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EL MAL CAMINO por Galev

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Notas del capitulo:

Hola, chic@s !!

Aquí me tienen nuevamente, como les prometí, un mes después.

Vamos a explorar un poco de la nueva relación de novios de Galen y Rommel.

Les agradezco que sigan leyendo y los comentarios que me han puesto!

 

Espero que este capítulo les guste tanto como a mí me gustó escribirlo :3

Capítulo XXXVII: Un día soleado

 

Eran las tres con once de la tarde. Los rayos de sol se sentían sobre la piel expuesta de su brazo como pequeñas agujitas candentes de acupuntura. El calor seco de la región se había transformado en una molesta sensación de bochorno debido a la lluvia del día anterior, por lo que su camiseta se le adhería al pecho y a la espalda con el sudor. Además, el camión en el que iba daba saltos violentos debido a los baches de la calle, que lo zangoloteaban en su asiento de un lado al otro. Cuando trató de abrir la ventanilla contigua notó que ésta parecía estar soldada en su sitio, ya que no se movió ni un milímetro, ni hacia adelante, ni hacia atrás. Sin embargo, nada de eso incomodó realmente a Galen. En su walkman sonaba con júbilo la canción de Mambo No. 5 de Lou Bega, y a través de sus ojos podía mirarse prácticamente un arcoíris barnizando todas aquellas cosas desalentadoras con una armoniosa laca de aparente perfección.

Todo el día estuvo así. No había podido dormir nada, pero aquello no parecía afectarle en lo más mínimo. Por primera vez en mucho tiempo se sentía entusiasmado y con ganas de hacer cosas; en pocas palabras, se sentía feliz. Cada vez que recordaba a Rommel preguntándole en la torpe manera en que lo hizo si quería “andar” con él, su corazón volvía a ponerse en marcha, a la vez que una sonrisa boba adornaba sus labios.

 

*

 

Rommel estaba en casa del doctor Adam. Casi acababa de terminar de comer cuando Galen llegó a verlo.

El muchacho traía consigo una bolsa de papel color canela que le entregó tan pronto lo vio.

—Espero que te guste—le dijo sonrojándose un poco—. Lo compré de paso—añadió, como restándole importancia.

Rommel observó un poco la bolsa y sin gran preámbulo la abrió. Metió la mano y comenzó a sacar lo que había adentro.

Aparentemente Galen había pasado por la casa de la abuelita y le había comprado una bolsa de alfajores con forma de corazón, y también otra de gomitas a granel de varios colores.

—Órale, gracias, güey—dijo Rommel, dedicándole una pequeña sonrisa, mientras abría la bolsa de alfajores y se metía uno a la boca—. Están buenas estas galletillas.

—¿Sí?—dijo Galen, acercándose un poco.

—Sí, ¿quieres una?

Galen asintió. Rommel entonces sacó de la bolsa un alfajor y con una pequeña sonrisa traviesa se lo acercó a la boca, haciendo que el chico sintiera de pronto todos los colores habidos subírsele al rostro. También sintió su corazón explotar de dicha tan sólo por haber rozado los dedos de Rommel con sus labios cuando tomó el alfajor con su boca.

—¿Quieres hacer algo?—le preguntó Rommel, con un ligero sonrojo que ambos compartían. Y luego agregó—: No hay nadie.

—Traje dos películas. El proyecto de la bruja de Blair y la de Sexto sentido. ¿Cómo ves?

—Ya estás. Pon la que quieras.

 

*

 

Colocaron el casete de Sexto Sentido en el reproductor. Ambos se sentaron en el sillón. Apagaron la luz, y dejaron que los fantasmas de la película se adueñaran de la televisión.

Sin embargo, pese a que a Rommel le parecía interesante la cinta, no podía concentrarse demasiado en ella. No con Galen a su lado, al menos. Desde la noche anterior le era imposible dejar de pensar en lo que había sucedido. Creía que había sido un error, pero a la vez no le gustaba la idea de remendarlo.

Miró al chico junto a él. La luz de la pantalla le daba a su rostro de tez blanca un tono azulado. Su cabello rubio parecía un campo de trigo dorado. Por un momento se perdió en sus facciones finas, en sus ojos azules, en su boca rosácea. Siempre había creído que Galen se parecía a una de esas estatuillas de ángeles que veía en las iglesias. Lo cual le recordó el sueño que había tenido, donde su padre lo perseguía y Galen lo animaba a correr hacia la salida. Ese sueño donde él lo único que quería era extender su mano lo más lejos posible y alcanzarlo. Aferrarse a Galen con todo su ser.

—¿Pasa algo?—preguntó el chico al percatarse de su mirada.

—No—respondió negando con su cabeza—. Sólo estaba pensando.

—Y… ¿En qué estabas pensando?—Galen pausó la cinta para prestarle mayor atención, dejando la sala en un repentino silencio.

Rommel se acomodó en el sillón. Sonrió un poco y pasó un brazo por encima del hombro de Galen. El muchacho de inmediato sintió una sensación cálida apoderarse de sus mejillas. Y un cosquilleo cuando el otro chico acercó su boca lentamente a su oído para susurrarle:

—Nada… Sólo que… Me gusta que estés aquí… Conmigo

Un estremecimiento recorrió al rubio por su espina dorsal. Mismo que en un impulso le hizo voltear su rostro, para buscar los labios de Rommel con los suyos. Y una vez se tocaron, ambas bocas, con una mezcla de indecisión, comenzaron a rozarse levemente. Y luego, a medida que se fueron familiarizando entre sí, se entrelazaron en forma de besos. Sus cuerpos poco a poco también se ciñeron. Dando paso a que sus manos empezaran a moverse. Acariciándose en una urgente necesidad. Lentamente, el cuerpo de Galen fue cediendo ante Rommel, hasta quedar, entre alientos entrecortados, completamente recostado sobre el sillón, bajo el otro chico, quien lo continuaba besando con una pasión enloquecida. Le besaba la boca, el cuello, sus mejillas calientes. Galen se mordió los labios mientras dejaba al otro recorrer su piel entre besos. Permitiendo que bajara de a poco acariciando con su boca el ángulo que formaban sus clavículas. Y en un parpadeo se libraron de aquella camiseta que le impedía a Rommel ir más abajo.

Se detuvieron por un segundo, sólo para tomar aire. Y aprovecharon para observarse mutuamente. En ese momento que parecía irreal, como parte de un sueño profundo. El pecho desnudo de Galen subía y bajaba con algo de agitación. Las manos trigueñas de Rommel recorrieron esa piel de leche, aterciopelada, la cual pronto adquirió una apariencia erizada.

Los pezones rosados de Galen se habían contraído como dos diminutas piedrecillas bajo el roce de los dedos que juguetonamente los manipulaban. Un jadeo asfixiado escapó de sus labios. En ese instante Rommel también se quitó la playera. Dejando mirar su piel más oscura, que revestía sus costillas como una tela delgada adornada con pequeñas cicatrices.

Con sus dedos Galen tocó suavemente la cicatriz excavada en el costado del muchacho. Esa que era reciente, por donde entró la bala que casi le arrebata la vida.

—¿Esto ya no duele?—preguntó con voz queda.

A lo que Rommel, entrelazando una mano con la suya, le respondió dócilmente—: No, ya no…

Entonces, lentamente volvió a unir sus labios con los de Galen. Y envolvió su cuerpo con el suyo, el cual respondió aferrándose a él.

Los dos comenzaron a frotar sus cuerpos entre sí, con una pasión desordenada. El calor del contrario en cada roce los sumía en un estado de celo. Sus mentes nubladas por la excitación no alcanzaron a percibir el momento exacto en que sus genitales habían despertado, a través de la ropa que los cubría.

Galen dio un pequeño respingo al sentir la mano de Rommel acariciar la parte interna de sus muslos. Sin embargo, le resultó placentero dejarlo seguir tocándolo aún más. Hasta que esa mano se encontró con su miembro y se instaló ahí, insistentemente dándole arrumacos que lo hicieron arquearse de placer. Sus bocas entrelazadas -al igual que sus cuerpos- jadeaban asfixiadas, y sus lenguas se envolvían la una a la otra en una lucha por dominarse.

La mano de Galen, entonces, se topó con el miembro rígido de Rommel a través de sus pantalones, haciéndole soltar un gemido ronco desde su garganta. Sin duda esto lo había tomado por sorpresa, tanto como al mismo tiempo lo había excitado. Ya que de inmediato comenzó a moverse en un vaivén lujurioso, como un animal fuera de sí, que con cada embestida desesperadamente parecía querer marcarlo y poseerlo para hacerlo suyo. 

Las respiraciones resonaron fuerte. Los movimientos cada vez se volvieron más erráticos, más profundos. El contacto de sus pieles parecía perderse en momentos y fundirse. Hasta que de pronto, Galen se estremeció y jadeó contrayendo todo su cuerpo, inclusive los dedos de sus pies. Con la cabeza echada hacia atrás, tomó aire. Una oleada de placer había tomado control sobre todo su ser, y tuvo una sensación cálida en el vientre bajo que le hizo perder la fuerza y temblar como una hoja bajo las caderas de Rommel que aún lo azotaban con necesidad.

Los músculos de su pelvis se contrajeron varias veces al son de su acelerado ritmo cardiaco. Y de pronto su ropa interior se sintió caliente y pegajosa. Después de unos instantes Rommel también arqueó su espalda, apretándose contra sí mismo y contra Galen mientras respiraba agitadamente. Sus gemidos lo hacían sonar vulnerable, como cualquier animal presa de sus instintos, pensó el rubio para sí en ese momento. Y sintió el cuerpo del otro muchacho estremecerse debido al clímax que acababa de alcanzar.

El peso de ese cuerpo prácticamente lo aplastó al quedar desforzado, hundiéndolo en el sillón. Sin embargo, aquello no se sentía mal. Los dos estaban agotados. Sus corazones bombeaban sangre con fuerza, tratando de recomponer su ritmo. Tratando de volver a encontrar el equilibrio que habían perdido.

Poco después las manos de Galen volvieron a moverse. Ya no de una forma desesperada como momentos antes, sino más cuidadosa. Dejó que sus dedos tocaran los cabellos de Rommel, trazando pequeños círculos gentilmente. El cabello del chico estaba mojado por el sudor. En realidad, ambos estaban empapados. Pero aquello no parecía molestarles.

La sensación agradable de las caricias de Galen en su cabello hizo a Rommel cerrar los ojos haciéndolo sentir tranquilo. Éste serenamente acomodó su rostro en el ángulo de su cuello, dejándose envolver por el aroma que emitía. Una dulce fragancia de colonia fina, en la cual podía percibir sutilmente unas notas de almizcle y madera.

Definitivamente, lo que olía era el aroma de un hombre. Ello le hizo a Rommel meditar acerca de que todo lo que acababa de suceder entre ellos seguía siendo un error. Un error tras otro. Pero, que era un error que, de manera interesante, lo hacía sentir culposamente bien. No quería tener que corregir ese error. En realidad, no sabía si algún día tendría fuerzas para hacerlo, o si podría llegar a tener el suficiente desinterés para vivir de manera en que aquello no lo afectara. Fuera como fuera, en aquel instante, estando así ambos, mojados y entrelazados, compartiendo la calidez mutua de sus cuerpos, Rommel decidió que no importaba.

 

*

 

Unos minutos pasaron. Ambos fueron al baño a limpiarse. Dedicándose entre sí una mirada y una sonrisa quizá demasiado tímida para lo que acababan de hacer.

—Entonces—dijo Rommel—, ¿te vas a quedar a dormir?

—No. Perdón. Mi mamá quiere que la acompañe a misa de seis—respondió Galen no muy contento.

—Oh—Rommel lució decepcionado—. No tardas en irte entonces.

—No. Me gustaría poder quedarme más tiempo. Pero igual y podemos hacer algo antes. Bueno, si tú quieres.

—Claro. ¿Cómo qué?

—No sé. Podemos ir por una nieve o algo, ¿qué dices?

—Pss yo digo que Simona, la cacariza.

Galen rió un poco. Luego se dirigió a la puerta. Lo sorprendió que Rommel lo detuviera antes de que pudiera abrirla. Sólo quería darle un beso. Un último beso antes de salir. O al menos así le pareció a él. Quizá era algo dramático pensar en ello, pero era muy posible que de eso se tratara.

Afuera de la casa las cosas serían distintas a lo que eran dentro. Porque afuera tendrían que aparentar cosas. Cosas, como que no morían de ganas de tomarse de la mano, o besarse fugazmente. Tendrían inclusive que aparentar algo tan simple como mantener la distancia natural de quienes no han cruzado la línea de una amistad. Afuera vendría a ser donde el verdadero reto comenzaría.

 

*

 

A pocas cuadras de la casa del médico había una pequeña plaza, que se encontraba a un costado de una iglesia cristiana y una tienda de hielitos y duritos preparados, cuya fachada era básicamente el garaje de otra casa.

En una reja blanca y descarapelada había pegada con cinta adhesiva una cartulina amarilla fosforescente donde estaban escritos los sabores de los hielitos y anunciaban los duritos. Sobre una mesa al fondo de la cochera había varios recipientes de plástico, uno de ellos contenía repollo picado en trozos delgados, otro, cueritos de cerdo en salmuera. Además, había unas botellas con salsas; la típica Valentina y la llamada salsa casera, que estaba dentro de una botella de agua con un agujero en la tapa. También tenían un congelador horizontal color blanco en el piso, donde guardaban los hielitos.  

Rommel pidió un hielito de limón y Galen uno de pistache, los cuales Rommel pagó, para el asombro de Galen. Y una vez ambos tuvieron sus respectivas bolsitas de plástico envueltas en una servilleta, fueron a sentarse en una banquita de la plaza, bajo un gran framboyán, cuya copa en forma de sombrilla verde brillante los salpicaba de un patrón disperso de sombras alternadas con algo de luz de sol.

En la base de piedra gris porosa de una fuente seca en medio de aquella plazuela, un chico y una chica se besuqueaban, dándose arrumacos de vez en cuando. La situación le pareció a Galen un tanto difícil de ignorar, en especial porque le habría gustado volver a besar a Rommel, como antes de salir. No obstante, logró controlar ese impulso empezando a hablar.

— ¿Sabes? Mi mamá quiere ir a misa porque quiere pedirle a Dios por mi hermano. No te dije antes, pero ayer mi mamá se enteró que Aarón ya no está en la ciudad.

—Achís, ¿neta?

Galen asintió.

—Sip. Le dijeron en la universidad que se fue a un curso, o algo así, a Tlalpan. Pero pues obviamente no le avisó nada a mi mamá.

—Ni siquiera creo que esté en Tlalpan, güey—comentó Rommel pensativo.

Por su parte, Galen, un breve instante reparó en la palabra “güey”. Pensó en el hecho de que no era de esa forma en que las parejas solían llamarse entre sí. Aunque le dio un poco de vergüenza imaginar a Rommel llamándolo “amor” o “mi vida”… Quizá “güey” no estaba tan mal por el momento.

—No… Ni yo. Ya no sé ni qué pensar, la verdad. Sólo pienso que ojalá ya no volviera a verlo.

—Ya sé, ojalá no.

Por un momento ambos quedaron en silencio, como meditando acerca del asunto. Entonces Rommel dijo:

—Nada que ver tu hermano y tú, güey. Digo, no mames, él es todo mal pedo y tú por el contrario, no sé, eres… tú.

—¿Cómo yo? —preguntó Galen extrañado.

—Sí. Es que, ni siquiera se parecen físicamente…Digo, tú… Te ves… Bueno, tú si… ay, ¿cómo se dice?—balbuceó Rommel algo cohibido, obligándose a continuar ante la mirada un poco confundida de Galen— Bueno, en pocas palabras, tú sí eres atractivo, güey… 

—Emm… Gracias—dijo Galen con una pequeña sonrisa bajo su sonrojo.

—Sólo digo la verdad—susurró Rommel humedeciendo sus labios.

Esos labios. De no haber estado esos novios ahí y una que otra persona caminando por la banqueta, Galen los habría besado.

Se arrepentía de haber dejado la protección que les concedía la casa. Pensar en ello lo había hecho permanecer algo callado.

Aunque, percatándose quizá de su silencio, Rommel de pronto colocó su mano junto a la suya en la banca.

Le pareció asombroso a Galen la forma en que ese pequeño tacto en su mano lograba exaltar cada fibra de su ser.

Un pequeño roce con sus nudillos que fue respondido lentamente por otro pequeño roce con los dedos de la mano ajena. A simple vista, era algo insignificante, pero para ambos, en ese momento, en esa banca, lo era todo. Era magia.

No era necesaria una demostración pública de afecto o pasión. Galen sabía que quieto en su lugar, Rommel, disimulando, sentía exactamente lo mismo. Su corazón yendo a toda marcha…

Notas finales:

Eso fue todo por hoy :3

De verdad espero que les haya gustado !

Si todo sale bien, espero estar aquí de nuevo con otro capítulo para aproximadamente el 13 de junio.

Nos vemos!!!!! <3

 


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