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EL MAL CAMINO por Galev

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Notas del capitulo:

Hola chic@s!!!

Me tardé más de un año en subir un capítulo, pero tengo una muy buena excusa gente.

Bueno. Les voy a contar todo lo que me pasó así que preparense sentad@s.

Verán. primero encontré un trabajo que parecia ser muy bueno en un inicio, pero luego se volvió un infierno, porque no sólo tenías que ir y estar tus 8 h por día por 6 días de ley, sino que además nos hacían quedarnos tiempo extraodinario diariamente y sin pago extra TT~TT me la vivía en el trabajo, muchach@s. Y además los jefes eran bien desconsiderados con los empleados. Habia mucho abuso por parte de la empresa.. (No quiero quemarlos pero es un renombrado laboratorio clínico a nivel nacional que empieza con C). Comencé a enfermarme y a desear estar muerta, la verdad. Y las muchachas que trabajaban conmigo también. Una se enfermó hasta del corazón... Con eso les digo todo.

Hasta que me decidí a salir de ahí aunque no tuviera otra opción de donde trabajar y anduviera muy limitada de dinero.

Otra cosa que me sucedió el año pasado es que mi novio me propuso matrimonio en Enero. y nos casamos en Octubre :D Pese al poco tiempo que tenía por el trabajo nos las arreglamos para planear las cosas y al final gracias a Dios todo nos resultó bien :DDDD

Y pues bueno. Un mes después de que renuncié de ese lugar infernal encontré otro jale y ahorita ando ahí, mucho más relajada :DDD sin desear mi muerte cada vez que suena la alarma y se que debo ir a trabajar, jejeje.

Y bueno hermos@s, eso fue lo que sucedió y por qué no actualicé en más de un año.

Espero todavía halla gente que ande por aquí en estos lares, porque por ustedes escribo, la verdad.

Los quiero. No los he visto jamás en mi vida, pero los quiero de verdad. Y espero que mis historias les iluminen al menos un poco de su día. 

Se lo que se siente sentir que todo tu día está muy malo, y llegar a casa y ver que la autora que sigo actualizó una historia, es glorioso y magico, y espero poder trasmitirles eso.

Pero bueno, ya sin tanta palabrería, los invito a leer el capítulo.

Capítulo XXXVI: Lluvia y granizo

El agua del grifo brotaba tibia y cristalina; amainó las contracturas de sus músculos a medida que su cuerpo se introdujo recelosamente en la bañera blanca de porcelana.

Poco a poco, la barra de jabón refrescante que frotó sobre su piel sustituyó el aroma viciado de los vendajes y el de la habitación del hospital, hasta que se supo libre de él.

Aún tenía moretones en sus antebrazos donde las agujas habían puncionado sus venas, aunque ya prácticamente languidecían de un tenue color verde amarillento, por lo que probablemente, la única marca que prevalecería consigo después de toda aquella nefasta experiencia que vivió estando herido fuera una pequeña cicatriz en el flanco, no peor que todas las demás cicatrices producidas en el día a día de convivencia con su padre.

Pudo entonces, ahí con su cuerpo inmerso en el agua, en ese íntimo momento en compañía de sí mismo, sentir que podía dejar escapar un suspiro y abandonarse en una profunda quietud.

Ya no tenía que pensar en qué momento llegaría alguien a cambiarle el suero, ni en las frecuentes ganas de orinar que estar canalizado le producía; no tendría que pensar en la frustración que sentía cada vez que debía hacerlo y un enfermero debía acompañarlo, o en el dolor que se causó a sí mismo cuando quiso extraerse la sonda que le habían puesto al principio, ni en el coraje e impotencia que lo envolvía cuando lo ataban a la estúpida camilla.   

Todo eso afortunadamente había quedado atrás. No obstante, a Rommel le costaba trabajo adaptarse a la nueva situación. Le daba la impresión de que todo había sucedido a un ritmo vertiginoso, tan poco natural que no le gustaba.

Los escenarios marcharon uno detrás del otro. Primero, Galen lo convenció de aceptar la oferta del doctor Adam de quedarse en su casa por un tiempo y después el susodicho médico le informó que ya había comenzado a arreglar asuntos correspondientes con un conocido suyo del SNDIF para su estancia en su hogar. Así pues, cuando fue dado de alta, el muchacho fue trasladado a la propiedad del doctor sintiéndose sumamente incómodo.

Una vez allí, el hombre le sugirió tomar un baño y, pese a que Rommel jamás había tomado uno en una bañera, imaginó que debía ser lo mismo que cuando se lavaba en la tina metálica que tenía en el patio su padre y se las arregló.

El baño se encontraba dentro de la recámara que se le asignó y, antes de entrar, Adam le había otorgado un cambio de ropa limpia, ropa que le quedó algo grande, pero Rommel no podía esperar otra cosa.

Al salir de la habitación pudo apreciar mejor la casa que cuando recién llegó. Resultaba que, como ya se imaginaba, ésta era bastante amplia —casi tan grande como la antigua casa de Galen— y bonita, aunque con un estilo muy simple. Tenía dos pisos y las recamaras se encontraban arriba, por lo que para ir a la cocina era necesario bajar por una elegante escalera de mármol.

Al hacerlo Rommel apreció los pocos cuadros colgados en la pared, los cuales eran pinturas abstractas que, en su opinión, sólo parecían un montón de salpicaduras, rayones y brochazos de colores que un niño de cinco años hizo al azar por aburrimiento.

No le sorprendió mirar una vez estando abajo, que el resto de la casa mantenía más o menos el mismo estilo austero de decoración. Tanto era así que sobre todos los muebles que se topó no miró que hubiera nada por encima, con excepción de la mesa de la sala, donde únicamente había una figura alargada que tenía el propósito de semejar la silueta de una mujer africana, completamente lisa y de color negro, aunque también había un retrato que no parecía encajar del todo con lo demás.

A Rommel le llamó la atención este retrato, así que lo alzó para observarlo más de cerca. El marco era de un color gris azulado y albergaba la fotografía de dos personas posando. Uno era el doctor Adam con unos años menos, sonriendo serenamente y, a su lado, un joven igual de sonriente de aproximadamente unos diecisiete o dieciocho años de edad, tez blanca y cabello castaño obscuro con una toga y birrete de graduación. Después de contemplado un breve instante Rommel estaba por dejarlo en su sitio, cuando el sonido de una voz repentinamente lo sobresaltó.

—¿Qué haces?—lo cuestionó dicha voz, provocando que el retrato se resbalara de sus manos, para estrellarse contra la mesa, haciendo que apareciera una telaraña de rotura en el cristal transparente que lo protegía.

El doctor Adam no pretendía asustar a Rommel. Había hecho ruido intencionalmente con los pies al acercarse precisamente por lo mismo, pero aparentemente no había resultado.

Cuando estuvo aún más cerca levantó el cuadro caído y lo contempló con cierto pesar. Un trozo de vidrio se desprendió de éste cual diente flojo al hacerlo, por lo que de inmediato el médico volvió a colocarlo en la mesa. Iba a decirle a Rommel que no se preocupara, pero en eso, voltearlo a mirar lo hizo titubear un poco.

Notoriamente el muchacho se había puesto tenso, los músculos de sus brazos estaban contraídos, así como su mandíbula; sus manos formaban puños y sus ojos lo observaban como si estuviera delante de una culebra. Estaba listo para recibir un buen golpe. En aquel instante el chico era el vivo espejo de una vida llena de abusos y maltrato. Tan sólo reparar en ello le constriño el estómago.

—Está bien, Rommel—le dijo intentando sonar lo más sereno posible —Discúlpame que te haya asustado. Sólo quería saber si querías que pidiéramos algo de cenar.

Las palabras parecieron tener un efecto sutilmente mágico ya que, percatándose quizá de su propia conducta, Rommel se relajó un poco, deshaciendo al cabo de unos segundos la postura defensiva que había adoptado antes. Parecía costarle darse cuenta de que un pequeño error no le acarrearía una paliza, porque el doctor Adam no era lo mismo que su padre.

 

*

 

Para la cena doctor mandó pedir dos pizzas grandes para los dos. Una tenía piña y jamón y la otra peperoni. De aderezo sólo había Salsa Valentina, así que no había sido algo elegante. Rommel esperaba que el medico comiera caviar y queso caro añejo a todas horas, esa comida que había visto comer a los ricos en la televisión, más le sorprendió que no. Había sido una buena sorpresa, para variar, sentir que ese hombre con todo su dinero seguía siendo persona igual que él.

Más no se fiaba. La pizza había estado bien y que el médico no se hubiera molestado por lo del retrato lo había impresionado, pero no podía dejar de darle vueltas en su cerebro a esos viejos traumas que albergaba en su memoria. Quizá estaba siendo paranoico, pero pese a que había salido de casa de su padre, probablemente la casa de su padre no lo había dejado a él del todo.

No bastaba una ducha, ni una cena, ni la cama que se le había ofrecido para dormir, para que Rommel confiase en el médico, así que batalló en poder conciliar el sueño una vez se hizo de noche. Se quedó en ese cuarto un largo rato, recostado sobre la cama, mirando hacia donde estaba la puerta con los ojos abiertos, a la expectativa de que el hombre entrara sin previo aviso e intentara hacerle algo, pero, ante el trascurrir de las horas, viendo que esto no ocurría, el sueño comenzó a hacerle mella hasta que, sintiendo sus párpados cada vez más pesados, no pudo más y se quedó dormido.

Y fue entonces que su mente, como directora y guionista de un filme de cine de arte, comenzó a proyectar el carrete, que era su sueño. En éste vio a Melissa. Ella estaba de pie frente a la plaza de armas llevando puesto un vestido azul marino. Le sentaba bien el color, pensó Rommel. Más  cuando él se le acercó, ella se alejó un poco, dando unos cuantos pasos hacia atrás.

—Melissa, por favor—le dijo él—¿Por qué la niña y tú no pueden estar conmigo?

—Es muy tarde ya, Rommel—respondió ella.

—¿Por qué dices que es muy tarde?— preguntó. Pero Melissa ya había desaparecido, junto con todo el escenario en que se encontraban.

—¿Por qué dices que es muy tarde?— preguntó de nuevo, pero esta vez se encontraba en la recámara de Mario y éste lo acompañaba.

—Ya es muy noche, vamos a dormir— le respondió el chico apagando la luz de la lámpara del buró.

—No, no apagues la luz, por favor—susurró Rommel, sintiendo en la oscuridad una punzada de angustia. 

Por unos segundos terroríficos sólo hubo silencio en medio de esa tersa negrura y luego, de golpe pudo sentir el roce de unos labios sobre los suyos. 

De pronto, la luz se encendió nuevamente, descubriendo a Mario, quien estaba sobre su cuerpo con una cara de arrepentimiento.

—Perdóname... No sé qué estaba pensando— le dijo.

Rommel se lo quitó de encima de una patada.

—¡¿Por qué?! ¡Eras como mi hermano!— le gritó con la quijada temblorosa—Te conté lo que me había hecho ese viejo...

—Perdóname...— escuchó a Mario decir antes de que su voz se perdiera para siempre en esa pequeña escena que otra vez desapareció alejándose de su mente.

Miró una mano pálida y fría colgar de una camilla de hospital, antes de reaparecer de pronto en otro lugar.

… Era una propiedad ya vieja... Las paredes desquebrajadas le daban un mal aspecto, como si todo se encontrara sucio, enmohecido… El sitio por sí mismo le provocaba malestar… Era la casa cuna…

—¿Quieres un dulcecito?—preguntó una voz áspera que parecía provenir de una habitación.

La puerta comenzaba a abrirse y adentro estaba velado con sombras... Muy apenas podía mirarse la sonrisa cansina de un hombre que jugaba con su miembro viril, sentado sobre una silla.

—Ven, ven por él, tengo mazapanes y cosas muy ricas...

El niño, quien ahora era Rommel no pudo articular palabra alguna, o hacer otra cosa que no fuera mover su cabeza de lado a lado aterrorizado. 

—Ven... —insistió el hombre. 

Rommel trató de correr pero no pudo... sentía que no había a dónde ir... La habitación parecía acercarse por sí misma. En la oscuridad el hombre seguía sonriendo. 

Entonces escuchó una voz. 

—Rommel...—le llamó.

Él volteó en seguida. Había un pasillo largo y angosto a su lado. Al fondo podía mirarse una puerta abierta que daba al exterior, desde donde se colaba la luz del sol.

—Rommel, ven— le dijo la voz de afuera.

Casi sintió las lágrimas brotar de sus ojos. Había una salida.

—Ayúdame— dijo él en voz baja.

De pronto, otra voz salió de la habitación con el hombre.

— Ven aquí, hijo de tu puta madre—Esa voz lo llenó de terror. Era su padre, quien apareció detrás del sujeto que se masturbaba, pero no tardó en ponerse frente a él a medida que se iba acercando.

Rommel agrandó los ojos, su padre intentó salir por la puerta, pero su gran barriga quedó atorada, dándole oportunidad al niño de comenzar a correr rumbo a la puerta.

Sus piernas parecían estar cargando varios kilos de arena cada una. Se sentían pesadas y se movían muy lentamente. Además, el pasillo era demasiado largo.

Luego hubo un estruendo. Se escuchó como si hubiera caído una granada, pero no era así. Rommel sabía que su padre había roto el marco de la puerta y ahora estaba libre para ir tras él.

Su corazón cabalgó en su pecho, le rebotaba en la garganta; pero sus piernas seguían yendo en cámara lenta.

Poco a poco se acercó a la puerta que daba al exterior. Logró vislumbrar a Galen del otro lado. Sus cabellos rubios brillaban de dorado bajo la luz solar.

—Vamos, tu puedes— lo animó.

—¡Ayúdame! ¡Ayúdame!— comenzó a gritar Rommel desesperado, pero Galen continuaba al pie de la puerta animándolo a llegar.

Entonces, justo cuando la luz del sol empezaba a tocarle la piel, una mano grande le cayó en la espalda. 

— Te voy a reventar la pinche cabeza—vocifero su padre, quien lo había atrapado, y justo en ese instante despertó sobresaltado.

Al abrir los ojos un puntilleo de colores floreció fugazmente en su campo de visión, seguido por la negrura de la habitación, la cual fue volviéndose menos densa a medida que se acostumbró a la escasa luz que provenía de una ventana en la pared.

Desorientado, se encontró a sí mismo al borde de la cama, empapado en un sudor helado. Tenía la garganta reseca y el corazón latiéndole furiosamente, como una máquina que va a toda marcha. Le tomó un poco de tiempo asimilar que el sueño había terminado, pero después de tan sólo unos cuantos minutos la pesadilla fue volviéndose cada vez menos vívida, difuminándose en las horas nocturnas como el vaho en un espejo. No obstante, la sensación de desamparo e incomodidad que le produjo no lo abandonó por el resto de la noche, ni aun después de levantarse, durante parte de la mañana.

 

*


Temprano, al día siguiente, el timbre de la casa sonó un par de veces y el doctor Adam bajó las escaleras apresuradamente, aun con su corbata a medio poner, para abrirle la puerta a una señora morena de unos cincuenta y tantos años a quien saludó con confianza.

Tal como Galen le había comentado antes, casi todo el día el doctor Adam estaba en el hospital trabajando, así que le pagaba a la señora que había llegado, para que se encargara de los quehaceres de la casa.

Ella, a quien el medico se refería como Doña Jesusita, rápidamente y sin vacilación, acabando de cruzar la puerta se dirigió a la cocina para comenzar a preparar el desayuno. Fue en ese momento en que el doctor Adam aprovechó que Rommel bajaba la escalera, un poco somnoliento por el mal dormir, para presentarlo con la señora. 

Le dijo a Doña Jesusita que Rommel estaría quedándose unos días en su casa en lo que se arreglaba su situación familiar, por lo que le pedía de favor que durante su estancia le hiciera también el desayuno y la comida, así como el aseo de su cuarto, algo a lo que ella, realmente sin ninguna otra opción, estuvo de acuerdo.

Así, esa mañana Doña Jesusita les preparó a ambos unas migas con huevo para el desayuno, y se encargó de lavar la ropa luego de que el médico se marchara rumbo a su trabajo. Mientras tanto, Rommel subió a la planta alta para mirar la televisión, donde permaneció un largo rato hasta que prácticamente la sed que comenzó a sentir lo hizo bajar por un vaso con agua.

Abajo, la mujer había dejado cociendo pollo en una olla y reduciendo una salsa roja para enchiladas, cuyo delicioso aroma de inmediato le había despertado nuevamente el apetito. Obviamente la señora planeaba que la comida fueran enchiladas rojas rellenas de pollo, para las cuales ya tenía preparado un montículo de queso rallado sobre un plato. De manera que cuando Rommel llegó a la cocina y se sirvió un vaso con agua del grifo, ignorando el garrafón que tenía a un lado, tomó un puñado de queso cuidando de no ser visto para comérselo discretamente.

Esperaba que ese pequeño bocado le hiciera aguantar un poco el hambre hasta que la comida estuviera lista, pues planeaba volver a subir para seguir mirando la televisión. Aunque, a medio camino, vio que doña Jesusita, al haber estado sacudiendo los muebles, había descubierto el retrato roto de la noche anterior y nuevamente la curiosidad por saber quién era el muchacho de la foto regresó a él.

—Qué lástima— dijo la señora, al ver a Rommel— estaba bonito el portaretrato. 

—¿Sabe quién es el chavo?— preguntó él.

—El hijo del doctor— le respondió.

—No sabía que el doc tenía un hijo...

—Sí, pues es que el muchacho murió—dijo ella con pesar.

—Chale...—masculló Rommel sin saber que más decir.

—Deberían de ser los hijos quienes entierren a sus padres y no al revés—agregó la señora con un tono muy profundo y unos ojos que parecían mirar hacia sus recuerdos; entonces, sin esperar respuesta, se movió para continuar sacudiendo los otros muebles, dejando a Rommel en silencio, solo con sus propios pensamientos.

Y mientras pensaba, sus ojos descansaron en el encabezado de un periódico de días atrás que estaba sobre la mesa del comedor, donde podía leerse en letras grandes: “Mujer desesperada se quita la vida”, y abajo, en letras aún un poco más pequeñas “Era la madre de Melissa, la joven desaparecida y de Saúl “el Mosca” líder de la presunta banda de narcotraficantes de la zona norte”

*

Ya era un poco tarde cuando Galen fue a visitarlo; para entonces el sol empezaba a descender tras los cerros cenizos de la ciudad, dejando que tonos índigo sombrearan las nubes densas que cubrían el cielo. Hacía horas ya que Doña Jesusita se había marchado —aproximadamente a la una— y desde entonces Rommel se había quedado solo en la casa, bastante aburrido, puesto que, para su mala suerte, no había tardado en darse cuenta de que una casa grande no significaba nada sin algo interesante que hacer ahí, por lo que la visita de Galen le cayó de maravilla.

De antemano, el joven había hablado con el doctor Adam, comentándole que quería ver a Rommel y éste había estado de acuerdo; inclusive lo había invitado a que —si su madre se lo permitía— se quedara a dormir con su amigo, con el fin de darle más confianza. Y, aunque a él le agradó la propuesta, su madre fue un poco más difícil de convencer de lo que le hubiera gustado.

Ella había dejado de ver con buenos ojos su amistad con Rommel desde lo de la fiesta de Mario, ya que, en su opinión, a raíz de que su hijo se juntaba con él, había comenzado a volverse rebelde y eso no le parecía nada bien; además, para colmo sospechaba que el chico era de alguna forma culpable de que Galen se hubiera visto involucrado en el fuego cruzado entre los vándalos y los militares.

Por lo tanto, la única razón por la que accedió a dejarlo ir de visita y que ahí durmiera, fue porque Adam le insistió en que él cuidaría de ellos. El médico tuvo que prometerle que no lo dejaría salir de su casa con el chico y a su vez Galen debió prometerle lo mismo. 

Bajo tales condiciones Galen, un tanto fastidiado, decidió rentar una película en un videoclub cercano y también se había detenido en una tienda de conveniencia para comprar palomitas de maíz, unos refrescos y unas lunetas.

Las lunetas, debido al sofocante calor que hacía afuera, se habían adherido entre sí y al intentar vaciarlas en un tazón, cayeron fusionadas en forma de un ladrillo de colores que los hizo reír un poco a ambos, cuando Rommel dijo que así se vería la caca de un unicornio y Galen remató agregando que no creía que eso último supiera u oliera a chocolate.

Así, luego de preparar las palomitas de maíz en el microondas, los chicos subieron al cuarto de televisión donde había un mullido sofá color almendra.

Estando ahí, Galen sacó el casete VHS del empaque, haciendo un chasquido con la lengua al percatarse de que la cinta no estaba rebobinada, por lo que debió colocarla en la regresadora que el médico tenía a un costado del reproductor VHS.

Al mismo tiempo que esto ocurría, Rommel manchó el sillón al vaciar sin cuidado la salsa Valentina sobre las palomitas, algo que pretendió disimular cubriendo la mancha naranja con un cojín sin que su amigo se diera cuenta.

—Odio que la gente no regrese las películas antes de devolverlas al videoclub—externó Galen en lo que esperaban a que la cinta estuviera lista.

—¿Qué película es?—preguntó Rommel.

—Matrix—dijo Galen.

Este último recordaba que le había llamado la atención esa película cuando recién salió en el cine el año pasado, pero no había podido ir a verla, así que suponía que por fin sería su oportunidad y estaba un poco entusiasmado.

«Clack» fue el ruido que hizo la maquina cuando por fin terminó, siendo la señal para que Galen la sacara de ahí y la introdujera ahora en el reproductor.

Y, unos cuantos pequeños chasquidos después, con la televisión encendida en el canal tres, de pronto en la pantalla apareció un fondo azul chillante donde se leía en letras blancas la leyenda de que cualquier copia o reproducción que violara derechos de autor quedaba estrictamente prohibida.

—Adelanta esa estupidez, güey—dijo Rommel, apagando las luces y Galen así lo hizo, recorriendo en alta velocidad todos los avances de otras películas promocionadas, hasta llegar al inicio.

*

Avanzada la película, Morfeo le había dado a escoger a Neo tomar una de dos píldoras. Tenía una en cada mano. La píldora roja en la derecha y la azul en la izquierda. Cualquiera que fuera su elección, ésta marcaría el rumbo de su vida para siempre.

Galen estaba realmente intrigado. Comía compulsivamente las palomitas remojadas de salsa, sin apartar la vista de la pantalla y en cambio Rommel se había quedado dormido.

Nadie podría culparlo realmente, apenas si había dormido algo en toda la noche y cuando lo hizo las pesadillas incidieron su sueño. Galen lo había despertado un par de veces, pero para la tercera decidió dejarlo en paz.

Sí que tenía Rommel el sueño pesado, pensó, cuando a mitad de la película pausó a la cinta para ir al baño y su amigo ni siquiera se inmutó.

Debía admitir que el hecho de que Rommel se hubiera quedado dormido lo había molestado en un inicio, pero luego de que volvió del baño algo ciertamente se sintió diferente. No habría podido explicar a ciencia cierta en qué consistió eso, pero había algún tipo de atmosfera cautivadora en el momento.

La pantalla de televisión congelada en medio de la lucha entre Neo y el agente Smith. Rommel inmerso en sus sueños con una expresión de serenidad; su rostro iluminado tenuemente por la luz indirecta de la habitación y, cómo omitir el brillo travieso que bordeaba sus labios entreabiertos…

El corazón de Galen inconscientemente comenzó a martillar su pecho y pronto sus mejillas se sintieron calientes. Lo avergonzaba reconocer, aunque fuera para sí mismo que había pensado en robarle un beso y, al mismo tiempo, se sentía frustrado pues había querido convencerse en aquellos días pasados en los cuales Rommel estuvo internado en el hospital, que sus sentimientos por él estaban desfalleciendo.

Quiso inclusive forzarse a mirar a su amor platónico de la escuela una vez más… Sólo para darse cuenta al lado de Rommel que todo no era más que un montón de sugestión y que el sentimiento seguía ahí, igual de fuerte. Latente. Vivo.

En eso pensaba cuando de pronto, un sonido estrepitoso retumbó desde afuera. El tronido del cielo como embravecido. Parecía una maquinaria pesada cuyo engranaje mugía con violencia, a la par que un viento caliente hacía cimbrar el cristal de las ventanas. Y entonces, de un momento a otro, comenzó a oírse un escandaloso repiqueteo en el tejado, como pedradas, acompañando al silbido del aire colándose entre los resquicios.

El ruido de inmediato despertó a Rommel, quien se recompuso lentamente, frotándose un ojo.

—¿Qué suena?—preguntó adormilado.

—Empezó a granizar—respondió Galen.

—Órale.

Entonces, estirándose se levantó del sillón, para ir rumbo a la ventana. Con una mano corrió la persiana que la cubría y se asomó por ella, sólo para mirar pequeños trocitos de hielo cayendo desde el cielo nublado, rebotando contra el alfeizar como pequeñas canicas blancas.

La lluvia que acompañaba al granizo parecía caer en rachas junto a éste. Era un efecto del viento que arrastraba las gotas y el hielo en un trayecto zigzagueante, hasta que se desplomaban en la tierra.

Mirar el acontecimiento resultaba de alguna manera sutilmente embelesador. Y no tardó Galen en unírsele, situándose al lado de Rommel. Sus ojos azules contemplaron solemnemente los árboles que danzaban agitados por el viento, mientras el verde pasto iba poco a poco cubriéndose de motas blancas.

—Qué raro—escuchó decir a Rommel—Hace rato estaba haciendo mucho pinche calor y ahora hasta está granizando…

—Bueno, de hecho, hay más probabilidades de que granice cuando se eleva mucho la temperatura en el ambiente; esto pasa porque se provocan corrientes verticales de aire que hacen que se cristalicen las gotas de agua dentro de la nube y se condensen entre sí—dijo él sin darle mucha importancia, ni apartar su mirada de la ventana.

—Que loco—contestó Rommel impresionado—Eres bien listo, güey… ¿Cómo es que sabes tanto?

Galen volteó a mirarlo. Verlo genuinamente intrigado lo hizo ruborizarse un poco.

—No es para tanto… Sólo son cosas que enseñan en la escuela… Es todo—dijo rápidamente con modestia.

—No güey, sí eres bien listo. Te apuesto que tus compañeros no saben ni madres de las corrientes esas ni nada, güey…

Ante sus palabras, Galen sonrió levemente, halagado. Su corazón había vuelto a encenderse en el interior de su pecho y latía con vehemencia.

Por un momento el sonido de la lluvia y el granizo enmudeció dentro de su cabeza.

—Rommel… —murmuró suavemente, mirándolo fijamente.

—¿Qué onda?—dijo éste, contemplándolo de igual manera.

—Creo que tienes… una pelusita...—susurró, acercando la mano lentamente a su cabeza, a la par que lo hacía su rostro.

—¿Ah sí?—Rommel preguntó, mirando como hipnotizado a Galen quitar algo suavemente de su cabello; dejando luego que sus ojos vagaran desde los de Galen, hasta sus labios húmedos que poco a poco se aproximaron a los suyos, hasta que sólo hubo una muy corta brecha entre ambos.

Sus alientos acariciaron sus bocas como terciopelo antes de que sus labios se rozaran muy sutilmente y comenzaran a moverse con un cuidado íntimo, que poco a poco fue transformándose en un toque más firme.

Sentir los labios húmedos de Rommel sobre los suyos era algo embriagante. Era único. Su manera de moverse y de pellizcarle sutilmente la boca con los dientes lo volvía loco. Lo hacía perderse en sí mismo, sólo siguiendo el ritmo instintivo de los besos.

Todas las sensaciones arremolinadas dentro del mero contacto de sus bocas. Placer. Locura. Necesidad. Pasión.

Pero de pronto, una mano empujó levemente su hombro.

Rommel lo estaba mirando con una expresión de desconcierto. Aquello no podía ser una buena señal, pensó Galen haciéndose un poco hacia atrás.

—Perdóname—dijo, desviando la mirada y apretando un poco los labios.

Por un instante se sintió sumamente tonto. Había deseado que Rommel sólo se dejara llevar por el momento, como él, sin pensar en nada más… Pero eso aparentemente habría sido algo demasiado bueno.

El silencio entre ellos se había instalado como un neblina espesa y se mantuvo unos cuantos segundos, que parecieron eternos, antes de que Rommel se decidiera a romperlo.

—Galen—lo llamó. En su voz no había enojo, lo cual al rubio le resultó un poco extraño.

De inmediato su mente comenzó a contemplar la posibilidad de que el chico quisiera hablar sobre el asunto, pero tal idea murió casi apenas surgió, cuando escuchó lo siguiente que Rommel dijo:

—Tengo hambre, güey, vamos a cenar algo, ¿sí?

Ni siquiera tuvo Galen el tiempo de procesar bien lo que su amigo había dicho, pues de inmediato Rommel se alejó de él, para dirigirse hacia las escaleras, las cuales bajó apresuradamente, sin siquiera esperarlo.

Y, habiéndose quedado solo, Galen permaneció un momento más ahí. Meditando confundido en lo que acababa de suceder, mientras miraba por la ventana, contemplando y a la vez no, el granizo y la lluvia caer desde el cielo. 

Poco después, él también bajó por las escaleras. Lo hizo muy lentamente, como si una pierna hubiera tenido que pedirle permiso a la otra para bajar cada peldaño. Y cuando finalmente estuvo en la primer planta, miró con desanimo hacia la cocina, donde Rommel buscaba afanosamente algo en el refrigerador. Mirarlo hacer esto, sin darle la más mínima importancia a lo que acababa de suceder entre ellos, pareció darle el empujón necesario para decidirse a caminar, no hacia la cocina con Rommel, sino hacia la puerta de la casa.

Después de todo, su madre le había dicho varias veces que “a buen entendedor, pocas palabras”, y él no creía necesitar más para hacerlo comprender que Rommel lo estaba rechazando… Otra vez…

Irse de ahí le costaría unos golpecillos de granizo y lluvia, pero suponía que no era nada que no pudiera manejar, de manera que abrió la puerta, para recibir directamente una corriente húmeda de aire frío y apreciar de lleno el ambiente caótico del exterior.

Afuera el viento zarandeaba  a los árboles en un vaivén violento, y el piso comenzaba a inundarse. Parecía un chapoteadero, donde los pedacitos de hielo flotaban como pequeños malvaviscos en una taza de chocolate, pero pronto, si la lluvia continuaba, aquello se convertiría en una alberca.

Galen ya se había resignado a tener que sumergir su calzado en aquel caldo de agua sucia, justo cuando Rommel le habló.

—¿Qué haces, güey?—preguntó detrás suyo.

—Me voy—respondió Galen sin voltear a mirarlo.

—Güey, pero está lloviendo y granizando a madres…

—¿Y luego?—rebatió el chico, siendo sorprendido inmediatamente por un gran trozo de hielo, del tamaño de una pelota de beisbol, que cayó con una fuerza tremenda, estrellándose contra el primer escalón de afuera, a unos pocos centímetros de donde Galen se encontraba parado.

A ese le siguieron unos más y seguramente una de esas pelotas cayó sobre un auto, pues a lo lejos se escuchó el golpe y posteriormente la alarma sonó. El ruido de esa sirena los acompañó durante el tiempo que le tomó a Galen retractarse de salir bajo esas condiciones. Ya que, consideró atinadamente que, si por mala suerte, una bola de granizo de ese tamaño terminaba cayendo sobre su cabeza, como lo hizo en el auto, no estaba seguro de poder vivir para contar la anécdota después.   

De tal forma, sin decir nada, Galen volvió a cerrar la puerta, sintiéndose derrotado y maldiciendo para sus adentros al jodido granizo, mientras daba media vuelta para acompañar a Rommel a la cocina. Y una vez ahí, tomó asiento a la mesa, mirando a su amigo poner sobre un comal unas rebanadas de pizza que sacó de la caja.

—Ayer el doc pidió unas picsas—comentó Rommel.

—Pizzas—lo corrigió Galen de mal humor.

—Sí, unas picsas—reafirmó su amigo, sin percatarse de su error de dicción.

No podía recordar Galen si Rommel siempre había dicho “picsa” para referirse a una “pizza” o si aquello era algo nuevo, pero definitivamente sí era la primera vez que lo notaba y lo detestaba. Más fuera como fuera, suponía que tenía cosas más importantes de las cuales preocuparse en lugar de si a Rommel se le antojaba hablar mal, como generalmente.

Y esto era que, se sentía demasiado confundido junto a Rommel. Era ridículo, el hecho de que no podía concentrarse en algo más que pensar en él, pero así era. Lo frustraba que la situación le había quedado clara al inicio —o eso creía—, cuando Rommel marcó su línea después de lo que pasó en la fiesta de Mario, al recalcarle que él no era maricón y que si se habían besado, eso sólo había sucedido por el mero hecho de la borrachera. Pero después, las ideas en su cabeza se liaron completamente en el momento en que Rommel tomó la iniciativa de besarlo en el Mercado Juárez. Luego además estaban esas caricias en las manos que tuvieron en el hospital y ahora también ese beso que, quizá no fue Rommel quien comenzó, pero sin duda continuó por un tiempo suficiente como para denotar que no le desagradaba.

 

Sabía que si continuaba dándole vueltas a ese asunto acabaría por volverse loco. No podía soportar más estar así. Manteniendo una ilusión y diciéndose a sí mismo que quizá tener una relación romántica con Rommel no era algo tan descabellado, todo para culminar pensando que estaba en un error y que debía olvidarlo. Era un ciclo destructivo… Aquello debía terminar. Para bien o para mal debía hacerlo. Por lo que, con esto en mente, haciendo acopio de la poca seguridad que guardaba en sí mismo, trató de poner las cartas sobre la mesa, diciendo:

—Oye, ¿Crees que podemos hablar de lo que pasó hace rato?

Más Rommel, quien estaba dándole la espalda, volteando hacia la estufa, trató de eludir la pregunta que se le había dicho, fingiendo no haberlo escuchado.

—Quien sabe dónde compró el doc las picsas, pero si están buenas—comentó de pronto, desviando el tema.

—Pizzas—lo corrigió Galen rápidamente, volviendo a insistir—: Rommel, lo que sucedió hace rato... —comenzó, sin poder terminar la frase, pues su amigo lo interrumpió.

—Güey, el doc es bien rarillo, ayer compró unas picsas de jamón y piña, y le quitaba la piña… ¿Qué pedo?…

Galen inhaló profundamente, soltando después el aire en un largo suspiro. Podía casi ver en su cabeza la palabreja, con una “c” mayúscula donde debería de haber un par de “z”. En su imaginación incluso la letra “c” estaba coloreada de rojo y palpitaba furiosamente volviéndose cada vez más y más grande.   

—¿Qué significó para ti nuestro beso, Rommel?—le preguntó cortante, sin darle más vueltas.

—Güey, no sé dónde están los platos…—dijo Rommel en cambio.

—¿Qué soy para ti? —insistió Galen.

—Güey, ¿dónde están los platos? Se están quemando las picsas.

—¡Deja de ignorarme, con una mierda! ¡Sólo dime qué sientes por mí!—Estalló Galen de pronto, perdiendo completamente la paciencia. Entonces, golpeó la mesa con fuerza, haciendo estremecer un servilletero y un salero de vidrio que había sobre ésta, para agregar—: ¡Y se dice PIZZA!

Después de haberle gritado, notó que Rommel se había quedado atónito, mientras que él trataba de recuperar el ritmo de su respiración agitada por la ira. Pero aquella situación no duró mucho así, pues rápidamente Rommel salió de ese estado, comenzando a agitar su cabeza de lado a lado negando con ella en notoria desesperación.

—¡No sé, güey! ¡No sé!—exclamó consternado—¿Eso es lo que querías que te dijera? ¡No sé! ¡Me gustas! Pero no sé… Me siento muy confundido—hizo una pausa para respirar, y entonces añadió—: Güey, en serio necesito un plato, porque se está quemando la pic… pizza.

El aroma de la masa chamuscada reafirmó esto último, esparciéndose entre el silencio que se acurrucó en medio de ambos. Y mientras Rommel buscaba donde poner las rebanadas de pizza, Galen había fijado la vista en un punto neutro, dejando que su cabeza divagara, muy lejos de ahí.

Pensaba en decirle que él también se sentía muy confundido, pues desde siempre le habían atraído las mujeres, hasta que él fue la excepción. Y que sabía que si su madre se enteraba de eso, estaría realmente decepcionada por lo “bajo” que su hijo había caído. Pero que, por más que esto lo incomodase, no podía seguir negando lo que sentía.

Sin embargo, Galen no dijo nada, porque en ese momento, el Dr. Adam llegó a su casa.

 

*

Cuando el médico entró, lo recibió un fuerte aroma a tostado que provenía de la cocina, mismo que lo empujó hacia ese lugar, el único de la planta baja donde la luz estaba encendida.

Allí se topó con Galen y con Rommel. Galen sentado a la mesa, mientras Rommel buscaba algo en los gabinetes con cierta insistencia.

—¿Qué buscas?—le preguntó.

—Platos—respondió Rommel serio.

Creo que están acá—dijo el médico abriendo las portezuelas que había en el mueble del microondas, sacando un plato, el cual le cedió rápidamente.

Quizá había sonado un poco ridículo que ni siquiera estaba seguro de dónde se guardaban las cosas en su propia casa, pero era Doña Jesusita quien se encargaba de la cocina, y él raramente tocaba nada de ahí.

Sin embargo, Rommel no pareció haberlo notado. Apenas tuvo el plato en sus manos, sacó del comal las rebanadas de pizza quemadas, depositándolas en éste, sin decir nada.

La atmósfera estaba demasiado tensa, se percató Adam con algo de incomodidad. Recordaba que en el hospital, cuando llegaba a interrumpir las visitas que Galen le hacía a Rommel, generalmente los encontraba riendo, o al menos con una sonrisa en los labios; ahora, sin embargo, ambos chicos estaban serios, sumidos en un silencio desconcertante.

Ciertamente algo había sucedido allí, pensó, e inmediatamente supuso que se habían enojado. Eran adolescentes, se dijo a sí mismo, con las hormonas descontroladas era normal que se enojaran por cualquier tontería. Tenía que pasárseles de igual manera.

—¿Rentaron películas?—preguntó, en un intento de romper el hielo.

—Sí, Matrix—respondió Galen un poco seco.

—Ahh… ¿Y qué tal?

—No la terminamos—dijo el chico, mientras Rommel colocaba el plato con las pizzas sobre la mesa.

—Oh, qué bien, ¿me invitan a ver el final?—preguntó Adam con cierto entusiasmo, a lo que Galen y Rommel intercambiaron una mirada de soslayo, antes de que Galen respondiera con una sonrisa ligeramente forzada un “sí, claro”.

De esa forma, cargando con las rebanadas de pizza a la planta alta, los tres se acomodaron en el sofá y Galen reanudó la cinta dejando que Neo continuara su pelea contra el agente Smith, mientras afuera el sonido del granizo cesaba, dejando sólo a la lluvia caer como ruido de fondo.

Aunque ciertamente, sólo el Dr. Adam estaba prestando atención a la película. Pues, aunque  Galen también estaba mirando la televisión, su mente estaba divagando en lo que acababa de acontecer y Rommel parecía estar en su misma situación.

*

Una vez la película finalizó, y los créditos aparecieron en la pantalla, el doctor se levantó de su asiento, soltando un largo bostezo, que evidenciaba un largo y extenuante día de trabajo.

—Ya es mi hora de irme a la cama—les dijo a los muchachos, mientras Galen expulsaba la película del reproductor y apagaba la T. V. —Y estaría bien que ustedes también ya se fueran a dormir, acuérdate, Rommel que mañana debes ir con la Licenciada Marina.

Al escuchar esta última mención, Galen dio la impresión de tener curiosidad, al haber alzado un poco las cejas. Y Rommel, percatándose de ello, encogiéndose de hombros le dijo:

—Sí, güey, estoy yendo con una “loquera”.

—Es una psicóloga—lo corrigió el médico—. Ya habíamos quedado en que los psicólogos no son los que atienden a los locos.

—Ah, sí es cierto—concordó el chico, asintiendo, a lo cual Adam le sonrió.

En una situación normal, un muchacho de su edad, cuyos padres habían perdido temporalmente su custodia y no tenía más familiares cercanos, era alojado en un albergue, y su custodia pasaba a ser del estado. En el caso de Rommel, el Doctor Adam había tenido que convencer a un amigo suyo, delegado del SNDIF, para que lo dejara vivir en su casa por un tiempo —al menos en lo que enjuiciaban a su padre por negligencia y maltrato—, esto implicaría que Rommel legalmente formaría parte de una lista de menores que vivían en uno de los albergues del SNDIF, aunque en la realidad no estuviera ahí físicamente. No obstante, el delegado fue claro en poner sus condiciones para que esto fuera posible. La primera era que cada tres días, el chico debía ir a una evaluación y terapia psicológica propia de la institución. La segunda era que al menos cada mes debía ir a la misma para una evaluación de salud general. Y la tercera era que el chico debía presentar un examen de ubicación escolar y asistir a clases cuando iniciara el periodo escolar.   

El médico y Rommel debían cumplir con los requisitos para asegurar la estancia de éste último en  la casa, por lo que la ida con la Licenciada Marina era un tópico completamente fuera de discusión. Razón por la cual el muchacho, pese a no encontrarse en lo absoluto cómodo con eso, estaba ya resignado.   

*

Cuando estuvieron de nuevo solos, los dos muchachos entraron al cuarto que se le asignó a Rommel sin decir nada. Éste último tomó un colchón inflable que el doctor le había prestado, dispuesto a inflarlo, no obstante, cuando Galen estiró la mano para que se lo diera, dejó a Rommel sin otra opción más que entregárselo.

 

Se sentía extraño ese silencio, pensó Rommel observando por un momento como Galen inflaba el colchón con toda la fuerza que sus pulmones le permitían; más cuando el chico volteó a verlo también él desvió la mirada. Era incómodo.  

 

Siguiendo el mismo patrón, el trigueño entró al baño para lavar sus dientes y al cabo de un rato, después de haber terminado con el colchón, Galen hizo lo mismo. Tampoco dijeron nada cuando Rommel apagó la lámpara de noche, dejándolos apenas iluminados por el haz de luz mortecina de luna que se colaba por una abertura de la cortina.  

 

En su cama, Rommel se había volteado al lado contrario al otro muchacho, dándole la espalda, mientras que éste, sobre el colchón inflable en el piso, lo imitó de igual manera, abrazando una de las almohadas firmemente contra su pecho.

Más no fue hasta después de aproximadamente unos quince minutos de estar ahí a obscuras, que la voz queda de Rommel testereó el silencio autoimpuesto de ambos.

—Galen—le llamó en un susurro, sin obtener nada—Galen—insistió un poco más fuerte, incorporándose esta vez sobre la cama.

Mientras tanto, el antedicho, dándole la espalda, tenía los ojos abiertos, fijos en un punto de la pared, fingiendo estar dormido. Esperaba que al no obtener respuesta Rommel lo dejara en paz, pero no imaginó que el chico, luego de llamarlo unas pocas veces más sin éxito, dejara escapar una sonora flatulencia, que en medio del silencio contrastó como el himno de un viejo trombón desafinado.

Galen apretó los ojos con fuerza. Quería seguir ignorándolo, pero el olor que se esparció por el cuarto después de eso resultó ser demasiado desagradable para poder soportarlo.

—¡Puff! ¿Pero qué mierda te pasa, Rommel?—exclamó levantándose de golpe del colchón, tapándose la nariz y dirigiéndose a la ventana rápidamente.

—¡Ándele! ¿No qué no? ¡Sabía que estabas despierto!—Señaló Rommel burlesco, para luego él también correr hacia la ventana abierta, murmurando para sí—: Ay, cabrón, sí me la mamé.

—Sí, te la mamaste—dijo Galen molesto, con el rostro prácticamente adherido a la tela mosquitero que lo separaba del exterior.

—Pss tú, pa’que te haces el dormido, yo sólo quería hablar contigo—rebatió Rommel, cómicamente aferrado de la ventana como un simio tras una celda del zoológico.

—Ahora sí quieres hablar…—Galen torció los labios.

—Güey…—comenzó Rommel, no pudiendo continuar sin soltar un largo suspiro por la ventana. Y después de eso, Galen lo miró morderse un poco el labio inferior con indecisión.

Jamás había visto a su amigo dudar tanto de las palabras que diría, hecho que logró ponerlo a él también un poco nervioso.

—Hace rato dijiste que te gusto—susurró Galen, viendo por la ventana. Mirándose menos molesto, aunque sí más pensativo. Su corazón había comenzado a dar un trote rápido, golpeteando obstinadamente contra sus costillas.

—Sí…—respondió Rommel tímidamente y por lo bajo sin voltear a verlo.

—¿Y luego?

—¿Y luego qué?—preguntó el chico, rascándose la nuca en una señal de inquietud—¿Qué propones?

—Pues… No sé, ¿tú?

—No pues… No sé güey, tú sabes…       

Una media sonrisilla quería asomarse en los labios del rubio. No podía creer lo que en ese momento estaban hablando, parecía algo tan irreal… Desde luego que sabía hacia donde se dirigía aquello, pese a no ser nada explicito, y sus manos le temblaban de emoción, sin embargo, quería escuchar algo más, por lo que tratando de hacerse el tonto, dijo:

—No, no sé…

—… Sí, güey, pues tú sabes… Que si… Neta, tú sabes, güey…—El sonrojo en el rostro de Rommel era apreciable pese a la mala calidad de luz proveniente de la ventana, lo cual a Galen le pareció tierno.

—¿Qué es lo que yo sé?—lo animó a continuar.

—¡Pss tú sabes!—Rommel sonrió un poco nerviosamente, mirando hacia varias direcciones con la intención de evitar hacer contacto visual con el chico a su lado, finalmente añadiendo en un arranque de decisión—: … Que si quieres… Tú sabes… Andar y así… Conmigo

Y, de esa manera un tanto chusca, aquella escena, cómica como parecía en un principio, alcanzó rápidamente un terreno tan serio que dejó a ambos perplejos. 

—… Es… ¿Es neta?—vaciló Galen, cuando pudo reaccionar.

—… Sí, güey… Neta—Rommel volvió a sonrojarse un poco y tragó saliva antes de añadir—: ¿Cómo ves?   

Era algo irónico, pensó Galen, que allí, expresándose de la forma más evasiva e informal del mundo, Rommel prácticamente acababa de proponerle ser pareja. Y que eso le hacía a él sentir su corazón y su alma como si alguien hubiera encendido un millón de fuegos artificiales de colores, lleno de éxtasis.

—Pues… Sí… Está bien…—sonrió él, tratando de fingir compostura y sobre todo, tratando de fingir que por dentro no se sentía frenético, muriéndose de ganas de besar a Rommel con tanto ímpetu y tanta pasión que sus labios les quedarían rojos.

—Ya estás—dijo Rommel dirigiéndole una mirada furtiva y una pequeña sonrisa.

Después de eso ambos soltaron una risita nerviosa, luego de la cual se quedaron quietos, viéndose entre sí por un momento de manera intensa. Y entonces, sin mayor preludio acercaron poco a poco sus labios para darse un pequeño beso, que derivó inmediatamente en otro más profundo al terminar. Sus bocas se fundieron lentamente, moviéndose con ahínco, la una contra la otra, ahondando cada beso con una pasión gentil. Hasta que finalmente se separaron para tomar un respiro.

—Tal vez deberíamos ya dormir—masculló Rommel, con el aliento algo desfasado.

—Sí, eso creo—respondió Galen, de igual modo.

Realmente ninguno quería ir a la cama todavía, aunque sí era lo más conveniente. En la mañana Rommel iría a ver a una psicóloga y por ende tendrían que levantarse temprano.

No obstante, no pudieron conciliar ni un poco el sueño. Cada uno en su respectiva cama trató de dormir, fracasando al no poder controlar su propio corazón que latía aun exaltado por lo que acababa de suceder...

Notas finales:

Y bueno, chic@s, eso es todo por hoy.

Espero les haya gustado!!

El siguiente capítulo espero estarlo actualizando el día 02 de mayo del presente año si es que no me muero de coronavirus jajajaja.

Nos vemos !! Gracias por leer!!

Dejenme saber sus opiniones en los reviews! :D


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