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Academia Namimori por Vampire White Du Schiffer

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Notas del capitulo:

 D18. Algo XS, Algo PA

Caso XI. Reencuentro Aéreo.

Su amado Hibari, con la mirada gacha y los puños cerrados. No pudo reprimir las ganas de regresar sobre sus pasos. Mukuro quiso detenerlo, pero al ver de quién se trataba, mejor fue a preparar las cosas en el avión.

-−Espere, señorita! –interrumpió el italiano, cortésmente, a la mujer –. El viene conmigo –y le extendió una hoja con el escudo de la familia de Mukuro.

−Pe-Pero…

−Es miembro de Rokudo.

Al escuchar ese apellido, Hibari levantó la cabeza de súbito. Pero no hizo nada. No pudo.

Muy al contrario, el rubio fue a estrecharle fuertemente.

Se perdieron en ese contacto tan preciado.

+ Mansión Cavallone +

−Su-Suéltame –gruñía Alaude, Primo lo ató de manos con un cinturón negro.

−¿Crees que me hizo mucha gracia tu traición? –apretó más las muñecas de su pareja, sus ojos tan preciosos como joyas sufrían de un ataque de cólera –, te haré pagar caro tu atrevimiento.

−¡Te digo que me sueltes! –levantó su cara para enfrentarle, fruncía su boca en desesperación.

Sabía que esto iba a tener como consecuencia la ira del gitano Cavallone. Era algo inevitable.

−Suéltame –murmuró ocultando la mirada, haciéndola de lado para que Primo no pudiera leerle la mente como siempre hacía.

El firme cuerpo del moreno se dejó caer aún más.

−Olvidas que eres mi pertenencia –sus labios intentaban reprimir gritos. Deseaba profanarlo con fuerza. Sin miramientos. Sin delicadeza. Había aprendido a ser gentil en la cama, y todo porque Alaude se había portado bien, pero ahora… no sabía cómo empezar –. Me traicionaste –repitió la declaración bajando la mano derecha para apretarle las mejillas con los dedos, y así obligarle a ver, sin embargo, Alaude cerró los ojos.

−No quiero verte –soltó en un jadeo cansado –. Estás loco, ¿Por qué quieres que tu hijo sufra?

−Dino es un estúpido debilucho, sino se libraba de esta no merecería mínima oportunidad en la familia –se sentó sobre la cintura del pasivo. Éste enmudeció.

−¿Qué? –soltó en un bajo suspiro, levantó la mirada abierta y exigió explicaciones –. Primo, ¿qué has dicho?

El Líder de la Familia Sonrió.

−De cualquier forma –se inclinó y le besó –. Te castigaré.

Casa Hibari.

Estaban encerrados en la habitación conyugal.

−¿Y Bien? –preguntó por tercera vez mientras mordía el cuello de Squalo –. Responde, ¿Adónde lo enviaste?

−Ah –un pesado gemido. Desnudos los dos, en el lecho de pasión. Squalo dejó que sus cabellos largos se desperdigaran en la cama. El moreno le tocó el ombligo –Mmm, ¿Crees que así me sacarás la verdad?

−Planeo sacarte otras cosas –comentó con su tono autoritario y enojado –. Más te vale que respondas –se puso entre sus piernas. El peliplata emitió un sonido de disgusto, apenas terminaban la segunda ronda y Xanxus ya estaba listo para la otra.

Sin duda era alguien de temer.

Sí esto seguía de esta manera, no tardaría en soltar la sopa.

−Ahhh –jadeó. Las manos del Xanxus ya habían dejado nuevas marcas en las caderas del pasivo, y ahora emprendían nueva marcha. Apresaron la virilidad pasiva y le masturbó rápidamente. Ocasionando que se corriera en su mano.

El moreno obligó a Squalo a tragarse su propia semilla, pasando la lengua con torpeza.

Se sentía diminuto. La actitud de su concubino era especial. Desastrosa. Imponente. No por nada había sido compañero suyo en el trabajo.

Recordó las faenas a las que se vio sometido cuando Xanxus fue promovido a jefe de Varia.

−Ahhhh –de nuevo gemía. Era cosa imposible. Le gustaba. Era masoquista. No había problema alguno en ello. Ser sometido y humillado por su pareja era algo común, en un principio más que ahora.

El tiempo y el amor pueden cambiar a las personas.

La necesidad también.

En un jet privado.

Aerolíneas Rokudo, les da la más cordial de las bienvenidas, esperamos que su tránsito sea agradable. Déjenos consentirle con un viaje sorpresa. Kufufu.

−Eres un maldito, Mukuro –se carcajeó Dino. Sostenía con fuerza la mano del Hibari mudo y se preparaban para salir hacia el cielo. Literalmente.

−¿Adónde vamos? –fue un murmuro, quedito, demasiado extraño para lo normal considerado en el moreno.

−Mmm, el piloto dice que es sorpresa… -se dio la vuelta y se dio cuenta de que su moreno, su otra mitad, vestía la ropa de la escuela. Suspiró sonoramente –. Bueno, no quiero que cambies nunca.

−¿Dijiste algo?

−Nop, será mejor que nos sentemos y… -se quedaron en medio del pasillo.

−No quiero –respondió desprendiendo la mano del italiano.

Esto generó un ataque de pánico y el rubio inmediatamente le rodeó con sus brazos. Abriendo los ojos con desesperación.

Prepárense.

Fue la orden del aviador. Despegaron.

Cayeron inmediatamente por no haberse colocado en el lugar adecuado. Pero Dino protegió al menor de cualquier atentado. Quedaron en el piso alfombrado. Había pocos asientos por lo cual había más espacio del normal. El ruido fue ligero. Con suavidad se elevaron.

Varios sirvientes de Cavallone gruñeron abajo por no poder detenerlos.

−Perdóname –soltó cuando el transporte se estabilizó –fui un idiota, Kyōya, no tienes idea de cuánto te he extrañado –seguían en el piso. Hibari recuperó su mutismo por un largo minuto –. Jamás debí dejarte, pero tuve tanto miedo de que te alejaran de tu vida normal. Jamás sería tan egoísta como para hacerlo. Pero fue cobardía, yo -se le hizo un nudo en la garganta – debí luchar, ir por ti a la fuerza y huir. Juntos…

−Lo odio –repitió aquellas palabras dolidas. Las mismas que le dedicó antes de despedirse en Japón.

−Está bien, Kyōya. Ódiame, es más de lo que podría llegar a merecer –apretó la quijada. Sus ojos se tornarían vidriosos. Era verdad. No era reclamable bajo ninguna circunstancia. Le abandonó.

−No, idiota. No es a ti.

−¿Eh?

Creo que todos podrían contestar eso. Un golpe sordo.

Levantó su cara para ver directamente al moreno. Le tomó de los pómulos delicadamente. Los ojos de Hibari tardaron en volverse a él.

−Lo que odio… -guardó silencio varios segundos más. Aumentando el desconcierto y anhelo de Cavallone –. Lo que no soporto es la diferencia.

Hay muchas cosas que podrían ser distintas entre esos dos. Carácter. Manera de arreglar las cosas. Tal vez todo conlleve algo relacionado con la personalidad.

Pero el rasgo más importante.

−¿Qué podría hacer para quitar de en medio los años? –se preguntó a sí mismo.

Dino creía que se volvía loco.

−Kyōya, Kyōya –le repartió varios besos en toda la cara, por último dejando cortos ósculos en la boca. Lo que más deseaba –¿Es eso? ¿Crees que yo te dejé por ser menor que yo?

El que calla otorga.

−Dios –se golpeó la cabeza con fuerza –¿Cómo pude ser tan, pero tan, idiota?

−Así naciste, estúpido, siete años antes que yo, ¿Qué le costaba a tu padre aguardar?

−Oye, Papá-suegro es… extraño, intolerable, ególatra, pero es también tu padre.

−Me importa un reverendo comino –soltó con una risa engreída.

−¿Qué fue lo que te dijo?

−No quiero recordarlo.

−Necesito saber –insistió. Pero la mueca enojada de Hibari le hizo desistir de la idea –. De acuerdo, lo dejaré para después –sonrió –¿Serás mío de nuevo, Kyōya? –al fin algo de cordura. La voz de Dino sonaba tan diferente. Como si antes no la hubiera escuchado de verdad.

Hibari respiró hondo y sacó de su pantalón un pequeño objeto.

Le mostró la fotografía en el celular. Donde estaban ellos dos juntos, hace tanto tiempo.

−Confórmate con esto –y lo dejó caer, lanzándose a besar a Dino en los labios rápidamente, rodeando con sus delgados brazos el cuello.

«Querido Satanás. Gracias por ser tan benevolente conmigo»

 Tiempo después. Estaban cómodamente desnudos. Dino entre las piernas de Hibari, mordiéndole el lóbulo de la oreja. Moviéndose acompasadamente. Con calma. Como si cada segundo estuviese hecho de oro puro. Un fuego que quemaba lentamente. Con apremio cuando se tocaba la fibra sensible. Orgullosos los dos de poder complacerse.

La entrada de Hibari estaba falta de práctica, por eso se presentaba toda la delicadeza del mundo. Perdían la razón cada vez que se besaban. Estaban superiores al cielo. Algo que nunca cerniría en la aberración. Amor puro y llano. Culpables los dos de entregarse con pasión.

Destruyéndose mutuamente. Los dedos de Kyōya se metían en los cabellos rubios y luego bajaban para acariciarle la espalda. El tatuaje de llamas infernales y caballo asesino.

El pecho del pasivo ardía. Sin compasión. Piedad nula después de acostumbrarse. La cara del moreno estallaba en una profunda carmesí causa de sonrojo. Resonando en sus corazones las campanas de la resurrección. Se olvidaron del mundo externo. Aquí solo existían ellos dos. Abordaron el campo de guerra, jugando con truenos y cantos celestiales. Encierran el sonido en sus bocas al besarse. Era bello.

Sus alaridos se mezclaron.

Algo que jamás cantaría en amistad llana. Cómo silenciosa ave les transportaba al abovedado techo de la tierra.

Se descubrieron varias veces más. Kyoya sufrió miedo. El dolor era minúsculo, sí, pero temía volver a perderlo. Y sin que nadie se diera cuenta levantó una oración. Dio la vuelta a Dino, para que éste terminara de espalda al piso.

Se penetró a sí mismo.

Exhaló un gemido que se estampó en las paredes del avión.

Se culparon por perder el tiempo. Un horror que les recorrió fugazmente. Olvidado por la verdad real. Sus almas estaban juntas. Hoy.

Y tal vez para siempre.

 

+ : : : : +

Cuando despertó estaba abrazado. Su pecho latía con calma y vio que el italiano sostenía una sonrisa arrasadora.

«Su humilde, kufufu, piloto, Rokudo Mukuro, les da la bienvenida a su destino.

«Disfruten su estadía en este país.

«Francia, Paris.

 

+ : : : : +

−Estará huyendo por todo el mundo junto a esos dos –aseguró Byakuran ante Primo Cavallone.

−Me lo imaginé –estaba con la camisa entreabierta y dio un trago a su ginebra y dejó el vaso en el escritorio, se cruzó de brazos y mordió su dedo pulgar –. Entiendo tu punto, tú quieres al mocoso que les ayudó a escapar, ¿cierto?

−Supongo que conoce lo suficiente a la familia Rokudo para desprender la pequeña ofensa –alegó mirándole con firmeza. Como siempre vestía ropas blancas –. En la Academia han levantado una orden de rastreo, vendrán por mi esta tarde.

−Ah, ya entendí –amplió su habitual sonrisa –. Era tu plan iniciar el convoy desde aquí –le aplaudió y se sentó en su silla –. ¿Una alianza?

−Temporal –le contestó con tranquilidad –. Sólo una empresa para conseguir lo que cada uno desea.

−Acepto.

Cerraron el trato.

+: : : : +

En tierras francesas, Mukuro estornudó estruendosamente, sacudió la cabeza y abrió su celular para responder a la llamada de su fiel ayudante.

Mukuro-sama, el presidente de la sección de maestría ha salido en su búsqueda.

−Kufufufu, tal y como me lo imaginé –estaba esperando que Dino y Hibari salieran de hacer unas compras, en una cafetería con localidad abierta –. ¿Qué sabes sobre…? –no hubo necesidad de recitar el nombre. Su amada Crhome sabía las cosas completas.

−Está en Italia.

Ese infeliz no sabe recibir un no, vete al carajo, por respuesta –suspiró cansado.

¿Qué hará, Mukuro-sama?

−Tengo un plan. Será divertido. Por favor, dile a tía Lal que su sobrino consentido está de visita.


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