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Real Dream por Yuka_Gazetto

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Notas del fanfic:

Fic del desafío Show me love.

 

Para escribir este fic, me basé en Miu de Buck Tick. Esa canción me inspiró para este fic. Si no lo han escuchado, se las recomiendo, tiene una bella letra y hermosa melodía.

 

Espero que les guste. 

Notas del capitulo:

Antes de que lean…

 

Aquí demuestro dos partes. No solo el sentimiento y las sensaciones de estar con esa persona, de amarla, si no también el estar separada de ella. Cada día vivir sin ella, cada noche soñar con ella.

 

No se asusten por la forma de narrar ¿Si?

 

Si han leído Acatalepsy, sabrán como me manejo a la hora de narrar. Juego con el narrador, juego con sus mentes para que interpreten como ustedes quieran interpretar. Mi punto es confundirlas de vez en cuando, así que si se confunden sabrán que es a ello a lo que quiero que lleguen.

 

Ahora, a leer. 

 

 

Sus párpados, completamente abiertos, miraban hacia la nada. La obscuridad de su habitación lo rodeaba, no le dejaba ver cosa alguna. Tampoco es como si tuviera mucho en aquella solitaria habitación en donde se encontraba. Tan solo un gran armario, su cama, y una mesita junto a esta. No tenía luces, no las veía necesario. Vivía allí, encerrado, no recordaba cuándo había sido la última vez que salió del cuarto.

 

 

Extendió los brazos formando una cruz, mientras, su cuerpo se encontraba descansando sobre su cama. Soltó un suspiro contenido, cerrando los ojos. Nada cambió. La obscuridad seguía igual de negra, igual de compañera. Le temía, quería escapar de ella pero le era inevitable.

 

 

 

Es terrible, esta noche que no puedo dormir otra vez…

 

 

Giró sobre sí mismo y abrió los ojos, más obscuridad. Vivía sin deseos de nada, vivía sin un propósito. Lo desgastaba, esa inexistente necesidad de vivir lo desgastaba cada día, cada atardecer, cada anochecer. Cada que habría los ojos…

 

 

 

No supo cuándo, no supo cómo… pero ya no estaba allí.

 

 

 

Un sueño, donde estás tú, un sueño que es vacío.

 

 

En medio de la noche me ocultaré.

 

 

 

 

 

Abrí mis ojos lentamente, el sol me daba de lleno en el rostro, dificultando aún más mi despertar. Fruncí el ceño mientras me sentaba y apoyaba mis manos a mi lado. Sentí raro al apoyarlas, bajé la vista apenas abriendo mis ojos. Un extenso pastizal verde me rodeaba. Yo estaba acostado en él. Rocé mis dedos por sobre la yerba suavemente, mientras alzaba mi vista. Estaba en un parque.

 

 

 

Me levanté con un poco de dificultad al estar recién despierto. Miré a mí alrededor  mientras bostezaba. Comencé a caminar por el lugar. Era muy temprano al parecer, no había gente, el sol apenas me tocaba con sus rayos.

 

 

 

Estaba descalzo. Caminé por el pequeño sendero que se proyectaba frente a mí. Las piedras irregulares le daban un toque rústico y viejo, mis pies disfrutaban de aquél suave pero brusco contacto. El suelo estaba muy frío. El pasto a mí alrededor se encontraba bañado en un rocío que había caído por la noche. Las flores que salían de la tierra miraban hacia el sol, dejándose secar lentamente, dejándose calentar, así como yo. Aun si sentía el frío en mis pies, aun si sentía el viento fresco de plena mañana, el sol me calentaba suavemente. Era una mañana hermosa.

 

 

 

No me importó. Me desvié del sendero y caminé por el pasto ahora mojado. Mis pies se mojaron rápidamente junto a las puntas de mis tejanos. Era hermoso el contraste que sentía. Frío calándome hasta los huesos de mi cuerpo, pero calor envolviendo mi corazón y pecho gracias al sol. Llegué a un matorral de rosas rojas y blancas. Levanté mi mano y las toqué delicadamente con las yemas de mis dedos. Los pétalos me regalaron las pequeñas gotas de agua de manera generosa. Yo las dejé estar en mi mano. Seguí bajando mis dedos, estos rozaron con las espinas, las toqué con cuidado, no quería que ellas me lastimaran.

 

 

 

Es increíble cómo ellas pueden ser tan hermosas y peligrosas a la vez.

 

 

 

 

Me pregunté por qué ellas estaban frente a mí.

 

 

 

 

— ¿Te gustan? — Escuché esa voz justo detrás de mí.

 

 

 

 

No me volteé, no lo vi necesario. Hasta el día de hoy me pregunto qué hacía él allí. Qué hacía esperándome.

 

 

 

 

Sentí algo cálido invadirme en el pecho. La tibieza se extendió por casi todo mi cuerpo. Sentí cómo mi mente se despejaba.

 

 

 

 

 

 

 

—Son tuyas — Susurró suavemente. Su aliento llegó hasta mi nuca, erizándome la piel. Un escalofrío me recorrió desde la cabeza hasta la punta de los pies. Solté un suspiro. Mi mente quedó en blanco, mi cuerpo sentía, mi mente no respondía.

 

 

 

No supe cuánto tiempo estuve parado allí como idiota mirando hacia la nada, pues, cuando me volteé, no lo vi. Estaba solo, las plantas me rodeaban, ellas eran mi única compañía. Miré hacia todo los lados, lo busqué con la mirada  pero todo se limitaba a pasto verde, flores y el sendero que antes recorría. Volví a mirar la flor que estaba tocando. Mis dedos ya no estaban mojados, ya se habían secado con los suaves rayos del sol de esa mañana.

 

 

 

Yo no pensaba, increíblemente no cavilaba, mi mente estaba en blanco, mi cuerpo se movía como si supiera qué hacer. Como si supiera qué estaba sucediendo, como si supiera qué iba a suceder.

 

 

 

Salí del pasto y me encaminé una vez más por la hilera de piedras. No miré hacia mis costados, no miré hacia atrás, no miré si estabas por allí. Sólo seguí mi camino, sólo marché hacia delante. Sabía que no estabas aquí, me volverías a encontrar, pero no ahora. Caminé hacia mi despertar, caminé toda esa mañana.

 

 

 

 

De la primera mañana.

 

 

De mi primera noche.

 

 

De mi primer sueño.

 

 

 

 

¿Quizás?

 

 

 

 

Abrió los ojos con pesadez pero los volvió a cerrar. A pesar de que la habitación apenas se encontraba iluminada por las nubes que invadieron el cielo, su vista se volvió insoportable. Los cerró  por unos momentos, y dejó que a través sus párpados se acostumbraran a la leve claridad. Abrió los ojos completamente luego de unos segundos. Con pereza se sentó en la cama. Ladeó la cabeza mirando hacia el ventanal de la habitación, estaba abierto. Esta mostraba las nubes grises que atestaban el cielo azul.

 

 

Siseó al sentir lo helado que estaba le suelo de su casa. Un escalofrío lo recorrió por completo. Sobó sus brazos abrazándose a sí mismo, y olvidando que sus pantuflas estaban junto a él, caminó hacia el baño. Se dirigió hacia la ducha y abrió el agua caliente. La necesitaba, odiaba el invierno. Cerró la puerta para que el vapor y el calor no se escaparan, se quitó la ropa interior y la tiró al suelo con pereza. Corrió las cortinas y se adentró. Soltó un suspiro de satisfacción al sentir el agua caliente recorrerlo.

 

 

 

El agua caía libremente por su cuerpo, las gotas lo acariciaban suavemente en un gentil gesto. Algunas de ellas caían de sus pequeñas pestañas hacia su mejilla. Tiró su cabeza hacia atrás, el agua le caía de lleno en la cara, en un masaje placentero. No se movió por varios segundos, o minutos. Bajó su cabeza nuevamente y abrió los ojos. Miró su mano, curiosamente. Recordó que ya había estado mojada antes.

 

 

 

Esos pétalos.

 

 

 

 

 

Cerró la mano en un puño y se apresuró en bañarse correctamente. Salió  y sin utilizar una toalla para secarse, tan solo se tiró a la cama, mojado.

 

 

Encerrado.

 

Encerrado.

 

Encerrado.

 

 

 

 

Siempre se preguntó por qué sus sueños eran tan hermosos, tan coloridos, tan vivos. Su vida era un asco, su vida era oscura, muerta, sin sentido. Era alguien que se escondía de los demás, lleno de miedo, aterrado como un niño… por el afuera.

 

 

 

 

Se hizo un ovillo en la cama, sin importarle que estuviera mojándola. Varios mechones se pegaban en su rostro, estos goteaban, escurriéndose por su cuello. Se daba pena a sí mismo.

 

 

 

 Ni siquiera tenía motivos para soñar.

 

 

 

Era sumamente patético.

 

 

 

Quizás sus sueños mostraran su vida opuesta, más aún así, no le gustaba.

 

 

 

 

Se levantó de la cama y de la mesita junto a él tomó su celular. Tenía varias llamadas perdidas de sus padres, muchos correos de voz por revisar. Apagó el aparato y lo aventó de forma despreocupada donde estaba antes. Caminó hacia la ventana y miró hacia fuera.

 

 

 

Los autos pasaban a gran velocidad, sin importarles que fuera una calle muy concurrida por los peatones. La gente se cruzaba por entre los autos, sin esperar las señales de tránsito. Era un caos. Miró hacia delante,  al otro edificio. En una de las ventanas se podía ver algo que le llamó la atención.

 

 

 

 

 

Una pareja se encontraba abrazada, Uno de ellos, de cabello negro, estaba sentado en el suelo, el otro escondía su rostro en el pecho de su acompañante.  Estaban abrazados fuertemente, uno lloraba, lo supo por el temblor que podía ver en sus hombros, era muy notorio. La persona que lo abrazaba lo sostenía con fuerza, porque sabía que si lo soltaba, este caería al suelo por no poder mantenerse. La persona que lloraba era más alto de quien lo sostenía. Sólo podía distinguir su cuerpo menudo y cabello castaño largo hasta los hombros. Su rostro, aun si estuviera de perfil, no lo podía ver, la distancia no le dejaba. Además de que sus cabellos tampoco le dejaban distinguir. Su acompañante le susurraba algo, podía ver sus labios moverse suavemente, mientras comenzaba a llorar. El pelinegro alzó su mano y acarició el cabello del castaño dulcemente.

 

 

 

Al parecer, ese gesto hizo que el castaño levantara el rostro de su pecho. No pudo verlo, en ese momento, el ruido de unos neumáticos se escuchó, el metal crujiendo y contrayéndose, el vidrio explotando. La gente gritando con desesperación.

 

 

 

 

Miró hacia la calle, un auto estaba boca abajo en la acera, la gente se reunía alrededor de este, curiosa,  insolente. Nadie ayudaba, nadie hacía ademán de querer hacerlo. Sólo se quedaban allí, mirando. Del auto dado vuelta, pudo apreciar cómo un brazo comenzaba a salir de este por la ventana. No quiso seguir mirando.

 

 

 

 

Levantó la vista hacia la ventana que antes miraba. Ya no estaban… ellos ya no se encontraban allí. Un temblor en el cuerpo lo recorrió. No quería que se fueran, quería seguir mirando esa escena tan maravillosa, esa escena que a él le faltaba. Quería seguir mirando esa vida que no era suya. 

 

 

 

 

La habitación, de alguna forma lo protegía, y de otra, lo torturaba lentamente. Estaba enfermo, su mente estaba enferma. Se sentó en el suelo y apoyó la espalda en el ventanal. El vidrio los sostenía, le era una barrera para no caer al vacío. Tiró su cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Llevó sus manos y se tapó la cara.

 

 

 

Lo único que hacía era desear soñar siempre, ir a sus sueños una vez más. Era contradictorio ¿Verdad? No tenía motivos para soñar, aun así, lo hacía. Cuando estos llegaban, tan solo no quería despertar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Un beso hará que me quede sin aliento.

 

Como si me estuviera hundiendo en la obscuridad.

 

Un sueño como este…

 

 

 

 

 

 

 

 

Caminé nuevamente por aquél parque, una misma mañana, sólo que esta vez,  el día se encontraba opaco. Las nubes surcaban el cielo, nubes grises, nubes casi negras. Daban miedo con solo verlas. Al menos no llovía. Miré mis pies, otra vez estaban descalzos. Miré a mí alrededor. No había nadie, era de esperarse, ninguna persona iba tan temprano en la mañana a una plaza. Comencé a caminar nuevamente por el sendero, no escuchaba mis pasos, no escuchaba nada de mí, ni si quiera mi respiración, nada.

 

 

 

Me desvié y caminé hasta las flores que antes había visto. Por alguna razón, deseaba volver escucharte, volver a sentir tu aliento sobre mi piel. Me paré frente  ellas, frente  esas coloridas flores. Estuve mucho tiempo así, no apareciste. No despegué mi vista de ellas en todo el tiempo que estuve allí.

 

 

 

Una brisa comenzó a jugar con mis cabellos, suave y tierna, acariciándome como si del mimo de una madre se tratara. Las rosas frente a mí se mecían junto al ritmo del viento. Una ola de color se mostraba. Rojo, amarillo, blanco, rosa. Preciosas. Sonreí y estiré mi mano, toqué los suaves pétalos, el rojo hacía contraste con mi pálida piel.

 

 

 

 

Me sorprendí, una mano tocó la mía. Sus dedos eran largos y delgados, su piel era mucho más pálida como la mía, brillaba, brillaba bajo la luz del sol. Esos dedos comenzaron a acariciarme suavemente, recorriendo mis venas suavemente. Desvié mi mirada de ellas y la dirigí hacia mi derecha.

 

 

 

Creí que estaba muerto.

 

 

 

Eras perfecto.

 

 

 

 

 

Tu rostro pálido sonreía para mí. Tus ojos se fijaban en los míos, tus manos acariciaban las mías, tu rostro me iluminaba. Sonreí al verte.

 

 

 

—Este lugar te gusta mucho — Me dijo sin dejar de sonreír. Era su voz, era esa.

 

 

 

Yo sólo asentí. Su risa se ensanchó más y tomó mi mano entre la suya, entrelazando nuestros dedos, juntando palma con palma.

 

 

 

—A mí también me gusta — Su voz era hermosa, grave y suave a la vez, una preciosa melodía para mí.

 

 

 

No pude resistirme, te toqué. Mis dedos acariciaron tu mejilla suavemente, tu piel pálida, la cual brillaba casi deslumbrándome los ojos, era extremadamente suave. Mi corazón dio un salto. Cerraste los ojos sin dejar tu sonrisa y recostaste tu mejilla en mi mano, parecías un gatito. Mi pulso aumentó, me ponías los nervios de punta, aun así, no te solté, no me aparté.

 

 

 

Abriste los ojos y miraste directamente a los míos. Tus ojos brillaban más que tu piel, el color miel de ellos resaltaba, pequeños brillos en dorado sobresalían, deslumbrándome, atrapándome.

 

 

 

—¿Vienes seguido? — Me preguntó.

 

 

—No realmente — Respondí en un susurro.

 

 

 

 

No soñaba con esto nunca. Cada vez que lo hacía, vagaba por el mundo, solo. No veía a nadie y nadie me veía a mí. Era invisible en mi propio mundo.

 

 

 

¿Por qué no soy invisible para ti?

 

 

 

—Debes venir — Me dijo emocionado.

 

 

— ¿Por qué?

 

 

 

—Así podré verte de nuevo.

 

 

 

 

Me pregunté por qué. ¿Habías estado esperando por mí?

 

 

 

 

— ¿Has estado viéndome?

 

 

 

—Desde hace mucho tiempo.

 

 

 

Quería reír, y lo hice. Solté una pequeña risa mientras desviaba mi mirada de esos hermosos y sinceros ojos. Despegué mi mano de la tuya. Tu mirada de estar sonriente hace unos segundos, comenzó a desfigurarse en miedo. Me alejé de ti y caminé en la dirección opuesta a donde estabas, me senté en un banco y miré mis pies descalzos.

 

 

 

Levanté mi mirada y la posé en ti. Seguís allí donde estábamos hace unos segundos, me mirabas, tu rostro mostraba tristeza. Le sonreí y con una mano di palmadas en el banco, junto a mí. Tu tristeza se borró y la sonrisa que me había hipnotizado desde un principio, apareció nuevamente. Corriste hacia mí. Comencé a reír. Te sentaste de manera suave, dejabas una leve distancia entre nosotros.

 

 

 

 

Me sentía feliz, muy feliz. Mis sueños habían cambiado gracias a ti. Mis sueños me mostraban una vida totalmente opuesta a mi realidad. Tu presencia me calentaba el pecho, tu risa me hacía sonreír. Tu piel me encandilaba, tus ojos me miraban con cariño. No quería que terminara, no quería despertar.

 

 

 

 

Reías y me hablabas, tu voz inundaba mis sentidos. Tus manos haciendo gestos con cada palabra que dabas. El viento seguía corriendo, meciendo tus castaños cabellos. No quería irme, no quería.

 

 

 

Tomaste mi mano entre las tuyas y la miraste largo rato. Tu sonrisa se había borrado, pero no estabas serio, no estabas mal. Disfrutabas de mí, y yo disfrutaba de ti. Acercaste mi mano lentamente hacia ti, miré cada detalle. Mis ojos pasaban de mirar tu rostro a mirar mi propia mano y volver a tu rostro. Apoyaste tu frente en ella y te quedaste allí. Con los ojos cerrados, descansando con esa parte de mi.

 

 

 

 

 

Cerré los ojos, dejándome llevar.

 

 

Cerré los ojos, dejándome despertar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Se levantó del suelo un poco adolorido, sus piernas temblaron. Su cuerpo lloraba de dolor. Levantó su mano y la presionó con fuerza en su rostro, se apoyó contra la pared de manera brusca. Su mano comenzó a acariciar en vez de lastimar. Se aduló la mejilla suavemente. Así había tocado a esa persona. Se tocaba a sí mismo como si tuviera al castaño frente a él.

 

 

 

Su suave y blanca piel, su voz, tan tenue y hermosa. Su sonrisa tan cálida, sus gestos tan delicados.

 

 

¿Era posible?

 

 

 

 

¿Era posible querer ver esa persona siempre? ¿Era posible querer estar al lado de un sueño? ¿Vivir en un sueño? ¿Su sueño? Dejar de vivir un miedo, para vivir un sueño. ¿Era absurdo pensar así?

 

 

 

 

Sus dedos se deslizaron hasta la parte baja de su mandíbula, acariciaron esa zona dulcemente, descendieron hasta su cuello. Con las yemas de sus dedos tocó sus omóplatos. Su suave piel, su sonrisa, tan puro, tan hermoso. Podía verlo, podía verlo sonriendo para él, y este acariciando su rostro, su cuello, su pecho.

 

 

 

 

—Yuu… — Un susurro.

 

 

 

Un susurro de su garganta, su propia voz.

 

 

 

 

Abrió los ojos al mismo tiempo que su mano se cerró en su cuello apretándolo. No era verdad, era un sueño. Su sueño.

 

 

 

Vivir un miedo, vivía en él. Se estaba destruyendo a sí mismo. Se dio cuenta que esas paredes que lo rodeaban, no lo protegían de los de afuera. Nada lo protegía. Las paredes que fueron sus compañeras por muchos años, tan solo lo debilitaban, lo destruían cada vez más. Vivía en el miedo, en el olvido.

 

 

 

Era su decisión vivir así. Era su debilidad. Aun si pensara que no le hacía bien, no hacía nada. Tenía miedo. No era valiente, no tenía fuerzas. Las había perdido. Su vida, su realidad perdió sentido hacía mucho tiempo.

 

 

 

 

Sus pulmones gritaron, sus costillas crujieron, su cuerpo sollozó. Aún así, no perdía la respiración, tantas veces lo había intentado,  el miedo no lo abandonaba. Quería dejar su realidad, pero esta no lo soltaba. Dejaba de respirar, para seguir con vida.

 

 

 

 

Cerró más su mano alrededor de su cuello, las lágrimas saltaron de sus ojos, al tiempo que su rostro comenzaba tornarse rojo. Sus cejas se curvaban en aflicción. Su fuerza se debilitó. Siempre era así.

 

 

Se dejaba vencer.

 

 

 

Soltó su cuello y se dejó caer al suelo arrastrándose contra la pared. Con fuerza golpeó su cabeza contra la pared tras él. Volvió a golpearse, una y otra, y otra, y otra vez.

 

 

 

 

 

 

 

Lento balanceo.

 

También un amor corto.

 

Reina de la noche.

 

Vida vaga, en un mareo efímero.

 

 

 

 

 

Ese día, estaba nublado, todo estaba gris. Los hermosos días que siempre compartíamos, no se mostraba ahora así. Cuando abrí mis ojos, la fría lluvia regaba por el lugar. El sol estaba escondido tras aquellas nubes grises, se ocultaba de nosotros.

 

 

 

 

Siempre me gustó la lluvia, siempre de día. Sentir esas gotas caer libremente sobre mi era lo más hermoso que había. Siempre pensé que el sol se ocultaba de uno cuando estaba triste. Yo, ocultándome de los demás, llorando en silencio, las paredes siendo solo el testigo de mis lágrimas. Pensaba que lo mismo le ocurría al sol. Se ocultaba y dejaba que las nubes lloraran por él, siendo el mundo testigo de esa tristeza. Lo veía igual, ese mundo bajo de él era el mismo mundo que yo presenciaba en mi habitación, solo que un poco más grande, un poco más cruel, ya que él era el centro de su mundo, yo… sólo era una oscuridad más.

 

 

 

 

 

Siempre amé la lluvia, pero en este momento la odié.

 

 

 

¿Y si no venías a mí?

 

 

 

¿Y si por culpa del sol no vendrías a verme?

 

 

 

 

 

Comencé a tener miedo. No, no quería eso. No quería tener miedo en mis sueños, no. Podía soportarlo en mi realidad, pero no en mi sueño, no en los sueños que compartía contigo.

 

 

 

 

Estuve allí, parado, en medio de aquél parque, esperándote, sin darme cuenta de que la lluvia me empapaba. No sentía la lluvia caer por mi cuerpo, y eso se me hacía más extraño ¿A qué punto llegué a pensar tanto en ti que ni siquiera disfrutaba lo que me gustaba? ¿A tal punto de odiar lo que más amaba?

 

 

 

 

 

No sentía la lluvia.

 

 

 

 

Recordaba, conmemoraba cuando me tocaste por primera vez, tu mano sobre la mía, me acariciaste esa vez y aún siento que ardo, siento que quema suave y lentamente. Sigo esperándote, mi resistencia es todo lo que tengo. A nadie le importa verme, sólo tú. Entonces… ¿Por qué no vienes?

 

 

 

 

 

No sé en qué momento dejé de ver las gotas caer por mi flequillo. Sólo sé que ya no se reflejaban en mis ojos, ya no me acariciaban el rostro. Miré hacia atrás y allí estabas, sonriéndome, protegiéndome de la lluvia con un paraguas.

 

 

 

—Te enfermarás — Me dijo.

 

 

 

Quise reír ¿Era posible enfermarse en un sueño?

 

 

 

 

Sólo asentí, tomaste mi mano y me guiaste a una banca no muy lejos de nosotros. Me sentaste allí, bajo un árbol que nos protegía mínimamente de la lluvia. Cerraste tu paraguas y lo dejaste a un lado.

 

 

 

 

—Creí que no vendrías — Dije susurrando mirando hacia el frente.

 

 

 

 

Por alguna extraña razón, aferré mis manos a la banca fuertemente.

 

 

 

—Claro que vendría ¿Por qué no habría de hacerlo? — Me sonrió, mi agarre se aflojó un poco — ¿Has estado triste? — Me preguntaste.

 

 

 

 

Era mi sueño, todo estaba gris porque yo estaba mal… ¿Verdad?

 

 

 

—Sólo un poco — Contesté.

 

 

 

Te acercaste a mí y tomaste mi mano suavemente, entrelazaste los dedos entre los míos y miraste hacia el frente.

 

 

 

 

Ya no odié la lluvia. Ella no me separó de ti y no lo haría. Sonreí suavemente mientras apretaba su mano contra la mía, él me contestó con el mismo anhelo.

 

 

 

 

—¿Te gusta la lluvia?  — Preguntaste, sin dejar de mirar al frente.

 

 

 

 

—No me gusta la lluvia de noche, la prefiero cuando es de día — Dije encogiéndome de hombros.

 

 

 

—¿Por qué dices eso? — Me preguntaste, esta vez,  mirándome con curiosidad.

 

 

 

—Porque puedo mirar las gotas caer.

 

 

 

 

Ladeaste la cabeza ligeramente mirándome fijamente y moviendo los labios en forma de puchero.

 

 

 

 

 

—Ya veo… yo la prefiero de noche — Miraste hacia delante.

 

 

 

 

—¿Por qué? —Pregunté.

 

 

 

 

Sonreíste antes de responder — De noche las puedes ver, puedes ver las gotas caer. Sus destellos, plateados y dorados… de noche te hacen pensar que las gotas caen más lentamente. Se toman su tiempo en abatir, te demuestran qué tan hermosas pueden ser, te demuestran que ellas pueden brillar tanto y más que una piedra preciosa — Tu expresión era realmente hermosa.

 

 

 

 

Amabas algo que yo odiaba. Eso me hizo sonreír.

 

 

 

 

Miré largamente tu perfil, eras tan delicado. Elevé mi mano y coloqué uno de los mechones de tu cabello detrás de tu oreja. Me miraste curioso pero a la vez divertido. El agarre de nuestras manos se afianzó más.

 

 

 

Deseé más encuentros así, deseé tenerte siempre junto a mí.

 

 

 

Deseé siempre soñar contigo.

 

 

 

 

 

 

Esta sangre que llora por ti, se vierte en mi corazón.

 

Con un tinte de color rosa está todo.

 

Justo como este rojo…

 

Todo de mí.

 

 

 

 

Volví a soñarte, volví a tenerte para mí.

 

 

Mis deseos se hacían realidad.

 

 

En sueños.

 

 

 

Estaba esperándome. Lo vi allí, sentado en el pasto, sus piernas estaban cruzadas entre sí. Sus ojos recorrían todo el parque buscando algo, su cabeza se movía de un lado para otro, sus cabellos danzaban a la par. Esa mirada tan inocente y ansiosa me hizo sonreír. Me acerqué lentamente hasta él, no me había visto. Cuando llegué junto a él me agaché y acaricié sus suaves y lacios cabellos. Él alzó su mirada curiosa y sonrió al verme.

 

 

 

Extendí mi mano para que la tomara y así levantarlo, pero no fue así como él lo entendió. De un salto se lanzó sobre mí haciendo que cayera de lleno al suelo con él abrazándome. Comencé a reír, a pesar de que el golpe me dolió, me dio risa su infantil actuar. El castaño escondió su rostro en mi cuello, pude sentir como él también sonreía.

 

 

 

Decidimos no levantarnos, nadie había hablado, ninguno de los dos había hecho ademán alguno de querer hacerlo aún. Estaba feliz, lo tenía junto a mi, aun si fuera un sueño, estaba con él, aun si realmente él no existiera, dentro del sueño... mientras siguiera soñando, para mí, el momento sería mi realidad. Vivía cada día sin él, pero soñaba que estaba a mi lado.

 

No lo conocía.

 

 

 

No era real.

 

 

Aun así, lo amé.

 

 

 

Él es la razón por la cuál, aún sigo soñando.

 

 

 

 

Forcejeé un poco y elevé mi cabeza para verlo. Su rostro, su blanco rostro relajado por algún sueño. Acaricié su mejilla lentamente.

 

 

 

 

¿Soñarías conmigo? Creí que había sido un pensamiento estúpido, estoy dentro de un sueño, ¿Qué ocurre con las personas que duermen dentro del sueño de otro? ¿Estaría despierto? ¿Estaría yo en su cabeza? ¿Pensaría en mí tanto como yo pienso en ti?  Esto era un sueño, ¿Vivirías lo mismo que yo todos los días?

 

 

 

 

 

Abriste los ojos lentamente, sentías mi mano acariciarte, por eso sonreíste. Me miraste, tus ojos brillaban de felicidad.

 

 

 

—¿Por qué desapareciste la primera vez? — Le pregunté con suavidad.

 

 

 

 

Si lo hubiese visto desde un principio, si hubiese soñado con él, habría procurado dormir todo lo que me fuera posible, dormir a cada que le extrañe ¿Era demasiado?

 

 

 

 

—No te volteaste — Me respondió con la misma suavidad con la que yo le había hablado.

 

 

 

—¿Era necesario?

 

 

 

—Creí que no existía para ti. Nadie me ve como yo quiero que lo hagan, y creí que tú no serías la excepción — Te levantaste de mi pecho y me miraste por encima. Tus cabellos caían sobre mi rostro casi rozándome. Estabas muy cerca de mí — Nadie me presta atención nunca.

 

 

 

—Si hubiese volteado ¿Qué habrías hecho?

 

 

 

 

Me sonreíste dulcemente. Tus ojos miraban mi rostro, podía ver cómo ellos se deslizaban, observaban mis ojos, mi nariz, mis mejillas, mis labios. Acaricié su mejilla con el dorso de mi mano, cerró sus ojos sin dejar de sonreír.

 

 

 

Era hermoso.

 

 

 

 

Mi pulso aumentó rápidamente, sus arruguitas junto a sus ojos le hacía ver más hermoso, sus pómulos se levaban con cada sonrisa. Su piel comenzaba a dar más calor cada vez que lo tocaba.

 

 

 

 

¿Era posible enamorarse a primera vista?

 

 

 

 

Él abrió los ojos lentamente, sus ojos brillaban al mirarme, podía ver cómo ellos se inundaban de un líquido cristalino. Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas como pequeñas motas doradas, acariciaban su piel suavemente para luego caer sobre mi rostro, sobre mis pómulos.

 

 

 

 

No me enamoré a primera vista.

 

 

Me enamoré de su ausencia. De su voz.

 

 

 

 

Levanté mi mano y con mi dedo, recogí una de sus lágrimas suavemente, llevé mi mano hacia mi boca y probé esas pequeñas y radiantes gotas. No despegó su vista de mi, ni yo la de él. Me elevé apoyando mi cuerpo sobre mi codo y con la otra mano tomé su nuca. Lo miré bien de cerca, era hermoso. Acerqué su rostro al mío. No toqué sus labios. Los dos los teníamos abiertos, a punto de tocarnos, ambos con los ojos cerrados, ambos respirando fuertemente.

 

 

 

 

No me dejes despertar.

 

 

 

Toqué apenas sus labios con los míos, apenas un leve roce, ni él ni yo hicimos algún ademán de profundizar el toque, pero ninguno quiso separarse. Sentí su cálida gota caer en mi pómulo, deslizarse por mi mejilla y acariciar mi cuello. Solté su nuca y deslicé mi mano por su rostro, mis dedos tocaron sus labios, recorriéndolos en toda su extensión. Hice una leve presión en ellos. Nuestros labios tocaban mis dedos, ninguno habíamos hecho algún movimiento de separarnos, no queríamos.

 

 

 

 

Tomó mi mano con suavidad y besó mis dedos lentamente, los separó lejos de neutros labios, demostrándome que no hay nada entre nosotros como para impedir que nos toquemos.

 

 

 Me sentí feliz.

 

 

No quería despertar.

 

 

 

 

Elevé mi rostro y pude tocar sus labios más profundamente, pude sentirlos sobre los míos. Abriste tu boca y suspiraste sobre mis labios. Coloqué nuevamente mi mano sobre tu nuca rápidamente y profundicé el beso. Atrapé su labio inferior  fuerte pero delicadamente, él contuvo el aliento, yo se lo arrebaté. Atrapé su boca completamente con la mía.

 

 

Él me correspondió, me besó con la misma necesidad palpable que la mía. Mi sangre aumentó de temperatura, la de él también, podía sentirlo. Mis latidos se hicieron frenéticos, los de él aún más. Me pregunté si aún seguía llorando. Ambos teníamos los ojos cerrados, pero yo había dejado de sentir sus lágrimas sobre mí. Quizás si seguía llorando, sólo que no podía sentirlo porque mi cuerpo estaba aún más cálido que sus lágrimas.

 

 

 

 

Sentí que yo era parte de sus lágrimas.

 

 

 

 

 

Sus manos se deslizaron por mi torso y se aferraron en mi cuello, rodeándolo suavemente. Me tomaban con delicadeza, todo lo contrario a como yo lo tenía aferrado a mí. Nuestros labios dejaron de moverse de manera lenta. El beso se iba apagando, y por más que no nos quedara aire, no queríamos separarnos, se notaba con cada acción de parte nuestra. El beso murió y lentamente me separé de sus labios, abriendo mis ojos, mirando cómo él aún los mantenía cerrados. Lo acaricié en la nuca, aflojando el fuerte agarre.

 

 

 

Un movimiento brusco de él me sorprendió. Aferró una de sus manos a la mía, como si no quisiera que mi mano se alejara de su cuerpo. No abrió los ojos, pero si atrapó con más fuerza su mano contra la mía. Lo miré, me fijé en su rostro. A pesar de parecer relajada, sabía que no lo estaba. Sus labios se curvaban levemente, su ceño se fruncía un poco, casi imperceptiblemente. Nadie se hubiera dado cuenta, pero yo sí.

 

 

 

 

—No me dejes… — Me susurró — No sueñes de nuevo.

 

 

 

Abrí grande mis ojos y un suspiro salió de mis labios. Abriste los ojos y me miraste, tus ojos brillaban, pero no se veían felices.

 

 

 

 

—No sueñes de nuevo.

 

 

 

 

 

Cerré mis ojos.

 

 

 

 

Esperando despertar.

 

 

 

 

 

 

Una persona que quiere destrozar sus alas.

 

Todavía las bate…

 

Como en un sueño de la mariposa cola de golondrina.

 

En un jardín de flores que crecían fuera de temporada…

 

 

 

 

 

Abrió sus ojos. No vio nada. Su rostro se desfiguró en una mueca de tristeza. Su garganta se cerró y sus ojos comenzaron a volverse acuosos. Sus manos se elevaron y escondió su rostro en ellas. Apretó sus ojos, no dejó que las lágrimas se mostraran, las escondió entre sus dedos. Aun si no había nadie allí, estaba cansado de mostrar su debilidad, aun si la demostrara en ese momento.

 

 

 

 

Un gemido salió de su garganta, un sollozo se escuchó en la fría habitación.

 

 

 

Tan lejos.

 

 

 

 

¿Por qué?

 

 

 

 

¿Era estúpido pensar que quería vivir un sueño? Era estúpido enamorarse de algo que no existía ¿Cómo amar algo que no existe? ¿Cómo no amarlo? Sus sueños, en el momento en que fantaseaba, todo era verdad, todo era real. ¿Por qué no podía serlo por siempre? Ya vivía una mentira, no quería soñar una igual.

 

 

 

 

Lo necesitaba tanto como respirar.

 

 

 

Amaba su voz.

 

 

 

Amaba su presencia.

 

 

 

Su efímera presencia.

 

 

 

 

Era de idiotas sufrir por algo que no tenía presencia alguna. Era idiota por amar algo que no existe. Era idiota por querer soñar y no despertar. Sus manos se separaron de su rostro, y tocó su cuerpo, aún desnudo. Tocó su toso, lo acarició, bajó su mano y rozó sus dedos por toda la extensión hasta su ombligo. Acarició suavemente allí por unos minutos. Una lágrima se deslizó por sus ojos, recorriendo su sien para perderse en sus negros cabellos. Su mano se elevó y recorrió lo opuesto a lo de antes, tocó su pecho y allí enterró sus uñas.

 

 

 

 

No dolía.

 

 

 

Como siempre, no dolía.

 

 

 

 

Lo que sentía por dentro no llegaba asemejar ningún daño físico, aun si nunca los sentía. Aun si nunca sintió un daño físico, lo prefirió antes que sentir lo que se acumulaba en su corazón. Sus brazos temblaban, sus uñas se enterraban. Sus lágrimas aumentaban, su miedo crecía.

 

 

 

 

Las paredes eran las únicas testigos de lo que ocurría con él. Las únicas que sabían lo que sentía. Las únicas que compartieron toda su vida, toda su soledad, su miedo y debilidad.

 

 

 

 

Las únicas cómplices, las únicas quienes sabían la verdad.

 

 

 

De su garganta un sollozo y un pequeño gritito salieron, inundando la pequeña habitación. Pequeñas para él, enorme en su cobardía.

 

 

 

 

“Sueña de nuevo”

 

 

 

“Vuelve con él”

 

 

 

 

Vuelve a respirar…

 

 

 

 

En medio de la noche me ocultaré.

 

Un beso que hará que me quede sin aliento…

 

Como si me estuviera hundiendo en la oscuridad.

 

Un sueño como este…

 

 

 

 

 

Mi aliento danzaba por tu piel, sobre tus mejillas. Dibujé pequeños caminos invisibles en ella, acariciando suavemente. Sé que podías escucharme, podías escuchar mi respiración acelerada, mi corazón latiendo frenéticamente al compás del tuyo. Paseé mis dedos por sobre tu pecho, formando pequeños garabatos sin sentido. Mi cuerpo te aplastaba un poco, aun así, eso no te molestó.

 

 

 

 

 

La luz se colaba entre las cortinas, estas flameaban por la brisa que llegaba desde afuera. Estremeciéndonos levemente. Abriste los ojos lentamente. Me miraste expectante, ansioso. Tomé tu cuello y te atraje hacia mí, besé tus labios, besé tus mejillas, tus pómulos, tus párpados, en especial… tu cuello. Mis labios recorrían tu suave piel, probándola, deleitándose.

 

 

 

Eras perfecto.

 

 

 

 

 

 

Una de tus piernas largas y blancas se enredó con la mía. Tus caderas se juntaron con las mías cuando me apegué más a ti. Acaricié tu muslo mientras mi boca se deslizaba por tu pecho. Pude escucharte jadear. Cerré los ojos mientras seguía acariciándote, escuchaba tus susurros incomprensibles, tus jadeos cuando te tocaba muy levemente.

 

 

 

 

Elevé su pierna aún más arriba, para que rodeara mi cintura, sentí cómo se aferraba fuertemente a mí. Esta vez, fui yo quien soltó el jadeo sobre su piel. Lo acaricié suavemente en todo momento, lo escuché sin perderme nada de su voz.

 

 

 

Su boca semiabierta, junto a sus labios me miraba, me susurraban mientras nos movíamos. Apoyé mi frente en su pecho, este bajaba y subía rápidamente. Mis movimientos eran precisos, eran los que necesitabas, los que necesitábamos.

 

 

 

Me herías, me lastimabas con amor.

 

 

Te tenía para mí.

 

 

Pero a la vez no.

 

 

 

 

En sueños eras mío, en la realidad no existías ¿O si? ¿Alguien más te tocaba? ¿Alguien más te amaba? ¿Vivías para mí? ¿Soñabas para mí?

 

 

 

 

Tu piel ardía, la mía también, sudábamos. Nos perdíamos entre los dos. Dentro del sueño eras real, y eso era todo lo que me importaba, todo lo que necesité para poder comprenderme, para poder comprenderte. Jadeé sobre ti. Tu sudor me envolvía, tu cuerpo me incendiaba, me dolía, pero dejé que doliera. Te amaba, y eso era todo.

 

 

 

Quería quemarme vivo si me lo pidieras.

 

 

 

Me quemaría toda una eternidad si así era el amar.

 

 

 

 

Escuche tu quejido, tu hermosa voz. Te liberaste, apretando mis cabellos con fuerza mientras tirabas la cabeza hacia atrás y gemías hermosamente. Yo me liberé, soltando un gruñido pegado a tu piel para luego besarla con fuerza.

 

 

 

 

—Te amo — Me dijiste aun respirando forzadamente.

 

 

 

Yo lloré. Me herías aún más.

 

 

 

Abracé su cuerpo delgado, uniéndonos aún más si era posible. Me abrazaste por el cuello fuertemente.

 

 

 

 

—No sueñes de nuevo. No te pierdas, por favor… — Susurraste con la voz tomada.

 

 

 

 

 

No entendía tus palabras, tampoco las quise comprender.

 

 

 

 

Dejé que mis lágrimas se derramaran sobre su pecho. Que lo acariciaran, que lo llenaran de calidez. Cerré mis ojos fuertemente.

 

 

 

 

Ese fue mi error.

 

 

 

 

—No… — Escuché en un susurro — No me dejes…

 

 

 

 

 

 

Un sueño como este…

 

Actuando sobre mí.

 

Una persona que quiere destrozar sus alas.

 

Todavía las bate…

 

Como en un sueño de la mariposa cola de golondrina.

 

En un jardín de flores que crecían fuera de temporada.

 

 

 

Gritó. Gritó hasta que su garganta dejó de omitir sonido. Dejó que las lágrimas caigan. Se levantó rápidamente de donde estaba y miró una por una a las paredes. Corrió hacia una de ellas y las golpeó, con su puño golpeó cada tramo de pared que se le presentaba enfrente, recorrió su cuarto entero, dejando la sangre de sus manos manchadas en ellas.

 

 

 

 

Lo quería a él, lo quería a él.

 

 

 

Necesitaba respirar.

 

 

Ellas no le dejaban respirar.

 

 

 

Tenía que buscarlo, debí tenerlo. No podía vivir así. No podía vivir una mentira.

 

 

 

Corrió hacia la puerta con desespero. Golpeó su puño contra la puerta de madera, Quiso tomar el pomo de ella, pero no pudo. No había ninguno, no había cerradura. Era una puerta completamente cerrada. Sus labios y manos comenzaron a temblar. Caminó hacia atrás sin dejar de mirarla. Por debajo de ella se podía ver la luz del otro lado.

 

 

 

¿Por qué no podía salir?

 

 

 

¿Era por eso que lo olvidaron?

 

 

 

¿Era por ello que vivía una mentira?

 

 

 

 

Más lágrimas cayeron de sus ojos, volteó rápidamente hacia atrás. Corrió hacia el cristal que se mostraba allí. La abrió. El frío lo azotó por completo. Un rayo iluminó la habitación oscura, dando un pequeño rayo de esperanza en luz de esa noche. No las vio. Las gotas, no brillaban, no brillaban para él.

 

 

 

Tocó el marco de la ventana frente a él,  rozó las yemas de los dedos en él lentamente, bajando, sin dejar de mirar hacia el otro lado del cristal.  La obscuridad reinaba en el afuera, el cielo violeta se alzaba orgulloso frente a él. La habitación y los techos de las casas se iluminaban con cada refucilo en las nubes. El olor a tierra mojada comenzó a llenarlo por completo. El viento hizo volar sus cabellos negros, sus ojos se cerraron, dejándose acariciar por la brisa fría que se colaba por la ventana.

 

 

 

 

 

Un refucilo iluminó todo el cielo. La luz llegó hasta él, delineando su rostro. Sus ojos pequeños, sus labios gruesos y raros; estos se curvaban en sus comisuras, dando la impresión de sonreír. Su nariz apenas se dibujó en su rostro, dándole un toque suave y agradable. Abrió los ojos al sentir cómo su rostro se iluminaba, el rayo se perdió en la lejanía dejándolo en oscuridad de nuevo. Movió ligeramente el rostro y miró hacia abajo, no había luces, no había nada.

 

 

 

 

Estiró su mano hacia fuera, las gotas rápidamente mojaron su mano, caían y se deslizaban libremente por su palma, por sus dedos, hasta abatir hacia el vacío de la noche. Obscuras como el negro puro, vacías sin color alguno. No las podía ver.

 

 

 

 

¿Deberían de brillar?

 

 

 

 

¿Dónde estaba ese brillo?

 

 

 

 

Debería ser hermoso.

 

 

 

 

¿Dónde estaba?

 

 

 

Aquéllas piedras…

 

 

 

Su sueño era una fantasía, todas las noches soñaba con él. Otras, soñaba sin él. Vivía soñando, vivía anhelando, vivía deseando ser él quien estuviera con esa persona, con ese ser que tanto amaba. ¿Cuál era su realidad?

 

 

 

No la sabía.

 

 

 

 

Un sueño… ¿Lo era?

 

 

 

 

Soñaba todas las noches. Aun así ¿Era suficiente para su amor?  La vida no alcanzaba para demostrar su amor, su amor de obscuridad, su amor de noche. Soñar una eternidad, un sueño sin fin.

 

 

 

Un sueño perfecto.

 

 

 

Miró sus manos, temblaban. ¿Podía soñar eternamente? ¿Podía demostrar su amor eterno? A un sueño efímero.

 

 

 

¿Un sueño eterno?

 

 

 

¿Era suficiente?

 

 

 

Tocar su sensible piel, su suave y nívea piel. Acariciar sus cabellos, tocar su rostro, tomar sus labios, tomar su cuerpo, su alma. En sueños, en sueños era de él. En sueños era suyo. En sueños le amaba.

 

 

 

En sueños.

 

 

 

 

Su imaginaria piel, sus labios inexistentes, su voz no dirigida a él, sus palabras de otro de otro sentido. Era suyo. Lo amaba en sueños, le quería en sueños, lo tocaba en sueños. Sufría despierto, miraba a lo lejos despierto, sin vida aún despierto.

 

 

 

La razón fuera de sí, el amor dentro de sí.

 

 

 

 

Abrió por completo el ventanal frente a sí. Contuvo la respiración. Levantó el pie y lo apoyó en la ventana, hizo lo mismo con el otro. Se sostuvo de los lados de esta. Miró hacia abajo. Nada.

 

 

 

Sus ojos se movieron mirando todo el afuera, todo su miedo, lloraba. La lluvia se colaba un poco, mojando su desnuda piel. ¿Dónde estaban?  ¿Dónde estaban las piedras?

 

 

 

Soltó un gemido junto a un sollozo.

 

 

 

 

Quería amarlo sin que doliera, quería ver las piedras con él, quería amar lo mismo que él. Quería todo, quería que su sueño fuera su realidad.

 

 

 

Dejó de sostenerse de los lados de la ventana, y miró hacia el frente.

 

 

Necesitaba respirar.

 

 

 

 

El dolor en el pecho aumentó, sus temblores también. Aun así, lloró, lloró a ese mundo tan grande, le lloró a esa ciudad, donde la gente caminaba sin rumbo alguno, perdida en la calle de día, deshabitada de noche.

 

 

 

Un rayo iluminó el cielo, lo iluminó a él.

 

 

Pudo verlas, pudo verlas.

 

 

 

 

Pequeñas piedritas brillando frente a él mientras caían lentamente. El color plateado llenó su interior de calidez. Esos pequeños diamantes… pudo ver el brillo de sus ojos en ellos, el brillo que siempre veía en esas claras orbes eran idénticas a esas pequeñas motas brillantes.

 

 

 

El tiempo se detuvo para él. El rayo seguía iluminando, seguía brillando, las gotas seguían allí. Deseó llorar. Deseó llorar aún más de lo que ya estaba haciendo. Cerró los ojos, guardando esa hermosa imagen en él.

 

 

 

 

Brillo en la oscuridad, hermosura en lo obscuro.

 

 

 

Soñaría eternamente por él.

 

 

 

Para que no doliera más.

 

 

 

Cerró los ojos, suavemente. Tan insignificante era, tan importante para nadie, tan preciado en un sueño. La lluvia era toda su canción para dormir, era toda su canción de cuna. Sintió frío en su cuerpo. Se dejó caer.

 

 

 

Dejó que la nana cantara para dormirse.

 

 

 

Se dejó soñar.

 

 

 

—Yuu, no me dejes…

 

 

 

Dejó su realidad.

 

 

 

 

 

 

¿Es malo despertarse y volar hasta el cielo?

 

 

 

Me abrazaste por detrás, te aferraste a mí como una pinza que no quiere soltar nunca más. Llorabas, llorabas desconsoladamente. Eras demasiado hermoso para llorar

 

 

 

¿Por qué lo hacías?

 

 

 

 

Me dí la vuelta y te aferré fuertemente, tus piernas no respondieron, nos dejamos caer al suelo. Ocultabas tu cabello en mi pecho. Podía escuchar tus gemidos, podía escuchar tus sollozos. Acaricié tus cabellos con mimo mientras no parabas de llorar. Tarareé una nana para ti.

 

 

 

 

—Yuu, no me dejes… por favor… — Soltaste un hipido — No de nuevo….

 

 

 

 

—No lo haré… — Le susurré suavemente.

 

 

 

 

—Tengo miedo… tengo miedo que sueñes de nuevo… — Tus manos se aferraron a mi pecho, cogiste la ropa y la apretaste en tus puños. — No quiero que sueñes… y te olvides de mí…

 

 

 

Yo ya no lo abandonaría.

 

 

 

Yo ya no despertaría.

 

 

 

 

—No te dejaré… no de nuevo.

 

 

 

 

 

 

 

 

No lo dejaría.                                                                                          

 

 

No despertaría nuevamente.

 

 

He venido a soñar,

 

 

He venido a soñar contigo, Kouyou…

 

 

 

                                      No quiero que sueñes nunca más.

 

                                No quiero que sufras en sueños sin mí.

 

                                         Vive eternamente conmigo, Yuu.

 

 

 

Las flores nos rodeaban, las flores eran testigo de mi sueño.

 

 

De mi real sueño eterno.

 

 

 

En un jardín de flores que crecían fuera de temporada.

Notas finales:

 

¿Y bien? Lo primero está dicho por Aoi, sus pensamientos. Lo segundo, por Uruha, sus palabras.

 

 

Si están un poco confundidas, quiere decir que lo hice bien.

 

 

Este fic está hecho para que ustedes mismas interpreten el fic a su antojo, a como ustedes pudieron sentirlo.

 

 

Ustedes deciden guiarse por las palabras de Uruha, o por las de Aoi. Allí tendrán su propia respuesta. Yo tengo la mía, pero como dije, es mi interpretación, yo quiero la suya.

 

 

Dejen que sus pensamientos, y decisiones decidan la verdad, decidan cuál es la realidad, cuál es el sueño entre ellos.

 

 

 

Les deseo mucha suerte a las demás participantes. Disfruté rompiéndome la cabeza para escribirlo.

 

Me despido.

 

Yuka.


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