante era el hecho de que Rocky podía entender la existencia de una situación la cual sólo él parecía estar al tanto.

A eso de las 8 A. M. los vecinos de la cuadra se congregaron más o menos en un círculo frente a la casa de Rocky. En una vagoneta había llegado personal de un refugio de Vigilancia Animal y éstos escuchaban a los vecinos molestos al tanto que trataban de hacer una evaluación de la situación, más las voces de todos hablando en desorden, sin desperdiciar la oportunidad de alegar por algo, dificultaba un tanto la labor.

En la opinión de los hombres de Vigilancia Animal la parte más problemática de sus trabajos, lejos de ser el trato con perros agresivos y otros animales, era definitivamente la que involucraba lidiar directamente con el animal humano. Ello casi siempre era un desastre.

Una de las vecinas, una señora con tubos de plástico de color rosa enrollando su cabello, hacía ahínco en que el perro estaba ya ronco de tanto ladrar, y que pensaba que éste podía estar enfermo o bien estarse ahorcando a sí mismo con el mecate con el que estaba sujeto al árbol. Un hecho que uno de los voluntarios de Vigilancia Animal supuso como lo más probable al realizar una maniobra muy profesional conocida como “subir una escalerita y mirar por la barda” con lo que comprobó que Rocky efectivamente tiraba de la soga con fuerza hacia enfrente suyo, dejándola bastante tensa.

La decisión que se tomó al respecto se hizo una hora después, a falta de una idea mejor. Cortar la cuerda que tanto parecía estorbarle al perro y mirar si esto resultaba ser suficiente para calmarlo. Para ello uno de los hombres bajó por la barda hacia el patio con ayuda de la escalera y tanteó el terreno, notando un poco sorprendido que, pese a que esperaba que el perro se alterara aún más por su intromisión a la propiedad, éste no dio señales que apoyaran su idea. Era al contrario, como si de algún modo Rocky se hubiera alegrado de ver a alguien allí. Comenzó a agitar la cola y a moverse de un lado a otro con algo de júbilo. Más su alegría inicial volvió a convertirse en ladridos al pasársele la impresión de verlo.

Al mirarlo más de cerca, el hombre pudo percatarse que en realidad el nudo en su cuello no estaba demasiado ajustado y que de manera peculiar el perro ladraba mirando fijamente hacia enfrente, a la nada, como si allí se encontrara algo más que una simple barda trocha de madera.

Él, su compañero y toda la gente que esperaba afuera estaba a menos de veinte minutos de entender lo que en verdad estaba sucediendo.

Sucedió que cuando el hombre cortó la soga, Rocky no esperó un segundo, arremetió contra la minúscula valla de madera que separaba ese patio y el del vecino de un lado y de un salto alto la atravesó rápidamente introduciéndose a la propiedad contigua. Entonces comenzó a ladrar de nuevo allá.

El hombre lo siguió a su vez sumamente confundido. La barda muy apenas le llegaba a la altura de los hombros y le permitía ver sin esfuerzo lo que ocurría del otro lado. Miró así que el perro se había detenido frente a uno de los muros de la casa del vecino y ladraba hacia una ventana, rascándola con sus patas delanteras insistentemente.

La labor derivó con eso a buscar ahora al dueño o dueña de dicha casa, pero al ser imposible su localización, los hombres de Vigilancia Animal no tuvieron más remedio que nuevamente introducirse en propiedad privada. Sólo que esta vez fueron los dos quienes entraron.

Cada uno de ellos caminaba lentamente hacia el perro desde el extremo opuesto al otro, con la intención de no asustarlo, algo de lo que Rocky pareció estar al tanto y no darle importancia. Él continuó ladrando y rascando la ventana hasta que ambos hombres estuvieron prácticamente encima de él. Sólo entonces, estando a esa distancia, fue que uno de ellos echó un vistazo hacia aquella ventana preguntándose por qué era que el perro parecía querer entrar allí, divisando algo que le hizo de inmediato volver a mirar con mayor detenimiento.

A ese hombre sus amigos le apodaban “El Chino” por sus ojos rasgados como los de los orientales y en la escuela primaria bromeaban constantemente con él incitándolo a “abrir los ojos”. Si tan sólo sus amigos de aquel entonces lo hubieran visto entonces… Quizá habrían dicho que El Chino por fin les hizo caso. Que El Chino por fin había abierto los ojos… Y de qué forma.

El hombre con los ojos bien abiertos como un par de monedas de diez llamó a su compañero, haciéndole una seña para que también mirara. Y como resultado, ambos terminaron con la misma expresión exaltada del primero en descubrirlo.

Una cosa llevó a otra entonces. El asunto dejó de tratarse de Rocky y de su caprichoso ladrido que molestaba a los vecinos para convertirse en algo mucho más serio, un hecho que saldría en los periódicos al día siguiente en primera plana y en los noticieros como una situación escandalosa.

Pronto a la colonia arribaron camionetas de la policía y una ambulancia y toda la gente de aquella cuadra y algunas de otras cuadras circundantes se arremolinaron en torno a la casa de la ventana armando un caos.

Sí, sin quererlo Rocky había armado un caos…

Porque Rocky había intentado advertirles todo ese tiempo que había un muchacho moribundo encerrado en ese cuarto… Y por fin alguien además de él lo sabía…

 

*

Cuando Rommel ingresó al Hospital Universitario, unos cinco minutos para las diez de la mañana, se hallaba en estado crítico. Fue recibido de inmediato por el equipo de urgencias, quienes dieron fe de que quizá unas horas más sin atención médica le habrían costado la vida.

El doctor que lo había valorado al llegar, el Urgenciólogo Adam Gutiérrez, se abstuvo de dar demasiada información a la prensa. Sólo dijo que el muchacho estaba delicado. Para entonces la policía lo había puesto un poco al tanto de las circunstancias en que lo encontraron. Que lo habían hallado gracias a un perro, inconsciente en su casa, encerrado en su cuarto ahí solo, con un calorón de los mil demonios y las ventanas cerradas, cubierto de vendajes y sangre seca. No había rastro de su padre, a quien los vecinos no echaron de menos pues decían que era un borracho odioso, y éste aparentemente tampoco se había presentado en su trabajo por un par de días.

Lo primero que hizo Adam y su equipo al tratar con él fue estabilizarlo. Fue un lapso de horas y durante ese tiempo Fátima lo había reconocido, más no llamó de inmediato a su hijo, sino que espero hasta que al menos dejó de darle la impresión de que Rommel iba a morir en cualquier momento.

Poco después Galen llegó al hospital, acompañado por Mario, y ahí su mamá les contó lo que sabía sobre el asunto de la aparición de Rommel (básicamente que el muchacho había aparecido con una herida de bala superficial en el flanco izquierdo, pero que no habían podido localizar la bala en sí ya que sospechaban que se le había practicado una curación de emergencia que le permitió sobrevivir), así como también les dijo, para su decepción, que ese día no podían pasar a verlo hasta que se autorizara su traslado al área de piso.

 

*

No fue hasta el siguiente día después de la escuela cuando Galen pudo por fin ver a Rommel. Ese día la noticia del perro héroe se imprimió en la primera plana del periódico y circulaba de boca en boca eclipsando aplastantemente la noticia de los militares. El columnista que la escribió se enfocó principalmente en Rocky y en su determinación heroica, dejando algo de lado lo referente al muchacho que salvo. Algo bueno considerando cómo la gente podía ponerse de hostigadora.

Sin embargo, Galen no estaba seguro de haber llegado en lo que se pudiera decir un buen momento, pues cuando entró a la habitación que su amigo compartía con otros dos pacientes se topó con el hecho de que el chico estaba sujeto a la cama con una expresión furiosa.

—¿Pero qué te pasó?—preguntó al verlo, apresurándose para estar a su lado.

Y Rommel, quien estaba prácticamente en los huesos, amarrado a la cama por manos, pies y torso, volteó a mirarlo con algo de sorpresa.

—Qué onda, güey—le dijo.

—Estás vivo—Galen puso una sonrisa temblorosa y sus ojos se humedecieron—… Yo pensé… Pensé que estabas… Pero no, de verdad estás vivo.

—Sí, todo jodido, pero sigo vivo supongo—susurró Rommel sin mucha emoción—. Me alegra que tú estés bien. 

El rubio lo observó un momento. Su amigo tenía puesta una intravenosa en el brazo que goteaba lentamente y el dorso de su mano estaba lleno de moretones. En la cama de a lado, separada por una cortina, se escuchaba a alguien tosiendo. Todo el cuarto apestaba a cloro y a medicinas.

—¿Por qué estás amarrado?—se aventuró a preguntarle.

—Porque aquí son bien culeros. Porque ya les dije que no quiero que me inyecten cosas y ahí están de a huevo, inyécteme e inyécteme porquerías. Ya estoy hasta la madre. Sólo me quiero ir de aquí y no me dejan ni moverme, güey. Con decirte que ni mear puedo a gusto. Quien sabe que chingados me metieron ahí ya sabes dónde —se quejó Rommel, intentando infructuosamente cambiar de posición.  

Y efectivamente, Galen miró colgando a un lado de la cama una bolsa con algo de orina sanguinolenta.

—No manches, no está bien que te tengan así—dijo—. Espera un momento, voy a buscar a mi mamá a ver qué podemos hacer.

Dicho esto Rommel lo miró salir del cuarto sin vacilar, hasta que regresó unos minutos más tarde.

—Ya le dije—le informó—. Dice que ahorita que se desocupe le dirá al doctor.

—Mmmta… Lo que me faltaba... Otro doctorcito…—masculló Rommel con fastidio.

—Me dijo mi mamá que seguramente te amarraron porque te resististe a los procedimientos médicos. Porque quisiste quitarte las intravenosas o algo por el estilo. Estoy seguro de que todo es por tu bien.

—Sí, eso dices porque no eres el que tiene una chingadera metida en el pito.

—Oye, ya… Sólo intento ayudarte, no te desquites conmigo—masculló Galen con seriedad y Rommel pareció entender el mensaje, pues no rebatió nada más. Sólo suspiró y permaneció callado al tanto que Galen volvió a hablar.

—Pensé que te habían matado esos tipos. Me dio coraje, pensaba que no volvería a verte. Pensaba que te habían desaparecido…—dijo con la voz ablandada por el recuerdo, y por un instante, sin reparar en lo que hacía, comenzó a recorrer el camino de una de las venas del brazo de Rommel con la yema de sus dedos hasta llegar a su mano moreteada—Tú sabes… Que no volveríamos a hacer nada… nunca…—dibujó una sonrisa por un cuarto de segundo antes de que se desvaneciera dando paso a una profunda expresión de melancolía.

Sus dedos seguían tocando el dorso de esa mano. Las venas allí estaban colapsadas, aguijoneadas seguramente por el forcejeo que Rommel había hecho con los enfermeros antes de ser amarrado a la cama. Con su pulgar acarició suavemente los dedos algo toscos del chico, sintiendo un hormigueo en el estómago cuando miró la mano de éste voltearse palma arriba para recibir sus caricias.

En ese momento comprendió perfectamente lo que hacía, más no se detuvo. En cambio su corazón comenzó a latir con nuevo brío dentro de su pecho. Eran sólo pequeños roces los que se estaban dando ambos en la palma de las manos, pero a la vez era algo mucho más intenso… De alguna manera íntimo. Ambos sabían que estaban haciendo algo extraño, pero no querían que terminara. Sin embargo, era obvio que tendrían que hacerlo tarde o temprano.   

Y de hecho más temprano que tarde aquello culminó abruptamente con la súbita intromisión del Doctor Adam a la habitación. El factor obvio de que el médico los había mirado tocarse las manos inquietó a Galen. No obstante, fue un detalle que olvidó pronto cuando el doctor pareció ignorar lo que vio saludándole y presentándose ante su amigo, ya que pese a que el doctor fue el primero en recibir a Rommel cuando llegó al hospital, éste no lo recordaba al haber estado entonces inconsciente.

—Cuando saliste de urgencias se te asignó otro médico, así que bueno, yo no tengo en realidad la autoridad para pedir que se te libere—le explicó.

—Pero puede hacer algo, ¿no? Sino entonces a qué vino—exclamó Rommel molesto.

Galen estaba a punto de intervenir, sintiéndose apenado con el médico por la actitud de Rommel, cuando el doctor contestó tranquilamente:

—Pues sí, supongo que siempre se puede hacer algo. El problema es que yo tampoco estoy seguro de que sea apropiado soltarte—Y a respuesta de la mirada extrañada de Galen y la encolerizada que Rommel le disparó, explicó—: Me dijeron que cuando despertaste te quitaste las intravenosas y te lastimaste por intentar sacarte la sonda; pateaste a dos enfermeros que intentaron detenerte, y luego trataste de huir… ¿Crees tú que ese tipo de cosas no retrasan tu recuperación? Por lo tanto si tu médico asignado pensó que la mejor solución para evitar que te siguieras haciendo daño era sujetarte a la cama, fue porque vio que era la mejor manera de ayudarte. 

—No pos para esa ayuda mejor me las arreglo sólo… Además ni que se las hubiera pedido, ¿o sí?—rebatió el chico de inmediato.

—Bueno, pues si te pones en ese plan por lo que dices no creo entonces que necesites ayuda tampoco para que se te suelte. Ahora si me disculpas, tengo varios otros pacientes que visitar, con permiso…

El hombre dio media vuelta, resuelto a irse, más apenas dio unos cuantos pasos hacia la puerta el muchacho lo hizo detenerse.

—¡Espérese! Oiga, no me deje aquí na’más. Sólo quiero que me suelten. Ya estoy todo entumido y aparte no me gusta mear con esta cosa, me cala y siento bien raro.

—Es una sonda. Te la pusieron porque la intravenosa hace que  estés constantemente con ganas de orinar. Y de esta forma puedes descansar mejor.

—Mire, la neta no me importa. Sólo quiero que me quiten esta porquería, ya le dije que me cala. Y que me suelten.

—Si quieres que te suelten primero vas a tener que estar tranquilo. Y prometer que no volverás a intentar quitarte los dispositivos, ni a ponerte violento como lo hiciste antes. ¿Lo harás?   

—Esto más que un hospital parece una cárcel—refunfuñó el chico.

—¿Estarás tranquilo?—insistió el médico.

El muchacho apretó los labios con orgullo, desviando la mirada hacia Galen, quien asintió con la cabeza rápidamente, antes de decir con resignación—: Sí, ok, voy a estar tranquilo. Lo que sea con tal de que me quiten esta cosa.

Adam lo observó un momento con la ceja arqueada. Quizá aquellas no habían resultado ser las palabras o el tono más convincente, pero pareció funcionar. El doctor les dijo que llamaría al médico asignado del área y vería que podía hacer, antes de salir de la habitación.

Y así fue. Al cabo de unos veinte minutos, el doctor Sandoval —el médico asignado a Rommel— le hizo una visita al muchacho. Una visita que consistió básicamente en alternar entre regaños y hacerle prometer que no volvería a comportarse agresivo, hasta que finalmente dio su autorización para que lo desatasen y le sacaran la sonda. Yéndose con la palabra de Rommel de que cooperaría.

Una vez completamente libre, el chico se estiró lo más que su propia herida se lo permitía, haciendo un gesto de dolor cuando llegaba a ese punto. Y fue entonces que, mirándolo más relajado, Galen decidió hacerle la pregunta que lo estaba atosigando desde que supo que encontraron a Rommel:

—¿Cómo fue que apareciste en tu casa después de lo que pasó?

A lo cual su amigo se encogió de hombros para decir—: No sé, güey—antes de añadir, empujado por la mirada llena de incertidumbre que Galen le seguía dirigiendo—: Mira, aquí me dijeron que alguien seguramente me había hecho una curación de urgencia, porque según esto ya no traía la bala cuando llegué al Hospital. Supongo yo que fueron los militares… Pero lo que no me queda claro a mí tampoco es cómo fue que llegué a mi casa con mi papá. Pienso yo que quizá me les escapé a los militares y como por instinto fui a dar a mi casa…  Digo, me ha pasado varias veces antes que cuando estoy cayéndome de golpeado o de plano de borracho, inconscientemente llego a mi casa. El problema es que no sé por qué mierda mi jefe le puso el pinche candado a la puerta y no podía salirme de ahí. Y para colmo el puto se fue a la verga, seguro a una borrachera machín de esas que se avienta a veces días completos, y se le olvidó que ahí me dejo, así que de no haber sido por el Rocky todo habría valido madre…

—Escuché que están buscando a tu papá…—Dijo Galen con seriedad.

—Sí. Ojalá que lo encuentren muerto—Masculló Rommel con una voz helada.

Galen no supo si sería adecuado argumentar algo. Afortunadamente no tuvo que hacerlo, ya que en ese momento la figura alargada de Mario cruzó la puerta, saludándoles con la misma simpatía de un cadáver que acaba de ser preparado para un velorio.

Rommel no estaba muy entusiasmado por la visita de Mario al principio. Pero lo estuvo cuando éste sacó el pay que traía de contrabando.

 

*

Cuando Galen visitó a Rommel nuevamente al día siguiente, le alegró verlo sin ataduras y un poco más animado. Su amigo le comentó que su madre de vez en cuando pasaba a visitarlo y a cerciorarse de su estado, lo cual le pareció un buen detalle.

Estuvieron gran parte de la tarde juntos, hasta que Galen debió irse a su casa para estar con su tía y saliendo se topó con Mario.

Al otro día ocurrió más o menos lo mismo. Esta vez al menos hizo reír a Rommel un par de veces estando con él, y ambos se alegraron de ver a Mario entrar con una rebanada de pay para cada uno. Galen comenzaba a pensar que lo peor de la estancia de Rommel en el hospital había pasado ya… Pero estaba equivocado…

Lo peor ocurrió el día después de ese…

Supo que algo iba mal desde el momento mismo en que entró a la habitación y vio a Rommel sentado en la cama con una expresión de desencanto.

—Hola… ¿Estás bien?—su voz sacó a su amigo de su ensimismamiento.

—No—le dijo éste.

—¿Por qué? ¿Sucedió algo malo?

—Sí, güey, resulta que quieren mandarme a una casa hogar cuando salga de aquí. No mames—exclamó el chico con enojo.

—¿Ah sí?—Galen se relajó un poco. Había pensado que se trataba de algo realmente malo por lo que escuchar aquello no le pareció preocupante.

—Sí, hace rato me dijo tu mamá. Que como mi jefe no aparece y no tengo más familia que yo sepa me quien mandar allí—las manos en su regazo apretaron la sábana blanca deslavada que lo cubría.

—Entiendo. Pero está bien ¿no?—el rubio tomó asiento en la única silla que había. Ya se estaba acostumbrado a no prestarle atención al cojín un tanto roto de ésta, que dejaba ver un trozo de esponja amarillo pálido, y a cuidarse del respaldo que a veces pellizcaba. Se disponía a sacar su cuaderno de matemáticas para comenzar a hacer ahí su tarea como los días anteriores, cuando lo sobresaltó el medio tono arriba de la voz de Rommel.

—No, güey, no está bien. Yo no quiero ir allí—Rommel golpeó la cama con fuerza, algo que le hizo entender a Galen que quizá no se trataba de algo tan simple después de todo.

—¿Cuál es el problema? Pensé que cualquier cosa era mejor que vivir con tu papá…

—Pues sí, güey, pero no quiero. Sólo quiero que me dejen libre, güey. Sólo quiero que me dejen hacer mi pinche vida a gusto. Además, yo ya he estado en una casa de esas, güey, cuando pasó todo el pedo de que se murió mi mamá y a mi jefe lo estaban acusando de haberla matado… No sabes lo que se siente estar así… Sólo quería que me soltaran, que dejaran de joderme... Que la gente me dejara solo…—La voz del chico sonaba asfixiada, su expresión se había vuelto desencajada y su respiración rápida y superficial.

—Rommel, tranquilo… Vamos, estoy seguro de que no puede ser tan malo—Galen tomó su mano con la intención de tranquilizarlo, más Rommel se la arrebató.

—No, güey—exclamó—. Esto cada vez está más de la chingada. Yo me largo de aquí.

Los ojos de Galen se ensancharon ante la impresión de mirar al chico arrancarse de un jalón la intravenosa del brazo, que salió volando seguida de un disparo de sangre que trazó cause por su antebrazo, de un descolorido tono anaranjado enfermizo.

—Rommel, por favor, tranquilízate—Le pidió aún azorado, levantándose de la silla de un brinco ágil, para impedirle al chico levantarse de la camilla.

—¡Déjame, Galen! ¡Hazte a un lado!—Rommel lo empujó con poca fuerza, que no bastó para moverlo.

—Estás loco ¿A dónde vas a ir así? No estás bien, Rommel.

—¡Que te muevas te digo!—volvió a empujarlo. Galen resistió.

Casi de inmediato entraron a escena un par de enfermeros, quienes le pidieron retroceder. Uno de ellos tomó a Rommel por la espalda, ordenándole tranquilizarse, mientras el otro hábilmente lo sujetaba a la cama mientras el chico pataleaba desesperado.

 

*

Después de lo que aconteció, Rommel terminó nuevamente amarrado a la camilla, con una veta de furia impresa en sus ojos cansados por el sedante que le habían aplicado.

Aquello hacía a Galen sentir muy mal. Pensaba que quizá se había comportado un poco insensible a lo que Rommel temía con respecto a la casa hogar, pero realmente no podía entender bien lo que su amigo sentía.

—Vete—Le dijo éste apenas él volvió a plantar un pie en el cuarto.

Tenía el rostro vuelto a la cortina blanca que separaba su espacio y el del paciente que a un lado no paraba de toser.

—¿Estás molesto conmigo?—preguntó Galen.

—No, cómo crees…

—Rommel, por favor, sólo déjame ayudarte…

—¿Y cómo me vas a ayudar?... Estamos igual de jodidos.

Por un momento Galen reparó en los azulejos rotos del cuarto, en las patas oxidadas de la cama que sostenía a Rommel y en el olor a enfermedad que invadía el ambiente. Se fijaba en todo eso mientras su mente intentaba pensar en algo que contestar, pero sencillamente no podía porque sabía a lo que el chico se refería, o al menos en esencia. Que ambos estaban atrapados, presas de las circunstancias de sus vidas como un par de canarios enjaulados en el patio de alguna abuela.

—Rommel…

—Ahorita no, Galen. Solo déjame solo, porfa… Vete…

—Está bien…—dijo el chico, sintiendo el alma pesada, dirigiéndole una última mirada antes de girar de vuelta por donde había entrado.

 

*

Sin saber lo que acababa de suceder, el doctor Adam se topó a Galen bajando las escaleras que daban hacia el piso de los encamados, más cuando lo saludó notó que el muchacho correspondió el gesto algo decaído.

—¿Todo bien?—le preguntó, mirándolo asentir rápidamente.

Aunque el médico tenía algunos pendientes que atender todavía en el hospital antes de irse, decidió que era conveniente hacerse un tiempo para hablar con Galen.

—Me gustaría platicar contigo sobre un tema—le dijo—¿o estás ocupado?

—No… Sólo iba a hacer mi tarea de mate, pero no me tardo nada haciéndola—respondió el joven.

—Bien—sonrió el médico—. Si gustas adelantarte a mi consultorio, voy a entregar estos expedientes en enfermería y en un momento te alcanzo.

*

Fueron veinte minutos. No era que Galen estuviera realmente contando el tiempo, pero cuando llegó al consultorio el reloj que colgaba en la pared marcaba las tres cuarenta y ahora eran las cuatro. Tampoco le molestaba la tardanza. Aprovechó ese tiempo para hacer su tarea y repasar un poco sus apuntes.

Cuando el Dr. Adam entró por la puerta le ofreció una disculpa y también un dulce con relleno de cacahuate que él rechazó cortésmente; tomó asiento frente al escritorio y comenzó a hablar.

—Mira. No me es fácil hablar de esto contigo. Así que no sé ni por dónde empezar…

Nada bueno podía salir de una frase como esa, supuso Galen comenzando a sentirse nervioso.

—Es sobre tu amigo... ¿Rommel? ¿Así se llama?

El chico asintió de prisa.

—¿Él es compañero tuyo de tu escuela?

—No…—respondió él. Tenía una idea de a dónde iba todo eso y no le agradaba nada…

—Cuéntame un poco, Galen. ¿Cómo es que lo conoces?

—Él es amigo de unos amigos que tengo… Con los que voy a las maquinitas…—Mintió.

—Ok… Mira, lo que te voy a decir es algo muy serio, Galen, y espero lo tomes lo mejor posible…—hizo una breve pausa. El chico por su parte no movió ni un músculo, aunque en realidad tenía los dientes bastante apretados—Estoy seguro de que Rommel fue el que me asaltó aquella noche y me golpeó a un lado de mi auto.

Dejó que sus palabras se asentaran como piedras cayendo de un barrando, observando la reacción del muchacho frente a él, quien parecía estar procesando la información.

—Créeme muchacho que nunca te diría esto si no estuviera completamente convencido, pero sí fue él.

—… Yo—dijo Galen clavando la vista en un pisapapeles de águila color plateado que había sobre el escritorio, avergonzado—… Me lo imaginaba…

El hombre no dijo nada de inmediato. Era normal que estuviera confundido. Lo escudriñó con la mirada un breve instante y finalmente lo cuestionó:

—¿Tú ya sabías que había sido él quien me asaltó?

—… Sólo lo suponía—admitió el chico apenado—. Discúlpeme, de verdad. Sé que lo que  le hizo Rommel no estuvo bien, nada bien… Pero por favor escúcheme… Rommel no es malo… Él lo hizo porque no tenía otra opción en ese momento. Lo conozco y sé que jamás hubiera hecho algo así de haber podido conseguir el dinero de otra forma. 

—Ok…—Asintió Adam, quien seguía mirándose confuso, quizá por la naturalidad con que Galen tomaba los delitos del otro muchacho.

El hecho de que el doctor no se hubiera enojado con él representó para Galen una excelente señal. Se esperaba que al menos le reprochara algo, o que dijera que estaba decepcionado de él, pero en cambio el adulto tomó la situación con mucha calma. El chico supuso que era así como debía ser una persona madura.

—¿Y por qué necesitaba el dinero con tanta urgencia?—le preguntó después.

Esto trajo a Galen de vuelta el recuerdo de lo que Rommel le había contado al respecto. Sobre la gran deuda que tenía con el Mosca a causa de una casa que supuestamente éste le vendió para que pudiera casarse y vivir con Melissa, y todas las desventuras que les ocurrieron después por intentar conseguir ese dinero a toda costa. El chico le resumió al Dr. Adam las razones de Rommel y esperó a que él volviera a hablar.

Aparentemente éste no esperaba escuchar que un muchacho de esa edad estuviera metido en un lío de esa naturaleza. El hombre pensaba de hecho que Rommel se drogaba, y que era su adicción justamente la que lo hacía desesperadamente conseguir dinero. Fue bueno ver que el semblante del médico se ablandara un poco, ello le permitió al chico dejar algo de lado el nerviosismo que sintió al principio.

—Imagino que tu madre no sabe nada de esto—supuso Adam.

—No y por favor no le diga… Rommel puede devolverle el dinero que le robó…

Tras sus palabras Adam apretó los labios contra los dientes, en una especie de sonrisa un tanto incomoda, antes de decirle:

—Quiero que entiendas, Galen, que esto no se trata del dinero. Para mí tu mamá es una persona muy importante, es una muy buena compañera y amiga… Y sé que obvio para ella sus hijos son lo más valioso… Por eso pienso yo que parte de mi obligación moral para con ella es ayudarla a cuidarlos y parte de cuidarlos es creo yo estar alerta de las malas compañías que ustedes pudieran llegar a tener.

—Yo comprendo—dijo Galen tratando de lucir sereno, y señaló—: pero usted tiene una idea equivocada de Rommel.

El médico no lució sorprendido por ello. Dio la impresión de querer decir algo, pero en cambio calló, dándole la oportunidad a Galen para exponer su punto.

—Rommel es muy buena persona—continuó el chico—. Y así como usted dice que mi mamá es una amiga muy importante para usted, mi amigo Rommel lo es para mí. Lamentablemente no todos tenemos la suerte de tener una familia que nos quiera y nos apoye. Todos hemos hecho cosas de las que luego nos arrepentimos y no por eso somos malos. Yo sé que Rommel hacía esas cosas, pero no por gusto, sino por necesidad.

Galen vio al hombre atrapar el nacimiento del puente de su nariz entre su índice y el pulgar, como sopesando algo que amenazaba con detonarle un dolor de cabeza antes de escucharlo decir: — Mira, te entiendo, de verdad que sí. Tu mamá me dijo que se habían vuelto muy cercanos tú y él. Pero debo decirle a tu mamá, ella debe de saber.

—No—casi gritó Galen—. Si ella se entera no sé cómo vaya a tomárselo. Mi hermano se fue de la casa hace unos días, no sabe cómo se puso mi mamá. Por favor, no necesita más estrés…

—¿Qué propones entonces? Tu amistad con él me parece ahora mismo peligrosa. Considera que al menos alguien ya intentó matarlo a punta de pistola.

—Sé por qué sucedió lo del balazo y no es lo que usted piensa. Escuche, si usted se tomara el tiempo de conocer a Rommel no dudaría de él… Sólo le pido eso…

 —¿Qué conozca a Rommel?—el medico lució algo extrañado con la idea de Galen, aunque probablemente no le pareció algo tan descabellado ya que finalmente aceptó diciendo—: … Ok, hagamos eso. Pero si considero que puede ser una persona peligrosa se lo diré a tu madre, ¿de acuerdo?

 Galen dijo que sí con la cabeza sin pensarlo mucho.

Agradecía que el carácter del adulto fuera flexible pues entendía que cualquier otro lo habría mandado al carajo. Más esperaba que Rommel no lo arruinara con alguno de sus arranques…

 

*

Luego de su plática con el médico, Galen salió del consultorio a toda prisa pensando en ir con Rommel nuevamente. Sabía que su amigo estaba enojado y que no quería verlo, pero sentía que era importante hablar con él para ponerlo en sobre aviso antes de que Adam decidiera ir a conocerlo.  El chico comprendía que con ese tipo de cosas debía irse con cuidado, pues, si por alguna razón su madre se enteraba del incidente que Rommel y el doctor habían tenido, su madre le exigiría que dejara de verlo y en general que dejara de ser su amigo. Y Galen estaba seguro de que si su madre hacía eso, la ya de por sí pobre relación que tenía con ella se volvería insufrible…

Antes de volver a subir para con Rommel, Galen había llegado de paso a la cafetería a comprar un flan. Puesto que Mario había dicho que ese día no podría ir a visitarlo y por ende no podría llevarles de su pay, Galen esperaba que con eso al menos Rommel pudiera animarse un poco.

Al entrar a la habitación el chico notó de inmediato la ausencia del paciente de la camilla más próxima a la puerta, aquel que siempre tocía y cuya familia siempre lo estaba cuidando. Sin embargo,  aunque el hombre ya no estaba, el aroma de sus vendajes viejos prevalecía encerrado junto a los demás humores humanos que el personal de intendencia pretendía cubrir con cloro. Era un ambiente algo triste, sí, pero sin tiempo para reflexionar mucho en ello, Galen recorrió la cortina para entrar a donde tenían a Rommel. 

Su amigo, como lo imaginaba, seguía amarrado a la camilla. Se notaba que su cuerpo estaba en el límite, demasiado pálido y demasiado delgado. Realmente rompía el alma mirarlo así. No obstante, lo que rompió el alma de Galen en verdad fue el hecho de ver la manera en que el pecho y los hombros del chico subían y bajaban erráticamente, sus ojos estaban apretados, enjugados en lágrimas y su boca contenía dolorosamente su sollozar ya que obviamente estaba llorando.

—Rommel—Lo llamó sobresaltándolo, corriendo a su lado.

El muchacho lo único que hizo en un inicio fue mirarlo con sorpresa. Después, escondió sus ojos  de él, replegando lo más que pudo su cabeza hacia el lado contrario avergonzado y le reclamó enojado:

—Te dije que te fueras… Te dije que quería estar solo, puta madre…

—¿Qué tienes?—Galen lo examinó con preocupación. Temía que el forcejeo que había tenido antes con los enfermeros le hubiera vuelto a abrir su herida.

Rommel no contestó, aunque no parecía que algo le doliera realmente físicamente, por lo que Galen pudo estar tranquilo en ese aspecto.

—Está bien, Rommel…

—No, no está bien—protestó éste de inmediato, sin poderse controlar—. Odio todo lo que está pasando, güey—sollozó—… Me caga estar amarrado… Y luego estando aquí no hago más que recordar lo que le pasó a mi mamá… Porque la última vez que la vi estaba en una camilla como ésta chorreando un chingo de sangre… Y no paro de recordar que los doctores dejaron morir a mi mamá como un vil perro en medio de un pasillo, güey, porque no la pudieron meter al quirófano a tiempo…

De pronto hubo silencio. Rommel apretó fuerte los labios acallando un lamento, mientras Galen permanecía atónito en su sitio.

—… Y ya después de que mi mamá murió hicieron lo que se les pegó la chingada gana conmigo así como ahora, y me llevaron a una casa hogar mientras tanto… Y allí… Y allí… Güey, no te imaginas…

Sus palabras, entrecortadas por un sentimiento amargo, hicieron que sencillamente Galen no pudiera soportarlo más. Sin pensarlo dos veces tomó el rostro de Rommel entre sus manos y le obligó a mirarlo.

—Por favor, Rommel…—le dijo—. Odio verte así. Sólo déjame ayudarte… Sé que piensas que no puedo, pero por favor… Al menos sólo déjame estar aquí…

Por unos segundos, lo único que hicieron fue mirarse en silencio. Rommel tenía una expresión perpleja en sus ojos llenos de lágrimas, y luego desvió la vista, abochornado. Cuando su respiración húmeda le rozó los labios, Galen comprendió cuán cerca estaban. Entonces lo soltó, separándose con un hormigueo en el estómago.

Poco a poco Rommel se tranquilizó, comenzando a respirar cada vez más profundamente y no dijo nada hasta que hubo dejado de sollozar.

—No seas pinche, güey, desamárrame…—le pidió. Algo a lo que Galen accedió sin titubear, comenzando a deshacer las correas que lo mantenían tenso en la cama.

Una vez hubo desatado a su amigo, éste pudo por fin limpiarse las lágrimas con sus manos, y Galen le pasó un pañuelo con el que se sonó la nariz. Las muñecas de Rommel mostraban algunos cardenales de donde estuvieron sujetas, y aunque la intravenosa que tenía en la mano tuvo un pequeño reflujo de sangre descolorida, no parecía nada grave.   

—Te traje un flan—le comentó poco después. Aunque como era lógico, su amigo no tenía ni una pizca de ánimo para comerlo.

—Siento no poder hacer nada—dijo poco después, con genuina tristeza.

Y su amigo, quien ya se había enderezado un poco, harto de la posición en la que lo habían tenido antes, sólo se limitó a asentir. Su depresión era muy evidente y esto preocupaba a Galen. Temía que dejara de comer y que su salud en general terminara deteriorándose aún más.

Por ese motivo se sintió un poco renuente de contarle a Rommel lo que pasó con el Dr. Adam momentos antes. No deseaba mortificarlo aún más, pero era a fin de cuentas un mal necesario. Así que se lo comentó apenas consideró que era prudente.

Su amigo no dijo mucho al respecto. No parecía que le hubiera caído tampoco por sorpresa. Galen supuso que de alguna manera se lo esperaba. De hecho por lo que pudo intuir de su expresión cuando le contó lo que el doctor le dijo, Rommel pensaba que el médico le iba a mandar a la policía y se relajó al enterarse de que no. 

No puso ninguna objeción a la condición de que el médico lo visitara para conocerlo, lo que Galen consideró como algo muy bueno, esperando que todo saliera bien y no tuviera que lidiar en el futuro con su madre obligándolo a dejar de ver a Rommel. 

—No sé… ¿De verdad crees lo que le dijiste al doctor?—le preguntó el chico no mucho después de que hablaran —… De que soy buena gente y eso…

—Claro que sí—contestó él sin dudarlo.

—¿No te importa lo que le hice al amigo de tu mamá?

Galen bajó la mirada.

—Bueno, eso no estuvo bien… Pero ya pasó… Tú me dijiste que fue por necesidad, ¿no?

—Pss sí…

De nuevo se hizo silencio. Galen no deseó forzar una conversación, así que se entretuvo mirando la bolsa del suero de Rommel gotear lentamente, hasta que éste volvió a hablar.

—Oye, güey, ¿te puedo preguntar algo?

Él asintió simplemente.

—¿Cómo fue que te terminé gustando, Galen?

Al escuchar la pregunta el antedicho sintió de pronto que se atragantó con su propia saliva. Nada en el mundo entero lo habría preparado para eso. Sencillamente fue tan inesperado… Sus mejillas se encendieron furiosamente con un tono rojizo, a la par que su corazón había empezado a golpetear su pecho furiosamente y sentía el palpitar en las sienes.

—Emm… Yo.. Éste… ¿Por qué quieres saber eso?

—No sé, supongo que nada más—respondió Rommel algo serio—. O más bien porque se me hace raro… Digo, tú vas a la escuela y eso, ¿no? Se me figura que al menos en tu salón debe de haber unas cuantas viejas que no están tan peor… Que de hecho pss ya anduviste con Melissa, así que pss tampoco eres joto… Y pss no sé, así que tú digas feo pss no estás… Igual y echándole ganas consigues algo bueno… Pero en cambio, no sé, te fuiste a fijar en un vato, todo puerco y chamagoso de la calle... No sé, güey, se me hace bien pinche raro…

—Lo dices como si fueras un vagabundo o algo así…—sonrió Galen un poco cohibido.

—Poquito me falta…

El rubio suspiró y luego tragó saliva. Sentía extraña esa conversación. Era la primera vez que trataban el tema luego de lo que sucedió en su casa después de la fiesta de Mario y Rommel parecía haber dejado algo de lado la faceta homofóbica con que lo abordó en un inicio, lo cual era quizá un paso importante.

—Ya, está bien si no quieres decirme—le dijo su amigo.

—No, espera—le pidió él.

Entonces tomó aire y lo soltó. Trató de apaciguarse mirando hacia otra parte y buscó la respuesta dentro de sí. El hecho de sentir a Rommel observándolo lo ponía bastante nervioso, pero aun así comenzó a hablar.    

—Pues… La verdad no sé exactamente por qué me empezaste a gustar… Supongo que porque eres la primer persona que me acepta tal y como soy… De hecho eres el único que ha sido sincero conmigo… Toda la gente siempre oculta cosas, pero tú no… Tú sólo eres tú… Supongo que también me gusta cómo nos llevamos… Que podemos ser pendejos juntos y eso… Y que aunque te han pasado muchas cosas malas de alguna forma siempre sales adelante…

 

Cuando miró a Rommel nuevamente, notó que lo había hecho sonrojarse un poco, lo cual le hizo sonrojarse de nuevo a él también. Y a manera de contrarrestar esto, dijo por último:

—Bueno, es eso o que tengo una fijación por los vagabundos…

Rommel soltó una risilla ante eso, y poniendo una media sonrisa austera bajo sus mejillas aun un poco coloreadas le dijo:

—Yo creo que sí, más bien es eso…

Además de todas esas razones que había expuesto, a Galen también le gustaba su sonrisa, que desde siempre le había parecido extrañamente atractiva con su colmillo chueco… Aunque decidió guardarse eso muy para sí, junto a otros secretos incómodos, que dudaba alguna vez contarle a alguien…

 

 

 

Notas finales:

Pues bien, eso ha sido todo por hoy, espero haya valido la espera.

 

Les mando un fuerte abrazo a todos(as) mis lectores(as)!

Hasta la próxima!


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