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El Regreso de los Escorpios por Nikiitah

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XIV.- El inicio del fin

 

El silencio se hizo presente. Asmita revisaba cada 15 minutos la temperatura de Kardia, intentando ignorar la mirada de Deuteros, sabía que le debía algunas respuestas, pero ahora no era el momento. Si Kardia moría, el alma de esa persona también y eso no lo iba a permitir. Mientras tanto, Aspros se mantenía en una batalla de miradas contra Degel, ninguno de los dos se alejaba de Kardia, que lucía pálido. Un quejido fue lo que rompió el incómodo silencio, cuatro pares de ojos se encontraban fijos hacia Kardia que tenía los ojos abiertos y miraba algo desorientado el lugar. Degel se acercó a él y le tomó la mano. Tocó suavemente el pecho de Kardia sintiéndose aliviado cuando la temperatura disminuyó.

— ¿Qué pasó? — gruñó Kardia, se incorporó con lentitud y miró a los presentes — ¿Y Manigoldo?

— Está con Albafica — susurra Deuteros acercándose a ellos — ¿Cómo te sientes, hermano?

— Algo pesado... — se estira un poco y mira a Aspros — Anda junto a Deuteros hacia el Reino del Fuego, necesito que el Fénix esté frente a la estatua de Hades. Usa como carnada a la mujer.

— Pero...

— ¡Joder Aspros! No me voy a morir si no estas ¿verdad Deu?

— Prefiero ser un testigo silencioso — comenta con una sonrisa — Llamaré a Manigoldo.

— Nah él ya va a venir en cualquier momento ¡vayan de una vez! — ordenó, ambos asintieron y salieron sin chistar.

— Kardia... — susurra Asmita. Kardia lo mira con aburrimiento y asiente perezosamente. Solo necesitaba decir el nombre de su amigo y luego la orden, él lo escucharía aunque estuviera a kilómetros de distancia.

— Manigoldo trae el alma — susurra, al instante una energía aparece rodeando a Asmita, para luego desaparecer.

— ¿Eso fue todo? — Asmita se levantó y miró por todos lados — ¿Dónde está?

— A tres puertas de aquí... — el rubio corrió hacia la puerta, pero antes de salir Kardia volvió a hablar — Cuando lo encuentres vayan hacia el Earthland y no regresen por nada en el mundo...

— ¿Por qué?

— Sólo obedece y no preguntes.

Al quedarse sólo con Degel se relajó por completo. Una mueca de dolor se dibujó en su rostro. El corazón le dolía, si seguía así era posible que no sobreviviese esta noche. Degel lo miraba sin emitir ningún sonido, el hielo ya no funcionaría ahora que Kardia no tenía fiebre, era una lucha interna que sólo él debía vencer.

 

— Muy pronto Kagaho regresará al Reino del Hielo. Si no me equivoco, la unión con su otro yo, ya está en proceso. Tal vez éste sea el final así que quiero que vayas al Earthland como lo planeamos.

 

— ¡No lo haré! — replicó — Estamos juntos en esto Kardia.

 

— Ya perdí a mi hermano e hijos, no me arriesgaré a perderte a ti también.

 

— Kardia... sabes que...

 

— ¡No Degel! — se levantó con brusquedad agarrándose la cabeza con ambas manos — Quiero que huyas, si... — se detuvo al sentir unos labios sobre los suyos.

 

—Ya es muy tarde ahora Kardia, estamos juntos en esto...




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Asmita corría con toda velocidad hacia la habitación donde se encontraba Atla, el último sobreviviente de su pueblo natal, un muchacho de trece años que lo había sacado de su solitaria vida y que había sido secuestrado por Aspros y Kardia hace ya un año atrás. Si en ese momento no hubiera sido tan débil jamás habrían secuestrado al muchacho. Aún podía recordar cómo Aspros sostenía el frágil cuerpo del menor que estaba inconsciente y se lo llevaba en brazos. Sentía odio a ese hombre, deseaba poder zafarse de las cadenas que lo retenían pero cada vez que se movía, podía sentir como éstas se ceñían a su cuerpo, logrando rasgar la delicada piel.

 

— ¿Por qué hacen esto? —susurró agotado, Kardia que estaba más cerca de Asmita colocó uno de sus dedos bajo la barbilla para obligarlo a ver hacia arriba y habló con frialdad.

 

— ¿Por qué no? tú tienes el poder que necesito para alertar al oráculo.

 

—¿Por qué simplemente no me lo pediste? —Kardia soltó una fría carcajada y lo soltó.

 

— Escucha niño, no nací ayer. Sé muy bien que tú te hubieras ido al reconocerme.

 

— Soy ciego, has perdido tu tiempo.

 

— ¿En serio? —la burlona voz de Kardia no le dio más opción. No podía simplemente mentirle, el hombre que lo tenía atrapado sabía más de lo que aparentaba— Entonces te daré un pequeño obsequio, para que sepas lo misericordioso que soy.

 

Lo que una vez fue oscuro empezó a iluminarse. Asmita cerró con fuerza sus ojos y los abrió de nuevo, solo para darse con una sorpresa… ¡Podía ver! Miró hacia Kardia que le sonreía con diversión y se estremeció, había visto su rostro en sus sueños, aunque ya lo había sentido, era muy diferente verlo. Desvió la mirada tratando de no ver los ojos, había escuchado de sus superiores que si los veía podría llevarlo a la locura.

 

— ¡Atla! —gritó al ver al muchacho en brazos de un hombre más alto que Kardia, los cabellos eran azules pero empezaban a oscurecerse— ¡No lo toques! ¡Haré lo que me pidas Kardia!

 

— ¡Vaya! el muchacho por fin está cediendo —la voz burlona del otro logró irritarlo, Kardia miró a Aspros con una sonrisa y negó con la cabeza.

 

—Tranquilo Aspros, veamos… —giró a ver a Asmita y se acercó hasta quedar a unos centímetros de su rostro, por instinto, el rubio cerró los ojos— Tu vista solo estará hasta el día que cumplas tu misión, y cuando lo hagas, ese muchacho volverá a abrir los ojos.

 

— ¿Qué le hiciste? —susurra con rencor— Solo le quitaron el alma —Asmita abrió sus ojos con horror viendo los de Kardia, en ese momento deseó jamás hacerlo.

 

Nunca entendió los motivos de Kardia, en realidad hasta ahora no lo hacía. Para Asmita, él era el hombre más extraño que había conocido, siempre tenía una sonrisa maliciosa en su rostro, pero sus ojos, a pesar de mostrar el infierno estaban sin vida, y lo demostró cuando le informó sobre su misión. Kardia le había ordenado matar a Milo, Camus y sus hijos, algo extraño ya que desde que estaba al lado de ese hombre solo había mostrado el amor que sentía por ellos. Incluso hay quienes decían que anteriormente su hermano era el talón de Aquiles de Kardia.

 

— ¿Asmita?

 

Levantó con sorprendido la cabeza al escuchar la voz de Atla, el muchachito estaba despierto, pero mantenía sus ojos cerrados, en ese momento temió lo peor, acaso Kardia…

 

— No puedes ver… —no fue una pregunta, él ya sabía la respuesta.

 

— No… —Atla sabía que el rubio se culparía por ello, se levantó con cuidado de la cama donde desde hace un año dormía y tomó entre sus pequeñas mano el rostro del mayor— Asmita… no te acongojes, debemos salir de aquí ¡Rápido!

 

— ¿Cómo…?

 

— Kardia te lo dijo ¿no? debemos huir al Earthland antes de que sea tarde.

 

— No entiendo…

 

— Asmita, te has acostumbrado a ver a través de tus ojos que ahora no lo puedes hacer con tus otros sentidos. El oráculo me ha hablado, el fin del hielo y el fuego ha llegado.

 

— Imposible… —susurra ahora las cosas tenían sentido.

 

— ¡Asmita!

 

— Ya voy… —levantando en brazos a Atla, el rubio empezó a correr hacia el barco que lo llevaría a las tierras del humano.

 

Si tan solo hubiera visto a través de las acciones de Kardia. Ésta ya no era más su lucha.




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— ¡Te dije que es muy peligroso Degel! ¡¿Por qué no entiendes?!

 

Kardia estaba perdiendo la poca paciencia que tenía, pero ¡Joder! Degel si que era testarudo. Cuando se esforzó por salir rápidamente de la habitación,  antes de que pudiera agarrar el pomo de la puerta, pero ésta fue presionada para cerrarla ante él.

 

— ¡¿Qué?! —sintió como lo jalaban y un momento después se encontró echado boca arriba sobre la cama— ¿Degel? —cuando intentó levantarse, Degel lo montó como a un caballo, presionándolo con todo el peso de su cuerpo.

 

— No me moveré hasta que me permitas quedarme a tu lado.

 

—Por mi no hay problema Degel —la sonrisa burlona que le dedicaba al principio lo había confundido, más al sentir la dureza de Kardia el rojo invadió su rostro.

 

— ¡Pervertido!

 

— ¡Ey! yo no te obligué a que te montaras sobre mi entrepierna —su sonrisa se amplió más al ver el rostro de Degel todavía más rojo que antes— Ahora que ya está despierto necesita aten... ¡Ay!

 

Degel lo golpeaba con una de las almohadas con fuerza, si Kardia no hubiera estado cubriéndose el rostro se hubiera percatado de la sonrisa que tenía.

 

— Idiota...

 

— Pero aún así amas a este idiota... —Degel no respondió, solo se limitó a moverse un poco, provocando que Kardia volviera a gemir. Sintió un calor correr hasta su entrepierna trazando el contorno de su miembro a través de la ropa interior.

 

— Kardia —jadeó el nombre de su esposo, que desesperado empezó a quitar la ropa del menor.

 

Las telas empezaron a desgarrarse por la fuerza que empleaba. Kardia no esperó más y empezó a recorrer la lechosa piel con sus labios, marcando con sus dientes cada parte de la anatomía de Degel, era tan suave, tal y como la recordaba. Sus manos recorrían el cuerpo de Degel con gran desesperación como si fuera la última vez que lo tocaría. Tal vez así era pero no deseaba adivinar ahora su futuro, se detuvo un poco para contemplar el cuerpo desnudo de Degel encima suyo y una sonrisa lobuna apareció. Sin delicadeza alguna agarró el miembro de Degel y la apretó con fuerza, éste jadeó suavemente al ser agarrado sin la menor vacilación, logrando que la sonrisa de Kardia se ampliara. Su otra mano libre se dirigió hacia los glúteos, donde apretó con fuerza. Un dedo presionó su entrada en el interior apretada y dolorosamente, a pesar de estar húmedos.

 

— Algo me dice que prefieres estar abajo —se acercó al oído de su esposo y susurró— Pídelo... sino... no me moveré...

 

— Entra... —susurra bajito, Kardia sonrió divertido ante la petición pero aún así no lo hace.

 

— ¿Disculpa? no te escuché bien...

 

— ¡Joder Kardia! ¡Entra de una puta vez! ¡Mételo ahora! ¡lléname con tu esencia!

 

— Así me gusta...  quiero que grites —la voz de Kardia parecía hipnotizar a Degel, cada vez que las palabras salían de sus labios sentía que debía obedecerlas sin objetar.

 

— ¡Kardia! —suplicó con las mejillas más rojas.

 

— ¡Joder Degel! ¡Aguanta! —Kardia presionó su dedo más profundo y a la fuerza expandió el estrecho pasaje.

 

— K-Kardia —empezó a lloriquear Degel cuando el peliazul tocó su próstata. Su respiración quedó atrapada en su garganta mientras los dedos entraban y salían de su interior— ¡Kardia! ¡Te juro que si no entras yo mismo me autopenetro!

 

— Y uno que quiere ser delicado —murmura Kardia, de un solo movimiento ambos cambian de posiciones, quedando esta vez Degel debajo de Kardia— Entraré...

 

— ¡Al fin! ¡Ya pensaba en...! Kardia no esperó a escuchar las palabras de Degel, lentamente presionando y se situó dentro del peliverde, quien apretó los dientes al sentir el dolor y placer por ser llenado por Kardia.

 

Un estremecimiento indescriptible recorrió su espalda y empezó a mover sus caderas. Las estocadas fueron suaves y certeras, pero mientras más entraba y salía Kardia empezaba a perder el control de sí mismo, embistiendo con rapidez y fuerza. El cuerpo de Degel pedía ser tocado y marcado y eso era lo que Kardia no desaprovecharía, sus dientes fueron a la sensible piel del cuello donde mordisqueo y succionó con fuerza, dejándole una marca que sabía, más tarde se volvería morada. La habitación empezó a escucharse por los gemidos de placer por parte de ambos, ninguno de los dos se detendrían hasta saciar por completo su apetito sexual.

 

— ¡Haa...ah...! —el abrasador miembro hinchado por el deseo continuó penetrándolo, y su mente se puso nebulosa después de todo.

 

— Mierda, creo que voy a... —el ritmo de las estocadas se hizo aún más violento, y sus sentidos no podían mantener el ritmo. el punto donde se unieron estaba resbaladizo y ajustado, pero difícilmente podía sentir— ¡¡Ah...ah-ah...!!

 

Kardia empujó más profundo, llenando el interior de Degel con su semen caliente, mientras que él se corría en su mano y de paso sus vientres. Agotado y aun agitado se dejó caer en el pecho de Degel que lo recibió gustoso.

 

— Entonces... —jadea, Kardia que había cerrado los ojos, gruñó en respuesta— ¿Me... dejas... quedar?

 

— Aunque te diga que no, lo harás —masculla cansado. Degel si sabía cómo convencerlo.

 

— ¿Te dije que te amo? —dijo emocionado al lograr su cometido.

 

— ¡Déjame dormir! —gruñó, pero aun así sonrió al sentir los labios de Degel sobre su cabeza.




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Debía admitir que el jardín era lo mas hermoso del lugar, las flores de varios colores, y sobre todo… ¡la vida que había! recordaba que en El Reino del hielo, lo único con vida, a parte de sus habitantes, eran algunos animales. Por eso, al ver el bello paisaje lo llenaba de asombro. Una pequeña sonrisa se asomó en sus labios, era el paraíso. Camus estaba consciente que actuaba como un niño, ¡pero no podía evitarlo! estar en un lugar que no fuera el país del hielo era un sueño. Un suspiro salió de sus labios cuando observó las bellas aves.

 

— Es la primera vez que te veo sonreír Camus —la voz de Krest lo sobresaltó— ¿Tu suspiro tiene nombre?

 

— Maestro Krest… —susurra— Tal vez…

 

— Siempre creí que seguirías enamorado de Kardia… después de todo ¿no fue tu primer amor?

 

— Creo que tan solo fue una ilusión de mi corazón —giró su cabeza para mirar hacia donde se encontraba Milo, que ya estaba peleando con Zaphiri— Por cierto… ¿Cómo es posible que estuvieras vivo?

 

— Es una larga historia, además… —se queda callado al ver a Zaphiri, hacerle una llave a Milo— ¡Zaphiri! ¡compórtate!

 

Krest a diferencia de Zaphiri, no era tan alto, apenas y le llegaba a la altura del pecho, pero cuando se enojaba podía ser el hombre más temible que haya conocido y eso lo sabía Zaphiri. El hombre de cabellos oscuros y mirada feroz, soltó a Milo que cayó sobre los arbustos y desvió el rostro avergonzado.

 

— Tsk —chasqueo la lengua y ayudó a levantar a Milo, que ya empezaba a quejarse— Estaré hablando con el muchacho…

 

— Maestro… —susurra algo extrañado Camus, Krest que voltea a mirarlo suspira.

 

— Lo siento… debo vigilar a ese hombre, ¡es como un niño! —exclama— Bueno, respondiendo a tu pregunta, fui elegido por el nuevo oráculo hace mucho tiempo.

 

— No entiendo ¿por qué lo elegiría?

 

— Yo tampoco sé con exactitud porqué me eligió, pero para el oráculo yo soy el representante del hielo y Zaphiri del fuego, aunque él tiene un buen motivo.

 

— ¿Eh? ¿cuál? —Camus esperó por la respuesta pero Krest no se la dijo. Aunque tampoco insistió.

 

— Creo que deberías intentar hacerlo de nuevo.

 

— ¿Disculpa? —Krest sonríe levemente y lo mira.

 

— Sé que Dohko interrumpió su pequeño momento, lo ha hecho anteriormente.

 

— El señor Zaphiri es su pareja ¿verdad?

 

— Tal vez… pero deberías seguir mi consejo, ahora Dohko no está —el viento empezó a soplar con más fuerza, y fue ahí que Krest se dirigió hacia donde Zaphiri estaba discutiendo de nuevo con Milo.

 

Decidió seguir su consejo, aunque su prioridad era también ver sobre la salud de sus sobrinos, en verdad deseaba tener un momento íntimo con su pareja. Agarró el brazo de Milo para arrastrarlo hacia dentro del castillo de Arkhanta y poder terminar lo que dejaron inconcluso.

 

— Me has sorprendido —susurra cerca de su oído Zaphiri, Krest se estremeció y giró a verlo.

 

— ¿Por qué? —el más alto lo toma de las caderas y muerde levemente su cuello.

 

— Me sorprende que hayas motivado a tu sobrino, aunque… yo también lo hice con el mío.

 

— Mmmmm eso significa que todo está yendo como fue escrito…

 

— Sí… pero ¿qué te parece seguir tu propio consejo y nos divertimos un poco?

 

Krest sonrió con diversión y se mordió el labio inferior aceptando silenciosamente la propuesta.




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Milo se encontraba algo nervioso, Zaphiri sí que sabía cómo alterarlo ¿y quien no lo estaría? jamás en su vida había tenido sexo porque aun en su mente tenía la imagen de su padre y Arles. Pero aún así sentir la suave piel de Camus sobre la suya le estaba enloqueciendo. Soltó un suspiro hasta que se percató de un pequeño detalle, la razón por la cual estaba tan incómodo era porque se encontraban en la habitación donde durmió con Camus. Incapaz de controlar su nerviosismo decidió romper el extraño silencio.

 

— Oye Camus, tienes razón ¿por qué no vamos con los niños?

 

— ¡No! quiero hacerlo ¡Ya!

 

— ¡Cam…! —el muchacho prácticamente se había arrojado encima suyo, como pasó hace unas horas atrás.

 

Las manos del peliazul, empezaron a acariciar el cuerpo de Camus, intentando recordar cada milímetro de la suave piel que había recorrido, intentando retomar donde se había quedado. Alzando la minifalda de la túnica apretó con algo de fuerza los redondos y suaves  glúteos de Camus que gimió bajito al sentir el contacto, una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios y recorrió con sus manos el pecho de Milo. Sus labios volvieron a encontrarse, las manos de Milo desataron la cinta que sostenía la túnica y se colaron debajo de ella, pellizcando los rosados pezones, que se pusieron erectos. El galo podía sentir la dureza de Milo. Moviéndose un poco  intentó provocarlo, otra vez.

 

— En serio me vas a matar un día de estos —susurra con diversión. Con un movimiento rápido cambian de posiciones, quedando Camus debajo suyo.

 

— Ahora me tienes —susurra, Milo acarició los labios de Camus con sus dedos, y se acerca a besarlos. Entrelazando de paso sus lenguas. Sujetó las muñecas del galo por encima de su cabeza y baja con lentitud por la blanca piel del cuello— Nngh… ammm…

 

Sus piernas se enrollaron en la cintura de Milo sintiendo la dureza de éste chocar contra la suya. Las ropas empezaron a estorbar para ambos que ya se encontraban completamente excitados con unos pequeños roces. Camus atrajo los labios de Milo hacia los suyos y degustó de ella con lentitud. El peliazul quitó cada prenda sin separarse del galo hasta dejarlo completamente desnudo, el cuerpo de su amante pedía a gritos por un poco de atención, pero decidió torturarlo un poco más.

 

— Mmmm —aspira el suave aroma de Camus dejando algunos mordiscos en su cuello, siguió bajando por los rosados pezones lamiéndolos en círculos hasta dejarlos completamente erectos.

 

— ¡Milo! —gimió Camus, sorprendiéndose al saber que tenía zonas sensibles. Tomó el rostro de Milo y con una pícara sonrisa susurra— Tómame.

 

Una corriente recorrió el cuerpo de Milo al escuchar aquella erótica petición, Camus simplemente era la sensualidad hecha hombre. Sus manos acariciaron las largas y torneadas piernas, subiendo hasta los muslos volviendo a apretar los redondos y suaves glúteos. Sus dedos comenzaron a tantear la entrada para luego empezar jugar en el interior de Camus, entrando y saliendo, abriendo y cerrando, no importaba como lo hacía lo único que deseaba era poder complacer el cuerpo de su amante. Sus labios volvieron a poseer los de Camus mientras lo preparaba para meter su miembro ya erecto. Le dio vuelta apoyando el rostro de Camus contra la almohada, alzó las caderas y tomó su miembro con una mano y empezó a penetrarlo. Camus soltó un grito de dolor al sentir el pedazo de carne introducirse en él pero aún así dejó que Milo terminara de entrar.

 

— Ahhh —gritó con suavidad al sentir como golpeaba contra su próstata— M-Muévete… —pide apretando los puños en las sábanas.

 

Las embestidas empezaron a ser lentas, Camus trataba de acostumbrarse a las nuevas sensaciones que Milo le producía, su respiración empezó a agitarse, al igual que su corazón que no dejaba de golpear con fuerza en su pecho.

 

— M-Más… Milo… más… —el interior de Camus se contrajo deliciosamente, apresando su pene entre aquellas paredes internas.

 

—Aggghh… —bramó excitado— ¡Qué estrecho eres!

 

Agarró con fuerza las caderas de Camus y empujó con más fuerza su miembro, entrando y saliendo, cada vez con más rapidez que el anterior. Los gemidos se volvieron gritos de placer, el pudor y la timidez de antes fueron reemplazados por la lujuria y pasión que ambos experimentaban.

 

— Quie…ro… verte —susurra bajito, pero aún así Milo lo escucha. Sin separarse de Camus le da la vuelta para que ambos quedaran cara a cara.

 

Milo alza las piernas de Camus, colocándolas encima de sus hombros, logrando que las estocadas se volvieron más profundas y certeras, y las uñas de Camus empezaron a recorrer por toda la amplia espalda marcándolo. No aguantando más tanto placer, Milo descarga toda su esencia en el interior de Camus, llenándolo por completo con su esencia blanquecina.

 

— Te amo —susurra Camus en el oído de Milo, éste se acerca a besa debajo de la oreja del galo y susurra.

 

— Yo también.

 

Notas finales:

Comentarios de la Autora:

¡¡Hola!! primero que nada, lamento la tardanza, estaba corrigiendo algunas cosas y como en casa me tenían de un lado a otro no pude publicarlo uwu

En fin, gracias por tomarse su tiempo de leer y no olviden dejarme un reviews para saber si les gustó o no. SOLO CRÍTICAS CONSTRUCTIVAS.

Se despide Nikiitah.


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