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Aún después de la muerte por Shisain-chan

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Notas del capitulo:

Hey!

Aprovecho el poco tiempo que tengo para actualizar. Creí que no lo haría porque llegué con mal humor :s

Espero que sea de su agrado ¡Y por favor! Denme su opinión   n_n

Le agradezco mucho a quienes ya lo hicieron :D

Ahora, a leer.

Shisain-chan♥

Aunque el miedo recorrió salvajemente su piel, trató de convencerse a sí mismo de que aquello no era real. Esa persona no podía estar ahí físicamente. Aunque le estaba viendo, tan real que estaba convencido que, de querer tocarlo, lo habría hecho.  Por supuesto, no se atrevió a intentarlo.

Debe ser una alucinación ¡Sí, eso es!, cerró los ojos tan fuerte como pudo y permaneció así por casi un minuto entero. Al abrirlos aquella figura había desaparecido.

La oscuridad se apoderaba de toda la casa. La radio seguía sonando y, lejos de relajarlo,  lo ponía más nervioso. Tenía la sensación de que alguien lo observaba y que emergería entre las penumbras en cualquier momento. Quiso moverse, pero estaba petrificado. Cuando por fin retomó el control de su cuerpo, fue directo a su habitación sintiendo que una persona le seguía los pasos de cerca y respiraba sobre su nuca.

Tan pronto como llegó a su recamara, una amplia habitación tapizada en tonos gélidos y amuebladas con sobrios muebles contemporáneos; encendió la pantalla LED que tenía frente  la cama. Puso el volumen al máximo,  y se metió entre las cobijas.

De pronto, lo envolvió una agresiva nostalgia.

Sus ojos, su sonrisa… pensaba.

Una parte de él deseó que aquello fuera cierto. Deseó volver a verle.

Pero está muerto. Los muertos no regresan jamás.

Y sin darse cuenta, las lágrimas se adueñaron de sus ojos. Aún tenía suficiente autocontrol como para no dejarlas escapar. Se aferró a la almohada con más fuerza hasta que empezó a conciliar el sueño. Pero antes de lograrlo, percibió un cuerpo frio, acurrucándose en su espalda.

Desesperado, se giró. Nada. Tampoco estaba a salvo el la habitación. La luz de la pantalla iluminaba el dormitorio formando extrañas sombras esparcidas por todo el lugar.  Todo tenía un aura bastante lúgubre.

— Me estoy volviendo loco —dijo en voz alta—. Estoy viendo cosas incoherentes. ¡No estás aquí! —Gritó esto último y el sonido de su voz inundó la casa entera, pero luego de eso, bajó el volumen  hasta volverlo un susurro—. Si estuvieras… si tan solo estuvieras…

Permaneció alerta una hora más sin que nada extraño sucediera. Pero a las dos treinta de la madrugada, su suerte cambió.

Estaba sentado sobre la cama, intentado concentrarse en los infomerciales que transmitían en cada canal de televisión. Pero mientras más evitaba pensar en Edward, más difícil se hacía ésta tarea.  Y de pronto escuchó otra vez su voz.

— Te gusta ese chico ¿no?

Se quedó tieso. Cada vello de su cuerpo se erizo.  Pero está vez, ya no tenía tanto miedo. Fuera lo que fuera, no quería espantarlo. Real o no, se parecía tanto a él. Identificaba su silueta por el rabillo del ojo, pero dudaba de hacerle frente. Poco a  poco se giró,  y encontró a Edward sentado en el diván rojo junto a la cama.

Ahí estaba él, mirándole tan tranquilo, tan sereno. Con sus pacíficos ojos ámbar que resaltaban en su blanca piel.  Justo como le recordaba.

— E-edward… —le habló lo más tranquilo que pudo. Lo cierto es que aunque tenía miedo, intentó formar una sonrisa en su rostro. Después de todo, no sabía cuanto pasaría  antes de verlo otra vez. Quizá jamás lo haría.

Pero Edward no le sonrió. Sólo le miraba con seriedad y algo de recelo.

— No me has respondido —dijo en voz tan baja que Roy a penas pudo escuchar. Pero estaba tan impresionado, que no le tomó importancia.

— ¿De verdad eres tú? ¿Eres Edward?

— No lo sé —respondió el joven—. Eso deberías preguntártelo a ti ¿Puedo ser yo, si no existo?

Mustang suspiró con desilusión.

— Así que al final no es verdad…

— No fue una pregunta retorica, amor.

— ¿Quieres decir que sí?

En los labios de Edward, se dibujó una pequeña sonrisa.

— Como te lo he dicho antes, no lo sé. Eso aún no lo comprendo. Las cosas cambian una vez que cruzas la línea.

Cruzar la línea. Así era como le llamaba. No importaba. La verdad no estaba demasiado interesado en lo que el chico decía. Cuando el temor  por fin se esfumó, dio paso a la fascinación. Edward estaba ahí frente a él ¿Qué probabilidades había de que eso pasara? Siempre imaginó que eran nulas.

Sin moverse demasiado rápido, pues aún temía que volviera a desaparecer, retiró las sabanas que cubrían su cuerpo. Edward se sobresaltó un poco, pero no hizo nada. Roy, se puso de pie con suma precaución, a sabiendas de que Edward ya tenía bastante claro lo que estaba por hacer.

Cuando se acercó, levantó su mano, y Edward la observó fijamente como si temiera a lo que haría.

— No puedes tocarme.

— ¿Qué pasa si lo hago? —inquirió Mustang, con genuina curiosidad. Había algo único frente a él, y quería comprenderlo.

— Solo no puedes.

Roy acercó la mano para tocarlo, esperando poder sentirlo. Pero a tan solo unos centímetros de acariciar la mejilla del rubio, Edward desapareció. Roy sintió un vuelco en el corazón. Se arrepintió inmediatamente de su conducta y antes de castigarse a si mismo por ello, escuchó de nueva cuenta la voz de Edward.

— Te dije que no podías —ahora, Edward estaba de pie, al otro lado de la cama, tras Roy.

—  Tú te metiste en mi cama hace unos minutos y te sentí —se defendió, Mustang.

— Eso fue diferente.

— ¿Por qué? —Roy comenzaba a sospechar que Edward mentía. Simplemente no quería ser tocado.

— No lo entenderías.

— Lo haría si me lo explicaras.

Edward soltó una sonrisa sarcástica.

— De acuerdo. Pero antes explícame tú ¿por qué demonios estás tras ese niño?

Roy abrió sus ojos un poco más. No estaba seguro de entender de qué estaba hablando Edward. Iba a renegar descaradamente pero luego recordó que inocente no era. Después de la muerte del chico, había tenido relaciones con tantas mujeres que no recordaba el nombre de todas. Sintiendo un poco de culpa, esbozó una sonrisa inquieta.

— ¿De qué hablas?

— Que haya muerto no me hace estúpido, Roy. Te he visto. Vi como lo mirabas ¿Por qué te interesa? —el tono de su voz era más ansioso.

— Por favor ¡Acabo de conocerlo! —apeló en su defensa, alzando las manos como si quisiera mostrar que estaban limpias.

La mirada de Edward se endureció. Negó con la cabeza, evidentemente encabronado. Mustang no mentía al decir que no entendía a qué venía todo ese embrollo. Ed tardó un rato en hablar, pero al final lo hizo tan crudamente, que se podía escuchar cierto odio en sus palabras.

— No puedo creer que lo niegues ¿Acaso olvidaste todo? Yo te di mi vida —luego le dedicó una mirada fulminante a Roy—. Y mi muerte también.

A Mustang lo invadió la ira. El pensar que Edward había vuelto solo para echarle en cara la culpa de su muerte, lo sacaba de quicio. Apretó los dientes con fuerza, antes de hablarle con los últimos estragos de paciencia que le quedaban.

— ¿Estás diciendo que soy el responsable de eso?

El cuarto heló. Una brisa glacial  se hizo de la habitación. Así es como Edward dejaba en claro su estado de ánimo.

— Sólo te digo que no lo olvides.

— Desgraciado… ¡No tienes idea de todo por lo que pasé! —gritó Roy. No le importó que su voz se escuchara a través de las paredes, ni que los vecinos le juzgaran de loco al hablar sólo a las dos de la mañana. Tenía que dejar algunas cosas en claro.

— ¡No me digas que sufriste! Si lo hiciste, ¿por qué ahora quieres joderte a ese mocoso? No te importo ¡Ni te importé jamás!

— ¡Basta! —Roy se cubrió las orejas con las manos. No quería seguir escuchando, pero pronto se dio cuenta que de nada servía, pues el sonido no viajaba de forma usual. La desesperada voz de Edward se escuchaba de la misma manera, aun cuando Roy se bloqueaba los oídos. Comenzó a retroceder rumbo a la puerta.

— Tú sólo pensabas en ti ¡Egoísta! ¡Ahora mírame! ¡MIRAME! ¡Estoy muerto y es por ti!

— ¡Cállate! —alterado, buscó a tientas las perilla de la puerta. La giró sin despegar la mirada de Edward, que caminaba hasta él mientras seguía hablando.

— No puedes… Tú  no puedes estar con él, porque me perteneces, Roy. Eres mío.

— ¡Dije que cerraras la puta boca! ¡Bastardo!

Roy salió del cuarto azotando la puerta. Ahí afuera, solo había silencio. Pensó que Edward aparecería ahí nuevamente, pero no fue así. Pasó veinte minutos en el pasillo, sin encontrar las fuerzas para levantarse. Las palabras de Edward seguían dando vueltas a su cabeza. Sabía que tenía razón. 

Esa noche no volvería a su habitación. Con el cuerpo cansado, se dirigió a la de huéspedes, donde cayó en un sueño inquieto.

 

*   *   *

 

Era la segunda hora de clases. Estaba libre. Se encontraba sentado en su escritorio, en la sala de maestros. Estaba solo a excepción de la profesora Nortier, que estaba a cuatro escritorios, ocupada en sus asuntos.

Aún no desaparecía el agridulce sabor de boca de la experiencia de la noche anterior. Lo único que hacía era darle vuelta a sus recuerdos: Hace  cinco años, tuvo la genial y estúpida idea de seducir a uno de sus alumnos. Al más serio, el más inteligente y el más apasionado. A aquel que caminaba como si el mundo no le mereciera, pero que veía siempre por los demás. Aquél que no soportaba la música y que escribía como más talento del que aparentaba tener. No fue una de las hermosas y coquetas alumnas, quien no atrapó, sino ese profundo chico de espíritu rebelde. Durante el transcurso de un año, fue enredándose más y más con Edward, hasta que sintió la necesidad de volverse uno con él. Y no en el sentido sexual, pues eso se había consumado ya cientos de veces, pero sí en un ámbito espiritual. Quería ser parte de él, y Edward ya era una parte muy importante de sí mismo. Pero el final llegó de todos modos y poco tiempo después, la muerte de Ed.

— ¿Muerte? ¡Ja! —una amarga sonrisa se dibujó en los labios de Roy, que hablaba para sí, mirando a la nada—. Fue suicidio.

 El timbre de la tercera hora sonó. También la tenía libre y, al parecer, Nortier también. Incapaz de concentrarse en la clase que daría en la cuarta hora, se puso a juguetear con el lápiz, paseándolo de un lado a otro. La noche anterior, a duras penas durmió un poco. Tenía mal aspecto, pero las tres tazas de café expreso, lo habían ayudado a parecer normal.

Se escucharon tres golpes en la puerta de entrada. Él no estaba de ánimos para contestar, por lo que espero a que Nortier lo hiciera. Al poco tiempo, se escuchó la voz de la profesora invitando a entrar a quien fuera que llamaba.

La puerta se abrió y Alphonse Hawkeye entró. Mostraba una deslumbrante sonrisa y una chispa de alegría en sus plateados ojos, con los que buscó al profesor hasta encontrarlo.

— ¡Profesor Mustang! —saludó e inmediatamente le ofreció una educada reverencia a la profesora—. Profesora Nortier, buen día.

— Buenos días, Alphonse.

Al se olvidó de ella y caminó hasta el escritorio de Roy. Mostrando en alto una hoja de papel, un examen, para ser más precisos, con el numero cien en letras rojas.

— Miré, profesor ¡Un diez perfecto! Me ha ayudado  mucho.

Roy tardó unos segundos en volver sus pensamientos a la tierra. Todo lo relacionado a Alphonse y su examen de matemáticas, se le antojaban acontecimientos de otra vida. Tomó el examen de Al y fingió leerlo.

— Has hecho un buen trabajo. Te felicito.

— Y yo se lo agradezco… ¡Ah! Y mi hermana también.

La mención de la chica, si que ató sus pies en la realidad. Pudo ver a Alphonse sacar una caja de almuerzo de su mochila y la colocó sobre el escritorio de Mustang.

— Mi hermana se lo envía —explicó en menor—. Me pidió que dijera que ella lo preparó para usted, pero lo cierto es que lo compró en una cafetería camino a acá, ésta mañana. Pero, ante todos “lo hizo ella misma” —su voz revelaba un tono travieso. Sacó una leve sonrisa del moreno—. Así que si se lo pregunta, le he dicho que mi hermana lo preparó, cosa que sí hice, pero omita el hecho de que también la desmentí.

Alphonse hablaba con naturalidad y gracia. Roy no pudo evitar olvidarse de sus problemas y reír un poco. Abrió la caja y encontró un postre de mango y merengue que se veía delicioso.

— ¿Espera que crea que me preparó un postre de mango esta misma mañana, antes de ir a trabajar?

— Le advertí que mi hermana es rara —respondió en medio de una risa divertida.

Roy  observó los ojos de Alphonse. No comprendía como había pasado los días anteriores fingiendo ser un aburrido y odioso chiquillo, cuando tenía una sangre tan liviana que Mustang esperaba verlo rodeado de amigos en poco tiempo. Y a juzgar por la perfecta sonrisa de Alphonse, también atraería a las chicas de la escuela. Viéndolo bien, era un joven muy apuesto.

— Dale mis saludos y agradécele por mí —dijo evocando una sonrisa.

Alphonse estaba a punto de retirarse, pero antes de partir, le lanzó una extraña mirada a Roy que él no supo como interpretar. Parecía que el chico diría algo más, pero prefirió callar y desaparecer después de un simple “hasta luego”.

Roy se quedó mirando la puerta por la que Al salió, cuando la profesora Nortier se acercó hasta él.

— ¿Le has dado tutorías? —preguntó ella mirando la caja que contenía el postre.

Mustang se volvió para ver a la mujer de cabellos castaños.

— Acaba de mudarse a junto a mi casa. Fui a su casa por motivos personales pero terminé ayudándolo a estudiar.

— ¿Motivos personales? —preguntó con picardía—. Seguro se refiere a su hermana mayor ¿verdad? No olvidé que soy su maestra de planta.

— ¡No te interesa, Sofía! —le dijo en un tono contundente.

— ¡Que grosero! —ella fingió ofenderse y volvió a su escritorio.

 

*   *   *

 

Las clases por fin terminaron. Mustang no soportaba más el cansancio. Lo único que quería era llegar a su casa y dormir toda la tarde. Estaba cruzando la puerta de la escuela, junto a decenas de adolescentes que también corrían a sus hogares. A penas al salir, su teléfono comenzó a sonar.

— Hola—respondió colocándose el celular en la oreja.

— Buenas tardes, profesor —inmediatamente, reconoció la voz de Riza Hawkeye—. Ese saco negro le sienta muy bien.

Roy buscó con la mirada y no tardó en localizar el Honda Civic de Riza, pudo verla a ella saludándolo con la mano desde el auto, cruzando la calle. El profesor no tardó nada en llegar hasta ella.

— ¿Qué tal? –dijo Roy en un tono coqueto, colgando el teléfono e inclinándose sobre la ventanilla.

— Bueno, pensaba que podríamos salir esta tarde. Han cancelado una junta y tendré tiempo libre.

Complacido, le dedicó una mirada satisfecha.  Instintivamente, vio al interior del auto y pudo ver a Alphonse sentado en el asiento el copiloto, enviando mensajes de texto.

— ¿Te parece si paso por ti a las seis? —propuso Mustang.

— Claro que sí. Lo espero.

Riza se marchó inmediatamente después. Roy creía que le emocionaría más la idea de salir con ella, pero no fue así. Tal vez por que ya tenía altamente explorada la zona del flirteo. Se encaminó hacia su auto, un Nissan Versa, aparcado a tan sólo unos metros.

 

*   *   *

 

Roy  le abrió la puerta de la cafetería a Riza. Ella entró, luciendo un vestido azul y unas zapatillas negras de tacón alto. Se veía atractiva y sus largas piernas atrapaban la mirada de Mustang. De hecho, al caminar, estaba más concentrado en contemplar el trasero de la chica que ver en dónde ponía sus pies.

Escogieron una mesa junto al ventanal. Como todo un caballero, le ofreció la silla a Riza, y tomó asiento frente a ella. Un joven se apresuró a ofrecerles el menú, esperó pacientemente a que los comensales decidieran su orden.

— Creo que ordenaré  ravioles rellenos y una margarita —dijo Riza.

— Para mí ternera asada y un whisky —dijo Roy entregándole el menú al chico.

El muchacho desapareció dejando a la pareja a solas.

— Me sorprende que hayas encontrado tiempo. Al me informó de tu ocupada agenda —comentó Roy.

— Este trabajo me está matado. Pero vale pena.

— ¿Hace cuanto que trabajas ahí?

— Cuatro años, pero comencé en otra ciudad.

— ¿En tu ciudad natal?

— ¡Claro que no! —exclamó Riza con una mueca de desagrado—. Venimos de un pueblo olvidado que ni siquiera quiero mencionar.

Roy sentía algo de curiosidad de saber cómo es que Riza había terminado cargando con su hermano, pero supuso que se trataba de una trágica historia y no tenía el valor de preguntarlo, sin embargo, Hawkeye habló por su cuenta.

— Mis padres crecieron en ese pobre pueblo. Tenía que viajar dos horas cada día para ir a la universidad.  Me habría gustado ir a una mejor escuela pero ellos no podían mantenerse y Al era sólo un niño. Cuando me mudé, decidí llevar a mi hermano conmigo.

El mesero llegó con las bebidas y las dejó frente a cada uno. Riza tomó su copa y se la llevó a los labios para darle un sorbo.

— ¿Por qué lo hiciste?

— Porque de haberlo dejado ahí, jamás hubiera querido salir de  esa granja, como pasó con mis padres. Ellos deben estar sentados en sus mecedoras justo ahora, mirando el campo —ella se calló cuando sintió que ya había hablado demasiado—. ¿Qué hay de ti?

—  Mis padres se fallecieron hace tiempo. Mi madre cuando yo era un niño y mi padre hace seis años, gracias a la leucemia. Deberías agradecer que los tuyos puedan ver el campo que tanto aman.

Riza se sintió avergonzada y, de igual manera, Roy se reprendió mentalmente por haber dicho eso. Se suponía que sería una agradable cita. En pocos minutos, el mesero entregó sus respectivos platillos.

Roy levantó su vaso de Whisky.

— Señorita, propongo un brindis por la vida —dijo con una cautivadora sonrisa, a lo que Riza respondió con una mucho más natural.

 

*   *   *

 

Alphonse salió al patio trasero, para acomodar la mesa de jardín bajo la sombra del abeto en el centro del patio. Le gustaba sentarse a tocar el bajo al aire libre y ese parecía un buen lugar. Decidió volver a la casa por su instrumento, pero al subir las escaleras porche trasero, notó que podía ver desde allí el jardín de Mustang.

Saltaba a la vista el hecho de que en algún tiempo tuvo a alguien encargado de cuidar el jardín. Había una variedad de especies de flores esparcías estratégicamente para dar a agradable vista a la lugar, pero ahora estaban invadidas por hiervas y florecillas silvestres. El camino con piedras que atravesaba el patio, casi no se veía por la maleza; y la fuente y la banca de piedra, estaba ahora cubiertas de excremento de pájaro.

Su hermana no tardaría en llegar con su vecino, así que lo mejor sería esperarlos en el jardín de enfrente, para asegurarse de que Riza fuera directamente a su casa. Sí, Al quería que su hermana volviera a tener una vida social, pero entre eso y aceptar que ella se acostara con  quien sería su profesor, había mucha diferencia.

Se sentó en las banquitas de bambú que lucían en el porche de la casa y se dispuso a tocar el bajo. Como lo esperaba, el Versa blanco de Roy llegó en poco tiempo, y vio a dos personas bajar del auto. Se alegró al ver que ni siquiera se detuvieron  a pensar en la idea de ir a casa de Mustang. Se acercaron entre risas, hablando de cosas que Al no alcanzaba a escuchar. Cuando llegaron al porche, lo saludaron alegremente.

— Vaya, veo que no mentías al decir que tocabas al bajo —comentó Mustang, tomando asiento junto a él.

— Es muy bueno con la música —respondió Riza, sentándose en el brazo de la silla que su hermano ocupaba.

Al sonrió. Le gustaba que apreciaran su música.

— ¿Por qué no sigues tocando? —le invitó Mustang mirando los dedos de Alphonse, sobre las cuerdas del bajo, con interés.

— Intentaba componer una canción en la que trabajo…, pero aún no está lista —dijo Al. Roy se sorprendió al escuchar que también componía—. Pero tocaré otra cosa de todos modos.

Al comenzó a tocar ¡Por supuesto que Roy conocía esa canción! Mustang lo observaba fascinado. El chico obviamente era hábil. El flequillo castaño cubría los ojos de Alphonse, por lo que Roy reparó en  los labios del muchacho. Eran rosados y delgados. Miró los labios de Riza, pero se vio obligado a regresar su atención a los de Al.

— Lithium, de Nirvana —atinó Roy, cuando creyó necesario hablar para distraerse.

Al dejó de tocar al escucharlo.

— Aplausos, señores —se alabó Alphonse  con una cómica voz imitando a una verdadera estrella, y dejándose de juegos, prosiguió—: La música es mi vida ¿Cómo podría alguien vivir sin ella?

— ¿Por qué no se lo explicas, Roy? —escuchó aquella voz que no le había dejado dormir la noche anterior.

Edward Elric, otra vez.

Alarmado, Roy encontró al rubio, de pie justo detrás de Alphonse. Mirándolo como si le divirtiera jugar con su cordura.

— Explícale que ese alguien con total desagrado por la música, no vive ya. Y dile también el por qué.

Roy alternó la mirada entre Riza y Alphonse que parecían no ver ni oír nada de lo que él sí ¿Por qué sólo él podía verlo? 

— ¿Quieres tomar algo?  —le ofreció, Riza.

Pero Roy no dudó en negar con la cabeza.

— Discúlpenme, pero tengo que irme ya. Buenas noches.

Sin esperar respuesta salió apresuradamente del jardín de los Hawkeye. Edward le siguió de cerca, caminando como una persona normal.

— ¿En qué demonios estás pensando? —preguntó Roy cuando se hubo alejado lo suficiente de los hermanos.

— No creerás que me voy a quedar con los brazos cruzados viéndote coquetear con él.

— ¡Deja de decir eso! Ese chico ni siquiera me interesa –exclamó, cuidándose de no subir el tono de su voz.

— Tampoco yo te interesaba —alegó, Edward.

Roy abrió la boca para seguir discutiendo con él. Para entonces ya habían llegado a la puerta de su casa.  Pero el sonido de unos pasos apresurados le hicieron callar. Se giró y pudo ver a Alphonse corriendo a toda prisa hasta él.

El castaño llegó juntó a él. En su mirada se advertía algo de preocupación. Roy no hizo más que mirarlo atentamente, un poco desconcertado por el hecho de que Al lo hubiera alcanzado y sin saber para qué.

— Señor Mustang —dijo el menor— ¿Esta bien? Mi hermana se preocupó un poco.

A Roy le enterneció un poco el escucharlo. Su rostro se suavizó y le dedicó una dulce sonrisa.

— Todo está bien. La verdad me cayó un poco mal la comida. Eres astuto, invéntale algo menos vergonzoso.

Y Alphonse, un poco más tranquilo, le sonrió mostrando sus blancos dientes. Asintió, sin  desviar la penétrate mirada de los ojos de Mustang. Por un instante, Roy se olvidó de la presencia de Ed.

— De acuerdo. Buenas noches, Roy —la mirada del muchacho, al decir estás palabras, fue algo afectuosa. Después de eso,  Al regresó juntó a su hermana, mientras Roy lo seguía con la mirada.

— ¿Y qué  carajo fue eso? —cuestionó Edward, calcinando a Roy con la mirada. A Mustang, un escalofrío le recorrió la piel al sentir como la temperatura disminuía considerablemente—. ¡Te ha llamado por tu nombre, maldita sea!

Roy abrió la puerta y entró a su casa.

— Por favor, no ha sido nada. Tranquilízate. Solo me dio las buenas noches.

¿Por qué estaba excusándose con él? Roy no tenía por qué rendirle cuentas a Edward.

Mustang subió hasta su habitación y se metió en la cama. Seguía demasiado cansado y,  por su cita con Riza, no pudo dormir como tenía planeado… Entonces se dio cuenta de que había tenido una cita con ella y a Ed no le importaba en lo más mínimo ¿por qué, entonces, se ponía tan eufórico solo por que intercambiaba unas palabras con Alphonse?

Sintió el peso de una persona, sentándose en su cama. Al abrir los ojos, pudo ver a Edward. Parecía más calmado, incluso le sonrió. Roy no pudo evitar sonreírle también. Edward se recostó en la cama junto a él, mirándolo atentamente. Permanecieron en silencio un largo rato, tendidos frente a frente.

Roy tuvo la misma sensación de hace algunos años, cuando descansaban en esa posición después de haber hecho el amor. Los dorados ojos de Edward, le  brindaban una paz inexplicable.

— Déjame dormir contigo —le pidió Edward.

— Sabes bien que podrías dormir junto a mí, cada noche de mi vida.

Roy tuvo el impulso de besarlo, pero sabía que no podía tocarlo y no quería que Edward se apartara de ahí. Pronto, Mustang se quedó dormido, y lo ultimo que vio, fue la dulce sonrisa de Edward.

Notas finales:

Díganme lo que piensan ¿sí?

Entre el trabajo  y el hogar no hay demasiado tiempo, así que si notan algunos errorcillos por ahí, perdónenme c:

Gracias por leer!       


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