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Academia Namimori por Vampire White Du Schiffer

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Notas del capitulo:

10069 está de regreso. Hoy Termina la persecución

Capítulo XII.

En todos los medios de comunicación, incluyendo la importantísima telaraña del internet, estaba azotando los oídos, ojos, de todos los humanos. Sus mentes. Decían que el primogénito de la Prestigiosa, Alabada, Familia Cavallone, había huido con un travesti… uno bellísimo, cabía aclarar. En todas las televisoras había imágenes de Mukuro y Dino corriendo juntos hacia el prometedor amanecer.

Chismes. También existieron.

Quisieron entrevistar al Rey Cavallone, pero el poderoso Primo estaba demasiado ocupado, alegaba falta de tiempo por ello. Así que los periódicos se tuvieron que conformar con interrogar a los que asistieron a la boda. Algunos se mostraron mas recelosos que otros, pues todas esas personas estaba en buenos términos con Primo, y nadie, en el mundo, se iba a atrever a desafiarle, siquiera a decir algo que pudiese ponerle en ridículo. Allí radicaba la Potencia.

El Joven Dino siempre fue heroico. Fue uno de los comentarios mas severos.

Deseo que le vaya bien. Algo simple.

Sin más, tuvieron que ir a las opiniones del populacho.

¡Fue increíble! ¡Esto solo demuestra que el amor siempre triunfa! Fue mala idea, más si acuden a cierto grupo de chicas.

Por otro lado.

A-A mi… ¡Me gustaría saber más de la Bella Mukurina! ¡Mukurina! Gritó un nuevo, pero ferviente, fan ¡Mukurina, si te llegas a aburrir de Cavallone! ¡Llámame!

Mukuro tuvo que escupir la refrescante bebida que acaba de adquirir en sus bellos labios. Ahora fungía como guardaespaldas de la pareja fugitiva del año. Suspiró e inclinó su gorra, pasaban un par de sujetos que reconoció en seguida como reporteros. Hasta los presentadores de televisión andaban en las calles. Esperando atrapar algo. Un buen pez.

Rokudo se puso los lentes más oscuros que tenía, sacó un periódico y lo usó como barda para cubrirse mientras se hundía en la silla de ese café. Miraba su celular con algo de desesperación. Angustia. Esos dos elementos se desdibujaron rápidamente, cuando a su mente llegó de súbito la imagen de su amante persecutor. Respiró hondamente, y no soltó el aire hasta que se hubo calmado.

Era otro día en la Bella Francia.

Y esos dos tardaban demasiado.

Tamborileó con impaciencia sus dedos sobre el fino mantel blanco. De nuevo Byakuran le tomaba en sus remembranzas, sacudió la cabeza, pegó un trago a su café. Agrio. Cómo deseaba mejor un chocolate. Apoyó el codo en el borde de la mesa, y de nuevo un malvavisco le atacaba. Azotó la cabeza hasta que llamó la atención, se levantó mecánicamente y fue a buscar a los tortolos.

Cuando los encontró, estos ya estaban saliendo con varias cosas en mano. Con el mismo aire sospechoso. Dino con una gabardina café y lentes negros. Mientras que Hibari traía un chaleco largo con capucha para cubrirse la cabeza.

−Insisto, es demasiado –escuchó a Hibari quejarse, mientras evitaba la mirada del rubio.

Mukuro miró el letrero de la tienda. Tiffany. Una prestigiosa joyería estadounidense. Se preguntó por qué no habría elegido una Francesa, pero sería demasiado obvio para el mercado Cavallone que también tenía alianzas con toda Europa en asuntos relacionados con las jemas.

−Apresúrense, ¿quieren? –les apremió Mukuro. Y con una llamada consiguió que el taxi que los acompañaba les llevase de nuevo. Esta vez a la Mansión Mirch.

Cuando estuvieron en el automóvil, Rokudo, que venía de copiloto, miró, por el espejo retrovisor, que Dino sacaba de una cajita forrada en terciopelo, un hermoso anillo. El mismo que estaría en la huesuda mano de Biachi si Mukuro no hubiese intervenido. Ensanchó una sonrisa burlona, porque ya sabía para qué habían perdido tanto tiempo en una joyería.

−¿Ves? Te dije que necesitaba ajustarse a tu dedo –dijo un eufórico Dino, colocando la argolla con adoración, para besar con sumo romanticismo la mejilla de su venerado Kyōya.

−Es vergonzoso, ¿crees que me quedaré así toda la vida? Mi dedo crecerá –quería esconder su ligero rubor. Le daba pena ser visto por un Inquisidor de cabello índigo. Dino sonrió y le abrazó sin agregar nada.

Mukuro se acomodó en el sillón, viendo el mar de tiendas, de gente, de caos. Pensó en que eso era uno de los juegos favoritos de…

Entonces sonó su celular.

−Mukuro al habla –acercó el auricular y respondió con voz cariñosa pero firme. Se detuvieron en un semáforo que marcaba luz roja.

Mukuro-sama, todo está listo con tía Lal.

−Muchas gracias, mi pequeña Chrome –y colgó, intercambió miradas con Dino, y éste asintió simplemente. El auto avanzó. En eso, el sonido de patrullas les hurgaron los oídos –. Oh, Kufufu –vio a su derecha y luego a la izquierda – parece que nos encontraron.

−Te dije que la dependienta te veía raro –regañó Hibari.

−Oya, no tengan sus discusiones maritales enfrente de mí, por favor –dijo Rokudo, miró al chofer –. Ken, encárgate de perderlos.

−Como ordene, Mukuro-san –el chico con colmillos sonrientes pisó el acelerador.

−Esto me trae algunos recuerdos –comentó Dino, temblando ligeramente –. Sólo espero que Ken-chan maneje mejor que papi-suegro.

+ : : : : +

Una persecución se está llevando a cabo en las tranquilas calles de Paris. Se trata de un pequeño taxi perteneciente a la Familia Rokudo…

Hotel Apolo Cavallone. El penthouse más lujoso la ponderada Habitación 13. Byakuran se levantó de su asiento. Tomó su saco blanco y se lo pasó por los brazos. Era hora de tomar un avión. Recibió una llamada. P. Cavallone-chan en gráficas.

−Aló~

Ya debiste escucharlo.         

Voy ahora mismo al aeropuerto –respondió al tiempo que presionaba el botón del ascensor –sabíamos que darías pronto con ellos. Yo me encargaré de acorralar a esos tres.

Perfecto –le respondió la sensual voz acanelada – mi limosina te espera en el recibidor.

Tomaría algunas horas. Pero tendría a Mukuro pronto y hablarían un par de cosas. Seriamente se cruzó de brazos mientras ordenaba más rapidez al conductor de la limo. El paisaje se tornó borroso. Gesso ardía en ganas de ya estar en el jet, manejarlo él mismo y romper los límites de la velocidad, aterrizar en la Bella Francia y ultrajar todas las murallas necesarias para atrapar a su delicioso amante escapista. Frunció los labios al recordar la manera en la que se habían despedido.

Ahora tomaría el aire.  Y se preguntaba qué estaría haciendo su Mukuro justo ahora. Aparte de escapar de las patrullas. ¿Estaría pensando en él? ¿Sería tan predecible como para ponerse a discutir de nuevo? ¿Tan necio como para no atender a su llamada personal?

Byakuran, en última instancia se interrogó ¿Qué medio estaba dispuesto a usar en esta empresa maléfica?

+ : : : : +

Bajo el hermoso cielo de Paris. Llegaron a salvo gracias  a que Ken era parte de la antigua bandita que Mukuro había formado en pre kínder. Alguien sumamente habilidoso, no por nada era persona de confianza. La enorme mansión Mirch se extendió ante sus ojos. La tía de Rokudo les recibió con una mirada fría.

−Y bien, espero una explicación convincente para tu teatrito montado ante el mundo –la mujer era guapa. De cabellos largos, picudos y color azul verdoso. Sus ojos eran extrañas joyas, bañadas en tonalidad ámbar oscura. Siempre vestía ropa extravagante, en el entendido de que para pertenecer a una familia rica, siempre portaba shorts y camisas cortas. Estaban en la entrada, frente a la enorme puerta de damasco. Dino le rogaba a Hibari que se comportase, pues éste ya quería discutir.

−Oh, tía, esa no es la manera de recibirme, con preguntas que bien podría responderte dentro de casa.

−De acuerdo –respondió la mujer después de un minuto de completo silencio. Helicópteros llegarían ahora mismo, así que les pido rapidez. Sus luces alumbrarían la casa si Lal no hacía algo. Así que antes de ponerse a charlar, dirigió un par de órdenes, unas pidiendo información, otros exigiendo respeto. Nadie que quisiera vivir se atrevería a cometer una ilegalidad. No a Mirch. Mukuro contaba con esto desde un principio.

Mukuro le contó en resumidas cuentas todo lo ocurrido.

−Cuando acepté ayudarte, lo hice por tu hermana –dijo la mujer, echando la espalda al respaldo del sillón –¿Cuál es el plan?

Una mirada sombría se posó en los bellos ojos de Rokudo.

−Primero quisiera descansar –Lal entendió parte de plan sin tanta palabrería.

+ : : Horas Después : : +

Una orden de cateo. No serían tan descorteces como para aprehender a la bella Lal. Estaba encubriendo a los escapistas, pero Cavallone giró orden de no cometer demasiadas groserías a la casa Mirch.

Byakuran arribó en la madrugada y junto con él se abrieron paso en la Mansión.

−Bienvenidos, supongo –dijo la dueña, encogiéndose de hombros –. Busquen todo lo que quieran –miró desde la pared donde estaba recargada como una horda de sujetos atravesaban su domicilio. Se topó irremediablemente con el Persecutor Delegado –. Byakuran Gesso, ¿cierto? –le dirigió una mirada tranquila.

−Así es, Lal Mirch-chan –como siempre, parecía animado –. Ande, no sea cruel con este pobre conejito y dígame, ¿dónde está Mi Linda Alicia?

−Se te ha escapado de nuevo, huyo junto con el Rey ratón y el Sombrerero –respondió, desprendiéndose de su lugar para pararse frente a Gesso –. Busca, y busca, aquí no lo vas a encontrar –se burló y después se dirigió a la sala para descansar.

−Humm, me suena a reto –murmuró y se percató de que los guerreros romanos bajaron con intempestiva fuerza.

−Byakuran-sama, no hay nada dentro. No hay cuartos secretos y Los jardines están siendo revisados…

−No cuartos secretos –repitió Byakuran analizando con velocidad –. Encárguense de encontrar algo interesante en el patio –dijo y se dio cuenta de que Lal le escuchó –, no dijeron nada de pasajes secretos, ¿verdad? –y se echó a reír antes de salir.

La tía Lal suspiró.

+ : : : : +

Era oscuro y sólo se podían iluminar con antorchas. Era tan sombrío que las lámparas aquí no servirían de nada. Para agregar encanto, era estrecho, no más de dos metros de ancho por dos y medio de alto. A Mukuro le gustaban las catacumbas amplias. Este era un Canal de Agua antiguamente usado para suministrar las fuentes y las albercas. En el presente llevaba siglos sin tener ese fin, así que aquí los tenían.

Hibari avanzaba sin problemas, se dio cuenta de que Mukuro retrasaba sus pasos.

−¿Qué sucede, herbívoro? –viró la mirada. Dino levantó el fuego para tratar de ver hacia atrás.

−Shhh, escuchen –estaba inusualmente inquieto. Entonces, prestaron atención y vieron que en el piso pequeñas piedras empezaban a brincar en el suelo –Kufufu, ya encontraron el camino –y siguió admirando el piso con gesto extraño.

−Tenemos que irnos, Mukuro –le dijo Dino.

−Ya lo sé –respondió.

+ : : : : +

−Byakuran-sama, nuestros hombres se encargarán de traer a esos tres de vuelta –juró seguro. Todos uniformados y listos para morir de ser necesario. Byakuran lo meditó un rato, y encajó todas las piezas del rompecabezas.

−Yare, Yare, creo que sería buena idea acompañarlos.

+ : : : : +

Ellos llevaban un par de antorchas. Los sujetos de negro avanzaban, todos corriendo en pos de un par de criminales, pues resultaba que ahora eran perseguidos por haber robado algo preciado a los Gesso y a los Cavallone. Peor que crimen internacional. Todos ellos adiestrados para arduos combates. Capacitados para esta faena rutinaria.

Se tuvieron que topar con una sombra difusa. Una sonrisa sádica les sonreía desde la oscuridad.

Kufufufu, espero estén listos para ver un infierno –les dijo una demoniaca voz que les caló los huesos, lo último que vieron fue el girar plateado de un tridente.

+ : : : : +

−¿Te fue difícil derrotar a mi legión, Mukuro-kun? –pasó por encima de varios cuerpos inertes. Al fin, pudo ver a su amado Rokudo. Había fuego en el piso, a los pies de ambos. Lo único que les dividía el uno del otro.

Mukuro sostenía la mano derecha sobre su cara, estaba sangrando, y sonrió al encontrarse con Byakuran.

−Tardaste siglos –reprochó juguetonamente.

−¡Pero qué cruel se escucha eso! Todavía que el que se fue –no terminó la oración –. Eres un desordenado, Mukuro-kun –movió su dedo índice de izquierda a derecha, como si estuviese regañando a un niño –¿no te he enseñado a guardar tus juguetes después de divertirte? –guardó silencio, en el que sólo se pudo saber la respiración fatigada del escapista –. Es tal como lo pensé, te quedaste como muro. Owww, Mukuro-chan es buen amigo de esos dos, tanto como para sacrificarse.

−Ya-Ya cállate –no podía levantarse, se quedó hincado. No había dormido en varios días y todo era culpa del conejo que tenía adelante –. ¿Qué quieres ahora? ¿Encerrarme como amenazaste? Anda, Byakuran Gesso, ya nada de ti me sorprende.

(N: escena perteneciente al manga-anime KHR)

Continuará.


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