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Academia Namimori por Vampire White Du Schiffer

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Notas del capitulo:

Hoy cuatro personajes mas 

Caso VII. Persecución Estudiantil

++++++

−¡Maldición! –mascullaba Hibari dando la vuelta a velocidad demoníaca. Imprimió más fuerza en el acelerador y el chillido del mecanismo llamó la atención de más de un oficial de tránsito. Y en seguida una loca persecución se dio. El automóvil era seguido por dos patrullas, Hibari iba por ellas y tres motocicletas iban tras Hibari ; la gente se quedó bastante intrigada cuando las vieron perderse a lo lejos de la autopista. De repente, las sirenas de aquellas patrullas se volvieron monótonas. Lo único que le importaba al terco pelinegro era ¿Rescatar? A su ¿Novio? Ahora que pensaba en sus razones de aquella loca expedición, se preguntaba esas dos cosas con extremo ahínco.

Y luego, después de haberse sumido en ello, se dio cuenta de que las patrullas y motocicletas habían desaparecido, después, mucho tiempo después, se habría de enterar que los policías fueron llamados a cumplir una misión, una muy diferente a la de imponer infracciones.

Entonces quedaron solos, el motociclista y el conductor drogado. El automóvil se volvió más exigente, quería perder de vista a su único persecutor. El chofer se metió a la concurrida avenida principal. ¿Acaso eso no era estúpido? Claro que lo era, pensó Hibari, quedaría atrapado en el pesado tráfico y allí acabaría la escena.

Estaba equivocado.

Las calles estaban aparentemente vacías, el tránsito era fluido y los semáforos no estorbaron en ningún momento al coche, pero sí, y mucho, al motociclista. La señal en rojo se encendía cada vez que Hibari ponía un pie en la línea. Cosa extraña.

Dentro del auto, Dino venía agarrándose de donde podía. El transporte daba piruetas exageradas y chillaban los neumáticos contra el asfalto. En un enorme brinco que el “bronco” pegó en el techo, se sobó y en un segundo de “intuición” su mente le gritó “Mira hacia atrás” y, aunque fue difícil por la circunstancias, logró ver perfectamente al último miembro del concejo preparatoriano, el amargado, ególatra, engreído, insoportable, lindo, tierno, inseguro, tímido, Hibari Kyōya.

−¡¡Kyōya!! –gritó en medio de una alegría tan enorme que podría haberle destrozado el pecho, sino hubiera sido porque esa sonrisa de dicha se transformó en extrema preocupación. Hibari estaba siguiéndolos, y Dino no sabía hasta dónde se iba a detener esta locura, tuvo miedo, muchísimo, porque algo llegase a sucederle a la persona que más amaba en este mundo tan monótono -¡No vengas! –se había volteado, quitándose el cinturón de seguridad, y golpeado el vidrio insistentemente, gritando y gritando una y otra vez el imperativo, Dino se las iba a arreglar. Eso deseaba decirle. El auto dio otra vuelta. El rubio se estrelló contra uno de los costados. Y vio cómo Hibari quedaba rodeado de una multiplicidad de limosinas negras con un logotipo que Dino reconocería en el mismo infierno. La marca, la insignia presente en pequeñas banderitas sobrepuestas al costado de los espejos, y pintadas en el capote de todas aquellas carrocerías pertenecía a…

Hibari fue detenido abruptamente por varias limusinas negras. Todas formaron un semicírculo que nadie, absolutamente nadie, ni policías ni civiles, interrumpió. El pelinegro tuvo que frenar de inmediato, quedándose viendo a cada móvil sin querer perder de vista su objetivo, desgraciadamente el automóvil meta era demasiado inteligente. Estaba aliado con estos sujetos que le detenían. No quedaba otra opción, paró por completo la motocicleta, poniendo su pie derecho en la carretera, mirando desafiante y obligando a todos a salir de sus escondites.

Y en ese instante, hombres vestidos con ropas grises aparecían de todas partes descendían de altos edificios, como una película protagonizada por Tom Cruise, al puro estilo “James Bond”

Comenzando a bordear una limusina en particular, la más elegante y la que ostentaba el orgulloso escudo en las puertas del orgulloso ocupante. Hibari sentía haber visto esa marca en algún lado. Y la persona causante de todo esto se hizo presente.

−¡Buongiorno! –saludaba un hermoso caballero de cabellos negros. Quitándose un sombrero e inclinándose en una leve reverencia digna y de porte elegante mientras mantenía una sonrisa de un verdadero rey -¿O debería decir, “Buen día”? –se incorporaba y colocaba el sombrero en su lugar. Las ropas de ese sujeto eran modernas y justas para su edad. Su mirada era sumamente astuta. Su cabello, le llegaba ligeramente más allá del borde del cuello y en cierta manera era ondulado. Su piel morena y sin marcas en sus brazos fuertes, se veían apetitosas pues la camisa a cuadros era tres/cuartos. Su pantalón de corte vaquero en color negro y botas color café, al igual que el sombrero (Que no era al estilo del oeste en su totalidad)

−¿Qué buscas? –preguntó oscamente sacando sus poderosas tonfas y mirándole asesinamente –estás estorbando en mi camino, apártate sí no quieres que te muerda hasta la muerte –amenazó sumamente seguro de sí mismo. A lo que el caballero de ojos malvados respondió con una media sonrisa.

−Oh, vaya, jamás pensé que mi querido Dino estuviera tan interesado en Japón por sus costumbres e ideas altruistas, está claro que no era eso lo que le mantenía aquí para postergar sus tareas en Italia… lamento decirte esto, mi estimado joven, pero el que está estorbando en el camino de otros eres tú.

Aquellas frías palabras carcomieron a velocidad increíble el corazón de hielo.

−¿De qué estás hablando? –preguntó sin querer, sabía por dónde iba dirigido todo esto.

−Estoy diciéndote que quiero que desaparezcas de la vida de mi hijo, yo, Primo Cavallone te lo ordena.

Mientras tanto, en el choche de la muerte (?) Dino estaba siendo batido peor que en licuadora. Cuando el automóvil se detuvo, no hubo más reacción que la obvia: un mareo estúpidamente insoportable. La portezuela del auto se abrió estrepitosamente, dejando ver al maniaco homicida, perdón, al chofer. Sus cabellos eran recios, cortos y de color negro. Sus ojos eran penetrantes y pequeños rubíes. Tenía una cicatriz en su rostro, cosa que le aumentaba la maldad. Su camisa blanca, su corbata floja y sus pantalones negros tuvieron que remembrarle inmediatamente a alguien.

−¿Qué buscas? –preguntó el rubio tratando de calmarse.

−Que te largues –dijo secamente, entonces Dino se dio cuenta de que estaban frente al aeropuerto, y una enorme escolta estaba a ambos lados de un sendero dibujado en alfombra roja.

−¿Perdón? –soltó sorprendido, ¿Qué no se trataba de un secuestro?

−Tal y como lo oíste –el mayor, pues lo era, le miró asesinamente, y esa táctica le causó un calofrío tremendo a Cavallone, y sólo en ese momento pudo reconocer a la persona que le había traído hasta ese lugar

−¿Pa-Papá-suegro? –Xanxus, el padre de Hibari Kyōya hizo acto de aparición.

−Ni en sueños dejaré que mi hijo siga saliendo con el estúpido miembro de Cavallone. Ya tuve suficiente la otra vez –se cruzó de brazos y le imperó pesadamente que siguiera su camino y tomase el avión.

*En la Academia*

Un guapo hombre de cercanos veinticinco años, de cabellos vainilla-ceniza, y ojos claros, llegaba a la sala del concejo estudiantil de la sección de preparatoria.

El presidente y vicepresidente estaban sobre el escritorio del primero antes de que escucharan tres leves golpes en la puerta.

−¿Quién molesta? –gruía Byakuran que estaba a punto de devorar un delicioso bombón que estaba en el ombligo desnudo de Mukuro.

−El hermano de Hibari Kyōya –contestó el ente detrás de la puerta.

*En el aeropuerto*

−No lo entiendo –decía Dino.

−¿Qué acaso eres estúpido? –Xanxus estaba cruzado de brazos y su ira se estaba aumentando considerablemente. El joven que tenía frente de sí estaba determinándose a no irse –lárgate y deja a Kyōya en paz.

−No, suegro –Xanxus casi le golpea sino es que Dino esquiva hábilmente terminando en el techo de su automóvil –no entiendo por qué interviene en mi relación con Kyōya –el que el rubio le llamase por el nombre, colmó la paciencia del padre y de inmediato sacó sus dos hermosas pistolas gemelas, negras, y le apuntó. Pero alguien llegó a impedírselo. Un hombre de cabellos largos y plateados.

−Es fácil, tonto joven –empezaba a decir aquel estudiante –porque sí no desistes de esta locura te demandaremos por estupro.

(N: para que se trate de estupro tiene que mediar engaño y algo más, no pregunten)

−Hunmmm me tiene sin cuidado –sonrió divertido el rubio –a mí háganme lo que quieran… -Xanxus meditó por un segundo y entonces respondió.

−Entonces, ¿Qué te parecería que algo le ocurriese a Kyōya? –Dino vibró

−No se atrevería a hacerle daño –casi podría asegurar. Pero es que para tener semejante control en el manejo desquiciado de esa tarde… Dino no podría jurar nada.

−Lo retiraré de esa absurda Academia a la que asiste, lo encerraré en alguna montaña si es necesario –Dino le creyó por completo.

−Kyōya me seguirá buscando

−¿Qué te hace estar tan seguro?

−Usted debió darse cuenta –dijo con renovada energía, si eso era lo que necesitaba. Recordar que su amado Hibari había salido en su búsqueda –el me siguió y me encontrará, y después de eso, escaparé con él hasta el otro lado del mundo –amenazaba increíblemente engreído, a lo que Xanxus pudo, nuevamente, burlarse de él.

−Tu padre está diciéndole la cruda realidad –dijo Xanxus. Dino casi pierde sus ojos de tan abiertos que los dejó. Su padre, el más sádico de todos los Cavallone en toda su historia ¿Estaba con su “tierno e indefenso” Hibari? Dino casi se arranca la cabeza de la desesperación que comenzó a sentir. De inmediato todos detectaron el deseo del rubio por salir de ese endemoniado lugar. Xanxus obtuvo una idea malévola –te dejaré que lo veas por una vez –Dino volteó a verle, incrédulo de lo que oía.

*Horas después*

            −Cavallone… -Hibari se encontraba con el rubio. Estaban ambos en el aeropuerto, mirándose fijamente. Dino tenía una extraña cara. Hibari había pensado que al verse, el rubio correría a abrazarlo y a decirle que todo estaba bien, pero eso no ocurría. El mayor de los hijos de Primo Cavallone mantenía sus manos cerca de sus costados. Y en un momento de normal mutismo, Dino fue bajando la cabeza lentamente.

            −Escucha… -dijeron los dos al unísono. Volvieron a callarse.

            −Deja que hable yo primero… -pidió Hibari, adelantándose al mayor –vi a tu hermano y Tsunayoshi me dijo que…

            −Hibari, ha sido un verdadero placer conocerte –le interrumpió de inmediato, el preparatoriano sintió una punzada en su pecho, un dolor inmenso al ser llamado por su apellido de aquella manera tan fría –y lamento tener que decirte que regreso a Italia, a mi verdadero y único hogar.

            −¿Qué estupideces estás diciendo? –dijo sin poder mantenerse calmado –he venido siguiendo toda esta idiotez para decirte que yo…

            −Me voy a casar, con la prometida que ha estado planeada desde que nací –eso fue todo lo que se necesitó para poder derrumbar a Hibari. Era como si un hermoso y fuerte castillo hecho para reyes, se estuviera destruyendo poco a poco y por un solo dedo ejerciendo presión, y cada pedazo caía ante el desnudo Kyōya, que tenía la mano agarrando su pecho, como si eso pudiera ayudarle a seguir de pie

            −¿Qué? –sólo logró articular aquella insulsa pregunta.

            −Hasta nunca, Hibari Kyōya.


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