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Academia Namimori por Vampire White Du Schiffer

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Notas del capitulo:

Travestismo! cantidades industriales de OoC!

Caso X. La Boda Se Consuma Con La Dama De Azul

Se habían lucido en los arreglos. Despertado temprano para poner todo en su lugar. Los lirios, las rosas, incluso el tonto ramo principal era una delicia. La dichosa novia se pulía en su arreglo personal, recibía ayuda de un par de sirvientas. Algo nuevo, algo viejo, algo azul. Oh, por dios. El liguero. Ya se imaginaba a su guapo esposo quitándolo y arrojándolo. Tal vez.

Propiamente el día era soleado. Sin ninguna dificultad en el cielo. Incluso parecía más azul que otros días. La apurada servidumbre perteneciente a Cavallone corría de lado a lado.

Que la iglesia, los invitados, que el caviar estuviese listo. Y un millar de cosas más estúpidas. Claro que eso era. Porque el novio no se quería casar.

Y ahora en la iglesia.

−Yo, Dino Cavallone, acepto –incluso la garganta le dolió. Y escuchó su alma pudrirse. Recordó todo lo que le dijo a su amado Hibari. A aquel celestial ser que seguiría amando durante toda su ancha vida. Agarró el anillo de oro, con incrustaciones en diamantes que había pertenecido a su bisabuela. Una joya digna de una Corona Italiana… o española, pensó la afortunada chiquilla.

Ni siquiera en la galante frase: “que hable ahora, o calle para siempre” hubo alguien que se apiadara de su pobre alma. No. El anillo estaba a punto de encajar en aquel dedo esquelético con manicure recién hecha.

El galante novio no podía echarse para atrás. Su padre, su sexy padre, permanecía a lado de su amante, con una sonrisa resuelta y llena de sarcasmo. Algo para nada raro en su carácter.

La multiplicidad de gente que abarrotaba la iglesia… vamos, ni siquiera a la mitad deseaba reconocer. Todos eran una horda de oportunistas o hipócritas cuyo único motivo para estar aquí era estrechar un lazo con el poderoso ente Cavallone. 

Aunque tal vez cosa como esa, poco importaba a estas alturas.

−Con esta sortija, bendeciré tus pasos –decía Dino, con centenares de ojos sobre su frente seria. Su entrecejo fruncido y sus labios agotados por el dolor – cuidaré de ti, y te… -aquí venía una de las partes más efímeras pero más representativas, donde debía decir “amar” pero claramente su corazón no estaba allí. Cerró los ojos con fuerza. Deseando con todo su ser que algo ocurriese.

Que algún asesino llegase a exterminarlo.

Algún buen terremoto categoría 9.

La muerte del papa.

¡Cualquier cosa!

−Yo te…

Y entonces. Como proveniente de los altos cielos.

−¡Que se detenga esta boda!

Dino viró la vista hacia la enorme puerta de la sagrada catedral. No pudiendo creer lo que veía.

Los invitados.

La novia. 

El Padre.

Primo Cavallone.

Todos tuvieron que cambiar la vista para enfocarse en la persona que arribaba apenas. Con el corazón agitado, con sudor perlando su frente. Teniendo un ligero temblor en las manos y en labio.

Más de un murmuro se elevó por el abovedado techo lleno de querubines. ¿Los guardias de seguridad? Durmiendo. Para esta persona no había obstáculo alguno. Más que el propio orgullo que se tuvo que tragar junto con su cereal esta misma mañana.

Primo se quiso incorporar para encargarse él mismo. Pero Alaude no se lo permitió.

−¿Qué rayos…? –empezó a preguntar, pero su mente cavilaba demasiado rápido –¿Acaso estás a favor de esto, Alaude? –usó esa vocecita que podría causar un tsunami. Tan imperiosa era.

Se llevó una mirada inexpresiva por respuesta.

Y miró de soslayo a la persona que estaba decidida a terminar con este error.

-¿Cómo osas intervenir en mi boda, maldita?

¿Eh?

Si, leyeron bien.

−¡Vengo a detener a este hombre, de cometer el error más grande de su vida! –declaró con voz de soprano.

−¿Qué?

−¡Vengo por el padre de mi hijo! –gritó a todo pulmón una bella mujer. Una de rasgos finos, boca delicada y silueta de Afrodita. Su vestido era blanco. Como el de una verdadera novia. Sus largos cabellos violeta estaban amarrados ese día en un bello peinado en forma de piña. Era alta, pero de menuda figura.

(N: Chrome)

−¿Qué, qué? –la novia sobre el altar no sabía a quién debería ver, si a su competencia o a su prometido que estaba tan petrificado como monumento.

La mujer se abrió paso sin dificultad por la pasarela. Levantando más de una ovación.

−Lo que oíste –se puso frente a la mujer, pero aún no subía los peldaños suficientes para tenerla a la par –. Vamos, Dino, amor mío –le extendió la mano diestra. Ah, esos preciosos ojos azules podrían hechizar a cualquiera –. Estoy dispuesta a perdonar tu intento de infidelidad con esta… apreciable señorita, si es que todavía se le puede llamar así.

−¡¿Cómo te atreves?! –bramó perdiendo todo el glamur que ostentan las de su clase –. ¡primero deberías de verte, maldita zorra!

−¡¿Zorra?! –se alteró la dama de cabello azul –¡De seguro debieron operarle los ojos a todos los presentes para pensar siquiera un momento en decirte bonita, estúpida mocosa sin acento español!

−¡Con mi acento no te metas, perra!

-¡Cállate, o te parto… el vestido que vale dos centavos de donde yo vengo!

−¡Tú que vas a saber de marcas!

−¡Lo mismo que tú sabes sobre la palabra inteligencia! ¿Te la han presentado, acaso? ¿O es que llegaste tarde a la repartición de cerebros, eh?

−¿Qué? –chillaron sus dientes.

−Kufu~ -se cruzó de brazos la sumisa e indefensa dama –. Dino, corazón –murmuró –, mejor dile a esta mocosa, ¿a quién quieres en tu cama? ¿Verdad que a mí?

Y entonces todos voltearon a ver, por primera vez en el encuentro, a Dino.

−… Yo…

−¿Ves? –ahora sí, la dama subió y se puso a lado de Dino para tomarle del brazo y acercársele como pareciendo una linda pareja –. Mi belleza le deja mudo.

−Es que yo… -dijo Dino.

−Será mejor que calles –le dijo bajito la dama azul al Cavallone.

−¡Si, cállate, Dino! ¡Esto es algo entre esta mujerzuela y yo! –terció Bianchi.

−¡Pero es que yo…!

¡Que te calles! –dijeron las dos mujeres al mismo tiempo.

Al rubio le recorrieron gotas de nerviosismo por la frente.  

−¡Ya basta! –Primo Cavallone no pudo soportar semejante ofensa a su presencia y llamó a su ejército.

Pero en el altar, ni siquiera el padre le hizo caso.

−¡Toma esto! –la novia, por tanta desesperación y vergüenza de verse ridiculizada frente a toda la alcurnia del mundo, se atrevió a darle un bofetón a la dama azul.

Y aquella mujer… digamos que no se pudo resistir a responder.

De un movimiento que supera el símbolo de velocidad estándar, la mano de la dama azul fue directo a zangolotear el cabello de la enloquecida novia, para, al término de deshacerle el afanoso peinado, darle un fuerte cabezazo.

La frente de Bianchi fue totalmente enrojecida.

−Espera, espera –al fin pudo intervenir el deseado y peleado novio, motivo de guerras, se puso en medio de las dos chicas que disputaban su amor. Miró a la dama de azul –. Gracias –dijo en una voz tan bajita que sólo la dama escuchó –. ¡Amor mío! –gritó a todo pulmón, tomando por los hombros a la bella dama de azul –¡Perdóname! ¡He sido un estúpido al creer que casarme con esta mujer me aliviaría de tu pérdida! ¡Oh, mi bella… errr, Muku…! ¡Mukurina!

−¿Entonces es cierto, Dino? –exigió saber la novia en medio de su grito más desconcertante –¡Vas a tener un hijo con esta!

−Si –dijo Dino ya pudiendo actuar con normalidad. Se puso a lado de Mukurina y le pasó el brazo por la cintura –. Es ella quien tendrá mi heredero –sin querer, miró a su furioso padre –. Así que renuncio a toda estúpida herencia. Me voy con lo que realmente quiero en esta vida, y es a… mi bella Mukurina.

−¡Eres un pendejo! –vaya boquita tenía la señorita.

Todo marchaba de acuerdo al plan.

Pero.

Cabreada y todo, la novia quiso destrozar el vestido blanco de su rival. Pero…

Oh, sorpresa.

Su mano tomó la ropa, en efecto, pero se tuvo que topar con los senos de la mujer de azul.

La cual…

No era tan mujer.

−¡Iwwww! –proliferó, y retrocedió con asco –¡Eres un hombre! –dijo al tiempo en que volvía a examinar de arriba abajo a su rival.

−Ah, maldita sea –masculló Mukuro, desarreglándose el peinado y dejando que sus cabellos índigo le cayeran desarreglados, dejó caer la pesada peluca (N/A.-recuerden que Mukuro aquí tiene 16)  –¿No te podías haber quedado quieta? –inquirió sin desear realmente una respuesta. Con una cinta sacada de su ropa, regresó a su amado peinado de piña, rápidamente.

¿Qué decía el público?

Ah, ese no importa.

El epicentro de la catástrofe tenía lugar frente a un desmayado padre de la Iglesia Católica que murmuraba el ave maría purísima en medio de su shock.

−¿Qué es una broma? –la novia quería recuperar algo de esperanza.

−¡Claro que no! –le refutó de inmediato el guapo Mukuro, bajándose el vestido, quedando en un par de bermudas ligeras y con su camisa de color gris militar –. Es en serio –se colocó sus adorados guantes de cuero negros mientras miraba despectivamente a la mujer –¿Crees que haría esto por un donnadie?

−¡No le veo otra razón!

−Pues, para que te quede claro, como a todos –ensanchó una bella sonrisita –. Dino jamás querrá a una mujer como tú –se encogió de hombros y movía la mano de izquierda a derecha, restándole enorme importancia.

−¡¿Cómo es que estás tan seguro?!

−Porque yo le puedodar–declaró sin tapujos. Y el Padre, que apenas resucitaba, volvió a caer en la inconsciencia al escuchar eso.

Inmediatamente todos, incluso Dino, se volvieron piedras.

Más de uno se tuvo que imaginar la escena.

−…Ah… -la mujer se quedó callada. Tan sumisa como gatito asustado –. No, contra eso no puedo competir.

−¿Ves? –quiso responder con egocentrismo. Pero en eso, al fin aparecieron los guardias del emperador a perseguirlos.

−¡Ups, nos tenemos que ir! –aventuró Dino, terminando toda discusión, agarrando a Mukuro de la muñeca y dedicando unas últimas palabras a Bianchi –. Lo siendo, Bianchi-san, pero esto iba a ser algo terrible, Mukurina –recibió un golpe en el estómago –. Auch, Mukuro no es quien yo quiero, pero iré en su búsqueda –declaró y pudo salir corriendo.

La novia suspiró, dejó caer el ramo que tanto había costado comprar y se sentó sobre el dormido Padre, con aire ausente miró como la pareja de homosexuales desaparecía. Les vió correr gaymente hacia el horizonte, sin despeinarse y volvió a suspirar.

−Creo que es hora de volver a España.

+Después+

El escape no fue cosa fácil. Pero por cuestiones de bajo presupuesto no les diré cómo estuvo.

−¿Ahora qué haremos? –inquirió Dino, quitándose el saco negro y aventándolo a uno de los botes de basura que había en ese callejón de mala muerte.

El peli índigo no respondió, seguía mirando por el perfil de la pared para asegurarse que nadie los encontraría.

−Primero, salir de esta tonta bota (Italia), después…

−Será cosa difícil.

−¿Qué tu papi controla todas las aerolíneas?

−Nop, pero puede –apuntó abrumado por esa verdad.

−Entonces tendremos que salir a la manera antigua…

−¿A pie?

−No –respondió con una sonrisa en los labios –. Será mucho más divertido y vistoso de esta manera…

+Horas después+

En todas las noticias estaba la grandiosa pelea de gat@s.

El hombre de cabellos blancos exigió que apagaran ese aparato del demonio.

Apretaba la quijada para no soltar sus quejas. Estaba cruzado de piernas y miraba por la ventana del avión. Ya estaba aterrizando sobre suelo italiano.

Venir en persecución de Mukuro le había costado más trabajo del esperado. Y es que Rokudo era un verdadero ninja para esconderse. Y ahora… ahora había irrumpido en la boda de Dino de esa manera que no hizo otra cosa más que explotar sus enfermizos celos de nuevo.

Se mordió el dedo pulgar mientras caminaba hacia su automóvil.

Tan entrado estaba en sus pensamientos que no vio cuando un hombre  de cabellos azules, usando una gabardina café, junto con un rubio, entraban al aeropuerto.

Se cruzaron por un momento mínimo. Pero cuando estuvieron casi apunto de verse, las puertas corredizas se cerraron de nuevo.

Byakuran Gesso iba directo a la mansión Cavallone.

+ Llegando en otro vuelo +

Hibari se bajó apresurado. Quiso correr para ir a encontrarse con Dino.

Y lo vio.

−¡…! –Sólo él le había reconocido. Aquí el inconveniente fue la gente. Miles y miles de pasajeros iban y venían por las salas, por ende, estorbaban al entorpecido Hibari Kyōya que trataba alcanzar al rubio que iba hacia un vuelo incierto.

−Lo siento, joven, pero no puede pasar sin su boleto –le dijo una gentil mujer. Mukuro y Cavallone desaparecerían por aquel túnel de acceso.

−¡No se metan! –bramó apunto de molerla hasta la muerte.

Quiso volver a gritar el nombre, pero no pudo. Se le cerró la garganta en ese preciso instante.

Ya agachaba la mirada, y se rendía por última vez, cuando… en una llamada de corazón, Dino viró la mirada hacia atrás.

Sus ojos se descontrolaron en la medida.

¡Allí estaba!

¡En Italia!


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